Ya iba siendo hora [Zatanna Zatara] (26-02-2019)

La noche pasada no consiguió pegar ojo. Eso siendo John no debería ser algo novedoso ya que viene estipulado en su contrato de vida bajo el nombre de "John Constantine", pero fue otro tipo de "no conseguir pegar ojo". No tuvo nada que ver con las clases del mundo de los muertos que les hizo aprender a sus nuevas aprendices... aunque aun se resistiese a la idea de tener aprendices. Fue más bien por el inicio de aquel sueño que tuvo que dejó de ser un sueño cuando llegaron los recuerdos.

Primero, lo de siempre: noche loca en la cabeza del mago, con algún momento donde se lucía y luego un final más que desagradable. Y como si alguien hubiera cambiado los papeles en el último momento, ese final se convirtió en un "continúa...", que llevó a John a una casa. Una gran mansión donde no existían las leyes de la lógica. Donde la magia mantenía pegado el papel de las paredes. Donde la la madera era pura energía. Donde un demonio hacia a su vez de mayordomo, siendo un claro toque humorístico porque ningún demonio en su sano juicio se dejaría mangonear de esa manera.
El sueño pasa a pesadilla, y la pesadilla a llamada.

Una llamada, de la casa a su dueño. Recuerda John, recuerda. Busca entre las montañas de basura que es ahora tu cabeza y recuerda que tienes un lugar donde volver.

- La Casa del Misterio... - susurró John entre balbuceos, moviéndose de un lado a otro hasta que finalmente despertó. "La casa.... joder, la puta casa... ¡Ya me acuerdo!" Al fin lo consiguió: el recuerdo de cómo llegar hasta la casa, y quién era su actual dueño: él.


Cómo podía haber olvidado ese episodio de su vida. O mejor dicho, cómo había dejado que se acumularan los recuerdos de sus otras vidas sobre uno tan importante como era esa jodida casa. Despuntaba el sol del alba cuando John se hacía esas preguntas plantado justo delante de la puerta de aquel enorme caserón. Un lugar entre la nada y el todo. Una zona segura. Una puerta hasta lo irracional.

Con el puño firme, John dio varios golpes a la puerta para ver si había alguien en casa. En teoría debería tener él la llave pero... no recordaba dónde la había puesto.

- ¿Hola? Papi está en casa...

- Hmmm... qué raro... debería haber un mayordomo si no recuerdo-

La puerta abriéndose cortó los pensamientos en voz alta del mago y le contestaron con la sutileza un volcán: sí que había alguien en la casa, por lo que el viaje no había sido en vano.
Esperaba encontrarse con cierta figura tras la puerta no muy agradable de ver, pero si bastante cómica por el frac de mayordomo y su aspecto demoníaco, pero en lugar de eso la sonrisa se le congeló en la cara cuando vio quién le había abierto. Ni más ni menos que la propia Zatanna Zatara. Zeta para él...
Hacía mucho tiempo que no la había visto, o al menos mucho tiempo para su mente. No recordaba cuándo fue la última vez que se habían visto ni en qué circunstancias. Ni siquiera recordaba con claridad cómo habían acabado ellos dos. Demasiados Constantines hablándole a la vez. Demasiados Constantines recordando a la vez en su cabeza. Sintió una leve punción en la sien, pero no lo suficiente para borrar la sonrisa de su cara.

Sin embargo, había algo que no cambiaría nunca.

- ¿Cómo? ¿Ni un beso de bienvenida, ni un "hola, qué tal" ni "cómo te va"? - bromeó el mago según pasaba al interior de la Casa del Misterio.

Una vez dentro, todo empezó a resultarle extrañamente familiar. Una parte de él admiró la distribución de la casa mientras sus ojos miraban el techo y las paredes. Otra parte de él le decían que no se quedara mucho con esa distribución, pues la casa tenía vida propia y nunca se quedaba con la misma distribución: siempre obedecía a su amo que, en éste caso, era él.

-Para serte sincero, busco recuerdos... y cierta llave que me dejé. - La miró a los ojos y le vino a la cabeza esa frase que se escuchó decir una vez: "Tú siempre serás la primera, Zeta...". Pero ya no estaban juntos, eso lo tenía muy claro, pese a lo que el cónclave interno de su cabeza dijese. Eso lo tenía claro, como que Zeta era una de las pocas personas con las que confiaba. - Si te digo que hace más o menos un mes me dio un chungo y en lugar de perder la memoria, recordé memorias de otros yoes míos haciendo que mi cabeza se convirtiera en un puto puzle, ¿me creerías?

No lo había soñado. El demonio mayordomo, a pesar de lo inverosímil y lo estúpidamente cómico que pudiera sonar, existía. Eso dibujó una sonrisa sarcástica al mago, la cual no pasó desapercibida por el susodicho demonio quien le respondió con un bufido y muy mala cara.

Zatanna escuchó en silencio el relato de John, y luego lo abrazó, con mucha fuerza. Es curioso el ser humano: no se sabe lo que se ha perdido hasta que lo recuerdas, y no echas de menos a alguien hasta que ésta persona te rodea con sus brazos. En caso del inglés, esa sensación de añoranza era eterna. Pocos sabrán lo mucho que le cuesta al mago desprenderse de sus sentimientos, por mucho que digan lo contrario: hay quienes responden con llantos y cerveza ante las desgracias; otros niegan lo ocurrido y huyen. Constantine es más de enfadarse, hacer ver que no le importa una mierda y echar mierdas para que los demás se alejen de él. Es un resorte automático que a éstas alturas difícil será bloquearlo.
Por ello, John se dejó llevar cuando lo abrazó, respondiendo a éste con sus brazos. Enlace que duró mientras ésta arremetía contra el mago por ser un tarado. "Si, también echaba de menos ésto".

A pesar de la separación, el inglés sintió renovado el lazo que lo ataba a la maga. Si, era un lazo extraño en una relación extraña la cual había terminado hacía mucho tiempo. Y aun así, aquel lazo seguía palpitando en las sienes de John.

Zeta le indicó el cuenco donde estaba la llave, y John se acercó para cogerla. Si, la llave le pertenecía, así como la misma Casa del Misterio... ¿pero hasta qué punto era suya? Los recuerdos en su mente le demostraron que no había vivido sólo en aquella casa. La Liga de la Justicia Oscura, ahora tan diseminada... Sus antiguos compañeros...
Una parte de John sonreía mientras se fumaba un pitillo mientras pensaba "que les den". Otro John estrujaba con fuerza la llave rezando "volved, por favor". Éste John se guardó la llave en un bolsillo, y se giró hacia Zeta. Se estaba marchando, y cuando quiso seguirla apareció el demonio mayordomo, anunciando que su baño ya estaba listo.

- Mira tú qué oportuno... - murmuró John.


La ducha le había sentado de fábula, y la comida había llenado el agujero que tenía por estómago. Ni se acordaba la última vez que había comido tan bien. Tal vez tendría que pasarse más por la casa. Tal vez podría quedarse a vivir aquí otra vez... y tal vez debería de poner los pies en el suelo de una vez.

Llevaba en una mano la taza de té que le había preparado el demonio. Algo le decía que no sería buena idea insultar al mayordomo no bebiéndose aquel "brebaje". "Dando el callo con mi sangre inglesa". Sin embargo no se esperaría delante del demonio hasta terminarse la taza: aprovechó para dar un paseo por la laberíntica casa.
Sus pies y la propia casa quisieron que terminara por encontrar la habitación donde estaba meditando Zeta. John no quiso interrumpirla, y se quedó en el umbral, apoyado en el marco mientras se terminaba el té. No todos los días podía respirar tanta paz en su puta vida.

Bebiendo aquel té, John se fijó en la habitación que utilizaba Zeta para meditar. Era... muy a su estilo, por así decirlo. Si las paredes tuvieran poros destilarían mistizismo por todos ellos. Cada detalle, cada pequeño mueble, decoración o frasco ayudaban a fomentar lo inimaginable en aquella habitación. Alguien que no fuera del "gremio", que no supiera nada de magia más allá de lo que había visto en televisión, en los libros o en el cine pensaría que si entraba allí y le hacía las preguntas adecuadas a la morena de la toga, tal vez pudiera ver algo de su futuro que le fuera útil para afrontar lo que le ofrecía la vida.

Zeta se dio cuenta de la presencia del mago, y le pidió que pasara con un gesto de su mano. Éste no hizo esperar a la dama y cerró la puerta tras él. Ahora que estaba dentro, pudo sentir la paz que se respiraba en aquel ambiente fuera del universo y el cosmos. Allí uno podía estar "bien" sin que las mierdas del mundo exterior le ablandaran la cabeza a uno a base de martillazos de realidad.
John dio otro sorbo al té cuando la maga le hizo aquel par de preguntas. Pudo leer en su voz que no eran meras preguntas por preguntar. La preocupación de Zeta podría sobrepasar el rencor que le tenía al inglés, y no era para menos. Éste contestó con una sonrisa leve, sincera tras la taza de té.

- Es mi vida, o mis vidas en éste caso. Uno no se levanta todas las mañanas con el nombre de John Constantine y se cree que será un día normal y tranquilo. Más quisiera yo... - Dejó la taza vacía en la mesita cercana, demasiado baja para su gusto. - Ya me conoces: "si no sangras, no hay gloria", aunque me gustaría conocer a quien dijo eso y darle en los morros con mi estilo inglés de Liverpool.

El rubio no pudo evitar ponerse a pensar, a recordar todo cuanto había pasado y lo que no había pasado. Eso hizo que frunciera el ceño porque había algo que quería preguntarle a Zeta.

- Dime Zeta, ¿cuándo fue que se fue todo a la mierda entre nosotros? No es una pregunta retórica, lo digo de verdad: tengo el recuerdo de verte rabiosa y gritándome al mismo tiempo que tengo otro donde me coges de la mano y me dices que todo está bien.

John había abierto la caja de Pandora que se escondía en el interior de la maga. Había formulado las palabras mágicas que desencadenaron un torrente imparable, una ola de sentimientos cohibidos y que habían sembrado un odio que tan sólo conocía un nombre: John Constantine.

Aquella pregunta "inocente" que tan sólo buscaba un poco de luz para su ofuscada cabeza hizo que Zatanna soltara toda la bilis y el odio que profesaba por el inglés. John nunca la había visto así, ni siquiera con sus mejores cabreos cuando estaban juntos, según sus recuerdos. Jamás la había visto con tanto dolor en los ojos y tanto rencor en los labios. Dejó que le golpeara una y otra vez mientras se dejaba llevar por sus palabras. Un golpe tras otro tras otro... y esos puñetazos no le dolieron para nada si los comparamos con las palabras de la morena. Cada una de ellas llevaba una dosis letal de veneno y verdad, porque el mago lo sabía: sabía que cuando decía era cierto, aunque en algo se equivocaba del todo, pero no sería John quien detuviera su furia.

En silencio, estoico, esperó a que la furia menguara, pero no lo hizo. Tan sólo se quedó callada, y cuando sus ojos se quedaron sin lágrimas sólo quedó el odio.

"Aquí lo tienes, John. Aquí tienes tus respuestas". Así que esa era la verdad. Esa era la vida que le había tocado tachar como verdadera y no el resto de posibilidades más agradables que cruzaban por su cabeza. John no podía sentirse más insatisfecho consigo mismo en aquel momento. Tal vez, de todos los momentos en que se había dado asco a si mismo, aquel fuera uno de los peores...

- Está todo dicho entonces... - Sus manos querían abrazar el cuerpo de aquella mujer y darle confort, pero el miedo al rechazo o a propagar su odio hizo que se guardaran en los bolsillos, cerrándose con puños de dolor. - Voy a sacarte de tu error: para mí nunca has sido una más. ¿No te lo dije ya una vez? "Tú siempre serás la primera, Zeta". Y si no sabes lo que yo quiero para ti entonces te lo diré también: que vivas. Que seas feliz. Pero veo que he conseguido todo lo contrario. - Pequeños retazos de sus vidas pasadas se le cruzaron por la cabeza y su tristeza se convirtió en rabia interna. - Y si para que seas feliz tengo que apartarme de tu camino... entonces sólo tengo que coger el pomo y girarlo. Y si algún día necesitas algo de mí, aunque sea sólo volver a desahogarte, mi puerta siempre estará abierta para ti, Zeta.

John limpió con una mano la mejilla derecha de Zatanna y sin apartar la mirada de sus húmedos ojos, dio varios pasos hacia atrás y se giró, dispuesto a marcharse si así la maga lo quería. Tal vez era otro Constantine, tal vez continuaba siendo el mismo... eso francamente le importaba ya una mierda.