¿Cómo que tengo una hija? (Mar’i Grayson) [29.01.2019]

Hoy era uno de esos pocos días libres en que no tenía que ir a trabajar. Hacía menos de una semana que había tenido una lucha encarnizada con el villano Deathstroke, y el muy cabrón me había dejado tirado bajo los escombros de una de las casas de Villa Aoki, a las afueras del ‘Haven. Su propietaria, Natsuki Aoki, era la actual líder de la mafia de Blüdhaven según me dijo Oráculo días después. En conclusión: había caído en su trampa, y como un tonto, la había dejado escapar en helicóptero. Menuda señora, y eso que la tía parecía una mosquita muerta. Tras el combate, quedé tan hecho polvo que tuve que mentir a la agente Rohrbach y decirle que había tenido un accidente esquiando el fin de semana, y que por eso no podía ir a trabajar. Así pues, la comisaría del BHPD tenía que espabilarse sin mí durante los próximos días, y así yo podría aprovechar esas mini vacaciones para descansar un poco de mi ajetreada vida.

Cada vez se me hacía más cuesta arriba tener que compaginar mi vida de vigilante por las calles de Blüdhaven con mi trabajo de agente de la policía. Y más ahora teniendo en cuenta la gran actividad de crimen y corrupción que había en el mundo por culpa de la Colisión. Que si la mafia del ‘Haven tocando las narices, luego que si Batman me necesitaba noche sí y noche no en Gotham, y sino era él, era porque tenía que atender cualquier imprevisto que surgiera de los Titanes... En fin, que si había algo urgente tenía que dejar todo lo que estaba haciendo para acudir a la llamada. Y eso era un problema si en aquel instante estaba patrullando las calles como agente Grayson. Algunas veces conseguía aparecer y desaparecer de la ciudad sin que nadie se diera cuenta, pero otras veces tenía que inventarme excusas, cada una más creativa que la anterior, para que no me echaran del trabajo. Y es que a pesar de todo no quería dejarlo. Ser policía era parte de mi vida, era mi trabajo, la manera en la que me ganaba el pan de cada día. No iba a vivir siempre de la pensión de los Grayson, ni de la tapadera de niño rico de Bruce Wayne. Me sentía bien trabajando para la policía y ayudando a los habitantes del ‘Haven también de día. Era lo que realmente quería hacer, y me sentía como si estuviera cumpliendo un pequeño sueño. Como el de tener una vida normal...

Bruce me lo preguntó varias veces: “¿Porqué sigues en el BHPD? Ya has solucionado lo de Blockbuster, no hace falta que sigas en Blüdhaven.” Tenía razón, pero he de reconocer que le había pillado mucho cariño a la ciudad, a mis vecinos y a mis compañeros de trabajo. El ‘Haven se había convertido en un hogar para mi.

Pero hoy pensaba cambiar de aires. Había cogido el coche y me había propuesto volver ciudad de Gotham para a los amigos que tenía por allí, y ya de paso para saludar a Alfred. El mayordomo de los Wayne ya me dijo que “el señor Bruce” no estaría en la mansión. Se había ido a una reunión con los Vengadores en no se donde para hablar de un tal Ultrón. Tampoco es que le prestara mucha atención cuando me lo estaba contando. Y es que Bruce y yo llevábamos un tiempo sin hablarnos a raíz del accidente de Barbara con el Joker. Era casi mejor que él no estuviera, no me apetecía hablar de cosas serias…

¡BOOOM!

Pegué un frenazo en cuanto sentí el golpe en el capó de mi coche. Estaba tan absorto en mis propios pensamientos que no me había dado cuenta de lo que pasaba a mi alrededor. Alguien había cruzado la carretera de repente, había revolucionado el tráfico y me lo había llevado por delante sin tener tiempo a reaccionar. Por suerte, el coche no iba tan rápido como para haberlo atropellado.

Me bajé del vehículo a toda prisa con la angustia inundando mi pecho. Dios santo, menudo susto me había dado.¿Le habría hecho daño? ¿Y si la había matado? Entonces me fijé en que el capó había quedado abollado por el golpe. ¿Qué clase de fuerza tenía aquella mujer para..?

–¿Kori?– pregunté con un hilo de voz nada más detenerme a mirar su rostro. Tenía unos grandes ojos verdes sin pupila que resplandecían con luz propia, y una tez curtida por el sol. Aquellos eran los rasgos típicos de Tamaran, pero no había ni rastro de la melena rojo fuego. La mujer era morena, y a pesar de presentar un cuerpo esbelto, sus curvas no estaban tan marcadas como las de Starfire.– Perdona, te he confundido con alguien – dije corrigiéndome a tiempo. Si hubiera sido Koriand’r, ya se habría puesto en contacto conmigo sin tener que atropellarla estúpidamente– ¿Te encuentras bien?

Era la primera vez que salía sola por Gotham desde que llegó. Le había costado armarse de valor para hacerlo, por ridículo que pareciera, pero el hecho de estar en un mundo que no era el suyo, en una ciudad que se parecía a la suya pero no lo era, bastaba para ponerle a Mar’i los pelos de punta. Sin embargo, estaba harta de estar asustada todo el rato. Tenía que coger el toro por los cuernos y enfrentarse a sus miedos. Y el primer paso era salir en busca de alguien que pudiera ayudarla a volver a su casa. A su casa de verdad.

Daba gracias a X’hal, sin embargo, por haber encontrado a Jason. No era el mismo Jason que ella recordaba, cierto… pero al menos sabía quién era ella. La había acogido, le había dado un hogar lejos de su hogar. Menos mal que estaba él. De no haber sido por Jason, y también por Stephanie y Tim, habría estado completamente sola en aquella Gotham desconocida. Pero no podía depender eternamente de ellos. Tenía que haber alguna forma de volver a su casa, alguien que supiera por qué demonios había aparecido en un universo que no era el suyo. Por más que Jason le dijera que no podía fiarse de nadie en aquel universo, que todos eran peligrosos, ella necesitaba saber.
Las calles estaban bastante llenas, y Mar’i no sabía a dónde mirar. ¡No sabía ni por dónde empezar a buscar ayuda! Por suerte, parecía que la gente no le prestaba la más mínima atención, aunque el hecho de que se hubiera puesto gafas de sol probablemente también ayudaba. Pasar desapercibida era precisamente lo que necesitaba; al menos, así se sentía un poco más segura y podía investigar con más calma.

Acababa de girar por una de tantas calles que se parecían a las que ella recordaba, pero que en realidad no lo eran, cuando vio a alguien al otro lado de la calle. Le sonaba… le resultaba familiar. Así que ni lo pensó, y se lanzó a cruzar la carretera en busca de aquella persona, sin reparar en los coches que cruzaban. Y de pronto notó el impacto.
Cayó al suelo de bruces, y las gafas salieron volando por el golpe, pero ella no se dio ni cuenta. Tras unos segundos, Mar’i se sentó en el suelo, llevándose una mano a la cabeza. Sentía un dolor sordo, pero no demasiado fuerte. Parecía que no le había pasado nada, y, sin duda, el coche habría acabado mucho peor.

Estaba palpándose la cadera, que era donde había notado el golpe, cuando, de pronto, escuchó el nombre de su madre, y alzó la cabeza de golpe. ¿La persona que la había atropellado conocía a su madre? ¡A lo mejor había dado con alguien que podía ayudarla!
Pero, cuando vio de quién se trataba, todos sus pensamientos se borraron. Se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos, porque no podía creerse lo que veía.

-¿P-papá?

–¿P-papá?

La pregunta me descolocó bastante. La chica me estaba mirando con unos profundos ojos verdes muy abiertos, y a pesar del tono tostado de su piel juraría que se había quedado más pálida. Quizás fuera por el susto, y era normal. No todos los días te atropella un coche.

–¿Has perdido a tu padre?– pregunté, mientras me agachaba a su lado y la ayudaba a levantarse. Se había quedado medio agazapada en el suelo, y se llevó las manos a la cabeza, como si le doliera. Volví a preguntar al acercarme a ella– ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? ¿Necesitas ayuda?

De pronto me di cuenta que de que no muy lejos de la morena descansaban en el suelo unas gafas de sol partidas por la mitad. Recogí sus pedazos y me sentí terriblemente culpable cuando se los devolví.

–Te… te compraré otras, no te preocupes. –dije con el rostro lleno de arrepentimiento.

La gente empezó a salir del resto de coches al ver que se había producido un accidente en mitad del paso de peatones, y traté de relajar la tensión que se estaba acumulando por culpa del parón del tráfico. Intenté disuadir a los otros conductores y a los peatones, explicando que no había pasado nada y que volvieran a sus vidas. Empezaba a sentirme agobiado por la repentina acumulación de gente, pero tan solo faltaron dos o tres minutos para que todo el mundo volviera a la normalidad. Fue entonces cuando me volví a prestar atención a la chica de los brillantes ojos.

–¿Quieres que te lleve a algún sitio? ¿Necesitas ir al hospital?

Había intentado mentalizarse, de verdad que lo había intentado. Anda que Jason no le había repetido veces lo que podía esperarse en aquel mundo extraño. Pero no era lo mismo repetírselo a sí misma que encontrarse en aquella situación. Porque el que estaba delante de ella (el que había estado a punto de atropellarla, por el amor de X’hal) era su padre, pero, a la vez, no lo era.


Lo primero, porque era como veinte años más joven que el Dick que ella recordaba. Y vaya que si se notaba, por más que en su mundo, en su hogar, su padre se la pasara repitiendo que seguía igual que a los veinte años. ¡Ya! Si en algún momento conseguía volver a su hogar, la próxima vez que le dijera eso le iba a decir que ni en sus mejores sueños, vamos.

Y lo segundo… porque no la conocía. No sabía quién era ella. Se pensaba que estaba buscando a su padre, y Mar’i no sabía cómo decirle que es que su padre era él.  ¿Cómo le dices eso a alguien? “Hola, mira, no me conoces pero soy tu hija de otro universo, o eso creo porque tienes bastantes años menos que el padre que yo conozco y sin embargo eres él” no era lo que se dice una buena forma de explicarlo.

-Estoy bien –susurró, con un hilo de voz bastante más débil de lo que esperaba, aunque no era debido al golpe, sino al shock en el que aún estaba. Extendió las manos casi a ciegas y agarró las gafas, ya inútiles, sin saber muy bien por qué lo hacía. Para lo que le iban a servir, podía dejarlas tiradas en la calle. Pero las manos le estaban temblando y necesitaba sujetar algo. Casi temblando, negó bruscamente con la cabeza-. No. Al hospital no. Por favor.

Cuando le entregué los restos de lo que habían sido sus gafas de sol, noté el ligero temblor de sus manos. La joven parecía asustada, y sus ojos brillantes y verdes seguían mirándome con asombro, mientras me contestaba con un hilo de voz, casi inaudible.

Me sentí terriblemente culpable por su estado, y cuando me pidió por favor que no la llevara al hospital, asentí tranquilamente y le indiqué que entrara en el coche, para dejar así de bloquear el tráfico de la ciudad. Ella me siguió sin decir nada y se sentó en el lado del copiloto. Estaba acongojada, no necesitaba hablar para que me diera cuenta de ello. Eran sus gestos y los movimientos de su cuerpo lo que la delataban.  ¿Qué era lo que la hacía parecer tan triste? ¿Era por haber perdido a su padre? No quise preguntar de buenas a primeras, así que le di un poco de charla tranquilizadora…

–Me llamo Richard, pero puedes llamarme Dick – me presenté, para romper un poco el hielo– ¿Cómo te llamas?

Arranqué el coche y busqué con la mirada una buena zona donde aparcar. De pronto me acordé de Alfred, y de la visita que tenía esa mañana concertada en la mansión Wayne. Me llevé uno de los auriculares a la oreja y le di al botón de llamada de mi móvil. Casi al instante, escuché la voz del calmado mayordomo.

– Hola Alfred. Sí, iba de camino pero me ha surgido un imprevisto. Nos vemos luego, no te preocupes. Hablamos.– la conversación fue corta, no quería que mi acompañante se sintiera incómoda si la alargaba más y la dejaba a solas con sus pensamientos.

No tardé mucho en encontrar buen lugar donde aparcar cerca del centro de la ciudad. Dejamos el coche y salimos a tomar el aire. Hacía un precioso día de sol a pesar de que todavía era invierno, y las calles estaban abarrotadas de turistas que entraban y salían de los comercios más populares. Mis ojos volvieron a encontrarse con los de mi acompañante. Era inevitable verle cierto parecido a amiga Koriand’r… ¿Vendría ella también de Tamaran? ¿O eran solo invenciones mías?  

–¿Te apetece comer algo? Por esta calle hay un puesto de crepes que las hacen para chuparse los dedos…–comenté con una sonrisa, recordando la delicia del paladar – Luego podemos ir a buscarte unas gafas de sol nuevas… ¿Qué te parece?

Al principio dudó sobre si entrar en el coche con él. Las advertencias de Jason seguían demasiado claras en su mente, pero, ¿qué podía hacer? Estaba claro que… que ese hombre (se resistía a seguir pensando que era su padre, cuando estaba claro que no lo era; al fin y al cabo, para ser su padre tenía que reconocerla, y no sabía ni quién era) no iba a dejarla hasta asegurarse de que se encontraba bien, y llamar a una ambulancia significaría dar la nota, y eso era algo que definitivamente no necesitaba. Así que no dijo nada y se sentó en el asiento del copiloto, apoyando la cabeza contra el cristal. Podía ver pasar la ciudad ante sus ojos, y nunca había odiado tanto el hecho de que fuese casi idéntica al lugar de donde ella venía. Toda esa situación no hacía sino recordarle lo que había perdido.

Cuando le dijo su nombre, a duras penas reprimió un respingo, mientras se repetía a sí misma que no debía decirle nada, no, no debía decir nada. A saber lo que podría pasar.

-Mar’i –dijo ella, mirándole de reojo. A lo mejor su nombre le sonaba de algo. Antes había hablado de su madre… estaba claro que la conocía, ¿querría eso decir que estaban juntos? Pero eso era asumir demasiado. Y, al no ver reconocimiento ninguno en sus ojos, volvió a girar la cabeza para seguir mirando las calles. Estaba claro que no la conocía de nada. No serviría de nada seguirlo intentando.

El oírle preguntar si  le apetecía comer algo, sin embargo, casi la hizo reír. Típico de él, tratar a cualquier desconocido como si fuera un amigo de toda la vida. Y, antes de darse cuenta, ya había asentido. La fuerza de la costumbre, seguramente… porque su padre la había llevado allí demasiadas veces.

Empecé a estar incómodo yo también al ver que la desconocida se ausentaba continuamente mirando el paisaje de forma triste. La chica no era de grandes palabras, estuvo totalmente callada durante el trayecto, y yo me sentía como si estuviera hablando con la pared. Entonces lo pensé fríamente. Éramos dos desconocidos, y aunque yo quisiera compensarla por el accidente, quizás ella querría estar bien lejos del hombre que casi la atropella. Es normal, a nadie le gusta que le atropellen. A lo mejor piensa que soy un capullo integral, o un pervertido que quiere aprovecharse de la situación… ¡Válgame dios! Espero que no piense eso…

-Mar’i

¡Menos mal! Por lo menos tenía un nombre. No quería tener que llamarla “chica” todo el rato, era muy incómodo. No dijo nada más, pero al menos asintió con una sonrisa a lo de las crepes. Eso era buena señal. Nadie le decía que no a una buena crepe con chocolate.

– Encantado de conocerte, Mary– sonreí, y la miré a los ojos durante un instante. Aquellos grandes orbes verdes seguían inquietándome, eran demasiado parecidos a los de Korian’dr. Quizás me estaba echando un farol, pero… ¿y si la chica también era alienígena?

– Que casualidad, mi madre se llamaba Mary. Es un nombre bonito – confesé. Aquel detalle me pareció curioso, y es que al pronunciar el nombre me invadió una extraña sensación de nostalgia.

Llegamos pronto al puesto de crepes que había en la esquina. El dependiente nos miró sorprendido, y se detuvo en especial a mirar el físico despampanante de mi acompañante. Tragó saliva, y finalmente preguntó qué queríamos tomar.

–Dos crepes para llevar. La mía de chocolate negro y con helado de vainilla. – me giré para mirar a Mary con una sonrisa– Pide lo que quieras.

Una vez tuvimos el delicioso dulce entre las manos. Le señalé la tienda de Souvenirs que teníamos al lado, concretamente a la repisa donde descansaban cientos de gafas de sol. Cuando la joven se acercó a mirar los modelos, decidí arriesgarme y preguntar…

– Es una lástima que tengas que ocultar tus ojos tras unas gafas de sol. Tenía una amiga alienígena que hacía lo mismo… ¿Por casualidad no serás también de Tamaran?

Al oír la forma en que pronunciaba su nombre, estuvo a punto de negar con la cabeza, de decirle que no se  decía así. Pero tampoco sabía cómo explicárselo. Al fin y al cabo, su nombre sí que era Mary… solo que pronunciado a la manera de Tamaran.

-A mí me lo pusieron por mi abuela –masculló, y al instante apartó la mirada al notar esa familiar sensación de las lágrimas queriendo inundar sus ojos. No podía permitirse llorar, no en ese momento, y en un intento de evitarlo (que dio resultado muy a duras penas) siguió repitiéndose a sí misma que ése no era su padre, que debía tratarle como si fuera un desconocido porque al fin y al cabo lo era.

Al detenerse frente al puesto de crepes, Mar’i ni siquiera se molestó en mirar al dependiente, que no apartaba los ojos de ella. Estaba demasiado acostumbrada, aunque eso no significaba que le gustase. La verdad es que le daba repelús. Pero si su plan era pasar todo lo inadvertida que pudiera, no podía montarle un pollo al tipo, por más que se lo mereciera.

-Chocolate con leche y plátano –pidió ella, cogiéndola con cuidado de que no se le cayera nada cuando se la dieron y dando un buen bocado. Cuando Dick le indicó la tienda de souvenirs, Mar’i se acercó a ella y se dedicó a mirar las gafas, intentando encontrar algunas que le gustaran. Al final, se decantó por unas gafas redondeadas, bastante grandes. Pero al oír mencionar el planeta de su madre, casi se le cayeron al suelo, y se giró hacia él.

-Yo no… mi madre lo es –dijo, asintiendo suavemente-. Pero lleva muchos años en la Tierra. Quién… ¿quién es tu amiga?

Cuando mencionó a su abuela, noté un ligero temblor en sus labios. Fue tan sólo un instante, pero me di cuenta de que hablar de su familia era algo que la incomodaba. Me mordí el labio al ver que había metido la pata. Genial, Grayson, encima eres más sutil que una piedra; “que ojos más bonitos tienes”, “que si tengo una amiga alienígena”, “que si eres de Tamarant”...También se me podría atribuir en aquel momento la delicadeza de una bola de pinchos.

Podría ser cualquier otra cosa. La chica podría tener también una deformación en los ojos, o yo qué sé qué, da igual, el caso es meter las narices dónde no te llaman. Pero es que no podía evitarlo, sentía una terrible curiosidad por esa chica que tanto se parecía a Kory. Además, llevaba rato dándole vueltas a algo…¿Cómo es que me sentía tan cómodo a su lado cuando ni siquiera la conocía? Eso solo me había pasado una vez, y fue con Stephanie Brown. Pero al menos a la rubita ya la tenía de vista y habíamos cruzado cuatro palabras. Tim también me había pedido consejo sobre sus temas de embarazos. Estos jóvenes de hoy en día…

-Yo no… mi madre lo es. Pero lleva muchos años en la Tierra. Quién… ¿quién es tu amiga?

Y no se como, pero sonó la flauta. Al parecer la madre de Mary era de Tamaran, y era curioso porque la chica podría haber dicho “sus padres”, pero no, dijo su madre. Por lo que deduzco que su padre tiene que ser de otro planeta, y de ahí vendría el hecho de que ella estuviera, justamente, paseando por Gotham.

- Mi amiga se llama Korian’dr- le respondí con una sonrisa llena de nostalgia, mientras miraba el resto de modelos de gafas de sol. Estaba buscando una montura en especial.- ¿La conoces?

Dispuesto a hacer reír un poco a la chica, me puse unas gafas de sol que tenían forma de corazón. Entonces me miré en el espejo e hice una mueca ridícula con la boca mientras me miraba. Como perder tu dignidad en tres, dos, uno...

Vale, la edad no sería la misma, pero el sentido del ridículo de su padre no había cambiado absolutamente nada, ni, al parecer, sus ganas de hacerle pasar vergüenza ajena haciendo el ridículo en la calle. Mar’i estuvo a punto de echarse a reír, pero, al escuchar el nombre de su madre, se le pasaron las ganas de golpe.

-La conozco –se limitó a decir, apartando la mirada y dedicándose a devorar en dos bocados la crepe que había comprado. Pensaba que ya nada le podía doler más aquella situación, pero se equivocaba: definitivamente podía ser mucho peor. Parte de ella quería soltarle directamente lo que pasaba, que ella era su hija, suya y de la mujer que acababa de mencionar. Pero podían pasar dos cosas: que se horrorizase o que se riese de ella en su cara. Y no podría soportar ninguna de las dos. Así que lo único que podía hacer era irse de allí e intentar olvidar que todo eso había pasado.

-Creo que es mejor que me vaya, ya te he molestado bastante –dijo, tirando el papel a un cubo de basura y girándose para mirarle-. Lamento lo de tu coche, está bastante abollado. Te lo pagaría, pero… ahora mismo no puedo –ni en ese momento, ni probablemente nunca, porque no es como si tuviera dinero-. Lo siento.

Me sentí aliviado al verla sonreír por primera vez. Había conseguido mi objetivo haciendo el ridículo con aquellas gafas en forma de corazón. Pero tan pronto se iluminó su rostro, su sonrisa desapareció en un suspiro, como cuando apagas una vela de un solo soplido. ¿Qué le pasaba? ¿Porqué Mar’i se veía tan triste?

La joven le dio un mordisco a su Crepe mientras la conversación giraba en torno a Koriand’r. La chica de Tamarant me desvió la mirada y supe en ese momento que no había sido una buena idea preguntarle por Starfire. Quizás la estaba buscando, o quizás fuera enemiga suya y no quería ni verla. ¿Qué podía decirle? Ni siquiera yo sabía nada de Kory. Había desaparecido con el resto de los miembros de la Young Justice el día de la Colisión. Sentí por un instante el deber de decírselo, de explicarle que Kory había desaparecido... pero pensé que lo mejor era callarme el secreto. No sabía lo que le había ocurrido a Starfire, pero quizás siguiera viva en alguna parte... Me gustaba pensar en eso, en que quizás algún día Donna y los demás regresarían a mi lado.

Todavía no conocía los motivos por los cuales Mar’i se encontraba en Gotham, pero ya me había metido demasiado en sus asuntos, y no quería preocuparla más. Me hubiera gustado volver a verla sonreír. La sonrisa de antes me había parecido preciosa y sincera.

— No me has molestado...— confesé, mirando sus profundos ojos verdes. — Siento lo del atropello, y no te preocupes por la abolladura, no tendré problemas para arreglarlo...— o mejor dicho, pasarlo a la cuenta de Wayne Enterprises. Después de todo, Bruce seguía ofreciéndose a mantener mi equipo de Nightwing operativo a pesar de que no me gustaba depender siempre de su dinero.

—Toma— le dije, mientras sacaba del interior de mi chaqueta un boli y una libreta pequeña. Arranqué un trozo de papel y le escribí el nombre de Richard Grayson y un número de móvil.— Por si te apetece charlar o necesitas cualquier cosa. Y si un día te encuentras en problemas… no dudes en llamarme, ¿vale?. Gotham es una ciudad difícil y que has de llevar mucho cuidado cuando vives aquí. Y sobretodo... acuérdate de cruzar los semáforos en verde... — esbocé una pequeña sonrisa burlona, y me despedí alzando la mano.—Cuidate — dije después de separarme de ella, y retomar el camino al coche. Esperaba de todo corazón que aquella chica de Tamarant encontrara lo que anduviera buscando.

Lo del número de teléfono la pilló un poco por sorpresa. Al fin y al cabo, en esa realidad (donde quiera que fuese aquello) ella no dejaba de ser una extraña para él.

—Espero que no le des tu número a todo aquel al que atropellas… y mucho menos a todo aquel que te destroza el coche—dijo, logrando esbozar una sonrisa mientras se guardaba el papel en el bolsillo trasero de los vaqueros. No había podido evitar hacer ese comentario; aunque fuese diferente, actuaba exactamente igual que el padre que ella recordaba. Estaba segura de que si él hubiese atropellado a alguien también se habría ofrecido a ayudar a esa persona, incluso cuando la culpa no hubiese sido suya. Él era así —. No creo que sea algo muy seguro en Gotham.

Esperaba que aquella Gotham fuera distinta que aquella de la que ella venía, pero… algo le decía que no iba a ser así. Al menos por lo que veía; la sensación de las calles que la rodeaban era exactamente la misma. Las diferencias, probablemente, iban a ser mínimas, pero lo bastante grandes como para hacer de esa ciudad una más oscura aún que la suya. Por ejemplo… estaba el hecho de que ni siquiera sabía dónde se iba a quedar.

Rebuscó en los bolsillos; tenía veinte dólares, cincuenta centavos y… ¿un recibo de la cafetería de la esquina? No lo tenía muy claro, pues la tinta estaba emborronada; a saber el tiempo que llevaba aquello en sus vaqueros. Se sintió tentada de pararle y preguntarle si sabía de algún sitio donde pasar la noche, pero en el último momento se arrepintió. Ya se las apañaría… esperaba. Aunque tenía la sensación de que aquello iba a ser aún más duro de lo que se imaginaba.