Recuperación parte 2: Alma (Alice Delaney) [08-04-2019]

Todavía no terminaba de creerse todo lo que estaba sucediendo. En condiciones normales, Alice hubiera vuelto derechita a su habitación de la mansión y se hubiera encerrado en ella, refugiándose en su oscuridad y sus pesadillas, olvidando todo lo que había visto en el Helicarrier, a dios sabe cuantos metros del suelo. Pero cada vez que cerraba los ojos la imagen del cuerpo desmadejado de Elektra parecía grabado a fuego al fondo de su mente, veía sus miembros rotos, su carne viva. No podía simplemente dar la espalda y fingir que nada de eso le afectaba, no cuando creía... Creía que ella podía ayudarla.

Conocía a Elektra, y conocía a quien le había hecho daño. El hecho de que Coulson hubiera afirmado que ella podía ser la siguiente, que quisieran que fuera Alice quien pusiera fin a la vida de Gabriel, de Cédric, no hacía si no alimentar la sensación de que tenía que hacer algo. O tal vez, fuera que salvando a Elektra, Alice se estuviera salvando a si misma, evitando pensar en todo lo que le había pasado en los últimos meses y buscando una causa honorable, algo que le hiciera sentir útil, un bien por el cual sentirse necesitada. Curar a Elektra, de algo que Gabriel había causado, tal vez le ayudaba a perdonarse a si misma el engaño. Le dolía pensar en el francés, en alguien cuyo encuentro había sido extraño y todo había sucedido demasiado rápido, pero que le había dejado una sonrisa en los labios, cada vez que habían vuelto a coincidir.

Cada vez que recordaba el cariño que le había proferido en tan poco tiempo, se odiaba a si misma. Ese odio crepitaba con fuerza en su pecho, animándola a quedarse junto a la griega a resolver un problema, que aunque no era verdaderamente suyo, la envolvía como una parte más de su rutina. Era enfermizo, pues en parte esa fortaleza flotante era un constante recuerdo del estado de Elektra, pero peor le parecía recordar qué le esperaba ahí abajo. Suficientes fantasmas perseguían ahora a Alice dentro de su mente para añadir a un psicópata desalmado a la mezcla. Pues aunque Cédric estuviera encerrado en Arkham... Había visto de primera mano la clase de persona que era, y esas cuatro paredes alrededor del francés no la hacían sentirse más segura.

Y ahora, seguía los pasos del agente a través de los anchos pasillos del Helicarrier, escuchando toda la información relacionada con la recogida y recuperación de Elektra. Sus ojos verdes y cansados no veían realmente el recorrido que llevaba hasta la celda de Elektra. En su lugar veía el rostro de Cédric, sus ojos carmesíes y su sonrisa afilada, imaginaba su risa mientras sus manos destrozaban el cuerpo de...

Era demasiado, pero su memoria e imaginación no le dejaban pensar en otra cosa. Veía el rostro de ambos, el de él cruel y divertido, el de ella roto, las escenas de las fotos se repetían con nitidez aunque ella no las hubiera vivido, escuchaba los gritos de Elektra en su cabeza aunque en realidad dudaba haber escuchado jamás la voz de ella rota por el dolor. Tal vez era un eco de su propia voz, del sentimiento de querer gritar sus sentimientos hasta que le doliera la garganta.

- Shock... - susurró, más como una pregunta que cómo una afirmación. ¿Sabía Coulson que Alice estudiaba medicina? Probablemente sí. Esta gente parecía estar al tanto de todo. - El... embotamiento de los sentidos y la falta de reacción cognitiva pueden ser una reacción a la experiencia traumática... - Si Elektra lograba comprender que ella estaba ahí, tal vez Coulson estaba en lo cierto y permanecer a su lado iba a hacerle bien. Tal vez entonces se demostraría que quedandose e involucrándose con Shield estaba tomando la decisión correcta. Pero se le heló la sangre cuando Coulson explicó que Elektra era también una asesina. La sobrecarga de sentimientos y pensamimentos hacían que ahora procesara toda la información más despacio, y antes de que terminara por desmoronarse y pensar que volvía a meter la pata, Alice... olvidó. Simplemente fue como si pasara por alto el detalle, como si hubiera tropezado con algo en el camino y hubiera decidido no mirar atrás para ver si era algo más o simplemente una roca, como había supuesto en un primer lugar. Ahora mismo, Elektra era alguien que sufría y necesitaba su ayuda, y se convenció de que eso era mucho más importante que cualquier otra cosa que ella hubiera sido en su pasado. Y todo pensamiento se disipó en cuanto entraron en su habitación.

El cubículo de un blanco impoluto parecía absorber todas las dudas de la joven británica. O tal vez era el cuerpo de Elektra, que ahora se le antojaba menudo y frágil, como tantas otras veces se había sentido ella misma. Era consciente de que no se parecían en nada. Elektra era segura de si misma, decidida, valiente, fuerte. Todo cuanto ella admiraba y carecía, pues era un manojo de nervios aparentando serenidad. Insegura y temerosa de que cada paso podía ser incorrecto. Caminó en circulos por la habitación, sin ir directa a la griega, primero familiarizandose con el entorno. Paseó por los muebles y empujó levemente uno de los sillones, para que estuviera perfectamente simétrico respecto a la mesa, para sentirse plenamente cómoda con el lugar. Sólo cuando se dio satisfecha con el lugar, caminó hasta posarse junto a Elektra.

Alzó una mano, con más decisión de la que se hubiera dado crédito, y los fríos dedos acariciaron con delicadeza los pómulos de Elektra. Verla en ese estado, le daba fuerzas. Ver que alguien la necesitaba, ver que podía hacer algo por otra persona, sacaba lo mejor de ella misma. Los mayores sacrificios, los hacía cuando eran en bien de otra persona y en ese entonces, lo hacía por Elektra. Acarició su mejilla con un pulgar, y luego procedió a apartarle la maraña de pelo del rostro, mechón a mechón, con una paciencia infinita. Coulson había dicho que se comunicara con ella, pero para Alice la comunicación iba mucho más allá de las palabras. Alice sonrió, sin dejar de peinar a la griega con los dedos, mientras sus ojos retomaban el color miel que denotaba que lo tenía todo bajo control. Y entonces tarareó. Era su manera de hacerle compañía y de demostrarle que estaba ahí. Y no se iba a ir a ninguna parte.

Alice bajó la mirada intentando buscar la de Elektra pero sus ojos estaban cerrados, y las lágrimas caían sin cesar. ¿Qué podía decirle? Pensó en su propia madre. ¿Qué haría Regina Delaney si se encontrara en su situación? Ella no estaba preparada. A duras penas si había empezado la carrera de medicina, y aun que la hubiera terminado, los años cursados no le servirían de mucho en esa situación. De bien seguro el bloqueo que encerraba ahora mismo a la griega era algo más psicológico que físico. Pero teniendo en consideración todo lo que su cuerpo había sufrido era de imaginar que los daños mentales debían ser también terrible. Y eso sin tener en consideración la adicción de la que Alice no sabía absolutamente nada. La palabra asesina, que segundos antes se había atribuido a la griega había quedado totalmente sepultado. No podía verla como una asesina, no podía verla como una amenaza. Para Alice, Elektra era ahora un ser frágil que la necesitaba más que nadie.

Pero sabía qué hacer si alguien estaba en shock. De pequeña había acompañado a su madre al hospital y había visto personas entrar y salir del trance. A veces, había cantado para los del hospital, pues su madre la animaba a ayudar y a menudo la sonrisa de una niña obraba maravillas en la mente de los enfermos. Esa situación era totalmente diferente, pero era el caso más similar al que Alice podía remitir para actuar. Era importante no dejarla sola, mantenerla cálida, y sobretodo que no se moviera y no dejar que deambulara sola. Rodeó a Elektra con los brazos, la acunó hasta dejarla apoyada en su cuerpo. Nada tenía Alice de madre, su cuerpo a duras penas parecía haber madurado a la etapa adulta, pero sí tenía la actitud. Abrazó a Elektra con fuerza, besó su pelo, y se mantuvo cercana. No pensaba dejarla sola.

Alzó la mirada hacia los dos agentes, y utilizó todo el miedo y la apariencia de cristal de la asesina para alimentar la decisión que había tomado.

- Sabéis qué soy. - Afirmó, mirando fijamente a Coulson. - Tal vez no lo que hago, pero estoy aquí por una razón. Puedo ayudarla. Puedo protegerla. Pero necesito... - tragó saliva. Sus ojos se posaron un instante en las pistolas. No eran para ella... eran para Elektra. Y pensó entonces en las primeras palabras de Elektra cuando entraron en la habitación. Quería luchar. Quería combatir. ¿Quería ganar para sentir que podía protegerse a sí misma? Y tal vez quería ver a Alice como la figura protectora. Tal vez, necesitaba creer que Alice era su madre, para sentir así que estaba fuera de peligro. Y pensó que sacarla de aquél trance a la fuerza sólo le haría más daño. - Necesito que cerréis la puerta. Si estáis grabando lo que sucede aquí dentro, necesito que dejéis de grabar. Necesito saber con seguridad que nadie más que Elektra va a escuchar mi voz.

Aunque ser modesta fuera una de sus cualidades, también lo era la honestidad. Había salvado a unos niños de un edificio en llamas y a otro chiquillo de un atropello. Había llevado a la mansión gente perdida que al igual que ella necesitaba un refugio, y detuvo a un necio de buen corazón de lanzarse a un tiroteo. Cuando la secuestraron y despertó en mitad de un búnker, participó activamente para sacar de allí a los chicos que se habían despertado con ella y salieron a salvo. Había salvado a dos científicos en la torre Stark. Había sobrevivido a la invasión de Londres y guiado a los civíles para que estuvieran a salvo, enfrentándose a un ser de sombras. Había sobrevivido a Mística y Magneto, y a la bestia de la torre de Babilonia. Podía tener el cuerpo de una niña, pero desde luego ya no se sentía como una. Mil y una veces había arriesgado su propia salud cuando otra persona necesitaba su ayuda. Esa era, a su parecer, su mayor cualidad. El deseo desinteresado de proteger a los demás. Y esta situación no iba a ser diferente.

Había llegado el momento de aceptar de una vez por todas quién y qué era. Solaris se lo había dicho en su momento, también Sasha y Planaria, Logan y el resto de profesores de la Mansión. Su poder era terrible, pero también podía ayudar a la gente. Podía salvar vidas. Aunque fuera su último recurso, no dejaba de ser una opción. Así que en cierto modo, era cierto que el tiempo se detuvo para Alice Delaney. Pero la vida empezaba ahora también para ella.

- Soy un mutante. - Era la primera vez que lo afirmaba, aceptándolo completamente, sin repudiarse a si misma por nacer con un gen que no había querido. Sus ojos se quedaron fijos en Coulson. Seria, decidida, pero sobretodo, sincera. - Sabe lo que eso significa. Pero no hasta qué punto. Mi poder es mi voz... Por eso necesito estar segura de que no va a quedar constancia de ella en ninguna grabación, ¿lo comprende? Algo así no debería estar en manos de nadie. - Sin dejar de mirarle sus ojos mutaron, se perlaron de gotas de color verde manzana que poco a poco tomaron la totalidad de su iris, como gotas de tinta diluyéndose en agua. Se inclinó sobre el oído de Elektra, desde su espalda, y susurró, intentando que su tono fuera tan bajo que no pudiera llegar a nadie más que a ella. - Estoy aquí, contigo. No me voy a ir a ninguna parte... Estaré aquí contigo. Todo el tiempo que necesites. Ahora ya ha pasado todo y nadie va a hacerte daño... Voy a protegerte.

Una vez más, apretó los labios contra la sien de Elektra, antes de alzar el rostro y mirar por la ventana, al vasto infinito. Parecía un cuadro, tal vez una televisión mostrando un cielo infinito de algodón. Ahora que se había acostumbrado a la presión de la altura, no le parecía algo tan terrible y lo podía soportar mejor. Aun así, sus ojos no cambiaron. Aun verdes, aun atentos, mientras una de sus manos no dejaba de acariciar el cabello de Elektra y la otra mantenía firme el abrazo. Como todo lo demás, las palabras que le había dedicado a la griega, eran totalmente sinceras.

Una sola palabra de Alice hubiera sido suficiente. Una sola palabra bastaría para detener el tiempo en aquella pequeña habitación, doblegando la voluntad a su antojo. Un solo "basta", y Coulson no podría apretar el gatillo, Elektra volvería a estar bajo control, podrían atender al agente herido. Pero como en aquellas pesadillas en las que no podemos gritar por más que el esfuerzo nos provoque ardor en la garganta y de nuestras cuerdas no emerge sonido alguno, Alice fue incapaz de gritar. Aun cuando el crujir del hueso le puso la piel de gallina y el cuerpo en tensión, cuando la voz de Elektra rogando por más violencia le drenó la sangre de las mejillas o cuando Coulson le gritó que se fuera de allí, sin dejar de apuntar a la griega con su pistola, la voz de Alice era incapaz de abandonar su cuello, como si se tratara de una presa reteniendo agua, sin una sola brecha que dejara entreoír un susurro.

Era estúpido. Era absurdo. Esa sensación constante de que si hablaba, haría daño a los demás. Era consciente de que era un terror infundado, que una voz por si sola no podía hacer daño a una persona. Pero era ella, era Alice y su voz era un arma, una maldición y una bendición. Consciente como era de que podía ser la clave para detener la cadena de sucesos que se había iniciado hacía un instante, pero incapaz de usarla, pese a todo, porque su propio terror la asfixiaba y mantenía la voz bajo llave, incapaz de pronunciar palabra. Ahora, cuando más importante era, cuando más se la necesitaba, su propia debilidad la mantenía con la cabeza gacha, incapaz de pronunciar palabra.

Fue demasiado. Su coraza de cristal recibió el último golpe que la resquebrajó en cientos de pedazos repartidos por la sala, incapaz de encontrar similitudes o trozos que encajaran entre sí ni un pequeño indicio de por dónde podía empezar a reconstruirse. Querer y no poder, poder y no lograrlo, sin importar cuánto lo intentara, siempre quedaba un escalón más que subir, un obstáculo más que superar, y Alice nunca daba la talla. Quería quedarse. Quería ayudar a Elektra. Quería demostrarse a sí misma que podía hacerlo y ser una ayuda en lugar de un número más en una lista de víctimas y afectados. Tal vez todas y cada una de las aventuras vividas habían sido un modo de demostrarse a sí misma y al mundo que no era un peligro, que era útil. El demostrar que era alguien que merecía vivir en sociedad, y no aislarse como constantemente había intentado en su niñez.

Pero en el fondo, era una niña. Era demasiado joven para todo lo que había vivido, y por mucha voluntad que tuviera, por mucho entrenamiento y experiencia que hubiera recopilado hasta el momento, su edad, quien era en realidad y las dificultades con las que convivía seguían siendo un hecho.

No podía hablar. Por más que lo intentara, por mucho que en el fondo quisiera hacerlo, le fallaban las palabras. Sus piernas no le respondían. Las órdenes del agente Coulson no le llegaban. Estaba paralizada, de terror por aquel codo roto, los gemidos de dolor del agente herido. Paralizada por el miedo de quien tenía delante y de todo aquello que estaba haciendo. Porque no siempre podía tener el control. Y aunque quisiera hacerse la valiente, aunque quisiera demostrar al mundo todo su empeño en ser alguien digno, Alice no dejaba de ser una niña asustada delante de una asesina. Y porque, siendo sinceros, era demasiado joven para salir de todas sus vivencias completamente ilesa, y sus heridas no podían verse a simple vista. Tenía miedo de Elektra. La veía capaz de atacarla o lanzarse a por ella si intentaba moverse, y aunque quisiera, en ese momento no era dueña de si misma, su cuerpo no le respondía. Y no tenía control sobre su propio poder. Miedo... Miedo fue lo único que pudo transmitir su voz.

- Por favor... No me hagas daño. - Un hilo de voz salió sin pensar de sus labios, asustado, un ruego. Le temblaba el cuerpo. Su corazón parecía apagarse. Las lágrimas empezaron a brotar sin que ella pudiera detenerlas - Por favor... Por favor no me hagas daño. Yo s-solo... quería ayudarte...

Era tan obvio que hasta ahora no se había dado cuenta. Por más que pensara que su sola presencia sería suficiente, algo tan sencillo, tan normal, que lo había pasado por alto. Elektra, igual que ella, tenía heridas que no se mostraban en su cuerpo.

Se vio arrastrada fuera de la sala, y una vez fuera se deshizo de los agentes, rodeando el lugar hasta encontrar el cristal. Uno como aquél desde donde Alice había contemplado a Elektra siendo tratada, cuando la había visto poseer al médico, donde, por un tiempo, se había visto a sí misma como una muñeca de porcelana, incapaz de sentir. Una mano se colocó sobre el frío vidrio, repitiendo exactamente el mismo instante, en un paisaje distinto. Elektra tendida, inconsciente, y ella al otro lado de la ventana, contemplando sin intervenir, sin entender.

No. Entendía perfectamente lo que pasaba, si bien no lograba comprender de todo el por qué.

Y sabía, por encima de todas las cosas, que podría haberlo evitado. ¿Era eso a lo que se refería Solaris, cuando una y otra vez le repetía que su voz podía ayudar a las personas? Lo había hecho. Lo había creído. Había acunado a Elektra en su voz, envuelta en una nana sólo para ella, algo que pudiera darle un cobijo en medio de las pesadillas. Podría haberse quedado con ella, cantando para que durmiera. Pero siempre se imponía un límite. No había dejado que su voz llegara a Elektra. Había tarareado en lugar de darle letra a su canción. Y de no haber sido así, tal vez su efecto no hubiera sido tan efímero, tal vez Elektra hubiera permanecido “sedada” en la cadencia de su voz. Habría tenido tiempo a detener a Sanders, como Coulson le había llamado, antes de que las cosas se malograron.

Era su límite. Aunque la reconcomía, aunque no lo mostrara, era un pensamiento compulsivo que se repetía una y otra vez. Por más que se intentara explicar, el resto de gente no lo comprendía, el resultado era siempre igual de frustrante. Todo el mundo se llenaba la boca hablando de su potencial, de todo aquello que podía hacer, de todo aquello que debería hacer. Pero ninguno de ellos sabía lo que era estar en el cuerpo de Alice Delaney. Ninguno de ellos se imaginaba lo que era estar en su mente, en esa jaula de cristal llena de límites autoimpuestos. Límites involuntarios y morales que de ser violados equivalían a una transgresión a su propia personalidad. Ellos no eran Alice. No parecían entender el dolor que suponía verse limitado a un nivel tan básico como suponía la comunicación o la expresión de sus sentimientos. Nacer muda, hubiera sido mejor. Pero tener la capacidad y a la vez impericia de llevarlo a cabo, era el doble de frustrante, el doble de doloroso. Ese estado perenne de querer y no poder, poder y no querer, ese paseo interminable por la cuerda floja que la mantenía constantemente en tensión, teniendo que actuar, a menudo, de un modo que no sentía natural, sonriendo aunque las cosas fueran mal, aunque sintiera que en verdad quisiera reír a viva voz, o llorar cuando lo necesitara… Era capaz de destrozarle los nervios.

Y estaba al borde de vivirla. La otra mano, temblorosa, se colocó también sobre el cristal, su aliento creando círculos de vaho con cada respiración agitada. La misma pregunta se repetía, una y otra vez. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía ayudar? Cerró ambas manos en puños, todavía sin separarlos del cristal. Recordó a Elektra en el hotel, desplegándose por el murete, haciéndola sonreír mientras ella lloraba. La recordó en su habitación, casi desnuda, abrazando su pequeño cuerpo con un aire maternal inusitado, protector. La recordó en su cama, secándole las lágrimas de las mejillas. Se dio cuenta entonces que había golpeado el cristal con los puños, que Coulson estaba junto a ella y que había hablado… Pero no le había escuchado. Su rostro se encontraba surcado por pequeñas arrugas de preocupación, tanto en la frente como en el nacimiento de las cejas, en sus labios tensos y su espalda recta.

Arrastrándose desde algún lejano punto en la memoria, la voz de Cédric llegó a la mente de Alice. Aunque, en otras ocasiones, el tono de seguridad y burla de su voz le provocaban ira e inquietud, esta vez analizó las palabras sin dejar que la influenciaran sus propios sentimientos... "No, yo hablo de sangre. Es una persona que mata por placer, que lo necesita como tú o yo necesitamos respirar.". Como un engranaje que lentamente giraba sobre sí mismo y encajaba en su lugar con un suave "click", logrando al fin poner en funcionamiento el resto de piezas de su alrededor. El estado de Elektra cobraba al fin sentido.

- Síndrome de abstinencia... Es adicta. Elektra es adicta a... matar...

La moral de Alice volvió a temblar. Era consciente de que Elektra era una asesina, pero no juzgaba a la griega, convenciéndose a si misma de que sólo se encargaba de criminales peligrosos. De gente como Cédric. Pero saber que matar podía ser algo inherente, algo que su sangre exigía a gritos con asiduidad y que ella no podía detenerlo, era mil veces peor. Alice, que tenía a menudo la necesidad de llevar a cabo pequeños tics para ser capaz de mantener el torrente de pensamientos y ansiedad bajo control... ¿Cómo sería verse obligada a asesinar cuando los pensamientos compulsivos sacaban lo peor de ella? Darse cuenta de la realidad que escondía Elektra, arrancó una lágrima silenciosa a la británica.

¿Quién lloraba por Elektra? ¿Por qué estaba ahí Alice y en todos esos días nadie más había ido a verla? ¿Donde estaban su familia, sus amigos? No podía preguntarlo en voz alta. Porque sabía que, de no estar acreditado a responder, Coulson no le diría aquello que quería saber. ¿A quién debía recurrir la griega cuando el peso del mundo desbordaba sus hombros y la tierra amenazaba con hundirla con ello. Alice volvió a mirar por el cristal, el cuerpo de Elektro una vez más, antes de volver a mirar al agente de Shield. ¿Qué le había dicho? ¿Importaba? Intento recapitular, ver si en su memoria encontraba las palabras que su mente no había procesado. Pero todo cuanto veía era la habitación del hotel, y que Elektra había acudido a ella cuando lo necesitaba. Sus manos se movieron a un lado, deletreando palabras en el lenguaje de los sordomudos, aunque desconocía si Coulson iba a entender nada de ello. Así que acudió a otro tipo de gestos, otros que el agente pudiera entender mejor. Entonces se señaló el corazón con la mano izquierda y colocó la mano sobre el cristal.

Iba a quedarse junto a Elektra. Estuviera o no consciente.