Visitando a los ausentes (Libre) [DC, Pre-Omega]

Normalmente me gusta volar, pero no esta noche. El viento me agita el cabello, como siempre, y veo pasar debajo de mi las siluetas de los edificios de Nueva York, con su agitada vida nocturna; un grupo de chavales del Bronx jugando a la canasta, con el campo iluminado por focos amarillos. Los deslumbrantes neones del centro, en el que se aglomeran taxis y personas. El agujero de oscuridad en el que se convierte Central Park, cerrado a esta hora, y solo transitado por las ardillas que bajan al suelo en busca de los restos de los picnics de las horas de luz. Descubro la ciudad a vista de pájaro.

Todo está animado en Nueva York, incluso cuando anochece. Pero hoy no busco aventuras ni emociones. Ya tuve bastante encontrando a Félix la semana pasada. Hoy estoy un poco deprimida, como todos los años en esta fecha. Vuelo ensimismada, y me doy cuenta de que quizás esté pasando por alto alguna injusticia allí abajo. Algo que podría arreglar.

Luego me doy cuenta de que hoy ya tengo algo que arreglar. A mí.

Llego al cementerio de Greenwood deslizándome lentamente en el aire, y me poso con tranquilidad en el suelo de piedra. Está cerrado a esta hora, vacío y tranquilo, y entre sus muros apago mis sentidos para oír tan solo la escala humana. El viento agitando las copas de los cipreses. El olor a hierba mojada, después de la tormenta que vi desde mi balcón hace un rato. El perfil de las estatuas que presiden las lápidas. Ángeles y gárgolas y demonios hechos de piedra.

Como Karen, me costó un montón de dinero conseguir un rincón en este cementerio, en el que colocar las dos tumbas. Dos espacios vacíos, con lápidas lisas, sin ningún nombre escrito en ellas. Mis padres no están aquí. No están en ninguna parte. Nunca existieron.

Excepto en mi mente y mi corazón. Ellos, junto a todo mi mundo, mis amigos, mi amante, se disolvieron en el cataclismo que se produjo durante aquella horrible crisis. Por un momento, mi rostro se contrae de pena. Un abismo interminable, irrecuperable, en el centro de mi pecho, hace que me tambalee. Aquí, en mi nuevo mundo, todos tienen una historia, un marco que les permite saber quienes son, unos amigos que les apoyan, unas familias que les aman. ¿Qué tengo yo?.

No llueve; lo que noto en mi rostro son lágrimas. Ni hablar. No pienso ser una víctima. Poco a poco, como cada año, cada vez que vengo a este monumento que yo misma levanté a mis padres, aprieto los dientes. Mis ojos se iluminan con el rojo vivo de la ira. Del resentimiento. Y de una frecuencia láser de más de mil grados.

Noto mis lágrimas evaporarse antes de caer. Mi cuerpo se tensa. Qué injusticia. Qué horror tan innecesario. Si hay algún dios ahí arriba, ¿como puede ser capaz de hacerme esto?. Darme una vida feliz, llena de amor y de apoyo, y de repente quitármelo absolutamente todo. Pues si cree que me va a hundir, está listo.

Me doy cuenta de que, para lo que para mí han sido dos minutos frente a las lápidas, ha sido en realidad la mayor parte de la noche. Ahí fuera todavía hay gente a la que puedo salvar. Cada vez que evito que algún malnacido dispare a alguien salvo un padre, o una madre, o un hermano o un amigo. Y consigo que en el mundo haya un poco menos de dolor, para compensar el que yo misma siento en mi interior.

Poco a poco, media sonrisa va apareciendo en mi cara. Me paso los dedos por el flequillo, arreglándome el peinado, y me ajusto bien el uniforme. Me calmo a medida que mi mala leche se cristaliza en mi interior. Suspiro profundamente, y comienzo a expandir mi súper oído para encontrar mi próxima aventura.

Cuando remonto el vuelo, tras un último vistazo a las dos lápidas vacías, estoy lista para aguantar un año más.

Spoiler:

Por desgracia para Power Girl, no era la única que se encontraba en el cementerio. No muchos minutos antes, Raven se había adentrado en busca de pruebas. Pruebas que incriminasen a la Iglesia de Sangre, que le permitiesen tirar del hilo y encontrar un nuevo plan de Hermano Sangre. Había sido su cruzada personal durante años, y aunque en teoría su padre había sido desterrado definitivamente y la Hermandad había perdido poder, eso no significaba que aún no pudiese volver.

En cuanto percibió la presencia de alguien más, la heroína encapuchada se fundió entre las sombras formadas por su propio yo astral, escondiéndose a simple vista en un punto entre el mundo material e inmaterial, observando con atención cómo Power Girl entraba en escena. La observó durante todo el tiempo que ésta se encontraba ante las lápidas, sabedora de que si salía en ese momento, el superoído de la Kryptoniana la percibiría, y no tenía ningunas ganas de dar explicaciones.

Al menos, no las tenía hasta que empezó a sentir las emociones fluir desde la rubia. Dolor, pena, rabia... podía percibir todas esas emociones con claridad meridiana, especialmente porque Karen no estaba intentando contenerlas. La morena se mordió el labio inferior, intentando controlar las emociones gemelas que estaban despertando dentro de ella.

Y finalmente, Power Girl se marchó volando, lo que hizo que Raven saliese de entre las sombras, pensativa. La miró marcharse durante unos segundos, y finalmente suspiró.

Segundos después, Power Girl se encontró con que no volaba sola. Al principio había sido una sombra con la forma de un cuervo gigantesco que había volado a la suficiente velocidad como para alcanzar una distancia prudencial, convirtiéndose rápidamente en una mujer encapuchada, enfundada en una capa azul y un vestido del mismo color, que la miraba en silencio, clavando sus ojos fijamente en ella.

Raven era, sin duda, la titán menos conocida, por lo que estaba espectante, como si esperase una reacción violenta por parte de la joven alienígena. Y no era menos, pues había oído hablar de ella a Superboy... y no había mucha gente a la que el moreno llamase temeraria e impulsiva.