Vive para estos momentos.
Los bomberos hacen todo lo que puede para extinguir el incendio que está devorando la casa, pero el pequeño camión no tiene posibilidades de acabar antes de que las llamas reduzcan la casa a cenizas. El calor es espantoso, puede sentirlo a través de su vello. Y, en la ventana de arriba, medio ahogada por el humo, atrapada por el fuego, una niña grita de miedo, llamando a su madre. Los bomberos han intentado acercar una escalerilla, pero ha sido imposible, y los refuerzos aún tardaran en llegar varios minutos, un tiempo precioso que puede significar la diferencia entre la vida y la muerte de esa chiquilla.
Pero él está ahí, ¿verdad?
No duda. Ni siquiera piensa en ello. Solo hace lo que sabe hacer mejor.
*BAMF*
El aire se mueve, apartando el humo cuando se teleporta en medio de la habitación. Las llamas ya están lamiendo las paredes. La niña se gira hacia él, y sus ojos arrasados en lágrimas se abren. Puede leer en ellos el miedo que le causa la presencia de ese demonio que ha aparecido de la nada. Querría explicárselo. Querría decirle que no debe temer, que ha venido a salvarla, que está muy lejos de ser un diablo. Pero no hay tiempo. Así que se lanza hacia ella, incluso cuando en un arranque de terror está a punto de arrojarse por la ventana, la sujeta entre sus brazos y se teleporta una vez más.
Durante unos segundos permanecen en esa posición, él con los brazos alrededor de ella, respirando el aire límpio lejos del infierno dentro del edificio ardiendo, y ella todavía aturullada por el viaje. Entonces, una mujer llega corriendo hacia ellos, gritando un nombre, el de la niña, supone. La chiquilla arroja sus manos hacia su madre, llamándola, y él la deja ir para que vuelva con su familia, satisfecho con su acción.
Una pequeña parte de él espera un agradecimiento. Un simple "gracias", nada más. Pero su mente racional sabe que eso no es posible, y no le es necesario observar la mirada llena de odio y miedo de la madre para darse cuenta de ello. Ach, es tan habitual que a veces se pregunta por qué espera un mínimo de gratitud siquiera.
-¡Alejate de mi hija, demonio!
Las palabras son como aguijones, pero el dolor que producen es uno que conoce bien. "Demonio". No es la primera vez que lo escucha, ni será la última. Su aspecto es, al parecer, mejor forma de juzgarle que sus actos. No importa, se dice, incluso si nota el desgarro en su corazón que esa palabra le causa. Pasará con el tiempo, como ha pasado cientos de veces. Es algo que le acompaña, y puede que la principal razón por la que se aferra a ese sueño de un mundo de coexistencia, incluso si a veces ese sueño parece tan frágil como el cristal y tan lejano como las estrellas. Comienza a alejarse. Pero entonces escucha algo detrás de él.
-¡Espera!
Se gira para ver cómo la niña se deshace del abrazo posesivo de su madre y, a pesar de las protestas enérgicas de esta, se acerca a la carrera para quedarse parada delante de él.
-¿Necesitas algo, liebchen?- pregunta él, agachándose para ponerse a su altura.
La niña duda durante unos segundos antes de cerrar la distancia entre ellos y darle un abrazo. El gesto le deja tan anonadado como las palabras que salen de la boca de la pequeña:
-Gracias por salvarme, señor- dice, antes de separarse y mostrarle una sonrisa grande e inocente como la que solo un niño puede mostrar-. Y no importa lo que diga mamá, no creo que sea un demonio.
Y, de la misma manera que ha llegado, se marcha, corriendo de vuelta a los brazos de su madre. Durante unos segundos permanece en esa posición, antes de que una sonrisa propia se extienda por sus labios, en respuesta a la calidez que se extiende por su corazón gracias a ese simple agradecimiento.
Kurt Wagner vive para momentos como ese. Y no cambiaría su vida por nada en el mundo.