El Noveno Tride. Una grieta que quiebra en dos la ciudad de Atlantis, creada en el mismo cataclismo que la sepultó bajo las olas. Un abismo que se hunde en las profundidades, alejado de la cálida luz que la superficie. Sumido en la sombra… Pero, aún así, lleno de vida. El Noveno es el hogar de los hadalin: Atlantes que, al igual que los animales que también tienen ese nombre, viven en el fondo de los océanos. Al principio, era un insulto. Pero, con el tiempo, la Ciudad Sumergida descubrió que los moradores de la Grieta eran quienes mantenían Atlantis limpia, al igual que sus contrapartes hacían con los océanos. Constructores, artesanos… A pesar de las apariencias, los hadalin eran la base del sistema, los que ayudaban a los otros ocho distritos a mantenerse y seguir creciendo. Y, sin embargo, fueron los primeros en sufrir la ira de Corum Rath cuando ascendió al trono. Acusados de indeseables, impuros y criminales (lo último, al menos, no era siempre mentira), envió a la Deriva para limpiar el Noveno. Y cuál fue su real sorpresa, cuando encontró que había muchísimos más mutantes ahí de los que él esperaba. Era culpa suya, por supuesto: Nadie libera la magia de la Escuela Silenciosa tan alegremente y se libra de las consecuencias. Pero claro… Cualquiera convencía de aquello al recién nombrado rey de Atlantis. Fue entonces cuando la Deriva amplió sus objetivos… Y vino a por los mutantes.
Los atlantes siempre han acusado a los terrestres de odiarlos por ser diferentes, pero ese mismo miedo a lo desconocido también tenía su lugar entre ellos.
Hace un mes ya de la caída de Corum Rath. Quien fuera el líder del Deluge, y después dictador de Atlantis, se pudre en la prisión de alguna colonia lejana, después de ser derrotado por la Corriente y el legítimo (y supuestamente muerto) rey Orin. La Corona de Espinas que aislaba la Ciudad Sumergida del mundo exterior había caído, la magia había vuelto a las bibliotecas de la Escuela Silenciosa y los hadalin podían volver a cumplir su función: Reparar los daños que Rath había dejado detrás de sí. Y, aunque hubiera cosas que ni el más hábil de los artesanos pudiera recrear… Atlantis ya había sobrevivido a un fin del mundo. Era cuestión de tiempo que se recuperara de aquello.
Dolphin lo sabía bien, ya que había vivido toda su vida en el Noveno, además de participar en aquella revuelta que había terminado por dejar a Atlantis con varios héroes y ningún rey. En el palacio, los ancianos seguían decidiendo qué hacer con el reino que ahora tenían entre manos, mientras que Aquaman ayudaba a su ciudad de formas más directas. Al fin y al cabo… Ella misma le había dicho que, si no quería ser el líder de los atlantes, al menos podía protegerlos. Orin parecía haber aceptado la idea, abrazando esa calma que seguía a la tempestad causada no sólo por el reinado de Rath, sino también por el suyo propio. Era difícil pasar por alto que habían estado a punto de entrar en guerra con los terrestres, a pesar de todos los intentos por establecer buenas relaciones con ellos.
Pero todo eso había quedado atrás. Quizás no olvidado, pero definitivamente superado. La atlante salió por fin de las calles que tapizaban las paredes de la Grieta, más parecidas a un arrecife de coral que a una ciudad en condiciones, y ascendió hacia la salida del Noveno. La luz fosforescente que bañaba los edificios más profundos de Atlantis se vio pronto sustituida por la claridad del día, o al menos, la que lograba atravesar los metros y metros de agua que los separaban de la superficie. Las calles del Quinto Tride, tan bulliciosas como siempre, le dieron la bienvenida. Un lugar de mercaderes y de productos exóticos, pero no de mutantes. Afortunadamente, Dolphin podía evitarse miradas indeseadas si lo necesitaba… Y, además, no pretendía quedarse en el Quinto. No, su destino estaba mucho más arriba, en la superficie. Y hacia allí se dirigió, dejando a Atlantis cada vez más pequeña a sus pies. El ascenso fue tan largo como siempre, por suerte. Notar en la piel la corriente que deja detrás de sí un banco de peces, ver la silueta de una ballena a lo lejos… Eran esas las pequeñas sensaciones que hacían sonreír a la joven hadalin. Las que demostraban a todo el mundo que, a pesar de la locura que los había envuelto en los últimos meses, todo volvía a estar en calma.
Alcanzó la superficie, rompiendo el límite entre los dos mundos con un chapoteo. La brisa marina le recordó cómo era respirar sin branquias, fresca, cargada de salitre y gritos de las gaviotas. A lo lejos, el sol se acercaba al horizonte, enrojeciendo ante la caricia del mar. Dolphin tenía que reconocerlo: Aunque siempre había preferido las profundidades del lecho marino, ese atardecer era decididamente precioso, con incluso un pequeño velero para acabar de redondear el paisaje. Era una pena que no pudiera simplemente tumbarse para disfrutarlo.
No habían pasado ni cinco minutos cuando Dolphin escuchó voces de alarma. Debían de venir del barco… Pero, cuando se giró, no vio nada. Nada más que una luz morada, cegadora, que lo engulló todo a su paso.
10 de marzo de 2018. Grecia, alguna playa cerca de Atenas.
Arena. Fue lo primero que Dolphin notó justo después de despertarse: La arena de la playa bajo su cuerpo. La corriente debía de haberla dejado varada en la orilla… Pero cuál fue su sorpresa cuando la atlante abrió los ojos, y se dio cuenta de que había un pequeño corrillo de terrestres a su alrededor.
-¡Callaos, vais a asustarla!-Susurró una mujer, sujetando a su hijo con la mano para que no se acercase. Miraba con nerviosismo las escamas de la criatura que las mareas habían dejado a la vista, con un miedo no muy diferente al que había guiado al Deluge a atacar abiertamente las ciudades terrestres. Pero, en el fondo de su ser, sabía que había pasado algo importante… Y no podía dar media vuelta, volver a un sitio seguro y perdérselo.
-No te preocupes tanto, mujer. Seguro que ni nos entiende. Además, parece medio ahogada...-Comentó un hombre, con una voz grave que contrastaba vivamente con su curiosidad casi infantil.
-Debe de ser un alien o algo así. Seguro que esa luz morada ha sido de su nave.-Ni siquiera había acabado de hablar cuando aquel adolescente lleno de pecas empezó a hacer fotos con el móvil, con flash todas ellas.
Y, de fondo… El murmullo incomprensible de una decena más de personas, que cuchicheaban entre sí con nerviosismo. Se oyeron nombres de superhéroes, palabras en un idioma que ella no conocía, el lloro de un niño pequeño. Y, finalmente, alguna exclamación aislada cuando la mujer de las profundidades se incorporó, llevándose una mano a la sien y deseando que todos aquellos respiradores de aire cerraran la boca. Sin embargo, el dolor sordo que se había extendido por todo su cuerpo no le impidió darse cuenta de un pequeñísimo y fundamental detalle: Aquello no era Amnesty Bay. No se veía por ningún lado el faro en el que el rey Orin había crecido, y las casas blancas con cúpulas azules no se parecían nada a las que recordaba haber visto antes de la luz.
La luz… Debía de ser eso. Los presentes retrocedieron unos pasos tan pronto como repararon en la expresión de enfado de Dolphin, alarmados. Pero, lejos de atacarles, la atlante volvió a desaparecer bajo las olas tan rápido como había aparecido. Si alguien había vuelto a usar la magia de la Escuela Silenciosa para atacar Atlantis… Tenía que volver, y rápido. Las cálidas aguas del Mar Egeo la abrazaron cuando se sumergió en ellas, alejándose rápidamente de la costa. Pero, por mucha prisa que se diera… No iba a llegar a tiempo para proteger a Atlantis de sí misma y de sus dos nuevos reyes.