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Omega Universe - Foro de Rol de Marvel y DC
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Ahora no es el final (Natasha Romanov y Peggy Carter) [Fecha por determinar]
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Peggy Carter Marvel Universe
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Mensajes : 2 Fecha de inscripción : 10/05/2022 Localización : Londres, Inglaterra Empleo /Ocio : Agente de S.H.I.E.L.D. Humor : No me importa lo que los demás opinen de mí. Yo sé lo que valgo.
Ficha de Personaje Alias: Agente Carter Nombre real: Margaret "Peggy" Carter Universo: Marvel
Tema: Ahora no es el final (Natasha Romanov y Peggy Carter) [Fecha por determinar] 10th Agosto 2022, 23:46
AHORA NO ES EL FINAL
— ¡Manténgalo así! — entendí, a pesar de que el ruido del motor y el viento empañaron mis oídos.
—¡Espera!— grité, decidida al ver cómo su cuerpo se erguía con firmeza del asiento del coche, dispuesto a saltar hacia su destino.
Fue tan solo un instante, breve, ínfimo en el tiempo, pero que para mí se detuvo todo. La carrera a contrarreloj, el coche, la Valquiria… incluso el mismo tiempo…
Nuestros labios se rozaron con dulzura y pasión contenida. Un beso breve, pero intenso. Así había sido también nuestra relación. Aquel chico de Brooklyn se había convertido en el símbolo que América necesitaba, y yo no iba a detenerle. Steve no había dudado ni un segundo en lanzarse a los brazos de la muerte. No era algo que me sorprendiera, ya le había visto arrojarse una vez sobre una granada para salvar a sus compañeros de campamento. Pero aquello fue una prueba, una farsa… y yo... no estaba preparada para ser testigo de su muerte. Nunca se está preparado para algo así.
— Tengo que hundirlo en el agua…
— Por favor, no lo hagas. Tenemos tiempo. Lo arreglaremos…— contesté, desesperada, mientras mis ojos vagaban en aquel punto verde parpadeante del radar.
— Peggy… es mi decisión.
Las lágrimas recorrieron mis mejillas dolorosamente mientras se hizo un largo silencio entre los dos. Creí no volverle a oír cuando de pronto…
— Peggy…
— Estoy aquí…
— Tendremos que retrasar ese baile…
— De acuerdo… —tragué saliva, conteniendo de manera firme el llanto que desesperadamente luchaba por salir de mi garganta. — Te espero en el Stork Club el sábado que viene.
— Hecho — jadeó Steve al otro lado del comunicador.
— A las ocho en punto, ni se te ocurra llegar tarde. ¿Entendido?
— Continúo sin saber bailar…
Esbocé una leve sonrisa, los buenos recuerdos de nuestras citas en el club invadieron mi mente. Los labios me temblaban, pero luché por contestarle. Sólo quería volver a escuchar su voz, tenerle al otro lado del teléfono un poco más… tan solo un poco más…
— Yo te enseñaré. Tú no faltes.
— Diremos que toquen algo lento… —de pronto, las interferencias empezaron a ser cada vez más bruscas. — No quisiera pisarte y…
La frase se quedó a medias para siempre.
Le llamé por su nombre, varias veces durante los siguientes veinte minutos, mientras mi mundo se derrumbaba ante mis ojos.
A miles de kilómetros de allí, la Valquiria se hundía bajo el agua y el hielo de los glaciares…
Y mi corazón… también se hundió con él…
Muy... muy profundamente...
Hasta las profundidades del océano.
***
— Tengo la seguridad de que sólo hay una persona en el mundo que sabe lo que hacer con eso…y esa es usted, señorita Carter.
Tan sólo esperaba que el Sr. Jarvis tuviera algo de razón en eso. Pero el simple hecho de que me confiara el último vial con la sangre de Steve Rogers a espaldas de su amo… ya me había arrancado una sonrisa entre lágrimas.
Aquel dulce y considerado gesto… no iba a olvidarlo jamás.
El atardecer sobre el puente de Brooklyn era lo más hermoso que había visto en semanas. El rojo teñía el cielo a su paso, impregnándolo de calidez. Un sentimiento de nostalgia empezó a embriagarme los sentidos al estar de pie frente al barrio donde vio nacer a Steve Rogers.
Mis ojos vagaron un instante por las aguas del río Este. Tenía sentido. El agua también me arrebató a Steve. No había mejor manera de terminar la misión.
Deslicé mi mano por el bolsillo del abrigo y saqué a relucir el último vial que contenía la sangre de Steve… muchos hombres verían en él una oportunidad para desarrollar un nuevo suero del Super Soldado. Yo veía mucho más allá. Veía al valiente y honesto hombrecillo que se había sacrificado para salvar incontables vidas.
Admiré durante unos instantes aquel pedacito que me quedaba de él, el rojo intenso de la sangre brillaba bajo la luz del atardecer… y era un color igual de hermoso que el cielo.
Fue por esto que empezó todo. Y con él debía terminar…
— Adiós, mi amor…— susurré con lágrimas en los ojos, dispuesta a destapar el vial y derramar la sangre, lenta y dolorosamente sobre el río. Pero antes de que pudiera llegar a vertir el líquido, una mano oscura se abalanzó sobre mí con intención de quitármelo.
Fue un ataque por sorpresa, por lo que no pude reaccionar a tiempo. Algo de lo que me lamentaría después.
El vial se precipitó al suelo a riesgo de partirse en añicos, pero la mujer que tenía enfrente fue lo suficientemente ágil como para atraparlo al vuelo. Su cuerpo se inclinó sobre mí gesticulando una suave y traviesa sonrisa de labios morados.
— Hola, encanto. Volvemos a vernos…— la rubia sonrío satisfecha, con esa soberbia rusa que tanto la caracterizaba, mientras introducía el vial en el bolsillo interior de su chaqueta de algodón negro. Aquel simple gesto despertó la ira en todo mi ser y la sangre empezó a recorrer mis venas ardiendo de forma intensa.
— ¡Dot!— exclamé, sorprendida de que aún siguiera con vida después de nuestro último encuentro. Estaba tan furiosa que me levanté de golpe sin perder ni un segundo y le bloqueé el paso para que no escapara.— Pensaba que un golpe en la cabeza con un avión te habría devuelto el sentido común…
—No más lejos de la realidad, querida…— la rubia cambió su postura, encogiéndose. Sus manos y piernas se prepararon para atacarme al mínimo signo de hostilidad— Gracias por este regalito, Pegg. A Leviatán le va a encantar…
— Aún no me las des…
Sin pensármelo dos veces, me abalancé sobre ella, directa a romper su defensa y a atacarle a los puntos débiles en cuanto los dejara desprotegidos. Primero con una patada directa al estómago y después con un puñetazo en el cuello. Pero Dorothy esquivó la segunda y trató de hacerme un barrido con los pies. Se notaba su entrenamiento como Viuda Negra. Era una rival dura y yo sabía que tarde o temprano la balanza se inclinaría a su favor. Por eso tenía un as en la manga.
Cuando barrió el suelo con mi cara, conseguí acceder de forma disimulada al bolsillo secreto donde tenía guardada la pistola. Me levanté con lentitud, y atraje la atención de Dot a mi rostro al limpiarme con la manga del abrigo la sangre que había empezado a salpicar mi nariz.
— Eres buena… una lástima que desperdicies tus habilidades trabajando para los malos…
El disparo llegó de pronto, y después, Dot abrió la boca en una expresión de dolor cuando su muslo izquierdo empezó a sangrar.
— Devuélveme la sangre de Steve… o sino el próximo disparo irá directo a tu cara bonita— sentencié, apuntándole al rostro con actitud amenazante. No estaba bromeando. No iba a permitir que aquel vial cayera en malas manos.
El rostro de la señorita Undewood fue difícil de descifrar. Sus ojos se desviaron varias veces a los lados, descubriendo que no tenía escapatoria. Estaba pensando en huir, pero no había lugar en el puente de Brooklyn donde pudiera cubrirse de mis disparos… a menos que…
— Nos vemos pronto, agente Carter.
La Viuda Negra dio dos pasos hacia atrás y su cuerpo se precipitó al vacío.
— Nononononono… —me asomé por el puente, a tiempo para ver cómo su cuerpo se hundía en las pacíficas aguas del río Este.
Actué lo más rápido que pude. Me desabroché a toda velocidad el abrigo y dejé la pieza de ropa de cualquier manera en la carretera, junto con mis llamativos zapatos de tacón. Cogí aire con los pulmones y me lancé al vacío en busca de Dorothy. No podía permitir que se escapara así como así.
Pero tampoco pensé en las consecuencias de mis actos. Era probable que estuviera arrojándome a los brazos de la misma muerte.
Quizás Steve y yo no éramos tan diferentes después de todo.
***
El agua me abraza, me acoge con la inmensidad de su lecho. Ahoga mis gritos y sollozos, que se pierden en el más absoluto silencio. Una luz violeta proveniente de la superficie se refracta, y de pronto, Dorothy desaparece frente a mis ojos.
La he perdido.
Lucho para salir a flote, y recoger aire en una desesperada bocanada. El ardiente sol golpea mi rostro y me ciega por un instante. La bulliciosa ciudad rompe el apacible silencio que me brindaba el río. Confundida, me arrastro hacia la orilla más cercana. Trato de levantarme, pero mi cuerpo está fatigado y siento que me pesa horrores. Es como si hubiese estado nadando durante días.
¿Cuánto tiempo he pasado bajo el agua? ¿Tanto como para que me despierte el sol de mediodía?
Busco a duras penas la figura de mi ladrona por las cercanías, pero me siento lenta y estúpida. Maldita la hora en la que Jarvis me confió aquel vial.
Vomito en una esquina entre cubos de basura el agua alojada en mis pulmones, y un hombre mayor se acerca para preguntarme si estoy bien. Me disculpo con él y me alejo, no tengo tiempo que perder. Necesito contarle a Edwin lo sucedido.
Descalza, mis pasos me llevan de nuevo hacia el puente de Brooklyn, pero mi abrigo y mis zapatos han desaparecido. Magnífico, eran un regalo de Howard. Supongo que los echaré de menos.
Trato de disimular mientras cruzo hasta el otro lado del puente, todo lo rápido que puedo permitirme. No me extraña que la gente me mire raro, empapada hasta los pies y sin zapatos. Pero no me importa lo que piensen los demás, en mi mente solo tengo a Steve y lo que podría pasar si Dorothy entregara a la Red Room el vial con su sangre.
Cuando llego a Manhattan, ya no puedo evitar darme cuenta de la realidad. He estado evitando fijarme demasiado en lo que me rodea, pero ahora es demasiado evidente como para no darme cuenta de que algo ha cambiado en la ciudad de Nueva York.
Las calles de la gran manzana están abarrotadas de cientos de personas con extravagantes ropajes, caminando al unísono con paso firme y un objetivo en mente. Algunos cruzan los pasos de peatones sin despegar el rostro de unas cajas negras que llevan en las manos. Los vehículos que se detienen en el paso de peatones ya no parecen cajas, los coches tienen formas más suaves y orgánicas, y lucen colores muy vivos y brillantes. Algunos conductores se asoman por la ventanilla, llenos de ira, y gritan a los viandantes despistados. El ruido estridente de las bocinas se unen a la caótica melodía que adorna la ciudad.
El nudo en la garganta se me hace cada vez más visible cuando alguien choca conmigo y me empuja hacia la masa de gente. Trato de zafarme de la multitud, y termino tropezando en una plaza rodeada de enormes y brillantes edificios que apuntan con sus techos hacia el cielo, donde parecen alargarse hasta el infinito desde mi perspectiva.
Empieza a faltarme el aire. Hay pósters y televisiones gigantescas adornando los edificios, con grandes y brillantes letras de formas y colores variados. Muchos de ellos no sé lo que significan, así que intento buscar algo familiar entre los establecimientos de mi alrededor mientras me pregunto… si realmente sigo en Nueva York ¿O acaso estoy sufriendo alucinaciones después de haberme bebido el agua del río Este?
Por suerte para mi, los números y las calles coinciden con mi Nueva York, pero poco queda de la ciudad que conozco.
Mi cabeza parece haberse bloqueado, pero mi cuerpo se mueve instintivamente a donde existió una vez el L&L Automat, el restaurante donde conocí a mi actual compañera de piso, la camarera y aspirante a actriz Angela Martinelli. Pero nada queda de aquel sitio, lo han sustituido por una tienda de souvenirs. A su lado, el dependiente de un quiosco coloca de forma muy ordenada los periódicos del Times, el New Yorker, el Daily News… y en la portada aparece la misma figura, un hombre blanco, trajeado y sin cabello que asegura ser el actual Presidente de los Estados Unidos. Y todos esos periódicos parecen coincidir con una misma fecha. Una fecha que se marca a fuego en mi cabeza.
2019.
Estamos en el año 2019.
Rompo a llorar en aquella misma esquina, y golpeo el vidrio de la tienda que me había robado a mi mejor amiga. Mis piernas ya no pueden soportar más el peso del dolor y me arrastran a la acera. Sostengo mi cuerpo en posición fetal mientras intento buscarle un sentido a todo lo que me está ocurriendo. ¿Estoy en una Nueva York del futuro? ¿Será verdad que han pasado 73 años? Y si algo así, tan sumamente descabellado es cierto… ¿Estoy capacitada para asumir las consecuencias que eso conlleva?
— Angie… Howard… Ana… Jarvis…— jadeo entre sollozos, pensando en toda la gente a la que he dejado atrás. Mis lágrimas empiezan a empañar mis ojos y me impiden ver con claridad el enorme cartel iluminado que tengo enfrente.— Steve…
En efecto, ahí estaba. El Capitán América. Con su sonrisa impecable y un discurso emotivo. Era una pintura casi realista, con el rostro de Steve en perfil mirando hacia el horizonte mientras unas palabras rezaban en la parte inferior del gigantesco póster.
— Luchemos por la libertad… — una leve sonrisa escapa de mis labios, y siento el leve consuelo acariciar a mi afligido corazón. — ¿Qué me está pasando, Steve? — entonces, apoyo mi frente sobre el rostro del Capitán América para después plantar un dulce beso en su mejilla sonrosada.— Al menos… al menos el mundo sigue recordándote… cuánto me alegro…
Las lágrimas recorren mi rostro llenas de emociones contrariadas. Me sorbo la nariz y saco uno de mis pañuelos, todavía mojados, para sonarme y enjuagarme las lágrimas. No tengo adonde ir, ni a quién acudir para pedir ayuda en esta Nueva York moderna, así que empiezo a pensar en todos los lugares que conozco, uno por uno… empezando por la Mansión de Howard Stark.
Si algo sé del playboy, es que su legado perduraría por siempre.
***
— Son veinte dólares con cuarenta centavos.
El taxista arrugó la nariz al recibir los billetes mojados, y dejó escapar un resoplido de disgusto en cuanto abandoné el vehículo. Supongo que estaba algo alterado tras darse cuenta de que le había dejado empapados los asientos de atrás.
Mi cartera, por su parte, también empezaba a protestar. Tan solo me quedaban treinta y siete dólares con veintiocho centavos, y debía gastarlos con cabeza si no quería acabar pidiendo en la calle o lo que era peor, robando para poder comer. Esperaba que antes de llegar a ese extremo, alguien o algo de esta nueva ciudad de Nueva York me recordara, o al menos, me diera trabajo.
Tenía la esperanza de encontrar ambas cosas en la antigua mansión de Howard Stark. Si la teoría de que había viajado 73 años en adelante era cierta, lo más probable es que encontrara en la vivienda alguna pista del paradero de su dueño, o al menos poder contactar con algún familiar o amigo desde allí. Incluso podría conocer a sus posibles hijos o nietos… aunque no estaba muy segura de eso último. Pero lo que sí tenía claro, es que desde que conocía a Howard, nunca había tenido reparo en fabricar niños…
Pero cuando salté la valla que rodeaba su propiedad y me adentré en los jardines, me di cuenta de que aquel majestuoso edificio no había cambiado demasiado desde el 1946. Lo cierto era que incluso… parecía algo abandonado.
Las paredes de la fachada habían empezado a derrumbarse. Cristales y ladrillos rotos adornaban la parte exterior del edificio en un aire triste y decadente. El jardín también había sido descuidado, con los arbustos y malas hierbas más crecidos de lo normal. El manto de flores se había secado, y las espléndidas estructuras de hierba con forma de conejo habían pasado a mejor vida.
Si Edwin estuviera aquí… no hubiese permitido que la mansión de su señor cayera en esta decadencia.
Con el corazón en un puño, entré al silencioso y abandonado edificio después de usar el timbre varias veces. Muchos muebles del interior habían desaparecido, revelando espacios más amplios de lo que recordaba. Se debieron llevar las cosas que en su día habían tenido cierto valor, tanto económico como sentimental.
— ¿Señor Stark? ¿Señor Jarvis?— pregunté en voz en alto, con la certeza de que a pesar de mis esfuerzos nadie respondería a mi llamada. Sabía que estaba cometiendo un delito de allanamiento de morada, pero necesitaba descubrir lo que les había pasado durante todo este tiempo en el que supuestamente me había ausentado.
Sobre una estantería llena de empolvados libros, descansaba una fotografía en blanco y negro de mi antiguo amigo junto a una hermosa mujer de cabellos claros y un bebé.
— Pero qué tenemos aquí…— acaricié con el pulgar el rostro de Howard Stark mientras una sonrisa llena de añoranza se formó en mi rostro.— Parece que al final sentaste la cabeza… una lástima haberme perdido esa boda…— Dejé la fotografía en su sitio y de mis labios escapó un leve suspiro. Me preguntaba cómo había sido la vida de casado de Howard, y si había sido feliz con su esposa.
Mientras seguía buscando por el resto de habitaciones, terminé en el dormitorio del matrimonio, revolviendo el armario de la mujer de Stark con mucho respeto, en busca de unos zapatos y algo seco que ponerme. A pesar de que la Sra. Stark y yo tuviésemos estilos totalmente diferentes, tuve mucha suerte de entrar en uno de sus floridos vestidos. En cambio, no tuve tanta con los zapatos. Al final me calcé con unas zapatillas de Howard que me quedaban extra-grandes. Era eso o seguir descalza por el mundo. Quizás a la salida podría intentar comprarme unos zapatos más cómodos con los treinta y siete dólares con veintiocho centavos que me quedaban. Lo siento, cartera.
Tras llevar un buen rato vagando sin rumbo por la mansión abandonada, pensé en buscar algún tipo de documentación que me fuera útil, e intentar averiguar el paradero de los ancianos y/o familiares de Stark. Fue entonces cuando reparé en la antigua cámara acorazada del sótano, donde Howard tenía guardados los prototipos de sus alocados inventos. Quizás todavía siguiera guardando algo de valor allí dentro.
Me sabía el camino a la perfección; el señor Jarvis y yo habíamos cruzado esos mismos pasillos tan sólo hacía una semana, con el propósito de proteger y salvaguardar los inventos fallidos del Sr. Stark. Unas memorias que aún me parecían tan recientes me empañaron mis ojos de lágrimas al pensar que ya no habría vuelta atrás. Pero no podía permitirme derrumbarme otra vez, así que me centré en intentar forzar la cámara fuerte.
Afortunadamente, llevaba conmigo mi reloj ganzúa. Un invento de la R.C.E que me había resultado muy útil a lo largo de mi carrera como agente. Tan sólo tuve que despegar la cabeza del reloj y colocarla sobre la puerta de acero para que el dispositivo hiciera su trabajo. Las manecillas del reloj de muñeca empezaron a virar en diferentes posiciones hasta que de repente se escuchó un pequeño crack. La caja fuerte se había abierto.
Para mi sorpresa, no había nada realmente útil dentro de aquella pequeña fortaleza. Un par de batas de médico, el prototipo de una especie de bombilla con forma de círculo y…
— ¿...Unas gafas de sol?— dije en voz alta, tras recoger la montura y analizar las lentes opacas. — ¿Para qué serviría todo esto? Espero que ninguno de estos aparatos sea igual de peligroso que el Nitrameno…
— Reconocimiento de voz. Coincidencia con un 99,99% con la señorita Margaret E. Carter.
La voz me sobresaltó de tal manera que me giré en dirección al oscuro pasillo con pistola en mano. ¿Me acababan de engañar mis propios oídos? ¿O había hablado una voz muy parecida a la de Edwin?
—¿...Señor Jarvis?— pregunté, dubitativa, mientras buscaba a mi amigo entre las sombras con la esperanza vívida en los ojos.
— En efecto. Mi nombre es J.A.R.V.I.S. que significa “Just A Rather Very Intelligent System”.
Mis esperanzas se vieron truncadas al darme cuenta de que las sombras me habían jugado una mala pasada. No había nadie en el pasillo. La voz que había escuchado provenía de las gafas de sol.
— Entonces… ¿no eres Edwin?— pregunté, todavía más confusa al ver que aquel utensilio de Stark me estaba respondiendo con una inteligencia y versatilidad equiparable a la de un ser humano.
— Negativo. — una luz azulada en forma de círculo ocupaba la lente derecha, vibrando en el momento en el que las gafas hablaban— Edwin Jarvis murió el 2 de abril de 1999 con la edad de 83 años.
Lo que más había temido salió a la luz.
Cerré los ojos con fuerza y ahogué un pequeño sollozo entre mis labios.
Me tomé un minuto más para volver a preguntar.
— ¿Y Howard? ¿Dónde está Howard Stark?— Me mordí los labios. No quería saberlo, pero necesitaba confirmarlo aunque me doliera en el alma.
— Lo siento. El Señor Howard Stark y la Señora Maria Stark murieron en un accidente de coche en diciembre de 1991.
— Maldita sea…— no pude evitar esbozar una mueca de dolor. Pero no tenía tiempo para lamentarme, necesitaba saber más. — ¿Y su hijo? ¿Dónde está?
— Actualmente, el señorito Anthony J. Stark está en pa…
Esta vez no fueron imaginaciones mías. Algo se movió entre las sombras del oscuro pasillo. No dudé ni un segundo en apuntar en dirección a la puerta con mi pistola.
—¡¿Quién anda ahí?!
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