El caballero de otro mundo (Kah’An Khur du Thar) (+18) [18/07/2018]

El Grant Park Music Festival llevaba siendo una tradición en Chicago desde 1931, cuando el alcalde Anton Cermak propuso realizar una serie de conciertos gratuitos para animar el espíritu de los ciudadanos durante la Gran Depresión, y desde entonces se celebraba todos los veranos al aire libre en el Jay Pritzker Pavilion del Millennium Park, con el impresionante Skyline de Chicago como telón de fondo para una experiencia única conducida por la Grant Park Symphony Orchestra.

Los conciertos duraban 10 semanas, desde junio hasta agosto, y aunque eran gratuitos si los escuchabas desde la explanada del parque, tenías la opción de solicitar un Experience Pass que te permitía acceder a los asientos más cercanos al escenario por un precio únicamente disponible para la élite de Chicago, entre la cual, por desgracia, se contaban algunas de las principales familias de la mafia de la ciudad.

Y precisamente a uno de ellos iba Elektra buscando aquella noche. Vestía de una manera que no desentonaba con la mayoría de gente reunida, con un look boho consistente en unos shorts vaqueros, unas botas de tacón negras al tobillo, un top básico, un sobrevestido de encaje transparente que llegaba hasta el suelo y un sombrero para resguardarse del sol de mediados de julio. También llevaba un alargado bolso negro cuyo contenido era bastante más mortífero de lo que cualquiera habría podido imaginar a simple vista...

La atractiva mujer presentó su pase al guardia de seguridad y se dirigió con paso firme hacia su asiento, justo detrás del del capo que se había convertido en su objetivo aquella noche. Thaddeus Ross tenía sus contactos y había sabido mover bien los hilos. Nadie reparó en la aparentemente inocua joven que se sentaba detrás de aquel asiento, y la atención de todos estaba tan focalizada en los desgarradores acordes de la Overtura de Tannhäuser en su apogeo que nadie reparó en la repentina protuberancia puntiaguda que emergía de la camisa del hombre, justo encima de su corazón. El mafioso profirió un barboteo ahogado que quedó anulado por la armoniosa música de los violines y la cabeza cayó inerte sobre su pecho. Elektra retiró el sai del respaldo del asiento con la misma destreza y precisión con la que lo había clavado y, sin molestarse en limpiarlo, lo volvió a guardar en el interior de su bolso.

Esperó tranquilamente unos minutos antes de levantarse e iniciar el camino de retirada por entre las butacas. Si todo salía conforme a lo calculado, para cuando la gente se diera cuenta de que el tipo no estaba dormido sino muerto y empezaran los gritos, ella ya habría podido salir de la zona Vip y mezclarse con las más de 200.000 personas que llenaban la explanada, lo cual unido a sus habilidades haría absolutamente imposible que pudieran encontrarla. El General estaría satisfecho.

La misión había sido fácil. Quizás demasiado fácil. Había una cosa que la inquietaba, y es que no había podido localizar a todos los guardaespaldas del objetivo. Había memorizado los rostros y complexiones de todos, y había un par de ellos de los que no había encontrado el menor rastro. Eso no le gustaba, y, si se tratara de alguien más precavido, quizás habría sido motivo para cancelar el ataque de aquella noche, pero Elektra había aprendido con los años a confiar en sus propias capacidades. Sabía que era buena, y eso la llevaba en ocasiones a arriesgarse demasiado.

Mientras navegaba por entre el mar de espectadores del concierto iba escrutando el entorno, pendiente de localizar cualquier elemento extraño o sospechoso que pudiera indicar que algo iba mal.

Todo parecía normal... excepto por un hombre.

Era alto, muy alto, demasiado incluso para la media americana, y se cubría con una sudadera con la capucha echada, lo cual era bastante raro en una noche como aquella, no sólo por las elevadas temperaturas sino por la ausencia de sol. Usar capucha de noche tenía casi tanto sentido como usar gafas de sol en un entorno cerrado.

No podía evitar ser desconfiada. En su línea de trabajo no se llegaba lejos sin serlo. Posiblemente no sería nada, pero... Necesitaba comprobarlo.

Simulando una torpeza que estaba lejos de poseer, apareció repentinamente ante él, provocando el choque. El tipo ni se inmutó, y su pecho estaba duro como un roble.

- ¡Oh! -exclamó, fingiendo que perdía el equilibrio con las botas de tacón.

La fuerza de la que hizo gala al sostenerla no la sorprendió. Ya había intuido algo así al notar la robustez de su cuerpo. Lo que sí le llamó la atención fue la rapidez de sus reflejos. La gente normal no solía reaccionar así de rápido. Elektra estaba acostumbrada a tratar con muchos guerreros, y la manera en la que aquél hombre había reaccionado le recordaba demasiado a los entrenamientos en el dojo.

Alzó la mirada para obtener un buen vistazo del rostro que se ocultaba bajo aquella capucha y quedó atrapada por unos ojos del color de la sangre que se fijaron en los suyos durante un tiempo que pareció interminable, eliminando cualquier rastro de duda que pudiera quedarle a la ninja acerca de la naturaleza no humana del desconocido.

La frase que le dedicó después también la descolocó un poco. ¿Mujer? ¿Quién hablaba así en aquella época?

El hombre le miró el bolso, y por un instante pensó que quizá querría robárselo, pero al final pareció perder el interés, se apartó, volvió a cubrirse con la capucha y se marchó en dirección a un grupo de árboles.

Elektra se alejó hacia un lugar apartado y poco iluminado entre la fronda y allí se desnudó, quitándose la sobrecamisa y los shorts revelando el verdadero conjunto que ocultaba. Al despojarse del sombrero dejó al descubierto el pañuelo rojo tan característico que siempre la acompañaba, y, finalmente, se deshizo de los incómodos tacones descubriendo las infinitamente más prácticas botas tabi rojas, un calzado mucho más silencioso y que la ayudaría a pasar desapercibida y a trepar con mayor facilidad. Después de sacar los sais del interior del bolso los sujetó con las cintas rojas que rodeaban sus muslos y se deshizo de las incómodas prendas ocultándolas en el interior de unos arbustos. Luego utilizó las técnicas del Shinobi Iri* para llegar cerca de donde el hombre de ojos rojos se había ocultado y poder observarle. Acercándose al grupo de árboles tras el que había desaparecido, se encaramó con la agilidad y rapidez de un gato, y, allí entre las sombras, totalmente fusionada con su entorno, le observó.

Parecía que ella no era la única que había experimentado la súbita necesidad de despojarse de ropa sobrante... Ladeando la cabeza en ademán apreciativo estudió los abdominales perfectamente cincelados de aquél torso poderoso, los músculos abultados de sus brazos, la melena desordenada y salvaje, la mirada feroz... Se mordió levemente el labio inferior. Era tan grande como Mac, pero con el atractivo primario de Tekagi. Si no fuera porque aquella mirada era la de un hombre peligroso quizá juguetearía con la idea de...

Un súbito chasquido procedente de uno de los matorrales le hizo girarse abruptamente en esa dirección. Desde su altura Elektra podía ver que no se trataba de nada, posiblemente una de las muchas ardillas que frecuentaban el parque, pero aprovechó la momentánea distracción del hombre para saltar al suelo a su espalda, aterrizando tan sigilosamente como una sombra, y, en un movimiento fluido, ponerle la punta del sai en la garganta desde atrás.

- ¿Quién eres y qué estás buscando aquí? -le susurró al oído.

La rápida y hábil reacción del hombre confirmó sus sospechas: efectivamente, se trataba de un guerrero. Y uno increíblemente fuerte. Gracias a su entrenamiento con La Mano y a los talentos otorgados por La Bestia, Elektra había alcanzado el pináculo de la capacidad física de una mujer humana. Era bastante más fuerte que cualquiera, e incluso más que un hombre medio, y, sin embargo, la fuerza del alienígena la superaba con creces, haciendo que le resultara imposible defenderse de aquella llave incluso a pesar de sus habilidades de combate. Sólo había un hombre que había conseguido inmovilizarla de aquélla manera con anterioridad... Tekagi. Sólo que Tekagi había sido bastante menos delicado. Le daba la impresión de que aquél hombre se estaba conteniendo, y eso le pinchaba el orgullo.

- Si piensas que tienes que controlarte porque soy una mujer, Kah'An... Te equivocas.

El hombre era fuerte, y su técnica era buena, pero había cometido un error al emplear con ella la llave china "mataleón": una vez aplicada era prácticamente imposible liberarse (especialmente con alguien tan fuerte como él), siempre y cuando el asaltante terminara de unir los brazos, cerrándola. Pero Kah'An no lo había hecho, y Elektra pensaba utilizar la apertura para escapar.

Con la mano que aún tenía libre agarró el brazo que rodeaba su garganta y se inclinó hacia adelante, utilizando la propia fuerza del hombre en su contra para proyectarle por encima de su cabeza. La inercia provocó que soltara el brazo armado, pero no tenía intención de volver a usarlo aún. Mientras Kah'An se recuperaba del impacto contra el suelo ella deshizo el pañuelo rojo que mantenía el cabello sujeto y fuera de su campo de visión y lo pasó por el cuello del caído. Sin molestarse en ofrecerle la misma consideración que él había tenido con ella, apretó lo suficiente para que empezara a notar la sensación de ahogo al tiempo que se sentaba a horcajadas sobre él, manteniéndolo contra el suelo por su propio peso, e, inclinándose hacia él tanto que sus labios podrían tocarse, respondió a su pregunta...

- Dudo mucho que nadie pudiera considerarme una "humana corriente"... Me llamo Elektra -dijo, y mientras con la izquierda apretaba el lazo que envolvía la garganta del hombre, utilizó la diestra para apoyar la punta del sai directamente sobre su nuez-. ¿Para qué has venido a éste mundo? Y no me mientas. Como me mientas... -presionó levemente la punta del sai sobre su garganta con la intención de hacer brotar una mínima gota de sangre... Pero, para su sorpresa, le fue imposible traspasar la piel.

- Ahí es donde te equivocas -respondió la mujer, sin amedrentarse en lo más mínimo por la cercanía del guerrero a su rostro, a pesar de que ahora era él quien tenía la posición de superioridad respecto a ella.

Elektra le estaba empezando a respetar mucho; no sólo había conseguido darle la vuelta nuevamente a la situación, sino que la maniobra de agarre había sido ejecutada a la perfección, demostrando que sabía lo que se hacía. Se había situado sobre su caja torácica, manteniéndose así alejado de sus piernas y de un posible ataque por la espalda. Tenía los brazos prácticamente inmovilizados y apenas podía mover la cabeza. Cualquier otra persona habría quedado ya inmovilizada, pero a ella no se la dejaba indefensa tan fácilmente. Apoyando los talones firmemente contra el suelo impulsó la pelvis bruscamente hacia arriba, provocando que Kah’An perdiera el equilibrio. Normalmente no debería haber funcionado en un individuo tan pesado, pues no debería haber sido capaz de levantarle, pero en aquellos momentos el alienígena se encontraba experimentando ciertas... "dificultades técnicas" que habían desequilibrado su centro, obligándole a inclinarse hacia un lado y facilitando por tanto la maniobra de la guerrera. Impulsado por el repentino empujón, Kah’An cayó hacia adelante, moviendo sus brazos por puro reflejo para apoyarse en el suelo, con lo cual dejó libre el brazo que hasta hacía un segundo había mantenido inmovilizado. Sin perder un segundo, la ninja rápidamente le rodeó la cintura con ambos brazos, le apresó el pie, que, al caer hacia delante había retrocedido por reflejo hacia atrás, con su propio pie, y giró sobre sí misma siguiendo la inercia del lado hacia el que ya estaba inicialmente inclinado el moreno, dejándolo una vez más a él en el suelo en su lugar y quedando ella incorporada entre sus piernas. Sólo que ésta vez no volvió a intentar inmovilizarle. Ante un contrincante que era mucho más fuerte que ella la única manera que tenía de mantenerle inmovilizado era bajo la amenaza de resultar gravemente herido o muerto por el sai, pero aquello ya había demostrado no funcionar con Kah’An, y no iba a repetir por segunda vez el mismo error, así que dio un salto mortal hacia atrás impulsándose con las rodillas flexionadas y rodó hasta quedar muy lejos del alcance del hombre, manteniéndose en posición defensiva con el sai que aún sostenía en la mano.

- En toda mi vida no he tenido una sola experiencia positiva con alienígenas. Siempre que me he topado con alguno tenía la intención de destruir, colonizar, arrasar o conquistar la Tierra. Una vez no hace mucho fui incluso hecha prisionera por el Imperio Skrull.

Se estremeció al recordar las torturas y los experimentos que habían realizado con ella mientras estuvo bajo su poder. Nadie se dio cuenta de su desaparición porque enviaron a una agente Skrull caracterizada como ella para hacerse pasar por ella y de paso sembrar el caos a su paso. Su reputación todavía se estaba recuperando de los estragos que la usurpadora había causado en su nombre.

- Así que te corrijo, Kah’An... los asuntos que tengas en éste mundo, mi mundo, sí son de mi incumbencia. Te he seguido porque noté algo raro en ti cuando me sujetaste. Y respecto a por qué estoy aquí... -sus labios se curvaron en una leve sonrisa burlona-. ¿Qué pasa? ¿Acaso no puede una chica disfrutar de una noche agradable con buena música? Éste es mi mundo. Creo que, si acaso, tendría que preguntarte yo a ti qué estabas haciendo aquí.

La última pregunta la obvió a propósito. A cualquier otro le habría dicho que no le gustaría conocer la respuesta, pero de lo poco que había visto de aquél guerrero empezaba a sospechar que quizás, en su caso, sí le iba a gustar, y eso no sería nada, nada bueno...

A lo lejos empezaban a escucharse las sirenas de la policía, y se podía intuir cierto revuelo entre los asistentes al espectáculo. La música se había detenido. Elektra maldijo para sus adentros. Todo aquello la había retrasado, y ya deberían haber descubierto el cadáver. Cuando más tiempo se quedara allí, más probabilidades había de que la descubrieran y la relacionaran con el asesinato. No podía permitir dejarse atrapar entre dos frentes. Tenía que salir de allí como fuese.

- Tal como yo lo veo, hemos llegado a un punto muerto -siguió diciendo-. Al parecer, no puedo derrotarte, y créeme, que después de tener claras cuáles son tus capacidades no pienso dejar que vuelvas a acercarte lo suficiente como para derrotarme a mí. Así que podemos pasarnos el resto de la noche mirándonos fijamente o llegar a alguna clase de acuerdo o compromiso... ¿cómo lo ves? Y por cierto... -su mirada descendió juguetona hacia el bulto que se adivinaba en su entrepierna-. Si necesitas una ducha fría, el río está, literalmente, a diez minutos de aquí.

- Enterrar el hacha de guerra... Hablar... Conocernos mejor...

No parecía que Kah'An fuera como los Skrull, los badoon o cualquiera otra de las razas alienígenas que habían intentado conquistar su planeta. De lo contrario, ya estaría capturada o muerta, pero lo cierto era que el extranjero no había intentado hacerle daño real. Prácticamente lo único que había hecho había sido defenderse. Elektra no era una mujer confiada, pero dadas las circunstancias estaba dispuesta a darle al hombre una oportunidad. Además, no podía negar que le gustaba lo que veía.

Para su sorpresa, aceptó la propuesta de broma que le había hecho de ir al río. No tenía claro si es que se lo había tomado en serio o que simplemente le parecía un buen destino al que dirigirse, pero en cualquier caso a ella le interesaba poner distancia rápidamente entre las sirenas de policía y ella, así que no puso objeciones.

El Millennium Park estaba en pleno Chicago, así que de camino hacia el río tuvieron que pasar por varias calles transitadas. La gente se les quedaba mirando como si fueran... bueno, más o menos lo que eran. Para llegar al río tuvieron que atravesar una carretera y después bajar un largo tramo de escaleras hasta llegar al paseo, una bellísima ribera cubierta de luces, árboles y vegetación.


También había numerosas terrazas para tomar algo disfrutando del paisaje, pero afortunadamente era miércoles, no viernes, y en julio la mayoría de la gente aún estaba trabajando, porque Elektra no tuvo apenas ocasión de advertir al gigante antes de que éste comenzara a desnudarse y a meterse en el río como si no se encontrasen en una de las ciudades más pobladas del mundo. Echó un vistazo en derredor para asegurarse de que estaban solos antes de dedicarle al hombre una mirada apreciativa, pasando sin pudor alguno por cada gramo de músculo tonificado y definido. Se mordió ligeramente el labio inferior y sonrió con malicia. Claramente no tenía nada de lo que avergonzarse.

- Al parecer, una de las cosas que tienes que aprender de los humanos es que no llevan bien las muestras de exhibicionismo gratuito. Para la mayoría de ellos la desnudez es algo de lo que escandalizarse o avergonzarse.

Se sentó en el cemento que marcaba el borde del río cruzando las piernas, dejando claro por su sonrisa y su actitud relajada que ella no era una de esas que se escandalizaban o avergonzaban. Mientras estuvo en La Mano la habían enseñado a usar su cuerpo como arma o herramienta a la hora de acceder a sus objetivos, así que para ella estar desnuda era tan natural como respirar, y por lo que veía, para Kah'An también. Le recordaba un poco a su amigo Lobezno. Evidentemente no por el físico, sino por la actitud general.

Cuando hizo el comentario acerca de la ribera del río, dirigió una apreciativa mirada a su alrededor. Habían reformado el paseo desde la última vez que había estado en Chicago convirtiéndolo en algo realmente digno de mención. Tenía que ser muy hermoso pasear por allí durante la noche.

- Yo me crié en una casa junto al mar -respondió a su suposición-. Cuando era pequeña me encantaba correr y jugar en la playa. La naturaleza de mi trabajo me obliga a estar continuamente viajando y paso mucho tiempo en entornos naturales y salvajes, pero no negaré que cuando estoy de vuelta disfruto de los placeres de la civilización como el que más.

Aquella era una más de las peculiares dualidades de Elekra. Por una parte había sido entrenada para afrontar las situaciones más extremas, y por la clase de vida que llevaba había tenido que soportar toda clase de sufrimiento y penalidades. La asesina aceptaba contratos a escala mundial, por lo que había tenido que luchar en toda clase de escenarios por inclementes que fueran, desde desiertos y junglas a montañas nevadas, pero, por otra parte, Elektra provenía de un contexto de riqueza y se había criado entre el lujo que suponía ser la hija de un embajador, por lo cual encajaba bien en ambos escenarios. Lo mismo podías encontrarla luchando entre el barro en Vietnam que encontrártela en el casino más lujoso de las Vegas al día siguiente, y no podrías decir que estaba fuera de lugar en ninguno de los dos casos. Tan pronto pasional y salvaje como elegante y sofisticada; así era ella.

- Bueno, Kah'An... ¿Qué es lo que necesitas aprender de los humanos? Tal vez yo podría ayudarte... Pero a cambio me gustaría aprender más cosas de ti.

- Lo único que quiero saber es si vienes en paz a éste planeta. Asegurarme de que no hay una doble intencionalidad en todo ésto -respondió ella sin rodeos-. Si tu mundo se extinguió, ¿hay más de los tuyos o eres el único superviviente? ¿Cómo llegaste aquí? 

Porque si había venido en una nave era más que probable que hubiera una tripulación. Ante la siguiente pregunta se encogió de hombros.

- Nunca me lo había planteado. Es tan común aquí que lo vemos como algo normal. Yo me he pasado la vida relacionándome con gente con capacidades especiales. Algunos son alienígenas, como tú, seres que poseen dones que los humanos no tenemos. Otros son mutantes, una evolución genética de la raza humana. Y otros han sido el resultado de accidentes o experimentos de laboratorio. Otros sencillamente han entrenado hasta alcanzar el nivel máximo de sus capacidades. Podría decirse que es mi caso.

Junto con un poco de la sustancia que segregaba la Bestia y que la habían obligado a consumir cuando estaba con La Mano. Ese repulsivo mejunge que sabía a leche agria... Pero tampoco había necesidad de revelar a aquél desconocido todos sus secretos. 

- Las personas que gobiernan éste mundo son aquellas designadas por el pueblo en algunos casos. En otros se trata de monarquías designadas por líneas de sangre, pero a la hora de la verdad, los que realmente gobiernan son las grandes corporaciones ávidas de poder. Esas grandes corporaciones buscan únicamente enriquecerse, ya sea a través de la venta de armas que propician las guerras o a través de la explotación desmedida de los recursos naturales o a través de la utilización de fuentes energéticas contaminantes que destruyen el planeta. Es un problema de difícil solución porque lo que hacen no se considera delito.

No era tanto su caso porque ella actuaba por contratos, pero los superhéroes se pasaban la vida luchando contra delincuentes y criminales cuando a lo mejor lo que tendrían que hacer era ir contra aquella diferente clase de alimaña. Pero claro, era difícil hacerlo mientras les amparase la ley. El problema era más endémico. Si mataban a alguno de aquellos sinverguenzas, seguirían brotando más. La única manera de solucionarlo sería cambiar las propias leyes, y eso era un proceso que llevaría mucho más tiempo.

Le observó salir del agua en toda su imponente desnudez sin achantarse lo más mínimo, manteniéndole en todo momento la mirada, sin avergonzarse o vacilar más que cuando le planteó su pregunta final, momento en el que no pudo evitar sorprenderse.

- ¿Vuestra especie no conocéis el placer? -inquirió, atónita. Eso sí que no se lo esperaba. Por lo que sabía, todas las especies inteligentes habían logrado trascender más allá de los motivos puramente fisiológicos de la reproducción. Se mordió ligeramente el labio inferior mientras pensaba cómo explicarlo en términos que él fuera capaz de entender-. En nuestra especie se originó como un mecanismo de supervivencia -explicó-. En la antiguedad no había tantas personas con capacidades especiales y súper poderes, se ha tratado de una evolución relativamente reciente, de hace unas décadas. Así pues, las mujeres solían ser más pequeñas y más físicamente vulnerables que los hombres. Como especie hemos escogido la estrategia de reproducción de tener pocas crías pero dedicar a ellas muchos recursos frente a la estrategia de tener muchas crías pero desatendidas. Esta estrategia permite que las crías sean más grandes en tamaño, vivan más tiempo y sean más inteligentes y capaces de sobrevivir por sí solas, pero plantea un problema, y es que, a diferencia del otro tipo de estrategia, las crías humanas son muy vulnerables durante mucho tiempo. Requieren un cuidado de años hasta poder ser autónomas y autosuficientes. Por esa razón, las hembras de la especie desarrollaron la capacidad de poder disfrutar del acto sexual independientemente de la época de celo. De ésta manera estaban permanentemente receptivas para el macho, que tenía así una motivación para permanecer a su lado en lugar de marcharse después del coito, como hacen la mayoría de los mamíferos, estando así disponibles para proteger a la mujer y a las crías frente a otras amenazas. Así es como surgió el concepto de familia. Y otras cosas, como el amor.

Hizo una pausa, preguntándose si el alienígena tendría alguna idea de lo que significaba aquél concepto. Había procurado explicárselo todo de la manera más simple y biológica que había podido improvisar, porque estaba empezando a darse cuenta de que las mayores diferencias entre las dos especies se encontraban en la manera de pensar.

- El amor es cuando surge un sentimiento de afecto entre dos o más personas, una sensación de querer estar a su lado, de tocarlas, de procurar su bienestar y su felicidad. Cuando la idea de perderlas resulta insoportable. Es el sentimiento que existe entre los padres y sus hijos, entre las parejas, los hermanos o los amigos. ¿Cómo criáis a vuestros hijos en vuestra especie? ¿Tenéis algo que se asemeje a una familia?

La vida entera de Elektra había estado regida por el amor.

El amor hacia su padre la había hecho acudir a Stick en busca de unas respuestas que nunca llegaron.

El amor hacia su sensei la había hecho caer en la oscuridad de La Mano.

El amor hacia Matt la había devuelto hacia la luz, pero había sido la causa de que Bullseye la matara y la razón de que hubiera sido incapaz de rehacer su vida después.

A causa de sus experiencias vitales era incapaz de concebir una vida sin amor... Pero, por otro lado, tenía que admitir que amar no le había supuesto más que desgracias e infelicidad. El amor había sido el responsable de todas las cosas malas que le habían ocurrido. Desde esa óptica quizás habría sido capaz de entender el modo de vida del alienígena... pero cuando le habló de los niños... No... Ningún niño debería crecer sin amor. Eso sí que sería inhumano... y cruel...

- Perpetuar la especie... -dijo, mirándole a los ojos y alzando una mano para acariciar la ruda mejilla del guerrero con más dulzura de la que había mostrado hasta ahora-. Es una filosofía muy triste...

Kah’An se apartó de ella para sumergirse por completo en el agua. Al salir, se apartó el cabello mojado de la cara.

- Jamás me he planteado la vida de otra forma, no es mi deber cuestionarme esas cosas.

Sí... Elektra entendía de amor... Pero también entendía de deseo. Y, en aquellos momentos, era más que evidente en los ojos del hombre. Mentiría si dijera que no se sentía también atraída por él. El alienígena era actractivo, y claramente apasionado. Se preguntó cómo sería tener sexo con él. Hacía mucho tiempo desde la última vez que había estado con un hombre. Demasiado.

Entonces él volvió a acercarse de nuevo, y no pudo evitar constatar que estaba tan preparado como llevaba estándolo hacía tiempo. Elektra se mordió el labio inferior, pensando que, quizás, no tendría que preguntarse por mucho más tiempo cómo sería acostarse con él. Pero no sería tan fácil... Con ella nunca lo era.

- Demuéstrame ese amor vuestro del que hablas.

- Amor... -acercó más su rostro al de él, tanto que sus labios habrían podido rozarse de haberlo querido. Se demoró un segundo en mirar su boca antes de volver a subir hasta sus ojos-. Eso no puedo mostrártelo. Al menos, no tan pronto... -apoyó el dedo índice sobre los labios del hombre, sin dejar de enfrentar su mirada-. El amor no surge de repente. Pero puedo mostrarte otras cosas... Puedo mostrarte cómo hacemos las cosas en la Tierra. No por selección ni por obligación, sino por placer... -su otra mano descendió lentamente hasta rodear el miembro erecto del alienígena, acariciándolo con lentitud sin romper el contacto visual-. Sin compromisos, sin cadenas. Puro y simple... placer...

Su mano liberó su miembro y ascendió para acariciar apreciativamente sus perfectamente cincelados abdominales, duros como piedras.

- Pero... -su mirada cambió a una traviesa y juguetona-. Debes aprender una cosa de mí... Y es que... ningún hombre puede verme desnuda... ni tocarme... sin ganárselo primero. Así que, Kah’An... -haciendo gala de una extraordinaria flexibilidad, apoyó el pie izquierdo en el pecho del moreno y le empujó suavemente hacia atrás para apartarle de ella, dejándole caer en el agua de una manera juguetona, no agresiva-. Si quieres tenerme, vas a tener que atraparme...

Y, con éstas palabras, se deslizó hacia el río, desapareciendo bajo la oscura superficie. Al ser de noche, las aguas eran completamente negras, y resultaba imposible localizarla. Pero por fortuna, Kah’An era un gran rastreador, y la mujer usaba un perfume particular... Femenino, embriagador.

Se giró al escuchar el sonido de una respiración muy cerca de él, pero, cuando se acercó ya no estaba. Un ligero chapoteo le hizo nadar en esa dirección, y, a lo lejos, escuchó una risa suave. A juzgar por lo que había visto de ella cuando habían combatido, a Kah’An no le cabía duda de que la mujer era perfectamente capaz de no hacer el más mínimo ruido cuando no lo deseaba. ¿Entonces? ¿Estaba dejando aquellas pistas a propósito? Quizá quería ponérselo lo suficientemente difícil como para que le costara un poco... pero no tanto como para que le resultara imposible. Después de todo, el premio siempre sabe mejor cuando ha costado algo de esfuerzo conseguirlo. Si no... ¿dónde estaría la gracia?

Poco a poco se estaban alejando hacia el extremo del ramal que confluía en el río Chicago. Allí, justo en el extremo, en la orilla opuesta a aquella por la que habían venido, había un pequeño parque cerrado por renovaciones.


Estaba completamente abandonado, y los carteles de "No trespassing" llenaban las alambradas que lo cercaban. Una nueva risa desde algún lugar cercano indeterminado le indicó que estaba yendo en la dirección correcta. A diferencia de la frecuentada ribera del río, aquella zona no estaba iluminada, y, al estar cerrada al tránsito, tendrían absoluta intimidad para cualquier cosa que quisieran hacer.

Al otro lado de la alambrada estaban sus botas tabi, y, más adelante, internándose más y más en la parte espesa de la vegetación, estaba el resto de su ropa, distribuida cada pocos metros, empapada y en pequeños charcos de agua. El body de seda rojo... las cintas y vendas que rodeaban sus muslos y sus brazos... Y, más adelante, la fina prenda de encaje que conformaba su ropa interior colgada de la rama de un árbol. Un rastro... para atraerle hacia ella.

Cuando finalmente la encontró, estaba completamente desnuda salvo por el pañuelo rojo que aún llevaba en la cabeza y las fundas de los sais, apoyada en un tronco caído con una expresión de triunfo. Cuando le vio, avanzó hacia él y le pasó los brazos por el cuello, de tal manera que pudo notar la suavidad de sus pechos contra su torso.

- Oh, vaya... Me has encontrado... -ronroneó fingiendo pesar-. Qué pena...

Y, sin decir nada más, unió finalmente sus labios a los suyos para entregarle lo que tanto había buscado.

Elektra se dejó llevar por la maravillosa sensación de los fuertes brazos del hombre sosteniéndola sobre su peso. Cuando su espalda dio contra el árbol rodeó fuertemente la cintura masculina con sus piernas, dejando caer la cabeza hacia atrás con un suspiro que escapó de sus labios entreabiertos cuando él comenzó a besarla en el cuello.

- Shhh... No digas nada... -musitó ante sus palabras, acariciándole la ruda barbilla con una mano que, en comparación, parecía demasiado suave.

Ésto era justo lo que necesitaba... Nada demasiado complicado, sólo... placer, puro y simple. Si Kah’An fuera humano, habría tenido que hablar con él, dejarle claro desde el principio que no tenía intención de comprometerse con nadie, pero por lo que había visto y aprendido de él, dudaba mucho que fuera a sentirse utilizado.

Notar la excitación de él incrementaba la suya, haciendo que la adrenalina se le disparase. Nunca había sido precisamente sumisa en la cama... Con mano experta, tomó su masculinidad con la diestra y la guió en su interior hasta sentirse plena. Sus uñas se clavaron en la espalda del hombre al compás de sus movimientos, sabiendo que no tenía que contenerse porque no llegaría a traspasar la dura piel. Con la ferocidad de una tigresa se inclinó para morderle el lóbulo de la oreja, haciendo presión contra el árbol para conseguir tumbarle. Una vez encima de él en el suelo, se alzó, haciendo que la luz de la luna bañara su cuerpo desnudo, y se quitó el pañuelo, dejando que su largo cabello se derramara por su espalda. Con una sonrisa felina, cabalgó sobre él hasta que alcanzó su clímax. La luna arrancó entonces un destello plateado a algo que sostuvo en su mano justo antes de clavarlo en la tierra, a escasos centímetros de la cara de Kah’An: era uno de los sais. Elektra se apoyaba en el arma, jadeante, recuperándose de la abrumadoramente intensa oleada de placer que acababa de experimentar. Estaba tan cerca del hombre que él podía notar el calor de su agitada respiración contra su rostro.

Ella le miró a los ojos, sonriente, plena, y se sonrió, relamiéndose con un brillo malicioso en la mirada. Entonces comenzó a descender por aquél cuerpo increíblemente poderoso, acariciando con admiración cada músculo hasta llegar al que le interesaba, aún erecto, y aceptarlo en su boca para hacerle terminar como acababa de hacer ella.

Y es que habían cambiado la naturaleza del enfrentamiento, pero la pelea aún continuaba, y pensaba ser ella la que llevara el control.

Elektra sonrió con satisfacción al escuchar cómo pronunciaba su nombre. Parecía que había conseguido derrotarle, después de todo... Y lo cierto era que había resultado ser una experiencia mucho más gratificante de lo que había podido anticipar. Kah'An había sido un amante poderoso, ardiente y apasionado como había sabido que sería, pero al mismo tiempo haciendo gala de una delicadeza que no habría creído posible en él. Su inmenso cuerpo bajo el de ella se veía, por vez primera, vulnerable, y cuando la besó después de haber alcanzado la satisfacción plena, envolviéndola con sus fuertes brazos, Elektra experimentó una sensación de plenitud y calidez que hacía mucho que no sentía.

Se sentía dividida; por lo general siempre se marchaba después de haber conseguido lo que quería, pero allí, en los brazos de aquél alienígena al que había conocido inicialmente como un rival, se sentía tan confortable que se resistía a marcharse. No supo en qué momento se quedó dormida, pero despertó antes de que lo hiciera él.

Bueno... había sido toda una experiencia, se dijo mientras le apartaba un mechón de cabello de la cara para dejar al descubierto aquél rostro de rasgos rudos. Pero pronto amanecería y había llegado el momento de marcharse...

Por lo general Elektra nunca conservaba a sus amantes mucho tiempo porque La Mano nunca dejaría de perseguirla, y ella no podía dejar de moverse, no podía tener ataduras ni nada que pudiera suponer un obstáculo o una debilidad. Las dos veces anteriores que había tratado de tener una relación algo más estable, La Mano los había terminado encontrando y asesinando en su intento por llegar hasta ella. Estaba harta de cargar en su conciencia con las muertes de aquellos que habían llegado a significar algo para ella.

Era una pena... Algo le decía que con Kah'An nunca habría tenido que preocuparse por eso. El hombre era prácticamente una máquina de matar indestructible, y las armas de filo apenas podían penetrar su gruesa piel. Pero era absurdo darle demasiadas vueltas. Kah'An no pertenecía a aquél mundo. Ni siquiera era humano... Pronto regresaría de vuelta a su nave y se marcharía, así que no tenía mucho sentido prolongar más la despedida. A juzgar por lo que Kah'An le había contado, no parecía la clase de hombre que desarrollaría alguna clase de apego por una pareja sexual, así que...

- Hey, no pasa nada -susurró después de volver a vestirse, depositando un beso en sus dedos índice y medio antes de rozar con ellos los labios del alienígena-. Nos lo hemos pasado bien, ¿no es cierto?

Y, tras ésto, se lanzó al río y se marchó.

Cuando Kah'An despertó, no mucho después, encontró lo único que la asesina no se había llevado consigo... El largo pañuelo rojo que había usado para sujetar su cabello.