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Omega Universe - Foro de Rol de Marvel y DC
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Mensajes : 24 Fecha de inscripción : 18/04/2021 Localización : Red Room Empleo /Ocio : Espía Humor : You might think I'm cold-hearted. I am. I can't afford distractions. I've got work to do.
Tema: Prueba de rol para la Viuda Negra 16th Mayo 2021, 11:27
Teatro Bolshoi, Moscú. 1935.
Es el propio Rothbart quien da la entrada al escenario a Odile y Siegfried. El hechicero extiende los brazos en una abierta invitación; una presentación envuelta en los acordes de Tchaikovsky.
La Prima Ballerina pelirroja del Bolshoi ha sustituido el tutú blanco por las plumas negras, desvistiendo la regia postura de Odette para renacer como el seductor Cisne Negro.
Es el Tercer Acto. La fiesta del Príncipe Siegfried cuenta con una nueva invitada. Mientras Odile aletea grácilmente en el escenario, el público del Teatro Bolshoi se convierte cómplice del mismo engaño que ya han visto docenas de veces.
Pero nunca se cansan de verlo, ¿verdad?.
El Príncipe, confundido por el parecido de Odile y Odette, olvida el resto de la fiesta para correr tras ella. La bailarina se alza sobre las puntas de los pies en un cuidado relevé, y después se inclina en un silencioso ofrecimiento. Siegfried la toma de la cintura, y ella se sostiene sobre la punta del pie izquierdo, alzando la pierna derecha en un perfecto arabesco.
Y, mientras bailan juntos y él la lleva en el aire, Odile sonríe, segura de su victoria.
Teatro Bolshoi, Moscú. 1961.
Desde mi butaca tengo una vista privilegiada del palco de Sergei Ivanov. Tal y como decían mis informadores, hoy ha venido solo.
Eso lo hará todo más fácil.
En el escenario, Odile y Siegfried mantienen su pas de déux. Es uno de los momentos clave del tercer acto. Todos los ojos de la sala estarán puestos en el escenario; Ivanov lo sabe, y yo también.
Siegfried alza a Odile, y la suelta, y la alza, y la suelta. Ella danza, y él la sigue un paso por detrás, extasiado. Odile finge entregarse. Mira al Príncipe de vez en cuando; incluso lo coge de la mano. Pobre iluso. Cuando él le rodea la cintura, ella extiende los brazos.
La señal de Ivanov. Y la mía.
Lo veo levantarse de la butaca y cruzar la puerta hacia el antepalco. Lo imito desde mi asiento en la platea, deslizándome con discreción hacia una de las salidas laterales. Nadie me presta la menor atención.
Conozco el camino. La música de Tchaikovsky se amortigua al salir al pasillo. Odile se está deslizando hasta el suelo. Tengo exactamente diez minutos hasta que termine el tercer acto y los pasillos se llenen de gente.
Mientras avanzo, mi mente sigue trazando los movimientos de Odile con absoluta precisión. Cuento los fouettés, los arabesques; me los sé de memoria.
Pokazhi mne, kak ty tantsuyesh', Balerina.
Nadie sale a mi encuentro. Justo en el momento previsto, doblo una esquina y las escaleras aparecen ante mí. Oigo los pasos de Ivanov repicando en el tramo superior. Antes de que él aparezca frente a mí, me desvío hacia el lateral de la escalera y pego mi cuerpo a la pared. Él dobla la curva y sigue descendiendo. Pasa a escasos metros de mí, pero no repara en mi presencia. Él tiene prisa. Y yo soy una sombra.
Cuando Ivanov desaparece al final del pasillo, yo abandono mi escondite. Tomo el mismo camino que él, en sentido contrario.
Esperaré cómodamente en el antepalco a que él vuelva de su cita.
Teatro Bolshoi, Moscú. 1935.
Siegfried la deja ir; Odile sonríe.
Danza sola, justo fuera de su alcance. Pero él siempre vuelve para reclamarla. Y Rothbart, que ha visto a la blanca Odette al otro lado de la ventana, apremia a Odile desde el borde del escenario. No tienen tiempo para distracciones: debe cumplir con su cometido.
Y así empieza una danza a tres; Odile baila con el Príncipe y con su padre. Se empieza a tensar la red.
La segunda vez que acude a Rothbart, él le susurra al oído y la empuja de vuelta; y ella gira, y gira, y gira, volviendo obedientemente a los brazos de Siegfried y a su falso pas de déux. En los brazos del danseur, la bailarina pelirroja se arquea más y más, hasta que puede contemplar, del revés, al público que hay a su espalda. Todos parecen contener el aliento al otro lado del escenario.
En el rostro de Odile no está escrito el dulce abandono de una enamorada. No. Lo que luce el Cisne Negro en el rostro es una sonrisa de triunfo.
Juega con el Príncipe. Cuando él trata de besar su mano, ella se escabulle, volviendo con su padre… dispuesta a recibir nuevas instrucciones. Mientras Siegfried reanuda su baile, ajeno a lo que sucede a sólo unos pasos, Odile escucha a Rothbart con atención. Y, finalmente, el hechicero la envía de vuelta por última vez.
Esta vez sí. Odile entrelaza sus dedos con los de Siegfried, y se deja rodear por sus brazos. Finge entregarse a él, con deliberada lentitud. Le hace creer que es suya. Pero siempre, siempre, volverá danzando a su padre.
Lo ha hecho una y otra vez, pero el Príncipe no parece haberse percatado de ello. No es capaz de ver los hilos que Rothbart maneja.
¿No quiere, o no puede?, se ha preguntado, desde que era niña, la bailarina pelirroja.
Lo único que sabe es que, cuando ella se deja caer, él siempre la sostiene sin pensarlo.
Durak.
Teatro Bolshoi, Moscú. 1961.
Cuando Ivanov regresa a su salón privado, ya me he servido un vaso de su mejor vodka.
Al principio, no se da cuenta. Cruza el umbral mascullando algo sobre el frío. Cierra la puerta tras él. Se quita el sombrero. Lanza su abrigo sobre una silla cercana y avanza hacia el interior, frotándose las manos.
Tarda unos segundos en verme; sentada en la butaca, con la pistola en la mano. Después ve a su asistente al otro lado de habitación, con una mancha roja extendiéndose sobre la camisa. Cuando por fin comprende la situación, los ojos de Ivanov se abren de par en par y el color abandona su rostro. Está a punto de retroceder hacia la puerta. De gritar pidiendo ayuda.
Pero el cañón del arma que lo apunta lo disuade de inmediato.
-Por favor, tome asiento, Camarada Ivanov, le digo, señalando la butaca que hay frente a mí con un gesto de la mano libre.
La primera emoción es rabia. No le gusta sentirse intimidado en su propio territorio.
Me mira. Aprieta los puños. Mira el arma. Obedece.
-¿Qué está haciendo aquí? Esto es un palco privado. -dice. El sudor empieza a resbalar por su cráneo rapado. Una parte de él ya conoce la respuesta a la pregunta.
Espero a que se siente. Y lo hace, despacio, bajo la amenaza del arma. Sin perderla de vista.
Entonces, me quito la peluca con la mano libre, dejando que la melena pelirroja enmarque mi rostro. El reconocimiento se asoma bruscamente a sus ojos, seguido por algo más. Algo que conozco bien: Miedo.
Los músculos en su mandíbula se contraen. Una gota de sudor se desliza por su frente.
Al menos sabe reconocer una sentencia de muerte cuando la tiene delante.
-Camarada Romanova-dice, ensayando una sonrisa. Hay tanta tensión en su mandíbula que sólo consigue una mueca. -N-no sé a qué debo el honor de esta visita...
Era evidente que jugaría la carta de la inocencia. Lo veo arquear las cejas en su mejor imitación de la confusión. De no saber de qué va todo esto. Pero los dos sabemos que pierde el tiempo. Y la música que se filtra a través de la puerta me señala que yo, al menos, no tengo tiempo que perder.
-¿Prefiere que mantengamos esta conversación en inglés, Tovarishch? -le pregunto, cambiando de idioma sin esfuerzo. James ha hecho un buen trabajo conmigo-. Sugerí a nuestros superiores que invitaran a su amigo de la CIA a nuestra pequeña reunión... Pero ellos han preferido que se marchara lo antes posible a los Estados Unidos con la información que usted le ha dado. Información falsa, por cierto. Nos hemos asegurado de ello.
Ivanov palidece más aún. Acaba de convertirse en el cisne más blanco del Lago.
-¿Desde cuándo lo sabían? -inquiere. Y le agradezco que nos saltemos el resto del numerito en que él finge no comprender de qué le hablo.
-¿Con certeza? Desde esta misma noche. -respondo, empujando el vaso de vodka hacia él por encima de la mesa. Cuando lo coge, su mano izquierda tiembla.
Él no responde enseguida. Da un largo trago a su vaso. Necesita unos segundos para pensar una estrategia. Para buscar una salida de esta conversación.
No la hay.
-¿Sabe qué es lo peor de ser un agente doble, Camarada? Que nunca se sabe de qué lado va a venir la bala que termine con todo. Pero seré generosa. Va a hacerlo usted mismo.
Aunque intenta dejar el vaso en la mesa, su pulso tiembla tanto que sólo consigue volcarlo, derramando el poco vodka que todavía queda.
-Por favor -suplica- Tengo un hijo…
Mi expresión es de ligero hastío. Sé perfectamente cuántos hijos tiene, cómo se llaman, a qué escuelas van. He hecho bien mi trabajo.
-Usted también es hijo de alguien, Ivanov -replico- Y la Madre Rusia está muy decepcionada con su actuación.
La música procedente del otro lado de la puerta se precipita a un crescendo. El enfrentamiento entre Rothbart y Siegfried. El cuarto acto está terminando.
Ivanov me mira. Los dos sabemos lo que viene ahora.
-¿Quiere escribir una nota? -le pregunto.
Él niega con la cabeza, apretando los dientes. Me levanto con la pistola en la mano. Él se endereza en su asiento.
Cambio el arma de mano. Mis informes decían que era zurdo, y cuando ha cogido el vaso de vodka lo ha confirmado.
Sé que es un trabajo doméstico, y eso significa que no tengo que ser tan cuidadosa. Mientras mi actuación no sea evidente, la Policía soviética no se hará preguntas. No buscará contradicciones.
Pero no me gustan las chapuzas. La Viuda Negra no deja huellas.
Me coloco tras él y le pongo una mano en el hombro. Me inclino ligeramente, hasta que nuestras cabezas están a la misma altura. Hasta que soy su sombra.
Apoyo el cañón en su sien.
-Proshchaniye, Tovarishch -murmuro, por encima de los últimos acordes de Tchaikovsky.
El silenciador ahoga la mitad del sonido del disparo. La otra mitad se pierde entre los aplausos del público del Bolshoi.
Ahora sólo quedan los detalles.
Cierro los dedos de su mano izquierda sobre la culata del arma. Vuelvo a enfundarme la peluca rubia. Y grabo mi marca en la madera del reposabrazos de su butaca; apenas un arañazo, en forma de reloj de arena. Suficiente para quien sepa buscarlo. Insignificante para quien no conozca las marcas de la Sala Roja.
Descuelgo mi abrigo del perchero de Ivanov y me lo pongo sobre los hombros, abotonándolo por encima de mi vestido negro. Me rodeo el cuello con la bufanda. No es necesario que busque los guantes; ya los llevo puestos.
Al cabo de unos minutos, ya me he mezclado con la riada de gente que abandona los balcones de la segunda planta.
Una más entre la multitud que abandona el teatro.
Teatro Bolshoi, hoy.
Hay un ensayo general en el escenario. Me detengo a mirarlo desde el otro lado de la cortina.
La bailarina que interpreta a Odile se pone de puntillas y regresa con Siegfried sin dejar de mirar a su padre, retrocediendo a pequeños pasos sobre su perfecto relevé. Es buena. Muy buena.
El danseur la aguarda con los brazos abiertos, arrodillado. Odile se inclina sobre él, dispuesta a oír la declaración de amor eterno que debería haber sido para Odette. Firmando el trágico final para la Princesa Cisne y su enamorado.
Bailan una vez más, girando lentamente; Odile saborea su triunfo. A su alrededor, toda la danza se ralentiza. Se congela. La cuenta atrás hacia el final de la obra ha comenzado.
Ambos bailarines se vuelven hacia un público invisible. Y, después, se miran entre ellos. Ella, satisfecha con su victoria. Él, condenado sin saberlo.
-¿Señorita Vasilieva? Me han dicho que quería verme. ¿Está buscando a alguien?
Me aparto de la cortina y me vuelvo hacia el encargado, con una sonrisa ensayada en el rostro.
-Sí, estoy aquí de parte de Intermedia Productions. Me preguntaba si podría hablar con Alex Sterelny. Es un viejo amigo, ¿sabe?
El hombre me mira y acaricia su barba blanca, pensativo.
-¿Sterelny? -repite.
-Sí, es uno de sus profesores. Pero puede que esté retirado, o...
Él niega con la cabeza.
No puedo creer que vuelva a ocurrir.
-Lo siento -responde- Llevo treinta años trabajando para el Bolshoi. Y no recuerdo a nadie con ese nombre. ¿Está segura...?
No. No estoy segura.
Ya no estoy segura de nada.
Moscú, esta noche.
No importa cuántas veces salves el día. No importa que seas oficialmente uno de los buenos. No se trata de compensar nada. El mundo no es una balanza.
No funciona así.
Sentada junto a la ventana de mi habitación de hotel, con mi segundo y último vaso de vodka en la mano, contemplo la iluminada Moscú. Y siento que el mundo ha cambiado, pero yo no.
Al otro lado de la plaza Teatralnaya se alza el Bolshoi. Otro superviviente, como yo. Un viejo amigo al que siento que no conozco del todo bien.
Hay cosas que sucedieron de verdad en el Teatro Bolshoi. Algunas os sorprenderían. Por ejemplo, que el estreno del Lago de los Cisnes fue un completo fracaso. O que el desenlace trágico del ballet original fue sustituido por un final feliz durante el régimen soviético. O que Sergei Ivanov, alto mando de la KGB, se suicidó en su palco privado la noche del 12 de febrero de 1961, tras disparar a su asistente personal.
Pero hay cosas que nunca ocurrieron aquí.
Alex Sterelny, mi instructor de danza, nunca existió.
Natalia Romanova nunca fue Primera Bailarina.
No comprendo por qué recuerdo los pasos de Odile. Los he repetido antes, con la luz apagada. Si no fue verdad, no entiendo cómo. Porque todavía oigo la música. Todavía veo los rostros del público.
¿Hay algo de esa época que fuera real?
Apuro mi vaso. Conozco la respuesta.
Los asesinatos. Las misiones de espionaje. El día en que me enseñaron a partirle el cuello a un hombre desde detrás. Estoy segura de que todo eso fue real.
La pantalla de mi teléfono se ilumina. Lo ignoro. Sé que es Furia, llamando por octava vez. Y no puedo volver con S.H.I.E.L.D. Todavía no. Necesito pensar. Necesito respuestas.
-No tendrías que haber vuelto a casa, Natalia Romanova -me digo, en la penumbra de la habitación.
No tendrías que haber vuelto a casa.
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Tema: Re: Prueba de rol para la Viuda Negra 19th Mayo 2021, 14:39
¡INCREIBLE! Prueba de rol aprobadísima, puedes subir la ficha cuando quieras, supongo que hay hueco en mi telaraña...