El regreso de los Alfas. [Penguin]

[20 de Febrero del 2019]

Recuperarse de todo aquello estaba suponiendo más de lo que le gustaría admitir. Habían sucedido demasiadas cosas como para que no le hicieran mella, y como Sheriff, no podía permitirse no estar a pleno rendimiento. Mientras más y más horrores pasaban a su alrededor, su rancho había amenazado con desmadrarse, a pesar de que había contado con hombres capaces, la mayoría de los compradores preferían hablar con ella en persona, y muchas transacciones se habían detenido para esperarla. La sensación de que a causa del “bien común” había estado delegando demasiado, y perjudicando el buen rendimiento de su rancho la hacía estar irascible consigo misma. No podía permitirse que distracciones constantes amenazaran con hacerle olvidar todo por lo que había luchado. Todo lo que suponía esencial en la vida del Sheriff. Tendría que tomar una determinación.

Le había costado algo más de medio año todo el proceso de aceptar lo que Fauna había hecho. Asumir de verdad que había criaturas mas allá del entendimiento, cuya moralidad, opinión, sentimientos y sensaciones distaban tanto de la suya que tratar de hacerles entrar en razón no era una opción. Admitir que algunas criaturas tienen una naturaleza destructiva, pero naturaleza al fin y al cabo, no es sencillo cuando eres un agente que imparte ley y justicia. Menos aún cuando van envueltas en un cuerpo que te recuerda al ser humano. Pero a lo largo del tiempo, había concluido con que tenía que decantarse entre dos opciones: Anclarse en sus propias consideraciones de manera equivocada, por cabezonería, o hacer lo que la naturaleza misma le dictaba para sobrevivir. Adaptarse. Y eso implicaba aprender a afrontar y asumir muchas cosas que iban en contra de su entendimiento. Tenía mucho que agradecer a Pamela, a Hellboy, e incluso a Fauna. Sin ellos en su vida, la adaptación de la Sheriff habría resultado imposible.

Pero tras su largo periodo de convivencia con Victoria en su interior, sus emociones se habían desequilibrado y aún trataba de volver a su ser completo. A demostrarse a sí misma quien era. Estaba cansada de rodearse de monstruos y criaturas avernales. Con cuentos y leyendas hechas realidad. Con folclore revivido. Necesitaba recordar que aún quedaba gente normal, capaz de disfrutar de los pequeños placeres, personas que vivían una vida pacífica.

Terminaba de firmar unos cuantos albaranes que había repasado al menos tres veces. La tarea era aburrida, pero era su responsabilidad. Aunque en ese momento, lo único que deseaba la Sheriff era una interrupción. La llegada de algún proveedor, de un vendedor, o quizá algún problema sin importancia, que la obligara a abandonar el tedioso papeleo, pero que le creara la necesidad de continuar con otro tipo de tarea distinta. Cuando el teléfono sonó, dio varios tonos, a causa de que los tres primeros la hicieron dudar de si lo estaría oyendo por puro convencimiento. Descolgó el auricular y se acarición con las yemas del dedo pulgar e índice de la mano derecha los ojos, tratando de reposarlos de tanta letra.

- Yehaaw, forastero. ¿Qué se le ofrece? - preguntó, sonando mas animada. - ¡Por todas las cabelleras cortadas de los Awatuckee! Cuanto tiempo sin oírte, Oswald. - dijo arrojándose sin elegancia sobre el sofá. - ¿Cómo va tu negocio? ¿Se te ofrece algo?- esperó, mientras su sonrisa desaparecía, y su ceño se fruncía levemente. - ¿Qué quieres decir con que hay un problema con los caballos? ¿Acaso están enfermos, o heridos? - dijo inclinándose hacia delante, apoyando el codo en sus rodillas abiertas. - No importa. Voy para allá. Así podrás entrar en detalle. Ve sirviendo el Whisky, Oswald. Estaré allí mas rápido que el viento. - dijo antes de colgar. Se levantó del sofá con rapidez, agarró el Walkie de la base, y chasqueó al presionar el botón del aparato. - Alan, ¿me recibes, cambio?- esperó la respuesta del hombre al otro lado. - Ensillad a Polina ahora mismo. Tengo trabajo. Cambio y cierro.- finalizó, asertiva, posando de nuevo el Walkie en la base. Agarró las pistoleras de las caderas, y también las dos de la pechera, que colocó bajo el chaleco. Ató a su cadera izquierda el látigo, pero esta vez, en la derecha, enlazó una fusta al cinturón. Cogió su trenza de nuevo, ahora mucho mas corta que antes, para asegurarse de que no le molestaría al cabalgar, y caló el sombrero sobre su cabeza. Fuera lo que fuera lo que sucedía con los caballos, lo solucionarían.

La vida en Gotham era una mierda. Sí, los negocios eran interesantes, y había lujo por doquier si sabías dónde encontrarlo, se podía llegar a vivir muy bien... pero siempre preocupado. Problemas, problemas y más malditos problemas. Hacía días que había mandado a algunos de sus hombres para averigüar qué demonios estaba ocurriendo en el hipódromo, y no supieron qué decirle. Los caballos que le proporcionaba la Sheriff seguían siendo los más formidables del mercado, eran campeones natos, pero ya no movían tanto dinero... Algo estaba alejando a la clase alta de Gotham del refinado mundo de la competición hípica, y estaba decidido a averiguar por qué.

Finalmente, en una amistosa charla hacía un par de noches con uno de sus habituales, Guy Rendford, hombre de negocios respetables, pero que gustaba de derrochar su dinero aparentando con celebraciones y juegos de azar a lo grande, supo al fin qué era lo que estaba pasando ante sus narices sin que se diera cuenta.

- Ozzy, Ozzy, este local es un encanto, siempre te lo diré, pero deberías echar un ojo a tus otros negocios. Ahora hay un tipo que organiza competiciones de algún tipo en un ostentoso local en la zona norte. No sé de qué va, pero todos andan entusiasmados apostando entre esas cuatro paredes. Estoy deseando poner un pie allí, pero oh... no me malinterpretes. La grandeza de la hípica, su glamour, es eterno, pero creo que los jugadores por naturaleza se sienten atraídos por... lo discreto. Ya sabes, lo prohibido siempre es tentador, sentirte un chico malo bajo tu camisa Bodoni, como un auténtico mafioso durante la ley seca, jajaja, esa clase de cosas.

Siempre había pensado que Rendford acabaría en el fondo de los canales de Gotham si volvía a llamarle "Ozzy" pero por esa vez, iba a dejarlo pasar. Él con sus cotilleos había resultado más útil que sus muchachos husmeando cuadras. Sin embargo, le disgustaba la idea de que sus clientes se hubiesen callado así, que de un modo casi pactado, nadie hubiera sido capaz de hacer lo que Guy había hecho. Secretos, mentiras... Esas cosas sólo suceden cuando alguien cree que las necesitas, y eso suele ser cuando creen que eres débil para aceptar la verdad. O cuando temen que la aceptes...

Aquélla panda de gusanos bien vestidos habían decidido que la hípica no era interesante, que estaba pasada de moda. Querían algo más exótico. Cuán vulgares podían revelarse con el tiempo, despreciando un hermoso arte como era la doma y los cuidados de un equino, toda la historia común del hombre y tan magnífico animal a su lado. ¿Qué sería? ¿Boxeo? ¿Artes marciales? ¿Batallas a muerte?... todo músculo y violencia, y nada de arte... Seguro que la Sheriff entendería como él lo patético que era aquéllo.

Al pensar en la vaquera, creyó que este asunto también sería de su incumbencia. No sabía qué le había ocurrido, pero la rutina en su rancho estuvo un buen tiempo alterada. Luego, poco a poco regresó a la normalidad. Tal vez pudiera preguntarle por eso en cuanto se reunieran, por ahora, sólo quería concertar la cita por teléfono y plantearle la situación.

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Esperó en su despacho pacientemente hasta oír el golpeteo de los cascos en la acera. Ya no le sorprendían esa clase de cosas, producto del trato con la extraña mujer. Le había pedido que sirviera Whisky, y eso hizo. Buscó el mejor que tuvieran y lo mandó subir. Si esa muchacha había pasado por una mala racha, qué menos que ofrecerle lo mejor antes del encontronazo con más malas noticias. Acababa de echar el último cubo de hielo en los vasos cuando ella apareció bajo el umbral de la puerta, deslumbrante y hermosa, como siempre, pero cambiada... Había algo distinto en su mirada. No recordaba haber visto el cansancio en sus ojos ni siquiera cuando su padre la atormentó por días para que acudiese a su boda.

- Saludos, vaquera. Todo un placer verte de nuevo... Toma asiento, por favor -Se acomodó en su sillón y esperó a que ella hiciera lo propio antes de proseguir- No tengo nada bueno que contar, pero para tu suerte, es peor asunto para mí que para tí. Hay un nuevo sheriff en la ciudad. Alguien ha montado un tinglado en la zona norte y está encandilando a todos nuestros clientes, las apuestas han bajado en un 60% y va en aumento, lo cual afecta directamente a nuestras ganancias, y la reputación de tus animales... No sé de qué trata, pero tal vez podamos averigüarlo. Mis hombres podrían infiltrarse y darme lo que quiero, pero mi clientela empieza a dudar de mí, no son capaces de admitir que van a jugar a ese otro local, ¿puedes creerlo? Así que he pensado acudir yo mismo. Un caballero no da la espalda a un buen rival, después de todo. Lo que quiero saber es si quieres implicarte en esto tanto como yo, querida... Al fin y al cabo, tú seguirás obteniendo beneficios de otras fuentes, no sólo de carreras de caballos vive tu rancho, y sé que no has tenido buenos tiempos. Por cierto... ¿Qué ocurrió? No he querido inmiscuirme, sabes que te respeto, socia, pero no pude evitar preocuparme.

Deseó hacer como haría un buen amigo y tomarla de la mano, expresando su apoyo, pero se contuvo. Sorbió lentamente de su vaso, con la mirada fija en la joven. Sabía que mantenerse firme le resultaba mucho más tranquilizador a la Sheriff que esos gestos de ternura. Se preguntaba qué clase de historia oiría...

Lo mucho que se podía añorar el peso del cuerpo sobre la silla de montar se la hacía sorprendente. Sentir las bridas en las manos era algo que podía haber, pero añoraba el peso de las piernas en los estribos, había sido terrible para ella tener que renunciar a eso. Casi mas que verse obligada a renunciar a su movilidad personal. Las piernas le permitían ir donde quisiera, pero perder la capacidad de relacionarse de ese modo íntimo con su montura le había resultado aún mas incapacitante. Como si de pronto hubiese olvidado un idioma que sólo podía pronunciarse a través de sus piernas. Perder la sensibilidad de esa parte del cuerpo, ser incapaz de dominar al caballo con un alegre taloneo en el momento exacto, hacerle girar a sólo un toque de espuela. Había supuesto uno de los mayores puntos de frustración durante ese proceso.

Todo eso lo había recuperado tras el incidente, y no podía sentirse mas aliviada por ello. De hecho, ahora tendía a utilizarlo aún mas. Había retomado la doma clásica, para la que eran esenciales las piernas. Durante la posesión de Victoria se había dedicado a montar, y a ejercer doma vaquera. Ahora estaba del todo centrada en recuperar esa comunicación a la que se había visto obligada a renunciar durante meses. La cabalgada sobre Polina resultó entretenida y divertida. De hecho, durante la parte mas alejada de la ciudad, se dedicó a posar las bridas en el pomo de la silla, y con una sonrisa que pocos habían visto, juvenil, llena de vida y de una emoción que resultaba difícil percibir en general en el rostro de la Sheriff, más pícaro o desafiante, ordenó al caballo utilizando tan sólo las espuelas.

- Al paso. - susurró, cerrando los ojos, y comenzando la marcha. Tras salir del rancho, pasado el primer descenso, apuró al caballo, con dos suaves toques. - Trote. - abrió los ojos, tras esos momentos de confianza absoluta depositada en su montura. Botó sobre la silla aferrada al pomo con una mano, observando el camino que tantas veces había recorrido para formar parte del podrido tránsito camino al corazón mustio de Gotham. - Derecha. Booh. Eso es Polina. - dijo cuando el caballo sintió ese pequeño golpe de espuela para girar, y cabeceó. Desató las bridas, al llegar. Las herraduras del animal estaban preparadas para el asfalto. - ¡Arre!- dijo en cuanto se aferró a las bridas, levantándose ligeramente de la silla. La yegua relinchó y aceleró, arrancando el maravilloso sonido que solo los cascos de los caballos son capaces de arrancar del suelo, a marcha apresurada, directa al lugar de reunión predilecto de su socio.

Aún recordaba la primera vez que había acudido allí. Ahora sus recibimientos eran muy distintos. El hombre apostado en la puerta alzó las cejas al verla llegar. Dijo algo por el pinganillo y luego se acercó al lugar en el que estaba la vaquera. Mientras desmontaba, se retiró las gafas de sol.

-Bienvenida, Sheriff. - saludó cordial, tendiéndole una mano que ella estrechó vigorosamente.

- ¡Hola, Clay! Mira, te he traído algo. - dijo, recordando en ese momento lo que contenía una de sus alforjas. Metió la mano enguantada ahí y sacó de su interior una pequeña bolsa de cuero que contenía en su interior varias corbatas tejanas.- Directas del grandioso Texas. Este año convenceré al jefe para celebrar el cuatro de julio. - el hombre sonrió, mientras recogía las bridas del caballo, y lo hacía pasar hacia el callejón, donde le esperaba un cubo con agua. Los chicos del Ice club se habían vuelto de lo más considerados. Seguro que su jefe había tenido algo que ver en ello, y ninguno había vuelto a atreverse a comentar nada respecto a la extravagante vaquera que visitaba el club de vez en cuando. Por la cuenta que les traía.

Su silueta atravesó la puerta. A pesar de lo vigoroso de su entrada, no pasó desapercibido el tremendo cansancio al que se había visto sometida durante todo ese terrible periodo que había supuesto para ella la confrontación de los Jinetes. Y eso que todavía no había acabado todo. Trató de eliminar esos pensamientos de su mente. Esa noche estaba centrada en los asuntos mundanos.

- Yehaaw, compañero. - en un alarde de confianza, se inclinó y estrechó durante un momento a Oswald entre los brazos, dándole dos potentes palmadas en su amplia espalda, antes de levantarse y caminar hacia el sillón que le ofrecía su socio. Sus caderas habían recuperado el juego de contoneos que Victoria le había arrebatado. De un modo, si cabía, aún mas descarado que el que tenía antes de la posesión.

Oswald podría percibir un cambio sutil en su vestimenta, en cuanto la vaquera se deshizo de la larga gabardina negra que la cubría, metiendo los guantes en los bolsillos y apoyándola en el respaldo del sillón sin preocupación. Si bien tenía ademanes country y vaqueros, tan constantes en la Sheriff, había un toque de modernidad en sus prendas que se veía en pocas ocasiones. Por primera vez, la comodidad y la precisión histórica parecían no haber sido sus prioridades al elegir el conjunto. Llevaba una camisa vaquera sobre el chaleco de cuero negro que enfundaba sus pistolas, y en su interior un extraño fajín negro que casi podría llamarse corsé, por el modo en que se ceñía a su figura. Los pantalones vaqueros eran lo bastante estrechos como para que Oswald no necesitara imaginar la silueta que solía permanecer escondida bajo las chaparreras que hoy no llevaba. El cuero negro era recurrente en las botas, el cinturón de hebilla de metal con la forma del estado de Texas, y el sombrero que culminaba el conjunto. Quizá lo más sorprendente de todo fuese que ese día había decidido ponerse un anillo en el dedo central de la mano derecha. Se sentó en el sillón y colocó una de las piernas sobre el reposabrazos, en actitud relajada. A pesar del cansancio presente en su expresión, detecto una extraña efervescencia en ella, que no había percibido antes.

- Un nuevo Sheriff en la ciudad. - elevó la barbilla, haciendo que desapareciera la sombra que el sombrero producía en sus ojos, a causa de la luz de sobremesa. - No me gusta como suena eso, vaquero. - dijo, irguiéndose y apoyando los cojos uno en cada rodilla, dejando colgar las manos entre sus piernas. Escuchó con atención las malas noticias que le transmitía su socio. Las ganancias se verían seriamente afectadas, pero una pérdida del 60% era lo bastante atronador como para que se considerara la supervivencia del hipódromo. Incluso aunque ese dinero se moviera en negro, acababa repercutiendo al mercado completo de la ciudad, por no decir de las altas esferas y sus fraudulentos métodos para blanquear dinero. Que todo eso estuviese moviéndose hacia otro mercado planteaba más problemas que la reputación de sus caballos, o las pérdidas que sufría pingüino. Aquello no sólo era malo, era atípico. Y bien es sabido que cuando en Gotham algo es atípico, quiere decir que lo que sea que hay detrás de esa anomalía es indudablemente peor que lo que se hace por norma en sus rincones mas oscuros. Teniendo en cuenta que esa dichosa ciudad se consideraba la capital del crimen, Oswald había hecho bien en ponerla al corriente. ¿Quién mejor para investigar ese asunto que la Sheriff?

- No debes decírmelo dos veces, Oswald. Sabes que para mi, esto es un deber. Estoy en el caso. - dijo alargando la mano hacia su copa, y bebiendo un suave trago, relamiéndose después, disfrutando del ardor que el alcohol le producía en la garganta. Cuando comentó su ausencia, arrugó la nariz con hastío, mirando a su vaso. - Si te lo contara, camarada, me mandarías derechita a Arkham. - dijo elevando el rostro hacia él, mirándolo bajo la sombra del sombrero, recobrando una sonrisa desafiante. - Quizá con otro whisky, cuando acabemos con esto. - dijo levantándose. Retiró el sombrero hacia atrás, sujeto con las cintas a su cuello, y se retiró un pequeño mechón revoltoso tras la oreja, caminando de nuevo hacia el lado de Oswald, sentándose en la mesa, como tenía costumbre. No aguantaba mucho en ese sillón que sólo tenía el propósito de colocar al pingüino en una posición de poder. Prefería estar a su lado, para tratar sus asuntos.

- ¿Tienes alguna sospecha de lo que puede ser?- preguntó, mirando a Oswald, mientras introducía el dedo índice en la copa, meneaba los hielos. - ¿Algo ilegal? Conociendo a esos enfermos morbosos, sin duda tendrá que ver con sangre. Podrían ser peleas ilegales. ¿Valetudo, tal vez? O puede que se reúnan para matar vagabundos con sus propias manos. El tráfico de seres humanos está a la orden del día. ¿Crees que podrían llegar a eso? Tu conoces lo ilimitado de sus vicios y su decadencia mejor que yo. - reconoció, sacando el dedo del vaso, introduciéndolo entre sus labios, lamiendo el Whisky, y dando un segundo trago a su copa bien mezclada.

Sonrió ante la cantidad de variables propuestas por la sheriff. Con el tiempo se había convencido de que esa mujer no era una vulgar campesina sin cultura, si no más bien todo lo contrario. Su mente era despierta y ágil, pero analizaba las cosas desde la perspectiva relajada de una vida campestre. Le fascinaba... Era una combinación realmente extravagante, pero eficiente.

- Sea lo que sea, vamos a averiguarlo pronto. Sé que detestas la etiqueta, pero... tal vez debas arreglarte un poco para acudir allí. Si es cierto que se reúne el alto copete que a nosotros nos falla, será mejor que parezca que queremos formar parte de su juego y no que estamos tratando de envenenar el abrevadero- Aquéllos símiles ya le salían solos al hablar con la muchacha. Sabía que funcionaban, y de hecho, por influencia de la misma muchas veces se quedaba viendo los western que encontraba por casualidad en la televisión, simplemente por que le hacía gracia asociarlos a la ranchera. Había descubierto con ello un puñado de grandes clásicos que añadir a su colección privada de películas. Nunca te ibas a dormir sin aprender algo más- Daremos con el lugar, entraremos, participaremos de las actividades de ocio que ofrezca, y cuando conozcamos el terreno... Será el momento de trazar un verdadero plan.

Su voz sonó siniestra. Penguin no solía tener competencia. No por mucho tiempo. Quien fuese el que se había arriesgado a meterse en su territorio era un ignorante, un arrogante o quizás un idiota con muchas ínfulas y aspiraciones fuera de su alcance. Quizá fuese las tres cosas, y en ese caso, su fin era algo asegurado. Oswald no malgastaba su paciencia con esa clase de elementos.

Por otra parte, el misterio de la desaparición de Logan le inquietaba. Estaba aparentemente bien... pero cambiada. Esperaba poder oír esa historia pronto. Y ejecutar a quien fuese necesario.

- Respecto a ese relato con Whiskey al final de nuestro cometido... Dalo por hecho, socia.

La vaquera arrugó la nariz. El pingüino la había visto arreglada tal cual estaba acostumbrado por su circulo y posición social en una ocasión, y desde luego, no fué del gusto de ninguno de los dos, al menos en principio. Aquella treta que su padre había organizado para robarle la ropa, sabiendo como sabía que ella era incapaz de permanecer desnuda, había sido un chantaje en toda regla. No había quedado mas opción que darle el gusto de verla vestida con un precioso vestido, que ignoraba por completo que se trataba nada mas y nada menos que de un traje de alta costura francesa. Para ella ninguna de esas cosas tenía el mas mínimo valor.

- Detesto toda esa pantomima, Oswald. Ya lo sabes. - suspiró, retirándose un mechón de pelo de la cara con hastío, y aguardó unos segundos hasta que volvió a mirar al magnate. - Tendrá que cumplir las dos condiciones. Como mínimo tengo que llevar las pistoleras en los muslos, y  no pienso cambiarme las botas. - esclareció.

Para ella todo eso no sólo era irrelevante. Era, además, total y absolutamente tedioso. Por otro lado, Oswald conocía bastante mejor esos círculos en la actualidad, ya que ella había perdido el contacto con ellos después de salir de Arkham. Sabía de la profunda decadencia en la que se revolcaban esos miserables, pero salvo que se tratara de una ocasión excepcional, como la boda de su padre o alguna reunión que acabara resultando en algún negocio provechoso, era imposible que contaran con ella para ese tipo de fiestas. En cierto modo tenía la certeza de que las ocasiones en que eso sucedía tenían mucho mas que ver con la actual posición de su padre en la ciudad, que por los negocios o conocidos que ella pudiera tener.

Si se lo planteaba, seguramente el hombre con mas clase que había conocido perteneciente a esas esferas podridas se trataba de Oswald. Él había resultado la aguja del pajar.

- ¿Tienes alguna cosa que se ajuste a eso?- preguntó, sacando la billetera de la parte trasera y comprobando que llevaba una cantidad escandalosa de dinero en efectivo. Llevar eso en la cartera era llamar a la desgracia en una ciudad como esa. Era un imán para los carroñeros de poca monta. Pero daba la casualidad de que en esos sitios, donde lo que más movía billetes era las apuestas, si no participabas de la emoción de arrasar con tu capital no solías tener muchos aliados. Por no decir que es la mejor forma de conseguir información con un chasquido de dedos. El Sheriff se terminó la copa de un sólo trago. Le calentó cada uno de los huesos, antes de dejar el vaso sobre la mesa. Se secó los labios con la manga de la camisa.- Por curiosidad Oswald. ¿Cómo haces para enterarte siempre de todas estas cosas? - preguntó asomándose un poco, para poder ver con claridad la cara del pingüino. - ¿Cuantos de esos loritos charlatanes tienes ahí fuera?- sonrió, con un ademán juvenil. Sabía que era un hombre muy influyente, pero jamás había llegado a preguntarle a él en persona en qué grado... y quería satisfacer su curiosidad.

La indomable vaquera de nuevo al ataque... Qué difícil se le hacía en ocasiones lidiar con esta mujer, sin embargo, su estética podía pasar desapercibida pese a todo en un lugar así. Dependiendo de quién estuviera por el local, ella podría pasar por una acompañante de temática western que respondiese a algún fetiche de Oswald, y si no era un lugar demasiado sofisticado, quizá hubiese más gente de pantalón tejano que de frac, de modo que en cualquier caso, no tendría que arreglar a Logan como una elegante muñeca de primera clase.

...aunque le encantaría.

No había logrado quitar de su cabeza la imagen de la sheriff en su faceta de niña de alta cuna, y lo cierto es que si bien adoraba ese lado salvaje que la hacía especial, su visión maquillada y avituallada le había acompañado en tantas fantasías como su aspecto de ranchera, aunque lo que realmente le preocupaba era que no todas ellas eran "esa" clase de fantasías... y eso que el sabor y tacto de sus labios eran todo un aliciente para pensar de ese modo. Aún se preguntaba por qué había podido disfrutar de ese beso...

- Por supuesto, querida. Y será mejor de lo que crees. Nada de faldas, ni joyas, ni repollos de seda gris. Creo que unos vaqueros con un ribete bordado y un corsé te darán un aire... interesante. Si nadie te reconoce, puedes pasar por mi guardaespaldas, y eso justificará las armas ¿Quieres ir de compras por la mañana?

Le había salido de forma natural. Solía hacer esa misma propuesta a las mujeres que eran lo bastante osadas para acostarse con él, pues aunque cobraban por ello, prefería darles un rato agradable y dejar un buen recuerdo tras ese trance. No dejaban de ser damas, al fin y al cabo, y Oswald Cobblepot procuraba ser un buen amante, en todos los sentidos. La sola idea de estar tratando a la sheriff como una prostituta, aunque fuese de forma totalmente casual, le incomodó bastante, y sintió el impulso de disculparse, aunque terminó por descartarlo; No era realmente necesario, y las explicaciones a las dudas que suscitaría quizá no le dejasen bien ante la vaquera. No todo el mundo ve bien contratar esa clase de servicios...

Carraspeó levemente.

- Podemos dedicar el resto del día a nuestros asuntos y reunirnos por la noche para abordar el lugar, o... pasar un tranquilo día libre hasta ese instante. Tú decides.

Había sonado algo insinuante y autoritario, pero no estaba dispuesto a dejar que los encantos de Logan le dominasen. Era peligroso dejarse manejar por una mujer, y más aún por una que no necesitaba nada de él. Esperaba que no lo tomase mal, pero aunque confiaba en ella, no tanto en sí mismo.

La vaquera sopesó un momento. Hacía bastante tiempo que no se tomaba días de asueto. No porque no hubiese podido, pues a pesar de que el mundo parecía aún mas loco si eso era posible después del año nuevo las cosas en el rancho estaban relativamente tranquilas; el ganado iba bien gracias al mantenimiento del pasto por parte de Ivy , los caballos continuaban reportándole dinero, y el esperma de alguno de sus campeones estaba por las nubes; eran mas bien otras tribulaciones las que habían facilitado que se centrara por completo en sus tareas. En esos meses habían pasado demasiadas cosas, y la única manera de evitar pensar en ellas que le daba un mínimo de estabilidad era permanecer concentrada en sus deberes. Había descuidado mucho el resto de aspectos de su vida. De hecho, tras el incidente con Victoria, no había vuelto a relacionarse demasiado con nadie. Salvo Ivy, los proveedores o informantes de turno y sus chicos, no había sentido la necesidad. Sin embargo, cuando Oswald la llamó, fué un alivio. Como un trago de agua fresca.

- ¿Vas a llevarme de compras? - sonrió, elevando una ceja y mirando al pingüino a los ojos. - Apuesto a que te encantaría verme gritar como una colegiala por uno de esos vestidos llenos de brillantes. Pero sabes que no soy así. - hizo un suave aspaviento con la mano. - Aunque si estaría dispuesta a darte una oportunidad para vestirme, con una condición. Tu tienes que elegirlo. Sólo tu. A mi me da igual, me pondré lo que te parezca, pero no pienso ayudarte a escoger nada. - añadió desafiante, pero relajada. - Será divertido ver cómo me ves, a través de tus ojos. - añadió, como si no tuviera importancia.

Aunque la realidad es que en cierto modo, si la tenía. En la mayoría de los casos, las intenciones de los hombres eran muy claras. Una cosa es que ella no supiera explotar la sensualidad, o ser consciente de ella. Otra muy distinta que no supiera lo que era el flirteo o la seducción. Se veía con claridad meridiana cuándo un hombre tenía interés en una mujer, y cómo cambiaba el modo de verla según sus propios gustos, fantasías o fetiches. La ropa podía ser uno de ellos. Oswald no controlaba en absoluto el tipo de estilo que ella llevaba, igual que a la inversa. Ella habría confiado en la opinión de un sastre para elegirle a él un chaqué, de ser necesario. ¿Pero ver al pingüino, uno de los mayores mafiosos de Gotham, paseando entre las perchas de una tienda country? Eso no pensaba perdérselo.

- Puedo tomarme un día. Eso no es problema. - comentó, asumiendo que para él tampoco lo sería, pues no se lo habría ofrecido de ser así. - De hecho estaría bien durante un rato hacer vida, para variar. - comentó con un suave tinte de nostalgia. - A qué dedicas tu tiempo, cuando no estás trabajando? - preguntó, sentandose por completo sobre la mesa y apoyando una pierna sobre ella para tener flexionada la rodilla, matizando rapidamente. - No me refiero a lo que hay que hacer. A ir al orfanato a donar lo que toca a los niños, hacer acto de presencia en las fiestas y aparecer en las portadas. ¿Qué hace Oswald Cobblepot cuando aún no se ha puesto su chaqué de pingüino? - preguntó con curiosidad.

La pregunta le pilló desprevenido. Lo cierto era que nadie se había interesado jamás por sus aficiones, o su persona en general, más allá de los medios cuando era una figura criminal conocida. Meditó si debía responder con plena sinceridad, pero... al fin y al cabo, la sheriff era la misma persona que le había hecho bailar de nuevo y no se había reído de ello. De hecho, no paraba de recordarse que, cuando la conoció, creyó que sería una bruta y una deshumanizada campesina, y sin embargo, resultó ser una de las personas más respetuosas con las que había topado. Dejando escapar un suspiro resignado, apartó la vista a un lado y prosiguió.

- Varias cosas... Cuidar de mis aves. Sí, tengo unas cuantas pajareras bastante grandes. También dedico algún tiempo a entrenarlas. Puede que ya no las use para el crimen, pero es una tarea gratificante. Cuando no ando rodeado de plumas, leo, veo la televisión... como un tipo corriente. Entreno dos horas diarias para mantener activas dos disciplinas de lucha que aprendí de niño y que siguen siéndome de utilidad... Mucha gente cree que soy objetivo fácil hasta que les hundo el puño en el vientre, jeh...

Era fácil. Incluso cuando era algo que no compartía con nadie, salvo con Josh. Hablar con la vaquera ers terriblemente sencillo. Era una cualidad de ella que le atemorizaba. Era desconfiado por naturaleza, y le disgustaba que, por alguna razón, darle información fuese algo casi automático ¿Y si un día decidía jugársela? Los socios eran siempre los primeros en apuñalarte por la espalda...

Miró a los azules ojos de la vaquera, esperando su reacción. El silencio de ess interminables minutos podría haberse palpado con los dedos sin problema.

En una ciudad como esa era difícil disgregar la imagen pública de alguien de la persona que era. Sobretodo cuando acorde a la capacidad de tu bolsillo la reacción era muy distinta. Si eras un fracasado sin armas, gente a la que recurrir, mandamases que te debieran favores, o dinero suficiente como para limpiar cualquier mancha en tu expediente, lo mejor era que te dieras por jodido. Perteneciendo a cualquiera con algunos de esos recursos, podías librarte. Si disponías de todos ellos, eras intocable. Ese era el caso del hombre que tenía enfrente. No había mucha gente con la capacidad de retomar una imagen pública como la que había construido él. A pesar de sus numerosas condenas, de sus inacabables delitos, de su expediente con tantas páginas como para rebosar, había conseguido una remodelación completa de su consideración pública. Claro que había quien tenía sus reservas. También muchos las tenían con Batman, mientras otros lo nombraban estandarte protector de la ciudad.

Al final nada era blanco o negro. Ni siquiera el pingüino. Y en Gotham, el único color que te prometía todo lo que quisieras era el verde del dinero.

- Que me aspen. ¿Tengo a un experto ornitólogo que además es cetrero, y nunca me has enseñado a domesticar aves? - preguntó con cierto retintín. - Yo he entrenado algunas alguna vez, pero no deja de ser algo amateur. En general, se me dan mejor los mamíferos. Es fácil mantenerlos contentos si les de comer, les das un techo en el que dormir, les mantienes ocupados y les dejas montar de vez en cuando. No importa que especie. De los mas grandes a los mas pequeños, todo se resume en eso. - comentó, divertida. - Los pájaros sin embargo con más complejos. - comentó de pasada, paseando la mirada por la habitación, cargando esa frase de un nada sutil doble sentido.

A pesar de que Oswald tenía un cuerpo inmenso y contrahecho, había podido comprobar de primera mano que el ancho de su brazo no estaba cubierto por grasa, si no por musculatura trabajada y bien formada que ocultaba perfectamente bajo la rechoncha impresión que dejaba ese chaqué.

- Yo jamás he entendido para qué se supone que sirven todas esas zarandajas. ¿En realidad son útiles si cuatro indeseables se lanzan a por ti en un bar? - inquirió, bajando la pierna flexionada, asomándose un poco sobre la mesa. - Yo creo que donde quepa un buen revólver, queda poco sitio para las trifulcas. - comentó, elevando una de sus manos y dejando que descendieran suavemente por sus pistoleras, asegurando el tacto del frío acero y del cálido pomo en las yemas de sus dedos. - ¿Sabes? Es curioso. Estaba convencida de que me dirías que un hombre como tu sólo disfruta en esa mamarrachada de fiestas donde se huele el dinero, la fama y el reconocimiento social. De verdad creí que ese era el tipo de persona que eras de manera constante. - comentó, mirando hacia la pared del fondo, por un instante, para luego devolver a pingüino una sonrisa cálida y juvenil. - Me alivia que puedas disfrutar de las cosas mundanas. Así tenemos algo en común. - añadió, prestando mayor atención a los detalles de su despacho. Antes no había tenido tiempo de fijarse, o no había disfrutado de la disposición. Ahora podía. Y pensaba sacar todas las conclusiones que pudiera de observar el escenario en que se desenvolvía.

Oswald asistió con asombro ante la reacción sorprendida de la vaquera. No pensó que a ella le resultase tan llamativa su vida privada, de hecho, para él era una vida tranquila y corriente, salvo quizás por lo de las aves, pues no todo el mundo sabía gozar de su compañía. Cuando mencionó las cosas que hacían felices a los mamíferos, dejó escapar una sonrisa. Él no era muy fan de los mismos, pero le resultaba curiosa la simplicidad que unía a casi todas las especies para estar complacidas. A esto mismo, quiso aportar su grano de arena.

- Las aves también son felices con todo eso, claro... Todos ansiamos un hogar, compañía, alimento... Pero las aves en cierto modo buscan algo especial; Lealtad. Un mamífero puede darte su amor incondicionalmente, como un perro, por ejemplo, que aunque lo abandones recorrerá kilómetros para reencontrarse contigo simplemente por que te quiere. Es admirable, pero también estúpido. Las aves descienden de los reptiles, y creo que eso les da una cierta frialdad que los convierte en seres con algo de escepticismo. Analizan, observan, deducen y en última instancia, deciden acercarse a los que quieren cuidar de ellos. Si dañas o molestas a un ave, huirá o te temerá por siempre. Los cuervos incluso transmitirán a sus polluelos que eres alguien a quien temer. Un ave da cariño a quien se lo brinda, y confía en quien tiene la paciencia de esperar su afecto, en quien se molesta en conocerlo. Mis bellos amigos de elegantes plumas saben lo que se hacen. Por eso confío en ellos.

La melancolía tiñó sus últimas palabras. Sabía que la gente le asociaba con las aves por su aspecto, pero no podían imaginar lo mucho que Oswald se identificaba con ellos en su carácter. Cuando ella arguyó que las armas eran más eficaces que la lucha su gesto fue de escepticismo puro. Alzó una ceja y se encogió de hombros antes de responder.

- Obviamente milady, los puños son débiles contra un arma de fuego, pero no contra la posible torpeza de quien la empuña. Si esos cuatro matones armados ven a un caballero de baja estatura, con sobrepeso y traje, no esperarán que éste pueda derribar a su compañero más cercano contra ellos, y los noquee mientras intentan averiguar lo ocurrido. Mi aspecto es una maldición, pero también tiene sus ventajas. Nadie imagina lo grácil que es el pingüino hasta que lo ven nadar bajo el agua. Pero este pájaro es Gothamita, y sus aguas son los mares de violencia en las calles. Pero descuida, sé que estás muy unida a tus armas y lo respeto.

Tras un rato más de cháchara sobre temas triviales, finalmente ambos socios se despidieron.

- Te veo mañana entonces. ¿Quieres que pase a buscarte? Así podrás preparar lo que desees antes de partir, ya que iremos directamente al lugar tras nuestra jornada de recreo.

Oswald parecía bastante inaccesible, pero en realidad más que un muro, era como la entrada de una mina. Oscura, de apariencia cochambrosa, y con puntales que amenazaban con caerse en cualquier momento. La mayoría de la gente no se asomaría a un lugar así, por muchas pepitas de oro que prometiera el interior. Porque también podía darse el caso de que en lugar de oro o diamantes, tuviera pura brea, y gases venenosos. Así que nadie hacía el esfuerzo. Eso, combinado con su carácter, hacía que estuviera destinado a una soledad ineludible. Él mismo lo había explicado con su modo de entender el modo de ser de las aves. Los pájaros son precavidos. Demasiado. Les cuesta confiar, les cuesta abrirse, y sobretodo, exigen incansablemente el esfuerzo del resto antes que el propio. Al pingüino le bastaría con dejar una de sus pepitas en la puerta de la mina, para actuar como gancho. Pero prefería cubrirse a si mismo de un montón de lodo, en forma de opulencia y clasismo, para que no sólo tuvieran que buscar a ciegas, si no demostrar que se merecían la mera posibilidad de buscar.

Ese tipo de lecturas eran importantes para la Sheriff, no sólo porque le sirvieran para conocerle más, si no porque siempre conviene entender a las personas con las que trabajas. Te llevas menos sorpresas cuanto más eres capaz de comprender sus pensamientos, y anticiparte a ellos. Un Sheriff no podía fiarse sólo de su instinto, pero entrenarlo para comprender y hacer encajar esos pequeños detalles era un trabajo de investigación que había que hacer con agilidad mental. Rebecca se había esmerado mucho en mantener bien entrenada esa cualidad.

- Así que no solo juegas con tu propia destreza, si no con la estupidez de quien te prejuzga. - la vaquera se sonrió con suficiencia. - ¿Es algo así como justicia poética? - preguntó alzando una ceja, curiosa. - Porque da la impresión de que te aprietan los pantalones cada vez que pones a cada quien en el lugar que crees que le corresponde. - guardo silencio durante un instante, y luego soltó una leve carcajada musical. - Déjalo, es buscarle tres pies al gato. - se levantó con un movimiento rápido y paseo por el despacho del pingüino, cada vez más familiarizada con el ambiente. - Lo cual me recuerda...- la charla se extendió durante unos pocos minutos más, hasta que llegó la hora de marcharse. Se caló el sombrero, preparada para salir, y elevó la vista hacia el mafioso. - No te privaría de ese gusto. Se que eres todo un caballero. - esa frase estaba cargada con un juvenil retintín, que había vuelto a recuperar tras su incidente con Victoria. Con un firme portazo, salió del reino del Pingüino, volviendo a la tranquilidad de sus terrenos, a trote tranquilo, disfrutando del camino.

Se había preparado, tanto física, como mentalmente. No sabían qué iban a encontrarse y sus informadores no habían tenido tiempo de reportarle información de utilidad. Todo lo que habían concluido era que había mucha actividad en algunas zonas, y que se estaban ocupando zonas desocupadas en noches concretas, que iban rotando y cambiando. Algo clandestino, obvio. Pero no podía ser mantenido en el tiempo. No era algo como un laboratorio de drogas, o una banda que ocupara una guarida. Tenía que tratarse de algo momentáneo. Fiestas clandestinas, tal vez. Pero era un ambiente donde esos estirados jamás se moverían. A menos que se ofreciera algo en ellas. Algo realmente bueno. La pregunta era qué.

Presa de la impaciencia, salió a sentarse a la mecedora de la puerta. Sus perros acudieron meneando la cola, llamando su atención con monerías y carantoñas. Una sonrisa de pura dulzura se abrió paso en la recia expresión de la Sheriff, que alargó la mano hacia uno de los juguetes de cuerda favoritos de sus chicos. Profirió un agudo silbido y los perros acudieron a la carrera, para luego cortar su sprint a medio camino, siguiendo con los ojos la trayectoria del juguete que había sido lanzado. Se pelearon por él a modo de juego, mientras los dos volvían levantando el polvo, para pelearlo con ella. A la primera orden, lo soltaron de inmediato.

Así es como un buen perro debía ser.

El día comenzó de forma prometedora; Para empezar, se notaban claros en el perenne cielo nublado de la urbe Gothamita, cosa que Oswald tomó como un buen presagio pese al objetivo marcado para esa jornada. Desayunó con calma leyendo la sección financiera del periódico, esbozando una media sonrisa ante sus aciertos en Bolsa. Cuando hubo terminado su té, se dio una ducha y se acicaló apropiadamente antes del encuentro con su socia. Cogió su cartera invadido por una inusual calma; Sabía que esa mañana de compras no iba a ser ningún asalto a su billetera. La sheriff era una mujer de gustos sencillos, con un rechazo natural por el lujo y los vestidos que otras damas sólo podían soñar. En un principio le molestaba esa faceta suya, pero con el tiempo, le encontró sus ventajas. Aún así, le insistiría en dar un toque de sofisticación a su indumentaria, al fin y al cabo, iban a un lugar frecuentado por gente de alta alcurnia.

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El viaje al rancho y posteriormente la marcha al centro comercial transcurrieron sin problema alguno. La sheriff parecía relajada, y Josh estaba bastante silencioso, cosa extraña en el jovial chófer. Oswald prefería no meterse en sus asuntos, y si era su deseo, que el propio Josh le hiciera partícipe, aunque no podía negar que sentía cierta inquietud por ello...

Una vez en el centro comercial, no tardaron demasiado en ataviar a su hermosa acompañante. Una sencilla camisa blanca, y unos vaqueros adornados con un bordado en los bolsillos fueron elecciones casi instantáneas para la rubia, y él la animó a completar el conjunto con un bello pañuelo en su cuello, e insistió en comprarle unas botas estilo tejano de vestir con los colores de la bandera americana en tono desgastado. Después comieron en un local apartado del bullicio, donde Oswald era quien llamaba la atención con sus elegantes fachas. Tras ese pequeño descanso, y una agradable charla teorizando sobre lo que encontrarían, finalmente se subieron al vehículo y se encaminaron al lugar protagonista de las habladurías.

La escena resultaba extraña... La pompa gothamita se agolpaba como si fuese la mismísima entrega de los Oscars frente a un viejo almacén cochambroso cerca de un maloliente muelle del río. El contraste era extremo, pero le hablaba de forma cristalina sobre la naturaleza ilegal de lo que allí acontecía, sin embargo, lo que de verdad le extrañó fueron los comentarios de los asistentes "Hoy lo apostaré todo por Bullhog, lleva tres semanas sin perder una asalto", "Radiant es una fiera, le destrozará, es demasiado rápida", ¿Qué era todo aquello?

- No consigo siquiera discernir si esto implica a animales o personas... Será mejor buscar el tablón de apuestas y ver...

Ese día se había levantado mentalizada. Preparada para lo que pudiera suceder. Aunque había quedado con Oswald a buena hora, para ella el día comenzaba a las 6.00 de la mañana, con el amanecer. Así que no varió su rutina en lo más mínimo. Se levantó, tomó una ducha ligera y se vistió para hacerse cargo de alguno de los trabajos del rancho. Alimentó a los animales, limpió parte de los establos y reorganizó los pedidos. A medias de esta última tarea se aproximó la hora acordada, de modo que tomó una ducha mas a fondo, y se preparó. La mañana transcurrió sin incidentes, mas allá del extraño gusto de Oswald. Pensó que aprovecharía la ocasión para colar algo de su estilo ostentoso, pero en cierto modo fué bastante respetuoso con sus elecciones. En cierto modo la Sheriff se percató de que estaba haciendo el mejor de sus esfuerzos por aunar ambas cosas, de manera que pudiera encajar pero sin renunciar a la ropa que a ella le parecía mas cómoda. Cuando se sentaron a tomar un tentempié, se dió cuenta de lo mucho que destacaba en sus maneras y apariencias en comparación con la gente normal. En esas condiciones era difícil no verle, si ya de por si destacaba a ojos del resto.

Fue una mañana entretenida y jovial, pero no podían perder su objetivo de vista. Cuando entraron al interior del vehículo, Rebecca saludó a Josh, puesto que ya le conocía. Era bastante recurrente ver al pingüino acompañado del mismo chófer. Algo que había observado al respecto de Oswald es que trataba a su gente con bastante deferencia. No era como si contratara y fuera echando a sus trabajadores a conveniencia. Mas bien perseguía hacerse con un círculo de confianza, que más favores ganaban cuanta más lealtad demostraban. En respuesta, él proveía y se aseguraba que hubiera un lugar para todos. En eso si que tenían un pensamiento bastante similar.

Cuando descendieron del coche encontraron una escena tan extraña como el día en que encontraron a una boa que se había comido un cocodrilo. Un enorme edificio abandonado en medio de los muelles, y un montón de gente vestida como si fuesen a la mismísima boda de la reina de inglaterra. La sheriff entornó los ojos y arrugó la nariz en una mueca.

- Esto apesta, lo mires por donde lo mires. - sugirió entre dientes a su acompañante, que parecía tan asombrado como ella. - Conozco este edificio. Es una vieja piscifactoría abandonada. ¿Qué demontre pueden querer hacer aquí estos...?- dejó la frase suspendida en el aire. Sabía que en cierto modo Oswald se sentía reflejado en esas personas, o al menos ese era su mayor deseo. Así que se decantó por hacer un extenuante y poco acostumbrado ejercicio de autocontrol. - vamos. - sugirió con un gruñido, adentrándose a grandes zancadas en el edificio. A pesar del discreto atuendo de Oswald, sabía que no podría evitar que la vaquera fuese armada. Había sido una de las condiciones, así que llevaba las pistoleras prendidas a los muslos, y el cinturón cargado de balas.

Las palabras que le llegaban empezaron a hacerle sospechar. Pensó que lo mas probable es que se tratara de peleas ilegales. No hacía tanto tiempo que se habían cancelado las peleas de monos. Así solían llamar a los enfrentamientos entre hombres de raza negra que pagaban los caciques. A menudo eran peleas a muertes, pero para los vencedores, aguardaba una vida con la que no eran capaces ni de soñar. Su expresión era seria, y su ceño estaba suavemente fruncido, ensombrecido por las sospechas.

Trataron de acercarse al panel. En él solo había nombres y unas cuantas rayas. Las personas se acercaban hacia un par de hombres que recogían el dinero e iban apuntando frenéticos en las libretas las cantidades de dinero y a quien pertenecían. Llegó a escuchar a una pareja cercana y se giró para mirarlos. Los conocía. Habían estado en la boda de su padre. Pero cuando les dijo qué apostaban, en lugar de nombre dieron un número. Aquello era sospechoso, como poco. Intentó aproximarse más, pero la marabunta lo hacía imposible.

- DAMAS Y CABALLEROS, LAS APUESTAS PARA EL ASALTO DE BULLHOG CONTRA MARSH ESTÁN CERRADAS. APROXÍMENSE A LA PISCINA NÚMERO 17 PARA COMPROBAR EL ESTADO DE SUS APUESTAS. - sugirió una voz que salía a través de algún tipo de sistema amplificador de mala calidad. Se inclinó hacia pingüino, cuando la marabunta se dispersó dirigiéndose al foso vacío que había hecho las veces de estanque contenedor para los peces. Ahora todos estaban vacíos.

- Esta gente es capaz de estar apostando en peleas ilegales. Vamos. Hay que acercarse a la piscina. - sugirió, aproximándose hasta ella. Mucha gente pasaba las que estaban vacías de largo. Pero no el sheriff. Observó los drenajes. Algunos de ellos aún tenían unas extrañas y grotescas manchas marrones. Sangre coagulada. Todo el lugar olía a desinfectante y a una peste propia de la muerte. Si alguna vez has entrado en un matadero, sabes reconocerlo enseguida.

Cuando fueron recortando las distancias, y por un instante, su cuerpo se detuvo y miró a lo lejos. Como amortiguado entre el ruido que producían los presentes, creyó escuchar sonidos. ¿Que eran, gruñidos? No esperó para averiguarlo. Llena de urgencia, continuó avanzando, dispuesta a abrirse pasos si hacía falta a codazos.

En el interior, la escena era dantesca. Dos hombres sujetaban a dos enormes perros con los ojos inyectados en sangre, sujetos de dos bozales. alterándolos con palis y ruidos fuertes. Las bestias ladraban y gruñían fuera de si. Los gritos lo ensordecían todo.

- PREPARADOS, LISTOS... ¡A PELEAR!- exclamó una voz, al tiempo que los operarios soltaban los bozales y los dos animales desesperados por vivir impactaban en un amalgama de quejidos, ladridos, dentelladas y jirones de piel, músculo y sangre.

El mafioso observó con una fascinación trágica lo que acontecía frente a él. No sentía el apego que otros tenían hacia los canes y menos aún a los felinos, pero sí reconocía que en general, los animales eran mejor y más grata compañía que la mayoría de las personas y aquél espectáculo era, de principio a fin, desde la concepción sola de su idea hasta la horrenda culminación, una abominación. Sintió una punzada en el pecho, igual que la que experimentó durante un viaje a México donde le invitaron a peleas ilegales de gallos. Aquéllas pobres y nobles criaturas, de brillante y colorido plumaje, de esbeltas figuras y porte majestuoso aún para un ave de corral, destrozándose mutuamente equipadas por sus captores con filos metálicos en sus garras, muchas veces sujetas de formas inhumanamente dolorosas. Oswald observó a su alrededor entonces, y se topó con lo mismo que ahora; Personas sin talento, sin piedad, personas que, aburridas de haberlo probado TODO en la vida, buscaban su divertimento en lo más grotesco, lo más inhumano, degradando a otros seres como la antesala de degradar a sus iguales después... risas, vítores, insultos... y un montón de basura bajo cada traje elegante. No se consideraba animalista, él consumía artículos de piel, y gustaba de ciertos platos de carne, pero era muy diferente cuando el fin de la tortura era simplemente el ocio a través de la crueldad, cuando un montón de ignorantes decidía menospreciar la belleza para su vulgar satisfacción.

Recordó haber comprado el recinto de peleas de gallos. Y también haber contratado a sus organizadores. Perdió muchos socios aquél día, pero nadie más volvió a invitarle a peleas de gallos cuando el recinto fue descubierto en llamas con sus organizadores dentro. La autopsia reveló después que ya estaban muertos, pues habían ingerido las mismas cuchillas que los pájaros muertos en las peleas vistieron en las patas hacía escasas horas. No se arrepentía de nada.

Mientras todo aquél torrente de imágenes invadía su memoria, una solitaria gota de sangre cayó sobre su mejilla. Sin dejar de observar, sacó un pañuelo y se la secó. Entonces recordó a la vaquera, y su mente salió del shock. Ella sí estaba unida a los mamíferos, y poseía un par de canes, para ella debía ser mucho más difícil digerir lo que estaba presenciando. Se volvió hacia ella, e instintivamente, aún sin saber cómo se encontraba, su garra apresó su mano. Sabía que era peligroso dejarla cerca de las pistoleras en una situación de tensión como esa, pero notó la tensión de la joven ir en aumento. Oswald volvió la mirada al ring y mostró su aserrada dentadura.

- No durará, querida... Lo prometo.

No iba a permitir que un negocio sucio y enfermizo como ese se impusiera. No en su ciudad.

Jamás.

Aunque su cuerpo estaba tenso como lo estaría el de cualquier vaquero antes de un duelo, su mente se había retraído de tal modo que su mera reacción consistía en un ligero temblor de los músculos. Sus ojos, al contrario que los de la mayoría estaban abiertos por completo en un síntoma que muchos denominarían atención cuando en realidad era Shock. Una neblina roja se instauró en su mirada, y los rostros comenzaron a desdibujarse entre las salpicaduras de sangre, los músculos colgando y las dentelladas. Los gritos, los gruñidos... los ladridos y quejidos. ¿No era todo el mismo sonido?

De algún modo retorcido observó a esos dos gladiadores en el interior de esa piscina cubierta de sangre coagulada, ahora salpicada de manchas nuevas sintiendo el horror palpitando a través de sus venas al ritmo en que su corazón bombeaba frenético en sus oídos. Sus manos se conviertieron en dos puños de nudillos blancos, pero el dolor pasó desapercibido.

Todos eran una sombra con cabeza, cuerpo y cuatro apéndices. Incapaz de determinar si eran brazos o patas, piernas o garras. Lo que sabía es que en ese escenario de abuso, había un amo y un esclavo. Había un abusador, y una víctima.

La garra del pingüino se dirigió a ella en el instante mismo en que su mano se destensaba, interceptándola a medio camino de donde su automatismo natural la había llevado, rumbo a una de sus armas. La frase apenas si la devolvió a la realidad. Entre el tumulto era tan sólo un eco lejano, una especie de soplo de razón enturbiada por la violencia, y el olor reconocible de la sangre. Sus ojos azules se clavaron en la figura desgajada en el suelo, con la que el animal vencedor se ensañaba tras una última ovación y varios quejidos.

- Desde luego que no...- su voz sonó entre un gruñido y un siseo. Aquellas cuatro palabras conseguirían erizar el vello del mafioso, no sólo por lo que impresionaba oírlas de una muchacha que hasta entonces y con él, siempre había sido jovial. Si no porque sería capaz de reconocerse en esas palabras. Esa voz... ese ansia de dolor.

Era igual que el suyo propio.

Con un gesto repentino, la mujer soltó su garra y comenzó a rodear al tumulto en torno a la piscina, sin perder de vista a los dos hombres que metían palos afilados para hacer que el perro que había sobrevivido soltara el cadáver de su contrincante, con el que continuaba ensañándose.

Su mente estaba rota.

Sus ojos se entrecerraron. El sufrimiento que le habían causado... todos iban a pagarlo. La masa se empujaba entre si, como si encontrara alguna satisfacción en asomarse para ver al caído. Ella se posicionó, y se abrió paso a codazos, sin importarle los gruñidos.

- ¡Eh, no empujen tanto! ¡QUE NO EMPUJ...!

Hubo un instante de confusión. Luego, otro instante de fascinación antes de que todo se llenara de gritos, cuando uno de los hombres que había portado los palos cayó al interior de la piscina sin que su compañero llegara a sujetarlo. El animal se retiró, asustado por el repentino miedo, pero luego el hombre se levanto... y sus miradas se cruzaron sólo un momento antes de que la bestia se abalanzara sobre él.

La vaquera se retiró de entre el tumulto conmocionado mientras todos se agrupaban como buitres sobre la carne muerta. Tenía un objetivo muy concreto. Los apostadores. Los de la pizarra. El hombre que hablaba con ellos, los de los palos, los que sacaban a las bestias de las jaulas...

Mientras sus manos temblaban, rumbo a sus pistoleras, en su mente se dibujó un hierro al fuego.

La quijada.