Perdón. Creía que estaba libre +18 [Rebecca Logan/Libre]

Toda aquella historia apestaba mas que un buey muerto al sol del desierto. Donde había habido socarrales y planicies, se levantaban ciudades más grandes que la mismísima Gotham, allí donde había parques, de pronto se lindaban enormes carreteras que nunca habían estado allí. Todos los medios habían enloquecido, miles de trajeados salían en la televisión llamado a la calma y el autocontrol. Cientos de sabiondos de batas blancas buscaban una explicación. El mundo entero había perdido el norte, si acaso, claro, el norte seguía estando en el norte...

Cuando se enteró, al tiempo que hundía su escama de carnicero en una pata entera de vaca que de puro reciente, aún estaba cálida al tacto, soltó solo un "Ja" de lo más jocoso. Pedirle tranquilidad a Gotham era como pedirle leche a una gallina, inútil, estúpido, y totalmente imposible.

Había recibido una notificación de Arhkam al respecto, que había sido de lo más clara. Hasta que aquello se aclarara, lo mejor era que los pacientes en libertad condicional consideraran ingresar allí por propia voluntad. Si, claro... y sus caballos iban a errarse solos si se lo pedía por favor.

Tras ir allí y establecer una rotunda negativa, consiguió llegar a un buen acuerdo. Ella pasaría allí parte del día, haría terapia con un grupo por la mañana, evaluación por la tarde y le permitirían volver tranquilamente por la noche a su hogar. Querían asegurarse de que aquel caos no perturbaba las "sanas costumbres" de los internos y pacientes, cosa que personalmente le parecía muy bien. No quería que se llenaran las calles de chalados sólo porque el mundo había cambiado toda su consistencia interna, y nadie sabía lo que era o no real... Ella lo tenía muy claro. Sus sementales seguían en su lugar, sus gallinas comían maíz y sus dos perros ladraban cuando llegaba algún gamberro. Habían llamado para recoger al Andaluz castaño. Su mundo seguía perfectamente bien.

Ahora, engalanada con su mejor camisa de franela a cuadros roja, sus vaqueros azules a la piedra y sus chaparreras de cuero marrón a juego con el sombrero que llevaba, estaba sentada en una de las mesas redondas del patio de su bienamada Arhkam, chupando una espiga que había encontrado por el camino. En seguridad estaban medio locos con el número de gente que llegaba para inspección, y aunque le quitaron las pistolas, los látigos y la fusta, habían olvidado por completo las espuelas, la hebilla del cinturón y la placa de Sheriff que llevaba encima del pecho derecho. Agradeció que estuvieran tan ocupados como para hacerlo.

Vio como se abría el portón del patio, y entraban a empellones a un tipo que no había visto nunca... No es que conociera personalmente a todos los pacientes de Arhkam, claro, pero sí sabía algo de la mayoría. Es como con las vacas... importa poco si tienes 20 reses o 200, al final eres capaz de distinguirlas por sus manchas o su cara. Con aquellos tipos pasaba lo mismo.

Lo observó atentamente, mientras se movía por el patio, sin hacer nada al principio. Se podía cortar la tensión con un cuchillo en ese sitio. Era como ver actuar a una manada de chacales. Los que no están lo bastante locos, se lo hacen, para parecer más amenazantes... pero son los que no hacen ningún esfuerzo con los que hay que tener verdadero cuidado. Ya se sabe, perro ladrador, poco mordedor.

Tras unos minutos de adaptación, algunos de los presos se removieron inquietos. Cualquiera bastaba para demostrar la supremacía. Cualquiera... Hubo un intercambio de miradas, entre ella y los interesados. Finalmente, ella actuó primero. Se levantó de la mesa redonda (si os preguntáis porqué redonda, es que no tenéis nada que hacer en Arhkam. Cualquiera con un mínimo de desparpajo sabe que las esquinas bien usadas duelen tanto o más que una puñalada...) y empezó a acercarse al tipo. Sus espuelas resonaban a cada paso de sus botas, con un par de centímetros de tacón, haciéndola sentir absolutamente poderosa. Sus manos estaban colocadas sobre su cinturón, apoyadas en él con cierta dejadez acompañando el movimiento de sus caderas al andar, y el ala de su sombrero le cubría parte del rostro. Los ojos la siguieron al aproximarse al individuo en cuestión. Al llegar a su altura, sujetó el brote con una de sus manos, sacándolo un instante de entre sus labios.

- Howdy, Howdy, Howdy, forastero... - saludó en voz baja y calmada - No te he visto antes por estos lares, ¿Eres nuevo en la ciudad? - preguntó entonces, golpeando con el índice el frente del ala de su sombrero, despejando así su rostro, mostrándolo convencido y firme, sus ojos levemente entrecerrados, en sus comisuras, un atisbo de sonrisa.

Su respuesta produjo en ella una evidente reacción, y esta fue ampliar media sonrisa mientras alzaba una ceja, en actitud entre incrédula y adulada. La verdad es que estaba bien que a uno le respondieran con educación, y sobretodo dentro de un sitio como aquel. Aunque incrementara aún mas las suspicacias del motivo por el cual un chico que era agradable de primeras estaba envuelto para regalo en el patio de semejante institución psiquiátrica. Cualquier persona sabría que hablar de Arkham era hablar en mayúsculas, y su explicación además de escueta fue lo menos convincente que había oído desde el llamamiento a la calma hecho en Gotham.

- ¿Me estas diciendo que sólo has venido de visita?- preguntó incrédula, levantando el sombrero con el dedo pulgar, mientras se ponía el brote de nuevo en la boca - ¿No estarás intentando tomarle el pelo a la Sheriff, verdad? - preguntó cuando terminó de explicarse. Su tono fue serio, casi una advertencia.

No le gustaba nada que intentasen jugar con ella, y menos cuando habían empezado tan bien. Pero es que la historia sonaba tan inverosímil como que las vacas volaran, y podíais creer que eso no iba a pasar. Ella entendía de vacas.

- Verás, forastero, te encuentras en la ciudad de Gotham. - explicó ella, aún no muy convencida de la historia que le había contado - Y te has ido a meter ni mas ni menos que en el mismísimo corazón de una institución popularmente conocida como Arkham Asylum, cárcel, sanatorio, asilo, hospital psiquiátrico... - añadió enumerando sin despeinarse, como quien habla de la lista de la compra.

Esperó sólo un momento, para poder verle la cara. Seguro que su reacción le ayudaba a entender mejor de qué iba aquello. Ladeó un momento la cabeza, para escupir, cosa que hizo con bastante precisión

- Esto es, ni más ni menos, una casa de locos. - finalizó por fin, poniéndose las manos a ambos lados de las caderas, bastante satisfecha del resumen general. - Así que cuéntame, paisano, ¿Porqué estas aquí? - preguntó, cargando el peso hacia un lado, con una amable sonrisa en la cara.

Definitivamente ese chico desentonaba como una lágrima en la mejilla del Joker. ¿y no era de él precisamente a quien estaba mentando? Se le ocurrían pocos paisanos que hubieran tenido la delicadeza de pintarrajear un millar de caras sonrientes de camino a Arkham, pero sin duda, si había sonrisas, él tenía que estar mezclado en eso. Ese cara payaso causaba problemas hasta sin saberlo. Cuando el chico rasgó la camisa de fuerza, ella dio un leve respingo y luego rió alegremente, sorprendida por lo espontáneo de ese gesto, y lo mucho que decía de él...

Si supierais la fuerza que hay que tener para reventar una camisa de fuerza entenderíais a qué se refería.

- Por las espuelas de Eastwood, que creo que has seguido las sonrisas que no debías. Aquí puedes aprender muchas cosas, y que hasta las hienas sonríen es una de ellas - dijo ella, procurando darle una palmada animosa en el hombro, una vez se hubo liberado.¡Caray, si eres un buen ejemplar!- añadió entonces, repasándole de la cabeza a los pies, con el mismo interés con que admiraba a un buen potro.

La verdad es que si lo pensaba fríamente, aquello era condenadamente injusto, sí señor. Ese no era lugar para un chico como ese. Le habían encerrado por seguir las pintadas de un payaso maníaco, y eso no era ningún delito. Era un caso en toda regla, y ella era una Sheriff honrada. Ahora sólo había que comprobar si ese tipo merecía la ayuda que ella podía darle. La sirena resonó, con su áspero grito, haciendo casi crujir los ladrillos que formaban el muro exterior del patio. Todos los miembros de la hermandad de las camisas atadas empezaron a entrar en el recinto. Se acabó el descanso.

-Vuelven adentro- se limitó a decir en principio, mientras observaba a esos títeres andar. -Verás, tengo una reunioncita con algunos de estos tipos. ¿quieres venir y echar un vistazo? - le invitó como si le estuviera brindando una oportunidad de oro.

Se tomó un instante para mirar a un lado y a otro, y al percatarse de que los guardianes estaban en la puerta, contando a los que pasaban, se preguntó si no era una buena oportunidad para acomodar un poco al viajero.

-Bueno, forastero, parece que ahora si podemos presentarnos como es debido. Me llamo Rebecca, pero llámame Sheriff. - dijo tendiéndole la mano y estrechándola con firmeza y energía,  en caso de que éste le devolviera el saludo. -- Estarás incómodo con eso, ¿quieres que te lo quite?- se ofreció con un tono que demostraba picardía, mientras la marabunta se volvía más y más densa en la puerta - Decídete vaquero, aquí hay que ser rápido- apremió al instante.

Tenían una oportunidad de hacerlo, pero debía ser ya mismo. Le desabrochaba la camisa, la hacían un bulto y la echaba en el conducto abandonado que daba al sótano y que servía para el contrabando. Esos pobres locos también tenían derecho a algo de diversión, y mientras ella pudiese usarlo en propio beneficio en sus visitas, hacía mas bien que mal.

[OOC: Disculpa la tardanza]

Podría haber puesto ese cuerpo a trabajar en cualquier momento. Oh, claro que sí. Con esa espalda tenía que ser capaz de cargar balas de paja como quien se da un paseo por el campo. Se portó permitiéndola analizar su anatomía, alzando los brazos y girando sobre sí mismo. Poca gente tenía esa amabilidad. La verdad es que estuvo tentada de pedirle que le enseñara los dientes, pero el tiempo apremiaba. Ya lo haría en otro momento.

Le devolvió el saludo. ¡Vaya, si tenía un apretón fuerte! Eso era buena señal, denotaba un carácter fuerte y eso le gustaba. Era mucho más divertido domar a un toro bravo que arrastrar al resto de las reses con una orden y un golpe de vara. Alzó una de las cejas, y su lengua asomó solo un instante por entre los dientes, hidratando el lado derecho del labio superior. No sabría decir si era un tic, o una reacción a algo que le pasaba por la cabeza en ese momento, y como se lo tomara él, la verdad, se la traía al fresco.

No tardó ni un segundo en ponerse a ello. Como había reventado los brazos, la mitad de los cierres estaban hechos una porquería y se abrieron con la facilidad. Sus manos, entrenadas en montar y desmontar arreos, eran especialmente útiles para lo que a correaje se refiere. Antes de que se diera cuenta, la camisa estaba por los suelos. La hizo un rollo y la recogió. Luego ni siquiera corrió, empezó a andar a su lado, y aprovechando el revuelo que se montaba en la puerta, tiró la camisa al suelo y la pateó metiendola en el conducto. Había hecho eso otras veces. Cuando eso estuvo resuelto, le guiñó un ojo, y volvió a inclinar el sombrero hacia delante, las manos sobre el cinturón y sus caderas retomaron ese ritmo marcado por las espuelas de las botas. Otra vez volvía a estar imponente. Los guardas la dejaron pasar sin incidentes, salvo por el pequeño detalle de que ambos se echaron hacia atrás ligeramente. Esos pequeños gestos dicen mucho sobre los animales asustadizos...

Echó un vistazo, ayudando el gesto con un dedo índice en que apoyaba el sombrero. Desde luego allí había una fauna de lo más interesante. Si obviabas al que se estaba meando encima, al que dentro continuaba con la tarea que había empezado fuera de arreglarse la cara contra un muro, el resto estaban o demasiado exaltados para entrar a las celdas sin armarla, o demasiado sedados como para poder ir por sí solos. Empezaron a llamar por orden. Con suerte no sería la última, porque tenía mejores cosas que hacer que estar allí.

- - Es una pena. Siempre me ha gustado mas el air-banjo. - objetó ella abiertamente, sonriendo de medio lado, por donde aún asomaba el brote. Iba a tener que cambiarlo al salir. Ese estaba ya chuperreteado.

Al oír su nombre, comenzó a andar hacia la puerta. Se lo tomó con calma, al fin y al cabo, eso era lo que querían. Calma, calma, calma. Se inclinó levemente hacia él y le murmuró entre dientes.

- - Si alguien pregunta, eres mi ayudante Dean - comentó justo al tiempo que un tipo daba un paso hacia ella.

Los guardas se pusieron en alerta en el momento en que escucharon aquel grito. Ese tipo se lanzó contra ella como... bueno, como un loco. Frenó en seco en el momento en que estaba a punto de echársele encima. Pretendía empujarla contra la pared del otro lado. Apenas si levantó la vista, al tiempo que daba un pequeño saltito hacia atrás, que casi podría confundirse con alguno de esos pasos de música country clásica, que te decía lo que debías hacer. Luego sólo sacó un poco la bota, se hizo el lío y se estampó, él solito, contra la otra pared. El hecho de que llevara las manos abrochadas con la camisa ayudaba, aunque en honor a la verdad ella tampoco había separado las suyas del cinturón. La bota de cuero apoyada en el tacón permaneció allí mientras veía como ese salvaje se deslizaba por la pared, ambas cejas elevadas, como si le sorprendiera el resultado. Luego intercambió una rápida mirada con "Dean" y tras encoger los hombros siguió andando. Los guardas se lanzaron a recoger al preso mientras este balbuceaba incoherencias en el suelo.

- No te preocupes. Alguien lo limpiará. - dijo ella sin mirar atrás, mientras llegaban a la puerta.

A veces se olvidaba que en Arkham había hecho muchos amigos...

[OOC: Espero que no te parezca un royo. si escribo demasiado, dímelo e iré acortando]

Después del encontronazo, entraron por fin en la sala, a salvo por unos minutos de los gritos, balbuceos y golpes que eran como la banda sonora incorporada y constante de ese antro. Porque no era otra cosa, pero cuando estas acostumbrada al ambiente, no se está tan mal. Aquello tenía más seguridad que la mansión Wayne. Ella esperó a que los de seguridad ocuparan sus puestos, y de echo, ofreció su silla a "Dean" para que se sentara, para a continuación hacerlo ella. Una vez se sentó, apoyó una mano por detrás del respaldo, y en contra de lo que parecían decir sus botas y su camisa de franela, cruzó las piernas elevando una de las caderas, haciendo que su cuerpo adoptara una postura relajada y extremadamente femenina que parecía totalmente casual.

-Como un potro, gracias por preguntar.- respondió al interés del doctor con educación.

Nick Mason. Un estereotipo perfecto de hombre serio, trabajador respetable... y viejo verde. No se le pasó que el médico echaba un vistazo al gesto por encima de la carpeta en la que tenía el cuestionario de rigor.

- No le haga mucho caso a Dean, le han coceado más de una vez en la cabeza, ya me entiende...- dijo inclinándose un poco hacia delante, como si lo hiciera por respeto a Dean, dejando que con el gesto se pudiese entrever un poco el valle del escote que escondía el tejido a cuadros de su camisa. Luego volvió a colocarse en la silla.

Explicó el procedimiento, que tantas veces había repetido, mientras ella esperaba pacientemente. Después de un instante en silencio, ella lo echó hacia atrás de nuevo, estirando pulgar e índice, trazando una L con ellos y apuntando luego hacia el doctor, con una sugerente sonrisa.

- Dispare, Doctor- fue lo único que dijo.

El doctor tragó saliva mientras buscaba el comienzo del cuestionario y tras escribir un par de cosas en sus pertinentes recuadros, comenzó a hablar.

- ¿Que opina de la terapia llevada a cabo durante el día?

- Creo que hacen bien en comprobar el estado de los internos, para prevenir futuros problemas.- resolvió ella, con un leve asentimiento.

- Bien, ¿Diría que su actividad diaria ha sido afectada por la nueva situación?- preguntó, mirándola a continuación.

-Y tanto que sí- dijo ella, haciendo que creciera el interés en la mirada del doctor -Si no hubiera tenido que pasar aquí el día, habría estado ocupándome de los caballos. - respondió alzando una ceja. El interés del doctor se desplomó, mientras apuntaba.

- ¿Ha tenido algún tipo de problema con el ambiente en que se encuentra?

-Salvo un compañero, que ha intentado placarme antes de entrar, ninguno en absoluto.- respondió ella enseguida.

- ¿Que ha sucedido?- preguntó, de nuevo acrecentando el interés.

-No tengo idea, doctor. Ese hombre se me ha echado encima y lo he esquivado. ¿qué otra cosa podía hacer?- preguntó, haciendo de pronto que su voz adquiriese un tono de sutil inocencia.

- En tal caso, no le importará que...- empezó, pero no pudo terminar.

- ¡Claro, pregunte a sus lacayos!- dijo ella encogiéndose levemente de hombros, dando un pequeño bote en la silla, que hizo que su pecho se sacudiera graciosamente.

El médico hizo un gesto con la cabeza, como si le incomodara el cuello de la camisa, y prosiguió, tratando de centrar su vista en la carpeta.

- Señorita Logan, tómeselo en serio. - la regañó. En respuesta, ella levantó ambas manos, mostrándose dispuesta a colaborar - ¿Ha tenido algún problema emocional debido al incidente?- insistió.

- Ninguno, Doctor Mason. Mi actividad diaria ha sido de lo más corriente. Mi propiedad no está afectada de ninguna manera, no he sufrido ningún tipo de pérdida, nada que provoque desequilibrio emocional ni alteración de la percepción. - respondió ella, totalmente seria de pronto, casi asombrando al doctor. Arriba sigue siendo arriba, abajo, abajo. Los pájaros siguen cantando, de momento nada de lo ocurrido supone un impedimento para continuar con mi vida. De modo que, ¿Porqué no acabamos ya? ¿hay algo mas que quiera preguntar?- respondió ella. Un sus ojos azulados se filtró un brillo gris, como el filo de una navaja.

El doctor garabateó rápidamente en la hoja y luego le sostuvo la mirada. Los guardas estaban con la mirada perdida, mas allá de lo que pasaba en la sala. El día era largo para todos, sobretodo cuando tienes que estar tratando con los pacientes Vip.

- Si...- dijo, tragando de nuevo después, tomándose unos segundos - ¿Porqué no le han quitado las espuelas, la hebilla y la insignia metálica? Sabe que está prohibido llevarlas en el interior.- añadió él.

- ¿Esto? lo siento doctor, pero para mí esto es tan habitual como para usted llevar bata. ¿Nunca ha salido de aquí y se ido a casa con la bata blanca, y sólo se ha dado cuenta al llegar allí? Para mí esto es igual. Procuraré prestar más atención la próxima vez.- le aseguró ella, y su tono sonó tan severo que hizo creíble que no volviera a ocurrir.

Tras unas pocas preguntas más, que se referían a sus cometidos durante el día, lo que hacía en el rancho, como la hacía sentir (Realizada, cómo sino) y qué papel ocupaba Dean en su vida, que acabó siendo el de su mozo de cuadra, el doctor le firmó unos papeles y le dio, casi a regañadientes permiso para salir. En otras circunstancias aquello podía haber llevado horas, pero en las actuales circunstancias y con una fila de chalados esperando en el pasillo, no tenían tiempo para ella. No todo el que habrían querido dedicarle. Gracias al cielo.

No tuvo otra que creerla. Hasta uno de los enfermeros de fuera empezó a llamar por la impaciencia. La gente debería saber que el mayor peligro está en acostumbrarte. Ella lo veía así. Que hubiera tratado con cientos de caballos no era indicativo de que uno de ellos no fuera a resistirse, igual que montar un toro salvaje no hace que vayas a estar sobre la silla cuando llegue el siguiente. Si te crees capaz de predecir a los animales estás perdido, por eso hay que estar siempre alerta. Lo mismo pasaba con las personas, y con las que había en Arkham, más todavía. Los de seguridad no sólo les acompañaron, si no que también le devolvieron todos sus efectos personales. Látigos, pistoleras y fusta. Entre los de seguridad se intercambiaron unas palabras, mientras ambos salían del edificio principal. Con todo en su sitio, era aún más vaquera, si eso podía ser.

El de seguridad tuvo un momento romántico con Sloan, Aka: Dean el mozo de cuadras/ ayudante de Sheriff, en el que intercambiaron miradas hasta que su chico tatuado se hartó.

- Bueno, las reuniones tienen su aquel. Es como jugar al póker. - dijo con picardía, mirando hacia arriba. Sólo había que saber mantenerse imperturbable, y encontrar al farolero.

Hoy, Toffe estaba fuera del enrejado. Le había dejado pastando libremente. Era un caballo listo, sabía por dónde meterse y qué hacer si venía un coche. Estaba habituado a la vida en la ciudad. Después de un silbido agudo, el caballo llegó al trote a su altura, saludándola con un meneo de cabeza. Su compañero de fatigas volvió a su lado, y en ese mismo momento el caballo manso relinchó y trató de encabritarse. Ella agarró las bridas con fuerza, obligándole a permanecer con los cuartos delanteros en tierra, pero su expresión dejó claro que estaba extrañada. Era la primera vez que veía a Toffe intentar encabritarse.

- ¿No has tenido bastantes emociones por hoy, forastero? - preguntó, dando al caballo unas palmadas en el cuello, aunque aún seguía nervioso - Tienes dos opciones, podemos ir a pasear por gotham arriesgándonos a que se haga de noche...- dijo ella mirando al cielo, que iba tiñéndose de anaranjado a medida que atardecía - O puedes probar la mejor barbacoa que has comido en tu vida. Tu decides, vaquero - ofreció como alternativa.

Pasear a solas en gotham cuando oscurecía era como dar un pase vip a una manada de lobos entre tus ovejas.

Definitivamente, algo iba mal. Toffe había intentado morder a Sloan en cuanto este se había puesto a su alcance, y eso era aún mas atípico de un caballo como él, castrado, tranquilo y bien entrenado. No había motivo alguno para su comportamiento, salvo algo que ella no detectara tan fácilmente. A pesar de su instinto, desarrollado tan por encima del de alguien corriente, un animal cualquiera era capaz de captar la esencia de lo que le rodeaba a la primera. Así que aprovecharía bien el trayecto sobre su jamelgo, para ponerse en sintonía...

Sujetó las riendas y se colocó a un lado de la carretera, mientras contemplaba como su acompañante desaparecía de su vista. Levantó el sombrero con el dedo pulgar, una ceja alzada buscando una explicación a su comportamiento. Aunque no hubo que esperar mucho para que se explicara por si sólo. Ese chalado había robado una moto...

En otras circunstancias, ella lo hubiera detenido y dado una buena lección. Por otro lado, alguien había metido a ese tipo en Arkham por seguir unos carteles con sonrisas, algo que de lejos era una violación de los derechos humanos. La moto no era gran cosa, además, de manera que podía servir como compensación por el mal rato.

Ensilló rápidamente, y cuando él se adelantó, apenas si estuvo a la cabeza unos segundos, porque en lo que dura una exhalación ella ya había espoleado al animal y este se había puesto en marcha, primero en trote y luego adquiriendo rápidamente velocidad. Su cuerpo botaba sobre la silla, acompañando los saltos que acometía el caballo a pleno galope.

- ¡Yeeeeeeeeehaw!- exclamó quitándose el sombrero, dejando ver sus dos trenzas rubias libres al viento, cuando pasó junto a Sloan, adelantándolo.

Luego volvió a ponerse el sombrero y comenzó el viaje de descenso. La colina de Arkham que marcaba la subida era pronunciada y lo era igualmente para bajar. Procuró meterse por la cuneta plagada de verde, ya que el caballo podía derrapar sobre el asfalto al ir a tanta velocidad. Una vez llegaron abajo pudo reducir la marcha. El guardia había abandonado toda esperanza de recuperar esa moto cochosa. Siguieron durante un rato una carretera principal, luego salieron hacia la zona externa, donde abundaban las naves industriales. Pero pronto se alejaron de ellas, dejándolas atrás, y entrando en caminos rurales, llenos de polvo, piedra y tierra. La moto no era una elección muy acertada para ese terreno, pero dado su problemilla, era imposible que montara en Toffe.

El trayecto fue atípico, porque no había encontrado a ningún atracador, ni ningún coche de la mafia enfrascado en un tiroteo... cosas que en Gotham eran como salir a comprar el pan.

Subieron por la ladera que daba a la entrada principal del rancho, y la encontraron unos minutos después, dándoles la bienvenida con el terreno vallado en madera clara, y la puerta con el enorme logotipo de hierro forjado encima, que permanecía encendido. Realmente era una vieja lámpara de aceite hecha en una fragua, que se apagaba cuando se acababa el combustible, pero que era la firma de "Relinchos al fuego" y quedaba de lo más espectacular. Entraron por el camino principal de tierra fina y al llegar, la chica desensilló del caballo con un salto. Luego se estiró ociosamente los músculos y miró a su compañero.

- ¡Bienvenido a "Relinchos al rojo", Vaquero! - dijo ella, indicándole con la cabeza que la siguiera.

Cogió las riendas del caballo y empezó a andar por el lateral, rodeando la casa de aspecto rústico de dos pisos de madera y piedra que se levantaba en medio de la propiedad, a la entrada. Al mirar hacia abajo, podía contemplarse unos cuantos acres verdes, salpicados aquí y allá por vacas longhorn. Se enorgullecía bastante de ser la única de todo Gotham que trabajaba expresamente con cuernos largos tejanos. Tenía algunas vacas lecheras, pero eran las que menos, y estaban en su propio establo cubierto. Pasando la casa, en llano a la derecha, estaban las cuadras, y el corral de monta que no tenía nada que envidiar a los de cualquier hipódromo de práctica, en el que a veces montaba obstáculos, para probar a los caballos de competición.

Aún mas al fondo estaba el establo cubierto del ganado, el granero, montado en madera al estilo tradicional, pintado como tal de blanco y rojo, un par de silos metálicos de tamaño mediano se alzaban como dos escoltas a un lado, y un tractor de campo parecía dormitar, como un gato en la sombra de un árbol. Todo estaba unido mediante unos cuantos caminos remarcados en el terreno, pero los tonos de la tierra y las salpicaduras de vegetación lo hacían ver idílico. Un pequeño paraíso en una ciudad oscura en la que los edificios y las calles parecían siempre a punto de devorarte.

Comenzó a andar hacia las cuadras, sin esperar a que él lo siguiera, casi segura de que lo haría por sí mismo. Pero no se trataba únicamente de dejar al caballo en su sitio. Había algo que quería averiguar... y pensaba hacerlo ahora mismo.

El orgullo la hizo sonreír de medio lado cuando Sloan alabó su precioso rancho. La verdad es que saber que todo ese esfuerzo daba sus frutos era lo que la impulsaba a llevar la cabeza bien alta, y no se avergonzaba de ello. De algún modo, le resultó enternecedor ese gesto que el chico tuvo con la tierra. Al fin y al cabo, de ella venía todo lo bueno.

- ¡Pues aquí serás bienvenido, siempre que sepas comportarte, vaquero!- respondió haciendo gala de la famosa hospitalidad tejana.

Luego se dirigió a los establos y entró junto con Toffe, que caminaba tranquilo, deseoso de poder llegar a su cuadra, beber agua y masticar pacificamente algo de heno. Después del día y el disgusto que se había llevado al conocer a cierto invitado, se lo merecía. Pensaba darle unas cuantas zanahorias, Si señor. Sujetó las bridas a la argolla que colgaba de la pared, más por costumbre que porque fuese necesario, y estaba a punto de quitarle los correajes bajo el lomo a su montura...

Pero entonces, ocurrió algo...

-Tengo a unos cuantos muchachos que vienen en días alternos para echarme una mano con el trabajo pesado, y a un equipo veterinario disponible las 24 horas.- respondió a la primera parte de su pregunta. -¡Pero bueno, por quien me tomas! ¡Hoy eres mi invitado, no moverás un dedo en este rancho!- le contestó con aparente brusquedad, aunque estaba claro que exageraba a propósito para dejar clara su postura.

¿Sabéis? un Sheriff no llega a Sheriff sólo por ser un temerario, el único capaz de plantar cara a los indeseables, o porque nadie más se ofrece al puesto. Llega porque algo le impulsa a hacer las cosas bien. Aprende a leer en la cara de los mentiroso, a tratar a la gente en función de lo que son. Allí, en América, ella no era más que una paleta de campo, no del tipo sur cerrado, pero sí lo bastante como para que los urbanitas se creyeran, por algún motivo, mucho más inteligentes que ella. Pero eran incapaces de darse cuenta de que esos pensamientos no eran si no una baza a su favor.

¿Cuántas probabilidades hay de escuchar el silencio en una cuadra? yo os las diré. Ninguna. Pero es lo que sucedió cuando se dio la vuelta y vio a Sloan asomado a la entrada del establo. Aquello la hizo tensar el cuerpo incluso a ella. Apenas si se oía a los caballos respirar. En un vistazo que le llevó menos de un segundo, pudo darse cuenta de que los caballos miraban con las cabezas enhiestas y las orejas aún más, hacia la puerta. Él se dio la vuelta y esperó fuera en el umbral, pero la reacción de los caballos no fue distinta. Ella no cambió ni por un momento de actitud. Terminó de desmontar la silla, le sacó las bridas y tras unas palabras cariñosas y un par de palmetazos en el cuello, abrió la puerta de la cuadra, por la que entró Toffe. Después de dejarle tres zanahorias en el alféizar, que él no cogió enseguida, se dirigió a la salida, donde estaba su invitado.

Dos cosas había sacado en claro: Uno, los animales no apreciaban en modo alguno a Sloan. Dos, él lo sabía y trataba de evitar que ella se diera cuenta.

Estaba escondiéndole algo.

El mero hecho de saberlo ya la colocaba en una posición ventajosa en el juego, que él había dado pie a empezar. Trataría de jugar sus cartas sabiamente, disfrutando del proceso, como hacía siempre con cualquier sospechoso. No pudo evitar, mientras llegaba a su altura, colocarse con el índice y el pulgar bien derecha la estrella de Sheriff sobre su pecho. Luego salió a un atardecer que iba quedándose cada vez más fresco, y sonrió a Sloan. Aquella sonrisa era diferente de la decidida y socarrona media sonrisa que solía lucir. Esta estaba cargada de algo misterioso, y por primera vez, se vio en su rostro el resto de la adolescente que quedaba en ella.

- Andando, vaquero - añadió casi en un murmullo, tras darle un pequeño empujón con el hombro, y dirigirse hacia la casa con el "tin, tin, tin" de caderas que marcaban como siempre sus espuelas.

Estaban volviendo por el mismo camino por el que habían llegado, solo que ahora no contaban con la compañía de terceros. El silencio se instauró entre ellos y no le pareció desagradable. Le permitió oír a lo lejos un par de mugidos, y desde la zona más alejada, donde empezaban las montañas y la laguna, le llegó el canto de un colimbo, antes de que la luz se volviera del todo rojiza.

Repentinamente se vio detenida por el agarre de una mano sobre su hombro, y se giró levemente, preparada si hacía falta para soltar un golpe a aquel tipo. No olvidemos que a pesar de que le había caído en gracia, seguía siendo un total desconocido, que podía mostrar una cara menos amable en cualquier momento. Igual de impredecible que un animal. Aguardó un instante y entonces se percató de qué le había llevado a detenerse. Contempló el enorme orbe anaranjado, a punto de esfumarse sobre el horizonte, y su expresión relajada volvió, y su semblante dibujó de nuevo esa enigmática sonrisa que había estado allí segundos antes. Contemplaron el silencio el culmen del día, que tras lo que pareció un último destello de una vela, se sumió en la oscuridad.

Aguardó unos instantes más, y después, volvió a poner rumbo hacia la puerta principal. Entró por el porche, haciendo que sus taconeos se volviesen más insistentes sobre la madera, y abrió la puerta utilizando la manija. Era sorprendente comprobar que no estaba cerrada con llave. En ese momento se oyó un gruñido a sus espaldas. Seguramente habrían estado jugando con algún bicho, y llevaban corriendo por ahí todo el día. Ese par de vagos...

Allí estaban, plantados a sus espaldas, su chucho perro lobo y su pastor de pirineos. Smile y Teeth, respectivamente. Justo haciendo aquello que les había dado nombre, enseñar todos los dientes. Tenían el pelaje encrespado, y se inclinaban sobre las patas delanteras, arqueando sus lomos. Emitían un gruñido gutural, y algún espumarajo de baba se desprendía de sus mandíbulas, lo que les hacía parecer extremadamente amenazadores. Parecían a punto de lanzarse contra ellos, hasta que ella emitió un silbido y les hizo una señal con la cabeza. Los perros dudaron un instante, pero luego, casi como si rezongaran, se separaron de la entrada y se tumbaron sobre el suelo, a una distancia prudencial.

- Este par de haraganes es de lo más maleducado. - comentó ella mientras abría la puerta, dirigiéndoles una mirada reprobatoria. Si seguían así iba a tener que aplicar un correctivo.

Al abrir, una oleada de calidez golpeaba la cara. El centro de la estancia se desplegó, dejando paso a una pequeña entrada en la que había una pequeña estantería donde había lugar para dejar calzado, una mesa de entrada y una alfombra. El salón, dividido en dos alturas, conectaba con la cocina, pero se diferenciaba por el pequeño escalón que las marcaba. Todo el interior tenía acabados en madera. A la izquierda, una pequeña escalera llevaba hacia tres puertas, de frente se veía el salón con la gran chimenea central, los sofás y la mesa baja, todo sobre una piel de vaca blanca y negra. A la derecha, la cocina se mostraba equipada con todo lo necesario, la nevera estaba empotrada, y desde un punto que era imposible ver desde la entrada, justo al otro lado, estaba la despensa. La cocina era moderna y completa, incluida la impresionante barbacoa de piedra empotrada en uno de los lados, en cuyo interior bailoteaban unas brasas. Lo impresionante era la gran cristalera que permitía observar el porche y el terreno, donde momentos antes habían visto el atardecer. Al fondo del todo, se entreveía por la puerta el baño. A su derecha, otra habitación, a su izquierda, unas escaleras marcaban la subida hacia el piso superior.

Huelga decir que su decoración, a pesar de ser de lo más rústica, no estaba colocada a tontas y a locas. Había conseguido convertir todos esos elementos duros en algo acogedor, incluidas las viejas herraduras que había colgadas en las paredes, los cactus, los cuencos nativos americanos, las pieles, el cuero, y alguna que otra calavera de toro.

Al entrar, se tomó un instante para inspirar profundamente aquel aroma. El de su hogar.

- Parloteas mucho forastero, y no compartiré contigo la receta secreta de la salsa Logan, tendrás que descubrir los ingredientes tú mismo.- dijo mientras entraba, limpiándose las botas en la alfombra y colgando el sombrero de un perchero hecho con astas de toro.

Luego se dirigió directa a la cocina, mientras se arremangaba la camisa y se lavó las manos concienzudamente en el grifo, para luego secarse con el trapo. Se puso el mandil blanco y se dirigió a la puerta de madera que daba a su despensa, abriéndola.

- Vamos a comer costillar de vaca, ¿Que te parece?- preguntó al tiempo que trasteaba en el interior. Entonces salió, cargando con medio costillar completo de vaca, colgado de un gancho de carnicero. Iba a tener que cortarlo. - tú dirás cuánto.- dijo ella dejando sobre la encimera de granito la enorme pieza cárnica, esperando ver la expresión de Sloan. No has comido barbacoa de verdad hasta que no la has comido sabiendo el nombre de la vaca que tienes entre los dientes.

Pareció asustarse de los perros, pero no le sorprendió su reacción. Cualquier persona responde con terror delante de las bestias, y por muy domesticadas que estén, nunca sabes cuando tendrán un mal día e intentarán arrancarte la cara de un mordisco. No es que fueran el colmo del decoro, pero ella tampoco lo era, así que era muy posible que, como reza el dicho: "Los perros se parezcan a sus amos". En el fondo sabía que eran un buen par de bichos.

Estaba demasiado centrada en las piezas de carne, en los ingredientes y en el acompañamiento, como para darse cuenta de que su invitado estaba avivando las brasas de la barbacoa. Cuando se percató, el chico estaba dejando el atizador. De todas maneras, no le habría molestado, le resultaba un gesto que era casi instintivo. A ella también le pasaba. Compartió con él una mirada divertida cuando se dio cuenta del gesto, pero luego enseguida tomó la indicación  que le daba para seccionar la porción de carne. Había pedido una buena ración, Si señor.

- Espero que tengas buen saque, vaquero. Porque ya sabes que la carne en barbacoa nunca viene sola. - dijo mientras colocaba la carne en una inmensa tabla, y sacaba un cuchillo que habría envidiado cualquier asesino en serie propio de una película de terror americana que diera para saga.

Golpeó la carne un par de veces, seccionando la pieza con un corte limpio, que dejaba claro no sólo el conocimiento de las piezas cárnicas que poseía, si no también delatando el evidente poderío de un brazo que, por delgado que pareciera, escondía una buena musculatura envuelta en franela de cuadros rojos. Levantó la vista de la carne, observando al chico, mientras pedía permiso.

- ¡Está ahí al fondo! ¡Lavate hasta sacarte brillo, si quieres!- bromeó, indicándole la dirección con el brazo en el que portaba el cuchillo, de un modo aparentemente despreocupado y temerario. Aunque sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

En el tiempo que él estuviera en el baño, aprovecharía para echar algo más de carbón y cedro a las brasas, para avivarlas. Tenía hecha un poco de ensalada de col, pero se puso a preparar un aliño de ajo, perejil y especias picantes disueltas en mantequilla, para rellenar las patatas que pensaba asar. En la despensa había un bote de cristal que guardaba en su interior salsa barbacoa, que aplicaría luego sobre la carne con un pincel. Echó las manos hacia delante para comprobar el calor de la brasa, y empezó a condimentar la carne dando palmetazos sobre ella, con las manos empapadas en su mezcla de especias secreta.

Oh si... Esto huele de maravilla.

La verdad es que a ella tampoco le haría mal una buena ducha, más que por suciedad, por quitarse el cansancio acumulado. Estar un rato debajo del agua le hacía olvidar cualquier cosa que quisiera destemplarle a uno el carácter y la dejaba preparada para dormir tranquilamente. En su caso prefería ducharse por la noche, porque así podía quitarse también toda la porquería. Lleva un rancho tenía mucho trabajo sucio, pero alguien tenía que hacerlo.

Mientras escuchaba el agua del grifo correr, depositó la carne en el asador que chisporroteó de tal manera que ya ni oía lo que hacía el chico en el baño. Luego, con el pincel, embadurnó la carne con la salsa barbacoa, cuyo gotear se deslizo entre el enrejado callendo sobre las brasas de carbón y madera de cedro, y al disolverse en el aire al contacto perfumaron hasta el último rincón de la planta baja de la casa con un aroma dulzón y picante. Estaba terminando el aliño cuando el chico salió con el pelo empapado, mucho mas presentable. No se había percatado pero a la luz estaba de buen ver. La barba le hacía parecer mas duro, algo que a ella le gustaba especialmente en un hombre.

-¡No dudes de eso ni por un momento! ¡Después de comer esta carne lo demas te parecerá suela de zapato ahumada! ¡Ya lo creo!- añadió al tiempo que veía a Sloan coger el cuchillo y le guiñaba un ojo, aceptando su propuesta.

Le había dicho que no iba a dejarle trabajar en el rancho, pero preparar una cena en compañía hace que la comida sepa aun mejor. A pesar de eso, en cuanto vio sus intenciones tuvo que hacer un inciso.

- Lava las patatas y luego darles solo un corte a lo largo. Así. - indicó, al tiempo que rodeaba al chico por un lado, envolvía la mano que cargaba la herramienta de filo de él con la suya propia, en un gesto más delicado de lo que cabía esperar de alguien que llevaba barro hasta las rodillas, y luego seccionaba una de las patatas. Luego le liberó la mano y se la secó con el mandil, mientras volvía a la encimera, a darle vueltas al aliño. - Prepara al menos cuatro. Son pequeñas. Luego échales esto, ponlas en una fuente y déjalas en el brasero. ¡Cuida de que no se quemen!- añadió mientras le tenía el aliño y se dirigía a la nevera a sacar la ensalada de col.

La pregunta le pilló de cara a los alimentos, y él no pudo percibir como se nublaba la expresión de la Sheriff. Nunca pensaba en ello. Por fuerza se había convertido en parte de su rutina, pero aún tenía esa cuenta pendiente con su amado padre...al fin y al cabo trasladarla allí había sido una genuina idea suya, por la que acabaría pagando.

No os quepa duda...

- Me metieron porque tengo opiniones distintas a cierta gente. Resulta que según ellos: "Tengo muy mal carácter"- dijo marcando con retintín esa última frase, haciendo clara burla - Así que tengo que ir cada semana para que vean que estoy bien, y no me altero, y con esto que ha pasado últimamente, no quieren creérselo. - añadió encogiéndose de hombros.

Empezó a sacar las servilletas de tela, la cubertería y los platos, para empezar a vestir la mesa. Cuando tuvo todo apilado en la encimera, tomó aire profundamente, suspiró y se retiró un mechón rebelde con el reverso de la mano.

- No te he preguntado, ¿quieres beber algo?- dijo, intercambiando una mirada con el chico. A ella le vendría bien mojar el gaznate.

Aquello marchaba. Iba subiendo el olor de las patatas que daba gloria, y mientras Sloan ponía la mesa, se dedicó a darle la vuelta al costillar, embadurnándolo con otra buena cantidad de salsa barbacoa. Al contacto Se convertía en una capa caramelizada de color tostado que hacía que a uno se le abriera el apetito sólo de mirarlo. Avivó las brasas y luego permitió que el calor hiciese su trabajo. Miró mientras tanto a su invitado mariposeando en torno a la mesa, había que admitir que era diligente. Al final, volvió y para cuando lo hizo, ella ya había sacado dos buenas cervezas frías, que abrió y sirvió en sendas jarras de cristal. Luego le tendió una y alzó la suya, para que brindaran.

- ¡Ahoy, vaquero, que tengas buena vida y no te topes con cuatreros!- exclamó al entrechocar las jarras, para luego echarse un buen trago a la garganta.

El dorado líquido espumoso atravesó su garganta, y le hizo cosquillas en la nariz. Después de beberlo, tal como le pedía el cuerpo, se tiró un sonoro eructo y volvió a levantar la jarra. Desde luego no es que quedara muy femenino que digamos, pero era mejor fuera que dentro. La carne chisporroteaba en la parrilla y su compañero empezó a ponerse nostálgico o algo así, y le contó una historia bastante lamentable sobre su infancia. Ella escuchó con atención en silencio, y cuando acabó de hablar, dejó la jarra en la encimera y se acercó a él, posando una silenciosa mano en el hombro, que pretendía insuflarle fuerzas. Para ella era impensable ponerse a contar cosas así, y hacía falta valor, así que agradecía el gesto de confianza que sin comerlo ni beberlo ese chico había depositado en ella.

- El mundo es cruel, ahí fuera. - fue lo único que dijo, mirándole a los ojos, para que supiera que, de alguna manera, comprendía esa sensación de desamparo.

Por otro lado, su mundo había sido diferente, aunque no podía decir que demasiado. Sí podía salir, siempre que se quedara dentro del terreno del rancho, aunque este era mas grande que una habitación, pero si cambiabas los libros por unos viejos vídeos de clásicos del Oeste, no haría falta cambiar muchas palabras de su explicación para definir su propia infancia. El mundo es un pañuelo. Como dice el dicho: "Dios los cría y ellos se juntan".

-Pero hay cosas que te recuerdan que siempre hay un cometido para ti en la vida. ¡Fijate, estamos aquí, estamos vivos! y vamos a disfrutar de la mejor barbacoa a este lado del Missisispi. ¡Al infierno con todos esos críos!- dijo volviendo a levantar la jarra, esperando que él la entrechocara con ella de nuevo.

Hacía mucho tiempo que no recibía a nadie de ese modo en el rancho. Hacía mucho que no se sentaba tranquilamente a tomar una cerveza con alguien. Se percató de ello y trató de recordar su última vez. Desde que había llegado a Arkham no había tenido oportunidad de toparse con muchos que no fueran auténticos cretinos. Sin embargo, ahí estaba, con un desconocido en su propia casa, preparando la cena, como si eso fuese el día de acción de gracias. Desde luego si le hubieran dicho ayer que ese era el plan para mañana, se hubiera reído en la cara del pobre tipo cuya única excusa para pensar semejante cosa era haber perdido por completo el norte. La vida es curiosa, desde luego.

-Yo me crié rodeada de animales, pero no recuerdo a muchos críos. Quizá de cuando el colegio, pero era demasiado pequeña para ponerles cara ahora. - dijo echando por un momento la vista atrás, aunque fue un recuerdo superfluo. No le gustaba indagar en eso demasiado.

Al ver que el costillar iba tostándose, sacó un par de fuentes y sirvió en ella la ensalada de col, dejando el espacio que pronto ocuparían las costillas libres. Miró entonces hacia la mesa, observó lo que había, y entonces se dio cuenta de que faltaba algo.

- ¡Pan!- dijo dirigiéndose a la alacena, de donde descolgó una bolsa de tela, que dejó ver un bloque de pan de molde con semillas. Cortó unas generosas rebanadas y lo untó con mantequilla, para tostarlo sobre las brasas.

Todo tenía una pinta estupenda, y sólo entonces se le abrió verdaderamente el apetito, haciéndole notar el hambre que había acumulado durante el día. Apenas si había podido almorzar algo en Arkham, si es que a la basura de la cafetería se le podía llamar comida. Se había limitado a un par de bol de macarrones con queso. No había forma de comer nada más en ese antro. Le rugió la barriga, en el momento en que servía el costillar en sus respectivas fuentes. Luego, desató el mandil y lo dejó sobre la encimera, cogió los platos y sonrió a su invitado.

- ¡A LA MESA!- anunció en voz alta como si él no estuviera presente en esa misma habitación (una costumbre suya), haciéndole un gesto para que cogiese las jarras de cerveza y las acercara a la mesa.

Spoiler:

- ¡Ahoy, vaquero!- dijo cuando expresó aquello sobre ver las caras que uno quiere ver, entrechocando de nuevo la jarra. Desde luego que no le faltaba razón.

Echó un vistazo rápido a todo lo que llevaba en la mano, repasando mentalmente la lista de todo. No les faltaba nada, por el momento. Cambió una mirada con su ayudante, que parecía contento, y tan divertido le resultó que arrancara a tararear, que soltó una carcajada divertida, mientras movía las caderas, bajando y subiendo los platos al compás. Le gustaba que fuese capaz de tomarse la vida con buen humor. Al fin y al cabo esa era también su filosofía.

Cuando estaba a punto de servir, él hizo un gesto que la confundió, hasta que comprendió que lo que quería era servir él. Era poco acostumbrado, pero no sería ella quien no dejara a un invitado hacer algo que le apeteciera. Sobretodo si era algo tan inocente y bienintencionado como servir a su anfitriona. Se sentó en la mesa y esperó que el chico depositara la comida en el plato. Se puso una servilleta en el antebrazo y todo, ante lo que ella sólo pudo soltar un jocoso "JA", mirando al techo, para después negar con la cabeza. Hacía tanto tiempo que no iba a ese tipo de sitios, y no porque no se los pudiera permitir, sino porque todos esos rollos diplomáticos del protocolo y los buenos modales no iban con ella. Si era necesario, podía sacrificarse, pero como quien lo hace para sacarse una muela podrida.

Después de que él se sirviera, empezó a partir la carne, que prácticamente se desmenuzaba sola del hueso, y cogió un trozo de patata, pinchó ambas cosas, las sopló un poco para no quemarse la lengua y se las llevó a la boca. Una porción que fácilmente se la llenaba casi al completo, y que tuvo que masticar durante bastante tiempo, dando vueltas a la comida. El primer bocado era el mejor, así que quería disfrutarlo lo más posible. Cerró los ojos, notando el efecto de las especias, la salsa... la carne prácticamente se deshacía en la boca.

- Mmmm...- dijo con los ojos cerrados, en un murmullo más que complacido, que casi recordaba el ronroneo de un gato, después de tragar y de un par de segundos de silencio, en los que el sabor residual aún le bailaba en la lengua. - Esto si que es comer. - dio su veredicto, para luego chocar la mano que le ofrecía Sloan, con una pequeña sonrisa sutil en su comisura derecha. Luego continuó con la labor de limpiar la carne, concentrada en la comida. Por el momento, podían permitirse un rato de asueto. Aunque no se le había olvidado ni por un segundo el juego referente a Sloan que tenía en mente.

En las cenas tejanas, aquellas que su padre celebraba llenas de gente de negocios y en la que era obligatorio que se pusiera ese vestido de vaquera con flecos que odiaba por lo que le picaba en la zona del cuello y la cintura, la mesa nunca estaba en silencio. Se hablaba entre inmensas disertaciones de cual era el mejor ganado, cuál la mejor carne y sobretodo qué especias había que ponerle o no a una buena salsa. Las mujeres de ellos hablaban sobre lo interesante que era ir a la iglesia los domingos, y ella, sentada en la mesa, se rascaba disimuladamente mientras su madre le ponía mala cara por hacerlo.

Para ella, disfrutar de aquella cena en compañía y pleno silencio, oyendo sólo el crepitar de alguna brasa, el sonido de los cubiertos... fue todo un ritual en honor a la comida.

Cuando él le hizo el cumplido y mencionó al General Sanders, ella abrió un poco los ojos y detuvo su masticar, sorprendida por lo hondo del cumplido. Luego se secó la boca con la servilleta, le guiñó un ojo  le sonrió, agradeciéndolo. Ella había terminado su cerveza y el gesto de rellenar la jarra no le pasó desapercibido. Le siguió con la mirada mientras hacía el recorrido a la cocina y volvía. Estaba resultando un invitado de lo más educado. Limpio, entregado y con buen humor. Hacía mucho que no disfrutaba de tan buena compañía. Hasta tal punto que se dejó llevar por su último deseo y miró hacia la puerta, aunque sabía de sobra que no iba a aparecer nadie. Le dirigió una comprensiva sonrisa cuando se dio por vencido. Ella se levantó de la silla, se inclinó a su lado pasandole una mano sobre los hombros y acarició con el reverso de la mano la mejilla de él, para hacer que la mirara a los ojos.

- No tendrá sorpresa dentro, vaquero, pero juraría que tengo brownies por algún sitio. ¿Quieres un trozo?- le ofreció en un tono que parecía casi maternal, como para darle consuelo - Lleva nueces. - añadió como si fuese un factor importantísimo mientras se levantaba y se dirigía a la cocina, para buscarlo.

En caso de que quisiera, serviría un par de trozos en un plato, y le cedería el más grande, sirviéndoselo delante. Luego ocuparía su asiento y daría otro buen trago a su cerveza fría, dejándose un bigote de espuma, para luego lamerla lentamente con los ojos cerrados, mientras disfrutaba de la sensación ardiente que generaba en su estómago.

- Ah...- dio un suave gemido - Como entra. - añadió abriendo los ojos, que se fijaron en su invitado, y luego en su postre, invitándole a empezar.

Cuando se metió el trozo de Brownie en la boca, casi se le cae al ver el numerito que montó su compañero de cena. Empezó a tocarse de tal modo que ella no pudo contener una sonrisa que fue ampliándose a medida que más y más se lo creía el tipo, llegando a acariciarse el cuerpo entre gemidos que eran de lo más sugerente y perturbador. La verdad es que no sabía que pensar.

- ¿Queréis que os deje solos? - preguntó ella, después de soltar una sonora carcajada - ¡He oído a sementales mas discretos cubriendo yeguas!- aseguró.

Luego se comportó como si no pasara nada, y siguió alabando su comida. Vaya, a ese chico le gustaba comer. Si señor.

Cuando ambos habían acabado y antes de que ella pudiera levantarse para hacerlo, él recogió la mesa, dejando todos los platos en la encimera, haciéndolo por ella. Vaya, hay que ver lo que es la educación. Desde luego se notaba la diferencia entre comer sola y hacerlo con alguien dispuesto a arrimar el hombro. Eso si que era vivir a cuerpo de rey. Cuando el chico volvió bebió un trago de cerveza y le sugirió un juego, un clásico que, lamentablemente ella no tenía a mano. Pero daba igual, porque tampoco pensaba jugar con el estómago a rebosar de comida.

- Hay muchas cosas que podemos hacer. - respondió ella, sugerente. En ese momento sacó la pistola de una de sus pistoleras, que aún llevaba encima, dejándola sobre la mesa frente a ella. El gesto no resultó amenazante por sí mismo, pero si había algo que lo hacía un tanto crispante. - Por ejemplo, charlar sobre qué estas intentando esconderme, cielo. - preguntó, sin darle más indicación, observándolo a pesar de todo con una expresión calmada y una suave sonrisa.

Estaba de buen humor. Ese era el mejor momento para interrogar a un sospechoso.

[OCC: Si hay algo que no te parezca bien, dímelo, ¿de acuerdo? Por que no tenía claro si repasar se refería a los bordes, o a que te lo has cubierto por completo. Si hace falta corrijo sin problema.]

Estaba siendo una buena noche, y qué mejor que añadir algo de tensión al asunto, ahora que había un misterio sin resolver. Ser Sheriff no consistía sólo en poner malas caras, decir frases que hicieran temblar las rodillas, y retarse a mediodía. También era solucionar misterios de viejas leyendas y de minas encantadas. Aunque luego al final siempre resultaba mas decepcionante de lo que era, porque siempre acababan siendo algunos bandidos aprovechados, o unos cuatreros escondidos. A pesar de lo cual, no se resistió a participar cuando él le ofreció una pista, además de una buena vista.

Si antes había tenido la oportunidad de valorar esa espalda, ahora que se mostraba desnuda ante ella, su fantasía se hizo aún mayor, y lo imaginó llevando balas de paja bajo el sol ardiente, mientras el sudor resbalaba por su piel. Podría acostumbrarse a ver cosas así por el rancho. ¿Qué queréis que os diga? La Sheriff sólo era de piedra de cuerpo para afuera.

Se levantó de la silla en la que estaba sentada y caminó con los brazos cruzados sobre su pecho rodeando la mesa para ponerse en su espalda. Al llegar, apoyó la cadera en la mesa, para poder mirar aquel tumulto de tinta cómodamente.  Se quedó contemplando aquellas marcas que parecían no tener sentido, retorcerse, apiñarse, desliarse... Desde luego era el tatuaje con menos sentido que había visto, a pesar de lo cual, no dejó de observarlo. Si ahí había una pista, tenía que desvelarla.

Después de observar al menos durante dos minutos en silencio, apoyando el dedo pulgar en sus labios y con el ceño levemente fruncido en una expresión de total concentración, cogió la silla en la que antes se había sentado Sloan, la colocó con el respaldo hacia él y se sentó en dirección contraria, abriendo las piernas. Estaba a buena distancia de su espalda, y entonces sin pedir permiso, sus manos se apoyaron en sus caderas, tirando de él un poco hacia atrás, para que quedara algo más cerca. Después de mirar al menos durante otro minuto esas marcas, y condensar bien su teoría en el cerebro, una mano se deslizó desde su cadera y siguió el dibujo de uno de los tatuajes, luego volvió al inicio y volvió a hacerlo. Sus manos eran recias, no tan suaves como las de las mujeres que no han hecho trabajo pesado, pero al menos tenía delicadeza.

- Deja marca, ¿eh? - preguntó ella, con sutil ironía.

La piel humana no era igual que la de las vacas, claro. Pero después de pasarte una vida viendo manchas en la piel de los animales, esquilando, cortando, disimulando sus límites para ganar concursos, y marcando a fuego en los lomos sabes diferenciar una marca de la pintura. Su tono es distinto, mucho menos homogéneo, mucho más irregular en la mayoría de los casos. Bien mirada de cerca y con atención, la línea de tinta que redondeaba y forzaba el trazo de ese antojo sobre su piel casi cantaba.

La Sheriff se levantó de la silla y le pegó un empujón con un pie, para retirarla de su camino. Luego observó de nuevo la pantalla de piel que tenía delante, y posando ambas manos en la zona de los riñones de él, arrastró las manos hacia arriba sobre su piel, abriéndose hacia los lados cuando llegó a los omóplatos de él, donde le dio sendas palmadas.

- ¿Y que hace un chico como tu con unas buenas manchas como esas? - preguntó ella, dando un par de pasos hacia atrás, para que su cadera se toparse de nuevo con la mesa, apoyándose en ella. - Vaya, vaquero, lamento decirte que no son las mas grandes que he visto, aunque si son las mas raras. - añadió mientras permitía que sus ojos pasearan otra vez por esa escultural espalda llena de garabatos.

Así que efectivamente, se trataba de eso. Puede que pasara bastante desapercibido. De cualquier forma, ¿En qué situación se te quedaba alguien mirando los tatuajes a un palmo durante varios minutos? La verdad es que era un "camuflaje" lo bastante resultón para funcionar. Pero desconocía el interés que podía tener en cubrirse las marcas. Bien podía ser algo estético, sin más, aunque eso no respondía a su primera pregunta. Esperaba no tener que ponerse en plan, "poli malo" con él. A veces las maniobras de interrogatorio se vuelven complicadas cuando eres una sola persona.

- Tengo mucho tiempo. - respondió ella, apoyada en la mesa.

Le dejó que hablara libremente, sin interrumpirle ni una sola vez. Lo que contaba parecía sacado de alguna historia de terror antigua. Había que ser retorcido para hacerle semejante cosa a un hijo. Aquello iba en contra del instinto natural del padre de proteger a los crías. Salvo que, por algún motivo, lo considerara lo mejor para él. Todo eso, suponiendo claro, que aquel colgado de verdad estuviera en Arkham sin motivo. No le apetecía tener que explicar porqué se había llevado al pirado de las estrellas sin permiso. La verdad es que aquello resultaba bastante inverosímil, pero a día de hoy no podías dar nada por sentado. Sobretodo con la que estaba cayendo. Por otro lado, y como aplicadora de la ley, necesitaría un incentivo para creerle. Mas valía que fuese bueno, además.

- Bueno, vaquero, a ver si lo entiendo. ¿Me estás diciendo que eres una especie de extraterrestre monstruoso de otra dimensión atrapado en el cuerpo de un ser humano?- preguntó haciendo que sonara tan ridículo como... diablos, como lo era. - Pues sólo me dejas dos opciones...- dijo dándose la vuelta y recogiendo el revólver, haciendo girar el tambor, para asegurarse de que había balas. Luego dejó reposar la mano en su regazo y volvió a mirar a Sloan - Una, te tomo por un auténtico chalado, cojo una escopeta y te saco a tiros de mi propiedad.. - dijo valorándolo en voz alta, aunque no sonó a seria amenaza, si no que mas bien sonó a alguien tratando de decidir entre carne o pescado - O bien me das una pequeña prueba. - dijo encogiéndose de hombros, dándole a él el poder de elegir.

Le permitió unos segundos para que se lo pensara, para que el mensaje le llegara claramente. Si de verdad era eso que decía, iba a necesitar más de un interrogatorio para saciar su curiosidad. Si era un loco, bueno, tampoco parecía mucho más peligroso que cualquier otro especialmente. Podría hacerse cargo de él, sin problema. Ese era su territorio, y pensaba protegerlo. Si, Señor.

- Mira, no te pido que llames a la nave nodriza, ni que me pintes dibujitos en un campo de maíz, y si puede ser, nada de sondas. Pero tienes que darme algo. ¿Podrías hacerlo?- preguntó usando un tono suave, en afán negociador. Luego guardó el revólver en la funda, como muestra de buena voluntad. Total, si intentaba cualquier cosa rara tardaría un parpadeo en volver a ver la cena, aunque esta vez estaría o bien esparcida por el suelo, o bine salpicada en una pared. Ahora, a esperar la próxima jugada.

Bueno, en parte resultaba tranquilizador saber que no le iba eso de las sondas. Ni lo de los monigotes grises ni lo del maíz. Plantar maíz costaba mucho trabajo y esfuerzo como para que viniera algún niñato y te dejara ahí un grafitti interespacial de esos. La verdad es que ella no era muy de ciencia ficción, aunque se dejaba ver si tienes mucho sueño y es muy tarde como para subir a por un DVD de "Clásicos del Cine Western".

Cuando le ofreció darle una prueba, ella se cruzó de brazos y asintió, complacida de su respuesta, y le permitió espacio para que hiciera lo que fuera. Desde luego si verdaderamente era un chalado, se lo tenía pero que muy creído. Observó atentamente como ponía la mano sobre la mesa, y esta empezaba a adoptar un tono grisáceo de lo más preocupante. Pero no fue nada comparado a cuando la mitad de la mano se fue a su aire, y empezó a transformarse en alguna clase de bicho, que vagamente recordaba a una salamanquesa.

- Valeeee.- alargó la e, como si aceptara a regañadientes que aquello podía valer como prueba.

Entonces, y esto lo juro, aquella cosa empezó a andar. Caminó por la mesa con sus patitas diminutas, moviéndose como si tuviera libre albedríos, acercándose a ella con un poco de ayuda de su mamá, que le dio alguna palmadita en el culo. Ella observó aquella criatura, divertida y asombrada. Entonces se le echó encima.

- Por el carácter de Cat Ballou. - susurró la sheriff entre dientes, doblando el brazo mientras le subía por él acercándose.

Una sonrisilla se le dibujó en la cara, cuando la lengua de ese bicho se pegó a su mejilla. Sintió que estaba jugando con ella, hasta que se resbaló y calló justo en el valle entre sus pechos. La vaquera soltó una risilla, muy impropia de ella, debida sin duda a las cosquillas que le hacían las pequeñas patitas. Así, introdujo su mano derecha para ayudar a la criatura a salir, y se la depositó en la palma de la mano, donde la colocó al nivel de sus ojos, para estudiarla bien. Aquello era inaudito. Echó una mirada de arriba a abajo al chico, después de que hablara.

- Suficiente, como prueba.- dijo, mientras tocaba con un dedo de la otra mano al bicho que se escurría sobre su palma. - Pero no descartes nada...- añadió con picaresca, mientras avanzaba por el salón para sentarse en el sofá arrojándose sobre él con dejadez. Luego miró a su invitado y le invitó a unirse a ella, dando una suave palmada en el asiento. En su rostro se veía la inocencia de un niño con un nuevo juguete. Si se dignaba a acompañarle, se ladearía para quedar de cara a él. - Bueno, ¿y cómo son los de tu especie? ¿Qué soléis comer? ¿Eres macho o hembra? - preguntó con calma, pero profundamente interesada. Aquello podía llevar un buen rato.

Aquello la hizo pensar, mientras jugueteaba con esa especie de lagartija en la mano. Debía resultar muy duro para cualquier animal, criatura, ser vivo (o lo que fuera aquella cosa que vivía en un envoltorio que no estaba nada mal) pensar que estaba sólo en el mundo. Es cierto que con las personas pasaba algo parecido, pero al menos podías hablar de ello con alguien. A veces más de lo que te gustaría. A veces por obligación, como era su caso, con ese rollo de la sesión semanal. Pero por otro lado, no era lo mismo que tener la conciencia de que no hay nada como tú, no saber de dónde vienes, ni a dónde vas. Una cosa es que tuviera la opción y no la quisieras. Otra que ni siquiera tuvieras la opción. Debía de ser bastante duro, pero la vida era así. Dura.

- Debe ser difícil. Como tener amnesia. Dicen que es como una sensación constante de que te falta algo, pero no saber dónde buscar. - dijo, apoyando el codo en el sofá, dejando a la pequeña lagartija en su regazo, donde empezó a corretear libremente. No se había percatado de que Sloan la quisiera de vuelta.

Lo del alimento la pilló bastante desprevenida, aunque no lo aparento. ¿Cómo que podía meterle un bocado a un edificio? ¿Para qué haría eso? Además debía saber a porquería pura y dura. Aunque su predilección por la carne le colocó instantáneamente del lado de los predadores. En fin, no podía culparle por eso. Al fin y al cabo, ella vivía a costa de los carnívoros.

- Si, te has esmerado. Eso si que es dejar limpio el plato. ¡Y yo pensando que no ibas a acabártelo, con el trozo que te has servido! - dijo viendo lo ridículo de esas sospechas. - ¿Y exáctamente qué sabor tiene un edificio? ¿Para tí es sabroso?- preguntó impulsada por la curiosidad de nuevo.

Ante su tercera pregunta, fue mas el gesto que lo que dijo. Tiró de los pantalones asomándose y ella se rió por lo bajo. Pero cuando la contestó, como si la pregunta fuese ridícula, ella alzó las cejas y ladeó la cabeza, incrédula.

- No me refería a eso. Que tu cuerpo es macho, lo se nada más verte. Me refería a... ¿Cómo llamas exactamente a lo que tienes dentro? ¿Tiene algún nombre?- preguntó, intentando encontrar las palabras adecuadas. - Lo que quiero decir es que podrías haber sido hembra. No serías la primera atrapada en el cuerpo de un macho. ¿sabes a lo que me refiero? - preguntó, intentando resumir. Aquello era algo bastante complicado. Diablos. - Aunque ahora que lo pienso, si no hay otras criaturas como tú, ¿No tienes instinto reproductivo?- preguntó interesada, inclinándose levemente hacia delante. La verdad es que era muy interesante aprender de especies nuevas. Por raras que pudieran parecer.

"¡¿QUE NO PODÍA NOTAR EL SABOR DE LAS COSAS?!" pensó con los ojos como platos y la boca entreabierta. ¡Menudo desperdicio! De haberlo sabido se habría limitado a abrirle la bolsa de basura en una pocilga y... Ah, un momento. Era capaz de percibir sensaciones de la comida. Aunque un orgasmo se quedaba algo corto para definir el sabor de su carne, por lo menos merecía la pena haberla cocinado. Eso la apaciguo un poco, aunque pensó en lo que sería dejar atrás el sabor. La idea de no volver a probar nada y poder notarlo bailar en su lengua le resultó bastante insoportable. Cuando le describió lo que era para él comerse un edificio ella arrugó la nariz, echándose levemente hacia atrás.

- Suena asqueroso. - dijo, alzando las cejas y retomando su posición anterior.

Al escuchar su respuesta, tanto la pequeña lagartija como ella se quedaron mirándole, a ver si era capaz de darse cuenta de que es respuesta podría haberle proporcionado un montón de becas de estudio en colegios especiales. Con suficiente tiempo, se percató de por donde iba el tema, y se la respondió.

- Me alegra saber que soy de tu gusto. - añadió, divertida y halagada por el comentario. La verdad es que a veces estaba bien que lo dijeran, en lugar de limitarse a babear a tus espaldas cuando pensaban que no mirabas.

Cuando habló sobre tener un hijo, prestó especial atención. No sabía hasta qué punto afectaba la presencia de esa cosa al cuerpo humano, pero sabía que generalmente y por mucho que insistan en desmentirlo los puristas, la hibridación genera individuos mucho más fuertes y mejor preparados para el futuro. Por eso se sintió algo decepcionada cuando le comentó que aquello había sido una mala idea y que no tenía ningún interés en tener descendencia.

- ¿Desastrosamente horrendo?¿Qué fue lo que paso?- preguntó, filtrándose un tono preocupado en la pregunta. Siempre que a ella no le funcionaba la monta de sementales, buscaba el motivo. Quizá la yegua no estuviese en su mejor momento, quizá el macho no hubiera descargado correctamente, o podía tratarse de que alguno de los dos fuese estéril. Ocurría hasta en las mejores familias y siempre era una noticia bastante lamentable. - Yo me dedico a la monta de yeguas. Crío sementales y sé algo del milagro de la vida. ¿Estabais los dos en buen momento? Es difícil controlar las circunstancias con los seres humanos. También pudo haber motivos ambientales. ¿Te funciona bien?- preguntó con la misma tranquilidad con que él le había sugerido que podía tener sexo - ¿Alguna vez no se te ha levantado cuando ha llegado el momento? A veces les pasa a los machos, no saben controlar bien la excitación y acaban antes de empezar, o no descargan bien. ¿Alguien ha comprobado la calidad de tu esperma?- preguntó, mientras barajaba las múltiples posibilidades, con expresión pensativa. A veces se olvidaba, o mas bien no pensaba que aquello no pudiera ser un buen tema de conversación, como otro cualquiera.

Vaya, aquello si que no se lo esperaba, pero le hizo gracia que la compararan con uno de los ídolos de su infancia. En fin, Jhon Wayne era todo un maestro. Ladeó la cabeza mientras le escuchaba fardar de todo lo que podía hacer. Lo de tener control absoluto y total sobre tu cuerpo sonaba bastante bien, sobretodo para algunas cosas, como no volver a tirarte un pedo en la iglesia durante los salmos, y otros usos más cotidianos y divertidos que seguramente se podían aplicar al dormitorio. Ya se había puesto el sol, así que no tenían motivos para no hablar de los temas de cama. Ya no estaba vigente el horario infantil.

Sin embargo, no se sintió capaz de interrumpirle hasta que acabó y cuando le contó aquel oscuro giro de los acontecimientos se sintió fatal. No sólo por la mujer, si no también por la criatura, que apenas recién nacida había tenido que enfrentarse a la muerte. Aquello la hizo sentir un dolor reflejo, siempre que ella perdía a algún animal se sentía así, y aquella historia era tremendamente triste. Había que tener el corazón de piedra para no sentirlo. Ninguna vida tendría que ser erradicada sin saber primero qué había ocurrido. Quizá esa criatura sólo necesitaba alguien que le enseñara el dominio de sí mismo, como las leonas enseñan a cazar a sus hijas, para sobrevivir. Pero ni siquiera le dieron la oportunidad...

Su gesto se volvió serio, ausente por un instante, mientras apretaba un puño sobre su regazo, conteniendo la frustración. Aquello había sido tan injusto, y había hecho tanto daño a la madre y al propio Sloan que ahora tenía miedo de volverlo a hacer por lo que podía pasar... negarle de ese modo tan cruel a alguien su derecho a ejercer como padre la ponía enferma. Pero entonces volvió en sí y contempló a su acompañante. No podía dejar que se sumiera en la tristeza del recuerdo, y para eso lo mejor era...

- ¿Quieres una copa?- preguntó, levantándose un momento para servir dos Whiskys, y luego le tendió una copa a él.

A veces era mejor pasar el mal trago con un poco de alcohol. A ella le había ayudado a veces, por mucho que esos remilgados con bata dijeran que era peor.

- Es muy triste que hayas tenido que vivir algo así. De verdad.- le dijo con un sentido tono, posándole una mano sobre la mejilla, procurando que el contacto fuera tranquilizador. Aquello era complicado. Tranquilizar a los animales era más sencillo, porque tiraba de instinto, no de palabrería. Trató de distraer un poco la mente de Sloan, volviendo hacia otro tema.-¡Aunque me alegra saber que no te ocurre nada malo! ¡Me habría ofrecido a ayudarte y probar algún truquito contigo, pero sabiendo que lo tienes controlado, me quedo mas tranquila! - añadió muy positiva con una sonrisa inocentemente feliz. Como si no acabara de sugerir que, de haberle dicho otra cosa, se habría ofrecido a cabalgarle hasta el alba, y no precisamente con la silla de montar.

Eso es. Un buen copazo de Whisky lo aliviaba todo. La pena, la soledad, el cansancio, todo. No había nada que un buen vaquero no arreglara con eso, o con un buen vaso de bourbon, que venía a ser un poco mas de lo mismo. Lo importante era saber cuándo parar y cuando pedir que dejaran la botella, en función de lo mal que te encontraras. Ella sabía mucho de eso. Si puedes pilotar bien un tractor, tienes edad para beber. A veces incluso para hacerlo a la vez. Aquello era Texas, no la mariconada de Missouri.

Volvió a sentarse en el sofá, dejándose caer sobre él, haciendo quejarse al tapizado de cuero, que enseguida volvió a adoptarla. Después de acariciar al chico pareció sentirse mejor, e incluso le dijo que huele bien. Le dieron ganas de preguntar si era estiércol o heno lo otro que olía, pero prefirió dejarlo. Tampoco es que fuera muy importante.

Cuando dibujó en sus ojos esa expresión sorprendida, y trató de tomarla el pelo, ella sonrió de medio lado y le atizó un golpe cariñoso en el brazo con el puño, aunque era más firme que esas tortas que solían dar las jovencitas cuando el novio les hace un comentario subido de tono. Aquel golpe, por mucho cariño que cargara, picaba. Picaba mucho.

- ¡Eres un cuentista! ¿Lo sabías?- dijo dejando la copa en la mesa, después de darle un sorbo, para apoyar ambas manos en el respaldo del sofá, extendidas.

Luego miró a Sloan de arriba a abajo y se tomó un momento para pensar. Había muchas veces que los animales se estresaban y ella tenía infinidad de trucos, aunque no estaba seguro de que todos fueran comunes entre humanos. Los baños de barro y arena, o las caminatas largas, o incluso las sesiones previas a la monta podían ayudar, pero no conocía de ningún ser humano (o lo que fuera Sloan) que lo hiciera. De hecho no tenía mucha idea de qué podía encender a un macho de esa especie, aunque sería divertido averiguarlo.

- A veces, cuando los machos están muy nerviosos, conviene escurrirlos. ¿Sabes a qué me refiero? - Hizo una forma hueca con la mano, tocándose los dedos con el pulgar haciendo una forma circular y meneó la mano de arriba a abajo varias veces. - Aunque si tu problema es que no se levanta, hay que cambiar de dieta, darte unos buenos masajes, a saber... hay tantas cosas. - dijo pensativa. Cogió la copa y se reclinó, pensando otro poco - Hay chicos a los que les gustan cosas raritas, mujeres atadas, mirarlas de lejos entre los arbustos, o incluso que los peguen ¿tu has probado? - preguntó, con curiosidad. Tomó otro sorbo, dejó la copa y entonces rebotó en el asiento, como si acabara de recordar algo. ¡Ah! ¡También hay machos que hacen sesiones previas! Es como cuando en los preliminares la chica se te monta encima y hace movimientos por encima de la ropa. Mira- dijo al tiempo que se acercaba y trataba de pasar una pierna por encima de las suyas, para quedar de cara y a horcajadas sobre él. - Si fueras un caballo, te dejaríamos oler a una yegua, las zonas del cuello les gustan. Luego podrías llegar a montar una, aunque no fuera de preñado, para ver tu movimiento. A veces se detectan lesiones y anomalías. ¡Pero en fin! La historia sería así - dijo palmeando los hombros del chico con ambas manos y sujetándose luego en ellos - Primero compruebo que tus caderas estén encajadas con las mías, ¿ves? la ropa está de por medio, pero puedes notar el roce. Ahora yo me movería, así...- añadió, mientras miraba hacia arriba, como buscando el punto. Sus caderas se movieron lentamente, de forma cadenciosa, primero hacia adelante, luego hacia atrás, añadiendo un suave rebote, en un movimiento circular.- Y así... vamos viendo... si hay respuesta... - añadió a intervalos, mientras seguía moviéndose sobre él, mirando hacia arriba, buscando concentrarse en el tacto y en sus sentidos para encontrar el origen del "supuesto" problema.

[OCC: no me odies por esto XD]

Siguió concentrándose en el tacto. Con los pantalones que llevaba iba a ser un poco complicado sentir respuesta, aunque juraría que algo había. Aunque residiera en el hecho de que él la estuviera cogiendo por las caderas. ¿Sabíais que eso es una especie de gesto vestigial presente en todos los miembros del reino animal? Los caballos trataban de sujetar a la hembra con las patas delanteras, los perros igual, los gatos eran capaces de morder incluso, pero eso era porque en los felinos los coitos suelen resultar bastante dolorosos.

¿Qué creíais, que sólo sabía de animales de granja? Pues aún hay más sorpresas en la recámara...

Cuando le respondió sin mas, ella le devolvió la mirada. Ahora estaban bastante cerca. El aliento le olía a alcohol, aunque no era algo que le desagradara en absoluto. Si no le gustara, no lo bebería. Cuando le hizo la siguiente pregunta, sus manos se ciñeron a los laterales de su cuello, por cambiar un poco de posición. Continuó moviéndose, pero de manera mucho más leve.

- Depende. En humanos funciona, en los caballos no. - respondió sin más. Después de pensar durante un segundo, se percató de que las manos del chico aún seguían en sus caderas, y le soltó el cuello, para poder posar sus manos en las de él. - Pues en los humanos hay especial gusto por los pechos femeninos. Esto suele funcionar. - añadió mientras le movía las manos, deslizándolas hacia arriba, para después ayudarle con las propias a ceñirlas sobre sus pechos.

Los hombres se volvían locos con eso, aunque nunca había entendido porqué. Para ella tener pechos era tan natural como tener un pie, y tenían un fin totalmente reproductivo, pero no a nivel del acto en sí, al fin y al cabo su única utilidad real era servir para amamantar a los futuros vástagos. ¿Sabíais que en la hembra humana, los pequeños bultos presentes en torno al pezón son un buen medidor para determinar la calidad de la leche? Cuanto mayor sea su número y más diseminados estén, mejor para el futuro fruto de su vientre. Aunque dudaba que fuera un dato que los hombres barajaran en la actualidad.

- ¿Qué, algún cambio?- preguntó esta vez mirando hacia abajo.

Se levantó utilizando las rodillas, para despejar el sitio, y sin dudarlo un momento una de sus manos se deslizó sobre el pantalón, notando el miembro abultado en su interior, listo para la monta. No quiso hacer un baremo, porque entre humanos era de mal gusto. A veces podía llegar a ser educada incluso.

- Los trucos funcionan, ¿ves?- respondió con una sonrisa. La verdad es que se había acalorado un poco. - ¡Está claro que estas perfectamente!- añadió levantándose hacia atrás, separándose de él.

Luego volvió a sentarse a su lado en el sofá, a la misma distancia que antes había ocupado, cogió el vaso de Whisky y le echó otro trago. Por algún motivo, creyó que Sloan la estaba mirando y ella ladeó la cabeza para encontrarse con sus ojos, le sostuvo la mirada durante un rato. Aunque no sabía muy bien qué estaba esperando.

[OOC: De nuevo, no me odies plis XD]

Fue un silencio bastante largo, la verdad. Al menos hasta que se levantó y se acercó a ella. Le miró como si no entendiera a qué venía aquello, aunque en realidad se lo estaba oliendo. Igualitos que los sementales. En cuanto huelen yegua, quieren tenerla, y les importa un pito quien sea. Había por ahí energúmenos capaces de montar a su propia madre como les apretaran lo bastante los pantalones, y la verdad es que el espaldas anchas estaba más que preparado. En parte había sido cosa de ella, así que no le quedaba otra opción que ponerle remedio.

Se sentó a su lado y llevó la mano a la camisa, le desabrochó uno, dos y tres botones, pero salió a la luz la camisa blanca interior que siempre llevaba. Metió la mano por el escote y levantó el sujetador de aro con bastante maña, haciendo que pecho derecho reposara sobre su mano con una ligera caída bastante natural. Sobretodo teniendo en cuenta el par de alforjas que gastaba. El tacto de su mano fue cálido y agradable, la trató con bastante delicadeza. Permitió que se acercara, aunque había en sus ojos un brillo como de superioridad y diversión, como si ella supiera algo que él no. Entonces la besó en la boca. Primero notó el cosquilleo de su barba sobre sus cara, y luego el contacto con sus labios.

Cerró los ojos, sólo un momento, para permitirse un poquito de diversión y potenciar así su sentido del gusto. Ella despegó los labios un momento, le dio un beso corto, y volvió a unirlos a los suyos. Luego se separó a poca distancia, sus bocas a penas unos centímetros.

- Sloan, no quieras enseñarle a un perro viejo trucos nuevos.- murmuró al tiempo que sonreía, y asomaba la lengua para lamer su propio labio superior. Su mirada azul se topó de pronto con la lagartija que los miraba con esos enormes ojos desde el sofá - ¿Quieres que te enseñe otro truquito? - dijo sonriendo con un tono sugerente, al tiempo que una de sus manos se elevaba pasando por su pecho, su cuello, y acabando por acariciar su nuca y perder los dedos en su pelo. Cuando lo tuvo sujeto se acercó, como si fuera a besarle... una mera distracción, desde luego. Frenó a apenas unos milímetros.

Primero se oyó el ruido del seguro. Luego el frío del cañón se posó directamente bajo la barbilla de su compañero. La vaquera comenzó a separarse lentamente, con una sonrisilla. Puede que pasasen unos segundos hasta asumir lo que estaba pasando, pero la conclusión sería irrefutable. Estaba apuntándole con uno de los revólveres que disimuladamente había extraído de las pistoleras, justo bajo la mandíbula.

- No hay nada que baje una erección mas rápido que el beso de un colt en la garganta.- añadió, sin perder cierto toque pícaro - Y las manos, donde pueda verlas...- añadió, alzando una ceja. En cuanto le sacara la mano de la teta, podrían continuar- - No te ofendas, espalda ancha, eres mi tipo, pero no se si estoy preparada para eso. - dijo entonces señalando a la lagartija, que miraba de un lado a otro, encontrándose con los rostros de ambos.

Entonces se separó, sentándose de nuevo en lugar de inclinarse hacia delante, guardó el revólver en su funda y colocó de nuevo su pecho dentro del sujetador, aunque tras acomodarlo, dejó los botones abiertos. Miró a Sloan, comprensivamente.

- Mira, no quiero que te lo tomes a mal. Eres un buen espécimen, pero hace falta algo más que eso. - añadió, guiñándole un ojo - Por otro lado sé lo que os molestan estas cosas. Mira a ver como estás, no quisiera mandarte a dormir con un dolor de huevos. Ya sabes dónde está el baño. - añadió señalando con la cabeza - Lo más que puedo ofrecerte es echarte una mano. - añadió encogiéndose de hombros, como si tuviera las manos atadas al respecto.

No es que el tipo no tuviera su aquel, que lo tenía. Pero aquello de la mano lagartija no le daba, todavía, demasiada seguridad, y como decía el dicho: "Mejor prevenir que curar"

[Pero qué troll XD]

La cosa se enfrió bastante deprisa. No es que fuera la primera vez que probaba eso de apuntar a bocajarro con la Colt para incitar a la calma. En el camino a  Arkham puedes encontrarte muchas cosas, sobretodo cuando hay un boquete gigantesco en pleno muro del patio, y un torrente de gente con bastantes problemas sale a la carrera. Algunos de ellos suelen tener las manos muy largas, y claro, hay que recortárselas un poco. Pero no era el caso de Sloan. Respondía rápido y lo tenía todo bastante claro. Era un placer encontrar a alguien así, cuando los que te rodean están totalmente chalados. Como cambiar de aires, en el buen sentido.

- Bueno, los límites los marca uno mismo, casi siempre. Ampliar los horizontes no es malo siempre y cuando no te metas en territorio ajeno. - dijo llevándolo a su terreno. Con ella eran las manadas o los campos. Bah, es igual. Ella sabía a qué se refería.

Cuando le pidió el baño para darse una ducha, le miró alzando ambas cejas. Si la verdad es que no le haría mal. No es que estuviese asqueroso, pero si iba a dejarle dormir allí, qué menos que no ir dejando una silueta de polvo por todo lo que tocara.

- Claro. Tienes toallas en el armarito de madera. Las grandes de arriba con bordados no, quiero que me entierren con ellas. - dijo siguiéndole con la mirada, mientras se iba al baño. - ¡Si quieres agua caliente abre la llave de paso!- indicó al darse cuenta de que seguramente no estaba echada. Ella siempre la arrancaba antes y la apagaba después.

Luego cogió el Whisky y terminó de bebérselo. Mientras el chico se duchaba, aprovecharía para meter las cosas en el lavaplatos, dejar arreglada la cocina y hacer alguna maldad como llenarse la boca de nata montada y tragársela toda, antes de que nadie pudiera pillarla. Eran niñerías que a día de hoy aún hacía, incluso cuando estaba sola en casa, y nadie iba a pillarla. La sensación era más que suficiente.

Cabe decir que, mientras guardaba el bote en la nevera, tuvo la ocurrencia de pasarse por el baño, a ver si estaba el cerrojo echado y si no era así, ir a espiar un poquito. Pero lo pensó mejor. Después de haber salido de esa situación, lo mejor era no provocar otra, porque ella tenía bien controlados sus instintos, pero no era de piedra. Iba a ser mucho abrirse el apetito para luego quedar con hambre, así que prefirió dejarlo. En otra ocasión... quizá.