Burning Robotman (Xiomara rojas, Elian Iquelo & Sonya Stoian) 1 de Septiembre de 2018, Nevada

A Sonya la había llamado su manager para hacer sus acrobacias en un festival en medio del desierto. Al principio se sintió muy tentada de decir que no. Aquello no era como las competiciones a las que solía ir. Era un evento en el que tendría que estar en contacto con mucha gente. No podría refugiarse en su habitación de hotel o en su rulo. Tendría que pasearse por una ciudad hecha de tiendas, estando a muy poca de distancia de un millar de gente. Pensarlo la producía cierto agobio. No lo pasaba muy bien con mucha gente. Nunca sabía lo que hacer. Jeremy seguía contándole cosas por teléfono y la pelirrosa no paraba de emitir sonidos de incredulidad y la perspectiva de no estar preparada de ninguna forma para esa experiencia. ¿Cómo iba a aguantar una semana en el desierto? Ella era muy urbanita. Siempre iba peinada, maquillada y completamente arreglada. estaba muy acostumbrada a las comodidades del primer mundo.  No podía negar que era un princesita del motor, no alguien que aguantaría en un futuro distópico estilo Mad Max por mucho que se enmarcase en carreras y vehículos. Jeremy volvió a insistirle con esa voz tan seductoramente segura y varonil. Aquel hombre que estaba acostumbrado a lidiar con personas mucho más displicentes, conflictivas y discutidoras que la motorista. Él estaba lleno de confianza y determinación. Ella  retorciéndose con inseguridad sobre su amplia cama se imaginó la mandíbula cuadrada de su manager apretada y su firme carácter y   no pudo refutarle. Con todos sus temores aceptó, dejándose llevar por la voluntad más firme. Colgó el teléfono.

Suspiró y miró la foto de Mihai en la pared. Él sí lo habría aceptado de inmediato, era una gran oportunidad de promoción. Se centró en aquellos ojos azules de quien en vida fue su marido y en su rectas y angulosas proporciones faciales. Sonya sintió que la invitaba a aventurarse en ese festival. La pelirrosa no tenía mucha gente con quien comentar lo que la ocurría. No tenía amigos y sus padres y hermanos no validaban su estilo de vida.  Para ellos era una descocada. A sus veintiocho años aún no había tenido hijos. El fracaso de su matrimonio era culpa de ella porque en seis años no había podido tener hijos con Mihai, no que este hubiera muerto en una carrera de motos ilegal. Era un triste viuda que debía haberse vuelto a casar hacía bastante tiempo. Según su madre dos o tres años eran suficientes para superar al antiguo marido y conseguirse uno nuevo. Sin embargo, ella llevaba siete años sin ningún hombre en su mundo sentimental o amoroso. Aún se seguía preguntando si era lo correcto haber decidido ser una mujer moderna y emprendedora. Sentía una  fuerte contradicción en los preceptos en los que había sido criada y su búsqueda de la felicidad. Con los años se había dado cuenta de que a pesar de lo mucho que quería a Mihai, aquel hombre la minaba personalmente. No la dejaba hacer lo que a ella la hacía feliz, que era el mundo del motor. Aunque no quería que su marido hubiera muerto, si que este evento la había hecho salir al mundo y florecer. No quería que otro hombre volviera a amarrarla. Si que Sonya era muy romántica y la gustaba la vida en pareja. Pero desde que era libre no quería volver a estar presa. Todas las relaciones que conocía encadenaban a la mujer al mundo de la casa y los hijos. Ella no quería eso. Quería estar sobre un motocicleta, reparar vehículos, hacer acrobacias, disfrutar de la velocidad en las carreras.

El evento en el que había sido contratada era el Burning Man Festival en Nevada. Era un evento en medio del desierto. Se trataba de un festival neohippie con miles de asistentes viviendo en desierto con sus propias reglas basadas en la autosuficiencia y el respeto. Sus orígenes se remontan a 1986. Empezó como una pequeña reunión y año tras año se iba reuniendo más personas atraídas por el encanto de vivir en libertad durante una semana. En la actualidad, reúnen  en el Burning Man Festival nada menos que 25.000 personas deseosas de participar en todo tipo de actividades lúdicas y artísticas. En el festival se desarrollan actividades como esculturas, instalaciones, performances, disfraces o campamentos temáticos. Para concluir el evento, el último sábado se prendía fuego a una gigantesca figura humana.En el festival está terminantemente prohibido comprar y vender artículos, por lo que cualquier persona que quiera participar debe llevar todo lo imprescindible para subsistir durante una semana.

Cada año se elegía un tema y en torno a él giraban todas las expresiones artísticas. El tema elegido para ese año era sobre la robótica; la conjugación entre hombre y máquina. Sonya tendría que pensar en cómo desarrollar una actuación según esa premisa. Eso sí que la animó. Tener que pensar en un outfit, en cómo decorar las rampas, que acrobacias hacer, que materiales y artilugios usar y cómo tunear su moto para que resultase acorde a todo. Sería un gran trabajo pero muy entretenido y divertido.

El ser humano nunca dejaba de asombrarle. Mientras paseaba por las arenas de la ciudad-desierto de Black Rock observando las luces psicodélicas que bañaban a las miles de personas allí reunidas al son de la relajante música de Vivaldi, las reuniones alrededor de las fogatas, las acrobacias y bailes áereos suspendidos de cuerdas elásticas y lazos en columpios gigantescos, las ofrendas de energía espiritual colectiva, el pacifismo hippie, el derroche de luces y colores, las bicicletas tuneadas para parecer mariposas, con tubos luminosos de neón envolviendo la estructura y sobresaliendo de los manillares a modo de antenas y coloridas alas de tela emergiendo de la cesta de mimbre posterior, las innumerables obras de arte contemporáneo desperdigadas por todas partes, la tolerancia absoluta que incluía también total libertad a la hora de decidir cómo querías vestir, sin ninguna clase de veto si preferías expresarte libremente a través del desnudo e incluso las decenas de parejas que gozaban sobre la arena, entregados a sus pasiones sin pudor alguno, resultaba difícil recordar que los orígenes de aquella celebración se remontaban a las Saturnales, festividades romanas celebradas en honor al dios Saturno y al nacimiento del Sol Invictus una vez pasado el solsticio de invierno para conmemorar el reinado de la luz, la festividad del 1 de Mayo que celebraba la renovación de la vida que traía consigo la llegada de la primavera y el solsticio de verano, una fiesta pagana de los antiguos druidas que se aseguraba de garantizar que los dioses aprovisionaran de alimentos abundantes a la población durante todo el año construyendo una gigantesca figura humana de mimbre en cuyo interior encerraban gallinas, cerdos, hombres y cabras antes de prenderle fuego.

El surgimiento e instauración del cristianismo había borrado de un plumazo todo ese goce pagano y politeísta condenando a la humanidad al aburrimiento del dios sobrio, único y mojigato. Un verdadero ejército de beatos nació al amparo de la religión católica, temerosos de todo lo que pudiera oler mínimamente a pecado. Y aunque aquél festival se había erigido como un símbolo de la libertad, la sexualidad y la autoexpresión radical, era algo triste ver cómo las primeras esculturas de madera y mimbre habían sido reemplazadas por aquellos gigantescos monstruos de neón.

Aunque, indiscutiblemente, si existía un lugar en el mundo que se pudiera asemejar al paraíso para Elian, ese lugar era el Burning Man Festival. No sólo se trataba de una ciudad entera donde el nudismo y el amor libre campaban a sus anchas, sino que el lugar entero vibraba repleto de energía y creatividad a unos niveles tan brutales que para él, que se sentía naturalmente atraído hacia semejantes fuentes, resultaba prácticamente cegador. Llevaba acudiendo allí puntualmente sin faltar a una sola de las citas desde que se había erigido la ciudad de Black Rock en 1990, y siempre salía de allí plenamente saciado, a pesar de no llevar consigo ninguna clase de comida. Al fin y al cabo, él no requería de alimento normal para subsistir, y aquél festival proveía sustento de sobra para una criatura como él.

Aquél año la temática giraba en torno al hombre y la máquina, y él había elegido un atuendo acorde: una chaqueta de cuero gastada sin nada debajo, viejos pantalones vaqueros repletos de rotos y botas aptas para el desierto. Para la parte de la máquina había solicitado la ayuda de una de las maquilladoras de su empresa de publicidad, que le había explicado cómo utilizar body painting para hacerle parecer un ciborg. Una lentilla roja sobre el ojo izquierdo completaba el efecto. De ésta manera pasaría inadvertido entre los miles de potenciales víctimas, como el cazador que se mezcla con el rebaño a la espera de la mejor oportunidad para conseguir alimento.

La ciudad temporal de Black Rock se alzaba majestuosa ante los asistentes al festival. Con kilómetros llenos de exuberantes obras de arte, edificaciones grandiosas y miles de tiendas casi no parecía que aquella sublime urbe se hubiera construido en unos cuantos días.  El minotauro  gigantesco  y  mecánico llevaba a cuestas un templo, tres torres largas y semi inclinadas se mostraban orgullosas, en una explanada enormes , doradas y metálicas letras formaban una y otra vez la palabra inglesa LOVE, un bailarina robótica invitaba a cualquiera que la viera a bailar, un jabalí que saludaba,  vehículos con cuatro altas patas y forma de tetera recorrían veloces el lugar, una casa destartalada y robotizada  que mostraba las maravillas de una vida nómada. Estos y otros artilugios fruto del intelecto, el arte y la tecnología causaban sensación entre los asistentes.

Sonya había articulado un espectáculo lleno de asombrosas piruetas con un atrezzo en un estilo ciberpunk. Le dio a su moto una aspecto muy futurista. Hizo que el vehículo tuviera una carcasa más ancha y cuadrada con Grandes ruedas. Tenía un diseño similar a la moto de la película Akira . Los colores que había elegido eran el plateado y un morado intenso y eléctrico. Aquel día la pelirrosa se había vestido con un mono color carne que cubría casi todo su cuerpo. En ese mono había dibujados tatuajes en la pierna derecha y en la zona derecha del estómago, en el brazo derecho había pintado una especie de cuadrados que daban la impresión de ser piezas robóticas y en la pierna izquierda tenía dibujado como una media de rejilla. Sobre este mono se había colocado una parte de bikini negra y azul, un top crow de cuero con una cremallera  metálica, una chaleco azul y en el brazo derecho unos acoples para dar la sensación de que su brazo era cibernético. La habían maquillado la cara y el cuello para dar la impresión que el cuello y la mandíbula eran una pieza de metal. El personaje que había querido llevar a la escena Sonya en aquel festival era la de una asesina robótica del futuro, por eso en su brazo izquierdo portaba un arma de plástico. Se había peinado su larga cabellera rosada hacia un lado. Estaba calzada con unas deportivas negras.

Cuando estuvo preparada acorde a la estética del festival salió de su tienda para dar un paseo por el lugar. Se había puesto una mochilita negra donde llevaba un poco de comida y aguda por si la entraba hambre o sed. Su actuación no comenzaría hasta horas más tarde por lo que tenía tiempo para recorrer el lugar. Para ella estar sólo con tanta gente pululando por doquier era tanto nuevo como amenazante. Se sentía un poco nerviosa de recorrer las “calles” de la ciudad improvisada de Black Rock. Sonya era introvertida y nunca había estado al contacto con mucha gente. Había crecido en una ambiente muy restringido donde sólo se la había permitido estar con su familia y gente de una cultura similar. Nunca había entablado mucho contacto con las gentes de fuera de su etnia. Cuando empezó a salir al mundo es cuando se había muerto su marido., hacía siete años. Desde ese momento se había implicado mucho en hacer despegar su carrera como motorista y despuntar en su taller mecánico. No había tenido tiempo para salir al mundo y socializar. No sabía cómo proceder en aquellas situaciones de interacción personal con desconocidos y eso la producía ansiedad y miedo. No había desarrollado aún ninguna estrategia para enfrentarse a sus temores sociales.

Mientras la pelirrosa paseaba un poco inhibida, a su lado pasó un séquito de diosas vestidas como si acabasen de llegar de la película de Mad Max. Habían elegido el lugar exacto para que la foto que las estaban sacando un fotógrafo quedase divina. Pues tras ellas había una gran estructura de un arcoiris. No sólo esas mujeres parecían sacadas de mundos ficticios e imaginarios sino que todo el mundo del lugar iba con una estética muy similar. Sonya miró a su izquierda y vio a unos hombres muy atléticos y atractivos pintados de dorado y plateado. Tenían dibujos de tuercas y tornillos en una simbiosis de humano y máquina.  

¿Qué es el arte? ¿Acaso alguien podría atreverse a dar una definición exacta? ¿Un cuarteto de cuerda, un lienzo con algunas pinceladas de color, una escultura amasada a mano?

Elian había estado presente cuando Marcel Duchamp había presentado un urinario tumbado a la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, argumentando que el autor elige la obra y eso la convierte en arte, e iniciando la primera de muchas revoluciones estéticas que irían sacudiendo los límites de lo que consideramos hermoso.

Mientras estaba allí sentado sobre la loma observando el peculiar deambular de las famosas Strandbeest de Theo Jansen, recordaba las palabras que el propio holandés había pronunciado en el discurso previo a la exposición: “las fronteras que separan el arte y la ingeniería sólo existen en nuestra imaginación”. Y, en verdad, así era.

Aquellas inmensas bestias, armazones gigantescos realizados con tubos de plástico, botellas recicladas, bridas y telas tenían el aspecto de colosales bestias que habían sido mágicamente trasladadas desde otros mundos o dimensiones.

Lo cierto era que habían sido construidas para cobrar vida. El holandés construía ejemplares nuevos cada año en octubre, enseñándoles a caminar en un cajón de arena cerrado durante el otoño y el invierno. En primavera salían a la playa, y el artista experimentaba con ellas durante todo el verano hasta que se extinguían, lo cual quería decir que las gloriosas criaturas habían sido traídas hasta el desierto para morir, como hacían los elefantes. Su "canto del cisne".

El espectáculo era impresionante. Las bestias, diseñadas con inteligencia cinética, se movían por la arena empujadas por el viento como si fueran seres reales, con vida propia, gracias a la ecuación de los 13 "números sagrados" que su creador había calculado hacía más de 25 años con un ordenador Atari.

Pero había algo más en todo aquello que resultaba fascinante al íncubo; Theo Jansen era un reconocido darwinista que había aplicado la teoría de la evolución a sus obras, inventando continuamente nuevos mecanismos para ellas. Los que resultaban útiles sobrevivían y saltaban a las siguientes generaciones; Los que no, terminaban extinguidos y enterrados. Las bestias de playa habían llegado a desarrollar cerebros, trompas, estómagos y extremidades para anclarse al suelo, pero la mayoría de esos órganos se habían perdido por el camino porque no ayudaban al animal a sobrevivir en su entorno.

El íncubo no podía evitar sentirse identificado con ellas. A lo largo de las décadas había tenido que ir desarrollando facetas y cualidades que le permitieran poder integrarse entre los humanos, mezclarse entre ellos para poder alimentarse y sobrevivir. Sin ir más lejos, su propio aspecto, diseñado para resultar apetecible según los cánones estéticos que coincidían con los de la mayoría de la población, o el simple hecho de ser capaz de ingerir alimentos humanos aunque éstos no pudieran alimentarle en realidad.

Absorto en éstos pensamientos se encontraba cuando el súbito sonido de un impacto tras él, en la base de la loma, seguido por una disculpa, atrajo su atención. Se puso de pie para poder observar mejor, quedando su figura recortada contra la luna.

Las protagonistas del breve incidente eran dos; una de ellas, bastante joven y de apariencia ruda, le pasó completamente inadvertida. Parecía ser una criatura bastante primaria, ya que apenas brillaba en ella creatividad alguna.

La otra, en cambio...

- Por las mil personificaciones de los sueños... -suspiró.

La otra era una completa belleza. No por su aspecto, que con aquél maquillaje apenas destacaba más que por las esculturales formas de su cuerpo, sino por la inmensa creatividad que irradiaba. El aspecto físico siempre había sido algo completamente innecesario para Elian. Lo que a él le atraía, lo que le alimentaba, era otra cosa, y de eso ella tenía a raudales. El íncubo comprendió al momento que había encontrado a su presa. Necesitaba poseer a esa mujer. Probarla, saborear cada deliciosa gota de ese glorioso néctar. Rápidamente se deslizó hacia abajo por la loma de tierra y corrió hacia ellas.

- He visto lo ocurrido, ¿estáis bien? -inquirió al llegar. Crush en realidad no le interesaba, pero sabía que entre los humanos sería considerado descortés no incluirla en la pregunta, así que le dirigió una mirada llena de falsa preocupación para cerciorarse de que estaba bien antes de centrarse en su verdadero objetivo- . ¿Se ha hecho daño, señorita?

De súbito alguien se chocó con ella. Sonya se sobresaltó. Tenía que interactuar con alguien y no estaba preparada.  La motorista era una mujer de carácter introvertido que podía contener su ansiedad social con las estrategias y pautas. También con anticipación se mentalizaba. Pero ante una situación que ocurre de golpe sus mecanismos no servían de nada. La pelirrosa estaba nerviosa y se rió un poco nerviosa. Miró a la persona que le pedía disculpas por el repentino choque. Era una adolescente vestida y maquillada con una estética roquera. En cierta medida le recordó un poco a su sobrina Ecaterina hija de su hermano mayor. Cate era una muchacha de unos quince años con un pelo castaño y ensortijado. Le gustaba escuchar rock duro y punk. Vestía muy en la línea de Crush; con unas mallas rotas, cinturones y camisetas negras. Su personalidad era arisca y ruda a conjunto con la ropa que vestía. A Sonya le dio seguridad poner identificar en Xiomara características de alguien que conocía.

- No te preocupes. Ha sido sólo un tropiezo.- comentó afable la motorista.

La voz de un desconocido se sumó a la de las féminas. Un hombre preguntaba si Sonya y Xiomara se encontraban bien. La pelirrosa tragó saliva aún no se encontraba repuesta del susto del encontronazo casual.

- Yo por mi parte sí.- Sonya miró a la jovencita. - y tú …? -

Ahora más tranquila se dió cuenta de que Xiomara era muy jovencita como para estar sola en aquel lugar. ¿Con quién habría ido? ¿Con sus amigos? ¿Con sus padres?