¿Cuál es el problema? (Libre)

- No veo cuál es el problema.
- No hay ninguno. Por ahora, Lobo. Por ello tenemos que asegurarnos.
- Es un edificio como cualquier otro.
- ¿Seguro?
- Al cien por cien.
- Entonces, si no ves nada raro, vuelve, que hay más trabajo.
- No. Creo que inspeccionaré un poco el terreno.
- ¿No has dicho que todo es normal?
- He dicho que el edificio es como cualquier otro. Lo que me intriga son los olores que vienen de dentro. No había sentido un olor así jamás. Hace que me pique la nariz.
- ¿Qué clase de olor?
- Extraño. Raro. Pero sobretodo mundano, pero diferente.
- Explícate.
- Para eso tendré que entrar. Por cierto, dile a Papamoscas que se pase por el despacho cuando pueda: está hecho un desastre.
- El despacho lo tendrías que organizar tú mismo.
- ¿Y para qué le pagamos a Papamoscas entonces?
- Para el mantenimiento del edi-
- Pues ya está. Te veo luego, Blanca.
- ¡Lobo! ¡Ni se te ocurra-

Colgar. Lo sé, Blanca, pero necesito hacerlo. Sino, voy a estar pegado todo el santo día al auricular. Así que cuelgo el teléfono público y recojo los pocos centavos que me han quedado tras la llamada. Salgo de la cabina y me dirijo de nuevo hacia mi objetivo: la mansión desconocida.

Desde que el mundo se paró un segundo para reorganizarse, las cosas han cambiado mucho. En villa Fábula las cosas siguen como siempre, pero fuera de ella la ciudad ha cambiado mucho. Hoy mismo, por dar un ejemplo, me he encontrado con un tipo muy extraño. Iba con una gabardina y sombrero, y pese al olor del tabaco pude sentir que no era de la zona. Ni siquiera era mundano. Lo seguí hasta que me quiso dar esquinazo en un callejón. Lo que no sabía era que a mí nadie me daba esquinazo. Lo acorralé en una calle sin salida, y le obligué a que se descubriera. El tipo era más feo que una nevera por detrás, pero su aspecto, por muy fiero y peligroso que pareciese, no correspondía a su carácter: en cuanto le quité de golpe el sombrero se echó al suelo de rodillas pidiendo piedad. Me dio pena el pobre bicho, así que lo dejé en paz tras preguntarle de dónde venía. Me dijo que siempre había vivido en Nueva York. Dijo que era un mutante, y ahí fue cuando las cosas no me cuadraban. Jamás había oído hablar de mutantes salvo en algunas historietas de la televisión como la Cosa y bichos por el estilo. Aunque creo que la Cosa era alienígena. Le pregunté si había más como él y tras asegurarle que no quería hacerle daño ni a él ni a los suyos, me dio ésta dirección.
Menuda pasta tienen que tener aquí para levantar un edificio como éste: murallas altas, rejas fornidas. Cámaras de seguridad... Todo un elenco de cómo montarse un buen palacete. En la entrada hay una placa que asegura ser una academia, dirigida por un tal Charles Xavier. El nombre tampoco me suena, así que tengo que hacerme a la idea que nada de lo que encuentre aquí dentro me sonará.

Le doy al timbre dos veces. Dos toques largos y espero. Tengo que saber sobre éstos mutantes y si son una amenaza para las Fábulas. Como sean como los mundanos la llevamos clara. Me veo llevándoles las buenas nuevas a Blanca y ayudando al traslado de toda villa Fábula a las Granjas.

Me saco un pitillo mientras espero. El viento sopla fuerte, y tengo que cubrir la llama que se apaga en seguida.

- Nunca hay una salamandra cerca cuando se le necesita.

El tic tac de mi reloj sigue sonando, y las puertas permanecen cerradas. ¿Acaso estaba roto el timbre? Volví a darle por si acaso. Si no se abrían por la otra opción que me rondaba por la cabeza, menuda panda de cretinos los de esa mansión. Aspiro el humo del tabaco y exhalo. Con lo que me ha costado encenderlo lo disfruto como si fuera el último.

Me llama la atención una vocecita a mi lado. Bajo la mirada y me encuentro con un retaco de mujer con el pelo rosa y la mirada inquieta. Lo primero me sorprende, porque no estoy acostumbrado a ver esa gama de colores en el cabello de la gente. Pese a que sea parte de un cuento de hadas, no voy por ahí pintando flores y recogiendo tulipanes como para acostumbrarme a las florituras.
Lo segundo es mi pan de cada día. La chica no tiene nada que temer, pero tal vez es demasiado insegura de si misma. Aparto el pitillo y espero a que se disipe el humo para olerla mejor. Al instante me llegan varios olores, todos diferentes pero todos de la misma persona. Huelo de nuevo ese aroma del bicho raro de ésta mañana, entre otras cosas. La pongo en mi lista como "paradoja" tras verla y olerla, y vuelvo a mi rutina de consumir el cigarrillo.

Se escucha un móvil vibrar. Al principio la miro a ella pero después me doy cuenta que es mi propio móvil. Lo saco de la gabardina y lo miro.

Jack. Otra vez Jack. No tendría que haberle hecho caso a Blanca y aceptar llevar un móvil encima. Me entran ganas de destrozar el puñetero cacharro pero entonces me la cargaría al volver a la oficina. Me llevo el pitillo a la boca de nuevo y busco el botón para descolgar.
El móvil sigue sonando y ni rastro del maldito botón. ¿Cuántas veces les he dicho que me manden un mensajero cuando esté fuera? Palpo la pantalla algo desesperado y veo que el indicador de llamada se mueve. Lo arrastro hacia arriba y no se mueve. Lo arrastro a la derecha y veo que cuelgan. Me siento aliviado pero por otra parte me quedo con ganas de saber a qué venía esa llamada.

Miro a la chica que tengo al lado. Tal vez sea útil.

- ¿Me haces un favor? ¿Puedes rellamar a la persona que me ha llamado y pasármela? Es urgente.

Le tiendo el móvil y espero a que acepte mi petición. No creo que tenga nada que hacer mientras esperamos.

- No lo haré.

Cojo el móvil de nuevo y me lo llevo a la oreja. Ésta vez si, escucho la línea conectándose desde el otro lado del auricular. Me quito el pitillo de la boca para poder hablar claro. A veces eso basta para que alguien deje de tocarte las narices. Con Jack, siempre hay que hablar claro. Le doy de nuevo una mirada a la verja, me acerco y la sacudo un poco agarrando un barrote. Firme, resistente, y sin motivos para tumbarla abajo.
Al parar el tono de la línea, deduzco que me ha aceptado la llamada.

- ¿Lobo?
- A ver Jack, ¿qué tripa se te ha roto ésta vez?
- ¡Lobo! Tienes que ayudarme.
- Esas dos palabras no suelen ir juntas en una misma frase cuando se trata de mí y de ti.
- Oye, escucha, tengo problemas. - ¿Por qué no me sorprendía? - Hay un tipo, bastante importante al que le debo dinero.
- Ya veo.
- Y lo necesito para mañana o me va a partir las piernas y no sé que más.
- Ya veo.
- En serio Lobo, necesito tu ayuda.
- Hay algo que no veo. ¿Cómo te las arreglaste para meterte en ese problema?
- Ah, bueno, una simple jugada de mercado y esas cosas.
- Pues vuelve a hacer una jugada de mercado y salte tu solo del problema. Estoy ocupado. Adiós Jack.

Cuelgo el móvil, lo abro por detrás y le quito la batería. Me los guardo para asegurar el pellejo cuando me encuentre de nuevo con Blanca.
Éste Jack y sus trapicheos. Aun me va llorando que le dejara Rosa Roja y yo siempre le repito lo mismo: tú solo conseguiste que te dejara. Es su problema, al igual que lo del tipo grande que parte piernas. Mientras no afecte directamente a la seguridad de Villa Fábula, a mí no me concierne.

Un leve bastonazo llama mi atención de nuevo, y bajo la mirada. Una chica de cabellos claros llevando un bastón nos saluda desde el otro lado advirtiéndonos que no le gusta el olor a tabaco.

- A mí tampoco. - Aspiro una última calada y la exhalo, esperando que sea suficiente para nublarme el olfato y no volverme loco. Tiro la colilla al suelo y la piso con la punta del pie. - ¿Puedes abrirnos? Quisiera hacerle una serie de preguntas al encargado de ésta escuela de... - me llevo la mano en el bolsillo interno de la gabardina y saco una libreta. Aun leyendo la palabra, me sigue sonando rara - mutantes. Y si no puedo te las haré a ti las preguntas. No tengo ningún problema.

Vaya, así que la niña iba conmigo. Pues era la primera noticia. Por alguna razón había pensado que nos habíamos encontrado en la puerta y que cada uno iba por su lado. La de sorpresas que te da la vida. Pero para sorpresa lo que no se había dicho... Creí que nosotros éramos una comunidad desperdigada, pero lo de éstos ya era demasiado. Tengo que plantearme el pedir una especie de detector de mundanos externos cuando vuelva al Bosque por si resultan ser igual que los mundanos corrientes.

Bueno eso último lo vamos a averiguar muy pronto.

- En ese caso, me gustaría hablar con alguien que pudiera hablar en nombre de vuestra comunidad. - Tú por ejemplo, me irías bien. No se lo digo por si acaso nos cierra la verja en la cara. Ciertas personas tienen una especie de fobia a responder unas simples preguntas.

Sigo a la chica ciega, y de seguro que la muchacha de la capucha hará lo mismo. En cuanto doy un paso dentro de la mansión me doy cuenta que ha sido un error entrar sin un cigarrillo en la boca: los olores son más fuertes aquí dentro. Puedo saber dónde están cada uno de los chicos y chicas del interior de la mansión, lo que sienten, lo que hacen... Un chico está aprovechando que no hay nadie cerca para coger unos refrescos de la nevera. Otro está escuchando música y leyendo algo que le está poniendo el corazón a cien. Más o menos como la pareja que están dándolo todo en una habitación que da en la esquina norte de la mansión. Todo un espectáculo de olores desconocidos, y yo me estoy volviendo loco.

- Por un conocido vuestro. Aunque si no recuerdo mal, antes del choque aquí había un pequeño bosque. Lástima: me gustaba ese bosque. - Un simple comentario con una respuesta simple. Tampoco le iba a decir que el tipo en cuestión casi se mea en los pantalones cuando lo atrapé en el callejón ni que va a estar una buena temporada mirando a sus espaldas por si ve de nuevo a un tipo con gabardina y cigarrillo que lo mira mal. - Me gustaría que respondieras unas preguntas. ¿Qué clase de comunidad es la vuestra? ¿Perseguís algún objetivo o motivo para estar aquí encerrados? - la respuesta a esa pregunta ya me la huelo, pero igualmente se la hago. No está de más ver sus reacciones. - En la puerta ponía que ésto es una especie de colegio. ¿Colegio para qué?

Las clases habían terminado. Drago bajaba por las escaleras de la primera planta cuando una repentina anormalidad le hizo ponerse en alerta; Dos desconocidos. En la puerta. Dos alumnas suyas. Con ellos. Inocentes. Confiadas. Desprotegidas. Dos puntos de luz se encendieron en sus ojos, pero los disimuló con una ilusión para parecer un tipo normal. Después de todo, no sabían quiénes eran. Terminó de bajar las escaleras con la mirada clavada en los desconocidos. Su cerebro trabajaba a toda prisa, captando hasta el más mínimo detalle que le ayudaría a componer el cuadro general.

A la chica la descartó casi de inmediato. Pequeña. Frágil -susurraron las sombras en su cabeza-. Ojos azules. Expresión dulce.

En una situación normal no se habría aventurado a emitir un juicio tan rápido. Habría dedicado más tiempo a conocerla antes de descartarla como un posible peligro. Pero en aquél momento, el tipo inmenso que tenía al lado acababa de hacer saltar todas sus alarmas, por lo que pasó rápidamente al primer plano de su atención.

Grande. Muy grande. Fuerte -sus ojos seguían analizando al sujeto; las impresiones que le producía resonaban en su cabeza con las voces de las sombras-. Los ojos... ¿extraños? Inquietante. Expresión amenazadora. ¿Peligro?

El antiguo cazarrecompensas llegó hasta donde se encontraban sus alumnas y, con gran sutileza, tomó delicadamente a Dianne por los hombros y la apartó de los extraños, colocándose ante ella como un escudo. Xun no había llegado a acercarse tanto, por lo que ya de por sí estaba a su espalda. Vestía tan dejado como siempre: pantalones militares, botas altas, camiseta de tirantas. El pelo era largo, negro y salvaje.

- Disculpe... señorita... ¿caballero? -no sabía si era la palabra exacta para dirigirse a aquél tipo, pero el examen físico no lo revelaba todo. No podría saber más hasta que no hubiera hablado con él-. Mi nombre es Dragoslav Katich. Soy uno de los profesores de la escuela. ¿Quizá pueda... ayudarles en algo?

Su acitud era tensa. Las sombras susurraban y cuchicheaban entre ellas: ¿Qué están haciendo aquí? ¿Qué quieren? ¿Qué buscan?

La chica sale como si siempre hubiera estado allí. Me la encuentro justo bajo mis narices, de rasgos asiáticos, frágil y cortada. Más o menos como la mayoría de los asiáticos a su edad. Tan respetuosos y cortados que a veces necesitan un pequeño empujón para que no se queden parados. Me pregunto qué habrá sido de Nakamura y sus dos hijos. Un buen hombre, pero demasiados años encima como para que pudiera contarlos.
Me pregunta que quién soy, y que es una escuela para "talentos".

Miro a los que tengo a mi alrededor antes de contestar. Como setas, aparece otro. Ésta vez un tipo alto, descuidado, con cara de pocos amigos. Si no fuera porque era más alto que yo y con el cabello negro, pensaría que me han puesto un espejo delante. Pero no, es un tipo de carne y hueso. Es el único del que siento un aura amenazadora. Noto como se me ponen los pelos de punta. Tranquilo viejo, tan solo quiere saber qué hacemos aquí. Feng shui y esas mierdas...

- Me llamo Lobo. - Es una tontería mantener mi nombre fuera de la conversación. No dejo de sentir el mismo olor desde que entré a la mansión: están todos tensos, como cuando un depredador entra en el territorio de otro depredador. O mejor dicho, dentro de una comunidad que intenta esconderse. Siento que son como nosotros, de alguna forma. Pero a la vez son más mundanos que nosotros. Por tanto, tan solo les doy mi nombre, y nada más por ahora... - Una escuela para talentos... - miro al tipo que tengo delante. - Y tú un profesor. Dragoslav, ¿no? - Lo digo como si no acabara de creérmelo del todo, pero en realidad si lo hago. Pero tengo la sensación que es algo más que una escuela. Que son algo más que unos simples alumnos y profesores. He visto lo que hacen estos mundanos externos con mis propios ojos. O como se llaman ellos, mutantes. Si hay una escuela para "gente con talento" es obvio que les enseñan a usar ese talento, o a explotarlo. ¿Quién me dice a mí que no salen "malos alumnos" de éste centro? Al fin y al cabo, es una escuela. Es ley de vida. - Voy a ser directo. Paradme si os perdéis. Soy Sheriff de una villa cercana a vuestra mansión que antes no estaba. Seguro que os suena de algo. El caso es que he venido ha hacer una visita y enterarme de qué va ésto de una mansión de mutantes, o gente con talento, me da igual como os queréis llamar. - Miro a la rubia. - Justamente porque he visto la televisión y he leído los periódicos y revistas me he decidido a venir en persona. Según donde leas o mires, os ponen como héroes o como una amenaza. No he venido a juzgaros, sino a saber conocer la verdad. Vengo en son de paz, por si hasta ahora no se ha notado. - Espero unos segundos y luego señalo a la rubia. - Por cierto, creo que no le gusta mucho que la toquen. No sin permiso, diría yo.

- Me llamo Lobo. Una escuela para talentos... Y tú un profesor. Dragoslav, ¿no?

- En efecto. Profesor. De música -su mirada continuó clavada en los ojos del desconocido en señal de advertencia. Al principio, al menos. Luego, el extraño continuó su discurso, y él lo escuchó con atención. Una villa que antes no estaba allí... ¿cercana a la mansión? Tendría que asegurarse de que no suponía ninguna amenaza para los alumnos. Por lo pronto, el tipo con el apodo animal parecía sincero, así que se relajó, aunque no por completo.

Cuando le dijo que a Dianne no le había agradado que la tocara para ponerla tras él, no miró hacia atrás para corroborarlo. Podía ser una trampa para obligarle a bajar la guardia. La chiquilla era ciega, además de ser una de las mejores intérpretes de violonchelo que había en la Mansión. La ceguera y la sensibilidad para la música eran dos cosas que compartían, y eso le hacía empatizar con ella más de lo que le habría gustado. No habían hablado apenas, y sin embargo sentía como si la hubiera conocido desde siempre. ¡Su luz era tan pura! Eso le había hecho, quizás, exhibir una actitud demasiado sobreprotectora. Tendría que hablar con ella más tarde para asegurarse de que no se había molestado. Por el momento, tenía otros asuntos de los que ocuparse.

Xun se había adelantado para susurrar algo al oído de la otra chica. Era joven, inocente y confiada, aunque la situación parecía estar bajo control, así que no dijo nada.

-¿Sabes cuando va a llegar Xavier a la escuela?

- El Profesor es un hombre ocupado -dijo en respuesta a su pregunta-. Especialmente después de la Colisión y todo el jaleo que se originó después.

Era cierto. Últimamente pasaba mucho tiempo fuera, junto con sus alumnos más... sociables. Él no era de relacionarse mucho, y el Profesor necesitaba que siempre hubiera algún adulto de guardia, así que solía quedarse atrás. Por eso se tomaba tan en serio la protección de la escuela. Al quedarse allí, la seguridad de los alumnos era en gran medida responsabilidad suya.

- Quién sabe cuándo llegará. Pero puedo atenderos mientras tanto. Es lo bueno de ser profesor de música -dijo esbozando una desagradable sonrisa-. No tengo demasiados alumnos y por tanto dispongo de muchas horas libres. Estaré encantado de solventar todas vuestras dudas en la medida de mis posibilidades. Por favor, acompañadme -dijo, y les indicó el camino hacia un despacho- . Dianne, Xun... ¿no tenéis clase?

Una mística. Si ésto fuera Los Bosques, la chica de la capucha estaría en el piso número 13, junto con los demás hechiceros y brujas. Pero ésto no son Los Bosques, ella no es una Fábula y el profesor que lleva el tinglado no está. Mejor que genial. Tengo una suerte de perros y no es por hacer un chiste a mi costa. Me rasco la barba mientras nos ponen en antecedentes. El tal Drago es maestro de música, o eso dice. No siento que esté mintiendo, así que me lo creo. Pero hay algo en éste tipo que no me gusta. No es por su sonrisa, o por su aspecto. Si tuviera que ir merendándome a todo aquel que por su aspecto me resultara sospechoso, Nueva York estaría casi vacía.

No, es algo más. Se le puede llamar pálpito o instinto, tanto da. Pero algo no me cuadra con éste tipo. Lo tendré vigilado de cerca.

- Te seguimos. - Me giro para ver si es un "te seguimos" o simplemente me quedo yo tras su estela. La chica de la capucha tal vez tenga otros planes diferentes a los míos y prefiera encontrarse cara a cara con Xavier. Haga lo que haga, yo estoy aquí para obtener respuestas, ya sean de Xavier o de un maestro.

Las otras dos chicas se van por su lado, pero me pica la oreja cuando escucho susurrar a la chica ciega. Sonrío ladino. Menuda birria de profesores tienen que sus alumnas hacen lo que les viene en gana.

Una vez en el despacho del tal Drago, saco mi paquete de tabaco y un pitillo. Espero a que el "profesor de música" me de permiso para encenderlo (en otro momento ni preguntaría, pero no quiero ser demasiado contundente). Si es que no, me lo dejo en la boca. Al menos así se me calmarán un poco los sentidos y no tendré una jodida bola de discoteca en la cabeza.

- Bien, profesor, recapitulemos. Ésto es una escuela para gente con capacidades especiales, ¿no? Mutantes según la prensa y a quien se lo pregunte. ¿Qué son los mutantes? ¿De dónde han salido? ¿Y por qué necesitáis una escuela para enseñarlos? ¿Acaso no pueden ir al instituto como todo hijo de vecino? - Lo que me diga y la forma en que me lo diga resolverá más de una duda que tengo en mente. Por lo que me han planteado, los mutantes son algo así como nosotros las Fábulas, solo que no vienen de cuentos de hadas. Sino, lo sabríamos. - ¿Desde cuándo Xavier es el que lleva la batuta en ésta supuesta escuela? ¿Hay más como vosotros fuera de la mansión? Y si es así, ¿qué buscan? Por lo que veo ésto es como una comunidad. No hay razones para no pertenecer a ésta mansión. - A simple vista parecen preguntas tontas o puestas con mala leche. Lo son. No me ando con chiquitas y muchas veces la mejor forma de ver lo que uno esconde o leer entre líneas es siendo algo más que directos. Espero con el pitillo entre los dedos a que me responda.

Escucho pasos tras la puerta.

-Claro profesor, iremos ahora mismo -contestó diligentemente Dianne.

La chica ciega cogió por el brazo a la asiática y tiró de ella para conducirla, supuestamente, a clase, y Xun se dejó llevar. No se fijó de la dirección que tomaban porque, a decir verdad, no le importaba lo más mínimo a dónde fueran mientras no permanecieran en la misma habitación que él y el extraño hombre de la cara de pocos amigos. No es que a aquellas alturas todavía pensara que podía haber algo que temer con respecto a él, pero si bien era cierto que no era territorial como Logan, sí que era igual de protector que él, en especial cuando se trataba de jovencitas inocentes que, para más inri, estaban bajo su responsabilidad, especialmente aquella mañana que la mayoría de los profesores estaban fuera, así que prefería tenerlas lo más lejos posible por si la cosa finalmente se liaba.

-Lo siento, profesor, pero yo seguiré por aquí. Lobo parece tener bastantes dudas, pero lo mío es algo más personal con el director de este lugar...aun así, agradezco su ofrecimiento -volvió su oscura e inquietante mirada hacia la chica que acababa de hablar-. -Espero, Lobo, que acabes con todas sus dudas solventadas. ¡Nos vemos!

- Un momento. Quieta ahí, jovencita -dijo, al tiempo que su voz sonaba ligeramente más cavernosa y las sombras empezaban a tremular de una forma casi imperceptible tras él, haciendo que la luz en el pasillo se mitigara y la oscuridad se hiciera un poquito más densa.

¿Qué se había creído que era aquello? ¿Un instituto público donde cualquiera podía entrar e ir paseándose como Pedro por su casa? No tenía ni idea de quién era, se trataba de una perfecta desconocida a la que unas estudiantes habían permitido entrar, ¿y ahora pensaba que la dejaría ir tan ricamente, sin tener la más mínima prueba de que sus intenciones eran las que decía que eran? ¿Quién le aseguraba que la chica, que se había definido a sí misma como una "hechicera" no albergaba oscuras intenciones hacia la escuela o hacia alguno de sus estudiantes?

- No puedo permitir que vayas por ahí sin la supervisión de...

Iba a decir de alguno de los profesores adultos. Iba a decir que alguien tendría que acompañarla hasta que llegara Xavier para garantizar que no descubría los secretos de la escuela. Pero, entonces, una voz resonó en el interior de su cabeza:

- Está bien, Drago, ya he llegado. Déjala ir, yo la recibiré.

Era la voz de Xavier, y vino acompañada de una imagen del Profesor en el jardín delantero. Drago palideció de repente y, acto seguido, la luz del pasillo recuperó su nivel anterior y las sombras desaparecieron como si jamás hubieran estado allí.

- El Profesor ha llegado -le dijo a la chica en una actitud mucho más dócil-. Te está esperando en el jardín de la mansión.

Ése era el efecto que Xavier generaba en él. El anciano le había ayudado en el pasado, y conocía sus secretos más profundos. La lealtad que Drago sentía hacia él era absoluta.

Una vez Coral se hubo marchado, se volvió de nuevo hacia Lobo y le indicó el camino a seguir, olvidado ya totalmente de las otras dos muchachas.

Su despacho era un absoluto desastre, y lo único que posibilitaba la existencia de algo parecido al orden era el hecho de que su asignatura no era de las que más papeleo requerían, ya que no tenía un número muy elevado de alumnos, pero aún así, las carpetas y dossiers estaban acumulados por ahí en posiciones totalmente aleatorias mezclados con las partituras. En la papelera, que no tenía puesta bolsa, había algunas latas vacías de cerveza y una bolsa de papel del Shake Shack con los envases vacíos dentro. En la mesa del escritorio había un paquete de pipas empezado y una botella pequeña de agua.

Drago se sentó en la silla con ruedas de respaldo alto y apoyó las botas militares encima del escritorio con aire descuidado. Cuando Lobo sacó el pitillo le hizo un gesto con la mano para indicarle que adelante. No le molestaba el humo del tabaco, y la única razón por la que él mismo no fumaba era por la obsesión que tenía de mantenerse siempre en buena forma. No podía regenerarse como hacía Logan, y considerando el potencial destructivo que tenían sus rayos dependía demasiado del combate cuerpo a cuerpo como para permitirse hábitos que pudieran restarle efectividad.

- Bien, profesor, recapitulemos -comenzó el extraño-. Ésto es una escuela para gente con capacidades especiales, ¿no? Mutantes según la prensa y a quien se lo pregunte. ¿Qué son los mutantes? ¿De dónde han salido? ¿Y por qué necesitáis una escuela para enseñarlos? ¿Acaso no pueden ir al instituto como todo hijo de vecino?

Por lo que parecía, el hombre había hecho los deberes.

- Ésa es una buena pregunta, señor... "Lobo". Mucha gente se ha preguntado a lo largo de la historia qué es lo que somos en realidad, y la teoría más extendida se basa en que somos un paso más de la evolución que viene facilitada por la existencia de un gen, el llamado "gen x" que se activa generalmente durante la adolescencia y nos proporciona la capacidad de hacer ciertas cosas que por lo general se encuentran más allá de las posibilidades de los que no lo tienen. Algunos pueden controlar los elementos, como el agua, el viento o el fuego. Otros controlan los metales, otros poseen la capacidad de regenerarse o viven más tiempo que los demás, y algunos son incluso capaces de controlar las mentes de los demás. ¿De dónde hemos salido? Según parece siempre hemos estado ahí, lo que ocurre es que durante mucho tiempo nos hemos mantenido ocultos. Imagino que no le costará imaginar las repercusiones de algo como lo que le he contado en épocas más... turbulentas de la historia humana. ¿Por qué necesitamos una escuela? Bueno, algunos de nuestros alumnos necesitan ayuda para aprender a controlar sus poderes, pues los hay que son capaces de generar una gran capacidad destructiva, y en muchas ocasiones no saben qué hacer para manejarlos. De eso nos ocupamos aquí, entre otras cosas. También les proporcionamos el afecto y comprensión que, por desgracia, no encuentran en sus propios hogares, ya que con demasiada frecuencia sus padres y amigos reniegan o se averguenzan de ellos, y les ofrecemos un entorno seguro en el que vivir sin ser juzgados o discriminados por lo que son.

- ¿Desde cuándo Xavier es el que lleva la batuta en ésta supuesta escuela? ¿Hay más como vosotros fuera de la mansión? Y si es así, ¿qué buscan? Por lo que veo ésto es como una comunidad. No hay razones para no pertenecer a ésta mansión.

- Xavier ha estado aquí desde el principio, él fue el fundador de la escuela y el que tuvo la iniciativa de buscar y ayudar a otros mutantes. Hay más como nosotros fuera, por supuesto. Somos más de los que usted imagina, y no obligamos a nadie a venir o permanecer aquí. La cuestión acerca de qué buscan es demasiado subjetiva -inclinó un poco la cabeza y le miró de lado-. ¿Qué busca usted? ¿Qué busca el dueño de la tienda de enfrente? Eso depende de cada uno. Algunos buscan aceptación, otros buscan utilizar sus dones para sacar provecho de alguna manera, otros los utilizan para obtener venganza y habrá también quien se averguence de ellos y sólo busque ocultarlos y tratar de llevar una vida normal -alzó la mirada al techo y permaneció pensativo unos instantes-. Esta mansión no es lo suficientemente grande como para cobijar a todos los mutantes del mundo, aunque sabe Dios que nunca le cerraríamos a nadie las puertas. Y ahora, dígame -Drago bajó los pies de la mesa y entrelazó sobre ella las manos, mirando a Lobo fijamente-: ¿por qué le interesa todo esto? ¿Qué es lo que busca de nosotros?

NOTA:

Sin la pequeñaja a mi lado, me sentí solo durante aproximádamente unos diez segundos. Lo justo en sacar un cigarrillo y encenderlo con la benevolencia del profesor Romanoff ese. Aspiro el humo y lo exhalo, dando gracias al que descubrió lo terapéutico que es el cigarrillo para mis sentidos. Si no llega a ser por estas pequeñas monadas estaría medio loco rondando por Nueva York sin saber a qué presa apuntar y cual dejar atrás.
Las preguntas que le he soltado me sirven para darme cuenta que tiene hielo en la sangre. No le ha temblado ni un solo músculo a la hora de responder. Es más, me da la sensación que intenta jugar a mi mismo juego. Tira y afloja se suele decir; enseña la mano y agarra con la otra. Información por información. Dejo que la ceniza caiga al suelo sin moverme un solo milímetro. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de éste tío sentado en una silla sacada de alguna casa rica, sujetando una eagle con una mano y la cabeza de algún mafioso en la otra.
Demasiados años y demasiada experiencia tratando con trapos sucios como para no olerme uno y de frente.

Todo cuanto me dice tiene sentido, y son más o menos las mismas conclusiones a las que he llegado yo. No son muy diferentes a nosotros, solo que ellos salieron del útero de una madre mientras que nosotros de un reino muy muy lejano... o mejor dicho, varios reinos. Lo de Charles también me convence: si se trata de la Escuela para Nuevos Talentos con el nombre de Charles Xavier, lógicamente tiene que ser el fundador. No creo que los siguientes directores se tomen la molestia de cambiar el nombre de la escuela por el suyo propio por su propio ego.

Y entonces llega el turno de las respuestas. Drago me pregunta por mis intenciones. No se lo reprocho: cualquiera en su sano juicio lo haría. Uno no le abre la puerta de su casa a un desconocido sin preguntarle qué le ha hecho venir. Me termino el cigarrillo y me lo apago en la suela del zapato. Habría quedado mucho mejor apagarlo con la lengua o con la mano, pero no estoy en una película de serie B ni en una historia de tipos duros. Tan solo hago mi trabajo. Me giro hacia la puerta.

- Información. Es eso lo que buscaba. Lo normal cuando llegan vecinos nuevos en tu ciudad. - Abro la puerta de la entrada de golpe. La rubia y la asiática, como no. Me habría decepcionado mucho si no llegan a ser esas dos. No les digo ni pio; simplemente, me giro y vuelvo hasta donde está el profesor. Si quieren saber y no saben espiar, al menos que se dejen ver y las mando con Ceni para que les haga un curso intensivo sobre espionaje. - De donde yo vengo no suele haber gente que pueda controlar los elementos como vosotros lo hacéis o ser bombas de destrucción masiva sin un manual de instrucciones. - De donde yo vengo, el manual lo ponemos nosotros, y si no sabe controlarse, al pozo. Así son las reglas. - Pero comprendo vuestra reclusión y vuestra forma de "vivir". En resumidas cuentas, nosotros estamos más o menos igual. La única diferencia es que a nosotros se nos conoce, pero no se sabe que estamos aquí. Vosotros en cambio salís incluso en las noticias. Es como si hicierais una campaña propagandística para ser aceptados en la sociedad.

De nuevo, nada se dice sin pensar. Lo miro directamente a los ojos... pero él no lo hace. Y no creo que lo haga.

- Qué es lo que busco. Es una buena pregunta, para una buena respuesta. Lo que estaba buscando es esto. - Meto mi mano en el bolsillo interior de la gabardina y saco un papel. Lo pongo sobre la mesa con la mano abierta encima. - Ésto es un contrato de confianza para formar una alianza mutua con vosotros, la escuela de Charles Xavier. Nuestros nombres no los podréis ver, pero si los vuestros. Por razones de seguridad no nos vamos a revelar hasta que esté confirmada dicha alianza. En cuyo caso, concertaremos otra cita para terminar los papeleos burocráticos necesarios y los estrechamientos de manos. - Me aparto, respiro y me relajo. Si el Drago o cualquier otro intenta leer el contrato, no podrá leer donde pone El Bosque o Villa Fábula. Un encantamiento de rango menor cortesía del piso 13. En verdad todo eso del papeleo siempre me ha traído de cabeza, pero hay que hacerse. Así lo manda la jefa, y así es mi trabajo. - Puede que ahora mismo te estés haciendo preguntas como "¿por qué tendríamos que aliarnos de un grupo de personas que no conocemos de nada, y qué nos aportará dicha alianza?" En ese caso deja que te responda: fidelidad y compañerismo. Al igual que vosotros, no somos un grupo indefenso, pero si nos quedamos expuestos, nos pueden hacer mucho daño y ahora mismo, siendo francos, somos los últimos vecinos que han llegado a la ciudad y no conocemos ni a la mitad de la población. Ésto, por así decirlo, es nuestra tarta de buenos vecinos.

Me llevo las manos a los bolsillos y giro la cabeza lo justo para observar a las dos chicas. Como alumnas, supongo que tendrán algo que decir, que preguntar. Lo veo lógico. Lo que me preocupa es la reacción del hombre oscuro que tengo delante.

Observó con expresión neutra e impasible a las dos pequeñas espías que el extraño acababa de dejar al descubierto. Bien, estaba claro que inculcar disciplina no era uno de los fuertes de Xavier, pero tampoco era competencia del profesor de música. Su único deber era mantenerlas a salvo. Lo que hicieran o dejaran de hacer no era su problema siempre y cuando no se metieran en líos y, la verdad, las sombras llevaban un buen rato en silencio. Habían dejado de murmurar advertencias y callados susurros, y aunque no bajaba la guardia (nunca lo hacía de todas formas), estaba empezando a sentirse cómodo con aquél tipo. Incluso estaba empezando a caerle bien. Era directo, no se andaba con gilipolleces, y sus intenciones parecían honestas. ¿Qué más se podía pedir?

Observó el papel que Lobo acababa de poner encima de la mesa ante él. Frunció un poco el ceño al ver que no podía distinguir los detalles más importantes del contrato. Después, entrelazó las manos sobre el escritorio y volvió a mirar al desconocido. Aunque Lobo le había tuteado (cosa que no pareció importarle en absoluto), él prefería mantener un tono formal, al menos mientras estuviera en representación de Xavier y la Escuela.

- Tengo que admitir que lo que propone resulta interesante, señor Lobo. Las alianzas siempre son algo positivo, especialmente en estos tiempos tan inciertos, con la Colisión de Mundos y todos los extraños sucesos que están aconteciendo. Sin embargo, echo en falta algo; toda relación se sustenta sobre principios de igualdad. Yo le he contado todo sobre nosotros: quiénes somos, qué podemos hacer... Tampoco es que nos ocultemos mucho, usted mismo afirma habernos visto en las noticias. En cambio, siempre que usted se ha referido a los suyos hasta ahora, lo ha hecho empleando términos vagos: "nosotros", "nuestros hombres"... Estoy dispuesto a entregarle estos papeles al profesor Xavier y transmitirle lo que me acaba de decir aquí, pero voy a necesitar más información. Si vamos a establecer una alianza, necesitamos saber con quién exactamente la vamos a hacer. ¿Qué sois, una especie de organización secreta estilo S.H.I.E.L.D.?

S.H.I.E.L.D. Otro nombre para la lista. Cada vez que alguien abre la boca me endosa otro interrogante, engordando el papeleo. Tengo la sensación de que alguien se está partiendo el culo a mi costa, y que la colisión de los mundos tan solo ha sido una treta para tocarme los cojones.

Lo veo preocuparse. Es normal; cualquiera frunciría el ceño al no poder leer bien la letra que más le importa, como vienen siendo los nombres de su futuro aliado entre otras palabras debidamente escondidas. Yo mismo cogería el papel, lo haría una pelota y se lo tiraría a la cara al mensajero. No me gusta que me vengan con triquiñuelas ni subterfugios, pero cuando los pillo... cuando los pillo, disfruto de gusto. Se creen más inteligentes que tú, más astutos, y cuando le das la vuelta a la tortilla, menudas risas te echas.
Pero aquí no hay embustes, ni engaños. Simplemente, nos estamos cubriendo las espaldas como siempre hemos hecho. Nadie me asegura que en lugar de mandarle éstos papeles a Xavier se los mande a un tercero y a la mañana del segundo día nos salten encima para a saber qué propósitos.

- No, no somos ninguna agencia secreta ni nada por el estilo. Aunque si que guardamos un par de secretos. No te puedo decir más de lo que te he dicho pero, como puedes ver en los papeles, tenemos ciertas habilidades especiales. Se podría decir que "lo hizo un mago".

Las niñas siguen a mis espaldas. Supongo que también les interesa de donde vengo y a donde voy, pero todo a su debido tiempo. Saco el paquete de tabaco y lo sacudo un par de veces.

- Tú me has dicho todo lo que podía saber sobre vosotros porque si no me lo decías tú, tan solo tenía que echarle mano a algún periódico con ganas de hablar sobre los mutantes y descubrir un par de cosas más. Pero era preferible que lo hicieras tú, ¿no? A saber qué me contaría un tercero sobre vosotros. Así te cubres las espaldas diciendo la verdad, porque te creo, y no tengo motivos para recelar de la información que me has contado. Sé que tenéis algunos secretos que no me dirías, pero no me importan. Pero el nuestro es un caso distinto. Te pondré un ejemplo bastante fácil de seguir: ¿por qué se escondieron los judíos de los nazis para cuando el holocausto?

Saco el cigarrillo y lo sostengo entre las manos. Me lo guardo para cuando termine, escondiendo el paquete. No creo que tengamos mucho más de lo que hablar: ahora la pelota está en casa de Xavier, y sería su turno de establecer otro contacto con los jefes del Bosque. Yo, como tantas veces, tan solo soy el mensajero.

- Ya veo -contestó Eclipse en tono meditativo-. Entiendo, pues, que las partes importantes se volverán mágicamente visibles cuando lleguen a las manos indicadas, ¿no?

Podía enseñárselo a Xavier, ¿por qué no? No perdían nada. Quiero decir... no es como si pudiera haber una bomba escondida en aquél trozo de papel, ¿verdad? Y si de verdad había magos entre sus filas serían unos aliados que les interesaría conservar.

- Supongo que en circunstancias como las que comenta nosotros habríamos hecho lo mismo, o actuado de un modo muy similar.

De hecho la persecución a los judíos durante el Holocausto tenía escalofriantes remembranzas con las que sufrían los suyos incluso hoy en día a lo largo del globo. ¿Qué había sido aquella escuela sino una iniciativa por parte de Xavier para proporcionar refugio a todos los mutantes perseguidos y discriminados por el mero hecho de haber nacido diferentes?

- Muy bien, entonces, señor Lobo -Drago se levantó y le ofreció su mano-. Entregaré estos documentos al Profesor. ¿Cómo podremos ponernos en contacto con vosotros cuando hayamos tomado una decisión?

- No creo que funcione de esa forma. Más bien... se harán públicas en su debido momento. Ni antes ni después.

Nunca he sabido como funcionan los hechizos de las brujas y los magos, y siendo franco tampoco tengo intención de saberlo. Esos trucos a la larga siempre se vuelven contra sus dueños, y lo sé porque lo he visto en más de una ocasión, cuando un brujo quiso convertir la tierra en oro perdiendo sus manos por el hechizo, o una hechicera se convirtió en huesos y polvo buscando el hechizo de la inmortalidad. Éstas cosas, cuanto menos sepas de ellas, mejor.
Le estrecho la mano cuando me da la oportunidad para zanjar éste asunto. No soy muy bueno con el politiqueo, pero supongo que ha salido mejor de lo que esperaba. La mayoría de las personas no tienen la suficiente paciencia para soportarme, y eso acorta las conversaciones a un simple "que te jodan". Pero me alegro que al menos ésta haya terminado con buen pie.

- Cuando sea que decidáis encontraros con nosotros y terminar de finiquitar ésta alianza, id al Central Park y dadle dos dólares doblados al mimo disfrazado de soldado de plomo. No te preocupes, yo siempre estoy al acecho.

Con esa afirmación, doy la conversación por terminada. No tengo mucho más que preguntarles y tampoco tiempo para gastarlo dando vueltas por la mansión. Las niñas a mis espaldas no han dicho nada desde que abrí las puertas, así que supongo que no tienen nada que añadir. El profesor ya les dirá lo que tengan que saber en su debido momento. Siempre se hace así y siempre se hará, a menos que sea de los que se guardan los secretos.

- Conozco la salida.

Si, no hace falta que nadie me acompañe. Tengo buena orientación y buena memoria. Y hablando de memoria, ¿qué habrá pasado con la niña que entró conmigo? Tal vez aun esté buscando al profesor. Pero no es mi problema, y si nadie me lo impide, me volveré para Villa Fábula. Blanca se debe estar preguntando cómo han ido las negociaciones.