Cuando volví a abrir los ojos ya no me encontraba en el infierno.
Las tenues calles de Chicago me envolvían, con su sordidez y sus colores parduzcos, con su sobriedad y ambiente tétrico. Estaba en un callejón abandonado, rodeado de desperdicios que quizá nadie recogiera envuelto en mi inseparable capa, mientras los recuerdos de varias vidas que no había vivido me taladraban la cabeza. Había muerto y revivido, trasnformado en un Hellspawn, manipulado por Molagbal y por todos los demonios para el gran Armggedon, devuelto a la tierra para cumplir una promesa que me hice a mi mismo, y para intentar mantener la cordura y la humanidad.
Conforme me voy levantando la herida de mi pecho me recuerda mi lucha contra heroes de este mundo humano, y de como mi vida había desaparecido. Mil horrores innombrables pasan por mi cabeza, demonios, ángeles, extraños rituales, conforme voy avanzando a trompicones por el callejon.
Recuerdo también haberme suicidado, haber pasado este poder maldito a otro infeliz. Recuerdo haberme dividido en Omega y haber asediado la realidad humana hasta acabar vencido por mí mismo, mis musculos aun están entumecidos, mis armas embotadas y mi cabeza da vueltas como si hubiera despertado de mi castigo eterno con una resaca hasta el fondo de mi alma.
-¡Ey friki! ¡la pasta! -escucho decir a un tipo que lleva un arma en la mano y que apenas me vé- Dentro de ese disfraz debes tener dinero. ¡Dámelo o te vuelo la puta cabeza! ¡Lo juro por Dios!
Por un momento recuerdo esa otra realidad en la que arranqué las alas de los ángeles en el apocalipsis y de como Dios había muerto de una forma empírica, no filosófica. Sonrío al pensar en sus palabras: "La humanidad está condenada sin alguien que les guíe en silencio"
Recibo varios impactos de bala, a cámara lenta, que esparcen trozos de esa fría y viscosa oscuridad que mana de mi cuerpo. Sonrío con esos afilados dientes de demonio que de poco me sirven para mostrar felicidad. Mis cadenas chirrían, mis armas ya no están embotadas pues sienten la proximidad de la sangre, mi enemigo me vislumbra por primera vez a la luz de una farola y cae al suelo temblando, donde suelta su vejiga, de puro terror.
Le agarro de la cabeza como si fuera un pelele, le miro a los ojos llorosos y con un movimiento le rompo el cuello. Finalmente sé lo que debía haberle dicho a Dios cuando tuve la oportunidad:
"La humanidad siempre ha estado condenada"