Perdón. Creía que estaba libre +18 [Rebecca Logan/Libre]

Levantó la cabeza un momento cuando el chico salió de la ducha. Vestía un pijama de rayas, una camiseta y unas pantuflas que no sabía de dónde había sacado. Porque segurísimo que no eran suyas. Se le quedó mirando, mientras le veía acercarse. No. Desde luego no eran suyas.

- Que me aspen, ¿De donde has sacado todas esas cosas?- preguntó claramente extrañada.

La verdad es que parecía más un crío enorme con esa camiseta, que un hombre hecho y derecho con barba y pelo en pecho. Pero no podía negar que tenía su parte de gracia también. Terminó de programar el lavavajillas, tarea para la que había tenido que invertir mucho tiempo para llegar a dominarla a la perfección. Tantos mandos, tantos botones, y tanta tontería. Ahorraba tiempo, era cierto, pero cuando vives sólo hacer gasto suficiente para llenar un lavaplatos era casi imposible. Así que aprovechaba para ponerlo si venían visitas, y tenía cosas suficientes metidas ya, como era el caso. Sloan se acercó a ella, pasó un dedo por la comisura de sus labios y se lo llevó a la boca. Instintivamente pasó la lengua por ahí, dándose cuenta de que aún sabía dulce y percatándose de que la había pillado restos de nata montada.

- No se te escapa una. - dijo haciendo un gesto con la cabeza, ladeándola rápidamente, con una media sonrisa. Luego, al mentar lo de su deuda, ella se rió. En lugar de la carcajada natural en ella, esta vez su risa sonó algo mas cantarina - ¿Y quién ha dicho que no? Algún día necesitaré un buen ayudante de Sheriff, y entonces no dudes en que más te vale calzarte las espuelas y estar aquí antes de que pueda desenfundar. - le dijo, muy segura. Tener buenos aliados nunca era mala idea y teniendo en cuenta esas cosas que podía hacer, le iba a ser pero que muy beneficioso tenerlo de su lado.

En cuanto terminó, se echó las manos a las caderas, quedándose en blanco por un momento, hasta que recordó que aún quedaba el asunto de dormir. Ella tenía su habitación en el cuarto de arriba, aunque en el piso de abajo había lugar de sobra para invitados y otras cosas. Podía haberle mandado a la habitación de las cuadras, pero vista su enemistad con los miembros del reino animal, lo mejor era buscar otro sitio a menos que quisiera montar una escandalera que no les dejara pegar ojo.

- ¿Prefieres una habitación o dormir al raso? - preguntó sin más, mirándole, clavando sin querer sus ojos en esa horrenda camiseta de Alf. Negó con la cabeza, se rió por lo bajo y esta vez, procuró mirarle a los ojos. - A mi tanto me da. Escoge tu, que para eso eres el invitado. - añadió, haciendo de nuevo gala de sus dotes de anfitriona.

Ante su respuesta prefirió no ahondar mas, no fuera a ser que se arrepintiera de entrar en demasiados detalles. El hecho de haber compartido una cena, una charla, una confesión y un magreo ya era bastante para una sola noche. Lo mejor que podía hacer era obviar por el momento que un hombre rudo y cubierto de barro había entrado en su baño, y que había salido de allí un chico limpito con una camiseta de Alf.

- Bajo techo entonces. Acompáñame. - le dijo haciéndole un gesto, y acercándose a una de las tres puertas que había en torno a la pequeña escalera que quedaba a la izquierda de la entrada.

Había escogido dormir cubierto, y no lo culpaba, no todo el mundo estaba preparado para las temperaturas frescas que hacía en esa época, aunque a ella le encantaban. Tenía una de las habitaciones del piso de abajo siempre preparada por si acaso, con sábanas blancas limpias y una colcha, aunque no recordaba cuánto hacía que la tenía hecha. Era una habitación con suelo de madera, una ventana que daba al lado izquierdo de la casa y una decoración acorde con el resto de, con temática ranchera aunque tal vez un poco más relajada. Al entrar por la puerta se abría un gran espacio, contra la pared del fondo, bien centrada, una cama de 1,35 con cabecero de madera y colchón de visco bastante confortable coronaba la habitación. Si se miraba la cama de frente, a la izquierda estaba la ventana y a la derecha, un armario empotrado con puertas de madera de buenas proporciones. Había un perchero tras la puerta, y en una esquina, en el suelo, una escupidera de latón reluciente, que había sido un regalo.

- Estarás bien aquí, vaquero. La cama está hecha. Puedes abrir la ventana si quieres, aunque te advierto que la brisa de por la mañana es muy fresca. - añadió, tras dejar que el invitado echara un vistazo a la habitación.

Ella dormiría en el piso de arriba, en la habitación principal. Lo prefería porque si pasaba algo en el piso inferior tenía tiempo de pertrecharse y actuar, además de que a través de las ventanas tenía control de la mayoría del rancho. Aunque en ocasiones tardaba demasiado en bajar, al menos así tenía la oportunidad de ver a los maleantes. Luego alcanzarlos era una mera cuestión de tiempo.

- Ya sabes dónde está el baño, y si tienes hambre, puedes picar alguna cosa, pero nada de darle un bocado a la casa. - advirtió bromeando, con una sonrisa divertida. Aunque en realidad, tenía su parte de cierto.

La habitación le gustaba, y se puso cómodo enseguida, en cuanto entró. Abrió la ventana, se asomó, y luego se tumbó en la cama, que era más que de sobra ancha para que pudiese estirarse en condiciones. Empezó a hacer elucubraciones sobre su rancho y su casa, aunque eran halagadoras invenciones más que otra cosa, ya que la casa había sido encargada de nueva construcción. Lo único que había reutilizado eran algunas de las instalaciones anteriores y la superficie tratada del terreno. El granero había sido restaurado, así como las cuadras y el vallado. El gallinero, los silos, los graneros y algunas otras cosas, también habían sido construidas de cero. En cualquier caso, al diseñar la casa lo hizo al estilo familiar... puede que por ironía.

- Me alegra que te guste, vaquero. - respondió ella, emocionada por los cumplidos. Cuando le preguntó lo de la habitación se apoyó en la pared y le miró incrédula - ¿Crees que el mejor sitio para ti es un rancho lleno de animales? - preguntó, cruzándose de brazos - No te ofendas, pero no quiero que cada vez que salgas a tomar el aire les des a mis bestias un susto de muerte. Acabarás haciendo que a las vacas saquen la leche agria. - le explicó en un tono distendido, pero que trataba de ser lo más comprensivo posible. En otra circunstancia, quizá podría haber hecho algún acuerdo, pero tal cual era él, que parecía incompatible con todo bicho viviente, resultaba del todo inviable.

Entonces se levantó a mirar por la ventana. Creyó que quizá trataba de disimular que se hubiera tomado eso a mal, pero en su lugar le dijo que oía gente acercándose. Ella se asomó por la ventana. No oía absolutamente nada, pero quizá no era buena idea desdeñar el aviso. Estar preparados, en caso de que fuera verdad, no vendría mal. En cualquier caso, se había llevado a un preso de Arkham. Puede que ese fuera el motivo de la inesperada visita.

Miró a Sloan cuando éste le pidió órdenes, poniendo las manos sobre su cinturón, cerca de la hebilla, al tiempo que se acariciaba el mentón, pensativa por un momento. Al fruncir el ceño adoptó una expresión mas aniñada, que permitía entrever a la chica que aún luchaba por entrar del todo en la madurez, al menos, en lo que al rostro se refería.

- Quizá no les haya sentado bien que te dé la condicional anticipada.- dijo encogiéndose de hombros - Vamos a darles la bienvenida. - dijo al tiempo que salía de la habitación a grandes zancadas.

Cogió las pistolas mientras se acercaba, primero la derecha, abrió el tambor, comprobó que estaba cargada y repitió la operación con la izquierda. Abrió la puerta de entrada y miró hacia arriba, encendiendo la luz del porche. Era algo que solía hacer por la noche, para asegurarse de que veían su propiedad y sobretodo, que cualquiera con malas intenciones supiera que había alguien en el interior. Era una costumbre de pueblo, pero ella la había mantenido, dañando la reputación de la oscura ciudad de Gotham.

- Voy a por un par de cosas arriba. Asegúrate de que esa monstruosidad ha desaparecido de mi entrada, antes de que lleguen. - dijo dándose la vuelta, dejando la puerta abierta. Si él se asomaba, vería la moto que había aparcado al fondo. Quería ese amasijo de hierros en el que había venido montado fuera del camino.

[OCC: Si me crees muy flipada, dímelo.]

Dudaba mucho que se tratara de la gente de Arkham. Habrían dado la alarma nada más salir, si se hubieran percatado. No era la primera vez que se daba el caso de que alguien se escapaba y nadie se percataba hasta semanas después. Era lógico, entre que no daban abasto, lo ocurrido y que nadie quería hacerse cargo de un error tan garrafal, esas cosas siempre acababan enterradas bajo la alfombra. En cuanto llegó arriba cogió la winchester, el poncho y el chaleco. Se quitó la camisa y abrochó el antibalas en torno a su cuerpo, se colocó el poncho por encima, y luego recargó el arma. Repartió la munición cargando otro cinturón sobre el suyo, y bajó después, echando un trago de agua en la cocina.

Entonces vio por la ventana como el tipo al que había estado manoseando en su sofá, le daba tres vueltas a la moto y la mandaba a tomar viento. Aquello la hizo quedarse totalmente parada durante unos segundos, mirando hacia él. O estaba perdiendo el juicio por completo, o Sloan tenía mucho más que ofrecer que lagartijas hechas con dedos.

Justo cuando colgó el teléfono, escuchó los coches aparcar a su entrada y ya se dirigía a la puerta sombrero en mano, cuando escuchó que le gritaban algo desde el porche. Frunció el ceño, al darse cuenta de que no había oído esas voces en su vida. Salió, se calzó el sombrero y cerró la puerta tras de sí. Se oyó un silbido, y sus dos perros aparecieron poniéndose a su lado, con las orejas enhiestas y los morros apretados. Empezó a andar en su dirección, con la Winchester perfectamente visible, apoyada en su hombro y se plantó junto a Sloan, al que habían tirado al suelo. Le tendió una mano y le ayudo a levantarse, bajo la atenta mirada de los tipos que los estaban apuntando. Los perros le gruñeron y se colocaron en el lado contrario. No querían estar cerca de él, por más que su dueña lo tocara.

- Vaya, vaya, vaya. - dijo negando con la cabeza, chasqueando la lengua - Muchachos, estáis muy lejos de Kansas, ¿lo sabíais?- dijo ella, adoptando un tono que, por lo calmado que era, resultaba intimidante.

Levantó la vista y contempló lo que tenía delante. Un montón de punkys a los que podía oler el miedo como si se lo hubieran hecho en los pantalones. Estaba claro que aquel tipo corpulento era el jefazo, por cómo lo apoyaban los que estaban a su alrededor. Pero en comparación con lo que ella había visto en Gotham, eran críos de teta jugando a ser adultos.

- Como me parece que no tenéis claro como funcionan las cosas por aquí, seré buena. Habéis entrado sin permiso a una propiedad privada, casualmente, la mía. - el winchester reposó en sus dos manos, en las que se había afianzado. - Tenéis diez minutos para sacar vuestro gordo culo de mi casa, antes de que venga la policía. ¿qué os parece?- preguntó, casi como si estuviera hablando de servirles pastel de carne en la cena.

Un murmullo general recorrió a los tipos que se parapetaban en los coches. Estaban nerviosos, como un nido de ratas al que le tiran una de las paredes a patadas... y eso era lo más peligroso. Nunca se sabía qué podía hacer un animal asustado y esa panda lo estaba.

- ¿Has llamado a la policía, Zorra?- preguntó incrédulo el tipo enorme, acercándose a ella, empujando a Sloan y cogiéndola por el poncho. La zarandeó de tal modo que la Winchester se cayó de sus manos. -¡Es imposible! ¡Es un farol, no sabías que veníamos! ¿Como iba a darte tiempo? JAJAJA - añadió entonces, haciendo que sus compañeros se relajaran momentáneamente.

Ella se levantó el sombrero, dejando ver su aniñada cara, en la que había una expresión severa y unos ojos claros como el fluir de un arrollo. Desde luego, no parecía a simple vista asustada en modo alguno.

- Pues sí señor, les he llamado. ¿Y sabes qué les he dicho? - dijo ella, mirando directamente al tipo de las gafas de sol. - Que hay un hombre con herida de bala...- Se oyó una detonación, ladridos y el tipo soltó un grito que partió la noche en dos. Había un antes y un después de ese berrido, como lo hay después de que aúlle un coyote solitario. Aquello pilló tan de sorpresa a todo el grupo que se quedaron congelados. El tipo enorme estaba en el suelo, con la rodilla reventada de tal manera que se veía parte del hueso. En la mano se la Sheriff humeaba un revólver. El hombre del suelo se revolvió y trató de cargar la escopeta, tembloroso, y entonces sonó un segundo estallido. La mano que sujetaba el cuerpo del arma se desgarró. La bala había entrado entre los nudillos centrales, dejando la mano inútil. Entonces se tumbó boca arriba en el suelo, gemía sujetándose la extremidad con la otra mano, diciendo varias palabrotas, mientras le caían las lágrimas por la cara. Algunos de "sus hombres" estaban temblando, mientras veían la expresión de la chica, que durante todo el proceso, no había cambiado ni un ápice.  Ella intercambió una mirada con los presentes y luego, dio un par de pasos en dirección a la escopeta del tipo, que estaba tirada en el suelo, y la apartó de una patada.

- No lo diré otra vez. Fuera de mi propiedad. - añadió, al tiempo que elevaba una bota y pisaba la mano reventada que el tío mantenía sobre su pecho. El dolor le hizo mearse encima, y llorar de nuevo. - El próximo irá a la cabeza. - dijo mientras apuntaba con el revolver a la horrorizada cara de esa mole, que había sido reducida a un montón tembloroso de músculos.

A veces intimidar a uno, valía para intimidar a todos. Cuando uno se cree el Alfa de una manada, su presencia provoca seguridad. Cuando éste desaparece, se crea una inestabilidad que aterra a la par que hace dudar. Si en verdad era su figura de autoridad, aquel que era mas fuerte, y ella le había abatido, eso los colocaba en una posición delicada. ¿Tenían tanta confianza en sus compañeros como para tener la certeza de que los cubrirían, o ellos serían los siguientes? La superioridad numérica, sin líder para utilizarla, a veces era más un defecto. Algunos se miraron entre ellos, esperando reacciones generalizadas. ¿Quien pensaba en correr y quien en quedarse? Su siguiente paso lo diría. Mientras tanto, ella ciñó la otra mano al revólver. Desenfundando era mas rápida que el mismo Billy el Niño.

[OOC: Encantada de la vida, corazón. Espero que esto te guste. ]

Pensaba que ya los tenía. Identificar a un nido de ratas, que mientras estén juntas en su oscuro agujero atacarán, pero que al percibir una luz salen corriendo como alma que lleva el diablo no es difícil. Apestaban a cobardía desde lejos. Pero sólo se alejaron una distancia prudencial, y entonces empezó todo ese numerito del megáfono. Entornó los ojos tratando de ver entre la luz algún indicativo, pero estaban demasiado lejos como para identificar absolutamente nada. Desde luego Sloan tenía razón al decir que no entendía lo que le estaban diciendo. Le sonaba la situación descrita, pero no que ella hubiera reaccionado así salvo que... Fuera ese tipo que entendía que "pillar por al brazo" era empujarla contra la pared y lamerlo, en cuyo caso, si. Recordaba haberle arreglado un poco la cara.

- ¡ES LA ULTIMA ADVERTENCIA QUE TE HAGO! ¡LÁRGATE A MENOS QUE QUIERAS PERDER LOS POCOS DIENTES QUE TE QUEDAN!- grito, en un claro tono de advertencia.

No había terminado de decirlo, y Sloan, a su lado, salió volando con un enorme tiro en el pecho. Ella se giró, observando el cuerpo de su compañero caído. Apretó las mandíbulas de tal manera que le sobresalieron los tendones del cuello, y sus pupilas se dilataron por el torrente de adrenalina y rabia que imbuía en ella semejante provocación. Estaba allí, inerte en el suelo. Muerto. Ella apretó con fuerza el revólver y se giró lentamente de nuevo para observar los coches, que se ponían en marcha. Un tiro resonó cerca, y otro levantó el polvo justo frente a sus botas. Ella torció el gesto, recordando instantáneamente la mirada impasible de Clint Eastwood.

- Quieres hacerlo a las malas, hijo de mil putas muertas...- murmuró al tiempo que se agachaba y cogía la escopeta del caído, y la winchester propia, que se colgó a la espalda. - pues bienvenido al infierno. - dijo al tiempo que se arrodillaba y cargaba la escopeta. Los dos segundos siguientes, que aprovechó para apuntar, se hicieron eternos en una nube de tiros que silbaron en torno a su cabeza mostrándola totalmente dueña de su temeridad. Los dos mas certeros, atravesaron los laterales de su poncho, pero no la hirieron. Ella cerró el ojo izquierdo, inclinó levemente la cabeza...

Un sólo tiro de escopeta reventó la rueda delantera derecha de un coche. Los perdigones destrozaron la rueda que explotó, hizo dar un salto al coche, y al caer, partió por la mitad el eje de la dirección. El coche se vio violentamente privado de control, derribó a dos motoristas y se estampó con el siguiente coche a su lado, en un golpe bastante feo que deformó las carrocerías la una con la otra, como dos cuerpos enredados en una sesión de sexo salvaje, en la que participó uno de los motoristas caídos, que fue aplastado contra el amasijo de metal. Aquel acontecimiento hizo virar a prácticamente todos los que venían, para evitarlo. La zona era bastante pequeña para maniobrar, y eso suponía un excelente momento a su favor. El golpe fue tan violento que uno de los tipos del coche atravesó la luna, en una nube de cristales y quedó colgando inerte sobre el capó.

- Recuerdos de Sloan. - murmuró para sí, mientras esos ojos de cristal muerto la miraban.

Se levantó del suelo, cargó la escopeta con una sola mano y disparó hacia la luna del coche estrellado que aún estaba entera, aunque rajada. El cristal reventó, haciendo que los tipos se parapetaran en el interior. Tiró la escopeta al suelo, mientras corría a parapetarse tras uno de los barriles que había apostados por el rancho. Una vez detrás, giró la vista hacia el cuerpo de Sloan, para encontrárselo de pie contra la barandilla. Su cara fue todo un poema, se le desencajó el rostro y se quedó unos segundos absolutamente quieta, mientras los que quedaban recobraban posiciones. Un tiro a su lado, que levantó el polvo del suelo, le recordó qué estaban haciendo, y entonces sacudió la cabeza, sacando la Winchester.

- ¡PONTE A CUBIERTO! - gritó a Sloan, mientras le señalaba con la cabeza un barril que no le quedaba lejos. Luego hablarían de ese milagro al más puro estilo Jesucristo.

Después de una salva de tiros que se clavaron en el barril, haciendo que este empezase a verter u contenido en agua por algunos de los tiros, ella se asomó por la parte superior y disparó tres tiros rápidos. Uno de ellos acertó a un motorista que fue alcanzado en un hombro, y se vio obligado a derrapar. Entonces ella sintió un fuerte golpe lacerante a la altura del hombro, que la tiró hacia atrás. Volvió a ceñirse junto al barril, parapetada. El hombro la hormigueaba, pero aún mantenía la movilidad de todo el brazo. Mierda. Eso iba a dejar marca...

Les estaban friendo a tiros. No sabía cuánta munición tenían, pero por cómo la desperdiciaban debía ser mucha. Disparaban al estilo americano, como ella solía llamarlo: Apuntando poco, y gastando mucho. Ella decidió hacer precisamente lo contrario, y no porque fuese escasa de munición precisamente. No. Prefería ser precisa, hacer una herida de gravedad, y asegurarse una diana que pronto dejaría de serlo. Así, tomó aire detrás del tonel, y aprovechó los momentos de confusión. Colocó los codos, cargando con el peso de su arma, y sacó medio cuerpo. Un segundo, un tiro, y abajo. Al pobre desgraciado no le dio tiempo ni a gritar. Calló con un tiro en plena cara que le reventó un ojo, la mejilla y le desgarró la parte de atrás de la cabeza. Una nueva salva de tiros le calló, mientras Sloan le daba indicaciones. Asintió con la cabeza, al tiempo que veía cómo el chico salía corriendo en Zigzag. Ella volvió a levantarse sobre el barril, localizó a dos que estaban cerca, y con la rapidez de Billy el niño, apretó el gatillo, cargó y volvió a disparar. Los dos cayeron al suelo, uno con un tiro que le hizo estallar la mandíbula, el otro, con un agujero en el pecho, por donde la sangre empezó a dibujar anillos a medida que se desangraba.

Por el otro lado, lejos de su vista, llegó a ver a Sloan repartiendo golpeas a diestro y siniestro, mientras le disparaban. Parecía no afectarle en absoluto. Nota mental, si quería hacerle daño en algún momento, probar con otras cosas. Como la estrangulación, por ejemplo.

Al darse cuenta de los enormes estragos que estaban haciendo en las líneas enemigas, aprovechó para acercarse hacia ellas, mientras duraba la distracción. En un instante, un tipo que no sabía si mirar hacia Sloan o hacia ella se encontró con que la había perdido de vista y al encontrarla, se encontró con el cañón de la Winchester, y con una última detonación, todo se volvió blanco para él. Ya no volvería a ver nada.

Una enorme deflagración la obligó a cubrirse la cara, y tirarse al suelo. Algunos trozos de metal retorcido saltaron por los aires, y los coches accidentados avivaron el fuego, que se salpicó en pequeñas esquirlas por todas partes. Los maderos que daban a la pista apenas se prendieron al contacto, echando algunas chispas, pero estaban preparados para esa eventualidad. En cuanto el polvo y la humareda le dejaron entrever algo, se encontró con que otra botella salía volando justo hacia Sloan, que entró en un coche que saltó por los aires. Pero no le sorprendería verlo danzar en llamas por ahí, visto lo visto. Ella rodó lejos de la humareda, cubriéndose la cara cubierta de polvo y manchada de negro. Se levantó cuando llegó junto a otro de los barriles comprobando que esos desgraciados se replegaban hacia atrás. Sus ojos se contrajeron hasta convertirse en dos rendijas de odio, mientras veía otra botella volar y esa especie de manada de malnacidos que se acercaban hacia su rancho.

Apretó las manos con fuerza, al tiempo que escupía la flema hacia un lado, tras toser. Aquello iba a salirse de madre si no hacían algo, y se negaba a dejar que esos miserables hicieran lo que quisieran. Aquel era su rancho. Su potestad. No iba a permitir aquello, no importaba cuántos indeseables tratasen de robarlo o destruirlo. Tendrían que arrancarle las cosas de sus frías manos muertas... y eso no iba a pasar.

Rápidamente tomó una decisión. Se acercó corriendo a uno de los coches que no había resultado muy dañado, aunque tenía sobre el capó algo de metralla ardiendo. El calor era insoportable, y la ropa se le pegó al cuerpo cuando empezó a sudar. Abrió la puerta y observó que tenía las llaves puestas. Se sentó en el asiento del conductor, mientras aquella marabunta se acercaba en su dirección. Echó un vistazo al coche de Sloan, tratando de localizarlo, aunque no fue capaz. Se abrochó el cinturón de seguridad, metió la marcha atrás, y se alejó maniobrando de los restos requemados hasta casi el porche del rancho. En una maniobra más que dura, cambió de marcha haciendo renquear la caja de cambios del coche y metió primera, dio un acelerón, segunda, y ya estaba entrando tercera cuando localizó a toda esa gente, que la vio salir entre el humo. Hubo unos instantes de duda y confusión, al tiempo que ella pisaba el acelerador haciendo rugir el coche, con la única compañía de su winchester en el asiento del copiloto.

Muchos salieron corriendo desviándose de su dirección, pero otros no tuvieron tanta suerte. El cinturón daba tirones y le mordía la carne, cada vez que algo se interponía en su camino, haciendo botar el coche como si se hubiera metido en un desierto de baches, propio de un Dakar. Las ruedas chirriaban, y los hombres gritaban y se dispersaban como pollos sin cabeza, demasiado ocupados en huir como para recordar que llevaban armas, horrorizados de como algunos de sus compañeros eran convertidos en pulpa bajo el dibujo de la goma de los neumáticos. A punto de salir por la carretera del rancho, trazó un cambio de dirección con el coche que lo hizo derrapar, y un tipo fué golpeado con el culo del coche, saliendo disparado. La carrocería se resentía con cada uno de los golpes, pero  era normal, con el mar de cuerpos que ahora había entre ella y los restos del metal carbonizado.

Volvió a meter segunda, al tiempo que alguien hacía estallar la ventanilla del acompañante con un bate. Ella metió las marchas y volvió a alejarse de los pocos que quedaban, mientras botellas impregnadas de lo que fuera volaban hacia su dirección. Una reventó contra el techo del coche, la temperatura aumentó drásticamente, haciendo insoportable estar allí. Cambió de dirección justo a tiempo para frenar a un lado de la ladera antes de golpearse contra la escombrera que ya había montada, cogió la Winchester y salió corriendo del coche, buscando alguno de sus barriles, que hiciera de parapeto.

- ¡SLOAN! ¿DONDE ESTAS? - grito al tiempo que buscaba ansiosamente a su compañero, con la esperanza de verlo aún vivo.

Sólo se percató de que había un tipo a su espalda cuando escuchó los tiros y luego el golpe que recibió un crestudo que había detrás de ella. El tipo calló en redondo al suelo, mientras ella se giraba para mirarlo, y una bala le silbaba en pleno oído, que tuvo que taparse por instinto asegurándose de que la oreja estaba bien. Miró a su alrededor, y el grito de Sloan le vibró en la cabeza, cuando la cogió sobre el hombro y la levantó, dejándola de cara al círculo que estaban formando esos desalmados hijos de muertas. Aún colgando y con el hombro de su compañero golpeándola en el abdomen, tensó la parte superior de la espalda, mientras una mano se deslizaba a un lateral y sacaba uno de los revólveres. Los estallidos siguientes dieron como resultado cuatro de esos tipos en el suelo, al menos hasta que sintió que ambos despegaban, mientras Sloan hundía la cabeza a un quinto que había quedado reducido a un maniquí inerte en el suelo. Los caídos fueron reemplazados por otros mientras ellos se parapetaban detrás de una colina.

Cuando Sloan la dejó sobre el suelo, ella guardó el revólver y se quedó tumbada, respirando pesadamente, jadeante por el esfuerzo y la presión que habían tenido que soportar, que no parecía ir a acabarse nunca. Cuando él sacó la cabeza gritándole al tipo un montón de recriminaciones sin sentido, ella le cogió por la pechera del pijama empapada en sangre y tiró de él hacia abajo para que pusiera cuerpo a tierra. Sloan le preguntó y ella cerró los ojos tratando de concentrarse entre todo ese ruido. No podían enfrentarse a la verdadera amenaza si no la veían, y mientras ese cobarde estuviese parapetado tras sus hordas de chalados punkys no podían hacer nada. Por lo que decía, la quería a ella. En ese momento calló en la cuenta de algo y abrió los ojos de golpe, teniendo que contener el impulso de erguirse para quedarse sentada. Miró a su compañero y se colocó boca abajo muy cerca de él, mirándole a los ojos.

- Tengo una idea. Pero es peligrosa. Podemos acabar mordiendo el polvo. Pero es lo único que se me ocurre. - dijo advirtiéndole a Sloan de antemano. No había garantías. - Presta atención a lo que voy a explicarte. Vas a usarme de rehen. - le explicó, al tiempo que una salva de tiros se oía y un montón de gritos les increpaban para que salieran a campo abierto.

Ella le explicó al plan rápidamente. Había visto eso otras veces en Arkham, y seguro que podían aprovecharlo. Estaba obsesionado con ella, y la quería como fuera. Quizá le interesara más viva que muerta. A eso tendrían que arriesgarse. Usaría todo el odio que tenía a Sloan para colocarlo en una posición de poder. Incluso si la quería muerta, el hecho de que la matara otro le sacaría de sus casillas hasta un extremo intolerable. La consiguiese como la consiguiese, tendría que ser de mano de él. Ella sacó las balas de uno de sus revólveres y se lo tendió al chico, mirándole con firmeza.

- Diles que no vas a jugarte mas el culo por mí. Que quiere entregarme. Pídeles ver a su jefe, y mantenme en todo momento por delante de ti. Llevo antibalas debajo del poncho, pero desnudo todo lo demás. - le dijo al tiempo que cerraba el tambor con un clic, y lo dejaba reposar en las manos de él. - No importa cuánto te amenacen, insiste. Si tienes que moverme, golpearme o cualquier otra cosa, hazlo. - le advirtió, con un tono severo en la voz. Las balas cesaron, dejándolo todo envuelto en un silencio tenso. - No me falles con esto. Tiene que ser creíble. Hagas lo que hagas, no dejes de apuntarme donde ellos puedan verlo. Mientras crea que estoy en peligro, creerá que tu eres el único que puede quitarle lo que quiere. ¿Has comprendido? - le dijo, mientras se retiraba el sombrero hacia atrás, dejándolo colgado a su espalda. Luego se arrastró para quedar delante de él. - A la de tres, levántame. - dijo mientras tomaban posiciones.

Ambos se levantarían por encima de la colina, al tiempo que los tipos les apuntaban rápidamente, pero la situación sería lo bastante extraña para que el hombre del coche detuviera el fuego. Ella tendría que estar delante de Sloan, y a éste mas le valía tratar de cubrirse con el cuerpo de la vaquera. Ahora sólo les quedaba que su plan funcionara. Ese maníaco tenía la opción de tener lo que quería. O al menos, eso creería él. No todos los días le iba a llover el motivo de su obsesión en bandeja, pero ese era el momento. Mas le valía aprovecharlo. Ya podían empezar con la negociación.

- Dalo por hecho.- dijo ella con una media sonrisa decidida, antes de añadir - Lo mismo te digo, vaquero.

Cuando aparecieron sobre el cerro, se creó un silencio y un murmullo se levantó desde donde estaban los tiradores, que no tenían idea de qué hacer con la vuelta de tornas que se había iniciado desde que se parapetaran tras la colina. Ahora era un momento muy tenso, y eso se dejó ver cuando él la cogió violentamente por el cuello, haciendo que un gemido se elevara desde su garganta, aquejada por la presión.

Actuó como un verdadero cuatrero, incluso en los momentos en los que los hombres empezaron a dudar. La agarró por el cuello y empezó a ejercer presión de tal manera que no pudo evitar que su cuerpo respondiera intentando resistirse. Le costó no darle un codazo en las costillas, y para evitar mandar todo al traste, agarró el brazo que la estaba asfixiando. Cuando aquello empezó a volverse peligroso, ella miró por el rabillo del ojo a Sloan, con la expresión desencajada, mientras boqueaba como un pez fuera del agua, luchando un instante más por respirar. Sintió que se le nublaba la vista, y todo empezaba a volverse demasiado luminoso. Ni siquiera se estaba dando cuenta de que la había levantado del suelo. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras sus labios se hinchaban, justo un momento antes de que la dejara de nuevo en el suelo. Al hacerlo, ella se inclinó hacia atrás, privada de fuerzas para andar, apoyando su espalda en el pecho de él, jadeante como un perro apaleado. El aire entraba con tal ansiedad en sus pulmones que silbaba, al pasar entre sus labios. Al menos tenía la suerte de no haber sufrido hemorragia petequial, aunque no lo sabía todavía.

Tras la intensa negociación, por fin apareció el causante de todo ese lío. Ahora si era capaz de recomponer esa cara, y sabía con certeza quien era. Su apellido era Solomon, pero todos lo conocían como "Gran papa" por los vicios horribles y retorcidos que tenía con las chicas que habían caído en sus manos. Todos delitos sexuales. Era un criminal que había estado varias veces en Arkham, y al que por algún motivo, soltaban con más asiduidad de la convenida para ese tipo de delitos. Aún así, ahora no tenía tiempo de pensar en eso.

Sloan la soltó con un ademán, empujándola, y ella calló al suelo de rodillas, mientras algunos de los hombres se sonreían. Sus expresiones estúpidas se volvieron de superioridad, al contemplarla desde arriba. Ella se levantó con esfuerzo, aunque disimuló que había recuperado el aliento de camino, esforzándose por respirar de forma forzosa. Llegó, renqueante, cerca del hombre, que al tenerla cerca, la apuntó con el rifle, obligandola a levantar la barbilla, para verla bien. Los surcos por donde habían pasado las lágrimas se veían como un camino de agua sobre un fondo de polvo. Él sonrió, claramente complacido. Levantó una mano y la cogió de la cara, paseando una lengua húmeda y asquerosa por uno de los surcos, notando el sabor a sal, polvo y sangre seca. Luego cogió por el hombro y la obligó a ceñirse a él, con fuerza. Para su sorpresa, ella levantó ambas manos y las ciñó su cintura, mientras se acurrucaba sobre su pecho. Aquel chalado se mostró incrédulo, pero por cómo se comportó a continuación, elevando una mano y acariciándola su preciosa trenza rubia, encantado de la reacción de ella. Se inclinó un poco, encontrando sus ojos con los de la chica.

- Tranquila, cielo mío. Papi está aquí. - dijo arrullándola, mientras sus hombres apuntaban a Sloan.

Tras unos segundos en los que él trató de calmarla, ella levantó la cabeza y se fijó en Sloan. Una expresión de furia le cruzaba el rostro, que casi se había convertido en un mohín aniñado, muy alejado de lo que hasta entonces su compañero había visto en ella.

- Me ha hecho daño...- le murmuró ella, en un tono casi infantil - Me ha hecho mucho daño, papi...- añadió, el hombre del rifle entreabrió la boca. Su pecho subía y bajaba rápidamente, dejándose llevar por la excitación. - Matalo. ¡Matalo!- gritó señalándole acusadoramente mientras Sloan seguía sólo y en pie. Sus hombres esperaron respuesta, mientras Solomon mantenía la mirada fija en los ojos azules de la vaquera. Ella apretó una mano sobre su pecho, y ese fue el detonante.

- ¡DISPARAD!- gritó entonces el hombre, cargando el rifle y apuntando a Sloan. Una salva de tiros atravesó el cuerpo del chico, obligándole a retroceder. Pensó que iban a parar, pero entonces una voz sonó por encima de los tiros.

- ¡MATALO! ¡MATALO, PAPI!¡MATALO! - gritaba la Sheriff hasta casi desgañitarse, obligando al hombre a seguir disparando, y haciendo que sus secuaces imitasen a su líder. La sangre bañó por completo el cuerpo de Sloan, mientras cientos de lágrimas plateadas le atravesaban el cuerpo, hasta que calló inerte en el suelo. Incluso ahí continuó la llovizna de balas, hasta que los cargadores, absolutamente todos, sonaron a vacío.

Un instante de silencio en el que sólo se escucharon los jadeos de los implicados, y el crepitar del fuego que aún había a sus espaldas. Entonces, el hombre del rifle volvió a encontrar sus ojos con los de la chica. La que había sido su obsesión, como el resto, desde que supo que no podía tenerla. Ella le contempló de vuelta, sólo un instante.

- Gracias... Papi. - susurró cerca de su oído.

En dolor del golpe le recorrió desde la ingle hasta la espalda, y le hizo soltar el arma y caer al suelo con un grito ahogado sujetándose los genitales. La situación había hecho que se excitara sexualmente y aquello no hizo si no poner el momento a su favor. El dolor le dejó sin aliento, y notó humedecerse los pantalones. Jamás había recibido un rodillazo tan fuerte en toda su vida. Los hombres la miraron con sorpresa, mientras sacaba con rapidez el revólver, y se giraba. Tres cabezas volaron con la velocidad de un segundero, al tiempo que los otros caían de espaldas, y otros trataban de correr alejándose. No tenían balas, y si las tenían, lo habían olvidado momentáneamente. Empezaron a correr por sus vidas, mientras su jefe gemía en el suelo. Uno de ellos recibió un tiro en plena columna, que le hizo caer como un saco en peso muerto. Los otros trataban de alejarse de la mujer pasando en torno al metal en llamas, buscando una salida. Ella ando hacia un lado, lentamente. Aún de noche, su puntería excepcional. De otro disparo toda la parte trasera de la rodilla de los pocos que quedaban huyendo voló por los aires, haciendo que esquirlas de rótula destrozada se chocasen contra la protección que llevaba por delante. El siguiente recibió un tiro en las costillas, que le hizo desfallecer. Esos imbéciles habían olvidado cubrir sus espaldas. Aún en el suelo, pretendió continuar arrastrándose hacia la salida. El resto de nube se había dispersado, quizá intentando recuperar sus armas. Ella tuvo tiempo, mientras volvía hacia Solomon, de abrir su revólver mientras sacaba otras seis balas de su pistolera. Abrió el tambor y tiró los casquillos al suelo, cerca de su cabeza. El tipo rezongaba sobre el polvo, retorciéndose. Sus ojos azules se fijaron en su postura, mientras cargaba bala tras bala y cerraba el tambor con un crujido característico. Entonces le dio una fuerte patada, que lo hizo gruñir. Le dio otra y otra mas, hasta que se colocó boca arriba y entonces le pisó el pecho con fuerza. Sus ojos, fríos como el acero plateado del cañón del revolver que ahora le apuntaba, se clavaron en sus aterrorizadas retinas.

- Sólo quiero que recuerdes, "papi"...- dijo haciendo sonar eso con cruel sarcasmo - que fuiste tú quien sacó a la policía de esto. - añadió, dándole una última patada brutal en la cabeza, dejandole sin sentido. Eso bastaría por el momento.

Atenta a cualquier indeseable que quisiese hacer un último intento desesperado, se acercó a Sloan, o lo que quedaba de él, revólver en mano. Tenía mucho que curar, y su pijama era un desastre. Se apoyó contra un barril que quedaba cerca de él y lo contempló en el suelo. En sus ojos había divertida recriminación.

- ¿Con que me haces lo que quieres, cuando quieres y como quieres, eh?- dijo ella, al tiempo que le dedicaba una suave sonrisa. Luego se agachó a su lado, y le acarició con ternura la cabeza, ya reconstruida por completo. - Dime, ¿estarás bien? - dijo, permitiendo que se colaran en sus palabras unas veladuras de preocupación. Al levantar la cabeza, localizó a un tipo escurriéndose, entre los barriles, entrecerró los ojos y levantó el revólver. Un grito se levantó en la noche, y el hombre se desplomó en el suelo, de donde no se levantaría nunca más. Ella esperó, expectante, pero paciente, a que su compañero se recuperara. Iba a ser una noche muy larga.

Si pasabas por alto el hecho de que la mitad de un desguace estaba ardiendo en el jardín, que había un rastro de sangre, cadáveres y muertos en la entrada del rancho, y que las moscas estaban empezando a arremolinarse en torno a los charcos de sangre que ya estaba coagulándose al aire, la noche empezaba a mostrarse casi pacífica. La columna de humo se elevaba y se perdía en la noche, cada vez mas estrellada a medida que se cerraba sobre ellos. Ella paseó su mano un poco más por su pelo, de forma pacificadora. Costaba pensar que esa misma mano era la que momentos antes disparaba tormentas de metal.

- Eres un quejica. He visto lo que te pasa con los tiros. ¿Cómo querías que me asegurara de que no les quedaban balas? - dijo ella con una sonrisa, volviendo a calzarse el sombrero sobre la cabeza.

Al hacerlo, su expresión se tornó severa, mientras sus ojos se cubrían de la sombra producida por el ala del sombrero. Ocultó sus ojos, cargados de una sensación de angustia, por lo que tenía delante. Tenían que limpiar eso enseguida, y le sorprendía que no tuviera a los bomberos en dirección a su rancho, al ver la columna de humo que se alzaba. Si no actuaban rápido iba a tener que dar muchas explicaciones. Entonces se dio cuenta de que Sloan se levantaba, y le dejó hacerlo, para despejarse. En las escaleras y los postes del porche había marcas de disparos, que eran como ojos hundidos en la madera. Cuando su compañero le preguntó, se acercó a él, mirándole desde arriba. Sus ojos se entrecerraron mientras una mueca se dibujaba a un lateral.

- A este... aún le quedan cuentas que arreglar. - murmuró al tiempo que le veía, subiendo y bajando el pecho al ritmo de una respiración acompasada.

Cuando observó de nuevo el panorama y Sloan empezó a hacer sugerencias, se acercó a él haciendo sonar las espuelas. Un sonido mitad crujido, mitad chapoteo, se oyó justo cuando paró a su lado. Acababa de pisar un ojo. Ella le pasó un brazo sobre los hombros y se acercó a su oído.

- ¿No se te habrá abierto el apetito con tanto ejercicio, por casualidad? - dijo mientras una sonrisa se abría paso en su rostro, para luego alejarse de él, levantando las cejas, y jugueteando con una mirada cómplice.

Se acercó de nuevo hacia la entrada del rancho y empezó a buscar, tras abrir una verja que daba a la parte de los cimientos, una larga manquera especial, preparada para apagar cosas de gran calibre. Necesitaba unas cuantas, que daban a una bomba enterrada donde se acumulaba agua de lluvia y pasaba el suministro. Era agua no potable, pero para riesgo de incendio de propiedades tan grandes, en las que además cabía riesgo de tener cosas inflamables, las medidas de seguridad eran muy estrictas. Al acercarse Sloan le preguntó por su estado.

- Luego. Ahora no. - contestó ella tajante, al tiempo que accionaba la manguera y empezaba a mojar las zonas ardiendo. Los coches hubo que apagarlos con bastante insistencia, aunque el fuego fue extinguiéndose ya que no tenían mas combustible para mantenerse. El resto de los cócteles molotov, sobretodo aquellos que habían caído sobre el suelo los apagó a base de echarles tierra encima.

Mientras manejaba la manguera, su torso, donde había recibido varios balazos durante el tiroteo se resintió. Todo aquello iba a dejar unos moratones bastante desagradables. El cuerpo le dolía, pero era normal, después de todo lo que había tenido que vivir. Ese desgraciado iba apagárselas. Él y ese vendido hijo de puta que llevaba la placa de adorno. Se la había montado bien, y su castigo iba a durar días, puede que incluso semanas. Apagó la manguera y miró el cuerpo del tipo en el suelo.

¿A quién le importaba que fuese hijo del Senador?...

- Así habrá más donde agarrar. - le respondió, cargando la frase con cierta picardía que no era difícil malinterpretar. Luego se pusieron manos a la obra.

En honor a la verdad, tardó un buen rato en darse cuenta de lo que estaba haciendo Sloan. Siempre que levantaba la vista lo veía apilando, y apilando cadáveres, pero no se dio cuenta de la rapidez a la que mermaban hasta que se plantó en el sitio, y observó como su compañero aparecía y desaparecía constantemente. Cuanto más regaba la tierra, refrescándola para dejarla como nueva, más cuenta se daba de que la escombrera era más y más y más pequeña poco a poco. Al final, en un par de horas (no olvidemos que ella, como Sheriff, era muy minuciosa a la hora de no dejar pistas) consiguieron finiquitar el trabajo pesado de desescombro. Todo el metal, los cadáveres, las armas, todo había desaparecido, ahora sólo quedaba un montón de tierra rastrillada y unos cuantos barriles que daba pena verlos. Tendría que quemarlos y subir algunos nuevos, pero para eso primero habría que dejarlos secar. La madera estaría húmeda mucho tiempo, por usarlos para acumular agua. Salvo por las reparaciones que haría al día siguiente, prácticamente habían terminado, aunque no tenía idea de dónde estaba Sloan. Lo buscó con la mirada y al final, él le encontró a ella, cuando salió de la nada y le puso una mano sobre los hombros. Al estar plenamente consciente, no le asustó su presencia repentina, aunque si la sorprendió. Ese chico tenía capacidades innatas para dejarle a uno con la boca abierta.

Apoyada en el rastrillo, siguió la dirección que marcaba la mirada de Sloan, y perdió su vista en el cielo. Allí la noche resplandecía de estrellas, y había empezado a refrescar, pero a parte de eso, no hubo mucha cosa más. Ella le devolvió la mirada a él, él a ella, los dos al cielo, y estuvieron así un rato más hasta que al final él se cansó de mirar su reloj inventado y se dio por vencido. Justo cuando iba a desviar sus ojos de la cúpula estrellada, vio un brillo resplandeciente cruzarla de lado a lado a toda mecha, con tal nitidez que casi parecía el rastro que deja la llama en la mecha de cien cartuchos de dinamita perdiéndose en la oscuridad de la boca de una mina. Luego hubo otra, y otra. Ella se levantó el sombrero, incrédula, y apoyó una pierna sobre el mango del rastrillo, que tenía un pequeño saliente entre la cabeza metálica de la herramienta y el palo de madera a la que estaba sujeta. Se dejó encandilar durante un rato por ese fantástico fenómeno natural, cargado de colores, estelas y una luz que no parecía posible ver en el cielo a esa hora, hasta que él habló.

- ¿Tu? - preguntó sin miramientos, señalando al cielo y mirándole a él. Luego le rodeó los hombros con un brazo y le dió leves empujones hacia ella, en una señal de cariño - ¿Es que hay algo que no puedas hacer? - añadió entonces, soltándolo y cargando el rastrillo en un hombro. Al pasar por delante de la casa, encontró la figura en el suelo del único que no había permitido llevarse a Sloan.

Solomon. El hijo del Senador. Eso explicaba muchas cosas, como porqué siempre acababa saliendo y entrando de Arkham como una puta en un burdel, y porqué todos tenían más miedo a desobedecerle que a volarse las pelotas en el intento de seguirle el juego. El tipo tembló sobre el suelo como un cachorro que sueña.

- Oh si. Aún nos queda este. - dijo en un tono neutro. - Tengo que hablar un ratito con él. ¿Querrás darte otra ducha, mientras? No creo que tarde mucho. - le preguntó a Sloan, mientras le miraba de arriba a abajo. La verdad es que ahora, de todas todas, ambos tenían que darse una buena ducha.

Acompañó la mirada de Sloan, cuando este se analizó de arriba a abajo a sí mismo. A ella también le resultaba irritante que la mancharan recién duchada, más que por ninguna otra cosa, por el hecho de haber perdido el tiempo. Pero en lugar de aceptar la ducha, decidió echarle una mano y se cargó el tipo al hombro como si fuera un petate. Ella le sonrió, agradecida por el esfuerzo, y empezó a andar por el lateral de la casa, hacia el fondo del rancho. Pasando al lado del vallado, de las cuadras, dirigiéndose directa al granero. Andaba con paso tranquilo, marcando el paso con las espuelas, las manos puestas junto a la hebilla de su cinturón.

Tras hacer que las gallinas cloquearan por la presencia de Sloan como si acabara de entrar un zorro en el corral, abrió la pesada puerta roja del granero, e invitó a ambos a entrar. Pasaron la zona en la que reposaban las vacas, donde solo había tres atadas, que a pesar de todo mugieron con miedo, como sintiendo su presencia, y se fueron hacia un rincón, apartado de los animales al que se accedía por un lado. Era una especie de techado cubierto sujeto por dos enormes vigas de madera, que daba al aire libre junto a un pequeño cerco.  Allí había cubos, rastrillos y todo tipo de cosas de rancho, incluidas unas cuantas herramientas colgando de la pared. Había ganchos, garfios, tenazas y también, junto a una especie de horno antiguo de herrería donde se apilaban y colgaban por las paredes un montón de varas metálicas, preparadas para marcar.

Allí era donde iban a asistir los partos, donde marcaban a las vacas y los becerros, donde se encargaba de limpiar los cascos de los caballos y cualquier otra cosa que necesitara de algo de quietud, y que no se pudiese hacer en las instalaciones normales, o en las que había preparadas para su equipo médico, que se encontraban cerca de las caballerizas.

Señaló una silla destartalada de madera, que aguantaba más de lo que parecía, y Sloan depositó al tipo allí. Con soga áspera ató las manos del tipo a su espalda, una en cada lateral del respaldo por las muñecas, los codos y los hombros; y las piernas, por los tobillos y las rodillas.

- No quiero recurrir a estas cosas, pero ya les has visto. Se comportan como una panda de salvajes. - explicó encogiéndose de hombros, acabando el último nudo y tirando hacia atrás de la cabeza del tipo, que se tocaba el pecho con la barbilla. Intercambió una mirada con Sloan.- Esta ciudad está podrida. Como Sheriff, te harás una idea de cuánto me cabrea. - añadió, cogiendo otra silla y poniéndola frente al preso.

En cuanto estuvo preparado, cogió un cubo de agua, lo llenó en un barril, y le echó un cubazo en plena cara. El tipo se despertó a punto del infarto y miró a todas partes, totalmente aterrado, sin comprender nada de lo que sucedía.

- Buenos días, sonrisas.- tiró el cubo hacia un lado contra la chimenea, con un estallido metálico que le hizo dar un respingo sobre la silla. - ¿Has dormido bien?- preguntó, sentándose con las piernas abiertas por el lado contrario a la silla, apoyando sus brazos cruzados en el respaldo. Durante unos segundos nadie dijo nada, salvo él, que farfulló algunas cosas. - Mira, en otras circunstancias no me interesaría, pero hoy, de verdad, has conseguido llegar a los límites de mi paciencia. ¿Qué te ha hecho pensar que tu y toda esa manga de miserables malnacidos ibais a conseguir algo haciendo una cosa así? - preguntó, negando con la cabeza, totalmente obnubilada. De verdad, que le costaba comprender como se les había ocurrido ir en busca de la muerte, aunque lamentablemente para Solomon, eso no era, ni de lejos, lo peor que iba a encontrar.

No parecía demasiado dispuesto a colaborar. A ella los insultos que estaba farfullando entre dientes le daban absolutamente igual. Había hecho algo mucho peor, y ahora mismo estaba centrándose en eso para decidir qué tipo de castigo merecía por semejante atrevimiento. No sólo había dañado la propiedad privada, si no que había instigado a toda esa panda de majaderos. La pérdida no era mucha, pero ella siempre se había regido por la ley de que, cuando matas a un hombre, no sólo te llevas lo que es si no lo que podría llegar a ser. Quizá alguno de aquellos estúpidos hubiera sido capaz de sentar la cabeza, y hacer algo bueno. En el fondo lo dudaba, pero el caso es que ya no tendrían oportunidad para demostrarlo. Todo por culpa del individuo que tenía delante.

Mientras él respondía con más insultos, ella se levantó de la silla, paseó calmadamente mientras él hablaba, y encendió la estufa que había a su espalda. Las brasas se encendieron, desprendiendo un agradable calor y un olor con mucho cuerpo, a madera quemándose. El fuego crepitó dejando flotar en el aire algunas pavesas que se extinguieron con rapidez, cuando ella se dio la vuelta al oír a ese bastardo increpar a su compañero.

- ¿Te refieres a él? Porque creo que te has equivocado de lleno. - dijo ella, acercándose a Sloan. Se abrazó a su cintura, encajando su hombro bajo una de sus axilas, claramente cariñosa. El condenado hizo crujir la silla por la tensión de sus músculos cargados de ira mal contenida. - Puedo decirte, segura como de que se pone el sol, que no es nada maricón. - añadió observando el rostro de su ayudante con una suave sonrisa, y posando sus ojos nuevamente en el reo, con un desprecio que sólo se encontraba en las chicas populares de un instituto. Convirtiéndolo en el ser mas ínfimo del mundo. - ¿y sabes porqué lo se?... - añadió con un tono de picardía, moviéndose para quedar justo delante de Sloan, haciendo que su espalda y el pecho de él hicieran contacto, sujetando las manos de él con las suyas, haciéndolas reposar en su propio cinturón, como ella solía llevarlas, entrelazando sus dedos. La Sheriff se inclinó levemente para contemplar de cerca la expresión desorbitada de Solomon. - Por que me folla a base de bien.- susurró, ampliando una sonrisa que de tan atrayente, era perversa. El reo soltó un grito, e hizo un amago, como si intentara morderle la cara, que ella esquivó con facilidad mientras él soltaba improperios. Elevó el cuerpo de nuevo, haciendo contacto y una de sus manos acarició la barba de su compañero, delicadamente con los dedos. - Me folla de tal modo que sólo puedo gritar su nombre. Alcanza sitios que tú ni siquiera podrías llegar a imaginarte... - añadió, respirando profundamente, alargando las frases. Trató de imponer un tono lascivo en sus palabras, aunque ella no se dio cuenta de hasta qué punto consiguió hacerlo.

La reacción del hombre no se hizo esperar. Empezó a luchar con las correas que le mantenían atado, saltando contra la silla, hinchando su musculatura en un frenético intento desesperado de soltarse de lo que le retenía. Vio en sus ojos la necesidad de la muerte de un predador enloquecido por la sed de sangre. Se quemó la carne en su intento por liberarse de las ligaduras, las venas de su cuello palpitaban como si fuesen una cañería a punto de estallar. Se puso totalmente rojo, del esfuerzo, y cuando el cuerpo no le permitió continuar con el esfuerzo, dejandole jadeante e indefenso, los miró cargando sus ojos de odio en su estado más primitivo.

- ¡TE MATARE ZORRA! ¡TE ENCONTRARÁN RAJADA DE ARRIBA A ABAJO EN CUALQUIER CUNETA! ¡COMO A LAS OTRAS PUTAS! ¡Y A TI CABRÓN, TE ARRANCARÉ LOS HUEVOS Y TE LOS HARÉ TRAGAR! ¡¿ME HABÉIS OÍDO?!- berreó como un loco, entre sollozos, antes de que la suela de una bota le impactara en plena cara, proyectándolo hacia atrás, haciéndole caer sobre el suelo con restos de plumas, meadas, y polvo.

El tipo farfulló, mientras su cara se llenaba de sangre, que le salía de la nariz rota. La bota se posó en su pecho, y él tosió, salpicándola con un millón de gotas de sangre vaporizada. La miró con desprecio en la cara, y los ojos llorosos, apretando los dientes. Los ojos de la Sheriff reflejaban una marisma verde de total tranquilidad.

- El poli al que has llamado, "papi"...- inquirió ella, cambiando radicalmente el tema, remitiéndose a lo que había motivado que esa basura aún respirase, atada a una silla en el patio de su granero. - Dame su nombre.

Se retorció debajo de sus botas, se giró y escupió un gargajo sangrante en la bota. Su expresión no varió en absoluto. Entonces Sloan se acercó a ella, y la abrazó por detrás, envolviéndole el cuerpo con los brazos. Las pupilas del reo palpitaron de furia, y pensó que como siguiera apretando los dientes iba a partírselos. Notó la barba de su compañero junto a su cuello, cuando se apoyó con la barbilla y ella entrecerró los ojos levemente sonrió suavemente, como si hubiese sido un gesto incontrolable. La otra mano se fue derecha al cierre de sus pantalones, y ella echo la cabeza hacia atrás inclinándose, como si ese contacto fuese lo más embriagador que había sentido jamás.

Permitió que el ayudante hiciese su trabajo, ayudando en el interrogatorio.

Cuando empezó a bajarle la cremallera y se encontró cara a cara con Sloan, sus alientos se entrechocaron como dos corrientes de aire vaporizada, el uno contra el otro. Ella dejó escapar un jadeo y entonces, un grito paralizó toda la acción. Escuchó como confesaba, para luego llorar de una manera dolida y triste. La Sheriff volvió a posar sus ojos en el hombre que temblaba en el suelo, incapaz ahora de devolverles la mirada. Sloan volvió a subirle la cremallera, y ella terminó de abrocharse el pantalón, para luego girarse y comprobar que las ascuas en la chimenea habían ganado ese tono rojizo encendido.

Sin decir palabra, se giró y rebuscó entre sus cosas los guantes de trabajo. Se los puso, al tiempo que seleccionaba, de todos los hierros colgados en la pared, el adecuado. Observó los diferentes grabados que tenían, valorando, porque cada uno tenía su propio significado y no quería asignarle una marca que no se mereciera. El acto del marcado era para ella algo definitivo y absoluto, así que había que hacerlo con mucho mimo. Cuando por fin escogió el hierro, depositó la parte grabada en el interior de la chimenea, utilizándolo a su vez como atizador, para que quedase bien extendido en las brasas y todo se calentase al mismo nivel con rapidez.

Se plantó frente a Solomon, y con el pie, empujó la silla de manera que le hizo girar para ponerle de lado. El cuerpo de el calló sobre el suelo, apoyado en su lateral izquierdo. Entonces la vaquera se agachó a su lado y desenfundó de las botas un cuchillo de caza que siempre llevaba escondido dentro. Introdujo la cuchilla con total delicadeza, y rajó el lateral de los pantalones del culpable desgarrando la tela con un rápido crujido, dejando así al descubierto la zona lateral del muslo y parte de la ingle y del glúteo. Observó por un momento la carne blanca, surcada con un par de cicatrices, como si le hubieran dado puntos. Enfundó el cuchillo, mientras los sollozos del hombre se dejaban escuchar de vez en cuando. No necesitaba alargar más el interrogatorio, ya que sus contactos se asegurarían de averiguar quién era ese tal Jhon Freeman, dónde trabajaba y si era necesario, hasta la última rama de su árbol genealógico.

Contempló en silencio el metal calentándose, intercambiando tan sólo una mirada con Sloan, en el momento en que sujetó la barra de metal candente con los guantes. El metal ardiendo desprendía hilillos de humo, y su color era como el del núcleo de un pequeño sol que dibujaba la imagen de una mandíbula de vaca. Al acercarse, el hombre observó y en sus ojos se reflejó una máscara de pánico.

- ¡es...espera! ¡ESPERA! ¡¿QUE VAS A HACER?!- a partir de entonces, preguntas como esas continuaron fluyendo de la boca del hombre a un ritmo y tono cada vez más elevado.

La mujer caminó hasta él despacio, y colocó una bota, la misma que le había escupido, sobre un lateral de su torso, para asegurarse de que no se movía. No miró a Sloan en ningún momento, ni siquiera interesada por su reacción. No era momento. Ahora estaba trabajando.

Un grito desgarrador, que hizo que los animales se movieran levemente asustados del repentino ruido, seccionó la clara y agradable noche pintada sobre la cúpula del rancho, moteada de estrellas. Cuando el hierro entró en contacto con la carne del individuo esta se inflamó al instante sin verter ni una gota de sangre, se volvió roja, púrpura y luego negra, en menos de un instante, mientras el humo dejaba un apestoso aroma a carne quemada, que ella había aprendido a tolerar con naturalidad a base de costumbre. Mientras mantenía el hierro bien unido al lateral de su muslo, tratando de evitar que se retorciera y así la marca quedase borrosa, la vaquera contaba en segundos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco.

Sloan parecía medio mareado. Es cierto que el olor de la carne quemada resultaba nauseabundo, más o menos igual que el sabor, pero le sorprendía semejante reacción de algo que había recogido cadáveres a manos llenas y se lo estaba llevando a saber dónde. Resultaba un tanto inverosímil que fuese capaz de amilanarse por una cosa así, pero no iba a culparle, así que cuando comenzó a andar hacia la salida, ofreciendo igualmente ayuda si la necesitaba (como si no hubiera hecho ya bastante) ella asintió con firmeza y le excusó. Su instinto le dijo que lo mejor que podía hacer, por algún motivo, era dejar que se alejara de ella. Como si de pronto hubiese detectado de él algún peligro. No tuvo tiempo de analizar ese repentino sentimiento. Aún le quedaba bastante por hacer.

Su mirada volvió a concentrarse en lo que estaba haciendo, y mientras el hombre vomitaba, ella despegó rápidamente el hierro, para prevenir que la carne no quedase pegada, aunque siempre había un escombro de piel, que el fuego se encargaría de eliminar del metal.

Colocó de nuevo la barra al fuego, junto con otra nueva, haciendo que los escombros se convirtiesen en ceniza, mientras el hombre temblaba sobre el suelo. Ella se detuvo a su lado, y lo contempló. En ese mismo instante en su mente se dibujaron las líneas de su anatomía. De la misma manera que conocía el despiece de cualquier carne, conocía el de la carne humana. Todos sus huesos, músculos, entrañas. Después de unos instantes mas, se acuclilló junto a su cabeza, y acarició su rostro suavemente, con los dedos. Entonces el hombre se deshizo en llanto, pero comenzó a sonreír. Una respuesta nerviosa. Después de tanto tiempo, había visto de todo.

- Hay que cumplir las promesas, papi. - dijo, como si tratara de consolarlo.

Tras cortar la pernera de los pantalones, y dejar al descubierto el reluciente gemelo, una de las partes que sorprendentemente no tenían cicatrices ni ninguna otra marca, pasó un trozo de cuerda bajo la rodilla y la apretó con fuerza. La cuerda se calvó en la carne hasta quemar, pero el hombre se había desmayado. Entonces ella rebuscó entre todo su instrumental, y sacó el bisturí, y su cuchillo de despellejar favorito. No tardó mucho en hacerlo. Primero abrió la piel de la parte trasera, despejó la piel hacia los lados y se topó con el músculo. Hundió la cuchilla para liberarlo del contacto de le piel y luego, lo cortó para extraer ambas piezas de carne. La sangre brotó, pero gracias al torniquete la hemorragia se mantenía medianamente bajo control. En un momento dado, se levantó, cogió la nueva barra y quemó con ella las venas abiertas, sellándolas de una manera precaria pero efectiva. Tras seccionar la carne y echarla en el cubo que antes había usado para lavarle, cerró la herida y la vendó. Luego levantó la silla y lo dejó contra una de las paredes, junto a la chimenea que acto seguido apagó. Amarró la silla a la pared con las cadenas y los cepos de rigor, para asegurarse de que no se movería de allí, aunque dudaba que lo hiciera. Si el dolor no le mantenía allí, lo haría el agotamiento absoluto.

Después de asegurarse de que todo estaba correcto y recogido, cogió el cubo, y se marchó, dejando al hombre descansando. Evidentemente había perdido el sentido prácticamente al principio, y no tenía ningún interés en despertarlo. Al andar de vuelta comprobó que la ventana del baño estaba encendida. El cubo iba dando bandazos de delante a atrás, a medida que se acercaba a su casa. No pudo evitar asomar su rostro, salpicado en sangre, por el pequeño hueco de la ventana. Tenía unos estores que al parecer, su ayudante había olvidado bajar.

Así, sus ojos, hasta entonces helados, dieron una pulsación involuntaria, cuando la imagen del cuerpo de Sloan, desnudo y marcado no sólo por las líneas negras, si no por un sinfín de correas transparentes que se deslizaban dibujando cada músculo de su cuerpo, se insertaron en sus retinas. Era como si el agua lo mantuviera atado contra la superficie esmerilada de los azulejos. De hecho, estaba de espaldas a la ventana. En caso de que se girara repentinamente y la viera, ella no haría ningún movimiento para desviar la mirada. Sus ojos se encontrarían, pero no iba a privarse de la imagen de su cuerpo. Como había dicho antes, y muy al pesar de sus necesidades básicas que iban a quedar sin satisfacer, Sloan o al menos su envoltorio, era su tipo. Espalda ancha, facciones marcadas, pelo en el cuerpo. Lo que venía a llamarse un HOMBRE.

Sólo cuando notó que la respiración se le entrecortaba y su imaginación (un arma de doble filo que podía ser tan útil como peligrosa) empezó a hacerle dudar de si quería o no entrar en la casa a irrumpir en el interior de la ducha, para comprobar si Sloan era capaz de aguantarla contra los azulejos son tocar el suelo en ningún momento, supo que debía dejar de mirar...

y así lo hizo.

Siguió andando, entró por la puerta principal, y dejó el cubo sobre la encimera. Sacó los pedazos de carne y empezó a picarla sin miramiento, encima de la tabla de la cocina. También sacó la picadora de manivela. Cogió un bol, empezó a meter los trozos en el embudo de la picadora y accionar la manivela. La carne picada salió, hecha pequeños hilos, cayendo en el bol. Pensaba guardarla preparada, para así limitarse a freírla por la mañana y entregársela a su destinatario. Al fin y al cabo, no había olvidado que "Papi" había prometido una buena hamburguesa al tal Jhon Freeman.

Cuando salió, la cara de concentración de la Sheriff se tornó sorprendida, una sonrisa inmensa se dibujó en sus comisuras, esta vez si verdadera y totalmente natural, cuando vio salir a Sloan del baño con aquel pijama a rayas y la enormes estrella puesta sobre el pecho. Una carcajada vibró desde lo profundo de su diafragma, liberándose al aire como el tañido de una campana en repique. La verdad es que ese pijama le gustaba mucho más que el de esa cosa marrón y peluda. Tuvo que dejar de picar carne porque la situación era tan divertida, que la risa le había hecho perder el ímpetu que había puesto en la tarea. Luego dejó lo que tenía en las manos para aplaudirle por su selección.

- Nunca, Hasta cuando duermo siempre tengo un ojo abierto. - respondió la Sheriff, con un ademán de la cabeza que denotaba firmeza. Él se le acercó, cuando estaba terminando de sacar la carne picada del cubo para ponerla en un bol. Luego limpiaría la picadora y dejaría el cubo fuera.

Sloan se puso frente a ella y empezó a limpiarla, como alguna vez lo había hecho su madre cuando se manchaba la boca con nata y la pillaba, frotándole con el dedo pulgar. Se dejó hacer, pestañeando cada vez que el dedo se restregaba por su cara quitándole las manchas de sangre.

- Tranquilo. Yo hago la primera guardia. - contestó, guiñándole un ojo. Se puso, con intención de recoger, hasta que se percató de la estrella de su pecho, que le devolvió un guiño plateado, como si tratara de decirle algo. Que había algo más que quería hacer, ahora que todo estaba tranquilo y habían echado a los indeseables. - Sloan, espera...- dijo, llamándole por primera vez por su nombre, en lugar de por los apelativos, más comunes en ella.

Se acercó a él con paso decidido y lo detuvo, clavando su mirada en él. Tras un instante de silencio cargado de una sensación de importancia, ella se llevó la mano al pecho y desabrochó de allí la insignia de Sheriff que portaba, con orgullo. La apretó un instante contra su propia mano, notando su tacto, su peso y su temperatura. Luego cogió una de las manos de Sloan y la depositó con cuidado, pero dicididamente, sobre la palma, dejando reposar por un instante su propia mano sobre la de él, encerrando entre ambas aquel símbolo que era para ella más preciado que ninguna otra cosa...

- Nadie se había ganado el derecho a ser mi ayudante, como tú lo has hecho esta noche... - empezó a decir, mientras una intensa mirada atravesaba los ojos de él, haciéndole comprender hasta qué punto era definitivo lo que había sucedido allí esa noche. Apretó el agarre de su mano, insuflándole fuerzas - Siempre que lo necesites, sea lo que sea, cuenta conmigo.- dijo, ofreciéndole la ayuda y protección que estuviese en su mano. Sin dobles sentidos. Sin explicaciones. Ella podía ser inquebrantable, pero no era tonta. De no haber contado con él, los escombros habrían atraído la atención obligándola a dar explicaciones. Como poco habría acabado, de nuevo, dentro de Arkham. Su agradecimiento quedaría así sellado entre los dos, con un estandarte común. - Porta tu insignia con orgullo, Vaquero. - añadió, al tiempo que tiernamente se despedía de ella, quitando su mano de la de él con una suave caricia. Luego, ofreció una suave sonrisa, un tanto enigmática, que la convirtió en inaccesible, como a veces solía ser. Por que ella, transparente como un vaso de agua, a veces se enturbiaba hasta tal punto que era imposible ver mas allá.

Volvió a sus quehaceres. Terminó de limpiar la picadora, la cocina, y todo lo demás. Recogió y sólo cuando estuvo lista, se dirigió al baño. Se cambió como solía hacerlo, primero todo lo de abajo. Luego se colocaba las botas para la ducha y luego se quitaba lo de arriba. Soltó su melena y estuvo bajo la ducha el tiempo suficiente como para sentirse renovada. Al salir, llevaba puesta una camisa de tirantes, unas bragas de algodón blanco, y las botas de andar por casa. Tomó un vaso de agua, y luego se acostó, procurando no perturbar el descanso de su invitado.

Mañana por la mañana, le pediría un favor. Prepararía la hamburguesa, la envolverían, y haría que Sloan se la entregara al hombre que, por unos cuantos dólares, la enviaría a Jhon Freeman. A éste le esperaba el primero de unos cuantos almuerzos preparados con los mejores deseos, y una carne muy especial...