Justicia a destiempo (Christopher Johnson) [Fecha por determinar]

“Policías de NY”, “A sangre fría”, “Perfil de un psicópata”, “Crímenes sin resolver”... la lista de programas y series de televisión relacionadas con el mundo del crimen es cada vez más extensa. En los últimos tiempos, uno de estos documentales que estaban dando fuerte era “Justicia a tiempo”, con testimonios y dramatizaciones de cómo se juzgaron horrendos crímenes que desafían la imaginación de los más perversos.

Y una estrella fija del programa era el fiscal Lawrence.

Ersy no se perdía uno, aunque no le dejaban verlo con volumen, y en determinadas partes, si había alguien en casa, llegaban a taparle los ojos cuando las imágenes eran demasiado cruentas, como les gustaba a los productores. Tampoco es que a Ersy le hiciera falta, porque se sentía mal solo con la insinuación del crimen. Lo que le gustaba del programa era ver a sus padres más jóvenes, en pleno apogeo en la corte. A veces, sentía que era como ver un partido de fútbol americano. Se sentaba en el suelo, a pocos centímetros de la tele, y animaba a su padre a condenar al “malo” por haber hecho “cosas malas”. Daba igual el tiempo que pasase, que era una costumbre que no se le iba. Cuando la protagonista del capítulo de la semana era su madre… guardaba silencio. A ella no le hacía falta que la animasen, y además, verla actuar era sobrecogedor.

Por eso, cuando después de un parón en la temporada de “Justicia a tiempo” anunciaron su regreso, Ersy se hizo con dos boles de palomitas para ella sola, llevó a Droidcat a casa, y se propusieron una maratón de capítulos hasta que llegase la hora del estreno. Refrescos no, que se ponía nerviosa con tanto azúcar. Ya lo estaba de por sí, porque sus padres compartían salón con ella, una de esas raras veces que no estaban empantanados en uno de sus casos.

- ¿Sabéis? El último episodio que hemos visto es mi favorito -Martin Lawrence no se cortó a la hora de “robarle” a su hija un puñado de palomitas por encima del hombro -El equipo de la defensa vino al despacho a exigirme un trato, alegando que era el caso imposible, que todas las pruebas eran circunstanciales, y blablabla…

- Lo has contado millones de veces, cariño… -replicó su mujer sin apartar la vista de la pantalla, sentada con las piernas subidas al sofá y abrazada a un cojín. Una imagen totalmente contraria a la que daba de cara a la galería.

- ¿No lo cuento, entonces?

- ¡Cuéntalo, papá, por favor! -cómo si eran billones de veces. Ersy nunca se cansaba de oirles hablar.

- ¿Y por qué no dejamos que nos lo cuente el programa? ¡Mira, la cabecera! -señaló con un leve gesto de cabeza hacia el televisor -¿Por qué han cambiado la música?

- Por que la anterior parecía de telediario. Esta es más frenética. Casa más para las situaciones que se viven en un juzgado. ¡Eh! -Ingrid dio una palmada para que la atención de toda la familia se centrase en la tele -¡Venga! ¡Que en este salimos los dos! ¡Por fin compartimos capítulo!

Así era. Los actores que habían elegido para la dramatización distaban mucho del aspecto que en la actualidad tenían ambos fiscales. Lawrence se había dejado bigote, al que se le empezaban a dibujar algunas canas. El pelo también se le empezaba a clarear, y bajo determinada luz, podía parecer que tenía el mismo color que el rubio nieve de su hija. Desde luego no era tan alto, y mucho menos tenía esas manazas que enfocaban continuamente, tan gruesas, y que aferraban la documentación y la agitaban como si fueran cuchillos y no papeles. Él tenía las manos más delicadas. Por otra parte, su mujer tenía más “pechonalidad” que la pobre actriz encargada de darle vida en el documental, además de tener escrito “sangre nórdica” por todos sus poros.

“El violador de la llave inglesa”, anunció la tele en mitad del salón.

La familia guardó silencio, pero no porque estuviese embebida en el programa. Las miradas de los progenitores se cruzaron antes de descender a la cabeza de su vástago. Hasta Droidcat se había girado y les ofrecía su perfil, mirando fijamente a través de su pantalla LED a la chica.

El brazo de Ersy se había quedado quieto en medio del aire, con un puñado de palomitas a pleno camino, y los ojos, abiertos como platos, miraron más allá de las imágenes que emitían.

- Lo veremos otro día… -comenzó a decir su padre con voz trémula mientras buscaba el mando en los recovecos del sillón. Le costaba moverse, con su mujer acaparando el sofá casi por completo, como tenía por mala costumbre.

Ersy alzó el mando a distancia por encima de su cabeza, usando la mano izquierda e indicándole a su padre que estaba fuera de su alcance. No iba a apagar la televisión. No lo haría, aunque los recuerdos le acabasen golpeando de lleno como le acababa de pasar. Las imágenes cruzaron por su cabeza como un bólido, pero cargadas de detalles. Ingrid se levantó para apagar la tele de un botonazo, pero Ersy se abalanzó sobre la caja tonta cubriendo los botones con las manos.

- ...Quiero verlo.

- Tesoro, puedes verlo otro día. Hoy no.

- ¡Quiero verlo!

Pocas veces, por no decir ninguna, se había enfrentado Ersy a sus padres. Claro que había tenido conatos de rebeldía, pero cuando había algo relacionado con ese tema... Sin saber muy bien qué hacer, Ingrid buscó apoyo en su marido, que se encogió de hombros. Le fulminó con la mirada y se acercó para susurrarle algo, que Ersy podía oír perfectamente, pero no quiso hacerlo por estar más pendiente a la información que volcaba el documental:

- Todavía está muy afectada. O haces algo tu, o rompo la tele.

« ... el abogado de Mike Smith consiguió convencer al jurado de que la cantidad de pruebas circunstanciales que poseía la acusación en su contra era porque después de cometer un hurto en un error de juventud, la policía le usaba de chivo expiatorio. La jugada le salió bien, porque el testimonio del capitán de la policía de Nueva York, Bruno Spiecer, quedó desestimado. Las múltiples heridas que presentó el individuo después del interrogatorio le fueron achacadas a prácticas policiales que violaban los derechos humanos... »

La tele enmudeció y la imagen se empequeñeció hasta formar un puntito antes de desaparecer. Ersy volvió la vista hacia el sofá. Droidcat, haciendo uso de un sigilo que no recordaba su creadora haberle implementado, le había robado el mando y se lo había entregado a su padre. Martín se había puesto de pie, y aún seguía enarbolando el mando como si empuñase una espada.

- ¿Acusaron al tío Bruno de…?

- Mañana hablaré con la productora. Ese caso aún no ha prescrito, no pueden hacerlo público, y mucho menos dar tantos datos.

- Me encargaré yo -Ingrid le dio un par de palmadas a Droidcat en la cabeza como premio por su acción, antes de volverse hacia su hija - Ersy, a la cama.

- ¡No! -la chica se levantó de un salto -¿Qué pasó al final? ¿Limpiasteis su reputación, verdad? ¡Y encerrasteis a ese tipo!

- Ersy. A la cama. Ahora.

La carencia de sentimiento en el tono de Ingrid solo consiguió que la Ersy se envalentonase más:

- ¡¿Se os escapó?! ¿Quedó libre? ¿Igual que…?

- ¡Ersebeth!

Normalmente, la pose de Ingrid delataba cuando se debía insistir en un tema y cuando no. La mujer no tenía por costumbre gritar para hacerse oír, pero en aquella ocasión, lo hizo, y se arrepintió enseguida. A través de los ojos de su hija pudo ver perfectamente como algo se le quebraba por dentro. Como la seguridad que le daba la ignorancia se iba a pique.

- Ersy, ¿quieres que veamos una película? -acudió Martin en su ayuda.

- No. Mamá tiene razón. Me voy a la cama.

Uno y otro se quedaron sin saber qué decir, y la vieron recoger sus boles, llevarlos a la cocina, darles las buenas noches e irse a su cuarto sin hacer ruido. Tras esperar unos minutos, debatieron qué hacer a continuación. Ingrid ultimamente discutía más con ella, chocaban más. Por eso Lawrence determinó que sería él quien comprobase cómo estaba Ersy. Al asomar por la puerta del dormitorio, la vio dormir tranquilamente, con la cabeza girada hacia la pared, dándole la espalda. Pronunció su nombre un par de veces bajo la ténue luz del piloto enchufado en la mesilla de noche, pero Ersy no respondió. Estaba dormida, o fingía dormir. Él no podría saberlo si ella se negaba a contestar. Al final se marchó, no sin antes dejar caer un beso en la mejilla, y sintiéndose mal consigo mismo por no haber podido proteger uno de los escasos momentos que compartían todos juntos.

En cuanto la puerta se cerró, y los pasos de su padre se escondieron en el dormitorio principal, al otro extremo del pasillo, Ersy se escondió bajo las mantas. La pantalla retroiluminada del brazo le hizo daño en los ojos, escociéndole, pero los mantuvo bien abiertos. Tecleó “Mike Smith”, y los detalles del caso desfilaron ante ella, a cada cuál más morboso. Una minería de datos más exhaustiva la llevó a su página de Facebook. El tipo desafiaba a la moral al mantener abierto su perfil en la red social, pensó ella. La mayoría eran fotos de coches y motos que personalizaba o arreglaba en el taller, pero también había un par de fotos suyas. Tenía tatuajes por todo el brazo, a izquierda y derecha. Se afeitaba al cero, y tenía una cicatriz en la barbilla. En su conjunto, parecía un motero de películas, de esos que lideraban una banda. Incluso venía la dirección del taller donde trabajaba.

Ersebeth no podía esperar. Ni siquiera se había puesto el pijama cuando se fue a la cama, porque lo hizo con la idea fraguándose en su mente. No era propio de ella. No iba a buscar superhéroes. Se iba a fugar en plena noche de casa para tantear el terreno. Ni siquiera cogió el bolso. Sus pies apenas rozaban la moqueta al recorrer el pasillo, y cuando llegó al salón, Droidcat la estaba esperando. Era la única luz en la oscuridad de la estancia. Detectó su presencia antes que ella, que se llevó un dedo a los labios indicándole que se callase.

El gato robot no lo iba a hacer. Su pantalla LED se iluminó en rojo, pero antes de que diese la alarma para avisar a sus padres, ya la tenía encima.

- ¡Lo siento, Droidcat! Tengo que hacerlo…

Realmente lo sentía. Al contacto con el brazo derecho, la energía de Droidcat mermó hasta acabar necesitando las reservas de emergencia. Movido por el programa, la I.A. se fue en busca de un enchufe al que conectarse y recargar las “pilas”. Ersebeth aprovechó para salir, asegurándose de que llevaba la gargantilla consigo.

Eran las ocho, y a esas horas, los comercios cerraban. Ersy caminó a paso ligero, consultando con disimulo y de vez en cuando la dirección del taller mecánico donde trabajaba Smith. Tuvo que pedir un taxi, al que no le dio demasiada conversación, a pesar de los intentos del hombre por averiguar qué movía a una chica tan mona como ella a desplazarse a esas horas a rozar las afueras. Ella no se lo dijo, y mantuvo la vista fija en el borrón que se deslizaba por la ventanilla.

Pagó con creces al conductor y le dejó marchar una vez la dejó en la manzana donde quedaba el taller. Era una zona industrial, con un concesionario al final del camino. En general, estaba todo descuidado, y las farolas parpadeaban o estaban fundidas. A lo lejos, escuchó un perro ladrar con fruición.

Se había vuelto loca. Era eso. Recordar el incidente solía pasarle ese tipo de facturas. Era eso, o sentirse como una niña pequeña y vulnerable, congelada en el tiempo antes de la fatalidad. Temblaba de pies a cabeza, y de pronto…

De pronto no sabía qué debía hacer a continuación.

El taller, de pronto, creció y adquirió conciencia ante los ojos de Ersy. La entrada para los vehículos se encontraba en la parte de atrás, pero delante estaba la salida, junto a un escaparate donde se mostraban los modelos más recientes. Esa misma salida se convirtió en la boca de la criatura, que de un solo bocado podía tragársela y no dejar ni rastro de ella.

O, ya puestos, dejar solo un implante…

Ersy se estrujó el brazo derecho con fuerza. Sus huellas no quedarían marcadas en la piel de metal, por muy tintada que estuviera para que fingiera la tonalidad de la carne. Cuando quiso darse cuenta, sus piernas se estaban moviendo solas en dirección al concesionario, con una decisión que el resto del cuerpo no sentía. Suponía que tendría que rodear el edificio si quería entrar. A esas horas, ¿quedaría alguien allí? ¿Estaría él?

A sus espaldas, cada vez más lejos, el perro enmudeció. En la ciudad, una sirena salió en estampida en persecución de la emergencia. Los gritos y risas de un bar que había dejado atrás durante el trayecto en taxi se convirtieron en murmullos esquivos. Un grillo cantaba, a salvo lejos de su vista. Esa sería la única compañía con la que contaría esa noche, y le ponía los pelos de punta.

Aceleró el paso al pasar bajo una farola rota que dejaba un tramo en absoluta oscuridad, y se detuvo al llegar al escaparate. Pegó la mano al cristal, como si el contacto con algo físico y frío le pudiera hacer recuperar la razón, o darle la oportunidad de rehacer sus acciones hasta ese punto. Como no lo hizo, siguió adelante sin despegarse de la pared, rodeando la esquina. A los lados del taller, el asfalto se convertía en tierra, con múltiples huellas de rodadas distintas. Las naves colindantes mantenían la distancia suficiente con el taller para que cupiera por ese mismo camino un camión, y dejándola a ella sin posibles refugios donde ocultarse. Se sentía especialmente expuesta, yendo por el camino de tierra sin más luz que las farolas de la calle principal y una lámpara colgada en la pared exterior del taller, al final. El breve paseo se le hizo eterno, y miraba a un lado y a otro con el terror reflejado en el rostro.

Cuanto más cerca estaba, más nítido era el ruido que emanaba del interior de su objetivo. Era como un rociar de spray, de un spray gigantesco. El trecho terminaba en una extensión de tierra que se elevaba sobre el Hudson, con un guardarrail que protegía al incauto de que el coche se le fuera a pique si avanzaba más metros. El espacio para maniobrar era muy justo para cualquier vehículo.

Tuvo que separarse de la pared para rodear el círculo de luz que el farol y seguir en las sombras. Podía contar con el factor sorpresa, pero no había calculado realmente cómo debía entrar, qué debía decir. El hueco estaba abierto de par en par, mucho más destartalado que el delantero. Con asomarse un poco, Ersy pudo ver que el espacio era enorme, y que los coches antiguos se acumulaban allí como si fuera un almacén más que otra cosa. Entre todos ellos, subido a una plataforma redonda sustentada en al aire por un mecanismo, había un coche de gama media con las entrañas a la vista. Un hombre con un mono de tela vaquera y camisa sucia de aceite de motor contemplaba la obra desde abajo, dándole la espalda al acceso trasero por donde Ersy espiaba. Del bolsillo trasero asomaban un montón de herramientas de todo tipo, llaves inglesas sobre todo. La visión le produjo un nuevo escalofrío, y la chica volvió a parapetarse tras la pared, sin hacer ruido. ¿Cuánta energía necesitaría para disparar desde allí y alcanzarle…?

Ersebeth se quedó contemplando la palma de su mano derecha durante unos instantes. No disponía de mucho tiempo para decidirse. Cada segundo que había pasado, dubitativa, respirando tan alto en su escondite, se había escapado de entre sus manos alejándola de la meta que en un principio perseguía. Porque se replanteaba hasta esa misma meta.

- ¿Hay alguien ahí?

En un gesto reflejo, la chica se tapó la boca con las manos y aguantó la respiración, ya demasiado tarde. No había hecho ruido mientras se perdía en sus pensamientos, pero al agachar la vista, descubrió que la farola que había dejado atrás estaba proyectando su sombra a plena vista del individuo que quedaba dentro del taller. Fingir que era un gato (por muy bien que le salieran los maullidos después de perseguir tantos y no quedarse con ninguno) sería inútil. De todas formas, estaba paralizada. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Huir? ¿Plantarle cara? Ya tenía un pie más atrás, preparado para rotar sobre sí mismo y emprender la carrera, cuando una mano se le puso en el hombro.

Era una manaza manchada de aceite de motor que olía a dicha sustancia y a algo más, desagradable. ¡Ni siquiera había oído las pisadas! Giró la cabeza para que sus rasgos quedasen en la oscuridad, temblando de pies a cabeza con violencia… Si le miraba, temía encontrarse con la cara pintada de…

- ¿Qué pasa? ¿Te has perdido?

Hablaba con un tono brusco, forzando las contracciones del inglés al máximo. De un tirón que nada tenía de caballeroso, la forzó a girarse. De hecho, casi perdió el equilibrio, y así, su rostro quedó expuesto a la mortecina iluminación.

Así, vistos cara a cara, Ersy pudo reconocerle perfectamente. Era él, Mike Smith. No el otro. Y aún así, se le heló la sangre en las venas. Él no le quitó la mano de encima, pero su rostro si que cambió. Antes estaba neutro, pillado por sorpresa en su faena, pero pasó a estar henchida de furia. De hecho, se le deformó el rostro de ira, y aunque quiso, Ersy no pudo retroceder.

- ¡Un momento! ¡Tu has salido en la tele! ¡Eres la hija de esos fiscales de mierda! ¿Qué pasa? ¿Qué ahora también mandan a su hija a molestarme?

- ¿Qué? ¡No, yo no…!

Cierto era que los rasgos de Ersy se asemejaban muchísimo a la mezcla del de sus padres. Pero en sí, no era una prueba tan determinante de parentesco como las pocas veces que su familia no había podido protegerla del ojo indiscreto de los medios. Una foto en una revista, un pie de página en algún periódico… Nada de datos de su vida personal, pero siempre acompañando a sus padres a algún evento, en todo caso. Algo de lo que la prensa no podía sacar sangre, pero que se saltaba a piola la privacidad de la imagen personal. Así que negarlo no le iba a servir de nada.

Además, ahora que estaba a la luz, también podía ver la llave inglesa que llevaba Mike en la mano. Se le pusieron los ojos como platos, contemplandola. “Absuelto por falta de pruebas”. ¿De verdad pensaba que ella iba a poder darle la vuelta al caso, así, presentándose sin más, sin refuerzos, sin advertir a nadie de su ausencia?

- ¡Voy a llamar a la policía ahora mismo para que venga a por ti! -vociferaba él, que la agarró por el brazo y la introdujo por la fuerza en el garaje.

A contraluz, la “caballería” apareció deslumbrándoles con su armadura. Ersebeth aprovechó para sacudirse la presión de la manaza del tipo, que, pese a la sorpresa inicial, le apretó un poco más antes de lanzársela al recién llegado. Ersy trastabilló peligrosamente, y de no ser porque se aferró al caballero de la armadura metalizada, se habría dado de bruces contra el suelo. Con el corazón a mil, miró a Smith, que la señaló con llave inglesa:

- ¿Y tú quién mierda eres?... ¡Mira, me da igual! ¡Haz el favor de encerrarla! ¡Su familia entera me está acosando! ¡Soy un hombre inocente! ¿Dónde están mis derechos? ¿Eh?

Ersy se encogió un poco de miedo. Sus dedos se aferraron al frío metal, tan asustada como confusa. Aquello no tendría que ser así. Ella se hubiera esperado cualquier otra reacción: que él la atacase, que huyera… pero esa no, desde luego que no. ¿Culparla a ella por querer cumplir con la justicia? Los ojos se Smith parecieron recobrar algo de humanidad al darse cuenta de que le temblaba la mano con la que empuñaba la herramienta, que bajó enseguida mientras se frotaba el puente de la nariz como gesto de frustración. Hasta su respiración se volvió más controlada, contando en susurros hasta diez para tranquilizarse.

- Qué harto estoy de todo esto… -dijo -. Mira, haz el favor de llevarte a esta acosadora lejos de mi vista. Solo quiero terminar mi trabajo, y punto. No presentaré denuncia ni nada, pero sácala de aquí. ¡Y la próxima vez que vuelvas, no me lo pensaré dos veces y traeré a la comisaría entera si hace falta!

Con esa última advertencia, Smith les dio la espalda y se fue a grandes zancadas a cumplir con sus palabras, retomando el hilo de la reparación del coche que tenía entre manos. El miedo que sentía Ersy se redujo un tanto, cediendo terreno ante la confusión más absoluta. Nada de eso entraba en sus planes. Patidifusa, se separó un poco del tipo de la armadura metálica. ¿Qué debía hacer? Buscó los ojos en el blindaje, esperando alguna pista, algo que la sacase de aquel estado de desconcierto en el que estaba sumida.

Smith, el violador de la llave inglesa. Estaba en la calle, con vía libre para seguir haciendo de las suyas. Le tenía frente a sí, y en lugar de plantarle cara, la acusó a ella de… “acosarle”. Boqueó un par de veces, pero no le salían las palabras. Porque una realidad había acudido a su mente de forma repentina:

«Así no es cómo actúan los héroes»