Cold Spring (América del Norte, Nueva York) — 30.03.2019 — Athenea A.

Me pasé gran parte de la noche contando a la policía todo lo que me había sucedido, con pelos y señales, con todo lujo de detalles. Se acabó el evadir aquello que dolía, el decorar y guiar la conversación para evitar los momentos que me causaban en nudo la garganta. En cierto modo, todo cuanto había sucedido había sido para desahogarme y nada de todo aquello tendría sentido si ahora quedaba el cuento a medias. Necesitaba contarlo todo. Cuanto había sucedido aquella madrugada, había sido un acto premeditado en pos de... un resultado desconocido. Porque no sabía qué esperaba obtener con todo aquello. Tal vez alguna especie de clausura, un punto y final a una época en la que no sabía que estaba viviendo. Me había pasado tanto tiempo de mi vida ignorando todo aquello que me hacía sentir mal que en algún punto había logrado evitarlo por completo, que no existiera. O eso creía yo... Pues ahora que sabía exactamente cada uno de los puntos por los que había pasado, era imposible ignorarlos. Había reabierto todas y cada una de las heridas, como si todas las cicatrices volvieran a abrirse de repente. Y eso hacía más fácil relatar todos los eventos.

Lo que no me esperaba, aunque en parte me parecía lógico, era lo que podía pasar a continuación. Me enviaron a dormir, y que al día siguiente vendría a valorarme un especialista. Tendría que poner una noche de descanso entre mi gran pérdida de control y una nueva etapa de relatar toda mi desastrosa vida, por primera vez, logrando darle un inicio. Tan sólo les pedí una cosa, que me denegaron. Algo que podía parecer absurdo y que tal vez ellos se pensaron que iba a usar para hacerme daño. Gilipolleces. Para mi era importante, y me lo denegaron.

— ¿Me dais un boli?


Me costó demasiado dormir. Y cuando al fin logré perder el conocimiento del mundo que me rodeaba, me abrazaron las pesadillas, alzándome de la cama con un grito y el frío sudor que mantenía pegada la ropa a mi espalda. Me habían ofrecido una camiseta blanca, simple y ancha, cómoda, para que me quitara de encima la ropa ensangrentada. Me habían dejado también unos pantalones, pero no los llevaba para dormir. Vestida con una prenda blanca y las oscuras piernas al aire, me hacía recordar un tiempo no demasiado lejano, algo más feliz. Además, ellos tampoco me habían dicho nada. Tal vez les gustaba el fanservice, o a lo mejor cada una de aquellas marcas en mi piel eran testigo fehaciente de aquello que había relatado la noche anterior. Reseguí con un dedo las múltiples marcas que surcaban mis muslos, entre ellas una herida de bala. Los primeros rayos de sol se filtraban por una ventana a lo alto de mi celda, y escuché el ruido al otro lado de los barrotes y la puerta. Miré de soslayo al guardia que se acercó, apoyando un brazo en el grueso acero transversal de aquella muralla de palos. Sentí hambre, y recuerdo pensar levemente en que no me había desmaquillado. O para el caso, no me había quitado los rastros de sangre seca del rostro y las manos.

- Tienes visita.

— Estupendo. — susurré a desgana, acercándome hacia él todavía sin pantalones y apoyandome también en la barra. Mi actitud era desprendida y desganada, motivo que supongo que hizo que el guardia no se apartara. — ¿Me podéis dar un cigarro? Un trago tampoco estaría mal.

- Depende de lo que diga la doctora. - repuso el hombre, con la calma de quien se sabe a salvo, al otro lado de la celda. Arqueé una ceja. - Vienen a valorarte. Luego veremos qué hacer contigo.

Asentí, demasiado cansada como para llevar la contraria. Cuando el guardia se alejó de allí me marqué otro tanto, acercándome al pequeño lavamanos incluido en mi suite de lujo para lavarme una vez más las manos y la cara. No había jabón, así que descarté la idea de quedar aseada por completo. Lo que si hice, fue llevarme la sábana para tapar el orinal. A decir verdad, ni lo había usado, pero aun así me daba asco. Cuando vi asomarse a la que debía ser mi psicóloga, arqueé las cejas.

— ¿Así tal cual? ¿No nos van a llevar a otra sala?

Cuelga el móvil con hastío, el gobierno le recordaba que tenían un acuerdo que ella debía acatar sin contemplaciones. La habían, llamado para analizar a una desconocida que se habia entregado, con una extraña historia que explicar. No le habían dado mas datos, tan solo esa información. ¿Estaban exagerando? Como es habitual en ella, no lo piensa demasiado y decide ir directamente a la comisaria . "Cuando acabe con este caso he de volver a pactar las condiciones" Suspira antes de reincorporarse de nuevo, bebiendo su ultimo sorbo de su taza de chocolate caliente.

Prepara su maletín antes de dirigirse a la comisaria. Como es costumbre en ella, se viste con su clásico pero elegante atuendo, con su moño bien ajustado y sus labios rojos. Al dirigirse hacia la comisaria se detiene ante un antiguo kiosco donde venden pegatinas de colores. Al igual que en antaño había muchas pegatinas donde escoger, de varios y brillantes colores. Aún podía recordar como su madre a sus 5 años le prometía que si se portaba bien y se mantenía en silencio le regalaría una pack de pegatinas. Cada día esperaba ansiosa ese pack, pero nunca llegaba, su padre tan solo se mantenía en silencio diciéndole a su madre que la controlara. Los días pasaban, y seguía sin sus anheladas pegatinas. Al cabo de unos días, con elevada frustración Athenea volvió a pedir sus pegatinas. Su madre aparcó el coche y con ansiosa actitud fue a la tienda y compró unos 50 packs de pegatinas. "No le digas nada a tu padre y no vuelvas a pedir pegatinas". Desde aquel día Athenea empezó a aborrecer las pegatinas, incluso si ahora las veía y le parecían bonitas, prefería mantenerse al margen de esas pegatinas que en el fondo sabe que no se merece.

Al fin llega a la comisaria, el carcelero sin mucho entusiasmo se cerciora de que no lleva nada peligroso, tras ello la acompaña hasta su nueva clienta. Trata de no mirar hacia los lados para no contaminar su mente, con el paso firme llega a la esperada celda donde se encuentra una pelirroja. "Hailey" Se repite a si misma. Era el nombre que le habían dado en la comisaria, por lo visto era una persona que a efectos prácticos no existía. Antes de abrir la celda, se acerca a esta.

- Tenga cuidado señorita, tiene un carácter un poco especial, pero ya lo verá -Athenea tan solo responde con una diplomática sonrisa haciéndole una señal para que la deje pasar-

Entra en la celda, y se acerca a Hailey extendiéndole la mano.

- Puedes llamarme Athenea, no me gustan los formalismos -Mira hacia el carcelero dándole a entender que puede retirarse- ¿Cómo prefieres que te llame? -Mira hacia los lados para ver si puede acomodarse en algún lugar para así mantener una charla más a mena, pero parece que la litera es el lugar más apropiado- Bueno, ante todo quería preguntarte ¿en que puedo serte útil? -Aún de pie fija con sincera determinación su mirada marrón con las de su contraria-

Me llamó la atención el murmullo de las voces en las salas contiguas, y me acerqué hasta los barrotes, apoyando en ellos una mejilla para intentar ver más allá del pasillo que comprendía todo mi paisaje. Escuché los tacones resonando en la fría piedra de la comisaría y esperé con paciencia hasta que la mujer entró en mi campo de visión. Tenía un rostro delicado y hermoso, de aquellos que te esperas ver en una revista. El cabello recogido en un moño le daba un aire demasiado profesional para mi gusto, a conjunto con un traje que supuse era de buena marca. Pero sobretodo me fijé en su piel. La tez blanca y perfecta, sin imperfecciones… tan jodidamente distinta al manto de cicatrices que cubría la mía. En algún momento, yo también debí tener la piel clara… Y ahora pasaba tanto tiempo bajo el sol que ya no recordaba el aspecto de mi piel sin ella.

— Tenga cuidado señorita, tiene un carácter un poco especial, pero ya lo verá.

— ¿Y de quién es la culpa? No sé ya las horas que llevo sin… Bah, qué importa.

La mujer entró en la celda, cosa que recibí arqueando las cejas, siguiendo con la mirada el recorrido del policía que la había dejado entrar. Quiero decir, he irrumpido en la casa de un político, le he dejado medio ciego, le he perforado limpiamente la mano y le he apuñalado varias veces en un muslo. Y la dejan entrar en mi celda, sin vigilancia además. La mujer se presentó limpiamente y tendió una mano, que encajé sin dudar pese a la sorpresa y lo inverosímil del momento.

— ¿Eh? Ah, llamarme. Uff… Ni puta idea, la verdad. Siempre he pensado que mi nombre era Garnet Brooks. Ahora sé que tenía otro, antes de todo… Er… Brooks. Prefiero Brooks, ahora mismo. — Me pareció una gran elección. Si toda mi vida parecía desmoronarse, podía aferrarme al recuerdo de Evelynn, quien había hecho de mi vida algo un poco mejor.

Me fijé en mi mano, encajada en la suya, en cuya piel todavía se percibía el lugar donde antes había estado la sangre, y al retirarla, no pude evitar frotarme el dorso. No era la sangre en sí. Era la persona a quien pertenecía, lo que hizo que me pusiera ligeramente nerviosa.

Y entonces vino la gran pregunta, que quedó suspendida en el aire de la celda como un hermoso cartelito de neón. “En qué puedo ayudarte”. Seguí mirando la leve mancha en el dorso de mi mano, como si aquellos restos de sangre mal lavada fueran a formar una palabra que me diera la respuesta. Y aunque lo hiciera, tampoco podría entenderla.

— Pues… No lo sé. He oído decir que la gente como tu ayuda a los que no están bien de la cabeza y ya me dijeron que te iban a traer aquí. Pero no tengo muy claro que vas a hacer. Durante muchos años no he tenido constancia de todo lo que me ha pasado — fruncí el ceño. Me habían dicho que tenía que contarlo todo. No soy una persona de abrirse, yo no buscaba que me trajeran a alguien para “sanar mis traumas”. Estaba convencida de que no lo necesitaba. Pero de esa visita dependía el qué harían conmigo. La pregunta realmente, era qué quería hacer yo conmigo misma. — Tampoco tengo claro que yo entre en la definición de la gente que necesita ayuda. No estoy mal… — Creo. Lo pensé detenidamente. A veces me había cuestionado porqué hacía lo que hacía. Hay cosas muy ilógicas en mi comportamiento, y en lo general, en las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida. Pero hasta entonces, siempre había tenido una segunda conciencia desviando mis pasos. Algo de lo que ahora carecía y… Tal vez podía usarlo a mi favor.

Desde luego las voces y los fantasmas, estaban fuera de discusión. No iba a decirle que veía gente muerta. Eso entraba de lleno en la definición de cosas no-normales, como mi querido padre Sherman había dejado claro en el pasado. Pensar en él me hizo cerrar los ojos y respirar profundamente, cerrando el puño sobre mi muslo descubierto. Tenía clara una cosa que quería. Y era que mi historia dejara de ser sólo mía. Quería que si ese hombre salía del hospital, su carrera y su existencia estuvieran arruinadas, tanto como lo había estado mi vida. Y quería recuperar el control. Por muy justificada que fueran mis acciones, recordar cómo me había sentido apuñalando a aquél hombre, sintiendo su vida y su fin en mis manos… Esa no soy yo. No soy yo. Y quiero… Quiero por encima de todo, mi identidad. Una de verdad, algo real.

— Te diré en lo que puedes ayudarme. — La atravesé con la mirada, inclinandome hacia adelante y cambiando por completo mi actitud. Estaba encerrada, sí. Pero por voluntad propia. A mi nadie me ha llevado hasta aquí, han sido mis pasos, mis decisiones. Y todavía tenía una meta por cumplir en mitad de todo aquello. — Quiero recuperar quién soy. Quiero existir, y no me refiero a gilipolleces existenciales de encontrar un sentido a mi vida. Me refiero a existir legalmente. Quiero que se apruebe que estoy “aquí”. Y para ello necesito que la gente sepa lo que pasó. Por eso me entregué a la policía. Pero viendo que estás tú aquí, supongo que o bien no me creen, o necesitan a otra persona más especializada para que escuche mi historia. Pero antes necesito tres cosas. Énfasis en necesito, porque si no, dudo ser capaz de tragar esta historia, no otra vez.

Alcé tres dedos entre nosotras, el pulgar, el índice y el corazón. Estaba sentada a mi lado, y durante el silencio que se distendió mientras hacía una pausa dramática para mis tres condiciones, me planteé lo raro que era que hubiera entrado a mi celda y se hubiera sentado en mi litera sin importarle lo más mínimo. ¿No le habían dicho que estaba ahí por intento de homicidio?

— Quiero un cigarro, — doblé el dedo corazón, quedando solamente dos en alza. — quiero una cerveza, — doblé el índice, y ya sólo quedaba mi pulgar. — Y quiero un puto boli.

- Brooks -Afirmé con una cálida sonrisa al sentir que la persona que tenía ante mí parecía natural y sincera en sus expresiones. Era consciente, que la base de una buena intervención es la motivación del consultante, y si bien, podía jurar que Brooks no era consciente de ello, con las pocas palabras que había intercambiado con ella, podía sentir que en realidad Brooks albergaba una feroz ansia por expresarse-

Athenea espera la respuesta con una sincera inquietud, denota en la joven que tiene ante ella una suerte de nerviosismo y un molestar típico de una persona que aguarda un secreto que le pesa. Athenea no soportaba sentir el sufrimiento de los demás, por ese mismo motivo había decidido optar por especializarse abarcando un amplio campo dentro de la misma psicología. Y ahora se encontraba ante ella una persona que parecía que había vivido una situación realmente complicada, incluso podría jurar que traumática. Estaba segura de que los conductistas la hubieran tiltado de incompetente si hubieran sabido el juicio que acababa de hacer, pero sabía que tenía el total y completo apoyo de la rama psicoanalítica que defendía a capa y espada el poder de la transferencia.

- Brooks, permíteme corregirte en un punto, no ayudo "a los que están mal de la cabeza", de echo no creo que nadie esté realmente mal de la cabeza. Más bien me encargo de ayudar a entender y analizar los motivos por los que una persona se siente mal, sea o no consciente de ello, pues esos motivos son los que pueden afectar en tu día a día, en tu propio bienestar e incluso en tu relación con los demás. -Sentencio con una firme pero cálida entonación mientras medito con cautela las palabras que voy a usar para tratar de animar a Brooks para que narre su historia, pues solo así podré ayudarla-

Escucho con suma atención la narrativa de Brooks, sin interrumpirla, pues parecía que por momentos me iba mostrando sus auténticos anhelos, por lo que decido escucharla sin ningún tipo de expectativa. "Para ello necesito que la gente sepa lo que pasó..." ¡Bingo! No haría falta tratar de convencerla de nada, pues Brooks ya estaba dispuesta a hacerlo. "Tres cosas" Fijo con atención como Brooks me señala sus tres dedos, con el fin de enumerar sus peticiones. Una pausa dramática invade la sala. "Según lo que pida... Me temo que no podré hacer nada..." Miro directamente y con firmeza hacia la esmeralda mirada de Brooks, hasta que finalmente al nombrarlas, doy un imperceptible suspiro de alivio. En realidad no eran peticiones para nada descabelladas, pero iba a ser difícil convencer al gentil guarda que nos permitiera acceder a esas "tres simples cosas".

- Brooks -Afirmo con una pausada pero tranquila entonación acercándome levemente hacia ella poniendo una mano en su hombro- Puedo ayudarte a conseguir que existas legalmente -Enfatizo las dos últimas palabras con tranquilidad sin dejar de mirarla fijamente- Pero para ello voy a necesitar que me cuentes tu historia con todo lujo de detalles, por muy rocambolesca que pueda parecer. Sé que te parecerá raro, pero me han enviado para escuchar tu historia y evaluar las posibles consecuencias que te haya podido producir. -Analizo con detalle las señales no verbales de Brooks deseando que minimamente esté conforme- Así que entiendo que si te consigo estas tres cosas narrarás la historia con todo lujo de detalles, y me permitirás ayudarte para conseguir existir legalmente -La miro con suma atención esperando su consentimiento para seguidamente levantarme hacia los barrotes y llamar al guarda- ¡Guarda! -Llamo con una fuerte e intensa voz denotando seguridad-

Al cabo de unos instantes este aparece con una expresión de satisfacción en su rostro.

-Señorita Athenea ¿desea salir? -Observo como esboza una burlona sonrisa que trato de ignorar-

- De echo si -Arguyo con una sonrisa mirándole detenidamente- Como sabrá me habéis llamado para realizar una evaluación y una consulta. Y para ello, tu jefe el copitán John -Remarco la última palabra dando un ligero paso hacia delante- ha insistido en que se me darían todas las facilidades para llevarlo a cabo. Así que por ello, voy a pedirte lo siguiente. Quiero que se me de una sala donde poder realizar mi evaluación de manera de manera más eficiente. Asimismo, quiero que se me traigan dos cervezas. ¿Me he explicado bien? -Sentencio con una cálida sonrisa arqueando una ceja-

El guarda da un leve suspiro ante las palabras de Athenea, aun así se aparta un instante para realizar una llamada. Athenea analiza desde su posición los gestos no verbales de este.

- Ya verás como lo vamos a conseguir -Señaló a Brooks guiñándole sutilmente un ojo-

Al cabo de unos minutos el guarda vuelve con una actitud de astio. Al verlo Athenea no puede evitar esbozar una victoriosa sonrisa.

- ¿Y bien? -Pregunto sabiendo perfectamente la orden que había recibido-

- Podéis ir a otra sala, pero estará en todo momento bajo vigilancia.

El guarda entra en la sala y le coloca unas esposas a Brooks, este empieza a caminar haciéndole un leve gesto con la cabeza a Athenea para que está la siga. Cruzan un largo pasillo hasta llegar a una puerta metálica, al cruzarla, giran hacia la derecha, el guardia saca una tarjeta con la que abre la puerta. Al entrar en el cuartito Athenea se percata que es una sala pequeña con una mesa de madera y dos sillas, aparentemente muy incómodas. Sin dubitatear esta entra la sala tras el guardia y la joven. Una vez dentro clava su mirada hacia la despectiva mirada del guardia.

- Le avisaré si necesito algo -Concluyo restándole importancia a lo que este pueda pensar-

- Ya sabe, tan solo ha de chillar si sucede algo -Este mira divertido hacia la actual reclusa-

-No se preocupe, no creo que haga falta, pero agradezco su preocupación -Añado con cierta ironía denotando con la mirada que espero que se marche- Espero que no tarden demasiado tiempo las cervezas, de esto depende la durada de la evaluación.

Una vez a solas Athenea saca dos cigarros, un mechero y boli de su bolso. Athenea no fumaba, pero su ex pareja sí, por lo que había adquirido la mala costumbre de llevar encima cigarrillos y mecheros. Athenea se sienta ante la joven aún esposada, sacando todo el material que tenía ante ella.

- Espero que por el momento te baste para empezar a contarme todo lo sucedido -Enciendo el cigarrillo con cautelosa patosidad para seguidamente cederlo entre los expertos dedos de Brooks-

La verdad, es que si me hubieran dicho que las cosas podían ir tan rápido, no me lo hubiera creído. Estaba siendo todo tan distinto a aquella vez en Blüdhaven, que casi casi siento nostálgia al recordar los tres días que pasé bajo vigilancia. Lo que sobretodo me sorprendió, es que decidieran trasladarme de sala, que me esposaran y que me llevaran, desfilando por toda la comisaria, en camisa y sin pantalones, y descalza. Sin embargo, Athenea había pedido ya una cerveza y eso solucionaba uno de mis tres problemas, por lo que decidí ser paciente y obedecer, ignorando incluso un silbido de apreciación que no supe si venía de un guardia o de otro compañero de celda. Porque a decir verdad, ni siquiera me había parado a fijarme en si había o no más gente allí. Suficiente tenía con centrarme en todo lo que estaba pasando en mi vida, para intentar ver y diferenciar a las personas que estaban de las que no "estaban" físicamente hablando.

Lo que si hice, fue esbozar una sonrisa cuando vi como la loquera encendía el cigarrillo como buenamente podía, antes de dármelo. Me lo llevé a los labios y di una larga calada para terminar de prenderlo en condiciones y entonces, me permití un instante de paz y relajación.

Contar toda mi historia era más fácil de decir que de hacer, pues a la hora de la verdad... Había mucho, mucho por decir, y poco de lo que realmente pudiera pasar en consecuencia, iba realmente a compensarme.

— Tendríamos que haber pedido también un periodista. Espero que tengas algo para apuntar, porque hay cosas, de las que te voy a decir, que deben salir a la luz. Hay otras, sin embargo, que son parte de mí y van a quedar entre nosotras. Y finalmente, hay secretos. Esos son míos, no los pienso compartir. Y no vas a presionarme para que lo haga — sonreí, dándome una pausa para otra calada en la cual no dejé de mirarle a los ojos. Era ligeramente incómodo fumar alzando ambas manos a causa de las esposas. — No te estoy amenazando, ni estoy poniendome chula, ni nada por el estilo. Te estoy indicando qué te voy a contar, porque entregarme y contarlo fue mi decisión, y voy a guiarla hasta el final como a mí me venga en gana.

≫ Mi madre era prostituta. Ni siquiera sé su nombre, pero supongo que sería fácil de descubrir si intentara buscar periódicos o noticias de ese día... Si no es que mi padre las cubrió todas. Pero precisamente es de él de quien quiero hablar. Sherman, M. Sullivan. Es un nombre muy reconocido por Cold Spring y en general por todo el distrito. Joder, hasta yo le había visto alguna vez por la tele, sin saber quién era ni que estábamos emparentados. En fin...

Di otra calada. Ayer fue todo más fácil. Fue mucho más impersonal, más mecánico. Detalles desvinculados a mi persona, ajenos a aquello que me hace... ser yo. Hoy me sentía fría a todo aquello, en otro sentido. Ahora estaba fría porque tenía los muslos aire en pleno Marzo, porque llevaba sin comer dios sabe cuantas horas y casi había olvidado lo que era pasar hambre. Di otra calada, y miré desanimada cómo el cigarillo parecía ser demasiado corto. Se iba a apagar antes de saciarme.

Athenea había dicho que ella no trataba a gente loca. Que nadie estaba realmente mal de la cabeza. Me pregunté qué me diría si le contara todo lo que había podido ver realmente. ¿Me creería sin más? O tal vez era lo que decía a aquellos que han perdido el juicio para que confien en ella. Hacerles creer que ella no piensa mal de ninguno de ellos. Claro. Sonreí a la alta mujer que se sentaba frente a mí, con confianza y complicidad, como si en realidad fueramos viejas conocidas que se reencontraban de casualidad por la calle. Por supuesto. Debía ser que había perdido completamente la cabeza, y la doctora me hacía creer que no para tenerme bailando al son de su música. Pero no iba a ceder. Había cosas que no iba a contarle. ¡Pero tenía tanto por contar!

— Sherman, es el querido gobernador de Minnesota. Resulta que en su juventud, tuvo dos hijas fuera del matrimonio, con una prostituta. Quien decidió que lo mejor que podía hacer, era utilizar a las dos crías para chantajear al político. Para luego dejarlas a su merced para que pudiera abusar de ellas como le viniera en gana. Y quiero mucho énfasis en el abuso.

Adquiero la misma pose relajada que Brooks, adaptándola a mi afrancesado estilo, esbozando una imperceptible sonrisa que intuyo se reflejan en el brillo de mis pardos ojos. La verdad es que la fémina que tenía ante mi era realmente bella, parecía una suerte de diamante en bruto que no era consciente de serlo. Antes de adoptar una cómoda compostura, cojo otro bolígrafo negro que saco de mi bolso, con una libreta pequeña, y una grabadora que solía llevar siempre encima por si la ocasión lo requería.
Escucho con serenidad las peticiones de Brooks, mientras cruzo con elegancia las piernas acercando un poco más mi silla a la mesa para poder prestarle mejor atención.

- No puedo traerte un periodista hasta que escuche al menos parte de tu historia, pero puedo ir grabando nuestra conversación si me lo permites, sabiendo que todo lo que digas, debido al código deontológico, quedará entre nosotras bajo el artículo de privacidad y confidencialidad. -Hago una leve pausa aprovechando la calada que Brooks disfrutaba ante mí, manteniendo mis ojos pardos fijos hacia su esmeralda mirada- Y me gustaría aclarar una cuestión que creo que realmente ha de quedar claro en todo momento, Brooks -Matizo su nombre con un tono serio pero cálido colocando en la mesa el bolígrafo negro con la yema de mis dedos de la mano derecha- Has de contar lo que creas que sientes que debes contar, y es evidente que vas a conducirla por donde te apetezca -Concluyo con una suave pero determinada voz-

Si bien me encantaba la franqueza con la que la joven se estaba expresando, debía admitir que me chirriaba un poco el tono con la que la emitía. Era normal, la situación en la que se encontraba no era para nada fácil, pero sospechaba que su actitud "chulesca" no se debía a esta conyuntura en particular. Aun así, si bien iba a facilitarle todas las comodidades posibles, también marcaría su posición de manera indirecta en caso de que esta se extralimitara, pues este no era un mero juego de poder, y tampoco tenía pensado perder mi tiempo si esta no pensaba dejarse ayudar.

La pelirroja empieza a narrar su historia, por lo que aprovecho para mantenerme en silencio y escuchar minuciosamente la vivencia de la joven. Parece que está cambiando de actitud, y tiene ganas de contar lo que ha sucedido. Probablemente su inicial actitud se debiera a un simple mecanismo de defensa ante lo desconocido. Yo no era quien para juzgar este tipo de conductas, pues me consideraba una escapista especialista en la materia.

"Quiere hablar de su padre..." Presto suma atención a las palabras que se deslizan por sus carnosos labios, juntando levemente las manos y entrecerrando imperceptiblemente los ojos con el fin de poder concentrarme mejor.

Al escuchar como esta proseguía con su relato, sentí como un jarra de agua fría inundaba mi cuerpo. Su infancia no había sido para nada agraciada, pero además, parecía que había sido abusada, o que al menos estaba hablando de alguien que si lo había sido. Fuera como fuera, era el momento de aclarar la cuestión.

- Brooks -Arguyo en un susurro- Contéstame o corrígeme si me equivoco, entiendo que ¿tu eras una de esas dos niñas? ¿O que al menos las conocías? -Hago una leve pausa mirando por un instante mi negro bolígrafo tratando de buscar las palabras más adecuadas para formular mi siguiente cuestión- ¿De qué tipo de abuso estamos hablando?

Era consciente de que mis preguntas parecían redundantes y fútiles, pero si había algo que tenía claro como terapeuta, es que era mejor pecar de ingenua que de sabia, y más ante una situación tan delicada como la que se me estaba presentando. Trataría en todo momento, de aclarar y exprimir toda la información que Brooks pensara facilitarme.

No respondí inmediatamente a su pregunta. Al menos no cómo imagino que ella esperaba. Apoyé la mandíbula en una de mis manos, apuntalando el codo contra la mesa, y esbocé una sonrisa, tan ácida como lo estaba ahora mismo mi sentido del humor. La mano del cigarro, colgaba de las esposas junto a la que ahora mismo hacía de pilar, sosteniendo mi rostro.  

— Hablamos de dos niñas, atadas con correas en un sótano. Sin educación, sin supervisión, a menudo sin alimento. Dos niñas, deshumanizadas, utilizadas como chantaje y moneda de cambio. Como saco de boxeo de un político corrupto, cuando llegaba a esa casa borracho y queriendo desahogarse de la mierda de vida que llevaba. Como muñecas... — Ayer no había costado tanto. Tenía que intentar recordarme a mí misma que esa vida no me había marcado durante toda mi vida y no tenía que hacerlo ahora. No quería que se rompiera la máscara, todavía no. Así que me imaginé de nuevo las niñas, con la correa, y me imaginé a mi misma llevándola. Ahora mismo, no somos la misma persona. Debo contar vuestra historia, y luego, me ocuparé de mis fantasmas. Tragué saliva. — Hablamos de un hombre que violó a sus dos hijas menores de edad. Que las golpeaba y que mató a una prostituta, que resultaba ser su madre, delante de una de ellas. Y luego intentó matarla a ella, pero la hermana intervino. Mató a golpes a la hija, también. Ese hombre es ahora gobernante de Minnesota. Creo que la gente merece saberlo. No intento justificar lo que le hice a Sherman — susurré, intentando dejar claro ese punto. — Me entregué para hacerme responsable de ese acto, pero no quiero que se me excuse. Lo hice por que quise y volvería a hacerlo. Tal vez. — Mi corazón empezaba a latir con fuerza y rapidez, mucho más de lo que esperaba. — Probablemente. Se me fue de las manos, hice más de lo que esperaba... — Dejé de apoyar el mentón en mi mano. — No. Quería matarlo. Fui a matarle, y no pude. No soy una asesina, no soy como él. Pero sigo pensando que se merece morir. Y que una vez muerto le pase lo mismo que yo le hice, una y otra vez. Eternamente.

Me enderecé y di una calada al cigarrillo. Y tal cual terminé, expulsé rápido el aire y di otra más, llenándo al completo mis pulmones, y terminándome el cigarro. Las esposas eran una puta mierda. Me molestaban, cada vez más y no pude evitar dar un tirón, intentando liberar al menos una mano, pero sólo conseguí hacerme daño en la base del pulgar. Bufé. Sentía un nudo en la garganta y tuve verdaderas ganas de llorar, pero me bastó recordarme una sola vez dónde estaba para no hacerlo.

Detalles. Tenía que dar más detalles.

— Me levanté por la noche. Fui a la cocina, y vi que Sherman había matado a... aquella mujer. Para mi no es mi madre, jamás lo ha sido. Lo vi, y él me vio. Intentó arrancarme un ojo. — repasé con un dedo la cicatriz que iba desde mi frente hasta debajo de mi pómulo, en el lado izquierdo. — Scarlett entró en la cocina, le pegó. Intentó detenerle. Y se giró hacia ella. Y huí. Están tardando mucho con la cerveza, ¿no? — tamborileé con los dedos sobre la mesa, mirando a mi espalda a ver si aparecía mágicamente un policía con las dos latas que la terapéuta había pedido. Esperaba que sí. Necesitaba algo más que buena voluntad para deshacer el nudo que había en la boca de mi estómago.