Poco silencio quedaba en
la ciudad de
La Meca. Millones de pasos se escuchaban serenos sobre el terreno arenoso, en silencia procesión hacia
la Kaaba, “casa de Dios”. Ese enorme cuadrado negro que permanecía cerrado y sobreprotegido hacia incluso sus propios creyentes.
La primera mezquita conocida en
la tierra. Cuentan las madres bajo su velo de prohibición que cuando Mahoma vivía en
La Meca, consideraba
la Kaaba su primera y principal mezquita y celebraba allí sus oraciones junto con sus seguidores. Aun en tiempos de mayor tolerancia, cuando los árabes paganos celebraban sus rituales en ese templo, Mahoma conservaba su valor. Un pequeño y diminuto cubículo en comparación a
la cantidad de terreno ocupada por fieles. No había suelo sin pisar ni aire suficiente para todos los musulmanes que se encontraban en
la ciudad aquel día, caminando con lentitud para realizar
la llamada
lapidación de Satanás.
Todo fiel presente conocía esa tradición. Una mera peregrinación simbólica que consistía en que cada individuo lanzaba tres piedras contra una amplia pared. Esas piedras, recogidas con tanto esmero en
la fase anterior de
la pregerminación, simbolizaban el demonio. Y es que sólo los humanos cometen tanto esfuerzo para luego arrojarlo contra una pared hueca.
Miles, millones de creyentes se desplazaban hacia
la ciudad para cumplir su camino sólo porque corría en su historia que Ibrahim vió al
diablo tres veces en aquel lugar. Gabriel, adorado arcángel le aconsejó lapidar tres veces
la aparición
del demonio y así cumplió con él. Así cumplían entonces, serenos y pacientes, el culto de ese peregrinaje. Una vez se les permitió comenzar con el ritual, el ruido que inundaba
la ciudad se transformó. Abandonó los llantos y risas de los niños, los murmullos de los hombres hablando entre ellos y los pasos para que fuese el más absoluto silencio que se vería inundado, como por una marea que empieza a sentir oleaje, por el chasquido de las piedras chocando contra
la pared. Las autoridades Saudíes mantenían una distancia prudencial formando una barrera de tres hombres para que el rebote de las piedras no diese a los cultistas.
Poco a poco y aparentemente en caos, los ciudadanos se retiraban al terminar esa fase dando pasos a los miles que aún aguardaban su momento. Las autoridades habían reforzado
la seguridad después de que en 2015 una estampida humana provocase
la muerte de más de setecientas personas.
-
Pero no pueden protegerse de todo… No para siempre- Reflexiona antes de actuar, dentro de
la pared mientras contemplaba a través de ella cómo cientos de manos se alzaban volcando sobre él las tres piedras por turnos. Las arrojaban, se daban media vuelta y suspiraban tranquilos. Ya estaban en paz. Él sonríe ladino, clavando
la mirada en cada rostro. Las pupilas de las mujeres, las barbas de los hombres… Y chasqueó los dedos para sí, fue entonces cuando se le ocurrió algo.
...
En una visión,
del mismo modo en que lo había hecho Satanás miles de años atrás, se apareció una primera vez… sólo para los niños. Agachó el rostro hacia
la parte baja
del muro. Los ojos quedarían frente a cada niño que estuviese contemplando el muro en ese instante. Conformando un espectro de aura roja y brillante asomó su rostro afilado de dientes en colmillos. Los niños se paralizaron los primeros segundos, pero a medida que empezó a sonreír las lágrimas brotaron en compañía de los gritos. Manos diminutas se aferraban a los burkas de sus madres, cubriéndose detrás de sus piernas. Los mensajes de auxilio vinieron de parte de los críos hablando de un demonio rojo que estaba ahí delante. Pero los niño tienen mucha imaginación…
Una segunda aparición tuvo lugar, esta vez sólo para las mujeres. El rostro se les hizo visible cuando ya estaba más arriba en el muro, moviéndose sin un cuerpo compacto y táctil. Las mujeres abrieron los ojos horrorizadas y nadie pudo contemplar el horrible gesto de pavor que proyectaron sus rostros bajo esas telas. Gritos agudos de madres que abrazaban a sus hijos eran
la melodía que acompañaba a una nueva estampida que se empezaba a generar en el estrecho pasillo.
La tercera aparición
del diablo resurgió para los hombres, pero el demonio se impacienta y sale, de cuerpo completo aún con ese aspecto de humo vacuo mientras tres potentes garras atraviesan una a cada guardia, haciendo que su cuerpo se desplome como sacos de arena. Levita pero camina en el aire con lentitud, seguro de sus pasos mientras los hombres corren por encima de otros hombres. Aquellos privilegiados y más fuertes tenían
la suerte de poder correr sobre los cuerpos de las mujeres y los cráneos de los niños. -
No hay que caminar rápido, sólo llevar el ritmo justo...- Como si de
la nox griega se tratase,
la muerte llegaba con un manto de últimos alientos y allí donde caminaba el demonio ya no restaba un alma atada al plano terrenal. Era un barrido de vida que se convirtió en pánico para cada ser presente. A mitad
del pasillo ya se había formado tal acumulación de cuerpos que ni siquiera los vivos podían salir. El demonio, ya aburrido se encogió de hombros con una sonrisa y desapareció de allí para aparecer dentro de
la Kaaba. Desierta, silenciosa… Pura.
Dentro de
la Mezquita, Mephisto sonreía mientras cerraba los ojos y visualizaba una realidad de
la que él era culpable. En todas las mezquitas
del mundo, en esa pared de cada una de esas construcciones que debía estar orientada hacia
La Meca, empezaron a brotar espesos litros de sangre que caían con lentitud desde los inicios
del muro hasta encharcar el suelo. Todas las mezquitas sintieron el pavor y
la inseguridad mientras sus habitantes miraban caer
la sangre de las víctimas de compañeros de credo que habían huído en un acto egoísta.
La sangre de los niños y las mujeres aplastadas resbalaba ahora por todo el mundo, dejando incrédulos y temerosos a todos los que se encontraban rezando a un dios que ya no estaba entre ellos.
Entonces, ese cubículo permanentemente en encierro, se abrió desde dentro, para mostrar a
la ciudad
la figura roja
del demonio que sonreía feliz ante su nueva adquisición. Y no fue hasta que el demonio chasqueó los dedos que
La Meca fue suya, mientras todo humano se arrodillaba ante él.
- OCC:
Autor Gwen.