Prueba de Rol de Bart Allen

Era lunes otro día aburrido en Keystone, esa pesada y gris ciudad industrial. Otro día más que se sumaba a los de su existencia. Ese gigante de acero y metal le envolvía con sus afiladas garras y trazaba los hilos de su monótona vida. Tener que fingir normalidad y someterse al paso lento del resto del mundo frecuentemente le minaba. Cuando empezaba la rutina el mundo bailaba a un ritmo muy lento para él.  Se encontraba ahogado y atrapado en esa ciudad, en esa normalidad que le obligaba a sentirse tan ajeno a lo que él era. Se sentía tan incomprendido, tan aislado. Una pieza forzada a encajar en el puzzle de una vida ordinaria. Estaba tumbado en su cama mirando el techo como si fuese la cosa más interesante del mundo. Pero su aparente tranquilidad no duraba mucho y al instante estaba de pie frente su escritorio. Merodeaba por su escritorio lo que para él eran unos segundos pero que para el resto del mundo eran incontables milésimas de segundo. Se dirigió hasta la puerta  y tomó la manilla en sus manos una millonésima de segundo, sintió el metal contra su piel y lo apretó con fuerza pero no salió. Liberó al pomo de su agarre y en menos de un segundo estaba junto a la ventana y miró afuera tan sólo un minuto. Todo era tan lento, cada momento de su vida era como sentarse a ver la hierba crecer. Las cosas pasaban increíblemente despacio cuando tienes la habilidad de ir más rápido que el resto.

- Bart haz los deberes- escuchó gritar a Jay

- Jay deja un poco tranquilo al chico- dijo de forma cálida y comprensiva Joan.

El castaño esbozó una sonrisa. Jay y Joan eran muy buenos con él, algo pesados pero ese era un defecto de fábrica de todos los padres. Que les tuviera no quitaba que extrañase a Max Mercury. Bart nunca había conocido a su padre biológico y Max era la primera figura paterna que había tenido en su vida. Por eso a veces sentía que era el único de los velocistas que le llegaba a comprender realmente.

Esa era también la razón por la que extrañaba tanto a Jenni, su prima. Ella era quien mejor le comprendía. El azar los había hecho coincidir en la misma etapa de crecimiento de la vida. Jenni había nacido muchos años antes que Bart pero el metabolismo acelerado del chico y los misteriosos caminos del destino, les habían hecho reencontrarse cuando ambos eran adolescentes. A parte de estar unidos por la sangre Allen, ambos conocían lo que era el dolor de verse sin un progenitor a una edad temprana. Don, el padre de Bart, y Dawn, la madre de Jenni, habían sido asesinados por la misma organización macabra. Sin embargo las tragedias personales no podían borrar las amables y afables sonrisas en sus caras. Más que primos casi parecía que los Gemelos Tornado eran ellos y no sus antecesores.


Claro que tenía a su otro primo viviendo muy cerca, en aquella misma ciudad de máquinas. La casa de Wally y Linda estaba a unos cuantos minutos andando. Wally había sido un miembro fundador de los jóvenes titanes, había vivido en sus carnes lo que era estar en un mundo que no se ajusta a tus medidas y lo que era ser un joven impulsivo tras la sombra de un gran héroe. Alguien que para muchos era un incompetente que no era digno de heredar el legado de Flash. Pero el pelirrojo estaba muy lejos de poder comprenderlo.   Hacía ya mucho tiempo que Wallace no era un adolescente perdido y Bart estaba seguro que ni siquiera recordaba lo que era tener los problemas de un puberto y menos de un puberto con un metabolismo acelerado. Estaba tan seguro de aquella premisa porque le escuchó oponerse a la entrada de Bart en los jóvenes titanes. Porque cada vez que sus ojos se cruzaban, veía en las pupilas del actual Flash una amarga mezcla de decepción y reproche.

Tomó un papel del escritorio y lo agitó con sus manos cual si fuera un abanico. Otro llamado del director a sus tutores. En el instituto todo el mundo pensaba que era el típico graciosillo idiota. Sus profesores  no podían explicarse por qué era tan malo en redacción y en lengua y destacaba en las ciencias y la historia. Lo único plausible para ellos era que estaba haciendo trampas. Pero como no era cierto, no tenían pruebas pero eso no limpiaba su reputación. Y como era un niño malo tenían que avisar a sus “padres”. Porque no podía contarle a nadie que venía del futuro y que se había criado con máquinas hablando el Interlag, idioma del siglo XXX. Hasta hace poco sus únicas interacciones eran virtuales y ese tipo de relaciones no te hace precisamente destacar en la asignatura de lengua y literatura.

Detuvo sus rápidos paseos por el cuarto y fijó su vista en la foto que tenía en la mesita. Era una foto de hacía tiempo. Allí estaban sus primeros y mejores amigos: Conner, Tim y Cassie. Una sonrisa surgió de forma natural en su rostro y todos sus malos pensamientos se esfumaron en un segundo.

Conner le hacía sentirse comprendido, básicamente los dos habían tenido una “infancia” rodeados de máquinas, sin contacto de seres humanos. Sin ningún cariño o afecto.

Tim era el listo del grupo y eso en parte le aliviaba porque ser un genio no hacía más que darle problemas. Además Tim, aunque tenía esa personalidad un tanto huraña y oscura que se impregna en tu ser al ser parte clan murciélago, siempre le ayudaba y confiaba en él.

Cassie sabía cómo él lo que es sentirse fuera de sitio en todo momento y lo que es causar  con cada cosa que haces la desaprobación de tu héroe mentor. Ella le generaba un sentimiento de protección, porque si bien, era fuerte y decidida también se sentía muy frustrada y vulnerable al no tener el beneplácito de Diana. Quería decirle que cuando él la miraba a la cara no veía a ese ser errado, que veía en ella la belleza, la decisión y la fuerza de la primera flor de la primavera. Una flor que es tan valiente de nacer para romper con el frío invierno.

Tomó una hoja en blanco y un lápiz de su escritorio y con trazos rápidos, empezó  un dibujo de las personas a las que confiaría su vida. Porque sabía que aunque todo el mundo se cayera en pedazos siempre podría contar con ellos. Porque siempre habían estado para él cuando más los necesitaba.