- Ah, ahí estás de nuevo. Tú, y tus horrorosos amiguitos...
El espejo roto que colgaba de una de las paredes de la vieja mansión le devolvía a Oswald un sombrío reflejo de su rostro en cada fragmento que separaban sus grietas. Aún visitaba en ocasiones aquélla gran casa en la que se crió, y que le vio crecer acompañado por sus pesadillas del pasado.
Lamentaba profundamente seguir viéndolas allí, bajo la superficie plateada y polvorienta enmarcada en una elaborada madera de roble, ya muy carcomida.
"¡NO!"
Alzó su paraguas y disparó al cristal, destruyendo la abominable imagen. Sabía que con ello no destruiría la pesadilla de su aspecto, pero sí se rebelaba contra la autocompasión. Oswald Chesterfield Cobblepot no era un monstruo, nunca lo fue. En el fondo de su ser sabía que la culpa era de los demás. Mamá siempre dijo que era un buen niño...
Caminando con cierto aire melancólico sobre los crujientes cristales, el Pingüino se dirigió a la oscura escalera que bajaba a la entrada. Aquél salón majestuoso ahora era una ruina; De las paredes colgaban jirones del viejo papel estampado que las decoraba, y aquéllos rincones que lo conservaban estaban cubiertos por los graffitis de los intrusos que invadían el lugar desde que fue embargado y abandonado por aquéllas ratas del estado. Cómo se atrevían... Cuando siguió su camino por el pasillo hasta la que fue la biblioteca de la casa, sintió la misma profunda decepción que le invadía cada vez que la visitaba; De los mejores momentos que recordaba en su infancia y juventud, pasaron leyendo tranquilamente en aquélla estancia, y ahora los estantes volcados y rotos, la basura, el hedor a orina y los restos de hogueras hechos con los pocos ejemplares que quedaban aún en los muebles, enterraban las aventuras, los hermosos versos, el romance, la filosofía que una vez fueron sus únicos amigos... a excepción de las aves.
Derrotado por la nostalgia, se dispuso a abandonar el edificio, cuando escuchó en la sala contigua al salón un ruido extraño. Acudió hacia allí para ver si se trataba de esos estúpidos graffiteros que manchaban la poca gloria que le quedaba a su hogar. Pero lo que encontró fue aún peor...
Un par de yonkis estaban inyectándose sentados en una butaca de piel estropeada. A juzgar por la cantidad de jeringuillas en el suelo, no eran los únicos habituales en aquélla habitación para esa espantosa actividad. Al verle, no pudieron evitar reírse.
-¿Os estáis divirtiendo, eh?
-Tío... Eres mazo feo, mucho más que en la tele...
-Anda colega, date el piro si no quieres tener problemas.
-Disculpen caballeros, pero los problemas...-Dio la vuelta a su paraguas y golpeó ligeramente el mango contra el suelo, haciendo emerger un filo de cuchillo de su punta. Lo sostuvo con ambas manos y se acercó lentamente con una siniestra sonrisa mostrando su aserrada dentadura a los dos hombres- los suelen tener aquéllos que entran en la propiedad ajena, ensucian mi casa, el honor de mi familia, y me insultan, ¡¡ELLOS SON LOS QUE VIENEN BUSCANDO PROBLEMAS Y LOS ACABAN ENCONTRANDO!!
Los dos tipos no tuvieron tiempo de gritar antes que sus gargantas fuesen cercenadas de un sablazo limpio, que también recortó la cortina de terciopelo raída que había tras la butaca. Al caer la tela, un espejo aún limpio reflejó la imagen del Pingüino riendo sádicamente con su paraguas cubierto de sangre. Al contemplarlo, Oswald le dio un puñetazo destruyéndolo e hiriendo su garra.
- La culpa fue de ellos... Siempre fue de ellos.
La débil luz del atardecer de Gotham recortó la extraña silueta de uno de sus criminales más conocidos, mientras éste abandonaba su hogar, huyendo una vez más de su pasado, tal vez incluso de su presente.