El Sello se ha roto (Simon Graham, Joanna Hardins, Artemis Crock)

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El Infierno.

¿Cómo describes el Infierno? Miles de mentes humanas lo han intentado a lo largo de los años. Pintores, escritores, poetas, dramaturgos, cineastas, todos han hecho lo posible por ofrecer su propia visión del Infierno. Una visión a veces extraída del colectivo, las tradiciones y la superchería popular, a veces directamente sacada de la propia mente del autor, de sus miedos e inquietudes. Lo cierto es que el Infierno es un poco de ambos. Un poco de histeria colectiva, un poco de sufrimiento y pavor personal.

Te puedo asegurar una cosa. Todos los que se han esforzado por describir el Infierno han estado muy cerca... Y a la vez muy lejos. El Infierno es todo eso y nada a la vez. Es dolor, es regodeo en el sinsentido de la vida humana, en todas las facetas de nuestra personalidad que nos revuelven el estómago y nos hace perder el deseo de seguir siendo humanos. El Infierno es un antro donde los débiles son devorados, castigados y torturados, y los fuertes sólo viven un día más para percatarse del monstruo en el que se están convirtiendo. El Infierno es la eterna incertidumbre, la ausencia de reglas que determinen si vivirás o morirás, o si seguirás siendo el mismo al seguir en pie.

Todo eso es el Infierno. Y nada de eso. Tratar de expresarlo con palabras humanas es una pérdida de tiempo.

¿Que por qué lo sé? Porque vivo en él.

Soy Simon Graham. Me gusta seguir pensando en ello. Es lo único que me mantiene cuerdo en este valle de cenizas, polvo y miseria. Apenas recuerdo qué aspecto tenía mi cara la última vez que me miré. No hay espejos en esta tierra, y en el fondo lo agradezco. Cuando vives en la corte de Belafor, Príncipe de las Mentiras, aprendes a las malas que todo está hecho para engañarte y engatusarte. Por desgracia para él, yo soy perro viejo, y hace tiempo que no me trago sus palabras untadas en miel. Por desgracia para mí, eso significa que ya no me da opción al diálogo. Día tras día, noche tras noche, año tras año, he corrido sin descanso por los oscuros túneles del Séptimo Infierno, su reino, perseguido por sus hordas de sabuesos. Hoy no es una excepción.

A su izquierda, Amo.

Siempre viene bien contar con alguien que te eche una mano, ¿verdad? Literalmente, en mi caso.

No me cuesta encontrar un escondrijo donde infiltrarme. Varias bestias alcanzan mi posición poco después, pero se dispersan en busca de un rastro. Brucolacos. Un poco de hombre, un poco de bestia, pero no son ni lo uno ni lo otro. Según cuentan las leyendas, fue uno de los muchos intentos fallidos del Oscuro por crear a su propia raza de hombres. Al menos le sirven bien como perros de caza. No duraré mucho tiempo escondido. Su olfato es muy agudo.

Afortunadamente, la Mano Sombría tiene su propio "olfato".

Con cuidado ahora, Amo. Ha perdido mucha energía. Pueden darle problemas...

-Déjame la parte de los tiros a mí, ¿quieres?

Una bestiezuela se está acercando. Sus labios se retraen, enseña su dentadura amorfa. Arrugo la nariz al oler la peste del icor negro que babea. Siento su ansia por comer.

Que empiece por algo de hierro.

La cabeza de la bestia explota como una granada cuando descerrajo un tiro limpio de escopeta sobre ella. Las otras rugen y avanzan hacia mi posición. Pan comido. Descargo más perdigones sobre ellas, esquivo por los pelos una andanada de zarpazos y mordiscos y los aparto de una brutal patada. Han caído tres. Suficiente para darle a Handy un extra de energía.

-¡Perros malos!

La bola de fuego sale disparada desde la palma de Handy y estalla como un proyectil de mortero frente a mis adversarios. Hechos pedazos con la misma energía que les dio vida. El Infierno es, sin duda, un lugar irónico. Observo la carnicería que se ha librado ante mí, algo a lo que ya me he acostumbrado demasiado, y me aparto un par de trozos de carne de brucolaco del hombro.

¡Excelente, Amo! No podía esperar menos de usted, Guardián del Séptimo Sello...

-¿Estás seguro de que está por aquí, Handy? Llevamos horas correteando, y no he visto más que esbirros de Belafor. ¿No te estarás atrofiando con los años?

Me ofende que me diga eso, Amo... Mis sentidos nunca fallan. Debe de estar aquí, lo presiento. Y estamos muy cerca... Pero hemos perdido demasiado tiempo con las hordas que nos han salido al paso. Si no nos damos prisa, Belafor también lo detectará. Y eso sólo puede significar una cosa.

-El fin de la tregua...

Echo a correr de nuevo. El cansancio físico no significa nada cuando has tenido toda la eternidad para lamentar tus errores y rezar por una oportunidad como ésta.

Cien años. El tiempo que exigí a ese bastardo antes de que lanzase a sus legiones demoníacas sobre la Tierra. Cien años. ¿El tiempo que llevo encerrado aquí? No lo sé. Aquí es imposible saberlo. Me jacté de haber engañado al Príncipe de las Mentiras, pero creo que en el fondo siempre hemos estado empatados. Sea como sea no puedo detenerme. Si es verdad lo que dice Handy, por fin tendré un billete de salida de este antro. Aunque eso no tiene por qué ser bueno.

Sigo recorriendo este puto laberinto de rocas de color sangre, aspirando el aire ceniciento, pisando un suelo que arde más que las brasas. Un paisaje al que me he acabado por habituar. Un momento. Un brillo extraño, fulgurante, de color verde esmeralda. Parpadea por unos instantes ante mí, luego desaparece, luego vuelve a aparecer. Esto no lo he visto antes. Me aproximo. Es difícil de explicar. Es como si la realidad entrase por un conducto de desagüe que la traga, la escupe, la vuelve a tragar, y así constantemente. Me siento mareado.

¿Ve, Amo? ¡Yo tenía razón! ¡He aquí nuestro billete de salida! ¡La brecha! Pude sentirla en el mismo instante en que se produjo.

-Esto no me gusta, Handy... ¿Quién nos asegura de que esto no es más que otra trampa de Belafor? ¡Lo mismo nos lleva directos a la guarida de su concubina Lamash! Dios, no quiero ni volver a encontrarme con esa zorra...

Esto no es obra de la magia demoníaca, Amo. Es una disrupción en el tejido del espacio-tiempo. Algún estúpido humano puede haberla abierto por accidente, o algo de mayor calado puede haber sucedido ahí fuera. El caso es que esto sólo puede ir hacia el exterior, nunca al interior.

-¿Y cómo es que tú lo has captado antes que Belafor? ¿Acaso el gordo cabrón está demasiado entretenido con su harén?

Belafor no es omnisciente, Señor, por fortuna para nosotros. Pero sus espías están por todas partes, y no tardarán en descubrirlo...

A veces no tienes más que conjurar las cosas para que sucedan.

Un grito espantoso me taladra los oídos y hace eco en todo el maldito Valle de las Ascuas. Veo la silueta de una arpía recortándose en el cielo. La maldita furcia alada chilla y revolotea sobre nosotros. El Séptimo Infierno se ve sacudido por un violento temblor de tierra. Desde el horizonte se alza una figura alada colosal, levantando nubes de ceniza y llamas a su paso.

-¿Por qué tienes que ser tan boca-cabra? -maldigo a Handy mientras le vuelo la cabeza a la arpía.

¡Que no le alcance, Señor! ¡Atraviese el portal! ¡¡AHORA!!

Echo a correr como alma que lleva el Diablo (nunca mejor dicho) mientras todo el maldito Séptimo Infierno, literalmente, se me echa encima. No me paro a contar ni a diferenciar criaturas entre el maremágnum que corre veloz hacia mi posición. Lleve a donde lleve el maldito portal, no pienso desaprovecharlo.

Me meto de cabeza. Y que sea lo que Dios quiera.

Joanna miró a las masas que se encontraban ante ella, subida al estrado. A sus espaldas, dos guardaespaldas se encontraban mirando al frente. No en vano, la alcaldesa se encontraba dando un discurso a la ciudad de Happy Harbor con la intención de levantar sus ánimos tras la noche aciaga en la que los mundos colisionaron.

Este puede ser el comienzo de un resurgimiento, de una nueva edad dorada, de... De pronto, Joanna paró en seco de hablar, mientras las primeras filas empezaban a alarmarse, soltando gritos de sorpresa e incluso de miedo en algunos casos. Y no era para menos, ya que de la comisura de los labios de Joanna estaban empezando a emerger un par de hilillos de sangre.

La mujer carraspeó, aturdida, mientras más sangre empezaba a emerger de su boca, su nariz y sus ojos, trastabillando. Con un sonido desagradable, empezó a toser sangre viscosa y dura como el grumo, mientras caía de rodillas. Los guardaespaldas rápidamente se echaron encima de la política mientras la gente empezaba a preocuparse, casi aterrarse.

Entonces, con un aullido de dolor, la alcaldesa se desplomó al mismo tiempo que una nueva figura emergía de aparentemente su pecho, llenándolo todo de sangre. De hecho, Simon estaba cubierto de dicha sustancia, mientras la alcaldesa gemía de puro dolor en el suelo, el rostro desfigurado por la agonía, antes de suspirar, aliviada. Estaba sudando y empapada en sangre, y mientras uno de los guardaespaldas la acunaba casi con cariño, el otro desenfundó su pistola, apuntando directamente a la cabeza del recién llegado

¡Arriba las manos! ¡Donde yo las vea!

Por supuesto, los murmullos podían llegar a los oídos del hombre sin muchos problemas. Muchos hablaban de un ataque terrorista, otros de un atentado, algunos decían que era una trampa de la alcaldesa, que estaba claro que era un monstruo...

Pero el consenso era que el inglés no era bienvenido

Había algo en la voz de Joanna que calmaba a Artemis. Aquello hubiera sido curioso para muchos; la alcaldesa era una no-muerta, y aquello solía inquietar a los demás. Pero no a Tigress. Las manos frías de Joanna habían secado sus lágrimas en una ocasión, sus palabras amables habían apaciguado el dolor. Y Artemis podía ser esquiva y desconfiada, pero su lealtad para con los suyos era feroz. Si aún era capaz de dirigir la palabra a su padre y su hermana, era por algo.

Sí, había algo en la voz de Joanna que calmaba a Artemis, y la Titán necesitaba calmarse, ahora más que nunca.

La Colisión había terminado, o eso parecía. Happy Harbor se recuperaba del ataque de unas armaduras voladoras, Artemis y Brian habían regresado de Belle Reve... y Dick había vuelto del Ártico sólo para correr hacia Arkham. De allí regresó con una Barbara desvanecida, acosada por las pesadillas... Y con una noticia para Artemis.

- No puede ser, Dick. No es verdad, no puede ser verdad. - había dicho ella, casi gritando.

Pero Nightwing estaba seguro de lo que había visto. Y Artemis no quería creerlo, de verdad que no quería. Aquella semilla de duda ya se la había plantado la propia Joanna, aquella noche en la que le había pedido que buscara a Wally entre los muertos. No necesitaba que Dick la ayudara a germinar.

Artemis sabía cómo funcionaban aquellas cosas. Te aferrabas a la esperanza, dejabas que te arrastrara y luego...

Luego, los sueños se disipaban, y Wally volvía a morir.

- Pienso ir a buscarle - había dicho Nightwing.

Era una tontería, Artemis ardía en deseos de decírselo a gritos. ¡Una tontería! Wally ya no estaba, y no, no iba a encontrarlo, por mucho que corriera detrás de aquella estúpida visión suya. Pero su voz y sus esperanzas la habían traicionado. Tigress había abierto la boca para decirle que estaba loco, pero había terminado pronunciando unas palabras muy distintas.

- Voy contigo.

Por eso había venido. Quería hablar con Joanna, decirle que se marchaba un tiempo de Happy Harbor, preguntarle qué debía hacer. ¿Era estúpido seguir a Dick en aquella misión? ¿Tenía que arriesgarse a tener esperanza?

Miró a la alcaldesa mientras ésta seguía pronunciando las palabras de su discurso. Joanna le diría que sí. Le recordaría que Wally no estaba entre los Titanes muertos, le aconsejaría que tratara de encontrarle. Artemis tenía que admitir que ella hubiera hecho lo mismo de poder aconsejar a una persona. El problema, claro, es que no podía distanciarse lo suficiente de las cosas que se referían al antiguo Kid Flash como para poder pensar con claridad.

Este puede ser el comienzo de un resurgimiento, de una nueva edad dorada, de...

Las palabras de la alcaldesa se interrumpieron. Los espectadores empezaron a murmurar, aterrados. Artemis se apartó bruscamente de la columna donde se apoyaba. Sangre... Dios mío, Joanna estaba sangrando. Su boca, sus ojos, su nariz...

Sin pensarlo siquiera, la Titán echó a correr, apartando a empujones a la multitud que se agolpaba frente al estrado de la política. Iba vestida de paisano; la melena rubia suelta sobre los hombros, su vieja cazadora marrón, un jersey de cuello alto, tejanos y botas hasta las rodillas. No importaba. No podía ver a la alcaldesa desde el lugar donde estaba ahora, pero las voces y los gritos alarmados de la multitud la espolearon hacia delante. Estaba sucediendo algo horrible, de eso estaba segura.

Y entonces oyó el aullido de Joanna.

Artemis empujó con desesperación, casi con violencia, a un ciudadano de la primera fila, apartándolo de su camino. Dos de los encargados de la seguridad de la alcaldesa se echaron sobre ella de inmediato, aferrándola por los brazos. Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par mientras Joanna se desplomaba y su pecho era traspasado desde dentro por...

¿Un hombre?

Tigress se debatió, furiosa.

- ¡Soltadme! - gritó.

Como era lógico, los guardaespaldas no la obedecieron. Artemis vio como el hombre se incorporaba, cubierto de sangre. Sus ojos rasgados buscaron frenéticamente alguna señal de vida en la alcaldesa. ¿Qué diablos había sido aquello?

Joanna se movía, claro. Ya estaba muerta, se recordó Tigress; no podían matarla las mismas cosas que a una persona normal. Y, aún así, no lograba entender cómo podía haber salido alguien de dentro de ella. La rubia trató de pensar con lógica mientras los vigilantes la retenían; los poderes de la alcaldesa tenían que ver con los muertos, ¿sería otro muerto lo que había surgido de su interior? No tenía ni idea. Desde luego, aquella vez en que Joanna había hablado con los fallecidos delante de ella no había sido así.

- ¡Arriba las manos! ¡Donde yo las vea! - exclamó uno de los guardaespaldas de la alcaldesa, apuntando al hombre cubierto de sangre, mientras otro acudía en ayuda de la política.

Artemis, algo más tranquila al ver que alguien se encargaba de la agotada Joanna, clavó los ojos en el intruso, estrechándolos en una mirada de desconfianza.

¿Sería una amenaza? ¿Un muerto vengativo dispuesto a atacarlos?

Happy Harbor ya había sufrido demasiados daños en una noche. No iba a permitir que volviera a sufrir un ataque, y menos aún de un tipo que se acababa de bañar en la sangre de su médium favorita.

Una salida. Apenas puedo creérmelo a medida que mi cuerpo, mi alma y mi conciencia son tragados por el vórtice y me arrastran hacia una debacle de energía, muy lejos de allí. Lejos del alcance de mi enemigo y carcelero. Una salida. El regreso al mundo de los vivos, el mundo del que vengo.

¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto habrá cambiado el mundo? ¿Habrá terminado la Gran Guerra? ¿Habremos ganado?

Venga, Simon, no pierdas más el tiempo. Corre, corre por todos los Infiernos.

El vórtice se transforma de repente ante mis ojos. Una pared de carne latiente. ¿Otra broma de los demonios? Belafor siempre fue muy dado a los engaños. Mierda, ¿tanto ilusionarme y resulta que he caído en una trampa? ¡Que le jodan! Se lo dije en su día: ¡si quiere la Mano Sombría, tendrá que ser por encima de mi cadáver!

No dudo en hincar las garras de Handy en esa asquerosa pared. La cortan como mantequilla. Si es una trampa, es una muy mala, pero se desangra como un cochinillo. Me pringo hasta las cejas, pero me da igual. Cualquier mancha de sangre en mi chaleco será un precio escaso a pagar con tal de salir de aquí.

Un poco más. Un corte por aquí, un corte por allá. Un empujón... Y fuera.

Estoy fuera, en el mundo exterior.

Por primera vez en muchos años, mis pulmones respiran el aire puro de la superficie. Casi me ahogo y tengo que permanecer unos segundos arrodillado, mientras dejo que recuerden de nuevo el sabor, atrofiado por el gusto a ceniza del Séptimo Infierno. La luz del sol me ciega cuando levanto la cabeza. No me llega a quemar, pero su contacto directo resulta de pronto tan doloroso...

Dejo que mis ojos se acostumbren poco a poco. Cuando dejo de ver borrones a mi alrededor, distingo las formas de grandes torres de metal que invaden el horizonte. Por un momento me asusto. ¿De verdad he regresado, o este no es más que otro Infierno dominado por otro bastardo inhumano? Me cuesta entender ese tipo de arquitectura, pero poco a poco percibo la ausencia de rasgos demoníacos en ella. No hay suficientes pinchos, metal o cosas desagradables. Hay césped verde bajo mis pies también. Y conforme mis oídos dejan de estar entumecidos, capto voces humanas. Genuinas voces humanas. Con un acento que yo asociaría a americanos.

Una cosa es segura: esto no es Liverpool.

- ¡Arriba las manos! ¡Donde yo las vea!

-¿Eh?

Me giro, aunque me cuesta la vida moverme de nuevo. Tengo todo el cuerpo agarrotado, como si me acabasen de parir. ¿Por qué hago semejante comparativa? Es igual: tengo delante de mí a un tipo vestido con un traje de caballero, apuntándome con una pistola. No reconozco el diseño, pero el concepto del arma ha cambiado poco. Le devuelvo la mirada con indiferencia. Ya me han tiroteado los boches, no una, sino muchas veces. ¿De verdad se cree que eso va a darme miedo?

-Oiga, amigo... Baje eso, ¿quiere? Va a sacarle un ojo a alguien...

A los pies del tipo creo ver a una mujer tirada en el suelo, empapada de sangre, con la barriga abierta en canal. Un momento... ¿Se está moviendo? ¿O son sólo espasmos? No, no lo parece.

Está bien, Simon... Mejor espérate un maldito minuto a que alguien te explique qué puñetas acaba de pasar aquí.

Joanna se sentía morir por segunda vez. Conocía muy bien la sensación, y aunque tenía una certeza de que volvería a la vida de nuevo (aún sin saberlo con certeza), su cuerpo empezaba a perder sensibilidad, quizás por los daños masivos o por la pérdida extrema de sangre. Su vista se volvía borrosa y oía todo distorsionado. Apretó los dientes, en un intento de aguantar la respiración, pero con los pulmones desgarrados, cada vez que su cuerpo intentaba recuperar el aire de forma instintiva, era como si la desgarrasen de nuevo por dentro.

¡Joder! ¡Dios! ¡Menudo jodido boquete! exclamó el guardaespaldas, acojonado ante el agujero que había justo en el pecho de la mujer. La alcaldesa reconoció la voz del muchacho, y sintió culpabilidad por estar asustándole. Él debía saber que volvería a la vida, ¿verdad? O quizás no, por eso sentían tanto miedo

- ¡Soltadme! Joanna sintió un estremecimiento de pánico al reconocer la voz de Artemis entre todo el griterío. Intentó incorporarse, enfocarla bien, pero sólo pudo ver una cabellera rubia en un bulto posiblemente provocado por dos personas más. Estaba segura de que era ella, y no podía permitir que la viese morir: si lo hiciese, la destrozaría por dentro, estaba segura.

Apretó los dientes y elevó una mano, tocando la muñeca del chico que la aferraba entre sus brazos. No le gustaba hacer eso, pero no podía permitirse morir ahí, no con Artemis de testigo. Con una disculpa silenciosa, su mano se iluminó unos segundos mientras el muchacho se notaba falto de aire, cansado. La herida del pecho de la mujer comenzó a cerrarse, sus pulmones comenzaron a unirse de nuevo con un sonido algo desagradable, a ojos vista. Pronto quedaba sólo a la vista unas costillas rotas, pero Joanna pudo tomar una bocanada de aire. Su vista se aclaró, y rápidamente localizó a Artemis. Con un movimiento de la mano, mientras notaba la vida volver a ella, dirigió un rayo de energía negativa a los dos hombres que la retenían, lo que regeneró sus costillas e inmediatamente su musculatura y su piel.

Tenía la blusa desgarrada, pero ahora sólo quedaba a la vista la inmensa cicatriz sobre su seno izquierdo, vivo recuerdo de aquella vez que fue sacrificada por el Hermano Sangre a Trigon. La mujer se incorporó y cayó de rodillas, respirando tan pesadamente como los tres agentes que ahora se encontraban en el suelo, mientras el aturdimiento empezaba a abandonarla. Joanna agitó un par de veces la cabeza, aún de rodillas

Est-Estoy bien murmuró, incorporándose contra el podio, suspirando quedamente. Los murmullos de alivio de los ciudadanos se oyeron como un coro, aunque aún se notaba la tensión en el ambiente: A nadie se le habían escapado ambos rayos de energía verde, y no sabían si era de Joanna o del extraño desconocido que podía haberla atacado

¡Alcaldesa! ¿Se encuentra usted bien? El hombre de la pistola giró la mirada unos segundos a la mujer, y después empezó a apuntar primero a Simon y luego a Artemis, alternativamente y claramente nervioso ¡No os mováis, joder!

Espera... Ella es amiga mía. No es peligrosa replicó la alcaldesa, lo que hizo que el hombre centrase de nuevo la mirada en el recién llegado

¿Y él?

No le he visto en toda mi vida... pero espero que quiera explicarse

Joanna estaba bien.

Artemis dejó de forcejear al ver cómo la herida del pecho empezaba a regenerarse. Los hombres que la retenían también aflojaron la presión, aunque por una causa muy distinta. Un rayo de energía verde procedente de la alcaldesa les estaba... ¿qué, exactamente? ¿Debilitando?

"Se está curando", pensó Tigress, mientras el súbito alivio que sentía, unido al desvanecimiento de los guardaespaldas, la hacían tambalearse.

Uno de los protectores de Joanna seguía en pie, apuntando al hombre ensangrentado.

- ¿Eh?

"No tiene ni idea de lo que está pasando", comprendió Artemis, mientras lo veía girarse trabajosamente.

-Oiga, amigo... Baje eso, ¿quiere? Va a sacarle un ojo a alguien...

No parecía muy impresionado por el arma, pero al menos no tenía el aspecto de ir a abrir a nadie más en canal, al menos por el momento. Artemis dio un paso al frente, pero el desquiciado guardaespaldas la apuntó a ella. Se quedó quieta de nuevo, maldiciéndolo mentalmente, mientras el muchacho turnaba el cañón de su arma entre la Titán y el recién aparecido.

Tigress aprovechó para estudiar al desconocido. Iba vestido de un modo un tanto... anticuado, por decirlo así. Parecía completamente fuera de lugar en aquel sitio, y no únicamente por la sangre que cubría sus ropas. ¿De dónde habría salido, descontando el interior de Joanna?

Artemis miró con ansiedad a la alcaldesa. Su cuerpo se había regenerado, aunque la blusa no hubiera tenido la misma suerte. Joanna se levantó y cayó de rodillas, respirando con dificultad.

Est-Estoy bien aseguró, utilizando el podio como agarre para ponerse en pie definitivamente. El público parecía tan aliviado como la propia Tigress, pero el chico de la pistola seguía sin verlo claro.

- ¡Alcaldesa! ¿Se encuentra usted bien? - inquirió, nervioso, mientras seguía apuntando a la rubia y el ensangrentado - ¡No os mováis, joder!

Espera... Ella es amiga mía. No es peligrosa, intervino Joanna, refiriéndose a Artemis.

La muchacha rubia no pudo evitar el leve amago de una sonrisa.

"O al menos, no para vosotros", se dijo. Para el nuevo, ya se vería.

- ¿Y él? - preguntó el chico, haciendo un gesto brusco con la cabeza.

No le he visto en toda mi vida... pero espero que quiera explicarse, dijo Joanna.

Muy propio de ella, dejar explicarse a un tipo que acababa de abrirle un boquete del tamaño de un obús en el pecho.

Artemis decidió que la vía diplomática de Joanna le valía, por el momento. Seguía en su traje de paisana, y el guardaespaldas había hecho que demasiadas miradas convergieran sobre ella al apuntarla, como si ella hubiera intentado algo contra la mujer del estrado. Lo único que le faltaba era echar por tierra su identidad secreta saltando sobre el desconocido.

De modo que optó por cruzarse de brazos en el mismo lugar en el que estaba y lanzar a Simon una mirada inquisitiva, esperando que dijera lo que tuviera que decir.

Parece que mi llegada ha armado más revuelo del que hubiese querido.

Veo a otra chica acercándose con desesperación a la pobre mujer abierta en canal, antes de que los que parecen ser guardaespaldas la intercepten. Me doy cuenta entonces de que estoy empapado de sangre, de la cabeza a los pies. Un momento... Un jodido momento. ¿Qué significa...?

Ya no estamos en el Séptimo Infierno, señor. Esa mujer es el Portal.

-No me jodas...

Una frase que normalmente le escupo a Handy con mucha sorna. Pero esta vez suena tan sorprendida como yo mismo. Joder... ¿Es que no había otra maldita manera de regresar a la superficie? Miro a mi socio enseñando los dientes.

-¡Dime que esto no ha sido una de tus brillantes ideas!

El guardaespaldas sigue apuntándome, y no hace falta mirarlo para sentir que está pasmado. A fin de cuentas nadie más puede oír la voz de la Mano Sombría salvo su portador. Bueno, y cualquiera que trate con poderes demoníacos o similares. Pero éste no tiene pinta de lumbreras.

No me eche la culpa, señor. Además, ella no corre peligro. ¡Observe!

Miro de nuevo a la mujer, deseando que ésto no sea la manera de mi maldito socio de escurrir el bulto. No lo es. Está levantándose, la espantosa herida del vientre se le vuelve a cerrar. Lanza una especie de energía verde por las manos que parece agotar a las personas que tiene cerca, pero no los mata. Sus heridas se cierran a velocidad de vértigo, aunque su ropa sigue hecha un desastre.

No puedo evitar sentirme incómodo. ¿No será ésta otra de las trampas de Belafor? ¿Ha sabido que quería escaparme y ha enviado a uno de sus súcubos para capturarme?

No es magia demoníaca, señor. Es poder oscuro, sin duda, pero no siento el sello de Belafor en ella. Desconozco el origen.

-¿Te importaría dejar de leerme la mente por una vez? -le riño a Handy de nuevo. Me arriesgo a que me miren como un lunático, pero me importa un poco un pito, como quien dice. Además, salir del vientre de una mujer en plan cesárea a lo vivo no es que sirva de mucho para generar una buena impresión.

Se hace un silencio bastante incómodo mientras todos me miran, incluyendo a la pobre mujer-Portal. No parece una mala persona, aunque no sería la primera vez que me encuentro con un demonio que camufla sus intenciones. Pero Handy tiene razón: no apesta a azufre como los otros cabrones. No quiere decir que me deba fiar de ella, pero es mejor concederle de momento el beneficio de la duda. Además, me está dando la oportunidad de explicarme. Todo un detalle por su parte.

Me acerco un par de pasos para que me tenga bien a la vista, pero decido mantener distancia prudencial. Estos tipos tienen pinta de ser de gatillo fácil. No les tengo miedo a sus armas de juguete, pero no quiero abortar tan pronto una oportunidad para hablar.

-Ejem... Señora, esto no tiene pinta de ser Sonne, y desde luego tampoco es Liverpool. Pero ya que estamos, deje que me presente: Sargento Simon Graham, del 4º Batallón del 305 Regimiento de Infantería del Reino Unido. Le referiría al resto de mi escuadrón, pero sé de buena tinta que no sobrevivieron al gas alemán. Y, la verdad... Todo apunta a que han pasado bastantes años desde entonces.

Señor, su título humano ya no significa nada. ¡Preséntese como lo que realmente es: el Necrowarrior, el Cazador de Demonios, el Guardián del Sello del Séptimo Infierno!

-¡Aquí el relaciones públicas so yo, y me presento como me da la gana! -le espeto otra vez al plasta de Handy. Sí, sé que no debe de ser muy prudente eso de hablar en voz alta, ¿pero qué puedo decir? Hace tanto tiempo que no trato con un ser humano que ya casi no recuerdo cómo es.

Joanna se hizo la loca durante el intercambio de palabras entre la mano y el hombre, actuando como si no escuchase a ambos, recuperando la compostura poco a poco, cruzándose de brazos para tapar tanto la brusa rota como para dejar bien claro que esperaba una respuesta. La mujer brillaba con un color verde, y sus ojos estaban empezando a despedir un humo del mismo color, lo que para los que la conocían o la habían visto en acción significaba que estaba preparándose para entrar en combate. Después de todo, Joanna podía preferir la diplomacia, pero eso no significaba que no tuviese un cuchillo escondido tras su espalda

-Ejem... Señora, esto no tiene pinta de ser Sonne, y desde luego tampoco es Liverpool. Pero ya que estamos, deje que me presente: Sargento Simon Graham, del 4º Batallón del 305 Regimiento de Infantería del Reino Unido. Le referiría al resto de mi escuadrón, pero sé de buena tinta que no sobrevivieron al gas alemán. Y, la verdad... Todo apunta a que han pasado bastantes años desde entonces.

Gas alemán... Si su intuición no le fallaba, Joanna estaba casi casi segura de que el sargento Graham era un soldado de quizás la primera guerra mundial, y se encontraba muy lejos de Kansas...

Señor, su título humano ya no significa nada. ¡Preséntese como lo que realmente es: el Necrowarrior, el Cazador de Demonios, el Guardián del Sello del Séptimo Infierno!

-¡Aquí el relaciones públicas soy yo, y me presento como me da la gana!

Joanna carraspeó entonces, volviendo a atraer la atención del hombre en ella, mientras enarcaba una ceja

Entonces... ¿Le llamo Sargento Graham o Necrowarrior? preguntó, alternando una mirada primero al hombre y después a Artemis, para después volver a centrar sus ojos verdes en los del soldado


suspiró, cansada, antes de girarse de nuevo al estrado, mirando a sus conciudadanos. Había venido a darles un mitin, y ellos se habían encontrado con una situación que se escapaba a su comprensión.

La mujer cerró los ojos unos segundos y finalmente asintió para sí

Johnn... baja el arma. No intentará hacerme daño de nuevo. En un segundo estoy con usted, señor Graham, debo disculparme ante mis conciudadanos dicho eso, volvió a enfocar la mirada en los asistentes, pensativa


Hubo unos minutos de intenso silencio, mientras la gente seguía sorprendida y anonadada, antes de comenzar a aplaudir, al principio tímidamente, después más atrevidos, más convencidos. Joanna sonrió suavemente, separándose del podio

Artemis observó el intercambio con los ojos entrecerrados. Joanna miró a la Titán un instante, y luego volvió a centrarse en el tipo que la había perforado. Un sargento, al parecer. Aunque su uniforme parecía un tanto retro... por no hablar de sus alusiones al gas alemán. La alcaldesa Hardins se lo confirmó enseguida, cuando hizo referencia a los lustros que el tal Graham llevaba lejos de su casa.

"¿Necrowarrior...? ¿Por qué Necrowarrior?", se preguntó Artemis, sin comprender. No tenía ninguna habilidad mágica, por lo que no era capaz de escuchar ni una palabra de la Mano Sombría. Joanna tenía que haber sacado aquel extraño apodo de quién sabía dónde.

De todas formas, la alcaldesa volvía a tener el control de la situación. Con aquella diplomacia suya que Artemis tanto admiraba tranquilizó a los guardaespaldas, indicó al hombre que en unos momentos tendría su atención, y dedicó unas palabras a los ciudadanos congregados junto al estrado.

"Y por todo esto nunca voy a dedicarme a la política", se dijo Tigress, esbozando una tenue sonrisa.

Pero no perdió de vista al Sargento Graham hasta que el discurso terminó.

- dijo la alcaldesa, mirándolos a ambos.

- Hecho - dijo Artemis. Tenía que hablar con Joanna de todos modos, y no pensaba dejarla a solas con el recién llegado. No tenía del todo claro que no planeara abrirle otro boquete pronto, en especial cuando no hubiera decenas de personas mirándolos.

Rhode Island... Happy Harbor. Eso está MUY lejos de Somme. Y bastante más de Liverpool. Me suena el nombre, pero yo apenas recordaba Happy Harbor como una sencilla comunidad de pescadores que habían hecho fortuna gracias a los balleneros. Esto sobrepasa todas mis expectativas.

Pero creo que lo que más me asombra es percatarme de que esa mujer puede escuchar a Handy. Vale, definitivamente no es una tipa normal. Oh, brillante deducción, Simon, tratándose de una mujer a la que acabas de abrir en canal para volver del Infierno y que pese a todo sigue hablando contigo tan ancha.

Una cosa es segura: tengo mucho con lo que ponerme al día.

La escucho dirigirse a sus conciudadanos. Es una buena oradora, eso lo reconozco. Arrugo un poco el entrecejo cuando me menciona. No me hace mucha gracia que me impliquen en un discurso político. La última vez fue justo antes de partir a Francia, y tan sólo sirvió para condenarnos a mí y a mis muchachos a un verdadero infierno en la Tierra. Al menos ellos no tuvieron la ocasión de ver el auténtico.

Nos invita a un café a mí y a la que parece su guardaespaldas secreta. No recuerdo la última vez que tomé un buen café, la oferta suena muy tentadora. Aunque la segunda idea...

-La verdad, señora Hardins, secundo su idea. ¿Sabe de algún probador masculino donde pueda... quitarme esto?

La verdad, no me apetece ir por ahí manchado de sangre. De lo poco que recuerdo de la vida en la Tierra, a la gente le suele provocar repulsión.

-La verdad, señora Hardins, secundo su idea. ¿Sabe de algún probador masculino donde pueda... quitarme esto?

La alcaldesa se acarició el mentón pensativa durante unos largos segundos, antes de asentir para sí, en silencio


la mujer hizo un gesto y encaminó la marcha por detrás del escenario, mientras sus guardaespaldas todavía se reponían de la impresión y el cansancio. Se escurrió con cierta habilidad por un callejón aledaño y emergió un par de manzanas por detrás de un grupo de periodistas y paparazzis que parecían estar esperándola al lado de una limusina de cristales tintados.

La mujer elevó la mano sonriendo, mientras llamaba un taxi

El viejo truco de la limusina, nunca falla... comentó con una pequeña sonrisa pícara mientras se sentaba en el asiento delantero del vehículo, dejando la parte trasera de este a sus dos acompañantes

A la Avenida de la Justicia con la Calle mayor. De un rodeo si es posible

Tras darle las instrucciones al taxista y abrocharse el cinturón, observó a ambos a través del retrovisor, mientras echaba mano a su bolso. Revisó que todo siguiese en su sitio y suspiró

Bueno, con un poco de suerte no habrá nadie esperando en la puerta de mi casa... ¿Por qué no nos cuenta algo de usted, señor Graham? Como comprenderá, siento curiosidad...

Artemis siguió a Joanna y al Sargento Graham. La alcaldesa lideraba la marcha, seguida por el extraño tipo que había salido, literalmente, de sus entrañas. Tigress cerraba la marcha. Mientras avanzaba con la mirada fija en la espalda del hombre que la precedía, la chica no pudo evitar uno de aquellos momentos en los que Wally tomaba la palabra en su cabeza.

"¿Graham? ¿En serio? ¿Como el de los cereales? ¿Son familia?", la mente de Artemis reprodujo con fidelidad el sonido que hacía el pelirrojo cuando masticaba con la boca abierta, "¡porque están estupendos!"

Una sonrisa pugnó por asomar a los labios de la arquera; hacía tiempo que pensar en Wally no la hacía sonreír. ¿Estaría empezando a creerse aquella loca teoría de Dick? ¿Habrían logrado, entre Nightwing y Joanna, convencerla de que aún había esperanza? Arty no quería aceptarlo, al menos no todavía. Pero una parte de ella debía de estar tan poco cuerda como Dick Grayson si estaba dispuesta a seguirlo en su descabellada misión. Sólo faltaba que alguien se decidiera a hacer el chiste en voz alta: ¿y qué nombre le vais a poner? ¿Dónde está Wally?

Joanna se escabulló con soltura de los paparazzi y los curiosos que rodeaban su limusina y, lejos de dirigirse al lujoso vehículo, la alcaldesa alzó la mano para llamar a un taxi. Artemis no hizo ningún esfuerzo por contener la sonrisa esta vez. Le encantaban las salidas que tenía aquella mujer.

El viejo truco de la limusina, nunca falla... - comentó, mientras Artemis y el Sargento Graham tomaban asiento en la parte trasera del vehículo.

A la Avenida de la Justicia con la Calle mayor. De un rodeo si es posible

Tras ponerse el cinturón y asegurarse de que el tal Simon no parecía estar dispuesto a iniciar otro ataque en el presente inmediato, Artemis se relajó un poco en su asiento.

Bueno, con un poco de suerte no habrá nadie esperando en la puerta de mi casa... ¿Por qué no nos cuenta algo de usted, señor Graham? Como comprenderá, siento curiosidad...

Y no era la única. Aunque Tigress parecía tener la atención concentrada en la ventanilla, seguía escuchando la conversación. Contara lo que contara aquel hombre, la joven superheroína no pensaba perder detalle...

Me cuesta adaptarme a la amabilidad que me ofrece esta mujer. Cien años de persecución y crueldad gratuita por parte de los demonios no se olvidan así como así. Al menos sé que puedo relajarme un poco y bajar la guardia, lo que siempre ayuda.

Examino el extraño vehículo al que ella llama taxi. Sí, recuerdo los taxis de Liverpool, pero no se parecían ni por asomo a estas latas de sardina. Ahora es cuando empiezo a darme cuenta del inexorable paso del tiempo. ¿En qué me convierte eso? ¿Una reliquia del pasado?

Me quedo un rato en silencio, sumido en mis pensamientos, mientras acompaño a las dos damas al que presumiblemente será el hogar de la alcaldesa. Ésa es otra, ¿una mujer en el cargo de alcaldía de una ciudad? No es que sea una idea que me disguste, pero desde luego me sorprende. Pero no debería ser desagradecido. Es por esta mujer que he regresado desde el Infierno.

Bueno, con un poco de suerte no habrá nadie esperando en la puerta de mi casa... ¿Por qué no nos cuenta algo de usted, señor Graham? Como comprenderá, siento curiosidad...

La pregunta de la mujer me arranca de mi ensimismamiento. Gruño un poco y me fijo en ella desde atrás. Hora de rememorar mi vieja historia... Aunque ahora mismo no estoy de humor para contar todos los detalles.

-La mía no es una historia agradable, alcaldesa... Ni corta. Dejémoslo así: soy soldado en una guerra absurda y fraticida que deseo que no se haya vuelto a repetir en estos cien años en que he estado fuera. Y ahora mismo un tipo sin pasado, pena ni gloria, porque dudo que el mundo en el que he ido a despertar me recuerde siquiera. Como tampoco recordará a los miles de pobres diablos cuyos huesos yacen ahora entre el barro y las trincheras de Somne. Todo para que un puñado de engalanados hijos de puta se pavoneasen entre ellos y se colgasen medallitas empapadas con la sangre de sus soldados. Ojalá el Infierno les haya reservado un sitio a todos...

Parece que la mención de la palabreja ha despertado la atención de mi compañero de andanzas. No tarda ni medio segundo en abrir el pico (no literalmente, claro), a sabiendas de que nuestra interlocutora puede oírle.

-Del Infierno venimos precisamente. Del Séptimo Infierno, para ser exactos, dominio de Belafor, Príncipe de las Mentiras, Señor de la Discordia y Comandante de las 666 Legiones de la Desesperación. Éste es el Necrowarrior, el último portador de la Mano Sombría, el Guardián del Sello. El último responsable de que Belafor no escape de su territorio e inicie una brutal guerra de conquista en la superficie.

Me quedo un rato mirando a las dos mujeres después de que el parlanchín de Handy se haya explayado. Y me encojo de hombros.

-Ésa es la versión resumida. Si quiere la extendida, mejor me espero a tener un poco de café entre mis manos. Dios, cómo echo de menos el café...

-La mía no es una historia agradable, alcaldesa... Ni corta. Dejémoslo así: soy soldado en una guerra absurda y fraticida que deseo que no se haya vuelto a repetir en estos cien años en que he estado fuera. Y ahora mismo un tipo sin pasado, pena ni gloria, porque dudo que el mundo en el que he ido a despertar me recuerde siquiera. Como tampoco recordará a los miles de pobres diablos cuyos huesos yacen ahora entre el barro y las trincheras de Somne. Todo para que un puñado de engalanados hijos de puta se pavoneasen entre ellos y se colgasen medallitas empapadas con la sangre de sus soldados. Ojalá el Infierno les haya reservado un sitio a todos...

-Del Infierno venimos precisamente. Del Séptimo Infierno, para ser exactos, dominio de Belafor, Príncipe de las Mentiras, Señor de la Discordia y Comandante de las 666 Legiones de la Desesperación. Éste es el Necrowarrior, el último portador de la Mano Sombría, el Guardián del Sello. El último responsable de que Belafor no escape de su territorio e inicie una brutal guerra de conquista en la superficie.

-Ésa es la versión resumida. Si quiere la extendida, mejor me espero a tener un poco de café entre mis manos. Dios, cómo echo de menos el café...

Joanna se quedó pensativa, asimilando la información tanto de la mano como del hombre. Desvió la mirada hacia Artemis, preguntándose si lo habría oído o no. Tendría que esperar a estar a solas para hablar con ella sobre el recién llegado...

Artemis no sabría decir por qué, pero tenía la sensación de estar perdiéndose algo. Esa sensación la ponía nerviosa, desde luego. Siempre había sido una persona desconfiada; "piensa mal y acertarás", "tus compañeros pueden convertirse en tus enemigos en un abrir y cerrar de ojos"... ¿Traiciones dentro de una misma familia? A la orden del día. La habían educado para aceptar aquello como normal, pero nunca le había gustado. Y quería pensar que había cambiado en ese aspecto desde que formaba parte de los Young Titans.

El sargento Graham empezó a hablar de una guerra transcurrida hace décadas como si hubiera sucedido ayer. Artemis no pudo contener una mueca cuando el hombre dijo que esperaba que no se hubiera repetido. Como si el ser humano aprendiera alguna vez.

"Dos y contando", reflexionó la chica, recordando sus lecciones de Historia.

Joanna se dirigió al soldado con voz tranquila. Artemis no entendía la parte del "demonio y su infierno", y la sensación de que había una parte de la conversación que no acababa de captar se acentuó. Le recordaba a cuando M'gann establecía algún vínculo telepático en el que ella no estaba incluida (como aquella vez en la que hablaban de qué comprarle a ella por su cumpleaños, información que sacó finalmente a Wally bajo amenaza tras ver que todos intercambiaban silencios y miradas significativas).

Decidió que le preguntaría más tarde a Joanna. Aunque lo de "demonio" e "infierno" fuera literal, tras la Colisión cualquier cosa parecía posible. Incluso que antiguos compañeros volvieran de entre los muertos.

Parece interesada por lo que le estoy contando. Teniendo en cuenta que sigue hablando conmigo desde el asiento de un coche después de que yo emergiera de sus tripas como un tejón hambriento, no debería ni extrañarme. Al menos tengo esa garantía de que no me va a tomar por loco.

De todos modos no me encuentro con el cuerpo ni la mente para extenderme demasiado. Necesito pensar, hacerme a la idea de que he regresado a la Tierra. Cien años después de que entrase en el Infierno. Ya nada volverá a ser como lo recordaba.

-Como le digo, señora, creo que será mejor esperar a que estemos bajo un techo descubierto y me quite estas ropas asquerosas de encima. Ahora mismo tengo que asimilar que he regresado al fin después de cien años, y que lo que me he encontrado al regresar no tiene nada que ver con lo que dejé atrás.

Suspiro y ruego porque Handy no vuelva a ponerse charlatán en lo que nos dirigimos adonde sea que nos quiere llevar esta mujer.

-Como le digo, señora, creo que será mejor esperar a que estemos bajo un techo descubierto y me quite estas ropas asquerosas de encima. Ahora mismo tengo que asimilar que he regresado al fin después de cien años, y que lo que me he encontrado al regresar no tiene nada que ver con lo que dejé atrás.

Oh, por supuesto, señor Graham, le comprendo. Yo misma necesité una buena ducha en su momento no quiso entrar más en detalles, especialmente al estar Artemis presente. Después de todo, no quería incomodarla ni recordarla su muerte. Ahora estaba entre los vivos, así que está bien lo que bien acaba.

Aunque acabe en poco más que una parodia de un ser vivo.

Joanna suspiró, cerrando los ojos unos segundos, antes de negar con la cabeza

Artemis, cielo, perdona que te haya dejado algo de lado la alcaldesa sonrió suavemente, centrando ahora su mirada en la heroína rubia que se encontraba sentada al lado del recién llegado


Esperaba que la heroína estuviese leyendo entre líneas y entendiese que se estaba refiriendo al resto de héroes del Monte Justicia... aunque tampoco iba a decir que no a algún tema más mundano, como los exámenes finales.

Los labios de la política se curvaron en una suave y comprensiva sonrisa mientras ladeaba la cabeza para dedicarle una mirada de soslayo a la arquera.

-Como le digo, señora, creo que será mejor esperar a que estemos bajo un techo descubierto y me quite estas ropas asquerosas de encima. Ahora mismo tengo que asimilar que he regresado al fin después de cien años, y que lo que me he encontrado al regresar no tiene nada que ver con lo que dejé atrás.

El asesino de alcaldesas tenía su punto, desde luego. La ropa estaba bastante gastada, por no hablar de la sangre; tendrían suerte si no ponía perdido el coche de Joanna con la sangre de... Joanna.

La cual le dio la razón al Sargento, antes de centrar su atención en la arquera.

Artemis, cielo, perdona que te haya dejado algo de lado dijo, mirándola con una sonrisa,

La chica no pudo menos que sonreír; sus compañeros, desde luego, no sabían hacer otra cosa que "darle la lata". Pero la sonrisa se disolvió lentamente cuando recordó lo que había venido a decirle a Joanna. ¿Qué opinaría ella sobre la misión de Dick? Necesitaba su consejo.

- Tengo que hablar contigo de eso - dijo, incómoda; el juego de analogías le resultaba complicado, pero siempre tenía el mismo problema con lo de salvaguardar la doble identidad, sobre todo la de sus compañeros. Qué irónico que tuviera que hacerlo ella, la que antes de ser Tigress utilizaba su propio nombre como alias de superheroína - Uno de mis amigos ha visto a mi ex últimamente, y piensa que debería darle una oportunidad y volver a intentarlo.

Genial, sonaba incluso más ridículo en voz alta que en su cabeza, pero ya estaba dicho. Joanna no necesitaría mucho más para adivinar a quién se refería.

- ¿Tú qué harías? - preguntó, mientras su incomodidad se acentuaba. Aquel tipo salido de la Guerra Mundial pensaría, sin duda, que no era más que una adolescente alocada que únicamente se preocupaba por los chicos...

Lo que sigue es una conversación que me resulta profundamente intrascendente. Permanezco en silencio y con los brazos cruzados mientras miro por la ventanilla. Hace tiempo que no recuerdo lo que era una sencilla conversación entre dos personas sobre los asuntos de su vida. Aunque las vidas de estas personas hayan quedado tan distantes de la mía por el espacio temporal que en cierto modo se me hacen extrañas e indescifrables. Aún así, veo que hay ciertas cosas que nunca cambian.

Ese instante de silencio lo aprovecha Handy para seguir comiéndome el tarro, tratando de solapar la otra conversación que tiene lugar.

-Señor, sin duda su salida del Séptimo Infierno es motivo de celebración, pero no debería por ello dormirse en los laureles. Mientras atravesábamos el portal he tenido el tiempo justo de reconocer que éste atravesaba los dominios de otro señor demoníaco cuya identidad no reconozco. Eso no puede augurar nada nuevo. Tenga por seguro que Belafor no se quedará de brazos cruzados. Moverá ficha, buscará la forma de salir de nuevo a la superficie. La tregua ha llegado a su fin. Ahora nada podrá detener su avance...

-Handy, cada cosa a su tiempo. Primero deja que me duche y estire un poco las piernas. Después pensaré qué hacer. Además, Dios sabe que necesito un descanso...

No soy consciente de que he dicho esto en voz alta, pero en realidad ni me importa. Después de cien años en el Infierno, esto es una gloria para mí.

- Tengo que hablar contigo de eso Los ojos de Joanna se centraron en los de la joven heroína a través del retrovisor mientras la alcaldesa se echaba ligeramente hacia adelante. De algún modo, intuía qué es lo que le iba a decir

Uno de mis amigos ha visto a mi ex últimamente, y piensa que debería darle una oportunidad y volver a intentarlo. Ah, efectivamente, el titán que había desaparecido, pero no había muerto. Joanna sonrió alegremente al leer entre líneas, porque eso significaba que al menos le habían encontrado, que aún había esperanza. La sonrisa se fue ensanchando poco a poco mientras Artemis parecía dudar sobre si continuar o no
 
- ¿Tú qué harías?

Ah, la juventud la mujer se rió levemente, ensanchando la sonrisa antes de negar suavemente con la cabeza


La mujer se giró y, aunque estaba sonriendo, sus ojos refulgieron levemente, casi como si fuera de forma levemente amenazante

Pero dile que como te vuelva a romper el corazón, no será de tí de quien deba preocuparse... añadió, con un tono levemente juguetón. Por supuesto, estaba bromeando, pero algo de verdad había ahí: Si se enteraba de que Kid Flash hacía daño a la heroína que ahora veía como si fuera su ahijada, no habría cielo ni infierno donde podría esconderse de la ira de la alcaldesa.

Finalmente, el taxi paró en la puerta de la casa de Joanna, y esta se apeó, pagando el viaje y dejando una buena propina.

Contra todo pronóstico, la vivienda era humilde, de clase media. De hecho, era el bajo en un pequeño edificio de tres plantas, un lugar en el que nadie se esperaría encontrar a un miembro destacado de la sociedad. La mujer abrió la puerta con las llaves y franqueó la entrada a ambos


La alcaldesa sonrió para sí mientras se quitaba rápidamente los zapatos, dejándolos en un rincón y dirigiéndose rápidamente hacia su habitación. Después de todo, no era decoroso estar con la blusa desgarrada delante de las visitas...

[FDI: Os dejo solos un turno, lo que tarda Joanna en cambiarse]

Artemis se sintió aliviada por las palabras de ánimo de la mujer, aunque no pudo evitar esbozar una sonrisa ante la amenaza de Joanna. Había algo absurdamente cómico en imaginar a la alcaldesa, con aspecto siniestro y poseído, persiguiendo por todas partes a un aterrorizado Wally West. Desde luego, a Kid Flash le iría bien ser capaz de romper la barrera del sonido, de encontrarse en dicha tesitura.

El coche los dejó frente a la casa de la alcaldesa. Artemis ya había estado allí en otras ocasiones, aunque le había parecido acogedora desde la primera de ellas. Pese a lo humilde de la vivienda, no transmitía esa sensación de ser tan vieja y destartalada como su piso de Gotham.



Joanna se retiró de la estancia. La arquera se quedó a solas con el Sargento Graham en la sala de estar, sintiéndose bastante incómoda. Por un lado, no sabía qué decirle a aquel hombre. Por el otro, la habitación en la que se encontraban siempre le recordaba a la primera vez en que había visto a Joanna emplear su poder, y a todas las sensaciones que la habían inundado aquella noche, al abrir su corazón a la alcaldesa y hablarle de Wally West.

Finalmente, Artemis se decidió a quitarse la chaqueta, aunque no se descalzó. Suponía que el Sargento querría cambiarse de ropa lo antes posible, y se preguntó si Joanna se acordaría de buscarle algunas prendas.

- ¿Algo de beber? - preguntó, finalmente, rompiendo el silencio.

Creía que podía apañárselas para encontrar casi cualquier cosa en la cocina de la alcaldesa, siempre y cuando aquel tipo no le pidiera algo que sólo se bebiera en su época.

FdI:

Escucho a ambas mujeres hablando de asuntos de hombres. Normalmente me resultaría tan banal que ignoraría por completo el tema. Pero es curioso cómo cien años de penurias en el Infierno, enfrentándose cada día a un engendro demoníaco diferente, sirven para que de pronto aprecies las banalidades de la vida con otros ojos. Son este tipo de cosas las que te recuerdan que "estás vivo" de nuevo. Aunque en mi caso sea una manera muy macabra de decirlo. Vuelvo a fijarme en la sangre que empapa mi vieja gabardina y me vuelvo a asombrar, para mis adentros, de que esa mujer siga entera tras "traerme al mundo". No diría viva, pues Handy me delata su verdadera naturaleza.  

El apartamento es humilde, para nada el tipo de mansión que uno asociaría a la residencia de un alcalde, y menos de una ciudad tan grande. Lo que me descoloca es el sitio donde se encuentra: el edificio es una torre en sí misma, aquí podrían caber cuatro o hasta cinco residencias de jefes de gobierno fácilmente. Y, sin embargo, no parece más que una serie de "cajas-vivienda" superpuestas una encima de otra. Recuerdo una vieja leyenda que el párroco McEvans nos contaba en misa, la de la torre de Babel. ¿Será esto una señal más de la inminente llegada de Belafor? ¿O tal vez me esté volviendo demasiado paranoico?

Mientras la alcaldesa se retira para cambiarse la ropa destrozada, yo me quedo en un segundo plano, pensando cómo podría tener una mujer que aparentemente vive sola una gabardina para hombre en ninguna parte. Y ahora estoy solo con la otra chiquilla. Perfecto, Simon, ¿ahora qué? Hace demasiado que no hablas con mujeres. Es decir, con mujeres que no intentan arrancarte la garganta de un mordisco y beberse tu sangre. De hecho desde que partí del frente no he visto una sola. Así que no tengo ni idea de qué tipo de conversación podría mantener.

Afortunadamente ella sabe romper el hielo de forma ingeniosa.

-La verdad... Hace demasiado que no pruebo un buen bourbon. O whisky. A decir verdad, cualquier cosa con alcohol. Espero que no le moleste...

Ahora estaría en su derecho de echarme de la casa por descortés, pero hace demasiado tiempo que dejé de andarme con tapujos y ser directo en lo que deseaba.

-La verdad... Hace demasiado que no pruebo un buen bourbon. O whisky. A decir verdad, cualquier cosa con alcohol. Espero que no le moleste...

Artemis no tenía ni idea de si encontraría algo de eso en la cocina de Joanna, pero decidió probar suerte. En caso de desesperación, siempre quedaba el recurso del alcohol del botiquín.

- Veamos - fue la respuesta de la chica.

Se dirigió a la cocina, dirigiendo un breve vistazo a su espalda para ver si el hombre la seguía o no. Buscó alguna bebida alcohólica en la nevera y en los armarios, y le sirvió un vaso al Sargento. Para ella y para Joanna preparó un té.

Le tendió el vaso al hombre, tomando asiento a cierta distancia de él. Pensó en varios temas de conversación casual, pero lo cierto era que nunca se le había dado demasiado bien hablar del tiempo o de política. En el Monte Justicia usaban Tubos Zeta, y eso no daba mucha experiencia a la hora de practicar diálogos de ascensor.

De modo que la pregunta fue algo más directa de lo esperado, si es que Simon Graham había esperado algo.

- Y bueno, ¿qué diablos ha pasado hace un rato?