Esto me pasa por comprar barato... (Hisui 23-1-2019)

No estaba pasando por sus mejores días, eso lo tenía claro, pero no podía dejarse vencer por ello, tenía que salir adelante, pintar una sonrisa en su cara y continuar. No iba a dejar que el atentado la venciera, la derrotara, tenía que salir adelante y demostrarle al mundo que era una mujer fuerte, una luchadora, una buena candidata para llevar hacia la paz que sabía que muchos deseaban, sus compañeros lo hacían y habían muerto por ello, pero no iba a tolerar eso más, iba a llegar al final del asunto y juzgar a los responsables. Pagarían por su crímen.

Como todas las mañanas, había salido a correr, le ayudaba a despejar la cabeza, aunque Stark le había dicho que ya no era necesario, pero no iba a dejar su rutina matutina simplemente porque ya no fuera necesaria, para ella correr era algo más que hacer ejercicio, era una manera de empezar bien el día, con energía y la mente despejada. Además, lo necesitaba, todavía tenía pesadillas, parecía que en cuestión de dos meses todo se le había juntado, primero el ataque a Gotham y luego el atentado a sus oficinas, estaba viendo a un psicólogo que le había ofrecido su partido, y dormía bien, no tenía problemas para conciliar el sueño, el problema venía después, con las pesadillas. Aunque... últimamente había tenido sueños de lo más extraños, empezaban como siempre, horribles pesadillas sobre hombres risueños que la hacían volar en mil pedazos y la taladraban el cerebro, Scott devorándole las entrañas como el águila de Prometeo, sin embargo, luego aparecía un hombre, siempre el mismo hombre, parecía su fantasía hecha realidad, o sueño, la liberaba de lo que la atacaba y luego... luego la cosa se ponía cuando menos peculiar. Bizarra sería la palabra exacta. A veces el hombre aparecía con una armadura de samurai y la llevaba a tomar el te bajo cerezos en flor, otras veces acababa vestida como... una de esas imágenes de diosas japonesas, chinas o coreanas que abundaban por la web, otras veces aparecía en lujosas fiestas, otras veces en extraños mundos fantasiosos, y siempre siempre siempre, el sueño acababa con aquel extraño hombre arrancándole la ropa a bocados, a veces formando parte de un harem que satisfacía todos sus deseos cual rey persa. Decir que estaba intrigada era lo menos que podía decirse, y los únicos medicamentos que había tomado últimamente eran antiinflamatorios para alguna que otra jaqueca, y no acostumbraba a mezclarlos con alcohol, así que el origen de todos aquellos extraños sueños era para ella un misterio, uno al que no le daba importancia, a fin de cuentas los sueños eran sueños y darles una importancia que no tenían era algo estúpido. Ella era mutante, tecnópata para ser más específicos, no era ninguna bruja o médium que se dedicara a esas cosas.

Cuando volvió a su casa dejó las llaves sobre el cuenco de la entrada, como siempre, y como siempre, entró en su dormitorio para desvestirse a toda prisa antes de correr hacia la ducha, no iba con mucho tiempo para la reunión con su nuevo gabinete y tenían muchas cosas con las que ponerse al día si querían ganar aquellas elecciones. Pero las buenas mañanas no sólo empezaban corriendo, sino también con la música a tope, así que conectó su ipod a la torre de sonido y poniendo la reproducción en aleatorio se metió en la ducha, con la puerta entreabierta para que la música llegara a sus oídos. Los vecinos la iban a odiar por el volumen, eso seguro... Cuando salió lo hizo envuelta en su toalla favorita, enredándosela alrededor del pecho y cantando a pleno pulmón, era una de sus canciones favoritas, de cuando ella era muy joven, una niña, no había entendido la letra entonces, pero el ritmo se le había quedado pegado y todavía conseguía que se comportara como Tom Cruise en Risky Business, y así entró de nuevo en su dormitorio, sacudiendo su pelo mojado, meneando las caderas con aquel ritmo rockero y cantando el estribillo a pleno pulmón.

Y de nuevo, la estatuilla de las narices había cambiado de manos. Su anterior dueño, un tipo gordo y grasiento, la había vendido a un precio muy barato después de que Hisui le cambiase toda su comida basura por comida de verdad, le obligase a correr durante media hora mientras le ladraba y también le había provocado un buen par de duchas frías.

Algunos humanos eran así de desagradecidos.

Su nueva "propietaria" era una  外人 de aparente buen ver, que al menos tenía la decencia de hacer ejercicio, comer sano y en general mantener una sosa vida. Toda la casa estaba llena de diferentes artículos que en conjunción tenían al menos una cierta armonía. Eso sí, El Feng Shui estaba fatal, y no era de extrañar que la pobre desgraciada tuviera pesadillas horribles. De esas en las que salían cosas que te destripaban o te intentaban comer.

Y, debía reconocerlo, por mucho que le fastidiasen los humanos no podía dejarlos sufrir así como así. Demasiados años centrado en ayudar a los humanos y servir como mensajero de Inari le volvían a uno un tanto sensiblero, por lo que los sueños pronto eran reemplazados por otros más placenteros por obra y gracia de la deidad.

Al menos, placenteros para ella, porque en cuanto cobraba algo de fuerza, terminada siendo envuelto en sueños demasiado poco decorosos como para poder mencionarlos en voz alta. Estas  外人 eran de un ligero de cascos... Aunque no podía negar que en parte también habían sido algo placenteros para él. ¡Pero jamás lo reconocería!

Fuera como fuese, Hisui decidió que ya era hora de mostrarse a su nueva casera, ya que la mujer parecía ya confiar en su yo de los sueños. Además, iba siendo hora de pedir disculpas por comer la comida de la despensa (siempre de forma frugal y sigilosa, por supuesto), y de paso darse a conocer.

Con suerte, le caería lo suficientemente mal como para aterrorizarla y cambiar de manos...

Así pues, cuando Blair entró en su cuarto, poco vestida y gritando a todo pulmón lo que podría parecer un intento de música (¿O era una imitación de una nekomata siendo despellejada viva? A saber), se encontró con el hombre de sus sueños vestido con un simple kimono negro con estampado de zorros plateados, con la parte superior ligeramente suelta para dejar ver parte de su perfecto pecho. La miró, arqueó una ceja y comenzó a sonreír levemente

おかえり、かんりしゃ* musitó, en su idioma おげんき です か？**

Y sonrió. Sonrió con una sonrisa de dientes perfectos y candidez tal que sería capaz de desarmar a un regimiento de cien samurais sedientos de sangre.

Por desgracia, no era capaz de desarmar a una Blair acojonada en su propia casa...

Traducciones:

Se quedó paralizada, de la sorpresa, del susto, del pánico, del pavor. En aquel momento sintió una desagradable regresión al momento del atentado, esa sonrisa, aquel hombre. Le había visto, lo sabía, aunque en aquel momento no podía recordar donde o cuando, tan sólo podía ver las sonrisas desquiciadas de aquellos extremistas religiosos que se habían inmolado en sus oficinas asesinando a todos sus compañeros, a todos menos a ella, que ahora cargaba con todas sus muertes en su conciencia. Pero ahora era una mujer fuerte, podía defenderse, su cuerpo se lo permitía ahora, eso, y el bate que tenía en la cómoda de su habitación, abrió el cajón con cuidado, sacó el bate y haciendo gala de su revés, se lo estampó con fuerza en la cabeza antes de salir corriendo hacia el salón para llamar por teléfono a la policía.

- ¿Oiga? ¿Emergencias? Soy Blair Van der Woodsen, un hombre ha allanado mi casa. ¿Pueden enviar a alguien? Está en mi dormitorio... Rápido, por favor...

Debería volver a su dormitorio y vestirse, pero había un desconocido en batín dentro, y no tenía muy claro que no fuera a intentar nada, con ella, al menos, la toalla estaba bien sujeta y se aseguraba que nada se escapara de ahí, aunque claro, no sabía por cuanto tiempo o cuanto tiempo tardaría la policía en llegar y llevárselo, o si intentaría matarla antes, o si intentaría matarla, o si lo conseguiría. No conocía cuales eran los límites del extremis que había recibido, no conocía cuales eran los límites que su propio poder había marcado sobre los nano robots que contenían el suero y lo hacían funcional. No tenía ni idea de muchas cosas, pero tenía algo muy claro. Quería a aquel tipo fuera de su casa. Y rápido.

Y entonces... entonces el infierno se liberó en la tierra. Concretamente en un sólo sitio ubicado en la sien del kitsune, con una fuerza aproximada de 350 newtons en un ángulo de perfectos 90º que provocaron que sus ojos se pusieran en blanco, cayese de lado y se quedase tendido en una perfecta inconsciencia.

Blair rápidamente se dirigió a llamar por teléfono, perdiendo de vista por unos segundos el cuerpo inconsciente del hombre, el tiempo suficiente para no ver cómo se convertía en un zorro ártico de cinco colas despatarrado de forma muy poco elegante en el suelo de su dormitorio, con los ojos en blanco, la lengua fuera y algo de babilla goteando en el suelo.

El animal era precioso, majestuoso y elegante. Bueno, lo sería si no estuviese medio vegetal, pero su pelaje era hermoso, brillante, sedoso y cuidado y sus colas eran también esponjosas y largas. Tal y como estaba tumbado se podía ver que en una parte de su pecho no había crecido el pelo, dejando un pequeño hueco en lo que en gran medida podría ser un hermosísimo peluche muy bien hecho.

Uno que al menos aún seguía respirando...

Finalmente se atrevió a entrar, todavía armada con el bate. A fin de cuentas no podía quedarse eternamente vestida sólo con una toalla, y tampoco sería muy elegante recibir a la policía así en su casa, por muy extremas que fueran las circunstancias, si seguía despierto, cogería lo primero que pillara y se encerraría en el baño para cambiarse hasta que llegaran las autoridades. No había vuelto a escuchar ruidos provenientes del dormitorio, quizás le hubiera dejado inconsciente... Eso sería una suerte.

Sin embargo cuando entró se encontró con algo sorprendente. No había ni rastro del hombre que momentos antes había estado tendido en su cama dedicándole una sonrisa seductora, sino que había un precioso zorro despatarrado en el suelo; pero ni rastro de él. Quizás se había ido mientras ella llamaba por teléfono, no recordaba haber escuchado la puerta, pero después de registrar bajo la cama y los armarios, siempre armada con su inseparable bate y comprobar que no estaba allí, se quedó más tranquila, se puso ropa cómoda y se acercó al zorro con cuidado. Blair no era tan estúpida como para no saber que eran animales salvajes, y que como tales, había que tratarlos con cuidado si no querías llevarte una sorpresa desagradable, sin embargo, parecía inconsciente, como si le hubieran drogado o golpeado; estaba casi panza arriba, y sobre su pecho había una pequeña calva en su pelaje, quizás fruto de alguna herida. Pero era un zorro extraño, nunca había escuchado que los zorros pudieran tener varias colas y aquel tenía... cinco... Le parecían muchas colas para un animal, pero quizás era algún tipo de mutación extraña, como aquella tortuga que había nacido con dos cabezas.

Cogió al animal en brazos con cuidado y lo llevó hasta la cocina, allí le examinó con cuidado bajo los potentes fluorescentes del techo, parecía que tenía un pequeño chichón en la cabeza, sobre uno de los ojos, quizás se hubiera golpeado con algo, pero no parecía sangrar, en cualquier caso, si no se despertaba pronto, lo llevaría a un veterinario para asegurarse de que no era nada grave, y procedió a usar su truco maestro, que había aprendido del perro que había tenido en casa de sus padres, cuando quería despertarlo, lo más efectivo era acercarle comida. Así que sacó un filete que tenía en la nevera para comer a medio día y se lo colocó bajo el hocico al animal, concentrándose en despertarlo y no en sobarlo y estrujarlo como un peluche, como tenía ganas de hacer. Las cosas peluditas y suaves habían sido una de sus perdiciones desde que era una niña. Luego llamaría a la policía para avisarles de que ya no había ningún peligro en su casa.

¿Estaba muerto de nuevo? Era de esperar, había intentado confiar en un humano, y es lo que obtenía. Todos eran iguales, traicioneros. Salvajes. Crueles.

Pero... si estaba muerto, ¿por qué le dolía tanto la cabeza? Casi tanto como si un Oni se estuviese montando un Bon Odori después de la noche de borrachera más gorda de toda su vida. Era eso, o...

El zorro abrió un ojo de golpe. Su visión estaba desenfocada, pero pronto empezó a espabilar, soltando un leve gemido de dolor. Olfateó el aire e intentó incorporarse, sin éxito. Estaba demasiado atontado y mareado como para hacer nada. De hecho...

De pronto su mirada se enfocó en la humana y todo su pelaje se erizó, mostrándola los colmillos con un quedo gruñido. ¡La muy mezquina! ¿Es que ahora pretendía despellejarlo? ¡Pues iba a vender cara su piel!

Empezó a sonreír cuando el zorro abrió los ojos, pero enseguida dejó de sonreír cuando le gruñó, literalmente, en sus narices. Le soltó enseguida, dejándole sobre el suelo, no le apetecía nada llevarse un bocado del animal, por muy bonito que fuera. Parecía asustado, y era lógico si le habían maltratado y abandonado, así que decidió usar su infinita paciencia y sentándose en el suelo de la cocina extendió las manos para que pudiera olerla y conocerla, dejando el filete sobre el plato entre ellos. Todo el mundo sabía que cuando tratabas con animales había que ser educado, presentarse y ofrecerles algo de comer, además, parecía algo escuchimizado, no daba la impresión de haber comido demasiado bien últimamente.

Tenía tiempo, tenía paciencia y no pensaba moverse de allí hasta asegurarse de que el zorro estaba bien y no iba a morderle los tobillos en cuanto se despistara.

- No tienes porqué tener miedo, yo no voy a hacerte daño, ya no está ese tipo inquietante de antes, seguro que te maltrató. Hay que ser muy cabrón para hacer daño a un bichito tan lindo como tu. ¿Eres un zorrito bonito? Claro que eres un zorrito bonito, y en cuanto te comas el rico filete te acercarás para que nos presentemos como buenos amigos. ¿Verdad que si?

Parecía estúpida allí, sentada en el suelo de la cocina, hablándole a un zorro que la miraba con desconfianza en el mejor de los casos, pero Blair siempre había tenido una sensibilidad especial hacia los animales, no es que fuera una gran fan de ellos, no tenía ninguna mascota, entre otras cosas por falta de tiempo, pero si ellos no te hacían nada. ¿Por qué la gente se empeñaba en torturarlos? Le recordaba, en parte, a lo que sucedía con los mutantes; tampoco hacían nada malo y algunos parecían empeñados en hacerlos sufrir.

Hisui habría arqueado una ceja y le habría dedicado la mejor expresión de incredulidad posible a la morena. En serio, lo haría si la faz zorruna lo permitiese, pero se conformó con mostrar lo más parecido al gesto de incredulidad, consistente en echar la oreja izquierda hacia atrás, mantener enhiesta la derecha y torcer la boca de modo que se mostrase el colmillo izquierdo, entrecerrando el ojo del mismo lado.

¿En serio era incapaz de reconocer a una deidad incluso aunque la tuviese delante? ¿Pero de qué árbol se había caído la mona pelada esa?

Y sin embargo, sus ojos se centraron en la carne. Vale, no era capaz de reconocer a un dios, es cierto, pero estaba ofreciéndole de forma tácita cobijo. Quizás no fuera consciente que el hombre y el zorro eran la misma persona, pero ya se lo haría saber. De la forma más clara posible y preferiblemente con sogas y algún azote. Después de todo, había mancillado su cuerpo con sus golpes.

Acercó el hocico a la carne, olfateándola. Vale, no era ni Inari Sushi ni arroz, pero era comida, y francamente, ahora primaba más el hambre que el orgullo herido: Haber subsistido varios días a base de sobras y comidas frugales para no llamar la atención no ayudaban a que te importase demasiado el orgullo.

Así pues, empezó a dar buena cuenta del filete, con ansia, casi a punto de atragantarse.

Muy bien, aceptaba formar parte del hogar... por el momento. Pero le iba a hacer pagar caro el batazo, como que se llamaba Hisui...

Pobrecito… Debía haber sufrido mucho, porque empezó a mirar a la mutante bizqueando, seguramente aquel desalmado le habría dado tantos golpes, que se habría quedado tonto, pero a ella no le importaba, lo querría igual; a fin de cuentas, ahora que Kyle se había ido en ocasiones se sentía un poco sola, tener una mascota adoptada que también había pasado lo suyo sería bueno para ella, se harían compañía mutua y sanarían juntos sus heridas.

Sonrió complacida cuando le vio empezar a comerse el filete, sin duda estaba hambriento, pronto tuvo dudas de si un filete sería suficiente, así que sacó de la nevera la carne guisada del día anterior. Había hecho de sobra para tener para un par de días y después de calentar el plato, lo puso al lado del animal, acariciándole el lomo con delicadeza. Tenía un pelaje precioso, que brillaba incluso bajo la fría luz de los fluorescentes de la cocina, al tacto era suave como el terciopelo y sus colas esponjosas como el algodón de azúcar; su planta era majestuosa, elegante, aunque también parecía que en cualquier momento necesitaría la maniobra de heimlich y eso de elegante tenía poco, así que intentó tranquilizarle, probablemente en vano.

- Shhh… Tranquilo, nadie va a quitarte la comida, tómate tu tiempo.

Sonreía, una sonrisa sincera por primera vez en mucho tiempo, ver como el animar poco a poco iba cogiendo confianza y ella poco a poco reducía las distancias llenó su corazón de algo cálido. Después del atentado, le había costado confiar en la gente, todo aquel que no fuera Tony o sus compañeros x-men eran mirados con temor y desconfianza por parte de Blair, en todos esperaba ver aquellas sonrisas desquiciadas mientras la disparaban.

- Voy a llamarte “Bizcochito” y ya nunca más pasarás hambre. Nos haremos compañía y no estaremos solos. ¿Verdad?

Y en ese momento, en ese preciso instante, el dique de contención se rompió. Estaba asustada, estaba muerta de miedo y cuando vio a aquel hombre, aquella sonrisa sobre su cama, entró en pánico. Llevaba con miedo desde Gotham y aquella opresiva sensación había ido a más en vez de diluirse, el miedo se había apoderado de su vida, de sus actos, de sus sueños. Sonreía, seguía con s vida, pero en su sonrisa había miedo, en sus palabras había miedo, todo lo que hacía, decía, estaba cubierto por una capa de miedo e histeria. Así que rompiendo con toda lógica, estrechó al animal en sus brazos, fuerte, y rompió a llorar, no quedamente, como lloran los adultos, sino de esa forma desgarradora en la que lloran los niños y aquellos que han llegado al límite de sus fuerzas. Los sollozos se vieron seguidos de ruidosos hipidos, sin soltar al majestuoso zorro, bizco y mutante, que había sido maltratado. Lloró hasta vaciarse, hasta que no quedaron lágrimas que solar, seguía asustada, aterrorizada, pero con algo más de fuerzas para seguir adelante.

¿Quitarle la comida? Ja, no era eso lo que temía... más bien un segundo batazo mientras estaba a lo suyo. Eso sí que sería indecoroso y altamente molesto.

Afortunadamente, no ocurrió, y cuando le plantó el guiso delante, el zorro decidió dar cuenta de éste con algo más de calma, pasada ya el ansia inicial. No estaba mal, quizás demasiado condimentado para su paladar extremadamente fino, pero aún así delicioso a su manera. Miró de reojo cómo la humana le sonreía, y se sintió aliviado. Eso significaba que no iba a darle ningún nuevo golpe... ¿O quizás significaba que se iba a hacer un abrigo con él?

Por todos los dioses, que fuera lo primero

Voy a llamarte “Bizcochito” y ya nunca más pasarás hambre. Nos haremos compañía y no estaremos solos. ¿Verdad?

Oh, ¿en serio? ¿Bizcochito? ¡Tenía un nombre! Pues vaya con la humana, asignando nombres ridículos a la gente.

Y se hubiera quejado. De verdad que lo habría hecho, pero entonces la mujer empezó a llorar, abrazándose al kitsune. Este parpadeó, sorprendido, mientras se relamía todavía, notando la humedad contra su pelaje. Puso los ojos en blanco con expresión de hastío, pero no intentó soltarse. La mujer necesitaba ayuda, eso estaba claro.

Y maldita fuera la gracia, estaba claro que los dioses le habían colocado ahí por esa misma razón. Cerró los ojos, resignado, y pasó una de las patas por el hombro de la mujer, apoyando la cabeza contra ella. No podía hacer nada más, la muy lerda se pensaba que era un animal cualquiera, y no tenía ninguna intención de recibir más golpes en lo que iba de día, así que tendría que conformarse con que la reconfortase en silencio un zorro de cuatro colas.

Se restregó suavemente contra la cara de la mujer y soltó un leve suspiro. En menudos líos terminaba metiéndose...

Cuando se hubo descargado por completo de todas sus lágrimas contenidas, notó como el animalito frotaba su cabeza contra ella y acercaba su hocico a su mejilla. Era un animal cariñoso y acostumbrado a los humanos, se le notaba a la legua, eso era bueno, así no tendría que enseñarle a no comerse las cortinas, algo a tener en cuenta. Nunca había pensado en tener una mascota, pero ahora estaba encantada con su zorro mutante, estaba segura que haría las delicias de los pequeños y no tan pequeños de la escuela de Xavier.

No le soltó, no señor, después del susto que se había llevado, volvió a llamar a emergencias para informar que finalmente todo había sido una falsa alarma y llamó a la oficina avisando que no iría a trabajar aquel día. Realmente no se había tomado ningún descanso desde el atentado, y estaba claro que necesitaba tiempo para ella misma y ahora pensaba pasarlo con su nuevo super amigo peludo. Lo agarró por debajo de las patas delanteras y dejándolo colgar, lo achucho de nuevo, antes de cogerlo en brazos para rascarle la barriga alternando con pequeñas perrerías que le hacía en la cara. Le rascaba, acariciaba, jugueteaba con sus zarpas y sus colas, le estiraba las orejitas adelante y atrás y con aquel completo catálogo de atenciones, pasó de la cocina al sofá, donde continuó jugando, mimando y en definitiva, diviritiéndose con Bizcochito.

Hisui suspiró de nuevo. Estaba bien eso de que la chica se fuera recuperando y todo eso, pero cuando empezó a cogerle de las patitas y a tratarlo como si fuera alguna suerte de muñeca, se revolvió e incluso lanzó alguna dentellada al aire, claramente molesto. Al menos, hasta que la mujer decidió que prefería mostrarse más amigable que insultante, momento en el que se dejó hacer.

Había que aceptar las pequeñas victorias cuando venían, y ahora mismo que no le estuviese intentando machacar la cabeza con un tetsubo sin pinchos era una pequeña victoria. Eso, y que dejase de llorar, que le amargaba el ánimo. Porque por supuesto no se preocupaba por ella. ¿¡Él!? ¿¡De una humana!? Vamos, ni hablar.

Nunca en su vida.

No señor.

Bueno, quizás se preocupaba un poco...