夢の物語とゆうなonna Yume no monogatari to yū na onna(Libre)

10/04/2019

- Como se puede observar, el templo tiene cuatro puertas y está rodeado por ocho señales de buen augurio -estaba diciendo el guía-. Si os fijáis bien, en la parte superior de la pared, a cada lado, hay dos ciervos y una rueda del dharma, y en la parte superior hay un vajra dorado de cinco puntas. El ciervo macho simboliza la realización de una gran dicha, la hembra de venado la realización del vacío, y la rueda del dharma, la unión entre éstos dos. Al progresar en esta unión de gran felicidad y vacío, finalmente alcanzaremos las cinco sabidurías omniscientes de Buda, que están simbolizadas por el vajra de cinco puntas. Las cuatro puertas simbolizan las cuatro vías para obtener la liberación permanente del sufrimiento humano a través de la realización y el conocimiento para entender la verdad última de las cosas y la manera en la que éstas existen y se relacionan en el universo. Se trata por tanto de un camino espiritual...


Ya... Sufrimiento humano. Eran prácticamente las únicas palabras que habían llegado a calar a través de la mente embotada del cantante.

Sullivan y él habían organizado aquella pequeña excursión a Glen Spey, a unas dos horas de Nueva York, para visitar su principal templo budista y sintoísta, con la intención de documentarse sobre la religión y mitología oriental para futuros discos, ya que hasta ahora Deamhan no se había adentrado nunca en aquella clase de terreno. Tanto Aidan como Sullivan eran aficionados a la mitología, pero se habían sentido siempre más atraídos por todo lo relacionado con las culturas asirio-babilónica, vikinga, maya, egipcia, india y griega, principalmente. Ninguno de los dos había estudiado nunca las religiones orientales en profundidad, y tampoco es que tuvieran previsto grabar un disco sobre el tema próximamente, pero ya que estaban en Nueva York, Sullivan no había querido dejar pasar la oportunidad de estudiar más sobre el tema, por si eventualmente les surgía alguna idea.

Lamentablemente, la mente del irlandés no lograba despegarse del prisionero que había dejado encerrado en aquella vieja fábrica de Brooklyn. Desde que había perdido a su familia hacía poco más de un mes, Aidan se había enredado en una espiral descendente de apatía, autodesprecio e ira, alejándose cada vez más de los estándares de moral y civismo que le habían inculcado desde pequeño. Básicamente hacía lo que se le antojaba y cogía lo que quería sin que le importaran las convenciones sociales. Pero lo que había hecho hacía dos noches suponía un paso más en esa espiral descendente: había secuestrado a una persona. Y aunque se había asegurado de que iba a estar bien, y pensaba liberarlo en cuanto cumpliera lo que esperaba de él, no dejaba de ser una fuente de ansiedad y estrés. Se decía a sí mismo que estaba justificado, que no tenía más remedio para conseguir librarse de Gob, pero la mano que sostenía el encendedor le temblaba cuando consiguió encender el cigarrillo.

Se había alejado un poco del grupo, en la zona de vegetación que flanqueaba la puerta, y empezó a fumar mientras el guía se explayaba en la descripción de los ocho símbolos de buen augurio que rodeaban el Templo.

- Sabemos pues que no se pueden hacer malas acciones porque otras personas sufrirán -estaba diciendo-. No se puede dañar a otras personas porque sufrirán. No se puede matar porque ese ser experimentará sufrimiento. No se puede robar porque aquellos a los que robes experimentarán problemas. En suma, no se puede destruir la felicidad de los demás porque su felicidad también es importante. La actitud es una riqueza interior muy especial. Nos hace volvernos espiritualmente ricos, y ese es el significado del símbolo del jarrón que...

- Joder... -estaba empezando a experimentar un dolor de cabeza bastante importante. Se llevó el pulgar al lugar donde estaba empezando a punzarle, justo en la base de la nariz, cuando sintió una mano sobre su hombro. Era Sullivan.

- Eh, tío... ¿estás bien? -inquirió con preocupación.

Los miembros de la banda asumían que la actitud errática y autodestructiva que Aidan mostraba últimamente era consecuencia de la pérdida de su familia. No tenían ni idea... No tenían ni idea de todo lo que había hecho. De lo mucho que había perdido en realidad.

- Me está empezando a doler la cabeza -contestó, y ésta vez ni siquiera le hizo falta inventarse una excusa-. Si no te importa, creo que prefiero quedarme aquí fuera. Necesito tomar un poco de aire. Pero sigue tú, ya te alcanzaré luego.

Sullivan le miró una última vez, como si fuera a decir algo, pero, finalmente, asintió y se marchó con los demás turistas. Una vez a solas, Aidan dio una patada a una piedrecita blanca que bajó rebotando por las escaleras de la cuesta. Miró al cielo; no hacía demasiado frío, pero estaba nublado y corría algo de aire, así que se cerró la chupa de cuero y, cuando se hubo terminado de fumar el cigarro, se dispuso a dar un paseo por los alrededores. Los terrenos del Templo eran una absoluta belleza, y esperaba poder distraer un poco sus pensamientos del hombre encerrado en la vieja fábrica abandonada.


Terminó internándose en un camino de bosque bastante frondoso, y caminó hasta llegar a un antiguo puente de piedra que cruzaba un tranquilo riachuelo. El sonido del agua al cruzar por entre las rocas era muy relajante, así que, sin pensar demasiado, se sentó en el borde con las piernas colgando y rebuscó en el bolsillo de la chaqueta para sacar otro cigarro.

La miró de arriba abajo, sorprendido. El lugar era tan grande y tan tranquilo que no había esperado tener compañía tan pronto. La muchacha parecía la típica chica oriental, pero de rasgos finos, muy hermosa. Su voz, a pesar del tono frío, resultaba suave y armoniosa, algo que todo cantante sabía apreciar. Llevaba un peinado extraño que pese a todo le favorecía, y un kimono de colores vivos, pero lo que más le extrañó fue lo que sostenía entre sus manos.

- ¿Eso es... una cruz? -inquirió, alzando una ceja antes de volver a mirarla-. Disculpe... Aidan -dijo tendiéndole la mano-. Aidan Doyle.

Entonces vio como ella hacía el saludo típico tradicional oriental, más distante aún que las costumbres anglosajonas, y volvió a retirarla.

- ¿Eres... una sacerdotisa o algo? Perdona si peco de ignorante, admito que no sé mucho de religiones orientales. Precisamente por eso habíamos venido aquí. Estábamos con el grupo de turistas.

Desde luego la chica no tenía pinta de turista. ¿Existían sacerdotisas orientales? No tenía ni idea. También podía ser una creyente que acudía al templo a rezar, pero la presencia de la cruz le desconcertaba. Intuía que había algo más en aquella mujer de lo que aparentaba.

- ¿Te molesta que fume?

Estaban al aire libre, pero al ser los terrenos del templo no sabía muy bien si debería apagar el cigarro o no. La religión y la fe eran una de las pocas cosas hacia las que aún no le había perdido el respeto. Al fin y al cabo, él sabía de buena mano que existía Dios, de la misma manera que existía el Diablo, y que existía el Cielo, de la misma manera que existía el Infierno.

Otra persona en su situación habría culpado quizás a Dios por la injusticia cometida; habría perdido la fe. Pero él no, porque él sabía, con dolorosa claridad, que el único al que había que culpar... era a él mismo.

La mujer no sólo le devolvió el apretón, sino que además lo hizo demostrando una fuerza ajena a lo que su delicado aspecto podría haber dado a entender. Aidan la miró con curiosidad mientras escuchaba su respuesta, francamente interesado. Siempre le habían atraído los pequeños detalles de las culturas tan alejadas de la suya. Le resultaba fascinante.

- Entiendo -dijo, y de manera inconsciente se tocó con la mano derecha la gomilla de pelo que llevaba en la muñeca izquierda-. Esta gomilla... era de mi mujer. Tenía un pelo precioso, abundante y muy espeso -sin darse cuenta, su mirada pasó a divagar más allá del torrente del río, perdido en los recuerdos-. De vez en cuando le molestaba y quería recogérselo, pero tenía muy mala cabeza y a veces se le olvidaba, así que yo... Yo solía llevar siempre una por si ella la necesitaba.

¿Cuántas veces no la había visto hacer aquél gesto suyo tan característico de sujetarse el pelo con la mano derecha mientras con la izquierda buscaba una gomilla que no estaba, y cómo su cara de fastidio se iluminaba al momento cuando él le ofrecía la suya?

- Era muy nerviosa, Muriel -musitó, haciendo un gesto pesaroso con la cabeza-. Se ponía a hacer cosas y rápidamente se agobiaba. Y yo había convertido en mi responsabilidad el hacerle la vida un poco más fácil. Un poco más agradable.

Se mordió el labio inferior pensando en la manera en la que lo había echado todo a perder, la manera en la que la había traicionado.

Los ojos le empezaron a picar y alzó la mirada a la lejanía, siguiendo el río.

- Perdona, aún está muy reciente la pérdida. Hace muy poco que ha muerto.

No sabía si la gomilla le conectaba o no con su mujer, simplemente la llevaba encima cuando murió, por la costumbre, y no había tenido el valor de volvérsela a quitar. No sabía si alguna vez sería capaz.

La última pregunta de la asiática le ayudó a despejar los malos recuerdos. Sin poderlo evitar esbozó una media sonrisa y miró a la morena de lado.

- ¿Tienes una suposición? ¿Y a qué crees que me dedico? -la retó. Algo le decía que aquello podía ser muy divertido.

"Que sigan su camino". Ése podría haber sido un pensamiento reconfortante si no fuera porque el camino que seguía Aidan llevaba directamente al infierno. Difícilmente era lo que Muriel habría querido para él, incluso después de haber provocado su muerte y la de su hijo.

Se produjo un instante de silencio mientras él se sumía en éstas reflexiones y May consideraba la respuesta a su pregunta. Cuando finalmente volvió a hablar, la sorpresa le fue invadiendo con cada afirmación.

- Hey -exclamó con una leve sonrisa mientras se sacaba el paquete de tabaco del bolsillo de la chupa. El cigarrillo que estaba fumando se había terminado y necesitaba encender otro-. ¿Seguro que no eres bruja o algo? Porque has acertado en casi todo -dijo mientras se ponía el canuto en los labios y prendía fuego a la punta con el mechero. Dio una calada profunda y exhaló el humo hacia el cielo-. Soy músico Heavy, del grupo Deamhan. No sé si te suena... nos hemos hecho muy famosos últimamente.

Normalmente no habría supuesto que una persona con semejantes vestiduras sería fan del género, pero en el breve tiempo que llevaban conversando ya le había demostrado que era más de lo que aparentaba ser.

- Solemos recurrir a la mitología como base de inspiración. También cosas relacionadas con lo Oculto, aunque eso es más un rollo mío que de mi compañero. Vinimos aquí precisamente para buscar material para algún futuro disco porque nunca hemos tocado nada relacionado con la cultura oriental.

Echó un vistazo de pasada a los tatuajes de su brazo.

- Por lo que veo, tú también estás interesada en curiosidades relacionadas con las diferentes culturas... Me sorprende que sepas el significado que se esconde detrás del uroboros. La gente normalmente se queda en que es un dibujo bonito y ya está -se tocó levemente la serpiente con la mano derecha-. Estoy un poco obsesionado con éste símbolo, por eso lo convertí en la imagen del grupo.

La miró fijamente a los ojos.

- Hay varias interpretaciones para el uroboros. Uno es el que tú dices, el cambio infinito. Mi interpretación es mucho más funesta. Para mí representa la condena eterna. La eterna subida de Sísifo empujando la roca por la montaña sólo para que, justo antes de llegar a la cima, se le cayera y volviera a rodar hacia abajo. El círculo infinito del que no hay escape. La serpiente que se muerde la cola. El hecho de saber que, hagamos lo que hagamos, no se puede escapar del destino.

Aidan la escuchó, honestamente impresionado.

- Caramba -hizo un pequeño silbido de apreciación, mirando a la joven con nuevos ojos-. No todo el mundo es capaz de hacer esa asociación. La gente normalmente se queda en Byrger Tidesson, el nombre que se repite en la canción. Muy pocos saben de quién se trata, y son menos aún los que conocen que en realidad fue Bureus quien sostenía que Tidesson había sido el creador de las runas nórdicas en la antigüedad. Bureus estaba firmemente convencido de que las runas no eran simplemente un sistema de escritura, sino que conformaban símbolos esotéricos y mágicos. Según él, existía una dimensión secreta de las runas adulruna, o runas nobles -se llevó el cigarrillo a los labios y dio una larga calada antes de continuar-. También tenemos una canción acerca de eso. Pero bueno, no creo que quieras pasar tu tiempo hablando de runas nórdicas...

Se quedó mirando a la joven con aspecto pensativo. El hecho de que hubiera sido capaz de tirar del hilo de su canción hasta llegar a Bureus indicaba que lo de tener conocimientos de lo oculto no era ningún farol. Aquella conversación podía llegar a ser más provechosa de lo que había imaginado en un principio.

- Así que una casa de subastas... ¿Qué clase de objetos subastáis? -inquirió, mirándola con interés con el cigarrillo prendido entre los labios-. Porque si tu madre era ocultista me imagino que no serán objetos corrientes, ¿no? Me tienes que pasar la dirección. Me atraen mucho los objetos místicos, en especial los que tienen alguna relación con la inmortalidad. También cualquier reliquia o arma que pueda servir para matar a un demonio. ¿Sabes algo de eso? -inquirió con aire casual.

La escuchó mientras hablaba del significado de los símbolos, pero no vio la necesidad de añadir nada, así que llegaron a la última pregunta:

- Pues veamos... -sacudió la ceniza sobre el pequeño riachuelo, meditando la respuesta-. La verdad es que lo que nos suele interesar más es todo lo referente a dioses y demonios... ¿Cuáles son los más importantes en tu cultura? ¿Existe alguna manera tradicional de protegerse frente a demonios y malos espíritus?

La última pregunta ya era por interés propio, pero valía la pena probar.

- ¿El clavo de Helena? -se mesó el mentón, pensativo, mientras trataba de poner en pie sus conocimientos sobre el tema-. Sé que es uno de los clavos con los que fue crucificado Cristo. Si mis conocimientos de historia religiosa no me fallan, cuando Constantino el Grande se convirtió al cristianismo, envió a su madre, Helena, en busca de reliquias santas para convencer a los romanos de la veracidad de la Biblia y lograr más conversos a su causa. Helena viajó hasta Tierra Santa para encontrar la Vera Cruz y organizó excavaciones en el Monte del Calvario, donde, según se dice, encontró las tres cruces de las tres crucifixiones que se produjeron el día que murió Jesucristo junto con los clavos que usaron con él. Si mal no recuerdo, Helena utilizó los clavos para ofrecer a su hijo protección divina en las batallas; se supone que los fundió e incorporó uno a la coraza de Constantino y con el segundo hizo fabricar un bocado para su caballo. Se dice que el tercer clavo se unió a la Corona de Hierro del emperador, con la forma de una lámina circular que la recorría por dentro, pero según lo último que leí ésto último sería falso, ya que se ha comprobado que dicha lámina está hecha de plata y no de hierro. Según otra versión, el tercer clavo habría sido arrojado a las aguas del mar Adriático para aplacar una tempestad que habría destrozado el barco en el que viajaba la santa, perdiéndose para siempre.

>>Realmente es difícil separar leyenda de realidad en estos casos. No se sabe siquiera a ciencia cierta cuántos clavos fueron, si dos, tres o cuatro, y si no recuerdo mal, había como decenas de clavos venerados a lo largo del mundo afirmando ser los originales. Creo que eran más de treinta, y, según los estudiosos del tema, de todos los que claman ser auténticos no hay más que dos con visos de serlo, y uno estaba en la Basílica de Jerusalén. El segundo ya no lo recuerdo. ¿Cómo saber que el que vais a ofrecer en la casa de subastas es el original? Y aunque así fuera, no acierto a adivinar en qué podría ajustarse a lo que ando buscando. Se suponía que ofrecían protección divina según los mitos, no inmortalidad, a menos que haya aspectos de la leyenda que yo desconozca.

Lo cual era muy factible. Después de todo, sus conocimientos de ocultismo procedían del saber popular, los libros para profanos que había encontrado en bibliotecas y librerías y búsquedas de Internet. Alguna que otra vez había consultado con un profesional, pero él no lo era, y sus conocimientos tampoco.

- Pangu -el cigarrillo se estaba consumiendo poco a poco, y ya no le quedaban más en el paquete. A saber cuántas horas tendría que estar sin fumar hasta que llegaran a un sitio en donde pudiera volver a comprar. Perra vida-. Me recuerda un poco a la historia del dios demonio Kingu de la mitología babilónica, pero no es raro. En muchas mitologías las historias sobre el nacimiento y la creación del mundo son similares. De hecho esta que me cuentas se parece muchísimo a la de la mitología hindú con el dios Brahma.

Siempre le había parecido fascinante cómo los principales hitos mitológicos se repetían casi siempre de maneras casi idénticas, como si hubiese una especie de patrón en la manera en la que los seres humanos interpretaban los fenómenos, para ellos inexplicables, que daban pie a la religión, como el nacimiento del mundo o la creación de la vida.

Escuchó con atención las explicaciones que le dio acerca de los demonios, doblando una de las piernas para apoyar el pie en el pretil del puente y así obtener un apoyo para el brazo que sostenía el cigarro.

- ¿Tú conoces alguno de esos conjuros o encantamientos? Por favor -la invitó cuando le ofreció hablarle de lo mismo con la religión Shinto, dándole unos toquecitos al cigarro para soltar la ceniza sobrante.

- Vale, lo pillo, es el de verdad -Aidan dio un toquecito en el cigarrillo para hacer caer la ceniza-. Pero aún no me has respondido de qué manera podría ayudarme un clavo sagrado de hierro. Si realmente fuera algo prodigioso, ¿por qué deshacerse de él? ¿No tendría más sentido conservarlo? No sé, no soy coleccionista ni arqueólogo; voy a necesitar algo que me convenza para invertir mi dinero en ese clavo -dijo con un guiño pícaro-. Vamos, mujer, si tienes una casa de subastas trabájatelo, véndeme el clavo.

Su tono era amistoso y cómplice. Realmente quería saber más del tema, pero procuraba utilizar un matiz bromista para no parecer que estaba imponiendo nada. La muchacha había sido amable con él y no deseaba contrariarla. Al menos no innecesariamente.

Cuando ella empezó a ilustrarle los pasos de la oración, sacó el cuaderno de notas que utilizaba para escribir las ideas que se le ocurrían para las canciones y comenzó a hacer rápidos apuntes y esbozos para recordarla.

- Háblame más del bushido y de ese dios de la guerra. Y de tu madre. Me gustaría saber más de esa mujer tan sabia y sobre qué la llevó a aprender tanto sobre magia y ocultismo. Estoy seguro de que tiene que ser una historia interesantísima.

Aidan se recostó un poco más hacia atrás desde donde estaba sentado, mirando a May con lo que quedaba del cigarrillo agonizante entre los labios. Ya iban tres veces que le preguntaba por el Clavo de Helena y no le estaba respondiendo. La primera vez podía ser que no hubiera caído en explicarlo mejor, incluso la segunda podría haber sido un despiste, pero empezaba a pensar que lo estaba evitando a propósito. ¿Es que no conocía sus propiedades? Pero si no las conocía, ¿por qué se lo había mencionado en primer lugar? Si era así como vendía su negocio debía de tener muy pocos clientes. Bueno... investigaría por su cuenta. Quién sabe, quizá realmente mereciera la pena.

Escuchó con interés lo que le contaba acerca de los samurais y el bushido. Eran temáticas que podían quedar bien en Power Metal, aunque quizá no pegaran tanto con el estilo actual de Deamhan, pero como artista había aprendido a jamás descartar ninguna idea, pues podían resultar de utilidad en un futuro.

Lo que le contó sobre su madre le resultó particularmente interesante, y cuando mencionó a Czernobog estuvo a punto de dejar caer el cigarrillo.

- ¿Czernobog? -repitió, asombrado-. ¿Como Chernabog, el Dios Negro de la mitología eslava? ¿Como en Belobog y Chernobog? Oh, me encanta. Todo ese rollo de la dualidad del bien y el mal también se ha repetido una y otra vez en las diferentes mitologías. En algunos casos son dos hermanos, como Caín y Abel, Belobog y Chernobog, y otras veces es una única entidad que aglutina en sí misma ambos conceptos, como Kali, o Abraxas. ¿Lo conoces? Era un antiguo dios egipcio del fuego que unía simbólicamente lo divino con lo infernal, lo bueno con lo malo y la vida con la muerte. Tenemos una canción sobre él, quizá la hayas escuchado -terminó el cigarrillo y aplastó la colilla sobre el repecho del puente de piedra. Después la tiraría en alguna papelera-. Esa clase de conceptos me fascinan, pero la historia de Chernabog es de las que más fascinación me causan, precisamente por ser un dios tan poco conocido y haber tan poco escrito sobre él. ¿Sería mucho pedir quedar un día para echarle un vistazo al estudio que hizo tu madre sobre él? Podría ser el mismo día que quedemos para la subasta, ¿qué me dices?

- Por lo que veo eres toda una fuente de conocimiento -dijo asombrado Aidan. La Mongol era otra de esas culturas poco conocidas que no contaban con el prestigio que posiblemente merecían. Aidan tenía que reconocer que no tenía muchos conocimientos sobre ella-. Me alegra haberte encontrado. No estaba seguro de venir aquí hoy, pero al final ha sido un acierto.

No pudo evitar un estremecimiento cuando ella comenzó a hablarle de los círculos del infierno, sin poder disimular su malestar creciente. La mención a la posibilidad de redención y purificación no le pasó por alto, pero aún así la idea de ser sumergido en brea hirviendo no resultaba en absoluto alentadora. ¿Cómo sería el infierno cristiano? ¿Qué sería lo que le esperaría a él cuando...? Tragó saliva y cambió de tema, claramente más pálido ahora.

- Perfecto entonces -dijo, poniéndose en pie para cortar la conversación. Le echó un ojo a la tarjeta que ella le había dado-. Aquí tengo el teléfono y el día de la subasta. Estaremos en contacto -prometió con una sonrisa, tendiéndole la mano-Ardo en deseos de volver a vernos y profundizar más en todos éstos temas. Ha sido un placer.