Dark Rapture (Brother Blood) - +18

Sebastian contempló la escena con un deje de confusión, y tomó las riendas de aquél majestuoso corcel, aún tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo. Debía encontrar un modo de liberarse de aquélla ilusión, o de lo contrario, no podría acudir a la llamada de su señor si éste le requería, o su hija... quien se supone, también estaba atrapada en el sueño del duende.

Con expresión desdeñosa, molesto por tener que admitir su ignorancia, inquirió al joven moreno:

- Muchacho, dime... ¿Podrías recordar a tu señor a dónde debía dirigirse? Me siento algo... olvidadizo, hoy.

Mientras esperaba la respuesta, se acercó a un costado del animal, y puso un pie en el estribo, impulsándose de un salto y cayendo en la grupa, como si lo hubiese hecho toda su vida. Eso le causó aún mayor estupor, dado que jamás había montado antes. Dirigió su vista a un punto inconcreto del cielo, sumido en sus pensamientos; Ese duende era más poderoso de lo que parecía...

Un poco de BSO...:

El paseo por el bosque estaba resultando de lo más bucólico. Pese a la constante y molesta sacudida del galope de su corcel, la sensación del aire fresco acariciando su rostro y sentir la fuerza de su montura como propia le propiciaba sensaciones que nunca antes había conocido. El canto de las aves era una melodía que acunaba suavemente sus pensamientos en medio de la calma campestre; Recibiría a su prometida a las puertas de la propiedad. Se preguntaba qué aspecto tendría en este extraño mundo Raven. Casi podía imaginarla con un largo vestido, y uno de esos corsés entorno a su delgada cintura, incomodándola por completo. Suspiró sintiendo lástima por ella.

Entonces sucedió. La tranquilidad del momento fue rota por el lejano sonido de cascos al galopar. Sebastian detuvo su montura y vio acercarse una Berlina a toda velocidad, ¿Tal vez un mensaje urgente? ¿Le habría ocurrido algo a sus visitas? Al estar ya muy cerca, y viendo que no se detenían ante su presencia, hizo saltar a un lado a su semental. Entonces se dio cuenta; El carruaje estaba descontrolado y sin piloto. Una voz femenina chilló desde el interior del vehículo, y algo se removió en su interior. Tuvo una corazonada, y en ese instante espoleó a su montura para tratar de alcanzar al carromato. Casi lo consiguió, cuando los animales se desviaron de la senda sin control, y se introdujeron en el bosque campo a través, golpeando la cabina de madera contra los árboles, y haciendo que pasara sobre grandes cascotes. Sebastian galopó desesperado tras ellos, cuando una de las ruedas se desprendió, y casi acierta a su propio animal, al que apartó de un hábil brinco.

Miró hacia atrás, viendo la rueda alejarse, pero pronto se volteó al frente de nuevo; El eje desequilibrado amenazaba con romperse, y la solitaria rueda que quedaba en el costado izquierdo parecía a punto de soltarse también. Debía tratar de alcanzarles antes de que sucediera, o la madera se haría trizas contra el suelo. Espoleó sin piedad a su equino hasta situarse a un costado de la berlina, y entonces, estirándose hacia ella, logró alcanzar el marco de la portezuela, agarrándose firmemente al mismo con intención de escalar por aquélla parte. Los gritos de las mujeres eran cada vez más histéricos, por lo que se asomó por la ventanilla para tratar de calmarlas.

Entonces la vio; Era ella sin duda. Aquéllos ojos grises y tristes, y su apariencia, menuda y frágil por muy envuelta en voluminosas sedas que estuviera... No reconocía a la mujer junto a ella, pero poco le importaba; El miedo y el pavor se reflejaban en el rostro de Raven, y las lágrimas brillaban en sus mejillas. Todo su ser se agitó a medio camino entre la ira y la angustia ante aquél panorama.

- ¡No se apuren señoras, las sacaré de aquí!- Su mirada quedó un instante fija en la de Raven, y susurró- Te lo prometo...

Se dispuso entonces a terminar con el trabajo, pero cuando ya tenía medio cuerpo sobre el techo de la cabina, ésta chocó contra un árbol, y cayó de nuevo, agarrándose en el borde del mismo, causando tal presión que finalmente la rueda que quedaba saltó, haciendo que el vehículo quedase inclinado sobre su lado izquierdo, aplastándole. Sebastian sintió la tierra y las rocas rasgando sus piernas y su espalda, pero se las ingenió para trepar hasta la parte trasera, y de allí al ansiado techo. Resoplando por el esfuerzo y el intenso dolor de sus heridas, se topó entonces con que los animales iban directos a un precipicio. Valorando sus posibilidades, decidió recurrir al método más eficaz y veloz en ese momento. Alargando su mano en dirección a los caballos, trató de lanzarles un rayo místico para acabar con ellos antes de que fuese demasiado tarde.

Nada sucedió.

Furioso, Blood entendió entonces que allí no era más que un simple hombre, sin poder alguno más allá de su propia pericia. Sin más opción, saltó sobre el el lomo de una de las bestias, y trató en vano de alcanzar las riendas que colgaban entre los amenazantes cascos. Viendo cerca el fin del territorio, se puso en pie sobre el mástil que sujetaba los correajes de ambos equinos en un acto casi suicida, y alargó los brazos alcanzando sendas muserolas, que estiró con todas sus fuerzas. Los animales, que comprendieron la orden, frenaron a escasos dos metros del barranco, y Blood descendió del mástil, resintiéndose del tremendo dolor en sus extremidades por causa del esfuerzo, pero sintiendo la imperiosa necesidad de comprobar que las damas estaban bien. Se aproximó presuroso al lado derecho del vehículo y abrió la portezuela. Su aspecto antaño elegante era ahora lamentable; Parte de su impoluta coleta se había soltado, tenía las vestimentas rasgadas y polvorientas, y sudaba tanto como si fuese uno de aquéllos esclavos que llevaba todo el día en el campo.

- Todo ha terminado... Disculpen mis tremendas fachas, pero no ha sido fácil.

Sonrió agarrándose los brazos. Vaya primera impresión...

Sebastian escuchó a la mujer tranquilamente, observando divertido cómo trataba en el proceso de arreglar cada pliegue de su vestido de modo casi obsesivo, llevando a cabo aquél proceso también con su hija. Sonrió al oír la réplica de ésta, que se había mantenido en silencio todo aquél tiempo. Como la Raven que él conocía, discrepaba con su familia, sin embargo, era la tristeza y no el odio lo que teñía su voz. Negando ligeramente con la cabeza, más para sí mismo que respondiendo a las mujeres que tenía enfrente, suspiró y se integró en la conversación.

- Sois muy amable, gentil señora. No es necesario que me compenséis, era mi deber socorrerlas ¿Qué diantres le ocurrió al cochero?- Se dedicó un momento a arreglar su coleta, y entonces observó a la disgustada Raven- Por cierto, no debéis preocuparos por que a vuestra hija le agrade vestir de negro... Un verdadero caballero puede ver brillar su luz pese a que la oculte entre las sombras, y me consta que el señor Blood lo es.

Dedicó una amplia sonrisa a la muchacha, y luego observó a su alrededor. No sabía dónde había ido a parar su caballo, y tan sólo contaban con los dos jamelgos atados al carro, que no tenían silla ni arreos con los que dominarlos apropiadamente. Tampoco podían reparar el coche, ya que el eje de las ruedas delanteras había quedado destrozado. Encogiéndose de hombros, finalmente tuvo una ocurrencia.

- Las llevaré a su destino, sólo denme un momento.

Llevándose un par de dedos a la boca, Sebastian emitió un fuerte silbido, que se perdió entre los árboles del bosque. De pronto, el sonido de unos cascos dio paso a su negro corcel, que se presentó ante ellos atravesando los matojos, deteniéndose con un resoplido. Blood le dio unas palmaditas en el cuello para reconfortarlo, y se volvió hacia el carro, desatando a uno de los equinos, haciendo un arreglo para que las grandes riendas del carruaje quedasen en unas de tamaño corriente, y lo apartó junto al grupo.

- Si lo desean, pueden montar a Sombra. Será más confortable para ustedes, yo puedo ir a pelo. La mansión no está lejos de aquí. Es todo cuanto puedo hacer.

Las heridas de su espalda empezaban a picar, y deseaba con todas sus fuerzas que los insectos no empezasen a reparar en ellas, o sería catastrófico. Mientras las mujeres se decidían, él saltó sobre su nueva montura, comprobando la firmeza del correaje improvisado.

Al sentir a la muchacha tan cerca, Sebastian se irguió ligeramente. Pese a que oyó las palabras de su madre, en su cabeza pasaron dejando una huella tan sutil como el canto de los pájaros o la brisa silbando entre la espesura del lugar. Raven sonó preocupada, apenada por los rasguños en su espalda. Normalmente habría tomado esa faceta de ella como una forma más de renunciar a su linaje, pero en aquél mundo libre de Trigon le resultaba... adorable. Una punzada de culpa sacudió su espíritu por ello, pero pronto se disipó, y dándose la vuelta súbitamente, sujetó las manos de la morena y le dedicó una sonrisa pícara.

- ¡Cuidaros, gentil dama! No sería apropiado que una mujer prometida andase tan cerca de la espalda de otros hombres, ¿no creéis? Pero acepto vuestro ofrecimiento. Siempre podréis decirle a Blood que era necesario limpiar y curar este desastre cuanto antes.

Inconscientemente acarició con sus pulgares los dedos de la joven. Eran tan delgados como su dueña, y estaban ligeramente fríos. Permaneció unos segundos así, hasta que se vio obligado a responder a la señora Ángela para no escandalizarla. No tenía ganas de revelar aún su identidad, así que mientras acompañó a Raven hasta su madre, pensó en cómo mantener el engaño para poder averiguar más sobre ellas sin que se vieran intimidadas por su identidad. Tuvo una inspiración y una vez estuvieron todos sobre sus respectivos equinos, se acercó a la señora Ángela  para presentarse.

- Discúlpeme señora, las intensas emociones del momento nublaron mi mente y perdí de vista mis modales, sin embargo poco importa mi nombre, tan sólo soy un amigo que venía de visita. Topé con ustedes cuando emprendía mi regreso. Pronto estaremos en la mansión y ya se habrán olvidado de mí-Adornó aquélla frase con una pequeña carcajada y luego espoleó a su animal- Vamos, señoras. Aún hemos de encontrar a su cochero...

La mirada de Raven pareció ilumnarse al oír aquéllo, y los 3 emprendieron la marcha hacia el camino.

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Transitaron apaciblemente y en silencio. Habían encontrado al cochero, pero lamentablemente no pudieron hacer nada por él, ya que se había roto el cuello en la caída. Superado ese duro instante, se encaminaron a la orilla del riachuelo. Raven necesitaba refrescar su rostro lloroso por la pérdida del hombre, y aún no había olvidado las heridas de su acompañante. Por su parte, Blood tomó algunos tragos para enfriar su garganta, y se empapó la cara, para limpiarse el sudor y el polvo del camino. Se sintió algo aliviado por la sensación refrescante, y entonces observó a la muchacha, que parecía esperar pacientemente.

- Me pongo en sus manos, señorita Raven.

Se acercó y se sentó de espaldas a ella en una roca, apartando su coleta por encima del hombro izquierdo. Ángela, algo molesta, ya que encontraba inadecuado que su hija toquetease a un desconocido en público, se alejó de la escena volviendo junto a los caballos, dejándoles momentáneamente solos.

Sebastian disfrutó de la delicadeza con que Raven colocaba el vendaje entorno a él. En un momento dado, sus brazos rodearon apenas su gran cuerpo, casi abrazándolo, y ambos cruzaron la mirada fugazmente, con el rostro muy cercano. Fueron pocos segundos, pero el apagado gris de sus grandes ojos llenaba su corazón de una sensación de calidez imposible de describir. Sonrió inconscientemente, y al terminar, la ayudó a subir en el caballo junto a su madre. Al oír el comentario airado de la señora Ángela, no tuvo ánimo de seguir guardando su secreto, y con una socarrona mirada, respondió en defensa de su amada:

- ¿Qué puedo decir? Son tan blancos y finos como su hermoso rostro, señora.

Dándose la vuelta riendo por dentro, subió a la grupa de su animal, y observó a las estupefactas mujeres con gesto travieso.

- Ruego me disculpen... Sentí curiosidad por conocerlas un poco antes de presentarme. Lamento el incidente con su cochero, de veras. La mansión no está lejos, y respecto a vos...-La dulzura se reflejó en su mirada al dirigirse a Raven- Gracias por las curas. Temía acabar siendo pasto de las larvas. Síganme, por favor.

Espoleando al jamelgo, trotó de nuevo hacia el camino, esperando la lluvia de preguntas, críticas, o lo que fuera a llegarle de sus dos acompañantes. Poco importaba; No se arrepentía en absoluto de su pequeña artimaña.

- Bienvenidas a mi morada, espero que sea de su agrado...- Se volvió hacia las dos mujeres, que seguían con el gesto torcido, y sintió cierta punzada en su orgullo. Ignoraba por qué una pequeña broma podía haberles sentado tan mal, pero eso no le impediría mostrarse hospitalario. Soltando un suspiro resignado, se dirigió a las escaleras e hizo señas para que le acompañasen.

Una vez se decidieron, las condujo, sin saber cómo, pues era la primera vez que estaba en esa gran mansión, a unas estancias preciosas, una frente a la otra, con grandes ventanales por donde entraba una luz acogedora, y lujosas camas de roble con dosel. Cuadros de escenas de caza y paisajes adornaban las paredes a excepción de aquéllas donde descansaba un ropero descomunal a juego con los lechos, y el suelo de mármol estaba cubierto en buena parte por tupidas y suaves alfombras hechas a mano de vivos colores, importadas desde lejanos países de oriente. El lujo pareció deslumbrar un poco a Ángela, quien se perdió en sus apreciaciones sobre el mobiliario, mientras Blood observaba sin decir palabra a su prometida. Ella parecía dispuesta a no volver a mirarle jamás.

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Rato después, cuando las damas se habían instalado, y el joven caballero había mudado sus harapos y se había aseado adecuadamente, vio a dos de sus sirvientes encaminarse a las habitaciones de las mujeres para avisarlas de que la cena estaría lista pronto, pero decidió mandarles de nuevo a sus otros quehaceres y hacerlo él mismo. Acudió primero a la habitación de Raven, necesitaba hablar con ella, saber qué la atormentaba ahora, cuando horas antes estaban flirteando discretamente en el bosque sin problema...

Dio un par de toques con los nudillos en la puerta, y cuando la muchacha abrió, hizo su mejor esfuerzo por no verse afectado ante su cara de profundo disgusto.

- Señorita Raven, deseo de veras tener unas palabras con vos, ¿Os importaría que acudiésemos a un lugar más tranquilo?

Sebastian se detuvo de pronto al oír las palabras de Raven. Se dio la vuelta con gesto sorprendido, clavando su visión en la espalda de la joven, y sintió algo desmoronarse poco a poco en su interior. Puede que aquéllo no fuese más que una ilusión, una fantasía, pero aquéllas palabras sin duda bien podrían haber salido de la boca de la Raven real, refiriéndose a sus acólitos...

Se aproximó a ella caminando lentamente, reflexionando. Al igual que en la vida real, ella estaba destinada a permanecer a su lado, pero en aquélla ocasión Trigon no iba a decidir sobre ellos. Sólo les esperaba una plantación, una empresa, y una vida juntos por delante... En cierto modo, ella sí iba a ser su reina igualmente, pero sin su lado demoníaco, a Blood se le planteaban situaciones que requerían enfrentar y relacionarse con esa Raven humana que percibía, pero siempre pasaba por alto en su adoración. Cuando estuvo justo tras ella, se arrodilló y con suma delicadeza, apoyó sus manos en los estrechos hombros de la dama, y se reclinó sobre uno de ellos para poder hablarle.

- ¿Entonces eso era lo que os inquietaba? Temí que hubieseis tomado mi pequeña travesura en el bosque como el reflejo de un hombre mentiroso y desleal en el espejo de mi alma...- Hizo una breve pausa y luego sonrió. Algún día ellos iban a reinar juntos, y tendrían que cooperar para crear una utopía a la altura de las profecías de la biblia de sangre, así que no tenía sentido cerrar la puerta a los deseos de su amada, debía confiar en ella. Tenía fe en ella. Movió los dedos tamborileando suavemente antes de proseguir- Querida Raven, vais a formar parte de mi vida, y yo de la vuestra. La plantación es mi negocio, pero ahora será también el vuestro, así que es justo que decidáis sobre su gestión, pero no quisiera arruinarme por falta de costumbre de ser generoso, ofreciendo  de más a todos esos buenos trabajadores, así que... ¿Por qué no me ayudáis a ser sensato en mis bondades? ¿Os haría eso feliz, mi dama?

Sentía deseos de abrazarla. Notaba la gran diferencia entre su voluminoso cuerpo y la pequeñez de ella, su aparente delicadeza, y necesitaba envolverla en su ser. Por alguna razón aquélla muchachita frágil a la que siempre rechazó por ser la parte más contraria a su naturaleza demoníaca, tenía un encanto deslumbrante en un mundo sin Trigon... Un mundo donde él era llamado Sebastian igualmente, pero donde ella rescataba del fondo de su ser el recuerdo de su verdadero nombre, Kaloyan...

Esperó cada agonizante minuto una respuesta. Saber si era de su agrado aquél acuerdo, saber si podría llegar a ella algún día. Pero la impaciencia le carcomía...

- Miss Raven... ¿Puedo abrazaros?

Un deje de súplica resonó en aquéllas palabras, que se perdieron entre el croar de las ranas y el canto de los primeros grillos del atardecer.

Perturbado ante la razonable duda de la muchacha acerca de cómo la llamó, Sebastian buscó una explicación convincente tan rápido como su mente le permitió.

- Siento que esas señoras consideren un mal augurio que un temporal acompañase la llegada de una criatura tan maravillosa, pero la dicha se reparte en cada día que vivimos, es normal que tuviese que compensar por algún lado tanta fortuna. Y sobre lo de Raven... Mirad vuestras vestimentas, tan brillantes y oscuras, vuestro pelo, también reluciente y azabache. Simplemente me pasó por la cabeza, siento si os ha ofendido, pero...- El comentario sobre la oveja casi le arrancó una carcajada. Destinada a ser una doña nadie... Si ella supiera- Definitivamente una oveja no me resultaría tan interesante como el hábil e incomprendido cuervo... Sólo espero que no despertéis un día y echéis a volar.

La pequeña broma no pareció surtir efecto en la joven, al contrario que su propuesta de escuchar su consejo en cuanto a los negocios de la finca, algo que pareció dejarla fuera de lugar. En ese momento, y mientras ella asimilaba aún lo que estaba sucediendo, aceptó casi sin querer el abrazo de su prometido. Los brazos de Blood casi actuaron por sí mismos, rodeando su figura. La apretó suavemente contra sí, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Deseaba protegerla. En ese mundo en el que no eran más que dos simples mortales, su pasión por la hija de Trigon no había decrecido un ápice... al contrario, conseguía ver y valorar otras facetas que la fe había ocultado o degradado. Era una mujer buena, con carácter e ideas firmes, pero a la vez abierta a considerar la otra parte del mismo discurso... y era hermosa. Puede que no fuese voluptuosa, que su rostro no fuese nada fuera de lo común, o que su frente despejada no encajase con el ideal de belleza de mucha gente, pero esa clase de personas perdían de vista la blancura de su tez, la delicadeza de su conjunto, lo profundo y melancólico de sus grandes ojos grises... Aquéllos que lograban acelerar el ritmo cardíaco del fiero clérigo cada vez que tenía ocasión de perderse en ellos.

- No deseo contentaros con mentiras que se desvanecerán después de la ceremonia. No quiero a mi lado a una mujer que cada amanecer mire a mis ojos con rencor y hastío. He pasado mucho tiempo solo, Rachel... Quiero a una compañera. La quiero a usted.

Para alguien que pasaba la mayor parte de su vida mintiendo a otros y manipulando sus conciencias, era liberador por fin poder hablar sinceramente, aunque fuese de ese modo arcaico. Era tan fácil... sin pensar en nada más que lo que había en su mente, sin retorcer las cosas, sin hablar con dobles sentidos que confundieran la razón del otro, sólo sentir y decir.

Podría acostumbrarse a vivir así.

El salón estaba vacío. Hacía horas que la desagradable visita de su suegro había terminado, y aún sentía el resquemor en la garganta. La punta de sus dedos paseó distraída sobre su nuez, mientras contemplaba abatido el frondoso camino hacia su hogar. Raven estaba con su madre haciendo algunas compras en la ciudad, pero no tardarían en volver. Antes anhelaba su regreso, ahora... desearía que tan duro instante no llegase jamás.

Había vivido unos días hermosos a su lado, conociendo sus inquietudes, compartiendo sus aspiraciones, sintiendo genuina... paz. Casi había olvidado que todo se trataba del juego de un ser loco y extraño salido de la nada con motivos más que cuestionables, y ahora le maldecía en su fuero interno por hacer que este mundo fuese como el que ya dejó atrás. De nuevo, tendría que intrigar, manipular... mentir a esa joven que había despertado en él sentimientos tan intensos y de algún modo, puros.


Golpeó el marco de la ventana con un puño cargado de rabia. Fuera empezó a llover. Por un instante Sebastian vio aquélla llovizna como las propias lágrimas de rabia que se obligaba a no derramar.

¿Por qué tenía que ocurrir esto? ¿Por qué el destino ponía una oportunidad así en su camino y al final, habiendo degustado las mieles de una vida diferente, todo acababa por ser... igual?

Resignado, oyó el carruaje de las señoras llegar, y su mirada carmesí se volvió sombría mientras descendía las escaleras de la entrada. Allí se ofreció a ayudarlas a descargar cosas, castigado por la sonrisa de una entusiasta Raven que sabía que hoy, reuniéndose con sus socios, su ejemplar prometido empezaría a cumplir las promesas que le hizo. Atenazado por la culpa que llevaba años sin sentir, sólo podía devolverle medias sonrisas, y frases cortas, pero apartó la mirada a cada momento y finalmente, terminada la tarea, regresó a su alcoba para huir de aquéllos ojos metálicos que tanto adoraba. Quería hacerlo, quería darle una versión convincente de por qué no podía atender sus deseos, y seguir por el camino fácil, pero se sentía incapaz... Algo le impedía hacerlo...

Desesperado ante la súbita lucha de su redescubierta honestidad contra su costumbre de alterar el mundo a su favor, se dejó caer de espaldas en su lecho, sopesando posibilidades, mientras los truenos retumbaban en el jardín.

Pero por fuerte que sonasen, los delicados toques a su puerta que llegaron minutos después fueron mucho más aterradores para él...

- ¿Sí?

La oyó hablar sobre la boda con aquél tono sutilmente emocionado, fruto de maravillosos días colmándola de atenciones propias de un verdadero caballero, días en los que ambos se envenenaron mutuamente de un sentimiento que les llenaba de esperanzas en el futuro. Aquéllo solía arrancar una sonrisa al abatido sectario, pero en esta ocasión, la alegría de la muchacha sonaba a cantarinas puñaladas sobre su ser.

Y de pronto, aquélla emoción se mudó en tristeza y duda... Su silencio sembraba inquietudes en el corazón de la muchacha, que por desgracia, Sebastian no sabía aún cómo aplacar...

De pronto el hombre sonrió. No por que la situación fuese precisamente cómica, si no por pura impotencia, por la ironía de las cosas... Ella creyó que él quería apartarla de su lado, que tenía mejores opciones ¡Por Trigon, qué sarta de absurdos! Pero aún así, nada iba a cambiar... Su breve sonrisa desapareció al sentir quebrarse la voz de Raven. Deseaba contarle la verdad, deseaba decirle que su padre le sometía obligándole a hacer el mal que ella tanto odiaba, que no le brindaba más alternativa que romperle el corazón en ese instante convirtiendo sus promesas en mentiras si quería mantener su...

...su qué?

Aquélla pregunta le dejó con la vista clavada en el techo, inmóvil como un muerto. Su última reflexión era una condena en el mundo del que venía, pero en éste no tenía una iglesia, no tenía poderes sobrehumanos, ni dependía de la fe en nada ni nadie, ni siquiera de la que otros le profesasen... ¿Qué perdería exactamente si seguía sus deseos, en aquél montaje del duendecillo chiflado? Observó a la abatida Raven al borde de la cama, silenciosa y bellísima, como una estatua de delicado marfil pulido. Lo único verdadero que había en aquél lugar era lo que ellos sentían, y por una vez, ella le aceptaba en su vida. No... Si Trigon aquí no era más que un mortal como él, no permitiría que les separase de nuevo.

El duende quería diversión. Y nada era más divertido que un hombre desesperado enfrentando a sus temores dejándose llevar por las emociones.

Acercó la punta de sus dedos a la muñeca de Raven y subió lentamente hacia el brazo, en una caricia despaciosa, disfrutando del tramo de piel que alcanzaba, y aquél gesto pareció arrastrar el resto de su cuerpo, que se alzó del colchón, situándose junto a la mujer. Los truenos seguían rugiendo y el viento aullaba más allá de la ventana, cuando de improviso, sus labios buscaron los de ella, sosteniendo unos instantes el contacto simplemente, sin nada más que la íntima caricia. Tras eso, se apartó de ella dejando una escasa distancia y se pronunció con la más extraña de las disculpas.

- Sé que éste ha sido un abuso por mi parte, pero os juro que será el último. Todo cuánto poseo, todo lo que veis, las tierras, la casa, mi fortuna... Son cosas que no necesito, acaparación y avaricia... Un abuso tras otro... Inspirados por personas terribles que pretenden que todo siga igual, que nada cambie. Volví con la intención de rendirme y hacer que os resignaseis conmigo, pero me di cuenta de que ese era un precio que no estaba dispuesto a pagar. Podría haber cancelado esta boda y liberaros de un esposo indigno, pero... Me inspiráis Rachel...- Su mirada se clavó en los ojos de ella con tal intensidad que más parecía un lobo a punto de lanzarse sobre una presa- Sois luz en una vida llena de sombras de opulencia. No me importa perder todo cuanto poseo, salvo... a vos. Sé que podríais enseñarme a ser humilde y vivir sin grandes riquezas, pero pese a todo, quiero merecer cuanto poseo, quiero demostrar que puedo ganar sin vuestro padre atormentándome, porque sólo así mereceré de veras...

Sus manos sostuvieron las mejillas heladas de la dama, y de nuevo acercó su rostro, pero esta vez para apoyar su frente contra la de ella, y cerrar los ojos.

- Amarte.

La suerte estaba echada. Blood estaba convencido de que si el duende estaba observando, al menos habría hecho trastabillar su cuenco de palomitas ante una inminente guerra con su señor.

La ceremonia transcurrió como se esperaba; La gente de punta en blanco, el párroco recitando los salmos necesarios, y la novia deslumbrante...

Cuando retiró su velo para darle el beso que culminaba el ritual, Sebastian contempló a una Raven que nunca pudo siquiera imaginar. Estaba radiante, feliz, realmente parecía ser el mejor día de su vida... atrás quedaban el desprecio y el odio por sus actos como sectario, por su servidumbre a su padre...

Ojalá pudiera tener esto también en el mundo donde era un poderoso líder, ojalá ella pudiera comprender la gloria de Trigon y lo que suponía su legado. Aunque... fue la Raven que lo comprendía la que le trataba como un simple objeto de placer, sin respeto alguno, sin dar importancia a su ser.

Sumido en esa especie de batalla interna que ya se había convertido en su estado habitual, besó a la novia y ambos salieron al exterior, donde el carruaje los llevó hasta la mansión. Allí, ambos se separaron para preparar el momento íntimo que les unía definitivamente como pareja ante los ojos de Dios. Blood se miró en el gran espejo de su habitación y sólo atinó a quitarse la chaqueta y el chaleco, quedando en mangas de camisa. Se preguntaba cómo estaría ella, por lo que se aproximó hasta su puerta, que se hallaba entreabierta, y con sumo cuidado empujó la plancha de madera, entrando en la estancia con tanto sigilo como una brisa invernal. Rachel estaba sentada frente al tocador con una mueca de espanto en su rostro, observándose en el espejo. Se preguntaba si estaría aún evaluando su físico, el cual, como pudo comprobar, era visible en parte a través de las finas sedas de su camisón, casi como un sueño inalcanzable...

...pero no para él.


Se acercó hasta la muchacha, y entrelazó sus dedos en su fino cabello, dejándolo caer al alejar la mano de su cabeza. Era suave y fresco, y brillaba a la escasa luz de las lámparas de gas. Blood no pudo evitar acercarse para sentir su aroma, y aquéllo le condujo lentamente hasta su delicada piel, sobre la que posó un suave beso, y luego otro... Aquél cuello era tan apetecible que dejó escapar un leve suspiro mientras seguía recorriéndolo con los labios, y sus manos apartaban el cabello del camino, en gestos tan delicados y orquestados que parecía una extraña y seductora danza. Finalmente se alejó de ella y le dedicó una mirada de dicha.

- Eres motivo de mis desvelos, Rachel... creo que perderé la razón si sigo deseándote tanto...

Sin advertirla, de improviso Sebastian la tomó en brazos y la llevó hasta la cama, donde la depositó como si fuese el tesoro más preciado, y simplemente la observó largo rato, esperando, dándole la oportunidad de dar el siguiente paso invitándola con una sonrisa.

- ¿Corre tu cordura el mismo peligro, amada mía?

Escuchó cada palabra, cada argumento, todos sus temores... Sintió el frío en sus manos y en su mejilla cuando ella se deleitó buscando su caricia. Estaba inquieta, aterrada por las idioteces e ignorancia de la época, por los relatos de su madre... Trigon y su brutalidad habían herido una generación más allá del momento de sus nefastos actos. Era algo que se repetía en ambos mundos, pero Sebastian nunca se había planteado lo que eso significaba para Raven realmente. Mientras ella se acurrucaba presa de las dudas, la rojiza mirada del sectario escapaba en ocasiones a sus delicadas formas. Tan sólo unas delgadas telas les separaban, y pese a haber conocido y probado ya ese cuerpo, lo seguía deseando de forma vigorosa.

Apartó la mano de la mejilla de ella y la deslizó suavemente, sin prisa y sólo arrastrando la punta de los dedos sobre la tela del camisón, descendiendo hacia su vientre, donde se detuvo, dejando la mano reposar sobre la zona, permitiendo que la joven sintiera su calor para que se relajase. Sin saber qué añadir, dedicó una mirada resignada, pero llena de deseo a su ahora esposa, y acurrucó la cabeza bajo su barbilla. Pasados unos instantes, simplemente dijo:

- No soy como él Rachel... Ahora lo sé.

Y hablaba totalmente en serio. Había iniciado una guerra abierta contra el Trigon de ese mundo, poniendo en riesgo todo lo que poseía, incluso su vida, por ella. Jamás habría hecho algo así en el mundo del que procedía, pero esta perspectiva desafiante en cierto modo le llenaba. Nunca le había gustado ser sometido por nadie, y en lo más profundo de su alma, ni siquiera estaba conforme con ese trato de su señor, pero aquí todo era distinto, y ella también... No pensaba arruinarlo todo por dejarse consumir por el deseo, haciendo que le odiase de nuevo, pero era tan complicado... De improviso, comenzó a deslizar su mano despacio, hacia el busto. Sus pequeños pechos apenas se dibujaban en un par de pliegues de la tela, con los pezones ligeramente marcados por causa de la tensión del momento, pero lo suficiente como para hacer fantasear al moreno con la idea de apartar aquélla seda blanca de una condenada vez, y poder contemplarlos. Detuvo su avance cerca del objetivo y apartándose ligeramente, observó a Raven muy serio.

- Esta estancia, esta noche... Es nuestro momento, Rachel. Sin protocolos, sin reglas, sin temor o dudas... Sólo dos amantes diciendo lo que sienten, no a través de la palabra, sino del cuerpo. Ahora, Rachel, si tu madre nunca hubiese tenido ese tormento, si las monjas y tus creencias no te hubiesen hecho temer este instante... ¿Qué me diría el tuyo?

Apartó su mano del cuerpo de ella, y comenzó a juguetear distraído con uno de sus oscuros mechones. No sabía realmente qué esperar, pero el anzuelo ya había sido echado. La curiosidad le estaba matando.

Al fin...

Sintió su inseguridad al desnudarle, aquélla timidez en sus ojos, que de vez en cuando le lanzaban miradas de disculpa. Hermosa criatura... Pero había decisión en su proceder, estaba venciendo sus miedos, la había liberado...

"Como ya hice una vez..." pensó, pero aquélla Raven demoníaca era lujuria pura, era una mujer felina que dominaba la situación, no la muchacha deseosa y decidida que tenía delante. Le dolía admitirlo... Pero ésta Raven no era un monstruo. Cuando ella se apartó y retiró su camisón, el tiempo pareció ralentizarse. Era el mismo cuerpo delgado y estilizado que ya conocía, con el que ya había retozado otras tantas veces, pero tenía un aire angelical, algo puro impregnaba su ser... ¿Ésta era en verdad Rachel, lo que quedaba de Raven sin su legado demoníaco?

Se estiró sobre el lecho con un aire ceremonial, haciendo que las luces de la estancia le diesen un aspecto casi pictórico. Sebastian se acercó desde las sombras en silencio, y sonrió.

- No, Rachel... Tú sabes sentir. Siempre has sabido. No hay nada que yo pueda enseñarte. Pero yo... Estoy aprendiendo mucho de ti.

No esperaba que ella comprendiese la profundidad de aquélla última frase. A partir de ese mismo momento, Sebastian lo olvidó todo. Se reclinó sobre la mujer, y besó con dulzura sus carnosos labios, en un beso que se intensificó con cada minuto, como una llama solitaria convirtiéndose en incendio. Finalmente, él se detuvo y apartándose de ella, se desprendió de lo que quedaba de sus ropas. Contempló con disimulo cómo su esposa trataba de apartar la vista, como una buena cristiana eludiendo el pecado, pero más de una vez le traicionaban sus ojos grandes y curiosos. Finalmente, él le dio lo que quería; Su esbelta y alta figura se hallaba a los pies del lecho, con la luz de los candiles haciendo brillar sus ojos carmesí con un aura de misterio, y su largo y negro cabello descansaba a mechones sobre su imponente y musculoso torso. Si ella era un hermoso cuadro al óleo, él era una perfecta escultura.

Por un instante temió que ella saliese corriendo, pero siguió adelante, impasible. Se recostó junto a ella, y acarició su rostro con dulzura. Muchas de sus Mayhems habían probado las mieles de su pasión, pero todas ellas se cortarían un brazo por sentir el cariño de aquél gesto aunque sólo fuese una vez...

...y jamás lo conocerían.

- Te amo...- No podía añadir más, ahora su cuerpo hablaría por él. De todas las sensaciones, de todo lo vivido junto a esa Raven diferente, de sus deseos, de quién era él en ese universo... Sus labios de nuevo buscaron los de ella y se fundieron en otro apasionado beso. Uno de sus brazos se perdió entre su espesa cabellera negra, y el otro buscó desesperado el modo de encontrar su lugar en el cuerpo de la joven, por lo que, cuando se dio cuenta, ya la había agarrado y puesto sobre sí, acariciando de modo compulsivo su estrecha espalda. Hombre y mujer se hallaban piel contra piel, las cabelleras fundidas en una amalgama oscura de sedoso pelo, y las sábanas tratando apenas de cubrir el momento torpemente. Cuando sus labios se separaban, sólo una respiración agitada era toda conversación entre los amantes.

Sebastian miró a Rachel en una de esas pausas, y de pronto se incorporó, haciendo que ella también se irguiese. Se acercó entonces y mordisqueó su cuello, mientras una de sus manos se posó delicadamente sobre uno de sus senos, y lo masajeó sin prisa, deleitándose con el suave contacto.

Sabía que ése había sido un paso de gigante para ella; admitir sus verdaderos sentimientos, no el amor que le profesaba, si no el deseo que le inspiraba. Y sin embargo, allí estaba, alzándose sobre sus rodillas, entregada y feliz, esperando un estímulo siempre prohibido, castigado, sucio...

Deslizó sus grandes manos por la espalda de ella, llegando hasta la base de sus omóplatos, y la aproximó hacia sí. Sus pequeños pechos se le antojaban realmente suculentos, ya fuera en ese contexto o con la demoníaca hija de Trigon casi obligándole a devorarlos. Empezó a besar uno con suavidad, algo que no podía hacer con su salvaje amante del averno, y se tomó su tiempo masajeándolos, lamiéndolos, tratándolos con mimo... al igual que pensaba hacer con el resto de su cuerpo.

Una de sus manos abandonó el pecho para encaminarse suavemente al redondo trasero, que también acarició con pasión y ternura. Era todo tan distinto... Normalmente él era un amante vigoroso y desatado, y rara vez había sido tan "amable" por voluntad propia. Pero en este ensueño, ambos eran... otras personas.

Pasaron así algunos instantes, hasta que ella estuvo relajada y algo más animada. Entonces, él la guió hasta recostarla de nuevo en la cama, y le dedicó una mirada inquisitiva. Sin hablar le pedía permiso para poder culminar lo que esa noche les pedía por tradición, y quedó a la espera de su respuesta.