Un cuervo entre nosotros (Raven, Conner, Artemis, Dick)[16/03/2018]

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Es difícil de explicar la desazón que te embarga cuando una persona cercana te cuenta toda una serie de acontecimientos ocurridos a lo largo de los años en los que tú deberías haber participado pero no puedes recordarlo. El ejemplo más aproximado sería cuando alguien entra en coma y despierta varios años más tarde y tiene que ser testigo de toda una serie de pequeños cambios ocurridos de manera progresiva en sus seres queridos a lo largo del tiempo, pero de golpe. Quizá encontrarse con que personas que estaban en el momento de dormirse ya no estaban al despertar, que otras habían cambiado de identidad, grupo o ciudad... Tantas cosas, tantas vivencias y experiencias, irremisiblemente perdidas... Tenía la sensación inevitable de haber perdido varios años de su vida, cuando la realidad era que no había llegado a vivirlos, porque había despertado y de repente era el año 2018, pero cuando ella se había levantado por la mañana hacía cinco días aún era 2016. Era increíble la cantidad de cosas que habían ocurrido en tan sólo dos años. Los Titanes adolescentes se habían convertido en adultos, habían crecido, se habían cambiado el nombre, se habían independizado...

El triste hilo de sus pensamientos se vio interrumpido cuando Richard le ofreció el casco y le indicó que se subiera en la parte trasera de la moto. Al principio le miró con cierto escepticismo, ya que nunca antes había subido en una moto y no estaba segura de que le inspirara confianza, pero saber que en cualquier momento podía teleportarlos a ambos si algo iba mal otorgaba seguridad, así que obedeció, y cuando Dick arrancó surgió el primer problema: el contacto físico.

La increíble velocidad del vehículo y la resistencia del aire la obligaba a pegarse mucho al cuerpo del joven Titán, abrazándole con fuerza desde atrás, lo cual la hizo sentir inconmensurablemente violenta a unos niveles más allá de toda medida. Posiblemente más violenta de lo que se había sentido en toda su vida, pero cada vez que intentaba apartarse, una nueva curva tomada a máxima velocidad la obligaba a aferrarse y a pegarse más a él para no caer. Azar era testigo de que, de haber sabido el lugar exacto al que se dirigían, se habría teleportado mil veces antes que continuar allí en aquél vehículo infernal, pero, lamentablemente, no sabía a dónde la llevaba Dick, así que no tuvo más remedio que aguantar a pesar de que todos sus instintos le gritaban que le soltase. Nunca había estado tanto tiempo tan próxima a otro ser humano, y la calidez y firmeza de su cuerpo, lejos de confortarla, le causaron un inexplicable rechazo, quizás porque no lo había buscado ella misma, sino que habían sido las circunstancias las que la habían obligado a romper así su sagrado espacio personal.

Y aquello ni siquiera era lo peor, porque el embate del viento a aquellas velocidades le agitaba la falda, abriéndola por los cortes laterales y provocando que sus piernas quedaran al descubierto. Continuamente tenía el impulso de cubrirse de nuevo, pero no podía porque con la poca fuerza que tenía si soltaba una mano de su agarre corría el riesgo de caer, así que aún lo pasaba peor. Para alguien tan lento y sosegado como era ella, un vehículo como aquél resultaba lo más contrario a su personalidad.

En suma, el viaje fue un infierno, al que además se sumaban los trágicos acontecimientos que le narraba el acróbata, aunque ella, preocupada por la velocidad exacerbada, la peligrosa cercanía del cuerpo de Richard y las libertades tomadas por su falda al viento apenas tuvo ocasión de responder o intercalar algún comentario acongojado.

Cuando al fin se detuvo el vehículo infernal se bajó con tanta prisa que sus piernas se enredaron con la larga falda de la túnica y estuvo a punto de tropezarse y caer. Se llevó las manos al casco con tanto nerviosismo que apenas atinó a quitárselo, y tuvo que ayudarla Dick. Cuando finalmente se lo consiguieron sacar tenía las mejillas arreboladas por la verguenza y la adrenalina, y su primer impulso fue rápidamente apartarse de él y rechazar su ayuda.

- Ya... ya... Estoy bien -dijo, con un casi imperceptible temblor en el labio inferior que rápidamente ocultó volviendo a cubrirse con la capucha.

En cuanto la reconfortante oscuridad la amparó de nuevo entre sus sombras volviendo a crear la distancia entre ella y Dick comenzó a sentirse mejor. Tomó aire en una profunda inspiración y su corazón vovió a latir al ritmo normal.

-No esperes que vuelva a subirme en eso, Richard -dictaminó señalando la moto con dedo acusador-. Cuando tengamos que ir a algún sitio me teletransportaré por mis propios medios.

Había algo más que había contribuido a perturbarla de aquella manera, aunque era algo que nunca admitiría ni ante los demás ni ante sí misma: la mención del destino sufrido por Wallace.

Había llegado a significar algo para ella, algo que no habría sido capaz de definir, pero que era valioso en su corazón. Nunca olvidaría la vez que se habían vuelto a encontrar después de la muerte de Terra, el rechazo y el desprecio en sus palabras cuando había cuestionado sus sentimientos hacia él: "Raven, ¿de verdad te importa cómo me siento o sólo estás siendo educada?". "Por supuesto que me importa", había respondido ella. "Por supuesto que me importas".

Y ahora estaba... muerto, o perdido... Hacía mucho que Wallace la había rechazado, pero eso no hacía que el dolor por su ausencia se hubiera ido, o que su preocupación por la suerte que pudiera haber corrido fuera menor, y a buen seguro sería igual para Artemis, la chica que, según había afirmado Richard, había sido tan cercana a él en el momento de su desaparición. Las palabras del moreno le hicieron ver que, aunque en efecto el golpe había sido duro para ella, no había sido más fácil para el resto de sus compañeros, y era su labor ayudarles a sobrellevar la pérdida ahora que la otra Raven... se había ido.

Y no sabía hasta qué punto ésto era cierto. Terrible y trágicamente cierto.


- Ella no es Raven -fue todo cuanto dijo, pero en esas cuatro palabras había un grito tan desgarrador que la émpata sintió que se le rasgaba el alma. Un grito que nadie más que ella pudo oír. Un grito que aún continuaba flotando en el aire incluso cuando el joven cambiaformas abandonó la base volando.

Raven quedó impactada, petrificada por la intensidad de aquél dolor, que aún era más fuerte por el hecho de saber que en parte lo había provocado ella. Ella era la causante de su dolor, ella, la que había dedicado enteramente su vida a calmar el sufrimiento de los demás. Sólo que ésta vez se sentía completamente impotente. Al menos cuando había hecho daño a otros al ceder a su mitad demoníaca había podido aceptar su parte de responsabilidad, había podido disculparse, tratar de arreglarlo, pero... ¿ahora? ¿Cómo podía disculparse porque el azar, en su infinito capricho, había decidido escogerla a ella en lugar de a la Raven que amaba Garfield? Y, al mismo tiempo, ¿cómo podía no sentirse culpable por ello?

Las educadas y amables palabras de los otros chicos le llegaron desde muy lejos, y, aunque en un principio su falta de reacción pareció dar a entender que no les había oído, en un momento dado la mirada de sus ojos grises se fijó en ellos, apreciando su presencia y sus saludos. Aunque no aceptó sus manos extendidas, pues siempre que podía evitaba cualquier forma de contacto físico, inclinó muy ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento.

- Saludos, yo... Si me disculpáis, Garfield me necesita.

Y, con la velocidad del pensamiento, la mujer desapareció en medio de una humareda densa y espesa de color negro.


El viejo almacén se erigía como una fea cicatriz en las afueras del humilde pueblecito de Happy Harbor. Las cajas de madera selladas con el aviso de "Frágil" se apilaban prácticamente hasta el techo, sostenido por poderosas vigas de metal, y, entre las vigas, una feroz y esbelta pantera de un inusual color verde rumiaba su tristeza y su ira saltando rabiosamente de una a otra como un animal enjaulado. También a él le abrumaba la impotencia de saber que nada de lo que pudiera hacer le traería de vuelta a Raven. Su Raven. Porque a la que acababa de materializarse en el centro del almacén entre una explosión de humo anaranjado no deseaba verla. De hecho posiblemente fuera la última persona en el mundo a la que deseaba ver.

- Garfield... -empezó la mujer, alzando hacia él su mirada compasiva.

- Nadie te ha invitado aquí, Raven, así que lárgate -le espetó el animal enseñando los dientes.

- Garfield -insistió ella, con calma-. Puedo sentir tu dolor...

- ¿Mi dolor? -el chico saltó de la viga hacia donde ella aguardaba, recobrando por el camino su aspecto humano-. Raven, mi Raven, está muerta, y hablar contigo no me la va a traer de vuelta, o darme siquiera una explicación de lo que le ha ocurrido o por qué le ha ocurrido, ¡así que ahórrame tu compasión!

Tenía la mandíbula y los puños apretados, las lágrimas corrían rabiosas por sus mejillas. Raven intentó extender una mano hacia él.

- Garfield, por favor... cálmate...

- ¡Aléjate de mí! -replicó él rehuyendo el contacto-. No intentes usar tus poderes calmantes sobre mí. Quiero estar enfadado, ¡quiero estar furioso! Tengo el derecho de estar furioso por una vez, así que... aléjate de mi vida.

- Garfield... yo también siento lo que le ha ocurrido a tu Raven, y si por mí fuera, me habría cambiado por ella. La Colisión nos ha afectado a todos... y es terrible cuando pasan cosas como ésta, créeme... El dolor que sientes... yo también lo siento.

El chico, que ya había empezado a alejarse, se detuvo y se dio la vuelta para mirarla.

- Crees que lo comprendes, pero en realidad no lo comprendes, Raven. Cuando era niño estuve sufriendo durante años porque tuve que ver cómo me arrebataban a mis padres no una, sino dos veces. Oh, claro, pude seguir adelante, ¿no? Riendo como un tonto, soltando estúpidas bromas y esperando que pudieran ayudarme a sobrellevar el dolor. Pero, ¿sabes? con cada broma que hacía sólo conseguía que doliera más. Sólo hubo una cosa que lo hizo parar, una persona -las lágrimas enturbiaban el brillo de sus ojos verdes-. Y ahora esa persona se ha ido y tú pretendes ayudarme como una especie de consejera postiza. Pero ella no era una consejera, ¿lo entiendes? Era más que eso, y yo la amaba. Y tú no eres ella. Nunca podrías serlo. Pero... a la mierda -dijo alzando una vez más el vuelo en forma de águila-. Siempre estuve solo antes de que me hicieras unirme a los Titanes, quizá es tiempo de que vuelva a irme por mi cuenta. Díselo a los demás.

Desde el suelo, ella alzó la mirada y le observó perderse en el cielo. Ningún gesto o emoción exterior revelaba el dolor que sentía... Y nadie lo sabría jamás.


No transcurrió mucho tiempo hasta que la azariana estuvo de vuelta, entre humo denso y sofocante y el olor a azufre. Cuando la humareda se disipó, simplemente agachó la mirada y habló:

- Garfield me ha encargado que os diga que abandona el grupo -anunció, pesarosa.

La base... la azariana miró a su alrededor con una expresión neutra que no evidenciaba su desazón. No reconocía nada. Nada le era familiar allí. Ni siquiera las personas que la rodeaban. No conocía de nada a Artemis ni a Conner, y a la vista estaba que aquél Garfield no era el que ella había conocido. El rostro familiar de Víctor podría haber supuesto alguna clase de consuelo, pero el Víctor que ella conocía la llamaba "bruja" a modo de apelativo cariñoso, y aquél no lo hacía. Por tanto, tampoco era su Víctor. Una sensación de ahogo muy particular empezó a subirle por el pecho. De todas las emociones que le estaba vetado experimentar era, posiblemente, con la que más familiarizada estaba. Se llamaba tristeza. Agachó la mirada.

- No tengo ningún hogar -dijo en voz muy baja, respondiendo a Artemis-. Mi hogar siempre estuvo en Azarath, pero me desterraron cuando me fui del templo para alertar a los humanos de la inminente llegada de Trigón. Me advirtieron que, si cruzaba el umbral de la puerta del águila ya nunca más podría regresar... Vine a la Tierra, y os busqué... os reuní a los seis -continuó, mirando a Dick-. Richard, Wallace, Garfield, Víctor, Donna y Koriand'r... Formamos un grupo, los Titanes, y el padre de Víctor nos diseñó una base en el East River, en Manhattan... -sin darse cuenta su mente había empezado a divagar, perdiéndose en los recuerdos. Recuerdos felices de la que había sido su familia, en el que había sido su hogar-. Tenía forma de T, era llamativa y ridícula, pero era nuestra casa. Nuestro refugio.

Continuó hablando, el rostro apenas visible entre las sombras de su capucha.

- En aquél momento ni siquiera le di valor... Lo único que me preocupaba era Trigón y el peligro que corría la Tierra. Era eminentemente pragmática por aquél entonces. Para mí, la torre no era más que un lugar sin importancia, como podría haber sido cualquier otro. Ahora... miro a mi alrededor... a éstas paredes de roca que no reconozco... y me doy cuenta de lo equivocada que estaba.

>> Supongo que es una necesidad humana... la de tener una guarida en donde poder estar seguros con nuestra familia -lentamente se llevó las manos enguantadas a los bordes de la capucha y la dejó resbalar hacia atrás, dejando al descubierto su rostro, tan delgado que transmitía impresión de fragilidad, con los pómulos marcados y la mirada, gris y limpia, destacando por encima de todo, incluso a pesar de la pequeña gema roja brillante que resaltaba en su frente-. Tener... tu propio espacio. Un lugar que puedes decir que es tuyo.

Suspiró, levemente.

- Perdonadme. La primera vez que estuvimos todos juntos en la Torre también fue la primera vez que os... les... conté mi historia. A Richard, Donna, Wallace, Garfield, Víctor y Koriand'r. Ellos aún no confiaban en mí, y ahora... vuelvo a ser una extraña en un lugar extraño -buscó la mirada de Richard, Conner, Víctor y Artemis-. Lamento mucho que hayáis tenido que perder a vuestra Raven, y si pudiera hacer algo para cambiarlo, lo cambiaría... Pero... si no os importa... si podéis vivir con ello... si me aceptáis... me gustaría volver a tener eso. Me gustaría volver a tener un hogar.