Twisted Treeline (Pamela L. Isley)[13 de Abril]

Nada podía superar aquella asfixiante sensación. Se había instalado en el fondo de su ser, revolviéndose y retorciéndola, suplicando su marcha entre dientes en todos los idiomas…

y luego, nada…

La gran nada roja…

El peñón había aparecido tras una fugaz tormenta que había causado un pequeño corrimiento de tierra, despejando así la zona. Estaba incrustado en el interior de una beta de tierras arcillosas, y había emergido con el descenso de un riachuelo que traía el agua sobrante que se había acumulado.

Abrió los ojos y observó con la vista empañada por… ¿Y esa horrible sensación? ¿Dónde había ido…

¿El Dolor?...

Pestañeó varias veces, dándose cuenta de que ya no estaba supeditada a esa quemazón que le enturbiaba los sentidos. A pesar del terrible recuerdo, esos instantes de serenidad la despejaron por completo. Su pecho se elevó cuando inspiró profundamente, aunque no expiró. Su figura resbaló por el hueco de la cristalina piedra resquebrajada, haciéndola crujir. Su segunda entrada al mundo la cubrió de barro, pero el residuo resbalo sobre su piel, cayendo en el lecho del riachuelo, volviendo a su cauce natural. El olfateador corrió sobre sus pequeñas patas, deslizándose entre la cascada de su melena carmesí. Las flores, abiertas e impolutas, agradecieron en silencio la luz del mediodía. Sus ojos rojizos admiraron el paisaje, plagado de tonos verdes, mientras el aire le traía diversos olores que despertaban en ella ecos de percepciones olvidadas y difusas.

Siguió a Polynash, que con urgencia y entre profundos gruñidos la llamaba. Sintió el extraño tacto de la hierba bajo los pies, y una vez se hubo detenido, observado y comprendido de qué se trataba aquella pacífica sensación, siguió adelante. Enormes criaturas de pensamiento sereno se alzaban, majestuosas, con sus ramas de orfebrería jade sujetando esa enorme cúpula azul. EL viento pasó entre ellos, acariciándolos y emitieron un sonido…

Ella fijó sus ojos y espero… No sabía si era capaz de comprender esas vibraciones…

Tal vez…

Todo vibraba. La tierra, las raíces, tallos y hojas. Absolutamente todo. Un estruendo acompañado de pisadas de algo extraño. Me apresuré a encontrar el origen de eso. Las raíces y lianas me elevaban, me camuflaba y deslizaba por todo lo ancho de mi bosque como quien corretea por los pasillos.

Y en un claro, ahí estaba. Desnuda sobre lo que parecía unos pies que se fuesen a romper. Simplemente de pie, observando curiosa como un polluelo que lucha por abrir sus ojos. Como el capullo de lotto aún sin mostrar color... Y con flores en la cabeza.
Habían pasado demasiadas cosas y me cabreó tantísimo a primera instancia que salí sin observar.

- Tú.... - dije entre las sombras, aún oculta.

Pensé sobre atacarla.... Aunque quizá con intimidación bastase para que lo lamentase de verdad.
Emergí de mi escondite, también desnuda, no me parecía tener sentido llevar vestimenta, seríamos dos pelirrojas desnudas hablando en un bosque... Mi victoria estaba cantada.

- No tienes la suficiente avaricia como para llevar ropa.... ¿¡PERO SÍ COMO PARA ARRANCAR FLORES Y LLEVARLAS EN EL PELO!?- dos lianas ondulantes surgieron de mis muñecas al ritmo de mis palabras. -[b] ¿¡ACASO NO TE PLANTEAS QUE ESAS PLANTAS ANTES TENÍAN.....!?- Y cuando estuve suficientemente cerca lo vi.- Vida...-

Toda la tensión abandonó mi cuerpo, las lianas desaparecieron y los hombros se me hundieron. Contemplé una de esas crysantemos preciosas. Y vivía....
Dirigí la mirada al suelo y no encontré raíz. No había nada y... ahí estaba.

- Oye, perdona, yo... Protejo la naturaleza y... creía que..... Lo siento- No sólo no las había arrancado sino que ella parecía la fuente de vida de esas flores.
¿Y si... era como yo?

Miré a los ojos, la desconfianza no me dejaba respirar. Me perdí en esas pupilas infinitas por unos segundos y... ¿Qué había de malo en aquella mirada pesada?

- So... Soy Pamela, aunque la gente me conoce por Hiedra Venenosa.- Y sonreí de medio lado.[/b]

Empezó a discernir pequeños matices en la pausada y lenta melodía que desprendían aquellos seres enormes, de carácter pacífico en su mayoría, ritmos que se transmitían de manera mucho más calmada y trascendente de lo que, en su primera experiencia había sido capaz de contemplar y compartir. Se abrazó cuidadosamente, recordando los límites de su ser, mientras la aureola sobre su cabeza se apegaba al tempo que interpretaban las conversaciones de esos seres, pálpitos poderosos, pero de una sutilidad latente...

Era hermoso ver de qué manera vivían...

Entonces, de entre todos ellos emergió una figura. Entró en pánico durante un sólo instante, recordando de forma vívida lo que había sucedido, la última vez que había estado en presencia de criaturas semejantes. No quería volver a sentirlo...

Volver a sentir dolor...

Se vio tentada de dar un par de pasos atrás, y así lo hizo, cuando una mujer de rasgos similares a los suyos apareció en su rango de visión. Gritaba sus palabras con furia, pero no percibía en ella intención real de provocarle ningún daño. Le resultó desconcertante, pero la sorprendió bastante como para detener su marcha. Su pelo era también rojizo, pero el matiz anaranjado lo dotaba de unos brillos que el suyo propio no tenía. No portaba cobertura de ningún tipo, como la que había visto a otros, y llevaba hojas enredadas en el pelo, y lianas que emergían de sus manos. Sus ojos se abrieron con la inocencia de una niña, y le devolvió la mirada, intensa e inacabable, que también le prodigaban esos ojos...

Entendió su explicación, aunque le costó...

- No hay porqué...- las vibraciones que conformaban las palabras emergieron de su boca, antes incluso de que ella llegara a comprender lo que eso quería decir. Sonaron sin reproche, y con esa dualidad de su voz de dos tonos, el de una mujer joven plagado de inocencia, y el eco de una voz grave y serena, casi como la de un hombre anciano - Pamela...- pronunció, luego, ladeando la cabeza incrédula. - o Hiedra venenosa...- hubo un instante de silencio.

La brisa acarició su cuerpo, haciendo que los pétalos de las flores se movieran, y arrancaran blancos destellos iridisados al contacto con el sol. Un murmullo se elevó desde el bosque, que ella escuchó con tanta atención como si formara parte de la conversación.

- Esas vibraciones son tuyas... te pertenecen. Dicen quién eres tu.- dijo, bajando los brazos, dejándolos reposar lánguidamente, mirando hacia el suelo. - Yo no se las mías... - añadió, para luego volver a elevar la mirada.

El Polynach olfateó los alrededores de la mujer, y luego sin darle la menos importancia, continuó rastreando en los alrededores, hasta que algunos pájaros se posaron a ras de suelo, y el se acercó a ellos con creciente interés.

- ¿Porque tienes dos?...- su cabeza se inclinó levemente, mostrando su evidente duda...

A ella le gustaría tener, aunque solo fuese una...

Su voz... Parecía la niña más inocente siendo asfixiada por el dolor más intenso llevado en silencio. Era hermoso y perturbador a la vez... Me puso los poros a flor de piel.

- ¿Vibraciones...- No sabía de lo que estaba hablando pero... una parte de mí la entendía... Era raro pero...
Arg... rayos.. No sabría explicarlo.

Noté movimiento alrededor de mis pies y me sobresalté cuando lo vi. Un... ¿can? olfateándome con un morro picudo y haciendo un ruido bastante curioso. Parecía más curioso que enrabietado y si mi... "enfermedad" no me lo impidiera, me hubiera agachado para que oliese mis manos.

- No le sugeriría a tu... mascota, si puedo llamarlo así, que me olfatease demasiado, las criaturas vivas suelen encariñarse de mí por así decirlo y no conozco su especie, quizá mi aroma sea tóxico para esta dulce criatura - y bajé la mirada, con una sonrisa triste. El último animal al que acaricié fue a Fauna... Y hacía tanto que no la veía que se hacía de extrañar  - Si mi piel no fuese dañina ni tóxica me hubiera tirado sobre mis rodillas, ansiosa por acariciarle...Podría darle de comer un antídoto pero no creo que se dejase siendo yo una descconocida... - y mi vista le persiguió, con una agradable risotada suave - Qué curioso es... Nunca en mi vida había visto nada parecido. - y volví a levantar la vista con la pregunta de la muchacha.

- ¿Dos nombres? Pues... Pamela es el nombre que me pusieron mis padres, supongo que cuando mi madre me dio a luz y Hiedra Venenosa es un nombre que me he ganado con mis actos... A veces pasa. El tema de los nombres es un poco complicado pero... Puedes tener cuantos nombres quieras. Yo me he presentado con dos de los tres nombres que tengo. Mi tercer nombre es Lillian. Si quieres... puedo ponerte un nombre. - y busqué a mi alrededor. No vi ninguna así que me acerqué a ella y extendí mi brazo, delante suya, con la palma abierta mirando al cielo.

Pequeños brillos de luz entre amarillos y verdosos salieron de ella, y poco a poco se percibía cómo una semilla, al principio del tamaño de un guisante, se iba abriendo y crecía. Echó un tallo retorcido que se hacía firme a cada segundo, y unos pétalos granate y blancos, como su pelo y piel florecieron, dando resultado a la Rosa Osiria más hermosa jamás creada... Y era para ella. - Adelante, es tuya. Es una Rosa Osiria, y es igual que tú. A partir de ahora para mí, eres Rosa Osiria. Te llamaré como tú prefieras- Y sin saber muy bien por qué, una lágrima brotó del rabillo de mi ozo derecho, pero no podía parar de sonreír.

Fue entonces cuando.. La vi. La vi de verdad.

Su apariencia era... cuanto menos delicada. Frágil, casi troncha. Su piel parecía brillar con la luz de la luna y sus ojos guardaban una tristeza que su portadora sólo conocía. Sentí un calor en mi interior, con esas ganas de cuidar que la mirada de cada niño me impone y a la vez con una empatía demasiado cruel como para dejarla pasar. Parecía que llevaba días sin comer y... Quizá ofrecerle algo de comer sería muy brusco.

- Oye... Si necesitas algo... Comida, bebida, ropa.. Sólo... pídemelo ¿vale? Te conseguiré lo que necesites -

Describirlo sería duro para mí pero... Podía ver en ella a la Pamela de hace unos años... Joven, frágil y tan... natural. Algo había en ella que me impulsaba a acercarme y quedarme sobre su regazo el resto de mi vida. No sé explicar muy bien qué pero sé que ella no había tenido una vida de color de rosa y... Quería que se quedase conmigo, o yo quedarme con ella. Chocar tanto con alguien... o algo a lo que acabas de conocer sólo me había ocurrido en dos ocasiones... y qué curioso, la última vez también fue con alguien rojo.
Terminé de examinarla y me paré en la corona que orbitaba a su alrededor. Después de la locura de estos días, las explosiones, las despedidas, las buenas nuevas... Sólo podía decir una cosa.

- Bienvenida a mis bosques, Osiria - añadí secando la última de mis lágrimas

El pequeño animal no cesó su empeño, y de hecho se acercó a ella hasta que absorbió los retazos de esencia, y posteriormente perdió el interés, en virtud de un pequeño pájaro que recogía lombrices con el alargado pico, hundiéndolo en el suelo, oxigenando así la tierra, continuando con un ciclo que parecía medirlo todo adecuadamente…

La criatura se distrajo, permitiendo que ambas mujeres se quedaran a solas…

La joven nívea contempló al pequeño animal a medida que se alejaba.

- ¿qué significa… tóxico? - ladeó la cabeza, haciendo que su melena se desequilibrara con un millar de iridisados brillos rojizos. La pronunciación de la última palabra casi parecía costarle la salud. - Es Polynach…- sus ojos delataban una extraña melancolía como si lo hubiera reencontrado tras mucho tiempo separados, aunque en realidad habían estado juntos desde siempre. - Nada puede hacerle daño…- murmuró, antes de que la brisa volviera a acariciarla…

Los detalles era lo que, en conjunto, podían hacer recelar de ella a cualquiera un poco observador. El hecho de que su torax no se moviera, como solían hacerlo habitualmente los de los seres vivos, que la brisa fuese incapaz, en ocasiones, de mover su melena o los enormes pétalos de las flores que la plagaban, resultaba turbador. Pero si alguna de esas pequeñas cosas lo era realmente, era el hecho de que, bajo su figura, no hubiese sombra alguna…

Su explicación sobre los nombres resultó extremadamente compleja de comprender para la joven, que entrelazó las manos y miró hacia el suelo, manteniendo durante un momento la esperanza de que, de alguna manera, las vibraciones cobrarían sentido para acomodarse, y cuando finalmente encajaron las unas en las otras, efectivamente, y por difícil que fuese de comprender, se mostraron acertadas. Varias vibraciones para un solo ser…

¿Era eso posible?...

Entonces tendió la mano, y obró…

La fascinada expresión de la dama nívea declaró un estado de puro éxtasis infantil, al comprobar como de las manos desnudas de la mujer verde crecía la vida…

“Púlsar…”

Púlsar… Emergiendo de ella, ayudándola a cimbrear el pequeño tallo retorcido, alargando sus sutiles notas, abriendo hermosos terciopelos de color blanco y rojo que ciertamente, a simple vista, podían relacionarse con ella…

Aunque era un hecho que la OmegaDust desconocía…
Sus manos, de apariencia cetrina y frágil, se alargaron sin temor ni duda hacia las de la mujer verdosa, y sujetó la flor que le tendía con una delicadeza impropia de un ser mundano, tal que hasta los seres celestiales podrían verse libres de envidiar. En el proceso, rozaron ambas manos, y el tacto de la dama nívea era como una corriente, como las alas de mariposa volando a milímetros de la piel. Un tacto vacío, pero presente, como el de seres diminutos, el de fantasmas, el de recuerdos…

Del rabillo del ojo derecho, simultánea, una lágrima se despeñó sobre la tierra, y cuando ambas hubieron caído de las mejillas que habían surcado, pasaron a ser todo uno entre ellas, y entre cuanto las rodeaba…

Entonces, con un sutil desprendimiento, una de las inmensas flores que pendían de su melena, cayó también, y aterrizó tras planear como una pluma lo haría sobre la corriente, entre los pies de ambas. La flor rozó el suelo, se revolcó como mecida por una brisa desaparecida para ambas, y se aposentó en un pequeño lecho de tierra que determinó adecuado para ella. La dama nívea se mostró incrédula, mientras aún sostenía la rosa en la mano, y como guiada por alguna determinación superior a su propio entendimiento cayó sobre sus rodillas…

Con la misma delicadeza con que hasta entonces había portado la rosa, abrió en el suelo, con una reverencia similar a la que sólo Pamela Isley habría recurrido, y depositó allí la semilla de la rosa, impelida por una urgencia que provenía de sus propias lágrimas, compartidas en número y origen con las de la Hiedra Venenosa…

Así plantó la rosa, y cuando la bienvenida se deslizó entre ambas desde la boca de la mujer verdosa, la joven nívea depositó la última lágrima sobre la caída flor de su propia melena, que regó los pétalos con la suavidad con que la naturaleza regaba de rocío sus propias creaciones…

La inmensa flor blanca emergió de la tierra con un potente tallo, que se hundía en el suelo y la elevaba sobre el mismo. Pamela sería capaz de ver cómo se creaba una inmensa sinapsis bajo sus pies, como si diminutas raíces emergieran de aquella flor blanca en todas direcciones, cubriendo la extensión de cada una de las criaturas que ella se había tomado la molestia de plantar y proteger…

Con manos invisibles acariciaba sus suaves conciencias, conociéndolas, aceptándolas, amándolas incondicionalmente… haciendo la muda promesa de protegerlas, y ellas aceptaron todo aquello que la extraña flor les ofrecía, porque creyeron en su honestidad…

Para la dama verde, no sería difícil describir semejante sentimiento como el abrazo de una madre. Un abrazo íntimo e indivisible, como el que sólo se ha de compartir desde el vientre…

- Ella sabe…- las vibraciones se escaparon de sus labios, incontenible ante semejante descubrimiento, que tan sólo podía anhelar para sí - Sabe… su cometido en el mundo…

Osiria parecía haber nacido ayer, de manera literal, era tan... tan...pura. Sus ojos reflejaban el brillo ausente aún por latir del primer capullo de la primavera. Y lo siguiente que me llamó la atención de la chiquilla fue el nombre de su criatura. Intenté recrearlo todo lo que pude, aunque no sé cómo lo hice.

- Pol...Polynach- y mis ojos se iluminaron como el primer rayo de sol. ¿De verdad nada le hería...? Me encantaría poder sentir el roce de la piel de esa pequeña criatura pero... No quería jugármela.

Me dediqué a contemplar cómo esa pequeña chica frágil y quebradiza hacía su espectáculo como si formase parte de una danza en la que sólo participan seres que juegan al borde de la muerte. Con un gesto de dolor, con un cuerpo enfermizo, acariciando cada superficie como si fuese a dañar su ser. Similar a unos huesos de cristal y una piel membranosa. Ella… también parecía haber perdido la vitalidad a cambio de otorgar vida… como yo. La flor sabe su cometido en el mundo. Cada palabra de esa voz irregular se me antojaba lógica y a la vez dubitativa. Lo entendía pero… quería saber. Aunque la experiencia de gente curiosa me ha hecho conocedora de que no hay mejor educación que la de respetar el espacio ajeno, y no correspondí a mi curiosidad.

Después de todo el espectáculo se me había olvidado que me había preguntado el significado de esa palabra - Mmnn… Cariño, ¿cuánto tiempo llevas en este mundo?- dije mientras una maraña de lianas enredadas ascendía desde el suelo para permitirme un asiento cómodo. Y con las piernas cruzadas, continué. – Tóxico significa dañino, ponzoñoso o venenoso. Que causa dolor o es negativo de cualquier modo para un ser vivo. Y en mi caso… soy un ser vivo tóxico. Puedes serlo por el aire, por el agua… Yo soy tóxica al contacto piel con piel. Por eso no quería acariciar a… - me llevé el dedo índice y corazón al tabique mientras apretaba los ojos, intentando recordar - Polnach. Es mi especie de maldición, no puedo tocar nada salvo a mis pequeñas- dije acariciando las ramas que me sostenían.

Cuando la dama verdosa pronunció el nombre de la criatura blanca, esta respondió con un reflejo movimiento de orejas, como si se hubiese dado por aludida pero a pesar de ello no respondiera a su llamada. Sabía que esas vibraciones le pertenecían y también el significado de las mismas, pero no las interpretó como un reclamo de manera que no varió la trayectoria de sus movimientos, ni tampoco la atención de su interés que ahora se basaba en localizar un pequeño mamífero que se había colado en el hueco entre las raíces de uno de aquellos inmensos árboles, dejando un rastro que para el olfateador resultaba más que evidente. Hundió en los agujeros el bulbo receptor de su hocico, llenando sus receptores de matices diversos, desprendidos por el ser vivo que allí se escondía…

Mientras tanto, ambas mujeres finalizaban un instante de unión que había acabado con la última lágrima…

La rosa Osiria ofertada por la dama verde…

La flor de Mathâer ofrecida por la dama blanca…

Ambas entrelazadas en una sinapsis invisible al ojo que se perdía bajo los pies, oculta y enterrada en la cálida matriz de la tierra, latente y viva…

La mujer verdosa tomó asiento, haciendo que algunas de aquellas criaturas vivas se aproximaran y le procuraran un lugar en que aposentarse, haciéndolas moverse a su voluntad. Jamás había visto nada semejante, y el hecho de que las vidas vegetales la ayudaran a una mera petición suya le hizo considerar que debía de tratarse de un ser extremadamente afortunado…

De la misma manera que ella tenía a Polynach, o a las Mathâer, ella tenía toda una inmensidad de conciencias con las que compartir su vida y que estaban dispuestas a ayudarla, dándola compañía y consuelo…

- Una vez…- segura de que haber emitido cualquier otra vibración que no fuera esa, no le habría permitido explicarse - Pero ellas… están vivas…- la definición que Hiedra había ofrecido sobre la toxicidad resultaba de extrema ambigüedad.

Si tóxico suponía dañino para los seres vivos… ¿Cómo podía entrar en contacto con cuanto ser vivo la rodeaba, sin causarles daño?... ¿Cómo podía no ser dañina para sí misma?...

La grácil figura de la joven nívea se aproximó a la verdosa silueta, plácidamente sentada. Ambas melenas quedaron entremezcladas cuando se inclinó sobre ella, para contemplar de cerca el intenso color verde de su piel, que ganaba aún más frescura en comparación con el marmóreo tono propio, continuo e inalterable. La aureola sobre su cabeza orbitaba arrancando suaves destellos al oro del que parecía estar compuesta, salpicando de vez en cuando el terreno con iridisados matices, como una lluvia de estrellas terrena…

- Sólo sucede…¿Con algunos seres vivos?...- aquella era la única conclusión a la que podía llegar, y fue la curiosidad dueña de sus actos cuando, sin temor alguno, la mano de estilizadas proporciones, unas cristalinas y finos dedos se elevó hasta depositar sus yemas sobre la frente de Hiedra Venenosa…

Su tacto era distinto a cualquier otro, pues si bien había cierto convencimiento del contacto, no se sentía la calidez de una piel humana, su peso, ni su suavidad. Era como un cosquilleo, como la sutil corriente que genera una pluma al deslizarse sobre la piel, impulsada no por una mano, si no por la ingravidez. Esperó pacientemente para comprobar si acaso, sería ella una de las privilegiadas destinadas a no sufrir con el tacto de la Dama verde, preparado para dañar a los seres vivos. El recuerdo del dolor, que aún no había asociado realmente a su origen, apareció fugazmente, mas no hizo acto de presencia…

Se mantuvo así, mientras el tiempo se escurría entre ambas…

Deslizó la parsimoniosa mano, siguiendo la suave línea que construía el rostro de Pamela Isley, aguardando la aparición de cualquier cambio que pudiera llegar a darse… sin resultado. La palma al completo hizo contacto con su mejilla, mientras los intensos ojos grana plagados de vetas violáceas recorrían la expresión de la dama verde…

Una vez... ¿Había estado en el mundo una vez? Y al ojearla de arriba a abajo llegué a esa conclusión. Quizá hubiese resucitado de algún modo, y al hacerlo, hubiese perdido sus recuerdos en vida. Esa aureola, similar a la del mesías que todos conocemos, tan resplandeciente, tan misteriosa. Las vendas… también como símbolo de herida, del mismo modo que él tiene los restos de los clavos de la cruz y la lanza en su costado.


Pero nunca creí en eso. Y olvidé la vinculación pronto acompañado del momento en el que su pelo se deslizó sobre mí, y su mirada acogió mis pupilas. Su rostro me inspiraba una paz que no había sentido en mucho tiempo teniendo en cuenta la agenda de estos últimos meses. Respiré hondo, no podía pensar en nada negativo. Estaba en mi hogar, rodeada de lo que más quería y de una desconocida que misteriosamente había sabido dónde tocar. Y hablando de ello, su mano se extendió sobre mi frente y antes de rozarla eché mi frente hacia atrás ligeramente, pero sus ojos tristes me hicieron sentir segura, aun no entiendo muy bien por qué. Y lo noté. Noté esa caricia pura, como el abrazo de una niña. Una caricia que me hizo olvidar, por un momento, que era una ortiga mortal. Mi mente viajó por un momento a una imagen pasada de un recuerdo, hasta entonces doloroso. Pensé en Danny, el más astuto de los huérfanos, y le recordé sentado en una rama, cuando se puso enfermo. Recuerdo hacerle una infusión y mientras dormía de su tramo febril, le acariciaba la frente con Lirio, suave y de aroma reconfortante. Sin darme cuenta había cerrado los ojos, perdida en mi subconsciente y sonreía. Cuando “desperté” no pude si no alzar mi mano y agarrar sus muñecas, suavemente, con mis dedos. Me levanté, moviendo hacia los lados ligeramente sus brazos para hacer hueco a los míos, juntar mi pecho desnudo con la piel de la muchacha nívea y fundirme con ella en un abrazo en el que mi sonrisa y tranquilidad absoluta acompañó a la sensación que me acompañaba. No sabría qué palabras escoger, era paz, libertad, calma, blanco, tranquilo, floral… Era volar.

No sabía quién o qué era, pero me había hecho sentir como nadie lo hizo jamás.

Al sujetarla de sus finas muñecas, la dama verdosa podría comprobar con claridad como la piel que rodeaba la silueta blanca resultaba etérea, casi resbaladiza, aunque no terminó por zafarse del fino agarre de sus dedos...

Erguida sobre el sustento de las lianas que la envolvían y mantenían alzada en su cómodo trono, unió su cuerpo desnudo al de la recién nacida por segunda vez, ambas pieles resaltando de ellas la brillantez y pureza inhumana de sus colores, matizados de nueva intensidad al combinarse blanco sobre verde, rojo con rojo...

Así, la aureola comenzó a girar de forma acompasada, a medida que los finos y quebradizos brazos envolvían la pacífica expresión de la Hiedra, que pacíficamente se entregaba a un torso discordante, lleno de vida, pero ausente de calor, de respiración... hasta entonces... Inspiró, elevando el pecho, haciéndolo descender, con el ritmo que la vida enmarcaba en el constante aliento de sus seres. Sus suaves manos, delgados sus dedos, transparentes sus uñas como una lágrima afilada sobre el despunte, perdidas en la inmensidad de las finas hebras que componían su entrelazada cascada de cabello, imposible de delimitar el de una u otra debido a su parecido...

Una flor de Mathaêr acarició con suavidad sus oído, al deslizarse a su lado, perdida en la gravedad del pelo de la dama nívea que la mantenía abrazada, a pesar de no tener conocimiento alguno sobre la causa que las instaba a permanecer unidas...

Entonces, por primera vez, un pulso leve como un primer aleteo...

En el fondo del eco de su pecho, claro y acompasado, como una hermosa nana, el arrullo más antiguo que una madre puede ofrecer a un hijo, el primer recuerdo...

El latido de su corazón...

Lo único que esperaba encontrar era ese consuelo que se podía esperar de una niña que llega llorando a casa. Sentir esa energía que envolvía la postura más cómoda en la Dionaea más cómoda de la noche. La paz de una temporada sin Batman. Aunque ya que lo pensaba… él había estado ausente de su vida durante un tiempo y lo agradeció a la vez que le resultó sospechoso que no apareciera tras su salida de Arkham. Aunque preferí hundirme en esa piel que se me antojaba intangible e inalcanzable,  y disfrutar el momento antes que estropearlo con pensamientos negativos.

Con la sonrisa más infantil que se posaría en mis labios en mucho mucho tiempo, restregué mi piel contra la suya, arrullando el contacto que no había tenido desde la maldición de Woodroe. Notaba la suavidad plumífera de su tacto sobre mí. Lo añoraba tanto…
Froté mi nariz contra su vientre, trazando dibujos inconscientes con los que disfrutaba. Mis manos se recreaban entre los poros de su piel, gozando de cada pliegue minúsculo de los que sólo un ciego con el regalo de tocarla se daría cuenta. Poder abrazar a alguien así… Era cuanto menos extraño.  No recordaba la última vez que acaricié a un novio, a un familiar o a nadie de ese modo sin ser agresivo.

Una parte de mí quería vengarme. Cada vez que tenía la oportunidad de conectar con un ser de esa manera y no poder llegar más allá que la distancia mi ira avanzaba en un crescendo continuo. Sin embargo… la otra parte de mí sentía la necesidad de encontrar a ese “alguien” que en este caso era Osiria. Ese alguien con quien poder disfrutar de algo tan mínimo como un roce en el brazo o un beso. Un beso…  

Abrí los ojos, inconsciente y me levanté acariciando su torso de camino, así como la parte interior de sus brazos. En mi rostro se reflejaba una  vista inocente que creía haber perdido entre el dolor, y una sonrisa desinteresada que nadie vería en mucho tiempo.
Miré esos ojos apagados y con expresión martirial, abrazando de nuevo su cuerpo, esta vez por los hombros, deslizando mis manos por sus clavículas y cuello, hundiendo mis dedos entre su pelo mientras me guiaba la vida que permanecía en su pelo. Incliné mi cuerpo, para controlar la diferencia de estatura, y  posé mis labios mortales sobre su nariz con los ojos cerrados y la única voluntad de sentir un roce. El roce de alguien que seguramente ni comprendiese lo que eso significaba.

Su miedo era una presencia inexistente, su resistencia nula… No parecía haber nada que alterara la triste expresión neutra de quien había emergido de la tierra para encontrar a una de las pobladoras cuya mera presencia fuese capaz de generar más sentimientos encontrados en un solo ser. Vivencias cruzadas de dotes inacabables, tan hermosas al ojo del observador, como letales se volvían bajo el cruel y protector liderazgo de quien las ostentaba. Su voluntad era ley para las criaturas que con ella convivían, que de sus dulces cuidados se alimentaban, y a tal efecto justificaban su total entrega y lealtad… y a pesar de la corta edad de la Mujer sin Sombra, no había necesidad de comprobar lo que en un instante de clarividente sinceridad era un hecho...

Su contacto se suspendió en el tiempo como las partículas del polen que conformaban parte esencial del aroma del que la Dama Verde formaba todo, dejó que su naturaleza envolviera su diminuto cuerpo, percibiendo por primera vez el contacto. La obertura de él a sus ojos había sido larga y tediosa en esperas de los interesados, mas no desde su perspectiva de inmensidades inacabables de color rojo. Así al quebrarse descubrió que el primer contacto con ellos no fue sino algo fútil y escueto, diminuto ante la inabarcable inmensidad de las emociones que le transmitía aquella que ahora, delicada como las flores de las que era madre, rozaba con su pequeña nariz la delicada silueta de su cintura. Su cuerpo desconocía la mortalidad y el dolor que el natural matiz desprendido del ser que la abrazaba poseía, no era partícipe de sus consecuencias, ni sus efectos hacían alguna en la superficie cetrina que cubría su cuerpo…

Elevó su estatura convirtiéndola en un ser menguante, siendo su presencia inmensa en comparación, y ofrendando de nuevo una muestra de dulce sutilidad compartida, depositó sus labios sobre su fina nariz…

Abrió los ojos, contemplando la distorsión de su glauco rostro en tan corta distancia, poseída su expresión por la pacífica sombra de un sentimiento que emergía con una fuerza intensa y que era para la Dama Nívea una melodía plagada de palabras de un idioma extraviado al que tan sólo su ser tenía acceso, que le hacía recobrar recuerdos sobre la calidez de un hogar de piedra carmesí momentos antes abandonado…

“¿Puede ser, Púlsar, acaso más intenso?”…

Los orbes de gema plagados de galaxias se sellaron con el aleteo de sus largas pestañas, y entregó sus sentidos vírgenes, su puro pensamiento a la comprensión del gesto único, de la culminación de aquella belleza que no había sido capaz de comprender en el apogeo de presencias que a su llegada habían acudido, ávidas por conocer. Su entendimiento se extendió hasta más allá de lo escueto de su conocimiento, y la curiosidad motivo la búsqueda, alimentando así un creciente deseo de comprender. Reverberaban en su tórax miles de preguntas, golpeaban con una intensidad tal que se proyectaron de entre sus labios y con mil voces distintas, resonaron en cada recoveco del bosque que era el hogar de la Mujer Verde. Voces ancianas, maduras, jóvenes e infantiles. Voces masculinas, y también de mujer. Todas las preguntas se enredaron en el aire en un trabalenguas ininteligible con la potencia de una multitud insaciable de respuestas, hasta que sus labios volvieron a sellarse, cuando sus ojos volvieron a encontrarse. Una reverberación nueva cobró fuerza sobre las demás, al internarse en sus iris del color de la maleza…

– Tu, Pamela, tienes un don inimaginable…- parpadeó delicada, en un acto lento que podían permitirse quienes cuyas vidas no estaban regidas por el tiempo – Eres dadora de vida… aliento de la creación.  - ambas manos levitaron sobre las ascéticas muñecas de la Dama Nívea, las yemas de sus dedos acariciaron las mejillas de su primer beso – El mundo se siente agradecido hacia ti… - unió ambas frentes, arrancando un cimbreo silbante a la dorada corona orbital sobre su cabeza - Se siente… afortunado de tenerte…- la observó a los ojos, tornándose los suyos una dulce miel de ágata rosada, suavizados por la irrefutable verdad que se deslizaba entre los finos labios de la Mujer Sin Sombra…

Algo me hizo abrir los ojos sorprendida y sobresaltada, haciendo uno de esos pequeños saltos musculares como cuando te despiertas en medio de una caída. Cientos de voces se entremezclaban saliendo de sus labios, de una sola boca. Niñas pequeñas, bebés, ancianos... Era como si hubiera abierto una ventana a otro mundo dentro de ella. Intenté mirarla a los ojos, pero los párpados me lo impidieron. Me separé y al hacerlo me quedé ligeramente confusa. Poco a poco las voces se fueron difuminando y la suya, inquietante y única, se alzó sobre las demás.

Su diálogo fue gratitud pura. Y sus palabras me llegaron a un recuerdo, el de mi incapacidad de tener descendencia... y se cubrió de alegría. Ya era madre. De hecho seguramente fuese la madre más grande que tenía este planeta. Y todos y cada uno de mis hijos era sólo mío. Así que no pude hacer otra cosa más que sonreír mirando a sus ojos granates y disfrutar de su compañía que tanto descanso me había ofrecido. Remanso de paz en medio de la trinchera en la que se había convertido el mundo.

Me separé de ella sonriendo - ¡Mira! Quiero enseñare cosas - dije sentándome en el suelo, frente a ella. Fue entonces, levantando la vista, cuando me percaté de que no tenía sombra.
Y fue como si no me importara. Ella era un ser extraño, repleto de incógnitas que seguramente nunca pudiese resolver. Esa era una más. Además me gustaba demasiado su compañía como para concentrarme en sus rarezas. Apoyé una mano en el suelo, y al lado, con un pequeño ruido retorcido, empezó a emerger un tallo del que brotó una flor exacta a una de las que llevaba ella sobre el pelo, pero tintada como Rosa Osiria. Quité la mano y esperé con las piernas cruzadas en el suelo y sonriendo, mirando hacia arriba, su reacción.

El mundo que apenas había comenzado a vislumbrar estaba plagado de encantos que, por cotidianos, quienes estaban acostumbrados a verlos olvidaban en el devenir de sus jornadas, sus rutinas y prisas que tanta atención exigían. Suficiente como para extraviarlos de los pequeños milagros que frente a sus ojos se desencadenaban con cada nuevo día, en los aledaños de millones de vidas que por ignorancia los hacían pasar desapercibidos. Comenzó a experimentar entonces una sensación desconocida, notando como perlaba su nívea piel, enredándose sobre si misma, reptando en su interior con una fluidez tal como no había sido capaz de percibir hasta entonces. No supo cómo reaccionar ante tamaña capacidad de sentir, pero pronto, sus sentidos fueron cautivados por la actuación de la Mujer Verde...

Aprendiendo con la mera observación propia del infante que desconoce el cometido de muchos de los actos adultos, flexionó sus delgadas extremidades con un gesto etéreo de una inmensidad tal que ni la hierba tierna que mantenía bajo su peso se percataba siquiera de su presencia...

Diminutas disonancias hicieron vibrar la tierra, en el momento en que la Creadora colocó su mano sobre el lecho verdoso, y mostrando de nuevo la infinita capacidad de la que hacía gala, hizo emerger un ser cuya forma recordaba a Mathâer, la madre de todas...

Sus ojos de brillante rubí quedaron expuestos a causa de la magnificencia, sus pestañas dibujando el arco que se sustentaba en la sorpresa, labios rosados entreabiertos, incapaces de gesticular ningún sonido a causa del encantamiento que ese nimio gesto ejercido tantas otras veces producía en la Mujer Sin Sombra... Sus delgadas y frágiles manos  se alargaron hacia la flor, acariciando sus pétalos, su candidez parecía difícil de soportar en un mundo en desequilibrio donde algunos países sufrían enfermedades por el exceso, y otros morían por la carencia. Su caricia se vertió en la superficie del suelo, con el anhelo descubridor con el que se inventó la magia...

Sus extremidades se alargaron para sujetar la de la Mujer Verde, destellos dorados emergiendo de la aureola que ahora, acompasada con un ritmo excitado cimbreaba sobre su cabeza produciendo una melódica sinfonía que sólo el viento podía igualar. En sus orbes plagados de ribetes rosados se era perceptible la muda conexión que entre ambas se había generado...

Como un espejismo, y durante un parpadeo, la Dama Verde creería percibir un atisbo de sonrisa en la comisura de los labios de la que había bautizado como Osiria, quien ayudándose de un gesto tan suave como el aleteo de un pájaro, volvió a colocar la mano sobre la tierra, junto a Mathaêr y su recién brotada hermana...

La expectación creó cascadas rojizas de su pelo al moverse imbuida por un nerviosismo implacable, hebras sangrientas moviéndose al unísono mientras la Dama Nívea paseaba la mirada por el terreno con el que la Mujer Verde era capaz de obrar la maravilla. De dar la vida...

Esperé una reacción, estaba nerviosa, inquieta... Necesitaba algo de ella, saber qué le parecía. Quedó alucinada al verlo, y me agarró las manos. Miré sus ojos granate, luego a los reflejos dorados que salían de esa especie de espino celestial que coronaba su cabeza.
Una vibración constante, un sonido único, como la nota más delicada de la flauta más afinada del mundo.


Luego encogió la comisura en apenas un imperceptible gesto que no supe muy bien cómo identificar. ¿Impulso? ¿Un TIC? Quizá sí hubiese sonreído...-¿Has...sonreído?- musité sin dejar de mirar sus labios. No sé por qué se me hizo tan extraño un gesto tan humano en ella. Tal vez empecé a asumir lo que verdaderamente era.
Entonces me agarró las manos y me las hundió en el suelo una vez más, como entusiasmada por lo que acababa de hacer. Entonces las fui levantando lentamente, levantando las suyas también y brotaron otras dos flores. Sonreí y vi su expresión.

- ¿Qué acaba de pasar?- dije refiriéndome a todo lo acontecido con su corona. Era una chica de pocas palabras, al fin y al cabo... y no soltaba prenda.


Estaba siendo con diferencia uno de los encuentros más peculiares de los que había tenido. Era... curiosa, extraña, ignorante y dulce. Curioso...

La corona de espinas dorada cimbreaba en torno a su cabeza, para la Dama Nívea era algo natural, cada vez que había emergido de su matriz de cristal rojo cuanto componía parte de su ser volvía en sí haciéndola conocedora de que cuanto integraba su persona siempre acudía... Para su virginal entendimiento de los acontecimientos en los que ahora se veía inmersa, la aureola, Polynach o Mathaer componían un conjunto armónico que construía a su vez la posibilidad de resurgir de la matriz, en un acontecimiento único y exclusivo propiciado por el hecho de su conjunción. Respondían a su nombre, eran parte intrínseca e indivisible, pero a su vez sus conciencias eran diversas, tocaban notas individuales que los hacían un todo insostenible sin el resto, pero con autonomía de decisión...

Para la mujer sin sombra era algo instintivo llegar a comprender eso, pero a pesar de todo, los sentía como un segmento esencial de sí misma, como en su descubrimiento primordial había hallado sus manos, las prolongaciones y articulaciones que conformaban los límites de su conciencia...

En muda respuesta a la pregunta de la Mujer Verde elevó el cráneo  a modo contemplativo, inclinación dispuesta a observar sus facciones incrédulas por lo que había contemplado reflejas en las de la Dama Nívea...

-¿Sonr...eír?...- su pronunciación resultaba tan compleja que no se sintió capaz de producirla de una vez, así que en su interior algo partió los tonos en una pobre imitación fonética desarrollada con un método torpe y burdo. - ¿Qué es?...- trató de recobrar el eco de las vibraciones imitadas, pero como si estuvieran hechas de un humo volátil, se perdieron hasta no encontrarlas... No fue capaz de repetir esa palabra una segunda vez...

El anhelo de saber, comprendió al percibir la necesidad con que la Dadora de Vida ejecutaba preguntas a las que pretendía buscar respuesta, no era un acto simbólico... No se trataba de una cualidad pasajera de la conciencia de un individuo, no dependía de cuestiones temporales o físicas, supeditadas a la cualidad de haber permanecido antes en un mundo que le era ajeno y por algún tipo de instinto primordial arraigado se aceptaba impulsada a conocer, reconocer y comenzar a percibir como propio...

- La aureola estelar...- delgadas manos blancas posicionaron sus yemas en torno al orbitante aro, y cerrando los ojos rojos de gema brillante concentró esfuerzos para evitar su ignorancia y ofrecerle a la Mujer verde un contenido que viera saciada su imperiosa necesidad. El silencio instaurado sobre la nota melódica desprendida de la corona de espinas de oro se interrumpio en una voz duotonal de mujer y hombre, esta vez, anciana y joven...- Nos... mantiene unidos...- abrió los ojos en un gesto de extrema rapidez...

La criatura olfateadora, trepando por un árbol elevó sus orejas en la dirección de ambas mujeres. Sus garras resbalaron por el tronco y comenzó a caer hacia el vacío del suelo, generando un gruñido agudo que hizo vibrar cada hoja del bosque...

Parecía no haber hablado con nadie ni haber tenido ningún contacto vital ni social. Era como si viviera por inercia sin saber el mundo en el que se movía. Aproveché cuando retiró sus manos de las mías para comprobar en sus palmas que no se había dañado.

- Sonreír es... - y sonreí, señalándome con la punta del dedo la boca - Este gesto de la boca. Suele indicar felicidad para quien sonríe.- dije mirándola a los ojos, intentando no darle ninguna definición errónea.- Se puede hacer así o así- dije cerrando la boca escondiendo los dientes, pero manteniendo la sonrisa. - Es bueno...- y entonces recordé al Joker...- casi siempre-

Entonces concentré mi visión elevando la vista ligeramente, ya que yo permanecía sentada y ella acuclillada. Esa corona parecía un núcleo... algo ajeno que aun así era ella.
Escuché la voz y me dio un escalofrío que me puso la piel de gallina, y la miré a los ojos.

- Eres como... ¿Una fusión?- Y acostumbrándome precisamente a la poca costumbre de Osiria en este mundo, me apresuré a contestar y especificar antes de que preguntase. - Quiero decir. Nadie tiene dos voces y muy poca gente tiene dos géneros pero tú... Tienes dos voces distintas, una femenina y otra masculina. ¿Tienes a dos personas dentro de ti? ¿Eres dos personas?- intenté explicarlo lo mejor que pude, pero mi perplejidad junto cn mi incredulidad quizá me lo impidieron.

La exploración de las variaciones que podían ejecutarse con un mismo rostro resultaban tan fascinantes como infinitas...

El importante cariz que adoptaba para las criaturas que poblaban el mundo  el dominio de sus miembros y expresión eran aún concepciones imprecisas, sumidas en la triste ignorancia de su falta de conocimiento sobre sí misma. Las manos blanquecinas dibujaron con el rítmico sentir propio del oleaje del mar los labios de La Creadora, hundiéndose llegado el momento en las colmadas vegas de sus comisuras...

- Fe...li...- borrosas designaciones. Cuanto conformaba esa vibración se dispersó como una gota de agua salada en un lago de agua dulce... - Sonreír...- afianzó la palabra, temerosa de que volviera a evadirse hasta perder la forma que construía el significado al que respondía. Sus finas falanges pálidas se dispusieron sobre su propio rostro en esta ocasión. En su recién bautizada capacidad de reconocer las lindes de su ser, encontró las similitudes formales de su expresión, elaborando su limitación con las yemas de sus dedos. Percibió por vez primera que poseía facciones, y de su presencia alcanzó la que hasta ese momento no había servido mas que para verter de su eco interno cuanto adquiría fuerza suficiente para ser pronunciado...

¿Podía sonreír?...

La certeza inequívoca de sus comisuras yacentes denotó la carencia de un impulso, del reflejo vital que se convertía en esencial para poder conseguir un logro de esa magnitud...

El grito de Polynach reverberó en el bosque, cuando su cuerpo tomó tierra contra el suelo desde gran altura. La Mujer sin Sombra se elevó entonces sobre sus pies, forzando sus descarnadas articulaciones ante la urgencia del sonido, tornados de floridas hebras granates descendieron por sus hombros al adquirir esa nueva posición de alerta. Impulsada a caminar con la necesidad de hallar al Olfateador, se internó en la vívida estructura del bosque, delatando así la educación formal de la que carecía...

Tendido, sobre el suelo, en el tronco de un gran árbol...

La Dama Nívea se arrodilló, observando a la criatura albar. Sus brillantes ojos enfocaron su presencia, sus diminutas patas cobraron fuerza suficiente como para erguirse, sin el menor rasguño. Impelido por su desconsuelo, se aposentó sobre el regazo de la criatura a la que su existencia estaba ligada, en busca de alivio que arribó en forma de suaves caricias sobre su testa...

- Ha...caído...- sus finas manos apadrinaron la silueta tupida de pelaje albar, allegando su contorno al torso desnudo que ahora lo sustentaba.- La voz... - el tono de hombre había desaparecido de esa afirmación.- es lo que impulsa.... las vibraciones...- la mujer presente en su tono fue sustituida por una voz anciana masculina, reverberante, cargada de sabiduría.- sólo ellas deciden... dónde reside su fuerza...- en aquella última frase, docenas de voces se aunaron impulsando el contenido anunciado en esas palabras... - ¿Es posible...- el Polynach se revolvió entre sus finos brazos, en busca de cobijo. - ... ser... dos personas?...

Ella parecía sorprendida ante la sonrisa, se llevó sus propias manos a los finos labios blanquecinos, pero no sonrió. No hizo gesto alguno más que el parpadeo. Hasta que me levanté de un impulso al verla a ella levantarse. Corrí detrás de ella mientras pequeñas hojas se pegaban a mí con la forma del body de siempre.

- ¿¡Estás bien!? ¿Ha pasado algo? - dije mientras corría con ella.

Al llegar a un árbol, nos encontramos en sus raíces al pequeño olfateador. Ella lo acogió con una delicadeza... Era como si el pequeño flotase en sus brazos sin apenas rozarlo. El animalillo parecía estar bien después de acurrucarse. Y se volcó en mi pregunta particular. Al principio, cuando moduló ambas voces pensé que las podía controlar a placer, pero luego... surgieron decenas de voces que me pusieron la piel de gallina. Me hicieron abrir los ojos y mirarla con cautela, acercándome a ella hasta poner mi pulgar sobre sus labios, agarrándole la barbilla.

- Puedes tener a varias personas dentro de ti... ¿Por qué tienes varias voces? Normalmente sólo se tiene una - dije mirándole a los labios. Seguramente ni ella sabía la respuesta, pero merecía la pena intentarlo.

La voz era una facultad esencial presente en muchas criaturas vivas... Un factor que ejercía como medio de transmisión para facilitar la comprensión de los seres, una herramienta vital que permitía la interrelación de una cualidad recíproca... El mecanismo aun plagado de incógnitas se desarrollaba de un modo instintivo para la Dama Nívea, a pesar de que su funcionamiento aún erradicaba en el misterio absoluto. Factores como la enrevesada composición de los innumerables idiomas, las diferencias en las vibraciones tonales, o las cuantiosas pronunciaciones resultaban poco mas que conceptos artificiosos para el intuitivo manejo de la léxica que ejercía la Joven Sin sombra...

- Las vibraciones... sólo necesitan... tremolar... en algún lugar...- delicada como si de la elevación de una hoja mecida por el viento tratara, su delgada y fina mano se posó en su vientre surcando el recorrido interno que las palabras ejercían en una trepidante trayectoria hacia sus labios, en la otra Polynach acomodaba sus retazos de disconformidad...- en el eco interno... cobran fuerza...- dibujó en su mano la henchida construcción de su tórax blanquecino que abarcaba un abrazo de hueso blanco bajo la piel translúcida...- y salen despedidas...- proyectados en sus labios, dos dedos descarnados de uñas transparentes como el cristal bruñido despejaron el espacio volátil al que eran liberadas las palabras, abandonado el posicionamiento interno que las mantenía en el poso extinto de todo cuanto no era lo bastante importante para cobrar forma mediante una vibración determinada...- Vuestras voces...- sus orbes carmín ribeteados de joyas cárdenas captaron la presencia del lenguaje ininteligible para cualquier otro del que las criaturas de pausada conciencia hacían gala...- ¿Como... funcionan?...- sus delicadas falanges constriñeron de nuevo el cuerpo del Olfateador que en respuesta adoptó otra postura concediendo su suave panza de corto pelaje albar a la exposición, arrancando destellos a los haces de luz solar infiltrados por las oquedades de la tupida mantilla de incontables brotes verdes despuntados sobre las ramas, ejecutando un tendido de millares de extremidades que protegían con la calidez de un manto vital a ambas mujeres...

Su respuesta se convirtió en un anhelo creciente respecto a su necesidad de conocer el funcionamiento del factor al que La Creadora de Vida otorgaba tanta importancia...

Voces...

La incógnita que había planteado respecto a su propia capacidad como ser había supuesto el comienzo de una sucesión de interrogantes a los que su virginal experiencia no podía encontrar resolución en su dominio de lo aprendido...

- Cada ser... Suena distinto...- sus pies transfiguraron una pacífica marcha, hasta llegar a una de las estructuras vitales que emergían desde el cielo, hundiéndose en la tierra mas allá de donde podía alcanzar su capacidad de observar... Depositando una de sus manos con ingrávida ligereza sobre el terciopelo de su rugosa cubierta, su pecho henchido de la inspiración necesaria para elaborar el elaborado vibrato que ejercía aquel espécimen como lenguaje propio...

De entre los labios de la Dama Nívea brotó una respiración que adquirió el sonido de el viento al surcar las ramas y recovecos de la criatura en cuestión... sutiles matices de la sabia al hender su paso sobre los entresijos de la madera que componía su cuerpo principal...  Pamela Isley, acostumbrada a ese lenguaje, podría vislumbrar en sus sentidos el idioma que sólo ella había aprendido a leer en los árboles...

El dialecto que los manifestaba como criaturas plagadas de vida...

El Olfateador, privado de la creciente sensación de vértigo experimentada con anterioridad reposó su cuerpo albar sobre el delgado antebrazo que le sustentaba, hundiendo su redonda nariz contra la fosa cubital de la Dama Nívea, acariciando el bulbo que conformaba su apéndice olfativo contra la translúcida piel, manteniendo sus orejas enhiestas a los múltiples estímulos que sobrevenían desde puntos muy distintos del acervo de existencias que conformaban el frondoso boscaje. Sacudió la cola en estertores apáticos, experimentando el consuelo de saberse refugiado paliando el recuerdo del desvanecimiento que le había predispuesto a golpear con su cuerpo exánime el suelo...

Atenta a cuanto pudiera colaborar a continuar el  aprendizaje que había emprendido desde que emergiera de la matriz de cristal sangrante, los orbes iridisados sembraban en sus vetas de espinela curiosidad sin límite...

Así la mano verdosa de La Creadora de Vida surcó su delicada garganta, haciendo cimbrear mediante el aire los suaves fibras secretas que insuflaban de sentido sus vibraciones. Obnubilada por la concepción de que cuanto entendía como una reverberación se tratara de un mecanismo de tan extrema complicación, suspendió la mano por orden impuesta del gesto que llevo a cabo quien se había convertido en improvisada maestra de cotidiano saber...

El aliento chocó contra la superficie de la mano, en un sutil oscilar...

Polynach, alentado por un afán de descubrimiento nutrido por la aparición de nuevas criaturas que surcaban las copas de los árboles en grácil vuelo, se impulsó con sus patas traseras sujetando con las delanteras la mano con que La Mujer Verde ejercía su agarre, y se deslizó a través de su hombro, surcando su espalda, apoyado en su tronco saltó de nuevo hasta el suelo ejerciendo su natural labor de olfatear, siguiendo el rastro de algún ser a plena vista perdido para las mujeres que le observaron su marcha...

Los ojos de piedra carmín pasearon en torno a los límites de su propio ser, dedos despuntados en largas uñas transparentes como cristal que se mecieron en toda extensión, y tras ser plegados sobre sí, volvieron a extenderse con el florecer más propio de pétalos albares de la especie prendida a la inagotable cascada de hebras rojas...

La Creadora de Vida comenzó a Cantar...

Orbes cristalinos se abrieron con la fuerza con que la lava abre paso a través de la corteza terrestre, ardiente, fulgor plagado de natural fuerza y poder, los labios entreabiertos a fuerza de su sorpresa...

"Púlsar... es un milagro..."

En su escasa existencia, virginal aún en cuanto a conocimientos, sí había aprendido acerca de la base esencial de los seres que poblaban el mundo al que su protectora matriz cedía acceso, pues en propia carne había experimentado los efectos que la sensibilidad individual era capaz de ejercer sobre sus poseedores. Descubrió que la amplia gama de sensaciones que se podían experimentar alimentaban las de los demás... Tras vivir el dolor... no quedaba capacidad en su mente para concebir la belleza de cuanto estaba viviendo. Rogando en mudo éxtasis, perdida la fuerza que mantenía sus manos erguidas con un movimiento descendente, rindieron su fuerza a la magnificencia de las vibraciones de La Creadora de vida...

Ocultos los ojos en un parpadeo propio del éxtasis, los tonos modulados construyeron para la Dama Nívea impresiones y sentidos que tan sólo en el interior de la Narina había llegado a percibir. La Mujer Verde era capaz de tejerlos con las suaves fibras recónditas que entonaban su sonido único... Su voz...

Los finos dedos de la Mujer sin Sombra se alzaron entonces, atrapada en el prodigio de esa construcción volátil, acariciando con las yemas intangibles la garganta palpitante de La Creadora, con un anhelo de magnitud similar a la de su incomprensión del mundo...

y reflejando sus vibraciones, se hicieron una y mil a una misma vez...

Su experiencia atrapada en la vorágine de percepciones que exaltaban su sensibilidad, convertidos en cimbreos suspendidos en algún resquicio de iluminación providencial, transmitidos a través de la vibrante garganta de la Creadora de Vida otorgaban a su propio tórax el poder de hacer reverberar con fuerza las palabras... Entretejidas sobre el fino cordaje de la modulación cuasi perfecta, ambas voces se elevaron, enredadas en los matices tonales que ambas se esmeraban en producir para la otra...

Un instante de comunión...

El reverencial silencio póstumo a la extinción de las vibraciones que habían emitido hizo sentir a la Dama Nívea una cadencia sumergida en desolada tristeza...

- La Belleza... Es tan fugaz...- A modo de epitafio sonaban palabras de un triste discurso de despedida, a causa de la enquistada sensación de pérdida que aposentada en su interior despedía un amargo reflujo de lamento...

Sus orbes de grana salpicados de rosados ribetes brillantes encontraron los iris de La Creadora de Vida al buscar, y un parpadeo suspendido en el tiempo del recuerdo recién nacido de las dos mujeres que cantaban juntas ofrendó en muda reverencia su respuesta...

"Púlsar"

- Música...- el suave sonido paladeaba entre sus labios un bienestar imperecedero, ondularon en su afirmación las fibras carmín en sus cabellos moviendo los pétalos de Mathâer en un invisible aleteo.- Yo... lo llamo...- La Creadora tuvo la certeza de que a continuación, los labios de La Dama Nívea había pronunciado una palabra, pero a causa de una circunstancia misteriosa o bien la había olvidado, o no había sido capaz de oírla...

Púlsar...

- Música...- de su plácido colgar en reposo ascendió la mano despuntada en lágrimas de cristal, y aposentó sus yemas intangibles sobre el pecho de La Mujer Verde, en el lugar exacto en que con el ritmo irrefrenable de la vida latía su corazón. De busto henchido, albar como nieve, inspiró en profundidad alimentada por los matices especiados de aliento suspendidos en el aire... Liberó el aire, desprendida la corriente de hálito entre las cumbres rosadas de sus labios, en un sonido de especial característica por ser distintivo de la existencia.- Música...- sus manos alzadas en gesto de apertura hacia la inmensidad...

En todo... En todos...

- Sólo... una...- Descarnadas falanges anidaron en el hueco natural de sus hermanas, construyendo el agarre apacible de sus manos...

De su mente construida para comprender las fibras que Púlsar alimentaba en los diversos ritmos sinoviales y mantenía en eterna conexión enriquecida los sistemas neurálgicos que comprendían la compleja red de conciencias unidas sustentadas en equilibrios perfectos. Con el mayor esfuerzo, intentó traducir en sus tonos la esencia que escuchaba con la constancia del latido de una madre en el interior de su maternal matriz de Narina...

Su sonido fluyó a través del bosque, insufló a la Creadora la comprensión total de la vida que la rodeaba, del tipo que fuera, y los ecos de la voz femenina la instaron a contemplar la posibilidad de que fuese la respuesta de la esencia propia del mundo, de un organismo vivo mayor que el de un sólo ser humano... El universo entero se movía al pulso de la privilegiada melodía que la Dama Nívea obsequiaba...

A la carrera, el Polynach acudió a su llamada...

En su intenso esfuerzo perdió consciencia de que su traducción palpitante clamaba la vuelta a su primigenio seno... y el cuerpo de la Dama Nívea convocó su presencia, cristal sangrante emergido desde el límite mismo de su propia piel albar...

Así se sumió en el sueño, y la matriz la envolvió por completo, desvaneciendo los resquicios de las notas inacabadas en la infusión verde del aliento del bosque, resguardando de ojos codiciosos la belleza del obelisco cristalino del color de la sangre...