No sabía cuántas veces se había repetido eso. Recordaba el día en que su querida Gabrielle le había recordado el famoso adagio francés. En aquel momento, una parte no había querido atender al silencioso aviso de la que se convertiría en la madre de su único (y desafortunado) hijo. "No importa cuánto luches, Charles", le decía con esa frase, con una sabiduría que él nunca había tenido, "de una forma u otra, tu lucha nunca acaba. Y lo que parece pasado siempre vuelve a acecharte."
Ahora parecía haber pasado toda una vida (y no era del todo incorrecto, pensó con cierta ironía), pero ¿Cuántas veces había tenido la oportunidad de repetirse ese consejo? ¿Tal vez el momento en que dio a Magneto por muerto, solo para verlo de vuelta y más salvaje que nunca? ¿El día que vio a su hijo poner en jaque al mundo, solo porque lo había dejado por perdido en la Isla Muir? ¿O aquella vez que había borrado un recuerdo doloroso de la memoria de sus alumnos, un recuerdo que habia considerado demasiado duro para mantenerlo vivo? Ellos eran sus hijos, sus queridos adoptados. Los había criado, les había dado todo, y ahora le odiaban. Despreciaban a su padre, el hombre que había sacrificado una vida prestigiosa por ellos, por toda su especie.
En otra época los hubiera odiado por ello, les hubiera guardado un silencioso rencor, como hizo con su hermano tantos años atrás, cuando abusaba de él. Pero ahora los entendía, porque él también se despreciaba a sí mismo. Ahora comprendía que no había vivido a la altura de su propio sueño. Había comprendido que no existían atajos para las situaciones difíciles, y que cualquier mal había que afrontarlo de cara. Y, por último, había comprendido que ciertos males no pueden perdonarse.
Había traicionado la confianza de sus alumnos (de sus hijos). Había optado por ser egoista y esconderles la muerte de un compañero, había preferido la mentira a la verda, y ahora tendría que vivir con ese hecho. Habia faltado a su propio sueño.
Y sin embargo, se recordaba, las cosas seguían igual que siempre. Había viajado al espacio, había recuperado sus queridos poderes, y había visto cosas que ningún mortal habría sido capaz de entender. Había visto el poder de M'Kraan y se había maravillado de él. Y, como cabía esperar de un hombre como Charles Xavier, había empezado a obsesionarse por descubrir sus secretos. No sólo por curiosidad científica (para ser un doctor, Xavier siempre se había visto a sí mismo como un investigador poco dedicado), sino porque había conseguido una segunda oportunidad. Con sus poderes mentales recuperados, había empezado a entender que podía volver a empezar. No sabía si los volvería a perder (por todo lo que sabía, podría despertarse mañana y volver a perderlos), pero estaba más decidido que nunca a recuperar el tiempo. Volvería a ser el Profesor X, volvería a ser el guía, y volvería a ser el entrenador. Y lo haría por sus hijos: por los antiguos (los que le odiaban justamente) y por los nuevos (los que estaban perdidos y podrían necesitar su ayuda).
Decidido y resuelto, Charles Xavier se acercó a Cerebro, al querido corazón de su mansión, a la mayor creación de su vida. Y, sin perder más tiempo, se puso el casco:
-Cerebro, localiza a cualquier mutante que haya mostrado sus poderes recientemente.
Quizá no pudiese volver a reconciliarse con sus hijos. Pero quizá podría guiar a otros si lo necesitaran. Sabía que quedaban pocos, sabía que deberían haber pocos. Pero también sabía que él no debería haber recuperado sus poderes, así que ¿Qué sabía él? Gabrielle Haller se lo había dicho muchas veces: "tu lucha nunca acaba." Perfecto entonces, pues seguiría luchando si era necesario, aunque eso supusiera el odio de todos:
-Empecemos por Europa...