Wakanda, Necrópolis. 9 de Marzo de 2018, por la noche.
La Ciudad de los Muertos estaba totalmente en silencio. Ningún ruido osaba perturbar el sueño de los reyes que ya habían partido al Más Allá. Ninguno, ni siquiera los pasos del que descendía por las inmensas escaleras de caracol que conducían a las entrañas de la tierra. T'Challa. El hijo de T'Chaka. Al menos, uno de ellos. Otra de las descendientes de la anterior Pantera se encontraba con él allí, aquella noche salpicada de estrellas. No estaba muerta, como el resto de monarcas que la acompañaban en su sueño. No, respiraba como su hermano mayor, pero tampoco estaba viva. El hombre vestido de negro llegó al fondo, y pulsó un diminuto botón para hacer que el traje mostrara su rostro, deshaciéndose en las fibras de las que estaba compuesto. Aunque veía perfectamente a través de los ojos de la Pantera, sentía que necesitaba mirarla directamente, sin barreras. Shuri. Las princesa de Wakanda flotaba en una urna del color del ámbar, dirigiendo su mirada perdida a ninguna parte. Aún vestía su traje, el que había llevado cuando se enfrentó a Thanos y el resto de la Cábala... Protegiendo su hogar, el de todos. Y lo había conseguido... Aunque a un precio quizás demasiado alto. T'Challa apoyó una mano enguantada en el cristal, deseando hacerlo desaparecer... Que todo aquello desapareciera, que Shuri estuviera bien. Que el Titán Loco no la hubiera condenado a su hermana a aquella cárcel de oscuridad y silencio, a caminar por la línea que separa a los vivos de los muertos. Que todo su reino no hubiera estado a punto de desaparecer para siempre. Al cabo de unos minutos, se apartó de la urna, despacio. Había venido a comprobar que todo fuera bien, al fin y al cabo, y eso iba a hacer. Se quitó el guante de la mano derecha, y apoyó la palma en un sensor con forma de panel que había en un lateral. Milésimas de segundo después, una serie de pantallas holográficas emergieron delante de él, iluminando con su luz dorada y rojiza la sala.
En ellas, se podía comprobar todo lo necesario sobre el estado de la princesa. Desde el pulso, lento e irregular; hasta la respiración o cualquier movimiento. Si los hubiera. T'Challa suspiró y bajó la cabeza, cansado. Todo seguía igual. Ahora empezaba a comprender por qué su tío, S'Yan, le había devuelto el trono tan gustoso cuando estuvo preparado para tomarlo. La corona pesaba demasiado, no era agradable llevarla. Por que su peso era el de sus responsabilidades con su país, con su familia, y consigo mismo. Una responsabilidad a la que había fallado. No sólo con la caída de Shuri: Wakanda se había convertido en un caos durante su ausencia, inflamada por el odio que la mujer de verde inspiraba en los corazones de sus compatriotas, aterrorizada por los bandidos, y sometida por los altos cargos corruptos que hacían su ley allí donde su rey no pudiera verlos.
Y se encontraba tan cansado, que sentía como si hubiera envejecido varios años en esos últimos meses. Hizo desaparecer las pantallas que le decían que su hermana no se despertaría aquella noche, dejando que la penumbra lo rodeara, y se preparó para partir de vuelta al palacio. Necesitaba descansar: Había encontrado el paradero de Zenzi, la misteriosa mujer que tantos problemas estaba causando, y al día siguiente iría a buscarla para llevarla ante la justicia. Era demasiado peligrosa como para permanecer libre por Wakanda, pensó mientras volvía a ascender los escalones de piedra bañados por la luz de la luna. De pronto, se escuchó un estruendo que quebró la quietud imperante. El rey se tensó, volvió a cubrir su rostro y aceleró el paso, casi volando sobre los últimos escalones que lo separaban de la superficie. Salió de Necrópolis a toda velocidad, sus botas de vibranium amortiguaban sus pasos y los reducían a susurros. Y allí, al borde del acantilado desde donde se dominaba todo el reino, lo vio.
El monte Kanda, una de las montañas más altas de Wakanda, había entrado en erupción. Su sangre ardiente quemaba la tierra, y su aliento gris y asfixiante envenenaba el cielo. A T'Challa le faltó tiempo para enviar una señal a través de su traje, advirtiendo a Akili, jefe actual de los Hatut Zeraze, de que tenían que evacuar todo lo que se extendía ante la montaña. Pero tardarían, no llegarían a tiempo para salvarlos a todos. Él también tenía que actuar. Con ese pensamiento, dirigió una última mirada a Necrópolis, y se alejó de ella, corriendo en dirección al jet que había posado a unos metros de distancia. La seguridad de sus súbditos estaba por encima de la de una sola persona, a pesar de que fuera su hermana. Apenas le costó unos minutos despegar: Cada segundo era crucial en esos momentos. Tenía que llegar a la Ciudad Dorada, la capital, antes de que lo hiciera la ola de fuego que amenazaba con hacer arder hasta el último de sus habitantes, que dormían sin saber que a pocos kilómetros de ellos había un volcán en erupción. Pero aún así, llegó tarde. Los gritos de terror y el crepitar de las llamas lo recibieron tan pronto como puso un pie en la ciudad. La gente huía hacia el oeste, conducida por escuadrones de guardias armados con lanzas. Podía notar su temor, igual que sentía el suyo propio.
-¡Majestad!-Akili gritó, llamando su atención. Su traje, otrora blanco, estaba manchado de negro, rojo y marrón. -¡Akili! ¿Se han desplegado ya todos tus hombres? Necesitamos asegurarnos de que todos los civiles puedan salir de la ciudad.-Un estruendo ahogó la respuesta del otro hombre, hiriendo los oídos de T'Challa. Un edificio había comenzado a derrumbarse a pocos metros de allí, consumidos sus cimientos por el magma. En una ventana, se adivinaba la silueta de un niño, atrapado. La Pantera Negra no se lo pensó: La fachada del edificio era muy irregular en un lateral, por lo que pudo escalarla con facilidad con ayuda de sus garras y las botas de vibranium. Le faltaban unos metros apenas, el niño ya había corrido hacia el lugar por donde el rey estaba subiendo. Pero cuando T'Challa miró al cielo... Una luz morada atravesó el humo, intensa como cien soles, y lo cegó, haciéndolo soltar su agarre sobre la pared. El rey de Wakanda cayó al vacío...