¡Oh, très bien, merci beaucoup, madmuaseña! - [Garnet Brooks] - (22/12/2018)

El invierno había llegado oficialmente unos días después de que el frío inundara el hemisferio norte. No es que fuera un problema serio, pero me costaría más de lo habitual hacer algún numerito con el fuego. Al principio lo tomé como una contrariedad, pero tras haberlo pensado mejor alrededor de una botella de vodka, decidí que aquella era en realidad una oportunidad de oro. Por ello, lejos de migrar al hemisferio sur decidí que lo mejor sería entrenar un poco en mi piroquinesis con aquellas temperaturas bajas. Si lograba poder hacer algo decente incluso cuando hacía frío... Bueno, a saber lo que lograría hacer si hacía calor.

Tampoco era una persona estúpida. No iba directamente a hacer cosas en la estepa siberiana. Primero había que buscar algo más suave, con lo que decidí irme a la elegante ciudad de París, donde había una gran cantidad de artistas callejeros. Aunque por algún motivo, la mayoría iban de blanco y negro y no sabían hablar. No eran rivales para el Gran Xerbalt.

Una de las cosas que me gustaba hacer siempre que podía era hacer algún numerito con el público. Los elegía completamente al azar, no había nadie que se hubiera compinchado conmigo, lo cual hacía de mis números algo más atractivo porque no sabías cuándo podías participar y todo lo que sucedía era simple y llanamente por mi magnífica habilidad. Y además me hacía ganas bastante dinero. Tras un número típico de malabares, y algo de comefuegos que requirió un poco más de esfuerzo por mi parte que de costumbre, decidí saltarme los número escabrosos porque había niños delante - no sabía por qué, ya que los niños eran los seres más crueles, despiadados y sanguinarios que jamás había creado ningún dios majareta y seguramente hasta se divertirían, pero las leyes podían ser muy duras con quien pudiera "perturbar las mentes infantiles" - decidí dar comienzo con los números con participantes. Por ello saqué mi bajara - del sombrero, claro está, no iba a abrir mi maletín - y comencé a barajarlas.

-De acuerdo, damos y caballeras - hubo unas cuantas risas en la multitud -. Ha llegado la hora de que pongáis a prueba mis dotes de adivinación. Escogeré un voluntario, que será elegido de la siguiente manera - segundos de silencio de expectación siguieron mis últimas palabras. Cogí una carta y, sin mostrársela al público, me la guardé en el bolsillo -. Quien sea capaz de adivinar qué carta he cogido, o el que se quede más cerca de adivinarlo, tendrá el honor de hacer conmigo el número de los cuchillos arrojadizos - ese por algún motivo sí me dejaban hacerlo delante de los niños. O al menos nadie me había dicho nada... aún.

No entendía las leyes de hoy día.

Despedirme de Nueva York había supuesto un verdadero reto.

Sobrevivir en francia lo era el doble. Para empezar no entendía el idioma. Luego, no era capaz de aclararme por mi cuenta con los mapas y las indicaciones. Y por último, la conversión de la moneda. ¿Porqué no podía todo el mundo usar el dolar? ¿Qué mierdas era esto de los euros?

Así que ya tenía un humor de perros cuando encima me encuentro que la calle está llena de artistas callejeros y perroflautas montando numeritos en cualquier esquina. Pero ya dicen que al mal tiempo buena cara. Cuanto más se distraía la gente con los numeritos, más fácil era levantar carteras. Y para trabajar en el estranjero, me había llevado mis pelucas... Así que ese día, era una morena de ojos castaños y algo pecosa.

Había conseguido encasquetar ya unas cuantas carteras dentro de la mochila cuando el joven que llevaba a cabo el espectaculo, se ofreció a tomar un voluntario de entre el público, y para desviar un poco las sospechas, decidí participar en el juego...

En inglés.

— La reina de Picas.

No sabía si él iba a entenderme, pero pensé que probablemente no, así que me quedé observandole en silencio, como si fuera uno de estos extranjeros que vienen al país y sólo hablan para hacer la gracia y no porque realmente quieran algo.

Las respuestas más variopintas sucedieron tras una euforia cuando mencioné la posibilidad de participar en un número que a manos de un inexperto podía ser mortal. Y se animaban, y decían cartas de todo tipo para poder ver cómo unos cuantos cuchillos pasaban rozando su cara y sus partes más delicadas. ¡Claro que sí, malditos masoquistas!

Todo el mundo fue diciendo cartas. Algunos más de una para ver si acertaban. Que si el rey de tréboles, que si el as de corazones, que si el cuatro de diamantes... Hubo uno que hasta dijo algo de una sota de bastos. Ese tío no se había fijado que la baraja era de póker, y casi me dio pena, pero hubo alguien que sí acertó. Hablando en un cerrado inglés propio de alguien que había nacido o al menos pasado una buena temporada al otro lado de la charca atlántica, y además fue precedida por unas acciones que podrían traerme problemas. Alcé una mano para pedir silencio, saqué la carta de mi bolsillo con la otra, y le lancé la carta a la afortunada.

-La reina de picas, señoras y señores. ¡Esta bella afortunada será la que hoy se enfrente a una salva de no menos de veinticinco cuchillos bien afilados mientras gira hasta echar su primerísima papilla! - una señora de rasgos tan normales que sería difícil de localizar si cometía algún crimen, tal y como estaba haciendo -. Lamentablemente he de asegurarme de que sepa los riesgos que corre y ha de prepararse para la ocasión, así que... - señalé un biombo convenientemente colocado detrás del modesto escenario que había creado -. Tendré que aconsejarle un par de modelitos para que escoja cuál utilizar como ayudante y entonces ya podremos empezar. Por favor, no se coman los dedos mientras la expectación les puede.

Dicho aquello, hice que esa chica me acompañara al biombo y una vez allí me crucé de brazos.

-Bien, dejémonos de estupideces - la miré de arriba a abajo, crítico, hablándole en un inglés rápido y bien marcado con mis dejes de mi madre patria, pero no haciendo de mi nivel de idiomas algo nefasto -. Te he visto cometiendo carterismo y eso me va a traer problemas a mí si los tipos se dan cuenta. Pensarán que estamos compinchados y si me encuentran a mí me caerá todo el marrón. ¡Eres muy mala gente para venir del mejor país del mundo! Así que... te propongo un trato. ¿Quieres oírlo?

A su izquierda apareció un panel que decía "Venga, dime qué planeas". A su derecha uno que simplemente rezaba "Piérdete, bufón." Esperé que señalara uno antes de decir nada más.

No sé qué me sorprendió más; acertar la carta, o que el muchacho hubiera sido capaz de pillarme robando, cosa que ni los superheroes, policias y vigilantes de Nueva York habían logrado en todos mis años de carrera. Así que lo primero que pensé era que este chaval que tenía delante tenía algun poder sobrenatural y eso ya me puso en guardia, así que mi primer impulso fue golpear un cartel al azar, dedicándole una fantastica sonrisa despectiva.

— Ni es el mejor país del mundo ni me importa si piensas que soy mala gente. ¿Porqué iba a preocuparme por tí en primer lugar? — respondí en voz baja.

Sin embargo no podía dejar de dar vueltas a lo que había pensado. ¿Alguien con poderes sobrenaturales? Tal vez me convendría ser un poco más prudente pues pese a estar bastante segura de mis propias capacidades para zafarme si me metía en algún problema, la idea de tener que entrar en una pelea no era especialmente tentadora. Pero por otro lado, su modo de reprenderme, cruzándose de brazos como si fuera un padre castigando al hijo por tomar una golosina sin permiso... Eso había herido mi orgullo. A ver quién se iba a creer que era el niño para venir a tocar las narices.

Pero por otro lado... ¿Cómo me había visto? Tenía curiosidad. O más bien, ansiaba conocer la respuesta, pues todo aquello que pudiera poner en peligro mi modo de vida era, desde mi punto de vista, digno de estudio. Así que cerré los ojos y suspiré, arqueando levemente la comisura de mis labios en una sonrisa que pretendía ser de disculpa. Ojeé los carteles, primero uno y después el otro, preguntándome qué debía significar lo que fuera que hubiera en ellos, y luego me limité a mirarle a él.

— Pongamos que quiero oír ese trato. ¿Qué vas a contarme?

¿Ni era el mejor país del mundo ni le importaba lo que pensara de ella? ¡Una persona con carácter, por fin! Eso sí que era una novedad, cosa que me habría dejado satisfecho aunque hubiera rechazado mi oferta. ¡Aun quedaba gente con personalidad en el mundo!

De todas formas, y aunque no lo había pulsado, me había dado a entender que estaba dispuesta a tener una amistosa charla con alguien sobre un plan. Había pensado en comportarme como es debido en ese sitio pero, ey, si la oportunidad se te plantaba delante de las narices, ¿quién era yo para darle una bofetada en la cara? Dad oque ella no lo hizo, toqué yo la opción de "Venga, dime qué planeas" y estalló en una leve nube de confetti y luz.

-Bien... Ya que me estás poniendo en un serio aprieto por una vez que no hago nada, he pensado que podríamos aprovechar ese numerito para... digamos agenciarnos un poco más de dinero. La gente no tiende a mirar sus carteras hasta un tiempo después, y menos ahora que ya me han dado dinero. Creo que con los de los panelitos y lo de los confetti ya lo deducirás, pero estás ante el mejor maestro de ilusiones de este lado de la charca, amiga - le hice una breve reverencia -. Mi propuesta es que nos unamos, aprovechando mis dotes de ilusionista y los tuyos de carterista y hacernos con un botín. No te voy a pedir nada de lo que ya tienes... Pero sí una parte de lo que consigas con este golpe conjunto. ¿Más detalles, mylady?

Dicho lo cual, esperé a ver si estaba interesada en una pequeña y breve colaboración. Y si no, pues se hacía el numerito y ya saldría yo por patas o testificaría en su contra. O algo.

Lejos de provocarle, pareciera que mis reacciones habían sido del agrado del pequeño pallaso. Así que le sonreí, confiada y desafiante. Con que ilusionista... Decidí aceptar su propuesta, curiosa para ver los trucos que escondía bajo la manga. Decidí pasar por alto cómo había logrado verme en primer lugar. No me esforzaba en ocultar mi marcado acento americano.

— Bien, chico, cuéntame qué es lo que pretendes. No sé quan pacientes son los franceses pero dudo que tengan mucha paciencia si tardamos mucho más en salir a darles un buen espectáculo.

Me crucé de brazos, haciendo gala de mi actitud segura y despreocupada. Yo también era una farsante de primera, y estaba dispuesta a demostrarle al joven que no se encontraba ante una ladrona de tres al cuarto.

— En cuanto a detalles... En qué consiste el número, qué parte de él será ilusión, y cuál será mi papel, tanto en qué debo hacer y en cómo quieres que actúe.

Y puesto a que el joven había dicho que iba a vestirme para la ocasión, empecé a quitarme la chaqueta, dejando ver una camiseta lisa negra y un cuerpo esbelto y fuerte.

FDI:

Parecía lo bastante interesada como para querer los detalles de lo que había pensado hacer. Una vez dijo todo lo que tenía ganas de conocer, dejé un par de segundos a que la tensión aumentara. No muchos; tal y como ella misma dijo, los espectadores se impacientaban.

-Simple; tu robas mientras yo distraigo a esos idiotas. El espectáculo es lanzamiento de cuchillos hacia en este caso la voluntaria, estando atada a una plataforma circular que gira. Ya sabes, muy típico. Mi idea es que quien haya en la plataforma sufriendo la salva de cuchillos sea una ilusión creada por mí. Como esa ilusión será clavada a ti, con lo que tú, con otro aspecto, seguirás desplumando a los curiosos.

El único peligro radicaba en que descubrieran que no tenían la cartera cuando fueran a dar dinero, pero en ese caso no había problema; el dinero ya lo habían dado hacía un par de números.

-Lo primero será pensar con qué ropa quieres salir en la ilusión. Y cómo quieres que cambie tu aspecto para no levantar sospechas. Una vez hecho eso... ¡solo quedará disfrutar de la magia!

Tras esas palabras, hice una pequeña reverencia para terminar mi explicación, para luego esperar a su respuesta.

Me dejé llevar por los planes y el entusiasmo del muchacho. Aunque no las tenía todas conmigo, la idea de llevarme un pellizco algo más grande no me desagradaba. Eso sumado al hecho de que me había molestado conmigo misma al ser vista por el mequetrefe y quería demostrar que podía hacer lo que quisiera sin que nadie me pillara.

— El tema estético lo dejo a tu gusto, no es que me importe demasiado.

Y era verdad, no me importaba en lo más mínimo. Así que el chaval hizo aparecer ante nosotros una copia perfecta de mi cuerpo, aunque en el cabello moreno reposaba una diadema con orejitas de conejo, y un impresionante traje de palabra de honor y medias... Sí, era el típico traje de conejo, y contemplé mi propio cuerpo, el vientre plano, la marcada curva de la cadera y el generoso busto.

— Demos las gracias a que tengo un buen cuerpo para lucir el traje.

No pretendía vanagloriarme de mi físico, ni remarcar nada en especial. Era una mera observación, constataba un hecho, y esperé con la misma eficiencia a que cambiara mi propio aspecto... Y como no había por ahí ni espejos, no me molesté en comprobar qué había variado. Al fin y al cabo estaba acostumbrada a llevar rostros que no eran míos. Cuando el "mago" me lo indicó, di media vuelta y esperé a que él y mi copia salieran ante el público antes de intentar mezclarme con la muchedumbre. No fue difícil, puesto que entre el espectáculo en sí y las pintas de mi ilusión, estaban de lo más entretenidos.

Y yo... centré los cinco sentidos en lo que estaba haciendo. Llevaba seis años de impecable curriculum en Nueva York, no iba a dejar que me venciera un charlatán callejero. Las presas fáciles eran desplumadas con mano experta, y aquellos más complicados... Vigilando siempre de mantenerme en el punto ciego para el mago, utilizaba mi poder para volverme intangible, y con delicadeza atravesaba el cuerpo y la ropa de a quien quisiera robar. Era tan sencillo como afectar su cartera con mi poder y retirar la mano, volviéndome tangible una vez lo había conseguido.

Y una tras otra, una tras otra, varias carteras iban cambiando de dueño para venir a mis manos.

Como aceptó sin ninguna pregunta más, lo único que tuvimos que hacer fue interpretar el papel que necesitaba el plan. Yo fui con la copia de aquella carterista para hacer el espectáculo de los cuchillos, que fue recibida con una gran ovación, mientras que la auténtica criminal se dedicaba a hacer de las suyas. La emoción hervía entre la multitud mientras lanzaba poco a poco, cada vez acercando más los cuchillos al cuerpo, hasta que, cuando llegó el número veinticinco, llegó a rozarle la parte superior de la cabeza, cortando un par de cabellos. Allí la gente aplaudió con fuerza.

-¡Gracias a todos, muuuuuuuchas gracias! Un aplauso para la valiente señorita que ha tenido la suerte de participar en el espectáculo de Xerbalt el Magnífico. ¡O dos, venga! - la gente obedecía, henchida de adrenalina y emoción -. Disfrutad el resto del día y ya sabéis... Sin riesgo no hay diversión.

Dicho aquello hice una elaborada reverencia y la multitud se dispersó. Mientras tanto, apareció en la mano de la carterista una nota que decía "Cima de la Torre Eiffel, en una hora". Fue el tiempo que necesité para guardarlo todo y deshacer el improvisado escenario. Una vez pasó todo, fui a lo alto de la horrible torre de metal que decoraba la capital francesa, esperando a que llegara para completar el trato.

Un poco más de dinero para unos bolsillos fluctuantes nunca venía mal.

Para cuando el trabajo estuvo terminado, el chaval excéntrico no estaba por ninguna parte. Así que, con los bolsillos llenos de dinero ajeno, tardé un sólo instante en alejarme de la muchedumbre y poner pies en polvorosa. Durante unos minutos, intenté encontrar al chico para darle su parte del botín, pero me cansé pronto. No soy famosa por mi paciencia, y si él tampoco ponía por su parte para encontrarme, ¿porqué iba a preocuparme yo?

De camino al hotel donde había estado alojada, me di cuenta de que tenía algo en mi bolsillo. Algo que no había estado ahí momentos antes. Al sacarlo, vi un pedazo de papel con algo escrito. Mis labios se tensaron en una mueca de desprecio mientras hacía una bola de papel y la lanzaba en la primera papelera con la que me crucé. Si se lo había quitado a alguien en mitad de los robos, no me había dado cuenta, y tampoco le di más valor.

Sin embargo, me supo algo mal por el chico, quien había preparado el escenario perfecto para el robo y sin embargo no había sacado beneficio por ello. Pero no le dediqué más que un leve pensamiento, antes de comprarme unos billetes de vuelta a América y esperar para embarcar y volver a casa.

Esperé y esperé mientras veía cómo iban pasando visitantes en la Torre Eiffel. Como no me cambié para que mi socia me reconociera con facilidad la gente me miraba por el traje de bufón e incluso algunos me pedían hacer algún numerito. Me sirvió para entretenerme un poco y darle a ella un tiempo extra, pero al ver que no venía... Tuve que ir a buscarla yo. Era fácil saber dónde iba un criminal que se había llevado un botín. O, si me permitís el chiste, una botaza, como era el caso.

La gente que se aliaba con otro para dar un golpe y luego marcharse con toda la recompensa solía salir del país para así tener una oportunidad de seguir con vida. Yo tampoco era de matar gente, solo de hacerlos sufrir por haberme traicionado, pero como ella no lo sabía estaría huyendo por su pellejo. Afortunadamente fui lo bastante rápido coom para poder llegar antes de que pudiera embarcar en el avión.

Una vez la vi, decidí dejarme de historias. Cualquier sobresalto podría terminar en una acción refleja que desembocaría en algo violento y agresivo. Por ello me puse simplemente delante de ella, con los brazos cruzados.

-Bueno... No esperaba que te fueras a ir sin cederme una parte de los beneficios. Nunca pensé que pudieras traicionar a sangre fría.

Cuando el muchacho llegó a mi lado, me encontraba repantingada en un asiento jugueteando aburrida con la cremallera de la chaqueta, mascando chicle de fresa y esperando a que anunciaran el vuelo que me llevaría a casa. Cuando el joven se planto ante mí, le miré por encima de las gafas de sol mientras hinchaba una pompa de chicle. Mis labios se tensaron en una sonrisa de soberbia cuando el muchacho mencionó la traición. ¿Quien se creía que era? Abogar en pos de la honorabilidad de un ladrón...

— Te busqué, no te ví y tampoco tenía modo alguno de saber dónde estabas. No me culpes a mí de tu falta de luces.

Me incliné a buscar en mi mochila, sin dejar de sonreír ni mascar el chicle. Rebusqué entre mis cosas hasta dar con el neceser y cuidandome de ser precavida para que el resto de pasajeros y transeúntes no pudieran ver el dinero que llevaba encima retiré la parte que le hubiera pertocado al mozo, y se la tendí. Había cambiado ya la moneda por la mía nativa, convencida de que no iba a encontrarme al chaval antes de irme, y también porque sin aclararme con la moneda europea me había sido difícil hacer balance de cuando dinero había ganado en total.

Los altavoces anunciaron mi vuelo y alcé los ojos durante un segundo, mientras afinaba el oido para escuchar bien por qué puerta debía ir, y una vez lo supe volví a mirar, haciendo petar una segunda pompa.

— Bueno chavalín, suena la campana de mi salida del escenario, así que yo me largo. ¡Que te vaya bien!

Giré sobre mis talones y caminé en busca del número dos que indicaría el camino a mi puerta de embarque.

Técnicamente sí tenía una forma de saber dónde estaba, pero quizá había sido demasiado sutil. O quizá no había sido capaz de leer mi nota. Aquella vez había patinado un poco y quizá había sobreestimado las capacidades de la que en aquel golpe fue mi compañera. Al menos no tuve que insistirle mucho y, tras esperar un poco a que el momento fuera propicio, me entregó lo que habíamos acordado. Poco después el avión de aquella chica despegó, llevándosela a Estados Unidos, con lo que les costaría localizarla. Yo pronto haría lo propio, con lo que no quedaría nadie en Francia que hubiera hecho tal cosa. Ese día había sido redondo.

<< Quizá hoy me permita un restaurante caro en algún otro país. ¿Bélgica? ¿Inglaterra? >>

Absorto en mis cosas mientras salía del aeropuerto, no me di cuenta de que alguien nos había estado observando desde poco después de que la americana me entregara el dinero. O más bien, me observaba a mí. Tras sostenerme un rato la mirada mientras yo me largaba, decidió dar media vuelta y largarse también.

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Off: Y... Tema cerrado [¡¡Confetti!!]