Caminas por una tierra devastada. A todo tu alrededor lo único que se extiende hasta donde alcanza la vista es un desierto árido de piedra rojiza, reseca y calcinada. El cielo es una amalgama de tonos ocres, con nubes carmesí entre las que se vislumbran siniestras figuras aladas de aspecto demoníaco, autoproclamados soberanos de una tierra desgarrada.
A lo lejos, distingues algo, un edificio en ruinas que aún se mantiene en pie. Escuchas un sonido proviniendo de él, una melodía que reconoces como el Claro de Luna de Beethoven, sólo que retorcida y desafinada, como si el piano del que proceden las notas estuviera defectuoso.
A pesar de todo, te diriges al edificio sin saber por qué; puede que atraída por la melodía distorsionada, o quizás simplemente por ser el único edificio en lo que alcanza la vista.
El interior está totalmente derruido; las paredes de piedra, grandes arcos y escaleras señoriales de lo que antaño debió de ser una gran mansión, invadidos por la hiedra y las malas hierbas.
La música te guía hasta un patio interior, donde, en medio de la oscuridad reinante, un reloj redondo de pared permanece iluminado por la luz de la luna, con las manecillas eternamente congeladas en una hora: las doce en punto de la noche.
Y abajo, de espaldas a ti, con la mirada fija en el reloj inmóvil, se encuentra una figura familiar cuya visión provoca que se te pare el corazón.
¡Drago!
Corres hacia él, llamándole por su nombre, pero él inicialmente no reacciona. Sólo cuando llegas a su altura, con el reloj entre los dos, se gira lentamente a mirarte, con una suave y plácida sonrisa en los labios que hace que se te aligere el alma. Parece... totalmente despreocupado, y más feliz de lo que le has visto jamás.
Una agradable calidez brota en tu pecho, surgida de la inevitable sensación de seguridad que siempre te arrulla cuando estás junto a él. Porque sabes que es fuerte, y poderoso, y que ha dedicado su vida a la protección de los demás. Sabes que daría su vida por ti, como cuando fue a Arkham cuando se produjo el motín, sólo porque tú estabas allí...
Una sonrisa se forma en tus labios, emulando la suya. Estás a punto de hablar, pero, en ese momento, la mano del mutante se dispara hacia tu garganta, agarrándote por el cuello. Tus ojos se abren con desmesura al notar el súbito incremento de la presión en tu cuello. Su mano se crispa como una garra de acero y tú notas que te falta el aire, que cada vez más y más la vista se te nubla...
A través de esa bruma que empieza a envolverte sigues distinguiendo la sonrisa en su rostro, una sonrisa inmutable, falsa, artificial... y entonces al fin comprendes que algo está terriblemente mal... que aquél hombre no es el Drago que tú conoces. Pero ya es demasiado tarde... Inútilmente pugnas por liberarte pero es imposible, es demasiado fuerte.
Y lo último que ves antes de ser engullida por la oscuridad es esa sonrisa maldita.
Te despiertas con el corazón martilleando en tu pecho de puro terror, y, justo en ese instante, el teléfono de la mesilla de noche empieza a sonar, causándote un nuevo sobresalto. Manoteas torpemente en la mesa, con el corazón aún desbocado, para acallar el teléfono que no para de sonar. Cuando finalmente lo coges, por inercia te lo llevas al oído, y de inmediato te preguntas si es que aún sigues en la pesadilla cuando una voz de ultratumba comienza a decir, en un tono burlón y pausado:
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Tic... tac... tic... tac... tic... tac...