Troublemaker (Libre) 2 de Enero 2019

Movía la cabeza al son de la música, a veces dejando que la parte superior de mi cuerpo se moviera acorde, bailoteando en el taburete giratorio del bar, disfrutando del simple hecho de estar ahí sin importarme tres pepinos quien me estuviera viendo. Alcé la mano intentando llamar la atención del camarero y cuando vi que el chico se percataba de mí, señalé mi propia copa, y en pocos minutos ya estaba bebiéndome la tercera ronda. Como para no celebrar un golpe tan bueno como el que había ejecutado esa misma tarde, golpe que me iba a permitir vivir varias semanas sin necesitar trabajo alguno. Tomé un sorbo de Long Island Iced Tea que me acababa de servir y el agradable escalofrío que me indicaba que la bebida empezaba a surtir efecto, quizá para rozar peligrosamente el límite de cuánto podía tolerar.

— Por un día que vaya contenta, no hago daño a nadie, ¿verdad? — comenté, sin realmente esperar una respuesta.

— Por supuesto, Brooks — respondió el camarero. Alcé la mirada, lentamente, posando mis ojos esmeralda en el joven, y dedicándole mi más encantadora sonrisa.

— Gracias Josh. — Bebí otro sorbo, y se relamió los labios.

— Hoy estás especialmente… animada. Nunca pides tanto.

— Hoy ha sido un gran día, encanto.

Vi a Josh sonreír, y dejé de prestarle atención. La canción cambió y me sentí tentada a levantarme y ponerme a bailar. Seguí moviendo mi torso al son de la música, sonriendo tontamente mientras disfrutaba del buen ambiente y la buena bebida, cuando noté como alguien me palpaba el hombro. Hice girar el taburete, para encarar a la persona que me había interrumpido.
Un hombretón, moreno, cabello corto, barba, ojos oscuros… Se le veía corpulento…

— Oye pelirroja, ¿Porqué no te vienes a sentar con nosotros y te hacemos compañía? Así no tendrás porque bailar sola.

Me incliné levemente a un lado para ver la mesa que el grandullón me señalaba con el pulgar y vi otros dos hombres con él, otro moreno y uno rubio. El moreno era bastante mono pero…

— Nope. Creo que paso.

...y perdí el interés en él, volviendo a mi bebida y haciendo girar el asiento del taburete para darle la espalda. Antes de poder dar el primer sorbo sentí su pesado brazo pasando por mis hombros y no hice esfuerzo alguno por ocultar el desagrado que sentí ante su proximidad.

— No seas tan seca, se te ve que te va la marcha. Y queremos dártela, ¿qué hay de malo en eso?

— Querido, — le sonreí, intentando que la sonrisa fuera tan irónica como me sentía yo en ese momento. — no estoy por y para nadie. Tan sólo quiero beberme mi bebida con calma, fumarme un cigarro e irme a casa. Otra noche, si estoy por aquí, tal vez me apunto, pero hoy no. ¿Así que porqué no te vas a darles marcha a tus amigos? Seguro que ya te echan en falta.

Tal vez el tío iba a decir algo más, pero vi como Josh le miraba fijamente, con los brazos cruzados des del otro lado de la barra, desistió, alzando ambas manos en señal de indefensión y se retiró de la barra y casi me lamenté de haberle robado. Casi. Pero consciente de que no había modo alguno de disculparme y devolverle el paquete sin crear una situación extremadamente violenta, simplemente seguí bebiendo en silencio y a mi rollo.

Cuando hube finiquitado la tercera copa, me calcé la chaqueta de cuero y dejé un par de billetes sobre la mesa, saliendo del local sin esperar a que Josh me devolviera el cambio y guiñandole un ojo antes de cruzar el umbral de la puerta. Lloviznaba, y suspiré mientras alzaba el rostro al cielo, sintiendo las frescas gotas de lluvia contra la acalorada piel de mis mejillas. Me encantaba andar con esa leve sensación de ligereza que te daba el alcohol, cuando oscilaba en la frontera que separaba la serenidad de la embriaguez. Tras abotonar la chaqueta hasta el cuello, consciente de que, aunque ahora no me molestara la frescor, más tarde probablemente lo lamentara, metí las manos en los bolsillos y comencé a caminar en dirección a mi ático. Las botas marrones estaban casi tanto o más desgastadas que mis vaqueros, y me planteé seriamente usar el dinero que ganara por la última venta en renovar mi armario.

Mis dedos se cerraron alrededor de un pequeño paquete de cartón y retiré la mano del bolsillo para comprobar el contenido. Un paquete de tabaco. Sonreí, recordando al hombre que se me había acercado en la barra. Me costaba quitarme la mala costumbre de vaciar los bolsillos a quienes se me acercaran demasiado, así que en lugar de lamentarme, tomé uno de los cigarrillos, un mechero que había dentro del propio paquete y lo prendí. Volví a guardar el paquete y apenas si había podido tomar un par de caladas, que sentí una mano cerrarse firme sobre mi hombro y me empujó contra la pared, bruscamente. Mi espalda golpeó contra el muro, y mordí el filtro del cigarro para no se me cayera y desperdiciarlo, y busqué con la mirada a quien me había arrinconado contra una pared.
El moreno del bar sujetaba mi hombro con firmeza, y miraba la mano que acababa de guardar algo en los bolsillos de mi chaqueta, quitándome su contenido de un tirón. Giré los ojos en blanco, consciente de que de algún modo me habían pillado y de que el embotamiento del alcohol me había dejado falta de los reflejos que normalmente gozaba. Al menos uno de los morenos se había ido, y sólo eran dos pero aún así…

El hombre empezó a gritar, y cerré los ojos intentando no escucharle. Empezaba a dolerme la cabeza, y empezaba a agriarse mi noche perfecta, y eso no me gustaba. Sentí una mano que agarraba con fuerza mi mandíbula y me obligaba a mirar hacia arriba, y así lo hice, aunque no pude evitar mirarle con la más pura indiferencia y aburrimiento. No porque realmente me creyera sobrada como para poder contra ambos a la vez, sino porque soy terriblemente orgullosa y a mí nadie me ve flaquear.

— ¿Me estás escuchando, pedazo de puta?

Eh… No, realmente no. Pero no iba a decirle eso, ¿verdad? El verdadero problema era mi poder. Nada me hubiera impedido usarlo, salir de ahí, reírme en su puta cara y desaparecer. Pero me había propuesto separarme de Shade, para hacer más difícil rastrearla, y hacer mi vida algo más fácil y segura. El tío había dicho algo más, estaba convencida pero, ver que no me estaba enterando de nada debió molestarle.

Entre arriesgar a Shade y recibir una hostia… Me lo planteé. Verdaderamente me lo planteé. Hubiera sido muy fácil, usar mi poder y salir de su agarre, huir... "Sentí" a Ruby dentro de mí. De algún modo sentí su incomodidad y fue el leve empujón que necesitaba para terminar de decidirme. Intenté darle una patada y por lo poco que soltó el agarre en mí, dejé caer el cigarro y le mordí la mano con tal fuerza que empecé a sentir el metálico sabor y ese extraño aroma que empezaba a producirme nauseas. Él gritó, intentó apartarse de mí, y le solté antes de que pudiera intentar golpearme la sien con su puño. Aproveche esa pequeña distancia entre nosotros para volver a golpearle, esta vez un rodillazo directo a su entrepierna. Un nuevo alarido y esta vez fue su compañero quien intentó agarrarme, y traté de apartar sus manos golpeándole en la muñeca y una vez más intenté patearles. Me impulsé, girando sobre mi propio cuerpo para darles con la inercia del movimiento... Lo que, estando bajo los efectos del alcohol fue una pésima idea y me dejó desorientada, mareada y tambaleándome tras haber empezado una pelea. Por supuesto, esta patada tan sólo golpeó el aire y sentí el muro en mi espalda una vez más y agradecí tener algo que me sostuviera mientras el mundo daba vueltas y vi cómo el moreno volvía a la carga, esta vez con el puño alzado y no pude si no cerrar los ojos con fuerza mientras esperaba que me alcanzara el golpe, convencida de que esa noche despertaría sola en algún callejón... Otra vez.

No terminé de comprender lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Un minuto antes iba a ser agredida y probablemente apalizada, y al siguiente... Los dos tíos están desplomados y tengo delante a una niñ-... Una chica... Empecé a parpadear y entrecerrar los ojos para mirarla, primero convencida de que estaba tan borracha que no la veía bien. Su piel era casi verde, su pelo blanco, tenía los ojos... ¿Tenía ojos? Eran completamente blancas y parecía que no podía ver con ellos, pero definitivamente me estaba mirando. Sus ojos estaban fijos en mí. Y sonreía, vaya si sonreía.

— Si, gracias, estoy bien. ¿Quién eres?

Miré a mi alrededor. ¿Dé donde había salido la cría? No estabamos precisamente en una buena zona para menores de edad, y encima... Una menor se había metido en una pelea por defenderme. Una niña, de hecho no sabia si era menor de edad o no, pero desde luego más joven que yo, se había metido en una pelea por defenderme. Sentí bullir en mi pecho parte de desconfianza y parte de rabia, porque alguien como ella tuviera que sacarme las castañas del fuego, cuando soy perfectamente capaz de cuidarme sola. Y algo me hacía mantenerme alerta. Su aspecto era raro, por todo lo que sabía podría incluso ser un alien, uno de esos extraños seres venidos de otro mundo a raíz de la colisión.

— ¿Vas a pedirme algo a cambio de salvarte? Porque te aviso que no tengo un pavo. Precisamente me iban a pegar por robarles. — señalé a los dos hombres con un pulgar, sin dejar de intentar centrarme en aquella muchacha, por bien que la cabeza se sentía ligera y todavía me daba algo de vueltas. — Podría darte un piti. No parece que fumes. ¿Fumas? — Luego tuve una idea. Me agaché junto a los cuerpos y registré en busca de una cartera y cuando las encontré, se las ofrecí a la niña. — Toma, tu premio. Cómprate algo bonito.

La chica no era tímida, más bien parlanchina. Y eso podría ser considerado un problema, teniendo en cuenta el lenguaje que utilizaba. Pero no para mí. Me había criado a barrios bajos, y hasta el día en que encontré a Brooks, mi modo de hablar no distaba mucho del de la curiosa muchacha que ahora se encontraba delante de mí. Me encendí el cigarrillo y tomé la cartera de aquél capullo, vaciando todo el dinero de su interior para luego tirarla sobre el cuerpo.

— Una chica tiene que comer, — susurré por toda explicación, como si eso lo justificara. No lo hacía, pero me daba igual. Le sonreí y me guardé el dinero en el bolsillo interno de la chaqueta de cuero. — Ah, sí, soy pelirroja. Pero fuego en el cuerpo… no. — Recordé a Johnny… y deseché rápidamente el recuerdo. — Tienes razón. Normalmente les hubiera dado más guerra, pero estoy... Ligeramente indispuesta.

En realidad, ligeramente indispuesta era un ligero y feliz malentendido para lo que realmente sentía. Pero dudaba que hiciera falta explicarle a ella la sutil diferencia entre estar indispuesta y graciosamente borracha, así que simplemente me reí, y seguía riéndome cuando me dijo lo de los hombres de azul. ¡Bendita cría! Ni pajolera idea en cuanto a de dónde había salido.

— Vale, vale, vale, no polis. Así que no quieres recompensa, ni nada a cambio. — Apremié a la muchacha para alejarnos del lugar, caminando a paso ligero. Además... Para que mentirnos, a mi nunca me conviene verme con la pasma. Ya no es que no me gusten, es que puedo terminar metida en serios problemas. El cabello se me empezaba a pegar en el rostro y no es la mejor sensación del mundo. — Vale, déjame ver si lo he entendido. No quieres volver a casa, y quieres que te lleve de fiesta conmigo… Primero voy a necesitar saber si bebes. Luego si fumas. Si te gusta la música, por ejemplo. ¿Qué edad se supone que tienes? Quiero decir, no es que me importe especialmente pero dudo que vayas documentada y hay locales donde no nos dejarían entrar… ¿sabes?

Escuché sirenas a lo lejos y le hice una seña con la cabeza para escondernos ligeramente dentro de un callejón. Tampoco tenía intención de adentrarme demasiado, sólo lo justo para no estar a la vista cuando los coches patrulla pasaron a nuestro lado. Esperamos un instante, y escuché el sonido de las ruedas sobre el asfalto húmedo, el salpicar del agua, las sirenas y finalmente, silencio, y la lluvia volvía a repicar en los tejados y las ventanas. Qué poco me gusta Nueva York cuando llueve... Y a la vez, me encanta.

— Vale, veo que tengo mucho que enseñarte. Los locales son… Recintos. Lugares con techo y paredes donde suena música por unos altavoces… Aparatos que hacen sonar ruidos de tambores y otros instrumentos. Y se puede pillar alcohol, aunque sin dinero… Supongo que puedo invitarte, para dar las gracias por hoy. Y yo tampoco sé qué edad tengo exactamente, supongo que es algo que tenemos en común. — Seguí caminando un buen rato, con la mente entre las musarañas, pensando a dónde podía llevarle. Desde luego, ningún lugar con clase, algún garito donde pasarlo bien sin meterse en demasiadas peleas… — Oh, perdóname. Se me va la cabeza. Soy Brooks. Garnet Brooks. Y creo que ya sé a dónde puedo llevarte…


Había un local cerca de uno de los parques de Nueva York, lo suficiente alejado del centro para que los vecinos no se quejaran en exceso del ruido, y con un patio interior en el que te podías sentar en bancos mientras bebías. No era el tipo de local tan ruidoso que no te dejaba conversar, aunque la higiene no fuera lo más trabajado del mismo. Tal vez, el lugar más adecuado para alguien más acostumbrado a botellones que a discotecas, a juzgar por la descripción de la joven de piel verde.


— Y, oye, ¿nunca te ha dicho nada la gente por tener la piel verde? Igual podría ayudarte a maquillarte para evitar malas miradas, si te molestan.


Llegamos al local. Era bastante oscuro, iluminado tenuemente por varias luces en el techo, pero la madera oscura que conformaban las paredes, techo y barra no ayudaban a iluminar el ambiente. Aquí y allá había desperdigadas mesas, ahora repletas de grupos que charlaban animadamente. Dirigí a Zoey directamente a la barra. Le hice cuatro preguntas sobre qué tipo de bebidas le gustaban, dulces, amargas, afrutadas… Y en base a sus respuestas intenté decidir la bebida por ella, recordando que había dicho que no conocía las bebidas de aquí. Y cuando nos hubieron servido, intenté guiarla al patio interior, en cuyo centro había una pequeña fuente y un árbol, y alrededor de las cuatro paredes que formaban el pequeño espacio, había bancos y taburetes.

Las reacciones tan genuinas de mi nueva compañera me llenaban de sorpresa, diversión y curiosidad al mismo tiempo. No tenía ni idea de dónde podía encontrarse Ueco. De hecho, dudaba si quiera de que se tratara de un condado de Nueva York. Pero de todos modos no estaba por la labor de preguntarle. No soy alguien a quien interese especialmente las charlas sobre el hogar. Pero sí había despertado mi curiosidad por su persona. Pensaba que alguien con un aspecto como el de ella mataría por parecer más... humana. ¿No es eso lo que hacen las personas? ¿Intentar encajar? ¿Buscar aceptación? Incluso aquellas que intentaban aparentar que nada les importa, en el fondo pueden ser así en reacción al rechazo social. Pensaba que todos en un momento u otro de nuestras vidas buscabamos que alguien nos mirara a la cara y nos diera alguna seña de aceptación, algo que nos indique que no está mal que vivamos, que estemos ahí.

O yo me equivocaba, o tal vez esa chica era algo más que una muchacha de orejas picudas, piel verde y ojos aparentemente ciegos.

— ¡Me alegra haber acertado con el local! — sonreí, contemplando como la muchacha se colocaba en un árbol de dos ágiles saltos. Probablemente los dueños del local podían llamarle la atención por hacerlo, pero lejos de llamarla para que bajara, me acerqué al tronco y coloqué en él manos y pies, buscando una base sólida sobre la que pisar. Dos minutos y tres sonrisas más tarde, estaba sentada a su lado, refugiadas entre hojas de las miradas indiscretas.

— La mayoría de sitios, son como ese. — señalé con el pulgar la entrada del local, donde estaba la barra y la gran mayoría de clientes. — No hay demasiados localrs con zonas al aire libre, pero si te conoces un poco la zona, siempre puedes encontrar algún lugar que te sorprenda. Los fines de semana, puedes ver gente en los parques celebrando botellones... se llevan el alcohol a fuera y beben hasta perder el sentido. Pero no te recomiendo ir. Por bien que sepas luchar, a veces te puedes ver superado en número. Hay mucha gente que aprovecha los botellones para robar o aprovecharse de quien no está del todo ébrio. Así que para eso es mejor ir con amigos y gente a la que conozcas.

Me quedé un rato en silencio, bebiendo y disfrutando secretamente de la pequeña sensación de estar haciendo algo legal o moralmente incorrecto. A veces tenía la sensación de que nunca iba a librarme del todo de esa última. Había hecho cosas peores, y aun así, el saberme haciendo algo de dudosa legalidad, me hacía sentir incluso cómoda. Así que suspiré, relajada, y busqué entre mis bolsillos otro cigarro.

— ¿Dónde aprendiste a pelear así? ¿En Ueco?

No era la gran noche que había planeado. Si alguien me hubiera dicho al salir a celebrar que terminaría subida en un árbol con una chica salida de un cuento, probablemente no me lo hubiera creído. O al menos, no me hubiera imaginado que las cosas sucederían de este modo. Tal vez crecer me hacía madurar y poco a poco intento parecerme a la mujer que había visto en Brooks. Alguien desinteresada que ayudaba a los demás, alguien capaz de recoger de la calle a una cría que vivía amargada entre lo malo y lo peor de Nueva York. Fantaseaba pensando que tal vez ayudaba a alguien tal y como antaño me habían ayudado a mí.

Y luego, de repente, recordaba mi nombre. Soy Garnet Brooks, soy Shade. Soy una ladrona, una farsante, soy inexistente. Me gano la vida engañando y mintiendo, y todo cuanto he hecho por la gente se ve eclipsado ante todos aquellos a quienes he puteado. Soy ruin, y una mala persona, soy egoísta y soy caprichosa.

Y veo a una cría y pierdo el culo por ayudarla, olvidando que es ella quien horas antes me ha salvado a mí.

— La gente es gente, — Repetí, asintiéndo y dándole la razón. — El mundo esta mal repartido, hay quien tiene mucho y no merece nada, y hay quien es capaz de hacer lo que se propone sin importarle a quién se lleve por delante. — Pensé en mí misma, quien encajaba en esa misma definición. Hipócrita. — Así que sí, nunca está de más saber defenderse. Si no estuviera ya con algo de alcohol en el cuerpo me movería mejor...

Y entonces la muchacha se ofreció a enseñarme. No me molesté en explicar que yo sabía defenderme, porque, desde luego, ella parecía mejor que yo. Al menos, esa noche. Y de todos modos… No me parecía tan mala idea. A ella le habían enseñado, mientras que yo me había moldeado en la calle. Mi defensa se limitaba a hacer uso de mis reflejos y elasticidad para golpear donde la experiéncia me ha dicho que duele, y por suerte estaba lo suficientemente en forma para aplicar fuerza a mis golpes. Pero aprender a luchar… Podía ser divertido. Y más viniendo de una chica cuya idea de tener una charla empezaba por trepar al árbol de un pario.

Para qué negarlo, me podía la curiosidad.

— Vale, Zoey. Suena bien. Acepto que me enseñes a luchar. Y a cambio… ¿Te acompaño otras veces de fiesta? ¿O prefieres que te pague en dinero?

Rechazó con gracia mi ofrecimiento de pagarle por las clases, alegando que sólo que la acompañara y le mostrara la ciudad era suficiente. Tampoco iba a quejarme, la verdad, porque lo mirara por donde lo mirara, salía ganando. O eso pensaba. Cuando sentí sus manos sobre mis muslos, sobretodo cuando me palmeó la cara interna con total confianza, pensé que sería prudente preguntarle a Zoey sobre su orientación sexual. Sólo por si acaso. Y por si su desinterés en cobrarme por enseñarme era una excusa para estar más cerca de mí. Cosas más raras se han visto.

Como por ejemplo, lo que iba a suceder a continuación. Bajé del árbol de un salto, vigilando de no hacerme daño y desde luego sin tanta gracia como lo hacía ella, en quien esos movimientos parecían tan naturales como si los hiciera un gato. Me acerqué a Zoey y por instinto le intenté mirar las pupilas, pero los ojos de aquella muchacha eran tan curiosos que incluso de estar drogada, no estaba segura de poder notar la diferencia. Así que fui directa hacia su bebida desparramada en el suelo de cuando se había caído de culo, y busqué en el fondo del vaso algún resto de fármaco en descomposición. La extraña situación de mi compañera, había hecho que se despejara el pequeño pozo mental que me había producido el alcohol, y ahora me costaba menos pensar. Volví a su lado, colocando ambas manos en sus hombros.

— No, Zoey, cariño. Estoy perfectamente. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes? — Pregunta estúpida, porque era obvio que la habían drogado. Me apunté mentalmente no volver a ese local, y tomé a Zoey con fuerza de un brazo, vigilando no hacerle daño. —Se me ha ocurrido otro local al que podría llevarte. Ven, vamos a dar una vuelta.

La guié al exterior, lanzando una mala mirada al camarero, dejando claro que no pensaba pagar por una bebida que claramente estaba adulterada, y el tío me miró con la mejor cara de inocencia y desconcierto que había visto en mucho tiempo. Una vez en la calle, sin decirle nada a Zoey, empecé a caminar en dirección al hospital.

— A todo esto... No te lo he preguntado antes. ¿Tienes papeles? Ya sabes, seguro médico y esas cosas... Por si, ya sabes, se diera el caso de que nos vuelven a atacar por la calle o algo...

Obviamente no era eso lo que me preocupaba. Pero sin saber qué le habían metido en la bebida, los efectos que podía tener, cuanto le iba a durar... No me parecía prudente seguir bebiendo o no hacer nada de nada. Tampoco iba a dejarla sola en la calle sin conocer su condición y al fin y al cabo... ¿Qué otra cosa podía hacer?

Tras saber que la muchacha tampoco tenía papeles, supe que el hospital tampoco era una buena idea, así que disimuladamente, le hice cruzar la calle y seguimos por la acera opuesta, en dirección contraria. En su estado y haciéndole cruzar, probablemente lograba desorientarla y que no se diera cuenta de que, simplemente, le había hecho dar la vuelta.

Había otro lugar a donde podía llevarla, y tal vez era mejor idea que llevarla a un centro donde una de las primeras cosas que iban a hacer era mirar su documentación y al no verla, posiblemente llamar a la pasma y meterla en apuros. No, desde luego eso era lo último que necesitaba y yo tampoco era tan cabrona como para meterla en la mierda y apartarme para no tener que aguantar el olor. Había otra opción… médicos de los bajos fondos, gente de moralidad cuestionable que por el suficiente dinero trataban a gente como yo, gente con las manos no del todo limpias y con trabajos indignos. Tal vez salía caro, pero si ella no tenía dinero… Bueno, tal vez le haría el favor. Porque no podía dejarla así, y menos si era mi culpa que la hubieran drogado.

— Está bien, Zoey. — Contemplé cómo asustaba a un grupo de Universitarios y no pude evitar sonreírles con lástima. — Si crees que estaban buenos, ¿por qué les has asustado? Parecían interesados en nosotras, podríamos haber tenido compañía. — aunque no estaba por la labor de ligar. Ahora mismo, tan sólo me importaba entretener a Zoey en la medida de lo posible para que estuviera… Bueno, que estuviera bien. No tenía ni idea de lo que estaría pasando por la mente de la joven. Tal vez tendría delirios o alucinaciones o… — ¿Mis tetas? Joder, no sé, nací con ellas. La verdad es que nunca me había planteado eso… No hice nada especial para tenerlas. Hay gente que se opera, para ponerse más o menos, para darles forma o… yo qué sé.

El viaje se hizo largo. Casi insufriblemente largo, pero al menos, no fue aburrido. Me paré delante de un edificio y golpeé con los nudillos una puerta, tres veces, antes de tocar el timbre. Era tarde, y Thomas probablemente estaba dormido, pero de tantas veces que me había tratado, habíamos terminado teniendo algo parecido a una amistad. Parecido. El tío me respetaba, yo le respetaba a él y siendo sincero, él sabía que mis visitas significaban dinero, puesto que sólo le visitaba cuando le necesitaba. “Parecido” a una amistad, por el trato cordial, pero no porque pensáramos el uno del otro en nada más fuera de un término de negocios.

— Aquí vive un colega mío, — mentí a Zoey. — A ver si se apunta a salir de marcha, que suele invitar a las rondas.— Pasamos unos minutos hasta que un hombre mulato, de cabellos cortos y ojos oscuros asomó la nariz por una ventana lateral. Le sonreí brevemente y me pareció ver que ponía los ojos en blanco. El sonido de una llave pasando por una puerta, y finalmente, se abrió. — Tom.

— Brooks.

— Te presento a mi nueva amiga Zoey. Estabamos en un bar cuando de repente se ha puesto así, con un sólo sorbo de su bebida. Creo que le han dado pastillas.

El doctor clandestino se hizo a un lado y pasé al interior de su “consulta”. Puesto que ya me la conocía de otras veces, avancé sin esperarle por los pasillos oscuros, hasta dejar a Zoey sentada en una camilla. La luz era ténue, y el olor a medicinas no era tan fuerte como el de un hospital normal, pero desde luego parecía uno. Paredes blancas, sin ventanas, camilla negra de cuero, y miles de armarios y cajas llenos de medicamentos y herramientas. Una vez dejé a Zoey volví junto a Thomas y le expliqué en susurros lo que había pasado, cómo la había conocido y el comportamiento errático desde que ella hubiera tomado un único sorbo a su último cubata.

No contenta con dar el coñazo todo el viaje, Zoey también parecía querer dar por saco durante todo el proceso de ser discretamente examinada por un médico. Cuando por fin conseguimos dejarla tumbada en la camilla, Thomas me miró y supe sin que dijera nada, lo que pensaba. Pero quise hacerme la sueca. Escuché un suspiro cansino escapar entre sus labios y seguí con mi “compañera” y sus discursos sobre tetas y gente.

— Pues… lo de operarse siempre es una posibilidad, pero creo que cuesta una pasta. Además de que luego estarías una temporada que tendrían que cuidar de tí, me imagino. — vi que Tom se situaba delante de ella para examinar sus ojos, y caminé hasta situarme a la cabeza de la camilla, mirándola desde arriba. Intenté distraerla mientras él intentaba deducir qué pasaba. — Pero tampoco creo que mis pechos lo hagan todo por mí. El carácter hace mucho, ¿sabes? Aunque no hay que negar que tienes un aspecto un tanto… peculiar. Pero hay gente a quienes les gustan esas cosas. — Finalmente Thomas se acercó a mí con aire confidente, mostrándome discretamente una aguja. — ¿Qué?

— Bueno, entre otras cosas, voy a tener que sacarle sangre. — susurró. — ¿Crees que se va a dejar?

Estaba claro que no. Fruncí los labios, pensativa. Estaba convencida de que Zoey se pondría incluso violenta si veía cómo se le acercaba con la aguja, y no sabía hasta qué punto podía enfrascarla en conversación para distraerla. Así que se me ocurrió una manera más divertida de entretenerla, y tras dedicarle una breve sonrisa a Thomas, volvió a pasearme junto a la camilla, sonriendo.

— Hay otra cosa que me has comentado antes y que no lo hemos hablado… Sobre lo de ir a por chicas en lugar de chicos. — Me impulsé de un salto para colocarme en la camilla, una rodilla a cada lado del abdomen de Zoey, sentándome sobre ella a horcajadas. Mis manos acariciaron sus brazos hasta sostener sus muñecas, y las alcé por encima de su cabeza, inmobilizándolas. Liberé mi mano derecha, sujetando ambas muñecas sólo con la izquierda, y disimuladamente le señalé a Thomas los brazos de Zoey antes de posar mi diestra en su mejilla. Me incliné sobre ella, mis cabellos cayendo a un costado y acariciando su cuello. — ¿Te verías capaz de estar con mujeres? Digamos… ¿Crees que te gustará…?

Zoey arqueó su espalda hasta que encontró mis labios y me besó con una pasión inesperada. Mantuve su brazo con fiereza, soportando la violación bucal estoicamente para que Thomas pudiera sacar la muestra de sangre. Y fue entonces cuando llegó.

Su textura no se comparaba a nada que hubiera probado anteriormente, una excelente amalgama de líquido y sólido como la lluvia en las nubes acariciando cada cavidad, cada diente, y hasta la campanilla, de un aroma profundo de aquellos que parecía meterse hasta dentro de tu cerebro y te evitaban pensar en nada más. Todo mi cuerpo se tensó en reacción a la inesperada caricia del alcohol en mi garganta, y abrí tanto los ojos que pensé que me quedaría sin párpados. No esperé a que Zoey terminara, y antes de que ella se girara a depositar grácilmente el resto de su estómago en el suelo, yo ya había saltado por encima de la camilla y me había amorrado al lavamanos y sujetándome la roja melena con una mano, procedí a echar también la mía, recordando a Theron en 300.

No será rápido, no te va a gustar, no soy tu pota.

Me tomé mi tiempo para desembuchar y quedarme a gusto, y cuando terminé me tomé la libertad de abrir el grifo sin permiso y beber tanta agua como podía, o más bien, limpiarme la boca con ella y escupirla de nuevo. Me deslicé hasta quedar arrodillada delante de la superficie de aluminio que confería el lavabo y apoyé la frente sobre su superficie, con las manos alzadas y aferradas al borde.

Liberada de la ingesta de alcohol previa de la noche, podía pensar con mayor claridad. Y empecé a darme cuenta del absurdo de la situación en sí. No tenía ni puñetera idea de de dónde había salido la chavala, ni quien era, pero me estaba metiendo en más de un marrón por ella. Aunque en su defensa, me había salvado de un mal trago, pues no sabía hasta qué punto el gilipollas del primer bar se hubiera contentado sólo con una paliza, y ya he soportado que se cobren conmigo más de lo que estoy dispuesta a admitir. Así que me tocaba poner en balanza, aguantar que la cría me pote en la boca a cambio de haberme salvado de una paliza. Y no soy famosa por ser una buena persona, al contrario, la fama de mi alter ego era más bien mala fama.

Me giré a mirar a Thomas entornando los ojos. Mi buen doctor tenía cara de querer tirarnos de allí a patadas, y me alegré de haber llegado hasta el lavamanos en lugar de hacer como Zoey y “encerar” el suelo. Pero al menos, vi en su mano un simple vial de sangre. Suspiré, y me intenté incorporar como buenamente pude. Estaba mejor, pero el agua había sido incapaz de quitarme ese horrible sabor de la boca. Crucé los dedos mentalmente para que el vomitar, también ayudara a expulsar parte de la droga y la muchacha empezara a actuar de un modo más racional.

Pero una cosa no quitaba la otra. No tenía por qué aguantar esto de una desconocida, por más agradecida que estuviera. Así que… decidí en ese momento que había llegado el momento de pedirle un taxi a mi compañera y desentenderme de ella. Antes de hablar, me sequé la cara con la manga de mi chaqueta.

— Zoey… ¿Sabes donde vives? Estoy segura de que Tom nos va a prestar un teléfono para pedirte un taxi. Creo que hoy podemos dejar aquí la noche.

Las palabras de Zoey me hicieron sentir curiosidad y casi desprecio a partes iguales. ¿Por qué me invitaba a un hogar lleno de gente con poderes? ¿Podía de alguna manera averiguar quién era sin que yo hubiera hecho uso de mis habilidades ni hubiera hablado de ellas? Miré a Thomas con cara de circunstancias, preocupada repentinamente por la integridad de mis propios secretos. Mala idea, quedarse con aquella chavala era mala idea. ¿A caso tenía ella poderes? No era un pensamiento que me sorprendía especialmente, teniendo en cuenta su aspecto, pero aun así…

— Gracias, querida. Pero creo que voy a rechazar la oferta… Tengo mi propia casa a la que volver, antes de que los míos se preocupen por mí.

Ni falta hacía decir, que era mentira. Pero eso no era importante ahora. Había tenido suficientes aventuras por una noche, y de repente, tenía ganas de volver a casa. Me acerqué a Zoey y tomé el papel, fingiendo que leía cuando en realidad no tenía ni puñetera idea de lo que ponía, pero pensando que podía ser útil… Una casa llena de críos con poderes mágicos. Esa información seguro que le tenía que valer a alguien. Y viendo lo bala perdida que parecía la chavala, estaba convencida de que en su casa bien le darían otro papel con la dirección. Todo era cuestión de llevarmelo discretamente…

— De todos modos, sigo pensando que por hoy ha sido suficiente. Y si tienes la dirección, podemos pedirte un taxi que te lleve a casa. — Me acerqué a Zoey, intentando ayudarla a levantarse, y evitando tan bien como podía el presente recuerdo de uno de tantos momentos de mi vida que iba a intentar, por todos los medios posibles, olvidar. Miré discretamente a Tom y busqué entre mis bolsillos la cartera, entregándosela para que se cobrara nuestra visita. No me interesaba tener a Thomas descontento o me quedaría sin médico que me visitara a mí… Al fin y al cabo, soy una sin-papeles.  — Lamento todo esto. Parece que ya está mejor, así que la mandaré para casa para que se encarguen de ella… Me pasaré en unos días a recoger los resultados. Sigo queriendo entender qué coño ha pasado esta noche. — finalmente, me dirigí a la adolescente. — ¿Vamos, Zoey?

Cuando me aseguré de que Zoey podía seguirme, tomé rumbo a la calle y dejé atrás el callejón que daba al local de Thomas. Si antes ya llovía, ahora prácticamente diluviaba, y dudaba de encontrar fácilmente un taxi por allí. Tendríamos que desplazarnos hasta una zona algo más céntrica de la ciudad, mientras el agua nos calaba hasta los huesos. Desde luego, esa noche no hacía más que mejorar, y en el fondo… Qué más daba. Ya tenía asumido que me pasaran todo tipo de mierdas, una más, una menos no me iban a quitar el sueño, y al mañana me seguiría levantando como tantas otras, sin dar la menor importancia a lo que había sucedido el día anterior.

La família es la família.

Esa frase por alguna razón, me puso todavía más de mal humor. No veía el momento de separarme de ella e irme a mi casa. Perderla de vista, para siempre. Por un momento me sentí tentada en darle otra dirección al taxista, mandarla lo más lejos posible y dejarla que se apañara con sus problemas. Podía, además, dejar sin pagar al conductor y que se tuviera que joder ella sola. Suficientes problemas había aguantado por un a noche y el sabor amargo de mi garganta no hacía más que recordarmelos, una y otra vez, una y otra vez.

Así que le dediqué una sonrisa, tan neutra que no expresaba otra cosa que una mera sonrisa.

Y de nuevo el fuego de mi amargura se vio aplacado por la adolescente. Se quitó la chaqueta para cubrirme la cabeza. ¿Qué más daba, si total ya estábamos empapadas? Pero aun así... Se esforzó en mantener el abrigo por encima de la cabeza para que no cogiera frío de más. Fruncí los labios y guardé silencio. ¿Qué mierdas debía pasar por la cabeza de esta chica?

Su ropa no parecía indicar que fuera de buena família. Si se había criado en la calle, lo más probable era que al igual que yo hubiera aprendido a apañarse con lo que tienes y mirar tu propio ombligo más que el de cualquier otra persona. Si era así... ¿Por qué se preocupaba tanto por mi? Probablemente la borrachera. Pero después de vomitar lo que fuera que se hubiera tragado, parecía estar mucho mejor y fuera de peligro. Entonces... ¿Por qué me había preocupado yo tanto por ella? Tal vez para redimirme. Tal vez, era el mismo motivo que la movía a ella. Igual ambas habíamos buscado la compañía propia para sentirnos un poco menos solas, una noche en que estabamos perdidas en la gran ciudad.

O igual, para variar, estaba pensando demasiado. Ya había decidido contentarme con la situación, aceptar que simplemente las cosas pasaban y que mañana todo sería distinto. Pero con cada palabra de la joven me arrastra de nuevo al presente.

Decirme que se alegraba de haberme conocido, fue la gota que rebalsó el vaso. No recuerdo que nunca antes nadie hubiera dicho eso. Que alguien afirmara que mi presencia allí era agradable, era una cosa. Eso había pasado cientos de veces. Pero decir que se alegraba de ello... Atravesé a Zoey con la mirada, sin verla realmente. Sus ojos no parecían de este mundo, pero ahora estaba perdida más allá de ellos. No sabía qué pensar. No sabía que cara poner. Decir que yo también me alegraba, no sería del todo cierto. Soy egoísta, y ególatra.

Me dolió incluso más que la afirmación sobre la família.

— Zoey yo... — Suspiré. Qué haces con tu vida, Garnet Brooks. — Suelo estar por la noche, en los locales de esta zona. Estoy segura de que volveremos a vernos si me buscas. — Le revolví el pelo, dedicándole media sonrisa.

Y ese mismo gesto, por un instante, me revolvió el estómago. Volví a sentir la necesidad de encontrarle un taxi y mandarla lejos. Alcé la mirada y salí del cobijo de su abrigo para adentrarme un poco en la carretera, enarbolando ambos brazos para detener un coche que se acercaba en la distancia. Grité y me llevé dos dedos de cada mano a los labios para silbar con fuerza.

Al poco rato, un taxi se detenía cerca nuestro. Acompañé a Zoey al coche y esperé a que entrara, quedándome a conversar con ella por la ventanilla, acallando la mala mirada del taxista con un par de billetes. Serviría para pagar el viaje. Y para que no diera por culo mientras nos despedíamos.

Sí, al final, iba a pagar por ella. Eso no me hacía mejor persona, sigo teniendo mi buen montón de remordimientos y aventuras a la espalda. Pero, realmente, estaba intentando hacer algo. Aunque fuera únicamente ayudar a alguien que me recordaba en gran parte a mí misma.