Nueva York, casa de Franklin P. "Foggy" Nelson. 6:59 de la mañana.El domicilio de Foggy era infinitamente más sobrio que el casino en el que había dado caza a Elektra, y que la casa en la que había pasado buena parte de la noche con ella. No había ni un solo objeto fuera de su sitio en todo el piso. Los libros, perfectamente alineados, aguardaban en las estanterías a que alguien consultara el compendio de leyes que habitaba en sus páginas. Hasta los muebles parecían estar situados según una cuadrícula imaginaria, que garantizaba que ni una silla faltara al orden general de la vivienda. Nada de luces o sonidos más allá del quedo ronquido del dueño de la casa, aún dormido. Parecía un lugar tan corriente… Quizás por eso la presencia de Cédric destacaba tanto allí, como una nube de tormenta en medio de un límpido cielo primaveral. De pie junto a la cama en la que yacía el mejor amigo de Matthew, lo cubría con su sombra, observándolo. El despertador no llegó a sonar, apagado de un ligero toque tan pronto como las 8:00 aparecieron en la pantalla. Foggy se giró bajo las sábanas, balbuceando algo en sueños. Aún no sabía que, al despertar, se encontraría con una pesadilla mucho peor. El mutante se concentró, y lo dejó fuera de combate antes de que abriera los ojos. Sabía que, aunque despertara, no sería rival para él. Pero estaba seguro de que gritaría, y no podía permitir que nadie los molestara y destapara la sorpresa antes de tiempo.
...
Lo primero que pensó Foggy, nada más recuperar la consciencia, fue que iba a llegar tarde al trabajo. Fue un pensamiento breve, fugaz, igual que el recuerdo de que aquel día era domingo. Le dolía la cabeza, tenía las manos atadas en la espalda, y su cuerpo estaba apoyado sobre una superficie dura y áspera, gélida al tacto. Un escalofrío recorrió su espalda, apenas una caricia de ese terror que tan familiar le resultaba. A pesar de ser el mejor amigo del Hombre sin Miedo, Foggy sabía de sobras que era un cobarde. Un cobarde al que, aparentemente, acababan de secuestrar. Escuchó con atención, sin abrir los ojos, en busca de algún sonido que delatase la presencia de sus captores. De momento, su mejor opción era hacerse el dormido: Quizás así ganara algo de tiempo. No pudo oír nada aparte de los latidos de su propio corazón, acelerado por la certeza de saberse en peligro.
”-Quizás se hayan ido...”-Abrió los ojos, despacio. Su mirada, aún desenfocada por lo que quiera que le hubieran hecho para mantenerlo dormido, tardó un poco en acostumbrarse a la penumbra reinante. Estaba en una especie de almacén, quizás un subterráneo a juzgar por la ausencia de ventanas. La pequeña habitación contenía bastantes sillas apiladas, varias mesas cubiertas con telas blancas, y…
”-¿Qué es eso?”-Se incorporó con dificultad, sus piernas parecían no tener apenas fuerzas para sostenerle. Y, tan pronto como se movió, notó un dolor agudo y penetrante a la altura de sus muñecas. Eso acabó de despejar sus sentidos, hasta entonces confusos, y le hizo girarse para ver qué tenía a su espalda. Quien fuera que le hubiera secuestrado, había atado sus manos juntas con alambre de espino a una argolla en la pared. Seguían sin oírse pasos. Armándose de valor, Foggy caminó los pocos metros de libertad que le daba su atadura hacia aquella pila de papeles que había visto al principio. Quizás le dieran alguna pista de dónde se encontraba...
Con las manos atadas a la espalda y las púas metálicas clavándose en su carne con cada movimiento, apenas pudo tocar nada. Afortunadamente, pudo leer algo importante, que era común a todos los papeles: Eran documentos de una empresa llamada Inex Industries. Debía de estar en algún antiguo edificio de oficinas… Sí, tenía que ser eso. El mero hecho de saber dónde estaba le hizo sentirse un poco mejor, a pesar de que no le sirviera de nada en realidad. Y sus captores no habían vuelto… ¿Los habrían detenido ya? ¿Estaría la policía buscándole? Algo le decía que no, que algo no encajaba. ¿Por qué él, precisamente? Si bien su carrera de abogado le había hecho ganarse algún enemigo, no creía que fuera para tanto. A menos que… No fuera por él, sino por Matt. Si los héroes mantenía una identidad secreta, era por algo, y siempre había peligro de que algún criminal la descubriera y fuera a por las personas más cercanas a él. Quizás fuera un movimiento más de la Mano, o cualquier otra organización a la que Daredevil se hubiera enfrentado antes.
Tragó saliva. Tenía que salir de ahí cuanto antes. Se acercó de nuevo al punto en el que se había despertado, por si alguien volvía, y trató de deshacerse del alambre de espino. Lo único que consiguió fue dejarse las muñecas en carne viva, y hacer el suficiente ruido para que cualquier persona que hubiera cerca lo oyera. Nadie entró, sin embargo.
”-Piensa, vamos… Piensa…”-¿Qué podía usar para salir de ahí?
Al otro lado de la puerta, alguien se encendió un cigarro, sonriendo.
”-No puede ser...”-Foggy se dio cuenta, con incredulidad, de que había un antiguo teléfono de dial sobre una de las mesas. Era imposible que funcionara… ¿No? Pero tampoco perdía nada por intentarlo, y estaba realmente asustado. Ni siquiera se le pasó por la cabeza llamar a la policía. No, aquella era una de las situaciones en las que necesitaba llamar a su amigo para que le sacara del apuro, como siempre lo había hecho desde que eran jóvenes. Sin embargo, antes de que tocara la rueda para empezar a marcar los números… Oyó algo. Su cansado corazón se saltó un latido.
”-Ya vienen.”-Pero lo que había oído no habían sido pasos, sino, más bien… Una respiración entrecortada. El sonido ya se había extinguido, pero hizo dudar a Foggy. ¿Y si no estaba solo en la habitación? Quizás no fuera el único rehén, y la otra persona no se hubiera despertado todavía. Sus instintos más básicos le gritaban que cogiera el maldito teléfono y llamara, pero una vez más, su sentido del deber para con los demás se impuso. Había oído antes esos sonidos en personas gravemente heridas, personas que necesitaban ayuda urgente. Y él era el único allí para proporcionársela. Con pasos vacilantes, recorrió toda la distancia que pudo, en busca de una figura humana, atento a cualquier ruido. Su vista, ya acostumbrada a la poca luz de la sala, dibujaba para él una realidad compuesta de siluetas, sombras y sábanas blancas sobre los muebles. Las sábanas… Al principio, ni siquiera había reparado en ella. Pero había una totalmente manchada, cubriendo una mesa . Al principio, se había obligado a pensar que era pintura o aceite.
No lo era.
Temblando, comprobó que bajo la basta tela había una figura irregular. No quería ver lo que había al otro lado. Pero, aún así, arrancó el lienzo de un tirón.
-No…-Susurró, con la mirada perdida. Ni siquiera oyó el repulsivo sonido que hizo la sábana al caer al suelo, empapada de sangre. Era Elektra. O lo que quedaba de ella. Su cara era el único lugar que no había sido mancillado, el resto de su cuerpo era apenas un despojo quemado y mutilado. Se mareó, sintiendo náuseas. Tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de mirarla, con los ojos anegados de lágrimas. Ya no le importaba que le oyeran, o que el alambre le hiciera daño. Casi corrió hasta el teléfono, y marcó el número de Matt a toda prisa. Los segundos que pasaron entre su llamada y el momento en el que Matthew la cogió se le hicieron eternos. Casi podía sentir como cada pitido de espera se le clavaba en el alma, haciéndola pedazos.
-¡Matt! ¡Por favor, tienes que ayudarme!-Hubiera querido gritar, pero se obligó a susurrar al teléfono, por miedo a llamar demasiado la atención. Habló aceleradamente, imprimiendo su propia desesperación en cada palabra.
-Me han secuestrado, no sé quiénes son, pero tienes que encontrarme. Yo estoy bien, pero… Pero…-Trató de respirar hondo, sin éxito. Le faltaba el aire.
-Tienen a Elektra, tienes que ayudarla… No creo que pueda aguantar mucho más, Matt, está malherida.-Fue entonces cuando recordó los papeles. Su ubicación. Matt podía encontrarlos, podía salvarlos a los dos.
-Creo que estamos en un edificio de oficinas abandonado, aquí hay papeles de Inex Industries… ¡Por favor, ven rápido!Lo siguiente que oyó Matthew a través del teléfono fue una puerta abriéndose, un grito… Y después, el silencio.