Casting de Jonathan Crane

Arkham Asylum, 10:30 P.M.

El doctor Brendan Carlson se secó por enésima vez el sudor de la frente mientras era acompañado por los celadores a la sala de entrevistas. Se habían seguido todos los pasos del estricto protocolo de seguridad del psiquiátrico, el paciente estaba dispuesto y chequeado, y se habían retirado todos los utensilios potencialmente peligrosos. Todo estaba en regla.

¿Por qué, entonces, se sentía tan nervioso?

Trató de mirar a los rostros de los celadores, en busca de algún tipo de apoyo moral. No pudo girar la cabeza de tan apresurada que era la marcha. En dos minutos dieciocho segundos exactos estaban ante la puerta. Carlson tragó saliva, se recordó a sí mismo otra vez que él era el psiquiatra, que él tenía el control, y atravesó el umbral.

Allí estaba, sentado, las manos esposadas hacia delante, con el mono naranja reglamentario. Tan escuálido, físicamente insignificante, sus ojos pequeños y achispados abultando sobre la cara como los de una muñeca de porcelana. Le miraba fijamente, y sonreía. Como una maldita muñeca.

Carlson tragó saliva y se secó el sudor, otra vez. Crane no abrió la boca mientras se acercó a su silla. Ni siquiera reaccionó cuando ya estuvieron sentados frente a frente. Se fijó entonces que le habían dejado una grabadora. Otra de esas concesiones sin sentido del alcaide. Tras respirar profundamente, Carlson dejó la carpeta sobre la mesa y empezó a pasar página, en busca de la ficha de su paciente.

-Doctor Jonathan Crane, alias El Espantapájaros -musitó, con voz mecánica-. Reconocido psicólogo y profesor en la Universidad de Gotham. Experto en el campo del estudio de las fobias, sus estudios poco ortodoxos le valieron la denegación de los fondos necesarios para su investigación y la retirada inmediata de su permiso de docencia.

-Ése soy yo, en efecto -Crane habló de nuevo, con un timbre de voz agudo y lento, que no ayudaba en nada a calmar los ya crispados nervios del psicólogo-. Pero no hablemos más de mí. Hablemos de usted. Su caso me resulta de lo más interesante, doctor Carlson, y estoy seguro de que puedo ayudarle.

-P... ¿Perdone? -a Carlson le templó la voz mientras se reajustaba las gafas. Crane volvió a sonreír de aquella manera tan inquietante y se echó hacia atrás en su asiento, con los hombros relajados.

-Oh, por supuesto, discúlpeme... Siga usted, si eso le hace sentirse más seguro. Después volveremos a mis preguntas, ¿le parece mejor así?

Carlson quiso hacer como que no había escuchado nada. Carraspeó y siguió repasando mecánicamente el perfil psicológico y el historial de Crane.

-Con, eh... Diecisiete años experimentó usted un episodio traumático: Bo Griggs, antiguo compañero suyo de la Universidad, le humilló delante de sus amigos en la fiesta de fin de curso, en connivencia con su novia, Sherry Squires. Eso le llevó a dar el primer paso para definir a su alter ego, aquel que le sumergió en su reciente actividad criminal...

-Tsk, tsk, tsk... -Crane chistó de repente e interrumpió al psiquiatra-. Mal, doctor Carlson, muy mal. Tiene que hacerme las preguntas directamente a mí, no leerlas del formulario. ¿Qué clase de acercamiento espera hacer con su paciente? Oh, pero no se torture, es un típico error de novato... Mire, ésto es lo que vamos a hacer: ignore ese estúpido papel. Pregúnteme a mí. Y sólo con preguntas a las que pueda responder con "Sí" y "No". ¿Le resulta así más fácil?

Carlson estaba boquiabierto. Miró fijamente a aquella maldita cara impertérrita, tan grotescamente parecida a una odiosa muñeca de porcelana, sin dar crédito a sus palabras. Tratando de recordar el protocolo a seguir en aquellos casos, especialmente con el tipo de sujetos que se atendía a diario en Arkham, decidió seguirle la corriente.

-De acuerdo pues... Dígame entonces, Crane. ¿Es cierto que sufrió humillaciones continuadas por parte de Bo Griggs, que culminaron en aquella nefasta fiesta de fin de curso?

-Sí -contestó secamente Crane.

-¿Y que se sintió usted identificado, por esas mismas situaciones, con otro personaje con el cual le comparaban en clase, Ichabod Crane de La Leyenda de Sleepy Hollow?

-Sí.

-¿Admiraba usted, por identificación personal, a su tocayo literario?

-No.

-¿Por qué no, Crane?

-Ah-ah-áaah... Se está usted saltando las reglas, doctor Carlson -de nuevo, la odiosa sonrisa asomó en el rostro flaco y malicento.

-Por el amor de Dios, Crane, esto no tiene ningún sentido -Carlson no pudo evitar volver a secarse el sudor, y de paso las gafas-. Se supone que es usted el paciente, y yo el experto. Haga el favor de responder a mis preguntas sin más.

Sin inmutarse, Crane pulsó un botón de la grabadora que tenía a su izquierda.

-10:35 de la noche, Arkham Asylum. El paciente experimenta un nuevo brote de ansiedad ante la sensación de pérdida de control. Nuevamente la necesidad imperiosa de llevar las riendas de la situación adquiere aquí un rasgo patológico fácilmente identificable con las reacciones usualmente asociadas a las fobias comunes...

Los papeles de la carpeta vibraron al ritmo del pulso de Carlson. En los siete años que llevaba en el oficio jamás se había encontrado semejante caso de desfachatez por parte de sus pacientes.

-Me temo, Crane, que si sigue evitando mis preguntas no podré hacer nada por ayudarle...

-Interesante elección de palabras, doctor... "Me temo". -Crane apoyó la barbilla sobre las manos y clavó la mirada sobre el psicólogo-. Dígame... ¿De qué tiene usted miedo?

-¿Miedo yo? ¡No sea ridículo! -Carlson hizo un leve aspaviento que se esforzó por controlar-. Está usted aislado en una celda de máxima seguridad, hay cámaras y vigilancia por cada rincón de Arkham, y ni siquiera cuenta con su dichoso gas. ¿Por qué iba a tenerle miedo a usted?

-Ah, pero no he mencionado nada de que tuviera que ser yo la fuente de su miedo... ¿Verdad? Interesante... -Crane volvió a encender la grabadora-. -10:36 de la noche, Arkham Asylum. El paciente muestra una necesidad imperiosa de remarcar su seguridad aludiendo a fuerzas externas que presumiblemente habrán de protegerle de la fuente de su mayor pavor. Este comportamiento es fácilmente asociable a los grupos sociales de sectas y comunas religiosas y fanáticas, que por otra parte, hacen igualmente uso del miedo para sostener su modelo de sociedad...

-¡Crane, haga el favor de parar! -Carlson dio un fuerte carpetazo sobre la mesa-. ¡Soy yo el que dirige esta sesión!

-...Asimismo, el brote de ansiedad parece ir a peor. No cabe duda del valor de la revelación que este experimento nos aporta: el absoluto e irreconciliable miedo que las mentes racionales y estrictas tienen hacia el caos y el desorden.

-¿Quiere saber lo que es caos y desorden? ¡Esto! -Carlson agarró la grabadora y la lanzó al otro extremo de la habitación-. ¡Pienso hablar muy seriamente con el alcaide sobre esto! ¡Ahora céntrese y responda a mis preguntas!

Crane alzó las manos esposadas, como si fuera a protegerse, pero no apartó los ojos de Carlson. Y volvió a sonreír. De nuevo esa mueca horrible, tan parecida a esas odiosas muñecas que te sonríen desde los escaparates, que parecen estar siguiéndote con la mirada allá adonde vas...

-Mi querido doctor, le felicito. Está usted progresando. Creo que ya puede sentir ese pálpito dentro de usted... Ese instante en el que se incrementan las secreciones glandulares de adrenalina, así como otras sustancias bioquímicas que interfieren con la reacción neuromuscular. Ese instante que podríamos resumir muy bien en una sola palabra, que los dos conocemos de maravilla. ¿No es verdad, doctor?

Carlson apretó las manos y sintió de nuevo el impulso de sentarse. No le gustaba nada el rumbo que estaba tomando aquello. Trató de buscar alguna salida en las fichas de su carpeta, un momento de debilidad que fue de nuevo aprovechado por Crane.

Ah, busca un amuleto en el que apoyarse. Una actitud muy lógica, doctor, muy racional. Tan racional como el objeto en el que intenta sustentar su propia cordura. ¿Es usted amante del orden, doctor Carlson? Entonces estoy seguro de que le complacerá la quinta página... Vamos, vamos, pásela. No tenga miedo...

Era imposible no apreciar un desagradable retintín en la voz de Crane cuando pronunció aquella dichosa palabra. Carlson decidió seguirle el cuento un poco más antes de dar la entrevista por finalizada. Lo que vio en la quinta página le dejó helado. Una fotografía de su esposa Megan y su hija Jo, con otras dos superpuestas en sus caras. Rostros de fotografías antiguas de muñecas de porcelana.

El psiquiatra alzó la vista lentamente, incapaz ya de fingir siquiera que intentaba mantener la compostura.

-¿Qué clase de broma de mal gusto es ésta, Crane? -su voz era un susurro de tan atrancada que estaba en su garganta.

-¿Broma dice? Tiene razón, es un montaje realmente burdo. Ni siquiera engañaría a Croc. Pero dígame... ¿Por qué le ha temblado el pulso y ha puesto esa mirada al verlo? ¿Acaso no sabe usted que es falso? ¿O algo dentro de usted le dice que pudiera no serlo? Y si fuese así, ¿no se confirmaría uno de sus mayores temores, perder a su familia? Ah, tiene gracia... Dije sólo uno, ¿verdad? -se incorporó lentamente, acercando todo lo posible la mirada a Carlson, sonriendo diabólicamente como uno de aquellos arlequines de juguete del escaparate de LaffCo que hacía todo lo posible por evitar...- Pero siga, doctor, siga... ¿A qué más tiene usted miedo?

Carlson dejó caer la carpeta sobre la mesa y se incorporó de golpe, no tirando la silla al suelo por poco.

-Esta sesión ha terminado.

(FDI:momento musical para acompañar)

No había tardado ni dos segundos en dar la espalda a Crane cuando escuchó un odioso palmeteo.

-¡Vamos, doctor, no se vaya así! ¡No olvide que tenemos que practicar nuestro ejercicio diario de terapia! ¡Una cancioncita para aliviar el ánimo! ¡Venga, cante conmigo! Había una mujer / Que vivía en un zapato / Tenía tantos hijos / que los metió en un hato. / A todos les dio caldo / pero no les dio pan / Y les dio una paliza y los mandó a acostar...

El tono de voz agudo de Crane le taladró los oídos y arañó sus nervios. Apretó los dientes, tratando de plantearse la posibilidad de irse sin más, de avisar a los celadores y devolver a aquel demente a la celda de la que nunca debió de haber salido. Pero aquella situación... Aquella maldita canción... La imagen que evocaba en su mente...

-Cállese... ¡Cállese, Crane! ¿Me oye? ¡CÁLLESE!

Se volvió para increparle... No pudo pronunciar palabra.

La cara de Crane dejó de recordarle a una asquerosa muñeca de porcelana. ERA una asquerosa muñeca de porcelana. Le miraba fijamente con sus ojos fríos y sin vida, la luz de la bombilla del techo se reflejaba sobre la superficie inmácula de su piel frágil, la boca se abría y cerraba mecánicamente, repitiendo la melodía infernal.

Carlson trató de recordar con quién estaba hablando, pero aquello era demasiado. Sus frágiles nervios habían cruzado el precipicio.

-¡YA BASTA, CRANE! ¡YA BASTA!

Zarandeó a su paciente hasta tirarlo al suelo. La cabeza estalló al impactar contra el ladrillo y esparció diminutos fragmentos por doquier. Pero la boca se quedó intacta. Y seguía moviéndose, cantando la horrorosa cantinela.

Tenía tantos hijos / que los metió en un hato. / A todos les dio caldo / pero no les dio pan

Carlson se pasó el paño ya empapado por las gafas y la sien. Entonces reparó en que el sonido venía desde atrás. La grabadora pulverizada aún pasaba la cinta, y pasaba a reproducir la voz de Crane junto con su enloquecedora cantinela.

-¡BASTAAAAA! -Carlson pisoteó la grabadora, pero el cántico no calló. Desesperado, corrió a la puerta de salida.- ¡SEGURIDAD! ¡SEGURIDAD! ¡Es una emergencia, Crane ha...!

Carlson no fue capaz de reprimir un grito. Los celadores se volvieron hacia él y caminaron con paso monótono. Dos cabezas injertas de muñecas de porcelana le devolvían una mirada sin alma y sonrisas espantosas.

-¡NO! ¡ALEJAOS DE MÍ! ¡NO ME TOQUÉIS!

La habitación se hizo más alta, las paredes se curvaron sobre la cabeza de Carlson. Las losas del suelo se abrieron, y decenas de muñecas salieron de éstas, reptando como cucarachas, acercándose más y más al psiquiatra. La cancioncita se negaba a morir. Carlson se echó de rodillas en el suelo y lloró desquiciado, suplicando clemencia, pero las palabras morían en su boca y se convertían en desgarradores gritos.

Y por encima de esa polifonía de horror se elevó una voz de ultratumba. El techo ya no parecía un techo, sino una silueta delgada, recubierta de tela de arpillera, con ojos y boca que ardían como las llamas del Infierno.

Y cantan. Y gritan. Y LLORAN. ¡LLORAN! ¡COMO TÚ AHORA!

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Los Narrows, Gotham City. 11:00 P.M.

El cuerpo de Carlson se había quedado rígido sobre su asiento después de una hora de espantosas convulsiones. La cabeza caía hacia atrás en un ángulo feo, la cara totalmente deformada por una mueca de terror. La espuma que cubría los labios empezaba a secarse.

-Uhm... Interesante...

Crane pasó la mano cubierta por un guante de paja por la espuma, y la analizó de cerca. Tenía ocultas las facciones pálidas bajo la demacrada y siniestra máscara, un amuleto que le ayudaba a ocultar sus propias emociones y transmitir sólo una, aquella que estaba obsesionado con hacer sentir a todos los mortales y era objeto de sus investigaciones.

-Tal y como esperaba, la nueva neurotoxina no hace efecto inmediato, sino que queda asimilada por la sangre y altera sutilmente la percepción de la realidad del sujeto, hasta estallar en un plazo máximo de dos horas tras su inoculación. Uhmnn... Quizás se pudieran programar sus efectos, pero necesito tiempo y recursos.

Mientras jugueteaba con una ampolla de cristal, Crane terminó de ajustarse los pantalones de arpillera, los zapatos y los guantes. Se aseguró de que la máscara y el filtro antigás estaban en su sitio. Y, una vez más, se regodeó ante la imagen que le ofrecía el espejo.

-Por supuesto, ni lo uno ni lo otro son un problema... ¡PARA EL ESPANTAPÁJAROS!