Recuerdos preciosos (Apollo) [02/02/2019]

Greenwich Village, un encantador barrio de casas de piedra rojiza repleto de clubes de jazz y teatros fuera del circuito de Broadway que les habían recomendado para salir, porque no todo en la vida era cambiar pañales, dar biberones y apalizar malvados. En concreto el local del que les habían hablado se encontraba en una plaza cerca del Washington Square Park repleta de banderas del arcoíris y carteles de neón por todas partes.

- Pffff... -masculló Midnighter con desagrado-. ¿Esto qué es, el "barrio gay" para los turistas? Quiero encontrar el sitio donde se reúnen los gays de verdad, sigamos andando. ¡Oh, mira allí!

El vigilante señaló hacia una vieja talla de madera que parecía sacada de algún carrusel antiguo y que representaba una serpiente marina al estilo medieval. Debajo podía leerse, en grandes letras góticas: "The Monster", junto con una flecha indicando una dirección.

- Me da que eso va a ser más de nuestro estilo. ¿Qué me dices, cariño? ¿Lo probamos?

Las calles estaban abarrotadas, y no fueron pocas las cabezas que se volvían a observar al grandioso dios griego que le acompañaba, obsequiándole con sonrisas. Pero nadie se atrevió a nada más. Por si la presencia de Jenny no fuera suficiente, la apariencia de Midnighter era lo suficientemente intimidante como para desanimar a los más osados, aunque el vigilante no era hombre celoso, y de hecho disfrutaba comprobando el efecto que su marido ejercía en los demás sabiendo que nadie más que él podría disfrutarlo.

Hasta que, al pasar por entre la cola de entrada a una concurrida discoteca...

- ¡Eh! ¡Andrew! ¿Lucas? ¡Eh! -un muchacho mulato con una cuidada barba y un pañuelo rojo en la cabeza salió de la fila abriéndose paso como buenamente podía hasta llegar hasta ellos, estrechando el antebrazo de Apollo y atrayéndolo hacia sí para darle unas palmadas en la espalda-. ¡No me puedo creer que volváis a estar juntos otra vez! ¡Yeah! ¡La mejor pareja del mundo! Me alegro un montón, tío, de verdad, ¿qué te has hecho en el pelo? -continuó, desordenándoselo de manera amistosa-. Me gusta el rollo degradado, tío, muy a la moda. ¿Y tan largo? ¡Te queda bien! -fue a estrecharle la mano a Midnighter, pero algo en la expresión de éste le hizo retirarla de manera algo abrupta-. Hum. Ya veo que sigues igual de... hum... amigable... Je... Pero... -torció un poco el gesto, ligeramente confundido-. Pareces... parecéis más mayores... Será el corte de pelo... ¿Y ésta criaturita quién es? -continuó, haciéndole cucamonas a Jenny-. ¿Habéis adoptado una niña? ¡La cosa va en serio, entonces! Pero, ¿no estáis yendo muy rápido? La última vez que os vi ni siquiera estábais juntos, y no hace ni un año. ¿Qué hacéis tan lejos de Opal City? ¿Viaje de placer?

Dada la actitud poco amistosa de Midnighter, la atención del hombre parecía principalmente focalizada sobre Apollo, al que decía conocer. La mirada confundida de Midnighter buscó la de su marido, preguntándole sin palabras si tenía alguna idea de lo que estaba ocurriendo allí.

Midnighter observaba atentamente a su marido, y por tanto pudo establecer el momento exacto en el que la bruma de confusión que nublaba su mirada desapareció para dar paso al reconocimiento.

Enarcó una ceja, observando y estudiando todo el intercambio con profundo interés. Conocía bien a Apollo, y podía afirmar con seguridad que su desconocimiento inicial había sido absolutamente sincero... pero también lo era la familiaridad que vino después. Aquél giro de 180 grados resultó sumamente desconcertante. Casi parecían dos personas distintas, y, durante una fracción de segundo Midnighter consideró la posibilidad de que estuvieran controlando mentalmente a su marido. De ser así, el culpable (presumiblemente el tal Carlos) podía irse despidiendo de sus dientes... y de su cabeza entera, en general.

Pero su computadora no tardó en vencer la impulsividad inicial para ofrecerle un sinfín de explicaciones plausibles... y la más probable parecía ser la que enarbolaba el propio Apollo.

Su corazón principal comenzó a palpitar con fuerza ante el mundo de posibilidades que se abría ante ellos. ¿Apollo y él tenían casa? ¿Identidades? ¿Amigos? Y otra posibilidad aún más loca empezó a destellar en su cabeza. ¿Aquellas identidades... eran auténticas? Pero rápidamente la descartó. No podía ser, para empezar porque Lucas era, precisamente, la identidad falsa que Jenny había construido para él. Sería demasiada casualidad que resultara ser su nombre auténtico. Pero... ¿Andrew? Su marido nunca había elegido un nombre "civil". Pero nunca les había hecho falta porque nunca habían llegado a tener una vida de verdad.

Su corazón empezó a palpitar aún más fuerte, mirando a Jenny, y después a su marido: Una vida de verdad.

Lo habían intentado una vez. Habían querido darle a Jenny una vida normal; con un colegio, amigos... Ningún niño debería tener que crecer en una jodida nave espacial teniendo que enfrentarse a peligros y amenazas constantes. Hasta habían estado mirando casas. Pero todo se había torcido al final. Siempre pasaba algo que les impedía conseguir la ansiada normalidad.

Una vida. Una vida de verdad.

Hasta él lo había intentado una vez, siguiéndole el juego a Jenny y fingiendo que se creía la pantomima aquella de identidad que le había construido en la apacible localidad de Harmony. Por supuesto que había sabido que era todo una patraña, el dulce intento de su hija por calmar sus anhelos. Lo había sabido desde que se enteró de que el tal Lucas Trent había tenido novia en su juventud. Puede que Midnighter no supiera quién era... pero desde siempre había sabido lo que era. Se conocía a sí mismo y sabía que jamás habría tratado de ocultarlo, porque no había nada que ocultar. Estaba jodidamente orgulloso de ser gay. Era, de hecho, de las pocas cosas relativas a su persona que no tenía necesidad de negar u ocultar. Pero le había seguido el juego a Jenny, había tratado de probar aquella vida que no le pertenecía, simplemente porque lo necesitaba.

Necesitaba una vida.

Por alguna razón, él siempre lo había necesitado más que su marido. Quizás porque Apollo se sentía bien consigo mismo, y no sentía que necesitara nada más que lo que ya tenía. Pero Midnighter nunca había estado contento consigo mismo, y no le gustaba ser lo que Bendix había decidido para él.

Midnighter necesitaba desesperadamente ser otra cosa. Necesitaba una vida "normal". Y Apollo sabía perfectamente lo mucho que siempre lo había deseado. Y Midnighter sabía que, aunque por parte de su marido no se tratase de algo tan necesario... También le gustaría saber más acerca de sí mismo y de quién fue antes de Bendix, por mucho que lo negara una y otra vez.

"¿Acaso importa?" le había dicho una vez. "Somos lo que nosotros mismos hemos hecho de nosotros. ¿Qué importa si empezamos como vendedores de Muskogee, soldados o unas cuantas células en una placa de Petri?".

"Me importa a mí", le había respondido él. "Tienes razón, sé quién soy. Pero también me gustaría saber quién fui. De dónde vengo. Si tengo familia en algún lugar... o una tumba que visitar... o si simplemente soy un clon de una reina del cuero de los cuarenta. Sé honesto conmigo... ¿No te gustaría saber si tienes un nombre de verdad?".

Apollo no había sido capaz de responderle, y así es como sabía que sí, que le gustaría saberlo de ser así. Y ahora... ahora puede que por fin lo hubiera conseguido.

¿Y él...?

Su marido le había hecho una pregunta.

- ¿Mmmmm…? -murmuró, tratando de recuperar en su cabeza lo que le acababa de decir-. Eh... No... No... Me temo que no le recuerdo.

La explicación que había dado el albino era lo suficientemente buena como para no tener que pretender algo que no era, y si admitía su desconocimiento tenía más probabilidades de que el recién llegado rellenara los huecos.

- Pero sí, lo del efecto Omega nos tiene a todos confundidos. Nos dirigíamos al Monster a tomar algo, ¿por qué no te vienes y nos ponemos al día? Puedes reunirte luego con tus amigos -señaló a la bebé que palmoteaba alegre y sonrió-. No vamos a recogernos muy tarde...

El local estaba prácticamente vacío en comparación con el bullicio que había en las discotecas de la calle, pero a Midnighter le gustó la decoración. Los cuadros de las paredes tenían un cierto aire a lo Andy Warhol, y, mientras su marido y su amigo dialogaban amigablemente, él se entretuvo contemplando los platos y demás elementos decorativos grecorromanos que recreaban escenas y momentos erótico festivos de la antigüedad. Resultaba especialmente llamativa la talla de los dos miembros masculinos que había sobre el dintel de una de las puertas. Divertido y ligeramente estimulado (admitámoslo, hacía falta bastante poco para conseguir dicho resultado), acarició el muslo de su marido por debajo de la mesa mientras con la mano libre se dedicaba a jugar con Jenny y mantenerla entretenida (Oh, creedme, cuando tienes un crío en casa te vuelves un experto a la hora de robar pequeños momentos de intimidad de formas veladas). Inicialmente empezó como un gesto cariñoso, pero en cierto momento empezó a resultarle divertido provocarle mientras hablaba con su amigo y veía cómo se esforzaba por mantener una apariencia de normalidad.

¿Y por qué no? Entre Apollo y él estaba claro cuál de los dos era el más virtuoso, y desde luego no era el que iba por la vida reventando cabezas disfrazado de cuero negro.

Sin embargo, no pudo disfrutar mucho de su juego, porque Apollo no tardó en atrapar su mano y sujetarla entre las suyas, ejerciendo la presión suficiente como para que no pudiera soltarse durante el resto de la conversación, de una manera total y aparentemente casual. Procuró actuar como si no pasara nada, pero a Midnighter no se le escapó la leve sonrisa que se formaba en la comisura de sus labios, ni la mirada fugaz que le dirigió de reojo. Una mirada bastante prometedora, diría.

Ligeramente decepcionado, se esforzó por portarse "bien" y escuchar lo que Carlos tenía que decirles, y se alegró de haberlo hecho, porque cuando estaba a punto de añadir al comentario de Apollo sobre la estabilidad que necesitaba Jenny que incluso habían estado buscando casa durante una época, el latino soltó un dato de lo más revelador. De inmediato pasó a prestar plena atención, registrando en su cerebro todos los datos necesarios para poder localizar el apartamento.

Opal City. En una zona privilegiada de la ciudad. Altura, terraza, buenas vistas. A priori no era una información significativa en una ciudad tan grande, pero el latino les había llamado Andrew y Lucas. No estaban casados en Omega, lo cual dificultaba las cosas, pero estaba a nombre de Andrew. ¿Estarían registrados como pareja de hecho?

Pero había algo más... Apollo estaba empezando a resplandecer un poquito. No mucho, lo justo para que pasara desapercibido para todos excepto para los que estaban acostumbrados a percibirlo. Y la fluidez con la que estaba respondiendo a su amigo indicaba, según el ordenador, una familiaridad que hasta hacía unos minutos no tenía. Parecía que estaba recordando cosas... Y si eso era cierto, no tendrían más que sobrevolar los barrios más probables en Opal City a la espera de que algo le resultara familiar...

Aún divagaba sobre cálculos y probabilidades cuando Apollo se volvió a mirarle con aquellos preciosos ojos resplandecientes de amor y esperanza. Y, en ese momento, Midnighter mandó todos los cálculos a tomar por culo, porque tuvo clarísimo que encontraría aquél lugar para Jenny y para él aunque tuviera que allanar uno por uno todos los malditos apartamentos de esa ciudad.

Todo aquello empezaba a ser demasiado que asimilar para la mente racional y computerizada del vigilante. Era cierto que, desde la aparición del fenómeno Omega había estado teniendo recuerdos que no tenía consciencia ni registro de haber vivido. Era cierto también que a lo largo de su dilatada existencia habían afrontado situaciones imposibles, como cuando se habían enfrentado a Dios, y que habían conocido numerosas versiones de ellos mismos procedentes de otras dimensiones, pero la idea de haber absorbido en su interior algunas de esas versiones y de repente recuperar retazos de otra vida que jamás habían sospechado tener empezaba a ser abrumadora. Y, sin embargo, estaba sucediendo. Se estaba desplegando allí, ante sus propios ojos. Y no sabía cómo asimilarlo.

Apollo se lo estaba tomando muy bien, y era comprensible. Aunque nunca había sido tan vocal como él a la hora de expresar el anhelo por averiguar quién había sido en el pasado, era una espinita que tenía tan clavada como él. Simplemente había aprendido a sobrellevarlo mejor porque su proceso de cambio no había sido tan traumático y negativo como el suyo, pero no quería decir que no estuviera ahí. Sin embargo, y a pesar de las posibilidades que podía implicar a la hora de descubrir lo que siempre había deseado, no podía evitar sentir cierta punzada de dolor por las vidas que habían tenido que ser sacrificadas para que las suyas pudieran subsistir. Las vidas de dos hombres que habían sido exactamente iguales a ellos. Con sus mismos anhelos y deseos, y, aparentemente, un mismo amor que compartir.

Con éste pensamiento recostó la cabeza sobre el pecho de su marido cuando éste les abrazó a él y a Jenny para emprender el viaje. Cerró los ojos, escuchando los latidos de su corazón. El viaje era largo, pero volar con Apollo siempre resultaba confortable por el calor que desprendía su cuerpo. No hacía mucho que habían recuperado a Jenny, pero era como si la niña, a pesar de haber vuelto a nacer, recordara a nivel inconsciente lo que era aquello, porque se relajó automáticamente y no tardó en caer dormida. Jenny siempre había adorado salir a volar con Apollo, y pensar en ello volvió a hacerle experimentar una punzada de tristeza al recordar cómo les había abandonado a ambos, los años que se había perdido del crecimiento de Jenny y que no pensaba volver a perder.

Todo resultaba... irreal. Y se hizo aún más extraño cuando traspasaron las puertas del apartamento de Opal City. Fue como si los recuerdos fueran dibujándose ante sí con cada paso que daba. El apartamento era amplio y diáfano, decorado de manera elegante y moderna de acuerdo al estilo de Apollo. Midnighter vivía la vida de una manera pragmática y funcional. Lo único que necesitaba de una casa era que fuese segura. Todo lo demás le resultaba totalmente secundario, por lo que siempre era Apollo el que se ocupaba de la decoración. Y podía reconocerle en cada maldita cosa.

La enorme terraza por la que entraron daba directamente al salón comedor. Una mesa grande rectangular ocupaba el centro de la sala separando ambos ambientes; a la izquierda la cocina, a la derecha la extensa librería que daba paso al salón. En la alacena de la cocina había Pierogies, y, aunque no tenía constancia de haberlos comido nunca en su realidad, supo, sin saberlo, que eran el plato favorito de Apollo. Imágenes de sí mismo preparándolos en la cocina para darle una sorpresa a su marido; sirviéndoselos él mismo en la boca y después teniendo sexo en la mesa del comedor.

- Yo... yo he vivido aquí... contigo... -musitó, avanzando por la casa.

Todo estaba recogido y limpio, salvo por el polvo que se amontonaba en cada superficie. Jenny seguía dormida, y Midnighter la dejó sobre el sofá antes de internarse en el pasillo que conducía a las demás habitaciones. La presencia de Apollo era palpable en cada rincón. Recogió su colonia favorita en el baño: Aramis, una fragancia cálida y especiada que le definía a la perfección. La mezcla de cuero, sándalo, ámbar y musgo de roble proporcionaban una base terrosa y amaderada que solía traerle recuerdos de lo que debían ser las tardes de chimenea junto al hogar que él nunca había experimentado. Siempre le había resultado divertido el hecho de que su fragancia favorita aunara el olor del cuero con el del ámbar. Era como si hubieran sido hechos para complementarse el uno al otro. Cuero y ámbar. Sol y luna. Luz y oscuridad. Incluso en un detalle tan estúpido como aquél, seguían siendo uno.

En cambio, no había nada realmente suyo en aquél lugar. Porque, a diferencia de Apollo, él no tenía más gustos o aficiones que los que le habían sido programados. No albergaba deseo por las posesiones materiales, ni un verdadero interés por la decoración. Al contrario que Apollo, no tenía un particular interés por la lectura o por cualquier otra forma de arte. Cada cuadro en la pared había sido pintado o elegido por Apollo, cada foto enmarcada por él. La única frivolidad en la que se permitía recrearse de vez en cuando era a la hora de jugar con sus estilos de peinado, corte o color, y ni siquiera acostumbraba a hacérselo él mismo, por lo que no había tintes o productos para el cabello que pudiera reconocer como propios. El jabón, en cambio...

Como todo en aquella casa, había sido escogido por Apollo de acuerdo a sus criterios éticos y estéticos, elaborado con aceites orgánicos puros y completamente naturales, sin productos de origen animal. El agradable olor a cítricos le trajo a la memoria imágenes vívidas de manos blancas recubriendo su cuerpo de suave y aterciopelada espuma bajo la ducha mientras labios calientes competían en ardor con la temperatura del agua...

Con un escalofrío devolvió el jabón a su lugar y continuó su camino hasta el dormitorio. Pero no fue la cama lo primero en lo que se fijaron sus ojos, sino en una pequeña foto cuadrada sacada con una polaroid enmarcada en una de las mesitas de noche. De manera instintiva supo que se trataba de la de Apollo. Con manos temblorosas recogió el marco. La foto estaba quemada por los bordes y bastante destrozada, pero aún era reconocible la imagen de un muchacho joven de cabellos pelirrojos asombrosamente parecido a él. No. No parecido... Era él, y Midnighter lo supo sin ningún género de duda. De manera vacilante abrió el marco para sacar la foto pero no había nada detrás que pudiera servir para obtener alguna información acerca de quién era. Nada. Ni fecha, ni nombre ni localización. Únicamente un pequeño aparato electrónico que Midnighter reconoció al instante: un comunicador en miniatura. Y, al tomarlo entre sus dedos, le vino otro recuerdo; él, de rodillas en un avión a punto de explotar, torturado, malherido y desesperado, con los brazos inmovilizados a la espalda con una barra de metal que alguien extremadamente fuerte había retorcido para poder maniatarle. Indefenso. Llamando a Apollo sin saber si acudiría. Porque...

- Dios mío... -musitó-. En éste universo era igual de gilipollas...

Podía escuchar los característicos pasos de Apollo a su espalda. Había entrado tras él en el dormitorio y Midnighter continuó hablando sin girarse a mirarlo.

- La versión de mí de éste universo también te abandonó... Por los mismos motivos de mierda. Pensaba que no era... lo suficientemente bueno para ti... -su mano se cerró con furia en torno a la pequeña pieza de electrónica-. Estaba a punto de morir y te llamé. Había ocultado el comunicador dentro del marco. Dios... la duda... la angustia... No estaba seguro... de que no hubieras tirado la foto a la basura. E incluso si aún la conservabas... ni siquiera sabía con certeza si vendrías por lo capullo que había sido contigo... Creo que no había tenido tanto miedo en mi vida hasta ese momento. Y no por el hecho de morir... Lo que me aterraba era la idea de que hubieras decidido no venir. Que podía haberte perdido para siempre... Pero viniste. No importa el lugar, o el universo; siempre vienes. ¿Por qué siempre vienes?

Midnighter trató de apartar la mirada, pero Apollo, que ya le conocía, no se lo permitió. Sentía que los ojos le ardían, pero no iba a llorar; eso sería demasiado patético.

- No sé qué he hecho para merecerte -musitó. No sabía qué más decir; las palabras nunca se le habían dado bien, pero tampoco era necesario porque podía condensar todo lo que sentía en una única frase: la más importante-: Te quiero, Apollo.


Incómodo por la repentina tormenta de emociones a las que no estaba acostumbrado, se separó de él y continuó observando el dormitorio. Caminó hasta una fotografía donde se les veía a ambos abrazados y la descolgó de la pared, observándola con atención. Aquellas versiones de sí mismos serían unos diez años más jóvenes, y Apollo llevaba el cabello corto y teñido de rubio, imaginaba que para no llamar tanto la atención, ya que parecía que, a diferencia de ellos, habían conseguido llevar una vida más o menos normal e integrada en la sociedad. Pero había un detalle importante, algo que faltaba: No estaba Jenny, y no había rastro alguno en toda la casa de que allí hubiese habitado una niña. Ni juguetes desperdigados por el suelo, ni una habitación propia... nada. Pasó unos dedos enguantados sobre la imagen.

- ¿Crees que se amaban tanto como nosotros? -una sensación de tristeza le embargó. Ya conocía la respuesta. Podía sentirla-. Omega... es la fusión de universos -dijo, devolviendo el marco a su lugar en la pared-. Sabes lo que eso significa, ¿no? Todos los Apollos y Midnighters que conocimos cuando nos perdimos en la Sangría, ahora están dentro de nosotros. De alguna manera han muerto... pero aún viven dentro de nosotros.

No iba a perderse en reflexiones filosóficas acerca del "¿por qué ellos y no nosotros?". Midnighter era más de aceptar las cosas tal como venían y vivir el día a día. Pero no podía quitarse de encima aquella extraña sensación que le llevaba invadiendo desde que habían puesto los pies en aquella casa. Suponía que terminaría pasando con el tiempo.

El Vigilante continuó con el exhaustivo registro de la vivienda, tratando de localizar toda información que pudiera resultarles de interés hasta que, finalmente, dio con los pasaportes de ambos.

- Andrew Pulaski -recitó tras abrir el primero-. Nacionalidad: polaco americana -le tendió el pasaporte al albino-. ¿Te dice algo?

Mientras Apollo inspeccionaba el documento, abrió el suyo.

- Lucas Trent -suspiró con decepción. Había esperado experimentar alguno de esos flashes de recuerdos al tocarlo, pero... nada. Parecía que ningún Midnighter de ningún universo sabía nada sobre su origen, y lo más probable es que se muriera sin saberlo. Porque si algo tenía claro, era que Lucas Trent no era más que un nombre falso-. No sé si me gustan los bagels -musitó de repente, permitiendo que su mente divagara de una manera aparentemente deslavazada. Al ver que su marido le miraba con extrañeza, sintió la necesidad de explicarse-. Antes vi bagels en la despensa. Evidentemente estarán caducados, pero me ha hecho pensar... -volvió a mirar su pasaporte con aire ausente-. Tú ya sabes quién eres. Creo que yo nunca lo sabré. Pero, entonces, lo que tengo que hacer es... averiguarlo -volvió a guardar el pasaporte en el cajón-. Lo único que he hecho toda mi vida es luchar. No me malinterpretes, me encanta mi trabajo... Pero mi trabajo únicamente me define como una máquina de matar. Y tú tienes razón: soy más que eso. Únicamente tengo que averiguar el qué. Nunca he probado un bagel. Nunca he celebrado acción de gracias. Nunca he ido al cine -avanzó hasta Apollo y le cogió de las manos-. Soy el mejor en lo que hago, en eso no hay discusión -miró a su marido a los ojos-. Pero... tiene que haber algo más si quiero ser... una persona de verdad. Lo intenté una vez y no salió bien, pero entonces lo hice mal. Intenté hacerlo solo. Ahora te tengo a ti -dijo, apretando levemente las manos del albino-. Y quiero empezar a hacer todas esas cosas con Jenny y contigo.