¡San Valentín RE-ROSA! (San Valentin 2022)

La suave y aterciopelada música de jazz de la banda se deslizaba sinuosa entre unas paredes decoradas de rojo audaz y candelabros de cristal de Murano resplandecientes que capturaban la luz de manera evocadora, consiguiendo aportar a la atmósfera una cualidad de elegancia europea que se entremezclaba con el modernismo sexy de Manhattan. Sin duda la combinación perfecta para la hermosa mujer ataviada con un conjunto que, a pesar de ser de líneas simples, conseguía resultar elegante dentro de su sencillez. Sentada en una de las cómodas banquetas de terciopelo rojo saboreaba a pequeños sorbos su cóctel cuando un hombre fue a sentarse a su lado en la barra.

- Hmmmm... -comentó en relación a su bebida-. Ron blanco y ron oscuro... Curiosa contradicción...

La mujer sonrió.

- ¿Eso crees?

- Bueno, el ron blanco tiene un sabor ligero y dulce, mientras que el oscuro tiene sabor fuerte y con muchos matices... ¿Sabes? Hay quien dice que las preferencias que tenga uno en cuestión de alcohol pueden llegar a definir su personalidad.

- ¿En serio? -la mujer apoyó la barbilla en su palma y se acodó en la barra, mirándole con diversión-. ¿Y qué clase de persona dirías que soy yo en base a esa teoría? ¿Dulce o fuerte? -bromeó con un guiño.

- Creo... que eres un enigma. Uno que me encantaría desentrañar.

La expresión de la joven se ensombreció por un instante, abandonando el rostro del hombre para centrarse en la lustrosa madera de la barra.

- No podrías -musitó-. Nadie ha podido nunca.

- Bueno... puedo llegar a ser muy testarudo -aseveró él-. ¿De dónde eres? Me queda claro por tu acento que no eres de por aquí.

Ella le miró con expresión indescifrable antes de continuar la conversación.

- No... Soy europea, pero llevo en Estados Unidos muchos años. Ya sabes, de aquí para allá.

- Trabajo, ¿eh? -ella asintió-. ¿Vas a quedarte mucho tiempo más en Nueva York?

La mujer dio un corto trago a la bebida y la volvió a dejar sobre la barra antes de fijar la mirada en sus ojos.

- Sólo por ésta noche.

El hombre meditó durante un instante ésta información antes de volverse hacia ella, como movido por un súbito impulso.

- Déjame invitarte a salir.

Ella negó con la cabeza.

- Lo siento, pero hace mucho que no hago esa clase de cosas.

- Sin ninguna clase de compromiso -le aseguró-. ¿Qué tienes que perder?

La mujer desvió la mirada, escondiendo una sonrisa para terminar asintiendo con la cabeza.

- Nada de citas -dijo, deslizando un mechón de cabello rebelde tras de su oreja-. Pero puedo tomarme unas copas contigo.

- ¿Por qué? -sonrió, divertido-. ¿Tienes algo en contra de llegar a ser más cercanos?

- Cualquiera podría pensar que, en realidad, nos conviene a ambos. Después de todo, es sólo por una noche.

- Sólo una noche... -repitió, considerando lo que implicaban las palabras-. De acuerdo... Parece que hemos conseguido robar algunas horas... Y tengo toda la intención de hacer que cuenten.

- Acabas de conocerme -observó ella, juguetona-. ¿Cómo sabes que soy merecedora de tu tiempo?

- Llámalo instinto -respondió-. Algo me dice que me encantaría conocerlo absolutamente todo acerca de ti...

- No tenemos mucho tiempo... -la mujer se inclinó sobre la barra para poder aproximarse más, completamente perdida en la belleza de aquellos rasgos masculinos. Sus ojos... su nariz... su boca...-. Llegar a conocerme puede ser un objetivo demasiado ambicioso... Creo que preferiría dedicar éstos valiosos momentos a algo mucho más precioso... Como besarte...

En aquél momento, la atmósfera entre los dos cambió por completo, como si aquellas palabras, sumadas a su lenguaje corporal, hubieran activado algo que había permanecido latente hasta entonces. El hombre reaccionó a su proximidad acercándose a ella de igual manera, hasta que una de sus rodillas se abrió camino, separando sus piernas. Fue como si un extraño magnetismo se iniciara entre los dos. Habría sido absolutamente imposible para cualquiera que los mirase en aquél instante el creer que de verdad se acababan de conocer. Había demasiada tensión, demasiadas cosas que habían sido escritas pero jamás pronunciadas. Durante un larguísimo instante, pareció que iban realmente a besarse, pero, en el último momento, y como si le hubiese costado un profundo esfuerzo, el hombre consiguió apartarse.

- Créeme si te digo que pretendo hacer mucho más que eso... bastante más -admitió con la voz ronca-. Pero antes... me gustaría ir contigo a algún lugar donde podamos, simplemente, hablar durante un rato... Antes de darnos ese beso.



Las luces de Central Park creaban un ambiente mágico a aquellas horas, y hacía ya mucho tiempo que los últimos visitantes rezagados se habían marchado para disfrutar de los atractivos nocturnos de la Gran Manzana, así que, paradójicamente, aquél rincón junto al estanque del Puente Gapstow, que tan cerca estaba de una de las calles más transitadas de Nueva York, resultaba un remanso de paz tan sólo quebrantada por el ulular ocasional de algún ave nocturna.

- Y eso es todo lo que te puedo contar sobre mí... -musitó la mujer, sentada sobre las rocas más cercanas al estanque.

- Así que... la razón de que no aceptes citas es porque estás enamorada de otra persona... -comentó él, recostado a su lado-. Háblame de él. ¿Cómo fue?

La mujer se apartó el cabello de la cara, mirando al agua.

- Fue en mi primer año de universidad. Era la primera vez que alguien se fijaba en mí. Me trajo una rosa y me invitó a salir. No podía saber que no me gustan las flores cortadas, pero aún así me resultó un gesto adorable. Él era adorable. Y guapo, inteligente, divertido... Sabía que mi padre nunca permitiría que hubiera nada serio entre los dos, así que acepté pensando que sería sólo una diversión inofensiva y nada más. Nunca esperé sentirme tan... conectada a él. Como si fuéramos dos mitades complementarias. Como si nos conociéramos desde siempre. Y él era tan cálido y bueno... La amabilidad de su sonrisa, su bondad... No he conocido a nadie como él. Y tampoco he vuelto a sentir con nadie lo que sentí con él.

- Y después de todo éste tiempo... de todo lo que ha pasado... ¿dirías que... aún le amas? -su voz pareció cortarse, expectante. Ella le miró con intensidad.

- Nunca lo he admitido delante de él, pero no podría dejar de amarle aunque muriera mil veces -aseguró, y el latido de su corazón no se alteró en lo más mínimo.

- Antes dijiste... que os volvísteis a encontrar hace poco... ¿Qué te dijo?

- Que le gustaría empezar desde cero. Volver a conocerme de nuevo, dejando atrás el pasado.

El hombre se incorporó y se acercó más.

- Si le tuvieras delante ahora... ¿qué le dirías?

- Le diría... Matthew Murdock -respondió, mirándole a los ojos-. Sé que he cometido muchas equivocaciones en mi vida... Y sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero... si pudieras perdonarm...

Sus palabras quedaron interrumpidas por el súbito beso, intenso, apasionado y cargado de necesidad, encendiendo el fuego en sus entrañas.

- Elektra... ¿qué equivocaciones? -musitó cuando por fin se separaron, con la voz entrecortada por el deseo-. No tengo nada que perdonar... Después de todo... Nos acabamos de conocer...

Un nuevo beso la impulsó hacia atrás, donde un lecho de musgo les acogió en su seno, y las cálidas luces del parque les envolvieron para compartir su amor por primera vez... una vez más.

Eres el orgulloso nuevo propietario de Omega Manor.

Hace unas semanas, para tu sorpresa, recibiste una carta de tu abogado. En ella, Mr. Murdock te informaba de que un familiar lejano, ya fallecido, te había legado la propiedad en su testamento. No podía haber ocurrido en un momento más oportuno: tus negocios en Londres no estaban pasando por un buen momento. América, sin embargo, era conocida por ser la tierra de las oportunidades. Sin duda, no le importaría brindarte una al otro lado del charco.

Tras los arreglos pertinentes para trasladar tus pertenencias y tus negocios a América, compraste por fin el pasaje. Así, al llegar el día señalado, tomaste el barco que te llevaría a tu nuevo hogar.

El misterioso edificio, de indudable arquitectura inglesa, se recortaba contra el cielo, rodeado por varias casas más pequeñas de sobrio estilo americano. No te sorprendió descubrir que, en la ciudad, tu pariente fallecido había sido considerado un excéntrico. Omega Manor era contemplada muchas veces con el ceño fruncido. Había incluso quien aseguraba que la casa había sido testigo de muchos crímenes, o que estaba encantada.

Supersticiosos.

Para ti, lo más importante era retomar una vida normal lo antes posible. Pediste al servicio que desempaquetara tus cosas, retomaste tus negocios y buscaste un alienista en la ciudad que con quien poder continuar tu tratamiento. Encontraste la dirección de la Doctora Elissa Stavridis, a quien escribiste tan pronto como estuviste acomodado en Omega Manor. Ella te respondió ofreciéndote una cita aquella misma semana.

No fue la única carta que recibiste. Una vez hubieron comprobado que el nuevo ocupante de Omega Manor no era tan excéntrico como el antiguo, los vecinos empezaron a invitarte a sus recepciones y cenas de gala. Pronto trabaste amistad con dos caballeros americanos, Larry Lance y James Gordon, ambos mayores que tú; hombres honestos y padres de familia, con fuertes lazos con la policía.

Pronto te adaptaste a tu nueva vida allende del mar. Cuando no estabas absorto en tus negocios, charlabas con Larry y James en el Club de Caballeros, o acudías a las fiestas que celebraban en sus casas. También te reunías regularmente con Elissa Stavridis, a quien habías empezado a explicar los extraños sueños que te asaltaban desde tu llegada a la casa. Sueños en los que siempre aparecía un hombre alto, pálido y delgado, de cabello oscuro y rostro severo, que te contemplaba en silencio desde sus ojos oscuros donde parecían brillar estrellas lejanas.

Aquel viernes catorce de febrero te sentabas en tu estudio mientras las gotas de lluvia resbalaban por el cristal de la ventana. Sobre tu escritorio había dos cartas abiertas. En una de ellas, la Doctora Stavridis te invitaba a una sesión de terapia aquella misma tarde, en la privacidad de su domicilio de Aegean Street. En la otra, Larry Lance te ofrecía acudir a su domicilio en Drake Street para una velada musical protagonizada por su hija, Dinah. Tal vez Larry, llevado por su orgullo paterno, exageraba un poco; pero en su invitación aseguraba que jamás habrías escuchado una voz como la de la joven. Por supuesto, James Gordon y su familia también estaban invitados, por lo que tendrías la oportunidad de conversar con la señorita Barbara Gordon si acudías.

Frente a ti, un papel de carta en blanco y una pluma aguardaban que decidieras con cuál de los eventos comprometerías tu tarde. Mientras humedecías la punta de la pluma en el tintero, un movimiento en la calle llamó tu atención.

Una mujer vestida de negro, ataviada con un sombrero del que pendía un velo del mismo color, miraba a ambos lados de la calzada desierta por la lluvia. Iba sola, y se movía rápidamente bajo la lluvia. Tras comprobar que nadie la seguía, la viste dirigirse hacia un oscuro callejón.

Tu mirada saltó del cristal de la ventana al papel en el que aún no habías empezado a escribir, y después regresó al cristal, donde la mujer de negro ya desaparecía entre las sombras.

Había llegado el momento de tomar una decisión.