Cemetery drive (Garnet Brooks, John Constantine) [25/02/2019]

Para mi sorpresa, el carnero se conocía también mis trucos y desapareció de debajo de mi cuerpo. Sentí cómo caía pero antes de besar el suelo, el carnero volvió a golpearme, esta vez con más violencia y salí despedida en dirección al árbol. Me cubrí la cabeza en un instinto y caí, rebotando en el suelo un par de metros hasta que las ramas detuvieron mi avance. Sentí dolor en mis costillas, gemí y luego aspiré entre dientes mientras el dolor se extendía por mi pecho y mi cadera, sintiendo un mareo y la cabeza peligrosamente liviana, mientras me preguntaba aturdida si me la había golpeado o si el mareo era sólo causa de haber sido lanzada por los aires.

Escuché una voz familiar e intenté enfocar la mirada, fijandome en la ancha espalda de un hombre, la forma de su cuello, su cabello rubio. John. Cerré los ojos, tomandome la libertad de respirar pausadamente, confiando en que lo peor ya había pasado, aliviada por su presencia y el sentimiento de que había terminado. Anya vino a mi lado, y sentí sus brazos entorno a mis hombros. Abrí lentamente los párpados, sonriéndole débilmente mientras me apoyaba en ella para intentar alzarme.

— Aaaah joder, duele.

Se me escapó otro gemido de dolor cuando logré alzarme erguida y me llevé una mano a un costado, pero no llegué a colocarla sobre mi piel. Me dolía y se había rasgado parte del vestido al ser arrastrada por el suelo. Aun así dejando de lado el dolor del costado y los moratones que por seguro iban a decorar mi cuerpo durante un par de semanas, no tenía más que algun rasguño, pese a lo cual agradecí la iniciativa de Anastasia de hablar por las dos, lo que me permitió quedarme en silencio lamiéndome las heridas. Asentí al relato de Anya a medida que ella lo relataba y se me escapó una mueca de disgusto en algún que otro momento, en especial cuando Anastasia hizo hincapié en cómo había lanzado mis botas. Fue cuando Anya las mencionó que me percaté de que John llevaba mis botas en una de sus manos. Fruncí el ceño y sonreí a la vez, en una curiosa mueca de sorpresa que, al reír, se convirtió en una de dolor, de nuevo aspirando entre dientes y maldiciendo por lo bajo.

— Mi teoría, — dije al fin, con la voz ligeramente tensa. — La família de la mujer fue asesinada en esa matanza, y en ese momento de debilidad se apareció ese... espíritu. La muerte, la sombra o lo que quisiera ser, le ofreció venganza, tras lo cual le ayudó a envenenar la mente de los soldados, o... — poseerlos. No quería pronunciarlo, por nuestro propio bien, tenía miedo. Miré a John a los ojos, sin duda alguna de que podría adivinar lo que me pasaba por la mente. — o les hizo algo. Ella cobró su venganza pero no fue suficiente. Su sangre para completar el círculo... O bien se refiere a que la venganza no le hizo sentir mejor y morir era la única vía de dejar de sentir o algo... — la posesión — que no le permitía librarse de ello.

Desvié la mirada, negándome a decir todo lo que pensaba, y entonces la deposité en la mujer con la calavera del carnero en su cabeza. Sentía lástima por ella. Ojalá hubiera podido ayudarla. Aun con el dolor de mi cuerpo recordándome qué era aquella mujer, no podía evitar sentir lástima y un vivo interés por saber la verdadera historia tras las imágenes que nos habían mostrado.

Mis palabras alteraban a la mujer que John mantenía presa de las cadenas, la cual se retorcía y gritaba, e incluso intentó atacar al inglés, pero fue en vano.

-No esperaba que nos pusieras nota- le dije cortante. ¿De qué iba esto? ¿Estábamos haciéndole el trabajo sucio o qué? Le dirigí una mirada llena de rabia para ver lo que hacía con los dedos, atando las cadenas de la mujer poseída al árbol de la colina, y atrayendo a esta hacia el tronco por más que se resistiera y luchara contra la fuerza que la arrastraba. Aquel espectáculo de algún modo me llenó de lástima, sentía pena por aquel espíritu que se ahogó en su propio odio.

Bajé la mirada un momento, para alzarla de nuevo cuando los relicarios aparecieron de nuevo, asustando y acabando con el espíritu, que ahora lloraba y sufría. Ella se desvaneció, pero sus chillidos se escuchaban aún cuando no quedaba rastro de la mujer.

Acto seguido, John nos contó una historia que era el punto y final para esa noche. Nos había puesto a prueba, seguramente para ver cómo nos las apañábamos. Y nos hizo una pregunta: ¿seríamos capaces de mandar nuestro destino de mierda a la mierda?

-John, si no hubiera mandado mi destino de mierda a la mierda no estaría aquí. Me habría vuelto loca hace tiempo, total, para no llegar ni a los treinta años... Así que, sí, puedes contar conmigo. Ya te lo dije la otra noche- no necesité pensarlo, sabía lo que quería. Y era una mujer que cumplía con su palabra.

No aparté la mirada del espectro en ningún momento. Me dolía el pecho, pero sentía que eso era importante y quería verlo hasta el final, sin perder detalle, la voz de John acompañandome como un eco lejano. Contemplé al espectro con lástima, preguntándome si él la habría liberado, si estaría mejor o si por el contrario se vería condenada, o si simplemente, se desvanecería por siempre de la existencia. ¿Cuál era el destino de mis almas? De mí alma.

Mientras el espectro se retorcía, intentando liberarse, fui capaz de otorgarle mi rostro, imaginando que eramos nosotras, encadenadas al árbol mientras Constantine se acercaba lentamente a exorcizar nuestro cuerpo y entonces empecé verdaderamente a plantearme las repercusiones que podía tener alojar a Ruby en mi cuerpo hasta el día de mi muerte. ¿Dónde irían a parar nuestras almas? Desde siempre había evitado pensar en esa clase de incógnitas porque no tenía modo alguno de obtener respuestas. Hasta ahora. Mis opciones eran, al parecer, aceptar la propuesta de John bajo la premisa de no tener una vuelta atrás, perder todo cuanto era mi vida, empezar de cero... No. Sus palabras tenían más implicación que una vuelta a empezar. Era un riesgo, era un peligro, abríamos una puerta que dejaría entrar dios sabía cuanta mierda a nuestras vidas, una puerta que no podía volver a cerrarse.

Busqué sus ojos, queriendo atrapar su mirada. Anya había respondido sin pensar apenas, decidida, resuelta. Dos adjetivos que normalmente hubiera atribuido a mí misma, y sin embargo no era capaz de dar una respuesta como la suya. Además ella había afirmado que no llegaría a los treinta años... ¿Estaba muriendo?

— Parece que ambos tenéis muy claro qué va a ser de vosotros... — Yo era la única pieza suelta. No conocía mi destino, me sentía como una hoja en blanco en la que se habían olvidado escribir. No tenía un verdadero pasado, había deambulado sin rumbo intentando sobrevivir. — ¿Qué sacrifico yo? ¿Qué destino mando a la mierda? ¿Qué pierde quien nada tiene ya por perder? Has visto lo que soy, John. ¿Qué otra opción tengo? ¿Cuánto viviré? Sabes que no tengo respuesta alguna. Este es mi única oportunidad de tenerlas... ¿Qué otra opción tengo? — repetí, sonriendo.

Me dolía. Intenté inclinarme a ponerme las botas para ganar algo de tiempo, pero el gesto me dolió todavía más. Hice cuanto pude por mantener la expresión en blanco, pero lo cierto es que me costaba. Y tenía un aspecto que daba pena, las medias llenas de carreras, el vestido se había rasgado a la altura de mis rodillas y una de las costuras bajo la manga se estaba descosiendo. Y no podía siquiera ponerme las botas sola. Cada vez tenía más ganas de llegar a casa y dejarme caer bajo las sábanas de mi cama.

— ¿Tenemos que responder ahora? — pregunté con dificultad, intentando mantener todavía el tono neutro. Me palpé el costado y di un respingo, aspirando aire entre dientes. Me esperaban un par de días tremendos — Creo que me he roto algo...

Era verdad. Pero también era verdad que tenía miedo de aceptar. Tenía miedo de las consecuencias y quería ganar algo más de tiempo, para decidir verdaderamente lo que quería.