El resurgir de La Ley (Pamela L. Isley) [07/12/2018]

Han pasado exactamente 36 días desde aquel fatidico y angustioso día en que Gotham terminó de desmoronarse; desde que el coco fue por fín encerrado de nuevo en su jaula, para que el infierno dejase de asolar las calles de la oscura ciudad.
Por suerte, aquellos fatídicos días pillaron al bueno de Harvey a buen recaudo. No a salvo del poderoso gas que se extendió por cada rincón de la pútrida ciudad, pero si a salvo de la mirada de sus enemigos; a la vista unicamente de algunos pares de ojos que ya no ven, y de lenguas que ya nunca hablarán.

Aquel odioso gas me hizo ver, cosas que jamás creí que volvería a ver: Vi a mi hermano, Murray, consumiendose ante el fuego; acercándose a mi, en busca de venganza. Quería arrastrarme con él, a los abismos del infierno.
Me demoró más tiempo del que me hubiera gustado darme cuenta de que aquello no era real; pero cuando lo hice, no tardé en darme cuenta de quien estaba también detrás de aquello.

" Tengo una cosa de miedo entre manos "

Sus palabras retumbaron una y otra vez en mi cabeza, mientras me aferraba a la idea de que todo aquello no era más que una mala jugada a mi mente. Aquella zorra lo tenía todo planeado desde el principio; seguro que había disfrutado imaginandonos así, sufriendo como bebés ante el terror nocturno.
Y el cabronazo de Crane, cansado de ser el segundón, de no ser el lider y artifice de los grandes planes contra la ciudad y su odiado justiciero; aquel doctor de trés al cuarto, también nos había vendido.

Una bala para cada uno



Tardé dias en anteponerme a aquel gas; dias que haré pagar por partida doble a aquellos que orquestaron tal atentado a mi persona. Pero soy Harvey Dent, y siempre sé como darle la vuelta a la moneda.
Toda gran catástrofe, trae consigo otra "cara"; La del negocio. Me aproveche de todo ese miedo, y vendí auténticos sueños de humo a los asustados e ignorantes habitantes de Gotham.

El remedio contra las pesadillas...Toda una estafa que se vendió como paragüas trás una intensa tormenta...Por medio de una empresa que jamás existió...

En seguida recuperé mi imperio, de las ruinas de otros; como César, me alcé donde otros cayeron. El dinero, las monedas, volvieron a su legitimo dueño.
Y cuando ya todo se encontraba en su sitio, decidí actuar.

Observo el camino a recorrer ante mi, lleno de vegetación; perdiendose hacia el interior del frondoso bosque. Un lugar al que ningún hombre cuerdo se aventuraría; o al menos, sin un ejercito.



Pero yo no soy un hombre, nosotros somos mucho más. Con paso tranquilo, me dirijo en búsqueda de mi futura anfitriona; rodeado de unos seis hombres, fuertemente armados, y con una sorpresita que ni ellos mismos conocen.

Nuestros pasos resuenan en el silencio del bosque, acompañados del crujir de las ramas secas y el movimiento de algunos roedores que se desplazan por entre los árboles; sin duda, en busca de refujio ante el ruido desconocido.

Con un leve gesto de mis manos, mando a mis hombres separarse e investigar por su cuenta por las inmediaciones de la arboleda; mi reunión con ella debe ser completamente privada.

No pasó demasiado tiempo hasta que la víbora decidió salir del nido a observar a los ratones que pasean por los alrededores de su propiedad; dedicando su habitual sonrisa, y una falsa seguridad. Lo que ella no sabe, es que lo que campa por su hogar no son ratones sino ratas; ratas infectadas hasta arriba de las bacterias de La Peste.

- Tranquila, querida. Mis chicos solo están dando un paseo; no quería que molestaran a papá y mamá mientras charlan - le digo con un notable tono de burla y una marcada mueca en el rostro - La verdad es que estoy mejor que nunca; aunque no gracias a ti - continúo acabando la frase con una mirada de rencor y odio - Sin embargo, a pesar de todo, no te guardo rencor - concluyo finalmente con una sonrisa en el rostro, cambiando completamente mi mirada a una de superioridad

Tras estas palabras, me demoro un par de segundos en observar con atención a la joven; paseando mi mirada de arriba a abajo por su hermoso y sensual cuerpo, deteniendome ligeramente en sus marcadas curvas. Sin duda, puedo notar algo diferente en ella; en su actitud.
Su seguridad, notable y real a ojos de cualquiera, es más que una mera fachada, que intenta ocultar su verdadero estado anímico, a ojos de los mios; como una margarita intentando mostrar la ferocidad de un león. Lo cual confirma completamente los rumores, y mis sospechas; los eventos ocurridos en Gotham durante lo de Crane, la han destrozado.

- Es más, he venido aquí únicamente para agradecertelo - le digo sin perder la sonrisa, con la mirada observando su reacción mezcla de confusión e incredulidad; mientras, probablemente, sus pensamientos sean que debo haber perdido completamente el poco juicio que me quedaba - Debo agradecerte a ti, y a tu querido "amigüito" Crane, el que el bueno de Harvey haya recuperado al fín sus privilegios; y con ello el lugar que me corresponde  - continúo remarcando la palabra "amiguito", con un notable tono de burla hacia ella e intenciones de herirla; cual daga envenenada, directa al frío y oscuro corazón de la joven - Realmente, cuando me dijiste aquel día que jamás me ayudarías ¿Quien iba a imaginar que me estabas preparando tan hermosa sorpresa? - concluyo finalmente con una marcada mueca de satisfacción; poniendo finalmente la guinda al pastel de la venganza

Puedo sentirlo; su odio invadiendo cada una de las células de su cuerpo, mientras su mente imagina mil y una formas de matarme. Siento su mirada, y como su cuerpo y su mente se esfuerzan por mantener a raya sus impulsos de avalanzarse sobre mi; de degollar mi garganta con sus propias manos, para no oir una sola palabra más surgir de mis labios.

Pero eso no ocurrirá, hoy Dent viene preparado; Dos Caras tiene la mano ganadora.

La joven se mantiene en su actitud distante y fría, intentando demostrar una tranquilidad y un desinterés que dista mucho de lo que en realidad siente; o al menos, eso creo. Bueno, no lo creo; estoy seguro.
Conozco a Pamela, mejor que nadie en este podrido y confuso mundo; estoy seguro de que esta llena de rabia y furia contenida. Debe estarlo.

- ¿Ya te marchas, cariño? - le pregunto con una sonrisa de medio lado mientras la observo caminar hacia el interior del bosque, dejando caer a cada paso las hojas que habitualmente tapan su cuerpo - Yo que tú no haría eso - continúo sin perder la sonrisa, con un tono que denota una cierta amenaza encubierta - A no ser que quieras comprobar lo rápido que puede extenderse un incendio de 6 focos por un bosque tan denso, claro

Tras estas palabras, me quedo un par de segundos en silencio; observando la reacción de mi querida anfitriona.

- ¿Quizás prefieras ofrecerme asiento, y dedicarme unos minutos de tu tiempo? - le pregunto, de una manera un tanto retórica; más como una orden que como una sugerencia - Tenemos mucho de lo que hablar

Mis amenazas parecen hacer mella en la hermosa mujer, pues decide detener sus pasos y girarse; para observarme con una seriedad y soberbia, propias de la joven. Ahí está, de nuevo, su máscara; su aparente frialdad y seguridad, que hace siempre creer a sus enemigos que lo tiene absolutamente todo bajo su control.
Pero yo la conozco, mucho más que cualquiera; más de lo que ella imagina o está dispuesta a admitir, más de lo que he conocido jamás a nadie. Más incluso que a Gilda.

- Sígueme, por favor...

Su voz suena casi dulce, encantadora, como antaño; aflorando los recuerdos de una vida pasada, junto a ella. Una vida juvenil y despreocupada; dulce, como la envenenada manzana, en la que acabó convirtiendose.

La dama me guía hasta un claro en el interior del bosque, donde una mesa rectangular surge del suelo como si de un brote se tratara; junto a ella, dos sillas, una a cada extremo. Todo construído con madera natural, entrelazada hasta hacerse lisa.
La joven se sienta en uno de los extremos, cruza las piernas y, apoyando los brazos sobre esta, me mira fijamente instandome a que le cuente de lo que deseo hablar.

- Por supuesto - contesto con tranquilidad mientras tomo asiento frente a ella, con una sonrisa inmutable en el rostro - Aunque sería muy descortés por mi parte iniciar una conversación así, sin antes preocuparme por tu situación - continúo, con el aparente tono de voz de un simple hombre charlando amablemente con una vieja amistad - ¿Que tal te encuentras? - le pregunto, más con intención de molestarla que de conocer su auténtico estado; incluso cuando una pequeña parte de mi, se preocupa por saberlo - He oido que alguien te la jugó, con una mano equivocada

Mis palabras emergen de mi boca, de mis labios, como dagas provistas del mismo veneno que recorre cada poro del cuerpo de mi anfitriona. Mi rostro, permanece inmutable y sonriente, mientras observo cada uno de sus movimientos; como un cazador, deleintandose al contemplar su futura presa.

- Espero que ese demente no te haya hecho nada - digo finalmente, cambiando a un tono más serie; denotando preocupación hacia la joven, y notable odio hacia el doctor - En cualquier caso, estoy seguro de que estarás interesada en vengarte por lo que te hizo... - concluyo, dejando mis palabras en el aire a modo de insinuación

Puedo sentirlo, en cada palabra que pronuncian sus hermosos labios; como se empeña por parecer fuerte, como se niega a mostrar la más mínima debilidad ante mí. Pero no pasa demasiado tiempo, cuando esa barrera se rompe; no por un gran y demoledor golpe, sino únicamente por un leve toque en el sitio adecuado.
Y aquí está, por fín, ante mis ojos; se va Hiedra, y aparece Pamela. Como cuando, en una historía de héroes encapuchados, la protagonista se deshace de su antifaz y revela su verdadero rostro.

Es entoncés cuando la joven se comporta como es en realidad, y no como quiere hacer creer; cuando se sincera, y sus palabras son el reflejo de sus pensamientos y no artimañas con las que engatusar a los hombres. Y es en ese mismo instante, cuando todo lo que creía creer se desmorona; como una pirámide de cartas, volada, desmontada por un fuerte soplo de aire.

- ¿¡Lo dices en serio!? ¿De verdad crees que eso puede funcionar? - le pregunto, casi de manera retórica, completamente estupefacto ante sus palabras - ¿Acaso crees que puedes llegar realmente a ser feliz? ¿Acaso crees que podemos?



La observo durante unos instantes, confuso; con mis ojos clavados en la penetrante mirada de la joven, una mirada que refleja auténtica paz y serenidad.

- ¿Que te ha ocurrido, Pam? - le pregunto con completa sinceridad; dejándo a un lado las dobles intenciones, las ambigüedades, y las puñaladas encubiertas  - ¿Que ha sido de la mujer vengativa, que estaba dispuesta a todo con tal de conseguir lo que quería?...¿La mujer que me odiaba tanto como me necesitaba?

Cada palabra que digo, que emerge de lo más profundo de mi garganta, aleja un poco más a Dos Caras de la conversación; hasta que al final, solo queda Harvey. Como en los viejos tiempos, solo Pamela y Dent, hablando.

Escucho cada palabra que emerje de sus hermosos labios; no hay odio, no hay rencor, ni siquera tristeza. Solo hay sinceridad en sus palabras; una sinceridad no solo preocupante, a lo que a mi respecta, sino completamente desconcertante.
Nuestro eterno odio, lejos de convertirse en algo más intenso y puro, ha acabado por convertirse en una simple cualidad en nuestras vidas; en algo con lo que simplemente vivir. Como la necesidad de comer, o de dormir.

- Es una pena - contesto en respuesta a sus ultimas palabras, con cierto tono de tristeza

Tras estas palabras, mi mano se acerca lentamente hasta mi cintura; accediendo a un pequeño walkie, ahí situado.

- Chicos, soy Dos caras. Podéis volved - digo, acercando el comunicador a mis labios y encendiendolo; recibiendo segundos después un par de "oks" en respuesta - Siento...Sentimos lo que te ha pasado - le digo a la joven de pelirrojos cabellos, con mi mirada clavada en la suya - Te lo digo de corazón - continúo, acercando mi mano hasta su rostro; acariciandolo suavemente a través de la fina tela de los guantes

Hace ya tiempo que el contacto directo con ella es imposible, al menos no sin peligro a una peligrosa urticaria; Lo cual, me cuesta admitir, aveces añoro.

- Ni siquiera a ti, te deseo nada de lo que te ha pasado - digo, mientras guardo el walkie en su sitio y saco mi moneda de la suerte en su lugar - Pero te prometo... - continúo, haciendo una leve pausa para lanzarla; agarrándola al caer - Que él lo sentirá aún más - digo, finalmente, observando el resultado; la cara marcada

Una vez dichas estas sentenciosas palabras, me levanto con decisión de mi asiento y me detengo un par de segundos para observar a la joven; una parte de mi desea confesarle que aún siento cosas por ella que no puede ni imaginar, mientras que otra guarda un rencor y odio que dificilmente pueden siquiera habitar en una persona.