Impossible Mission [24-12-2018]

Había varios motivos por los que Bullseye no disponía de trampas o medidas de seguridad en su casa; el primero y más importante era que nunca pasaba mucho tiempo en un mismo lugar. Por lo general, iba rotando de piso franco en piso franco que le proporcionaba Kingpin, por lo que nunca llegaba a estar el tiempo suficiente como para prepararlo para eventualidades como aquella. En sí misma también era una razón, porque nadie podía saber nunca dónde dormiría aquella noche, por lo que era muy difícil que pudieran sorprenderle. Para más inri, tenía el sueño extremadamente ligero, por lo que podía despertarse y reaccionar a lo que fuera que pudiera suceder con el arma que guardaba siempre bajo la almohada. Pero aún quitando todas esas cosas posiblemente no habría preparado protecciones igualmente, porque... por favor... él era Bullseye, no le hacían falta protecciones. Las protecciones las necesitaban los que entraban en su casa, no al revés. Además, a él no se le daban bien los rollos tecnológicos. Eso era el territorio de los nerds como Wesley.

Por eso, cuando de repente empezó a sonar el conocido villancico en mitad de la noche, no podía creer quién había podido ser tan osado como para colarse así en donde él estaba durmiendo. Y lo que era peor... haberse atrevido a despertarle sin pegarle un tiro antes. No sabía a qué estaban jugando, pero no tenía el menor problema en hacerles ver su error.

Salió del dormitorio en ropa interior y recorrió cuidadosamente el pasillo que llevaba hasta el salón con la pistola en ristre, inspeccionando cada habitación que encontraba a su paso. El pequeño apartamento estaba ordenado y limpio, de aspecto ascético e impersonal, precisamente porque no solía pasar mucho tiempo en ninguno de aquellos refugios temporales. Y, de no ser así, tampoco se habría molestado en decorarlos. Había pocas cosas que interesaran a Bullseye más allá de la música de jazz, la literatura, el entrenamiento en el gimnasio, los asesinatos y las peleas.

No encontró a nadie en su camino, así que, quien fuera el loco descerebrado que se había atrevido a entrar allí armando tanto jaleo tenía que estar en el salón...

Irrumpió de golpe rodando sobre sí mismo para evitar los tiros, que en su mayoría irían dirigidos a donde debería estar su cabeza y se incorporó dispuesto a disparar... Salvo porque allí no había nadie, y ninguna ráfaga de balas acudió a recibirle. En lugar de ello, se encontró en medio de una habitación decorada en su totalidad con luces y guirnaldas de navidad mientras sonaban sus discos favoritos de jazz.

- ¿Pero qué coj...? -empezó, atónito.

Alguien había dispuesto un complejo sistema con temporizador para activar tanto las luces como la música.

No lo sabía ni él mismo pero la razón de que le gustara tanto aquél tipo de música era porque le evocaba sensaciones positivas de cuando era pequeño y estaba con su madre, antes de que le abandonara. Su madre era una gran fan de Louis Armstrong, Billie Holiday y todos los grandes. Posiblemente si fuera capaz de recordar el motivo exacto aborrecería la música de la misma manera que había terminado odiando a su madre, pero el asesino había realizado un concienzudo trabajo para desterrar de su memoria prácticamente toda su infancia. Lo único que sabía era que escuchar aquella música le hacía sentirse bien, y no se paraba a preguntarse por qué. No era mucho de hacerlo con casi nada.

Cuando levantó la mirada del sistema de cables distinguió algo que no había estado allí antes de acostarse... Lentamente fue hacia la taza, la cogió, y una sonrisa se dibujó a su pesar en la comisura de sus labios.

- Menudo hijo de puta -musitó. Ahora todo tenía sentido.

Bullseye nunca había celebrado la navidad. Los Wilkerson habían tratado de obligarle, pero no podía fingir que era feliz. En general le había parecido siempre una gran gilipollez consumista e hipócrita, pero él también tenía un regalo que hacerle a su compañero mercenario...

Yendo de vuelta a su dormitorio extrajo de una caja fuerte un papel y le acercó un mechero, prendiéndole fuego. Dejó que se consumiera sobre la papelera hasta que sólo quedó la parte que sujetaban sus dedos. En ese momento lo apagó y lo dejó caer, pero por alguna razón, quizá por la magia de la navidad, en lugar de caer a la papelera una ráfaga de viento repentina se lo llevó hasta la cornisa donde se encontraba el mercenario. En el trozo de papel se podía leer: contrato por la cabeza de Deadpool. Jimmy Donnegal.

- Feliz navidad a ti también, cara de pizza -musitó antes de asegurar bien las ventanas, apagar todo y volver a la cama.