Un café para la 5 [Kara Zor-El/Karen Starr]

¿Estaba bien? Estaba bien.
¿Segura?

Para estar segura del todo abrió un poco su ojo derecho, aun un poco asustada de lo que podría ver si abría los dos ojos de golpe: mejor poquito a poco, primero uno un poco, luego del todo, y luego el otro. Y lo que vio es que no estaba bien ni de coña, vamos. El espejo del servicio de la cafetería que tenía delante la devolvió la mirada de una extraña que tenía que esconder el pelo de color oro que a su madre tanto le gustaba bajo una peluca de color castaño, enterraba sus ojos bajo las lentes de unas gafas de pasta y vestía de una manera rarisima y recargada, con una chaqueta vaquera de color verde oliva algo gastada con el dibujo de tres delfines saltando sobre las aguas de un mar tranquilo a la espalda sobre una camiseta de Lordi. No le disgustaba la chaqueta, de hecho, le gustaba tanto el dibujo de los delfines que tan pronto como los había visto en su chaqueta había corrido - (volado) se corrigió - a ver unos reales. Tampoco le disgustaba Lordi. Ni el grupo, ni su música ni su camiseta: le parecía que la manera en la que se disfrazaban era divertidisima y, si de ella hubiese dependido, en lugar de disfrazarse de una chica-anuncio del nuevo Pirulo, se habría disfrazado de monstrua, como ellos.

Ni siquiera le molestaban los pantalones vaqueros rasgados, aunque no entendía la razón por la que los humanos compraban ropa rota. Simplemente, se sentía rara llevando tantas cosas. Se sentía como si llevase puesto un vestido hecho con recortes de fotografiás; echaba en falta sus ropas de Kryptoniana: sencillas, blancas, limpias y con el escudo de El. Echaba en falta demasiadas cosas. En la quietud del solitario baño, Kara se inclinó hacia delante sosteniéndose sobre el lavabo, apoyó su frente contra el espejo respirando profundamente, intentando calmarse un poco: y en lugar de calmarse lo único que consiguió fue hacer añicos el espejo del baño cuando sus pulmones aspiraron todo el aire del baño haciendo vacío.


Ni calmarse podía. Se separó un paso y miró el espejo que había roto no ya estando furiosa, si no estando... triste. Le dio pena el espejo: estaba tan feliz reflejando a la gente hasta que se encontró con una alienígena supertorpe con la cabeza llena de tonterías que lo rompió sin querer; lo mas triste es que le habría ido hasta mejor con una alienígena de los otros, de los que tenían una cabecita dentro de la boca y ponían huevos en los intestinos de la gente. Y hablando de alienígenas, ella tenía que atender sus propios encuentros en la tercera fase.

Se arregló el pelo (la peluca), consultó su teléfono para mirar la hora y dejó de esconder su presencia a otros sentidos Kryptonianos. Su respiración, su pulso, el abrumador latir de su corazón volvieron a recuperar su ritmo habitual, tan comparables a un humano como un petardo a una bomba atómica. Y por fin, abrió la puerta. Enfrentó a la rubia, a la otra Kryptoniana con una mirada iracunda y furibunda casi al instante, habiéndola sentido desde hacía bastante, reconociéndola como una enemiga. No era su madre, ni su tutora de la universidad, ni su casera: era una rara que venía a decirla ¡Blablablabalablñaestámuymalquevuelesaprestarayudahaciendoalgoquedeberiahaberhechotrapersona! O alguna otra tontería así, y se se pensaba que la iba a achantar porque era dos veces mas grande que ella (o veintinueve veces mas grande que ella, según como se midiese) entonces ¡uhy, uhy, uhy que equivocadisima estaba!

Claire Connors miró a Karen a los ojos con una mirada que podría decir "te voy a escoñar. Si, has oído bien. Pienso palabras que jamas pronunciaria" apretó los puños con la fuerza suficiente como para reducir a átomos civilizaciones enteras si hubiesen estando en sus manos (aunque a saber que puñetas harían ahí en lugar de estar en sus continentes, como civilizaciones decentes) y comenzó a caminar hacia Karen, tan tranquila, paciente, comprensiva y cariñosa como un desastre natural con gafas y peluca... y su primera victima fue una camarera a la que no vio y con la que se pegó de morros. ¡Plof! y los dos al suelo. Y un minuto entero lleno de:

"¡Ay, lo siento, lo siento, lo siento!"
"No se preocupe señorita, ha sido mi culpa."
"¿Tu culpa? ¡Ni de c@ñ#! Espera, te cojo esto..."
"De veras, no es necesario señorita, déjeme quitarle esta mancha..."
"¡No no no, vamos a recoger primero esta ensalad. . .madre mía ¿hasta donde ha salpicado la lechuga?"
"¿¡Clara, pero que ha pasado!?"
"¡No se preocupe, ha sido culpa mía, de veras!"

Y de toda la cafetería mirando a la chica y a la camarera por el suelo pidiéndose perdón mutuamente mientras lo recogían todo. Primero, con perplejidad, y después entre carcajadas. Damas y caballeros: Supergirl, la chica de acero.