[Minievento] Pesadillas y Muerte - Pesadilla de Drago +18 - Mediados de Febrero

Aquél no era un día normal en la vida de Drago. Era un día especial, más de lo que era habitual desde que él y Cassandra salían juntos, porque aquél día, por primera vez en años, podía contemplar el mundo a través de sus propios ojos.

Blair le había hablado de aquél suero, el Extremis, que podía hacerle recuperar la visión, había ido a ver a Stark y ahora ardía en deseos de compartir la buena nueva con Cass.

Estaba emocionado, pero todo rastro de felicidad se esfumó de su rostro para dar paso a la preocupación cuando llegó a la mansión Wayne y se encontró la puerta abierta. ¿Qué diablos...? Aquello no era normal, ¿dónde estaba Alfred? Sabía lo paranoico que era Bruce con todo el asunto de la protección; él jamás habría permitido que la puerta quedara abierta, a menos que alguien les hubiera atacado en su propia casa...

Un montón de imágenes estremecedoras cruzaron por su mente en el momento en el que atravesó corriendo las puertas, pero nada podía superar lo que ocurrió después...

Lo primero fue la oscuridad. Una vez más, no podía "ver", y sentía las ataduras mordiendo firmemente su carne, igual que aquella vez, en el almacén...

- Hola Drago, cuanto tiempo sin vernos, ¿verdad?


No. No podía ser. No podía ser verdad. Tenía que ser una pesadilla... ¿Cuántas veces había soñado con él desde aquella fatídica noche en Colombia? ¿Cuántas veces había rememorado el momento en el que había acercado a sus ojos el mismo cuchillo con el que ahora "acariciaba" su mejilla?

Pero no... había algo diferente en aquél sueño... Normalmente siempre seguía el mismo patrón... Se limitaba a revivir lo que había ocurrido aquella noche, sin variar un ápice el guión... A veces empezaba en el momento en el que se acercaba al almacén... Había disparado a los hombres que estaban dentro, pensando que había despejado el camino y entonces él se levantaba, sin ningún rastro del agujero que le había hecho en la frente, y le atacaba por la espalda... Era mucho más grande y fuerte que él, y, sin embargo, poseía una agilidad sorprendente... Drago era una mosca a su lado, el combate estaba perdido antes de empezar... Recordaba los golpes, todos y cada uno de ellos, hasta el momento en el que perdía la consciencia... Otras veces la pesadilla empezaba directamente con él atado en la silla, justo antes de que empezaran las torturas, pero siempre, invariablemente, terminaban de la misma manera:


Aquél sueño no estaba siendo igual que siempre, no estaba siguiendo el mismo patrón... Todo era demasiado real, demasiado... actual.

No era un sueño, comprendió, aterrorizado. Pero... ¿qué estaba haciendo allí? ¿Y cómo le había encontrado?

Y de repente lo entendió...

Durante trece años, Drago no había tenido vida propia. Antes de que Xavier le encontrara había vivido únicamente para buscar venganza por lo que le había ocurrido a su pueblo. Había acabado primero con Slobodan Milošević, haciéndolo morir de un ataque al corazón dentro de su propia celda. Después, había rastreado a Ratko Mladić hasta el lugar en el que se ocultaba como una rata y le había hecho enloquecer.

El Profesor Xavier y los X-Men le habían encontrado antes de que pudiera vengarse del hombre que ahora tenía ante sí. Xavier le ayudó a recuperar la cordura, le hizo ver que no era ningún ángel exterminador que portara en su mano la llave de la venganza divina, sino un mutante, un simple hombre que no tenía el derecho a decidir sobre la vida y la muerte de las personas. No poseía el derecho a juzgar. Le ofreció la posibilidad de volver a tener una vida. Un trabajo estable, un lugar al que llamar hogar, y una oportunidad de redención a cambio de abandonar para siempre sus deseos de venganza, y él había aceptado.

Pero nunca había podido librarse de la sombra del hombre que le perseguía en sus pesadillas. Por eso, sólo era Dragoslav Katich cuando estaba en la mansión, pero siempre la abandonaba invisible o camuflado bajo alguna ilusión, de la misma manera que cuando iba por la calle o hacía cualquier cosa. Jamás se dejaba ver con su verdadero aspecto más que cuando estaba con la Patrulla. Incluso su piso del Bronx lo tenía alquilado bajo un nombre falso, una identidad falsa y un idioma falso. Por así decirlo, mientras otros usaban la máscara cuando actuaban de superhéroe, en su caso él la usaba en el día a día, durante su vida normal, y sólo era él mismo cuando estaba en combate. Así, no había manera de que nadie pudiera rastrearle hasta su apartamento, y nunca había cometido ningún error...

Hasta el momento en el que había empezado a salir con Cassandra.

Cuando estaba con ella eran las únicas veces en las que se dejaba ver con su apariencia real fuera de la mansión. Cualquiera podría haberlo visto con ella en algún restaurante, o acompañándola a su casa... Además, como hija adoptiva del famoso millonario Bruce Wayne, Cassandra era una cara conocida de Gotham.

Por amor había cometido la mayor estupidez de su vida. Lo que tanto temía había sucedido: había bajado la guardia. Y por su causa, no sólo se había expuesto él, sino que la había expuesto a ella, como su novia, ante sus enemigos. Ante la bestia que ahora se sentaba sobre sus rodillas, perfilando el contorno de su rostro con un cuchillo. El hombre al que había frustrado todas sus operaciones durante años. Al que había costado una ingente cantidad de dinero en recursos y hombres al asesinar a la práctica totalidad de su grupo la noche en la que habían despertado sus poderes, unos poderes que ahora, por alguna razón, se encontraban desactivados. De nuevo era un hombre normal, y de nuevo se encontraba indefenso, aterrorizado e impotente, como había estado entonces. Como había estado cuando no era más que un niño y no había podido evitar lo que aquellos soldados le habían hecho a su madre... a su padre...

Y de nuevo, sus peores temores se hicieron realidad cuando su Némesis le dio la vuelta a la silla para permitirle ver lo que ningún hombre desearía ver jamás. La razón por la que había abandonado a Nadine, ocho años atrás. La razón por la que había tratado de abandonar a Cassandra después de que Ultrón hubiera estado a punto de ejecutarla ante sus ojos.

Todos aquellos a los que había amado alguna vez habían terminado muriendo de manera horrible. Todos. Su padre, su madre, su hermana, su pueblo... Siempre temió que la maldición que le perseguía pudiera afectar a Nadine. Por eso la dejó. Su amigo Lobo le hizo ver que había sido egoísta al tomar esa decisión por ella. Le dijo que debería permitir que las mujeres de su vida decidieran si aceptaban correr el riesgo, y así lo había hecho con Cassandra. Después de lo de Ultrón había intentado acabar con la relación por el bien de ambos, pero ella no lo había permitido, le había hecho ver que estaba equivocado... Equivocado...

Y ahora estaba allí, atada a una mesa, en las manos de su peor enemigo, un despiadado mercenario que no poseía el menor escrúpulo, que había estado dispuesto a participar de la extinción de todo un pueblo y no había vacilado en trabajar para peligrosos cárteles de droga o en lucrarse de la trata de blancas. Un sádico, un asesino, un violador. La peor escoria que había engendrado la raza mutante. Y todo por su culpa...

- Déjala ir -imploró, más asustado que si la amenaza hubiera sido dirigida hacia él-. Ella no tiene la culpa de nada, es a mí a quien quieres... Fui yo el que frustró tus negocios y mató a tus hombres.

El mercenario dejó caer el cuchillo sobre la mesa y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando aquellos estilizados dedos, capaces de sostener con exquisita armonía un violín, o con aguerrida fiereza una espada... capaces de acariciar con tanto amor y delicadeza su cuerpo, se separaron de su mano con un sonido blando y borboteante.

- ¡Basta! -gritó, haciendo lo imposible por romper las ligaduras consiguiendo tan sólo que se clavaran más aún en su carne, pero sin ser consciente del dolor. ¿Por qué no acudía a él su poder? ¿Dónde estaba Bruce?  

Cassandra le miró, con los ojos llenos de lágrimas. Y aún seguía mirando cuando aquél bastardo se subió encima de ella y comenzó a desnudarla con el cuchillo.

Aquél era su límite. Drago se sintió enloquecer; Una niebla roja enturbió su visión, sus músculos se hincharon hasta que las cuerdas terminaron por cortar finalmente la piel, clavándose profundamente en su carne, haciendo que la sangre corriera por sus muñecas y tobillos, pero a él no le importaba; no era capaz de sentirlo. Lo único que deseaba en aquél momento era tomar el cuello de aquél hombre entre sus manos y apretar hasta escuchar cómo se le rompía la tráquea. En su enloquecido frenesí, logró volcar la silla, que se estrelló contra el suelo con un sonido de madera astillada.

Drago se paralizó al ver el cuchillo sobre la garganta amada. Si trataba de hacer algo, si actuaba, él la mataría...

¿Y qué es ella para ti?

Las sombras. No había vuelto a oírlas desde la noche de Halloween. No podía ser, no...

¡Dejadme en paz! -exigió- ¡Salid de mi cabeza!

Sabemos lo que te hizo ese hombre -susurró una voz distinta, desde otro lugar-. Cómo te torturó. Lo que te arrebató. El dolor que causó. ¿Estás dispuesto a prescindir de todo eso por una mujer con la que no llevas más que un par de meses?

Batman está muerto. Alfred está muerto. Nightwing está muerto -recitaron las voces, como en una letanía.

No es posible, no pueden estar muertos...

Batman se había enfrentado a gente como Killer Crock y Bane y había salido victorioso, y había sido testigo de primera mano de las hazañas de las que era capaz Cassandra. Su enemigo era fuerte, y rápido, y regeneraba sus heridas, pero no debería de haber podido contra los tres a la vez, no...

Mira hacia atrás -reverberó otra voz, mucho más cerca que las anteriores-. ¿Cuál es tu verdadera naturaleza, Drago?  

Por su cabeza cruzaron imágenes fugaces de todos los hombres a los que había matado, desde sus inicios en el ejército, pasando por su carrera de mercenario y hasta los años que había pasado como Ángel de Venganza después del despertar de sus poderes.

No, no... Charles Xavier dijo...

Charles Xavier intentó cambiar tu naturaleza. Pero tú sabes cuál es, ¿verdad, Drago?

Claro que lo sabes... Sabes lo que verdaderamente eres... Nosotras nunca te mentimos... Pero tu dolor puede terminar... Acepta tu naturaleza. El tiburón no siente culpa cuando mata. ¿Acaso no es la voluntad de Dios?

Sin embargo, continuaba inmóvil, mirando fijamente al asesino que amenazaba a su novia.

¿Por qué dudas? -las voces se impacientaban-. Vamos, acepta tu naturaleza y mátalo.

Sus ojos se desviaron por un momento hacia la pata astillada de la silla que se encontraba a sus pies. Un velo rojizo enturbió su mirada. Ya no era Dragoslav Katich, nunca más. Dragoslav era débil, con patéticos lazos que lo volvían vulnerable. Pero él no. Él era el Ángel de Venganza y no tenía sentimientos que pudieran hacerle caer.

- Si hago lo que me dices, nos matarás igualmente, o algo peor. Si no lo hago, ella morirá, pero tú, bastardo, pagarás tus crímenes ante Dios.

No se inmutó cuando le segó la garganta porque antes de que lo hiciera ya estaba saltando sobre él, derribándolo al suelo con un grito inhumano, la mirada inyectada en sangre y tratando de atravesarle el ojo con la pata de la silla astillada.

En medio del frenesí que le envolvía, no fue capaz de procesar que era imposible que aquél hombre supiera lo que le había ocurrido siendo niño... Ya que él jamás se lo había contado, y era imposible que hubiera podido reconocerlo entre los cientos de niños que masacraron ese día en Srebrenica.

Su enemigo estaba muerto. ¿Lo estaba? ¿Por qué no se regeneraba? No importaba. Dejó caer la estaca manchada de sangre y se acercó a la mesa en donde yacía, blanca y exánime, la mujer a la que había amado en otra vida.

- Perdóname -dijo después de rezar una oración por su alma, recolocando suavemente sus cabellos-. Tenía que hacerlo así. Si me hubiera plegado a sus requerimientos, los dos habríamos muerto. Ahora, al menos, he podido vengarte. Yo no soy ningún mártir cristiano, soy un guerrero, un muÿâhid, y todo cuanto soy le pertenece a Allah, y ahora tú también perteneces a Allah, porque reza el Corán: “No digáis de los que han caído sobre la Senda de Allah que están muertos: están vivos...”. Están vivos porque aceptar la humillación y la derrota no es vida. Vive el que ha confiado en Allah, ha confiado en la eternidad, y no ha tenido reparos en sacrificar su vida humillada y derrotada en aras de lograr una gran victoria como la que tú me has proporcionado, amor...

No había lágrimas. El shahîd no podía llorar. Esas eran las debilidades de Drago, el mutante, pero no de él. El Ángel Vengador no sufría y no padecía. El Ángel Vengador luchaba por lo que era justo, enfrentando a los tiranos y derrotando a los farsantes.

En ése momento, una voz, una muy diferente a la de las sombras que le rodeaban, resonó, limpia y clara en su cabeza:

- Lo acabas de decir... No es posible Drago, estás soñando.

Y, como si de un torrente de agua penetrando en un lodazal se tratara, fue abriendo un camino en la oscuridad que enturbiaba su mente, devolviéndole paulatinamente a la claridad y la lucidez.

Las sombras se extinguieron, los tentáculos de oscuridad se disiparon, la luz roja que alumbraba las cuencas vacías de sus ojos se apagó, devolviéndole su aspecto humano.

Lo primero fue el horror al contemplar el cadáver de Cassandra, seguido de esa mezcla de desesperación y esperanza de quien se sabe inmerso en una pesadilla. La voz lo había dicho, y en aquél mismo instante había pasado a ser consciente del sueño. No era real, pero no dejaba de ser una visión espantosa. Aquello era algo más que un sueño. Incluso ahora, no era capaz de despertar. ¿Qué...?

- Ven.

Y, como si la orden la hubiera convocado, una mágica escalera apareció frente a él. Quienquiera que le hubiera hablado le aguardaba al final de la misma, y como fuera que no parecía ser capaz de despertar por sus propios medios, no veía más salida que seguirla. De manera que subió y, al llegar ante las tres criaturas míticas, se detuvo y aguardó.