Cuervos sobre el espantapájaros... (Jonathan Crane, Penguin)

Era una noche como tantas otras en el club. La música era animada, pero no lo suficiente para llegar a perder la clase y distinción que tanto atraían a la clientela del lugar. Si bien era cierto que se reunían muchos de los peores elementos de la ciudad para tomar una copa y relajarse, conocido era también que aunque Arkham siempre acoje a los más llamativos, los peores criminales se sientan en buenas butacas tras despachos elegantes, y ésos eran los que atestaban la sala en busca de compinches para nuevos negocios, un rato de diversión en las mesas de juego, o simplemente, (Y esto era lo más común) compañía femenina. En ocasiones los clientes ya venían acompañados y se llevaban a alguna de las chicas para probar nuevas experiencias, pero ellas siempre volvían. Aparte de magníficas amantes y espías, las muchachas del Iceberg Lounge estaban entrenadas como cualquiera de los miembros de seguridad o esbirros del estrambótico dueño del local; El antiguamente conocido como Pingüino, gozaba desde hacía algún tiempo de una reputación algo más digna al haber dejado a un lado sus actividades criminales para regentar el susodicho club nocturno.

Pero algunas personas sabían que tan sólo era una tapadera. Una máscara tras la que ocultar nuevos negocios más refinados, pero igualmente ilegales. Simplemente, sus métodos habían madurado. Una de esas personas era Batman, ese endemoniado entrometido que siempre fastidiaba sus planes. Había conseguido zafarse del arresto al enfrentarle en persona en algunas ocasiones, pero sabía que luchar cara a cara contra el murciélago era tentar al destino...

"¿Cuando te harás mayor, Oswald...? Estos juegos ya no van contigo"

La noche terminaba, y al cierre, Cobblepot siempre solía quedarse el último, repasando las ganancias y las informaciones que sus chicas y chicos habían conseguido de sus "compañías". No parecía que aquélla noche fuese a ser diferente. Eran las 6:00 cuando estaba cogiendo su abrigo para salir, pero sabía que algo se salía de la rutina... De espaldas a la puerta, y tomando su paraguas tranquilamente, dijo:

-Más vale que tengas una buena razón para madrugar tanto, seas quien seas... Es algo bastante molesto, ¿No crees?

El bueno de Cobblepott. En el fondo le daba hasta pena. Aún a día de hoy pretendía fingir que era un tipo normal, aunque fuese dentro del siempre complejo juego de los negocios ilegales. Aquel club le daba seguridad, le permitía aplicarse con cierta seguridad en su juego favorito: acaparar tanto dinero y bienes materiales como le fuese posible. En psicología eso era conocido como obsesión-compulsión. En el fondo bien sabía Crane que el Pingüino (nunca perdió el mote entre sus compañeros criminales) tan sólo trataba de compensar algo. "Tanto tienes, tanto vales". Y en una sociedad donde la apariencia competía con la posesión material como principal valor del estatus de cada individuo, no le dejaba de resultar gracioso que Cobblepott se aferrase a la segunda como a un clavo ardiendo. Tenía más que suficiente para permitirse una cirujía plástica. ¿Por qué insistía en mantener ese físico? Fácil: necesidad patológica de demostrar algo. "Soy mejor que todos vosotros, escoria". Y aún así, odiaba que le insultasen por el físico. Pobre...

-Pobre, pobre Cobblepott...

Desde detrás de la puerta, el Espantapájaros apareció de entre las sombras como el espectro heraldo del miedo que era. Sus manos, enfundadas con guantes terminados en jeringuillas, entrechocaron inquietantemente al manifestarse ante su socio criminal.

-Amasando dinero, creyendo que éste le hará libre. ¿Sigue el Pingüino acumulando hielo dentro de su propio iceberg? Debe ser de lo más aburrido, ¿no crees? Pura rutina... No sabes lo que te estás perdiendo al otro lado de las puertas de este club, Cobblepott. Ahí fuera hay toda una ciudad ansiosa de sentir una pequeña inyección de terror que dé emoción a sus vidas.

Sin esperar a que Oswald se lo ofreciese, Crane entró en la sede del club y se puso cómodo en una silla, con las piernas sobre la mesa.

-¿Qué te cuentas, viejo cuervo? ¿Le has arrancado ya los ojos a alguien?

Oswald observó a su extraño acompañante al tiempo que dejaba su paragüas de nuevo en el perchero.

-Dime una cosa, espantoso muñeco de vudú, ¿Con qué te rascas cuando te pica algo? ¿Con los pulgares?

Era una pregunta cuya respuesta no tenía el menor interés en conocer, pero así hizo tiempo a sacarse el abrigo y sentarse de nuevo en su butaca. ¿Qué hacía allí el mendigo harapiento obsesionado con el terror? ¿Y qué tenía él que ver en sus absurdos e infantiles planes de asustar a la ciudad?

-Verás, por más vueltas que le doy, no sé en qué me beneficia involucrarme en tus retorcidas fantasías para aterrorizar a todo el mundo. Soy un hombre de negocios, Crane. Si no tienes algo que ofrecerme salvo tu extraño concepto de diversión, los próximos ojos que arranque serán los tuyos por venir a espantar al pájaro equivocado. A menos que los hayas puesto en una cosecha interesante que quieras compartir...

Despreciaba a Jonathan Crane. Un hombre obsesionado con el terror, un psicólogo experto capaz de analizar a cualquier persona con unas pocas observaciones. En definitiva, un chiflado que quizás sabía más de tí que tú mismo y que solo quería hurgar en las heridas más profundas de tu alma hasta volverte loco o matarte, y Oswald coleccionaba demasiadas de ésas...

[FDI: Lo dicho, mil millones de disculpas por el retraso tan prolongado T_T No volverá a pasar, lo juro. Y si pasa de nuevo, te doy permiso para prenderme fuego XD]

El sarcasmo y la mordacidad eran las armas favoritas de Cobblepott. Las favoritas de cualquiera que escondía un fuerte sentimiento de complejo bajo esa máscara de ausencia emocional. La clase de tipos que a Crane le divertía provocar.

-Oh, el vil metal... ¿Por qué tantos en esta ciudad estáis tan obsesionados por cuestiones tan materiales y volátiles? ¿Acaso no aspiráis a metas más elevadas? Bueno, supongo que poco se puede esperar de un ave que no puede volar...

Se encogió de hombros y siguió mirando fijamente al Pingüino a través de su espantosa máscara de arpillera. Daba la impresión de que su boca y sus ojos formaban un todo con la tela, lo que hacía la presencia del Espantapájaros aún más inquietante.

-Durante mi última estancia en Arkham he estado pensando. Sí, obviamente es un ejercicio que domino mejor que muchos de los payasos que suelen frecuentar ese antro, pero llegué a ciertas conclusiones interesantes: hasta ahora no hemos desarrollado todo nuestro potencial. Gotham es una ciudad infecta, para qué negarlo. Sus calles, sus mismos cimientos, sangran putrefacción cada día, y el olor atrae a diario a las moscas. Como tú, Cobblepott, como yo. Pero yo percibo algo que tú no. Mientras tú te conformas con amasar dinero y chuparle la sangre a esta ciudad, como los Maroni o los Falcone, yo observo, estudio y analizo. Y me doy cuenta de una cosa: todos tienen miedo y se esfuerzan por ocultarlo. Te lo digo en serio. Sal a la calle y lo descubrirás: policías novatos, mendigos, prostitutas, matones, gángsters, hombres de negocios... Todos viven sus miserables vidas al máximo, pisoteando a cuantos puedan con tal de destacar, porque existe un poder que gobierna sobre todos ellos, incluso sobre aquellos que creen tener la ciudad comprada. Y este poder no puede ganarse con dólares, no puede salir en bolsa, ni se puede robar. Este poder lo ejercen unos pocos, hasta que llegan otros machos alfa más fuertes dispuestos a arrebatárselo. Sabes de qué poder te hablo, ¿verdad, Cobblepott?

Conforme miraba al ojo vidrioso de Oswald, los de Crane parecían pequeños faros de luz infernal capaces de arrastrar al Infierno al alma de quien los contemplase demasiado tiempo. No había que ser un genio para intuir de qué poder hablaba aquel psicólogo obsesionado por las fobias y la neurosis.

-Y creo que sabes muy bien de lo que hablo, ¿no es así, Cobblepott? ¿O prefieres "Pingüino"? Muy astuto por tu parte, utilizar tu mote como un escudo para que nadie pueda herirte con él. Pero eso no significa que no te hayan herido en el pasado, ¿verdad? Aún te obsesionas con ello... Aún amasas riqueza y fortuna, con la esperanza de que eso te dé el respeto que tu aspecto te deniega. Y lo has conseguido. Y lo más importante, has conseguido que otros te teman. El miedo es lo único que la gente respeta de verdad, sin duda... ¿Pero no vives tú mismo asustado con la posibilidad de que aparezca otra ave de presa que te arrebate todo lo que has logrado? ¿Y si un día despertaras y descubrieses que toda tu preciosa fortuna ha desaparecido, que has pasado de ser el rey del hampa a un pobre muerto de hambre como todos los que plagan esta ciudad? ¿Y si un día el nombre de Cobblepott no fuese más que un arañazo en una piedra mohosa? ¿Eso... no te asusta?

Tras toda esta pomposa pero calculada introducción, Crane le ofreció la mano abarrotada de agujas al Pingüino.

-Lo que yo te ofrezco, Oswald, es la posibilidad de estar en la cima. De ser tú quien controle el miedo, y no al revés. De que no haya nadie por encima de ti. Y si, por el camino, quieres hacer negocios, tanto mejor. No tendrás oposición. ¿Qué me dices?

Tal vez esto no fuese suficiente para convencer al muy terco, pero si se diese el caso Crane se guardaba un preciso as en la manga.

Palabrería y más palabrería... Cómo le gustaba hablar a aquél perturbado. Y sí, era cierto, todas y cada una de sus palabras, desde la podredumbre de Gotham hasta el poder del miedo, eran pura verdad destilada de sus labios, pero no llevaban a ninguna parte. Hacía años que Oswald vivía alejado de las batallitas con el murciélago, y aunque sus tejemanejes le habían ganado alguna que otra estancia en Blackgate, siempre iba a ser mejor que estar rodeado de tarados en Arkham. Allí por lo menos los presos no estaban chiflados, y a veces hasta podías encontrar gente interesante, como algunos de sus hombres, a los que conoció entre rejas. Poder absoluto, dominio sobre los demás... ¡JA! Ni el propio Crane se creía lo que decía. Si tuviese el secreto de tal poder, haría siglos que lo habría empleado contra Batman, y no iría mendigando el apoyo de nadie.

Observó con desdén al personajillo que tenía frente a sí, y luego puso su atención sobre los pies de éste, aún sobre su pulcra mesa. Torciendo el gesto, hizo un rápido movimiento con el paraguas y los apartó de allí, haciendo que Crane casi cayese del asiento. Clavó su fría mirada en la horrible máscara de éste y esbozó una tenebrosa sonrisa.

-Puede que no pueda volar espantajo... Pero sigue siendo un ave con estilo -Se recolocó el monóculo pausadamente- Y por cierto, no es por ser descortés, pero verás, detesto que alguien me cuente sus planes con prepotencia y ponga sus pies en mi cara como si ya se permitiese el lujo de pisotearme. El lenguaje corporal dice mucho de uno, ¿sabes? Y sobre tu plan... ¿Cómo es que el señor del miedo, de esa todopoderosa fuente de dominio, se pudre en Arkham cada vez que tiene una idea "brillante" en vez de estar, como tú dices, en la cima y sin oposición? Te daré la respuesta: Batman. Él es el miedo de todos los que son como tú o como yo. Ese bastardo prepotente que espera que un día brille la luz en la oscura Gotham a base de arruinar nuestras vidas y sacar de nuestro fracaso moralejas que nadie escucha... Pero siempre está ahí. Y sigue estando, lo cual quiere decir dos cosas; la primera, que tu plan fracasará, y la segunda, que yo no voy a tentar a la suerte teniendo la vida rehecha. Lo siento por ti, doctor Crane, pero lo bueno de no saber volar, es que siempre estás con los pies en el suelo, y sin la cabeza llena de pájaros...

Entonces Oswald recordó otro fragmento del discurso del Espantapájaros y colocándose el sombrero, se dirigió nuevamente a su interlocutor:

-Y sobre lo de mi miedo a perder lo que tengo... Por supuesto que lo tengo. Todos lo tenemos. La pérdida de lo que construimos con esfuerzo supone un trauma que llena nuestras mentes y almas de frustración, y es ese dolor el que queremos evitar, pero siempre se puede renacer de las cenizas, Jonathan... Como un ave Fénix. No hace muchos años, yo era un miserable sin un centavo, y dediqué mi vida al crimen por esa misma razón. Yo no nací con el afán de ser un criminal, pero a veces la vida nos empuja por caminos que no prevemos. Y del mismo modo que una vez lo logré, tengo fe en poder repetir mi carrera al éxito. Todo es cuestión de creer en uno mismo, ¿verdad?

[FDI: Vale, antes de replicar tengo que decir que... C-C-C-COMBO BREAKER!!]

La sonrisa autosatisfecha del Amo del Miedo se quebró en mil pedazos como un espejo que se estrella contra el suelo. Maldito fuese ese dandy del crimen. Maldito fuese hasta el infinito. Había escuchado cada palabra de su discurso, había mascado la verdad patente en ellas, y se la acababa de escupir a la cara. Lo que es peor, con clase. Acababa de recordar por qué odiaba negociar o siquiera parlamentar con él: de todos los recurrentes de Arkham era el único que se sabía cuerdo o mentalmente estable, y eso le permitía apuntar directo al problema principal de aquella repugnante ciudad.

Batman. Siempre Batman.

¿Cuántas veces había irrumpido el maldito murciélago y echado a perder sus planes? ¿Cuántas veces los había devuelto a Arkham, cuántas veces habían escapado, sólo para caer en sus negras alas una y otra vez? El crimen no había frenado su actividad, pero el sólo nombramiento de Batman despertaba un temor irracional, supersticioso, en la mayoría de criminales de poca monta. Incluso entre no pocos de los veteranos. Crane conocía esa reacción, la había estudiado. La había visto en persona entre muchos de sus compañeros de villanía cada vez que el autoproclamado Caballero Oscuro emergía de las sombras. Y él mismo la había sufrido.

Pensó en una posible réplica. Que el caos desatado en Gotham mantendría distraído a Batman, seguramente operando con sus amiguitos de la Liga de la Justicia. Lejos del alcance de su ciudad, con suerte. ¿Por qué no? No había vuelto a ver indicios del murciélago desde que escapó del psiquiátrico. Pero eso no significaba nada. Él mismo había hecho lo posible por evitar a la justicia. ¿Qué garantías había de que ello fuera cierto?

Miró fijamente al Pingüino y maldijo el no haber traído su famoso gas consigo. Nada le hubiese complacido más que enchufarle una bombona en su asquerosa napia y hacerle tragarse sus palabras. Era la tercera vez que le pisoteaban en menos de seis meses. La primera, aquella misteriosa criatura cuyo origen aún trataba de averiguar. La segunda, Poison Ivy, con la que debía tener mucho cuidado. Y la tercera aquella parodia de hombre. Pero a él no se lo iba a consentir.

Se levantó, rígido como un palo de escoba, tratando de imitar la dignidad con la que Cobblepott acababa de replicarle. Apoyó las manos entre sí e hizo ademán de aplaudir.

-Qué gran discurso, Cobblepott. Me has impresionado. Y yo que pensaba que aún te quedaba algo de resentimiento royéndote esos viejos huesos... pero ya veo que has rehecho tu vida. Me parece estupendo, de verdad. No podría desearle nada mejor a un antiguo compañero del crimen. Así que, visto que no hay nada más que hablar... Creo que te dejaré con tus billetes y tu elegante vida nocturna.

Dio media vuelta, con cierta parsimonia, como si contase los segundos meticulosamente. De hecho, si sus cálculos no le fallaban, pronto habría una tercera persona entre ellos.

-Por cierto, ¿hace mucho que no riegas las macetas? Porque creo que tienes un problema de malas hierbas...

Abrió la puerta... y se hizo a un lado.

Aparecí como una sombra tenue entre los primeros tímidos rayos de sol. Primero como una sombra, luego como una silueta y finalmente, como la magnífica mujer vida. Acaricié con la diestra una de las orquídeas de la entrada, dándole la vida que necesitaba. Respiré el ambiente cerrado del club de Pingüino. El alcohol más caro y peor derrochado de la ciudad, los puros más refinados y de origen más exótico, las putas y los ricachones sin amor. Todo en un simple respirar. Di el primer paso al frente cargada de un vestido de mi propia cosecha, con varias lianas arrastrando. Lo natural no quita lo elegante, y a los sitios con etiqueta era necesario asistir acorde a la situación. Entré con mi paso firme y contoneante con unos zapatos de raíz que quedaban ocultos  bajo el vestido pero se hacían presentes por la sonoridad de los tacones. Con las manos en mis caderas remarcando el movimiento de las mismas y con una sonrisa sugerente, saludé.

- Querido Oswald... De no ser porque os conozco a los dos diría que os estáis portando mal... Por cierto, deberías despedir a tu equipo de jardineros.   - me acerqué a la altura del ricachón y le  acaricié los hombros desde atrás, teniendo pendiente no rozar su piel. - Querido... tienes que relajarte un poco. Entiendo que te alteres un poco con su presencia   - dije mirando a Espantapájaros con una mirada de complicidad maliciosa. - Entiendo que no termines de fiarte querido, yo aún no lo he hecho. Pero seamos francos... ¿no echas nada de menos que la gente sepa de tu nombre? No recuerdas cuando tu nombre iba acompañado del temor y el respeto que te mereces. Cuando Chesterfield Cobblepot hacía estremecer todo aquel que no sabía un mínimo de decencia. - mientras hablaba dibujaba con el dedo índice derecho una línea que le recorrió la espalda de hombro a hombro hasta ir a parar a su esternón, teniéndole frente a mí. Finalmente mientras le miré a los ojos le agarré de la pajarita recolocándosela, sin dejar de sonreír.

- Dime querido...- dije acercando mi aliento al suyo, con una ligera loción de feromonas que le harían prestar un poco más de atención a mis palabras - ¿No ansías vernos juntos como antaño, en la cima del mundo, imparables... Y con el murciélago fuera de nuestras vidas?

Lo primero era la insinuación sutil con un aroma químico. Si tampoco funcionaba tendría otros medios, pero una servidora era conocida por la capacidad de adecuarse a cada situación, y entre Harley, novia del Joker y Selina la prostituta, yo era de las pocas compañeras a las que Oswald seguía guardando un respeto considerable.

Maldición...

Con aquél tarado vestido de saco de patatas viviente aún podía lidiar, no era nadie más allá de sus obsesiones y sus químicos, sólo un pobre infeliz que se creía el rey del mundo incluso tras las rejas de una celda. En cierto modo, él y Enigma eran bastante parecidos, muchas veces se preguntó Oswald por qué aún no eran amigos. Pero Poison Ivy era distinta... Y no era solo por ser una dama, que siempre complica las cosas a un caballero, sino que ella llevaba la típica idea de que una mujer puede manejar a un hombre a su antojo a otro nivel; Literalmente, podía. Sus esporas, pólenes, venenos e incluso su fragancia podían hipnotizar a cualquiera que no cayese rendido ante sus encantos femeninos. Se acercó a él y sintió un suave aroma floral mientras le recolocaba la pajarita. La ventaja de una gran nariz era que podía advertirte de esa clase de peligros antes de que fuera demasiado tarde, y con un gesto rápido, cogió un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y se cubrió las vías respiratorias antes de convertirse en un pelele a las órdenes de la exuberante Pamela. Echó una mirada fulminante a ambos y dio un puñetazo sobre su mesa tan fuerte que hizo temblar la lámpara sobre la misma, y sin descubrirse el rostro, replicó:

-¡¡Claro que añoro burlarme de ese justiciero patético, por supuesto que extraño el placer de sentir en tus propias manos tesoros inalcanzables para todo mortal que no se atreve a ponerles un dedo encima por respeto a la ley, empiezas por necesidad, pero acabas adorando ese estilo de vida!! ¡El problema es que si he de volver a pudrirme en Arkham, quiero al menos que sea por algo que valga la pena, no pienso darle a la rata voladora el placer de humillarme gratuitamente otra vez! ¿O es que acaso han desaparecido él y sus secuaces? ¡Claro que no! Los tres sabemos que sigue ahí fuera, él y esa inmunda guardería de aprendices que tiene. Yo podré pagarme un buen abogado, incluso podrían ayudarme mis hombres a fugarme, pero ¿y vosotros? ¿A qué se debe tanta soberbia, tanta seguridad en que esto saldrá bien? Conozco esa expresión, yo mismo la lucí muchas veces antes de que el murciélago patease mi enorme culo y me hiciera desayunar las pútridas gachas de Arkham una mañana más. Así que id directos al grano, camaradas. Sin truquitos -Dijo mirando a Poison Ivy acusadoramente- Si tenéis que convencerme de participar, hacedlo hablando de ello directamente, porque no pienso unirme en una causa perdida a un par de cobardes sin valor para expresar sus ideas con claridad...

Se reclinó pesadamente sobre el sillón. Empezaba a sentir verdadero fastidio ante la inoportuna visita, pero no podía negar que una parte de él albergaba cierta emoción ante un plan como en los viejos tiempos, más allá de negocios sucios, subastas ilegales, y demás crímenes elegantes.

"Aún eres joven para divertirte, pajarraco" Pensó, esbozando una sutil media sonrisa, no queriendo dar demasiadas esperanzas a sus interlocutores.

A veces le daban ganas de abofetear esa cara nariguda suya. Pero se contuvo mientras escuchaba sus insultos, porque no podía denegarle la razón de sus palabras. Realmente un materialista como Cobblepott tenía poco o nada que pintar en un plan como el suyo. A Crane le importaba un pito el dinero, las instituciones o toda convención inventada por el hombre. A sus ojos, eran todos defensas morales construidas por la sociedad humana para protegerse del caos de la vida. En el fondo el Pingüino era como todos esos pobretones dependientes del sistema. Llegado el caso, podría incluso luchar por protegerlo en lugar de defender a sus camaradas criminales. ¿Qué podía ofrecerle el Espantapájaros?

Fácil: el tipo de alpiste que más le gustaba.

-¿Quieres un plan, Cobblepott? Yo te voy a dar un plan: Gotham rendida bajo el peso del terror. No hablamos del banco, no hablamos del ayuntamiento, no hablamos del estadio o de del puñetero teatro. Hablamos de toda la maldita ciudad. Sabes, en una cosa tienes razón: nos hemos conformado con crímenes de poca monta, pequeños asaltos independientes aquí y allá. Es hora de demostrar que hablamos en serio. MUY en serio.

Se sentó frente a él, de nuevo los dedos entrelazados, y sonrió con aquella expresión característica suya.

-¿Cómo pretendo hacerlo, te preguntas? Muy fácil. Nada de teatro barato esta vez. Vamos a organizar las cosas como Dios manda. Digamos que mi plan pasa por tres aspectos fundamentales. El primero y más importante: el ingrediente principal. Un suero del miedo como nunca antes se ha visto. Cosechado en un invernadero muy especial, al cargo de nuestra querida Ivy -señaló a la mujer, como quien señala a una exótica flor de las Islas Fidji-. Tendrá un ingrediente secreto del cual prefiero no hacer mención. Y ten por segura una cosa, Cobblepott: funcionará mejor de lo que lo ha hecho nunca.

Entrelazó los dedos, provocando un desagradable sonido, mientras se retrepaba en la silla.

-El segundo aspecto: organización. El problema que hemos tenido en el pasado es no saber trabajar en equipo. Digamos una cosa: esta ciudad va a condenarse a sí misma. Tú mismo sabes que los callejones de Gotham están plagadas de gente sin techo, muertos de hambre dispuestos a lo que sea con tal de llevarse un mendrugo de pan a la boca. Creo que esta parte te va a gustar: vamos a montar un negocio. Vamos a venderles nuestro gas a la gente sin que ellos lo sepan. Y éste no tendrá efecto hasta la hora señalada. Vamos a contratar personal por toda la ciudad, que puedan extender el negocio de punta a punta. Y, por supuesto, vamos a necesitar de alguien que sepa de números y dinero. Hasta ahí fácil, ¿no es verdad?

Se tomó un tiempo para analizar las reacciones del Pingüino, antes de continuar.

-Tercer y último aspecto: discreción. Va a llevarnos un tiempo tener todo listo, así que mientras tanto nos toca operar lejos, muy lejos, fuera del alcance de los radares de los Bat-cretinos. Ivy había pensado en alguna hermosa jungla de, pongamos, Brasil o Colombia. Es cuestión de mover un par de hilos entre los contactos con los narcos para conseguir un terrenito donde plantar nuestra cosecha. Por supuesto, si en el proceso quieres aprovechar para hacerte rico con negocios extra, eres libre de ello. Cuanto más recaudemos, más eficaz será el plan.

Se inclinó suavemente y posó los ojos penetrantes sobre los de Cobblepott.

-Resumiendo, querido socio: vamos a atacar toda Gotham, al unísono. Será un movimiento lento y cuidadosamente planeado, pero cuando lo ejecutemos, será implacable. ¿Batman y su guardería? No me preocupan. Te habrás dado cuenta de que la ciudad es un caos desde esta extraña colisión de dimensiones. Ahora mismo tienen mejores cosas de las que preocuparse. Y te aseguro que el mejor detective del mundo no lo verá venir. ¿Tu recompensa final? Ver a toda esta miserable ciudad gritar, llorar, huir de terror, mientras nosotros nos alzamos como los verdaderos amos. Y de paso, harás negocio y dinero, como a ti tanto te gusta. Y después, mis chicos y yo remodelaremos Gotham a nuestro gusto. Tú puedes quedarte con tu club y con el banco, si quieres. Móntatelo como quieras. Tendrás preferencia por haberme ayudado. Y, por supuesto, serás libre de pisotear a quien gustes por el camino.

Un par de segundos más de silencio, y de nuevo una macabra sonrisa.

-¿Qué me dices? ¿Es lo bastante estimulante para ti?

Cobblepot observó durante breves instantes a sus visitantes con las garras entrelazadas, recostado en su sillón. La verdad es que el plan tenía buena pinta, no podía negarlo, y por una vez en la vida, la colaboración entre compañeros de gremio no parecía una alianza temporal entre lobos muertos de hambre que se despellejarían los unos a los otros en cuanto consiguieran un buen trozo de carne. Esbozó una sonrisa de satisfacción y se agachó para abrir un cajón de su mesa, extrayendo de él una botella de Whisky bastante caro y unos vasos pequeños. Sirvió los tragos y alzó el suyo pidiendo un brindis.

-Un plan delicioso requiere un brindis a la altura de su exquisitez, no créeis, compañeros, ¿o ya deberíamos empezar a llamarnos "socios"?