[Minievento] El Áquila de Prometeo: 28/02/2019 (Gaghiel Metallium, Chloe Arquero, Daredevil, Savage, Bob (Deadpool))

La buena mujer estaba desorientada. Su vida ya estaba lo suficientemente patas arriba, pero siempre había sitio para más desastres, más problemas. Aquel joven parecía un cliente, no alguien de la empresa hotelera. Sus ojos se desviaron hacia la puerta, esperando que en cualquier momento entrase el jefe a buscar al cliente perdido. Pero no, no vino. Encima, cuando Savage mencionó a su hijo, la mujer volvió a descomponerse. Su rostro se agrietó, las lágrimas fluyeron en torrente y se llevó la mano a la boca. Quizá no tuviera un B1 de inglés, pero tanto tiempo bregando con extranjeros le habían dado las nociones de inglés suficientes para entenderle, que no para expresarse.

─ ¿Mi hijo? ¿De verdad?

Su cansado corazón se había llevado muchas desilusiones, y no estaba preparado para más. La opresión del pecho la ahogaba, pero siguió a aquel mensajero de los cielos, obediente. Los gritos de Valentino se habían acallado, aunque seguía golpeando la puerta rítmicamente. Se apartó de ella cuando Savage introdujo la llave, y se fusionó en un tierno abrazo con su madre donde los dos se echaron a llorar. Hablaron entre ellos en un italiano acelerado, mirándose a los ojos. La mujer solo se apartó del chico para acariciarle las mejillas, contemplar que no era todo un sueño, y que el chico estaba bien. Él solo buscaba cobijo en sus brazos. La escena podría haber durado más de  no ser por la intromisión de Savage.

La madre buscó una explicación en los ojos de Valentino, pero no estaba en su caracter ni ánimo la intención de regañarle. Ahora que estaba a su lado, todo lo demás le daba igual. Sabía que nada de lo que dijera podía ser malo. Volvió a llevarse la mano al pecho, que sentía a punto de estallar por la emoción. Con una mirada, Valentino le pidió permiso a Savage para sentarla en el borde de la cama. El chico se sentó a su lado.

─ ¿De qué está hablando, Valentino, hijo mío? ¿No te llevarán otra vez, verdad? Por que si es así, mi corazón no lo aguantaría…

─ Tranquila, mamá. No voy a volver. Tranquila -Valentino tomó las manos de su madre entre las suyas para besárselas - Tú tenías razón, mamá. Siempre la has tenido. No me llevaron con ellos porque fueras mala. Nunca has sido mala… -la voz se le quebró al ver que el llanto de su madre se redoblaba. La abrazó hasta que se le pasó un poco -Es por lo que soy. Por haber nacido especial. Hay más como yo…

─ Ya me lo contó Emi, cariño. Me dijo que eran los únicos que podían cuidar bien de vosotros…

─ ¡Pues no así! -la afirmación le hizo apretar los puños -. No nos cuidan, nos utilizan. ¡Me han tenido vendiendo droga en la calle, mamá! -la mujer ahogó un grito con la mano -Pero tranquila, este chico me ayudó a escapar. Emi también está ayudándome…

─ ¿Tu las has probado? ¿Te han drogado, hijo?

─ No, mamá. Yo no he tomado nada. Pero tienes que decirnos dónde está Emi. ¿Has hablado con ella hoy? -la mujer asintió con la cabeza -¿Dónde está? Tranquila…

La mujer se detuvo un momento a respirar a petición de su hijo. Tardó casi un minuto en recuperarse, sin soltar las manos del chico. Ahora que había conseguido dar con él, no pensaba soltarlo por nada del mundo.

─ Cuando termina su turno se va. Por la tarde es cuando va al centro donde te tenían…

El chico se mordió el labio, volviéndose hacia Savage con rostro mortecino.

─ ¿Sabes lo que eso significa, verdad?

El análisis de Gaghiel le permite contabilizar las entradas y salidas del sitio, asegurándose una vía de escape en caso de que fuera necesario. Siguiendo la ruta que podría coger un vehículo para salir de allí, al final de la calle, varado en la acera, había un vehículo conocido, que se había parado en la puerta trasera del hotel para recoger a cierta chica de pelo azul. Desde esa distancia era difícil contemplar los detalles: si era la misma matrícula, si había alguien dentro...

Todos los trabajadores se habían quedado anonadados con la potencia de su voz y prorrumpieron en un sonoro aplauso cuando acabó la canción. Uno de ellos hasta silbó. No todos los días se tiene un concierto acústico en mitad de la faena. El mismo camarero que la atendió de primeras fue el que habló después de que el aplauso se ahogase hasta desaparecer:

─ ¡Con esa voz, se te va a quedar pequeña la opera! Bueno, pues has tenido suerte, porque andando podrá llegar. Solo tiene que…

El camarero le indicó el camino con pelos y señales, acompañando su explicación con amplias gesticulaciones. Los porteadores, dando por terminada la sesión de trabajo y de espectáculo, saludaron con un gesto de las gorras hacia el grupo que quedó atrás, subiéndose a la cabina del camión para emprender la marcha, ya con todos los papeles firmados y comprobados.

Fue la madre del chico, Valentina, la que de pronto adquirió valor y se plantó delante de su hijo, estrechándolo entre sus brazos con fuerza y dirigiéndole una mirada furibunda y desafiante a Savage.

─ ¡No! ¡No dejaré que mi chico vuelva allí! Sacaré dos billetes de tren, o de autobus, de lo que sea. Nos iremos a Austria, a Alemania, a España. ¡A Estados Unidos si es necesario! ¡Pero no volverán a arrebatarme a mi hijo!

Valentino suplicó ayuda en silencio, sintiendo que el amor de su madre le estaba asfixiando. Cuando volvió a quedar libre, se frotó la garganta, tranquilizando a su progenitora una vez más, que no paraba de farfullar los posibles destinos, los ahorros que tenía y que podía aprovechar, los nombres de gente a quienes les podía pedir dinero prestado para su huida. Con la mano en el hombro, el muchacho la empujó con delicadeza para que se sentase de nuevo, sin perder el contacto con ella para que no volviera a saltar como antes.

─ Me importan lo suficiente para pedir ayuda, pero no para regresar. Sé que ellos harían lo mismo. Además, llevan un fuerte control de la gente que nace como yo. Les siguen. Creo que están metidos en los organismos públicos. Algo así no funcionaría…

Se hizo el silencio, tan profundo que podía escucharse la mente del chico farfullar pensamientos buscando una conexión.

─ Pero… no, espera. Es buena idea. Ya se han dado casos de gente que al probar la droga se ha desvelado que es uno de nosotros. Y se han presentado en el centro para que Emi se “encargase” de él. Podríamos fingir que es otro caso…

Le daría a Savage un tiempo valioso y escaso para actuar, pero al final, todo dependería de la práctica, y no de la teoría. Valentino tuvo que tranquilizar a su madre de nuevo, porque la sola idea de verse obligada a separarse de él, sabiendo que estaría de nuevo pisando ese lugar, la desquiciaba. El chico tardaría un rato en calmarla, pero mientras le veía tratar a su madre con delicadeza y paciencia, quedaba claro que estaba dispuesto. O al menos, así se lo dejaba claro a su madre con palabras cargadas de miel, metiéndole en la cabeza que no correría peligro, que todo iría bien. Cuando por fin la mujer volvió a guardar silencio, Valentino se dirigió una vez más a Savage:

─ Pues en eso quedamos. No quiero perder más tiempo. Vayamos cuanto antes, salgamos pronto de allí y deja que después me vaya. Si veo que la cosa se complica… me marcharé. Haré caso a mi madre y desapareceremos del mapa.

La chica escuchaba atentamente a Robert, con los ojos bien abiertos y el puño bajo la barbilla, lo cuál le daba un aire a la célebre estatua de “El Pensador”. La sonrisa también era imperturbable, como tallada en piedra. No asentía, no decía nada. Solo esperaba a que Robert llegase a guardar silencio tres segundos. Cuando llegó ese momento, la interrogadora emitió un profundo suspiro de resignación y se levantó. Con las manos entrelazadas a la espalda, dio un par de pasos frente a su cautivo, dándole la espalda. Se estaba pensando muy bien sus palabras. O solo estaba mirando la habitación, como si fuera la primera vez que entraba. Levantó la cabeza y clavó sus ojos en la lámpara.

─ Ajá. ¿No dijo nada más?

Siguió sin mirar directamente a Robert. Su mirada vagó por las ataduras hasta las patas de la cama. Parecía estar haciendo un inventario de todo.

La despedida fue breve. A través de la pequeña cortina de humo del cigarrillo, Gaghiel podía disfrutar en primicia, y gracias a su puesto de observación privilegiado, de los movimientos que hacían los dos camareros fuera. Presos de la pereza, perdieron el tiempo fuera, charlando entre ellos con su musical acento. De no ser porque alguien les llamó desde dentro del local, podrían haberse quedado allí las horas muertas. Con claro gesto de fastidio, apagaron los cigarrillos en una maceta cercana, y entraron arrastrando los pies. Después de diez minutos, aquella entrada estaba despejada, no salió ni entró nadie más. El trajín de trabajo se podía seguir, mientras tanto, a través del fluido movimientos de siluetas por una ventana.

No sería hasta pasado un cuarto de hora que el movimiento se convertiría en algo más que una silueta en la ventana. El coche que protagonizó el secuestro esa misma mañana anunció que se marchaba con el ronroneo del motor, y pasó delante de Gaghiel incorporándose al tráfico que empezaba aglutinarse. Los cristales tintados impedían ver a quienes había dentro, y se perdió calle abajo a velocidad constante, pero tranquila.

Valentino tuvo tiempo para darle a su madre un beso en la mejilla, y susurrarle algo al oído. Todo el arrojo que había conseguido reunir, toda la fuerza, se le fue en cuanto estuvo otra vez ante el inmenso edificio que hacía las veces de Centro de Menores, y que se alzaba como un león con la boca abierta. Los viajes de un sitio a otro por la ciudad le habían enverdecido el rostro y revuelto el estómago, pero esos síntomas huyeron también y le dejaron solo ante el peligro, blanco como un fantasma. Tardó bastante en reaccionar, tragando saliva. Recordándose una y otra vez que no tenían otra forma de hacer aquello. Que sería un último sacrificio. Los agentes que antes habían reducido ya no estaban allí. Ni siquiera quedaba un solo resto de las ataduras que Savage había usado para detenerles.

Con paso tambaleante y robótico, el chico recorrió la eterna distancia que lo separaba, cerciorándose de que Savage le seguía. Le temblaba el brazo violentamente cuando lo levantó para llamar. No tardaron ni medio segundo en responder. Un hombre alto, de pelo espeso y castaño, con gafas grandes les dió la bienvenida.

─ ¡Chico! -pronunciaba todas las sílabas en el mismo tono. Le estudió de arriba a abajo, sin variar su expresión -Estás bien. ¿Tu amigo?

Su presencia tampoco le hizo mostrar un leve atisbo de sorpresa.

─ Es de los nuestros.

Valentino apenas podía levantar la voz más allá de un levísimo susurro. Con todo, el anfitrión le entendió. Examinó a Savage, con esos ojos que parecían pozos oscuros sin fondo ni esperanza de salir de ellos durante largo rato. Suponiendo que el análisis le dejó satisfecho, se hizo a un lado para dejarles pasar.

El interior estaba bien iluminado por la luz que entraba por las ventanas. La entrada era un pasillo en cuyo final había unas escaleras que ascendía al siguiente piso, y a su lado un ascensor para los que no podían ascender por los escalones empinados. Una temblorosa raya roja ascendía por la pared, pintada por una mano infantil. Sobre ella, había múltiples retratos, algunos en blanco y negro, otros a color. En todos se veían niños de edades variadas, sin llegar a la mayoría. Algunos rostros se repetían. En algún punto de la planta baja se escucharon a algunos niños riéndose, y a una voz más madura explicando algo relacionado con números, pero sus voces llegaban amortiguadas.

Un sonoro portazo provocó un respingo en Valentino, que se giró a tiempo de ver al anfitrión parado ante la puerta, obstaculizando la salida con los brazos a la espalda.

─ Seguidme. Os llevaré a la sala de espera. Avisaré a la señorita Rawlings…

En cuanto Robert respondió, la chica arrugó la nariz como si estuviera oliendo algo desagradable, soltando un bufido. Tras su máscara, un leve destello de furia acudió a sus ojos. Movió los labios sin emitir un solo sonido. Fuera lo que fuera lo que había dicho, desde luego no era un piropo. Un leve temblor se había apoderado de sus piernas, de rabia contenida. Si algo se escuchaba de ella, era la respiración, el ruido que hacía al aspirar grandes cantidades de aire por la nariz, y que cada vez era más fuerte. El ceño fruncido anticipaba que no iba a aguantar mucho más. De pronto, parecía mucho más mayor de lo que realmente era, como si la hubiera poseído algo que hubiera cambiado sus facciones. La humanidad de antes se había esfumado por completo, contemplando a Robert como si no fuera más que una piedrecita en el zapato, a punto de darle la patada para arrojarlo a una cuneta. Los ojos rojos ya le estaban despiezando, y su mano empezó a moverse cuando llamaron a la puerte de repente.

─ Señorita. ¿Puedo?

─ Pasa -dijo ella sin apartar la mirada de Robert, pero totalmente paralizada.

Alguien asomó la cabeza por el resquicio de la puerta entreabierta. Robert podía distinguir las gafas enormes, el pelo tupido, la cara de snob en general.

─ Hijo pródigo y compañía.

La chica se volvió como un relámpago, dando unas zancadas para hablar con el snob. Si Robert aguzaba el oído, hacía un esfuerzo mínimo para escucharles, podía entender lo que decían:

─ ¿Y por qué no te encargas tu? Es tu trabajo.

─ Porque detecto que es un mutante, señorita. Sería interesante que los viera y emitiera un veredicto. Tanto para el traidor, como para el nuevo.

Ambos guardaron silencio un instante antes de que la chica tomase una decisión. Con una señal, mandó al snob volver a su puesto.

─ Vamos a tener que hacer una pausa por ahora -fue la única explicación que le dio a Robert antes de seguir al otro chico, y dejarle solo en la habitación.




Valentino no podía estarse quieto. Iba de un lado para otro, registrando hasta la más mínima sombra por el rabillo del ojo. Giraba sobre sí mismo como si hubiera detectado algo a su espalda. Era como ver atrapado a un ratón en una ratonera.

─ Oye… ¿sabías que las personas sordas oyen en otro espectro sonoro?

Lo dijo con un forzado tono casual, muy muy abrupto, insistiendo a Savage con la mirada.

─ Si, ya sabes. En otro espectro sonoro -esta vez, levantó las cejas con cada palabra, poniéndoles acento.

Algo se abrió paso en la mente dual de Savage, como una caricia inexperta de un amante nervioso. Fue como dejar una ventana abierta y que se colase una brizna de aire por la ventana. Una brizna de aire que dejaba un sabor ácido adherido al paladar. Valentino asintió con un gesto. Vocalizó algo: “He sido yo”. Si Savage se fijaba en los detalles, las manchas de los ojos de Valentino habían crecido un poco, invadiendo más área del iris.

Si iba a decir algo más, tuvo que reprimirse. El chico que les recibió antes llamó una sola vez con los nudillos antes de entrar. Le seguía de cerca una chica que, si era mayor de edad, apenas se le notaba, vestida además con un uniforme escolar. Los ojos rojos sonrieron en cálida señal de bienvenida a Savage, pero se enfriaron en cuanto se posaron sobre Valentino. De pronto, éste había perdido todo el color. Ni siquiera fue capaz de tragar saliva al verla entrar. Bajó la vista al suelo, como queriendo fusionarse con él.

─ Hola, bienvenido al Centro de Menores. Soy Rawlings, ¿qué tal? -la chica le tendió la mano a Savage. En la palma tenía unas manchas diminutas de lo que parecía granitos de purpurina, muy escasos.

El que les recibió se había quedado atrás, custodiando la puerta con las manos entrelazadas en el regazo. Parecía más un mayordomo que otra cosa, sin perderse detalle de los movimientos de Rawlings.




No todos los puentes de Roma son famosos, ni aptos para el público, incluso a horas diurnas. Gaghiel pudo seguir sin problemas el coche, pero en un momento dado, pudo pensar que no era la única en llevar a cabo esa operación. Algo más se movía por la ciudad, y ahora que estaba desde las alturas, era capaz de detectarlo mucho más allá de una leve intuición. Durante su “paseo” vio algo más moverse a su misma altura. Fue un leve atisbo, pero lo bastante corpóreo para saber que no era una ilusión. Fuera lo que fuera, quedó fuera de su campo de visión tras la primera aparición. El coche se desvió por calles estrechas, dio varios rodeos, pero acabó en uno de esos puentes utilitarios sobre el Tiber, bastante lejos de las zonas dedicadas al turismo y mucho más cerca de los barrios marginales donde nadie iba a ser testigo de nada porque bastante tenían con lo sobrevivir al día a día en un trabajo mal pagado.

La ribera del río se había adornado con un paseo alfombrado en madera, que solo visitaban los grafiteros y los jóvenes de ociosa vida nocturna, sumergiéndose en un recoveco bajo el inicio de un puente. Al vehículo le dio igual que aquello fuera una zona peatonal. Pero a ese coche, y a muchos otros, a juzgar por las rodadas en la tierra. Allí, los edificios se acababan, y Gaghiel estaría obligada a seguir su trayecto a ras de suelo.

Aparcaron en una zona oculta de la vista por las hierbas descuidadas, una depresión en el terreno. Descendieron dos hombres, el conductor y el copiloto, ambos vestidos con trajes impolutos y elegantes, y gafas de sol de marca para cada uno, con pinganillo a juego en la oreja. Abrieron el maletero juntos, y sacaron a una chica de pelo azul, ya sin pluma roja en el pelo, y con moratones hasta donde alcanzaba la vista. Estaba atada de pies y manos, y el que parecía más fuerte de los dos, marcando músculo donde la anatomía dictaba que no debería haberlo, cargó con ella al hombro como si fuera un saco de patatas. La chica no se movía, ni siquiera parecía respirar. ¿Habría llegado Gaghiel demasiado tarde?

Ni las palabras de Savage parecieron afectar al muchacho, ni el plantón de manos a la señorita Rawlings. Ésta se quedó mirando a Valentino esperando una explicación que nunca llegó, porque el chico había descubierto lo interesante que eran sus zapatos, y no tenía intención de levantar la vista. Si nadie lo impedía, lo más seguro era que acabase fusionándose con el suelo.

Rawlings pareció darse por vencida con él, tomando asiento frente a frente de Savage con gracilidad femenina de otro tiempo. Su roce no dejaba rastro de las partículas plateadas que antes le había visto nuestro héroe en las manos.

─ Bueno, esto es un centro de menores. Claro que tenemos camas y comida. Pero no es para el primero que venga a pedirlo, hay que cumplir una serie de requisitos… Nico -se interrumpió Rawlings fijándose en el chico que había recibido a Valentino y a Savage en la puerta, y que seguía allí de pie -¿por qué no subes arriba para echarle una ayuda al nuevo?

Si aguzaba el oído, Savage podría denotar una nota fría asomándose por entre el tono de la chica. Hasta que el tal Nico no se fue, la sala no recuperó la respiración, que había aguantado como si estuviera viva. Rawlings no volvió a mirar a Savage, sino que volvió a dejar caer sus ojos rojos sobre Valentino.

─ Valentino, ¿dónde has encontrado a este chico y qué le has contado?

─ No mucho, Art...señorita Rawlings -los temblores que su cuerpo refrenaba con un esfuerzo monumental emergieron en su voz en forma de gallos y altibajos chirriantes -Anoche tuvo una reacción y le atendí. Es… es como nosotros… así que pensé que lo mejor sería que lo vieséis usted misma, que seguro que os explicais mejor que yo…

Rawlings dejó escapar un profundo suspiro. Mientras el chico intentaba explicarse, la misma voz de Valentino que antes se había proyectado en la mente de Savage volvía a invadirla, algo más fuerte que antes pero aún sin confianza en sí misma:

«Intentaré ser rápido: esto va en una sola dirección. Te puedo hablar, pero no escuchar, no puedo leer la mente. Y me cuesta concentrarme en hablar en voz alta y retransmitirte a la vez. El caso: ella es la jefa de este sitio. La ama y señora. Y es peligrosa, pero no creo que vaya a hacerte nada si considera que eres… un recurso más .»

La señorita Rawlings parpadeó un par de veces, asombrada. Evidentemente, ella no había podido escuchar la voz interna de Valentino.

─ ¡Vaya! Pero estas cosas no funcionan así, Valentino. Tenemos unos protocolos. Le damos hogar a los desamparados, a los que no tienen familias, o no pueden ocuparse de ellos. ¿Cómo decías que te llamabas…? -volvió a dirigirse a Savage.

Rawlings se quedó mirando durante largo rato a “Lee”. Esos ojos rojos parecían ser capaces de excavar por sí solos en el interior del chico. Si leyó algo o no, la expresión de la chica no cambió, así que era difícil de saber. De todas formas, acabó por levantarse, aplanándose la falda con ambas manos con gesto delicado. Señaló con una de ellas hacia la puerta:

─ Deja que te enseñe esto, entonces. Luego, si quieres, puedes contarme tu situación.

Hizo especial hincapié en eso último, y espero a que los dos chicos salieran para imitarles. Valentino no dio ni un paso desde que salió al pasillo, esperando a que fuera ella quien iniciase la marcha. Su rostro cambiaba de color cada vez que ella se acercaba o se adentraban más en el primer piso. Rawlings llamó a la puerta de la habitación más cercana, y alguien al otro lado le dio permiso para pasar. Asomó la cabeza antes de darles vía libre para entrar.

Las miradas de un grupo de seis niños se clavaron en ellos. Sentados en el suelo, rodeados por estanterías y libros, habían estado escuchando la explicación de la profesora. Sus edades iban desde los seis hasta los trece años, y todos llevaban ropas cómodas. La profesora era, cuanto menos, llamativa. Vestida de negro y con el pelo largo y rosa, tenía un libro entre las manos, apoyada más que sentada sobre la mesa que encabezaba la estancia, subida a una tarima.

─ ¡Rawlings! -saludó la chica del pelo rosa -. ¡Hombre, Valentino! ¡Ya era hora! Estaba a punto de darte por suspendido.

Podría ser difícil de digerir que la chica que supuestamente era la profesora de Valentino pareciera tener la misma edad que él. Con ella, el chico si se atrevió a levantar la vista y cruzarla con ella. Incluso le dedicó un gesto, dibujando un círculo con el dedo, como posponiendo algo. La tal April asintió, y acabó por dirigirse a “Lee”, descendiendo para saludarle tendiendole la mano y con una sonrisa encantadora.

─ ¡Hola! Soy April, es un placer.

«Es amiga», resonó la voz de Valentino en la cabeza de Savage.



La ráfaga de viento tambaleó a los dos hombres, que no tenían que ser muy listos para sumar dos y dos para saber que eran cuatro.

Dos: les habían pillado con las manos en la masa; dos: la repentina corriente de aire venía de ella y fue demasiado repentina; cuatro: amenaza en ciernes. Sin perder el tiempo en explicaciones, el que cargaba con la chica la dejó en el suelo y ambos fueron a refugiarse detrás del motor del coche, desde donde podían disparar a gusto. Abrieron fuego contra Gaghiel casi a la par, y cuando las detonaciones se detuvieron, a los oídos de Gaghiel llegó perfectamente la voz de uno de ellos hablándole a la nada. O más bien, a su pinganillo:

─ ¡Nos atacan! ¡Necesitamos refuerzos! ¡Parece un agente de Rawlings!

Ni uno ni otro parecieron ser capaces de acertar un solo tiro.

#Dado 1: Tirador 1
#Dado 2: Tirador 2

Los niños habían cerrado el corro para cuchichear entre ellos, todas las miradas pendientes del chico nuevo. Eran muy diferentes entre sí, pero todos estaban presentables. En los más jóvenes no se notaba, pero en los mayores, pepitas rojas les salpicaban los iris. Exactamente igual que le pasaba a Valentino, ahora que Savage podía fijarse con más detalle. La tonalidad era tan fuerte como la de los ojos de Rawlings y de April, que no parecían avergonzarse en absoluto por su particularidad.

─ ¡Que nombre tan bonito! Es inglés, creo -April extendió las manos entre los dos, con las palmas hacia el cielo -Pon tus manos sobre las mías.

─ April, acaba de llegar -dijo Rawlings, que se había quedado algo rezagada. Su voz provocó un repentino silencio en la sala, y el fingido tono animado no le sirvió para nada.

La chica del pelo rosa emitió un falso puchero, con mohín incluido. A Valentino y a los otros niños se les escapó una risilla, y todos recuperaron la respiración gracias a su simpático gesto. Hasta Rawlings dio su brazo a torcer.

─ Va, va. ¡Te prometo que no muerdo! -le acabó guiñando un ojo.

“Lee las capacidades. Sabrá si eres de los nuestros o no. Bueno, también lee otras cosas, como la personalidad y el futuro, pero en líneas bastantes generales. Ya le he contado de qué va todo esto.”, resonó la voz mental de Valentino en la cabeza de Savage.

April se removía en el sitio, girando media cadera a un lado y a otro para que la falda ondulase y sin perder la sonrisa, con las manos tendidas hacia el invitado.

April tenía las manos muy suaves. Entreabrió un ojo un momento antes de concentrarse en la lectura para hacer un apunte en un susurro:

─ Soy medio rusa. ¡Y ahora cierra los ojos!

También tenía una risa cantarina. Se quedó quieta en cuanto “Lee” le puso las manos encima. Enseguida notó un cosquilleo, un leve soplo de aire o una chispa recorriéndole la palma de la mano, escalando por su brazo hasta llegar a lo más profundo de su mente. No era la misma sensación que cuando Valentino le hablaba. Era más suave, nada invasiva.

─ Sé que hace cosquillas, pero no te rías o me reiré yo también -le costaba mantenerse seria. Debía de estar sintiendo lo mismo. Guardó silencio un instante antes de seguir, esta vez, con cierto tono musical, como si más que hablar, estuviera cantando -Veamos… ¡Mira cuánto talento tienes! Estás deseando sacarlo a la luz…

─ ¿Es de los nuestros entonces? -interrumpió Rawlings.

April chasqueó la lengua con fastidio.

─ ¡Rawlings, por favor, ten paciencia! La gente es algo más que un poder. Deja que le conozca un poco.

Era un auténtico contraste cómo se dirigía April a la supuesta jefa en comparación a Valentino. Ella no parecía tenerle miedo, o por lo menos, no la trataba con la deferencia temerosa con la que lo hacía Valentino. Cuando volvió a concentrarse, las chispitas volvieron a ponerle el vello de punta.

─ ¡Oh, por favor! Porque sé que te sentirías violento, si no, te daría un abrazo. ¡Se te ve tan cómodo cuando tienes confianza en alguien! Los vínculos te fortalecen. Crees en ellos. ¡Eres del arcano de la Luna! ¡Es de mis arcanos favoritos! ¡Es tan ge…!

April se detuvo a mitad de frase y le cambió la cara por completo. Su rostro perdió todo el color.

─ ¿Pero qué…? -apretó los labios antes de decir nada más y apartó las manos -. Tiene algo, Rawlings, pero no lo capto bien del todo. Hay demasiada gente, me están llegando otras señales. ¿Podrías dejarnos a solas, por favor? ¡Y vosotros, pequeños cotillas! -se dirigió al grupo de estudiantes que contemplaban atónitos la escena -¿Qué hacéis aquí todavia? ¡Aprovechad que me he despistado para escaquearos de clase! ¡Venga, venga, venga!

Con un gesto, fingió que les echaba del aula. Ellos mismos captaron la indirecta y se fueron a la carrera, cerrando la puerta tras de sí. Rawlings tenía su mirada roja clavada en la chica.

─ ¿Me estás echando, April?

─ No exactamente. Solo te pido espacio. Me llega tu aura con demasiada fuerza.

Se mantuvo un rato callada hasta que por fin, Rawlings dio su brazo a torcer con un profundo suspiro.

─ Muy bien. Esperaré fuera. Valentino, ven conmigo. Aprovecharemos para tener una charla.

La nuez de Valentino subió y bajó entre temblores por su garganta. El pánico se reflejó en su mirada, pidiendo auxilio en silencio a los dos chicos que tendría que dejar atrás. Sin embargo, April movió los labios sin emitir ningún sonido, y eso pareció convencerle. Antes de marcharse, proyecto un pensamiento sobre la mente de Savage:

«Si sales y no estoy, dile a mi madre que la quiero… Y sálvalos, por favor. Sálvalos a todos.»

Ante la incesante lluvia de balas y piedras, los dos matones se vieron obligados a resguardarse en el coche. Sus voces quedaron ahogadas por la carrocería, subiéndose al vehículo y arrancando rápidamente para alejarse de allí, olvidándose de la chica cautiva y de su atacante. Los neumáticos chirriaron y levantaron polvo y barro en su huida, y empezó a alejarse en dirección contraria.



April se retiró asustada, mirando al chico de hito en hito.

─ ¡No hace falta que me hables así! -se frotó la muñeca. Bajó el tono de voz hasta convertirlo en un susurro y se acercó a él para que no tuviera dificultades para escucharla -Estoy con Valentino. Rawlings está forzando a la gente normal a tener nuestra maldición. ¡No es justo! ¿Has visto a los chicos a los que les estaba dando clase? La mitad de ellos no tendrían que estar aquí. Sus familias son normales, tienen sus dificultades para llegar a fin de mes, claro, pero… les arrebataron a sus hijos alegando que no cuidaban bien de ellos. Les dio algo para que desarrollasen capacidades parecidas a las nuestras.

Se retiró, dándole la espalda y alejándose un par de pasos hasta el extremo de la habitación. April miró en derredor, parándose unas milésimas de segundo en los dibujos de algunos críos, con una sonrisa cargada de pena.

─ Ninguno de esos niños se merecen esto. Vivir aquí. Rawlings no se entera de que los tiempos han cambiado. Al menos, ya no mata a las familias, como hizo con mi padre…

Suspiró. Parecía haber tomado una decisión. Regresó con pasos agigantados junto a Savage y le tomó de las manos, entrecruzando los dedos:

─ He visto que no estás solo. Tienes algo vivo en ti, con personalidad distinta. Tienes más posibilidades que nadie para deshacer el plan de Rawlings. Después de todo, fue alguien como tú quién hundió su imperio hace años. La conocí en persona, y tenía un brillo muy parecido al tuyo en los ojos. Así que tienes todo mi apoyo, y el de Valentino -se llevó  la mano al pecho para remarcarlo -¿Tienes algún plan entonces? Valentino me mencionó algo de que tenías un plan.

Con un gesto de la mano, April le quitó importancia al asunto.

─ No te preocupes, todos vivimos en tensión.  -se acercó a la puerta y pegó la oreja a la hoja, escuchando durante un segundo exacto lo que sucedía al otro lado. El hombro sobre el que se posa la mano de Savage tiembla cuando la chica sofocó una risa ahogada -¿Una adolescente? ¿De verdad crees que alguno de los que vivimos aquí tenemos la edad que aparentamos? Rawlings tiene más de un siglo de edad. Posiblemente sea la más vieja que existe en este edificio. Y yo tengo más de treinta años. Pero me halagas.

Le miró enternecida mientras el chico le explicaba su plan, asintiendo con un delicado gruñido para hacerle saber que tenía toda su atención.

─ Me imagino que la droga la guardan en el sótano. Es donde vive Art...Rawlings -se corrigió enseguida con una tosecilla -Nadie puede entrar ahí abajo, y está cerrada como si fuera la entrada a un reactor nuclear. Es su laboratorio. No pienses en un laboratorio científico. Rawlings es alquimista. Así que si, puedo ayudar a los niños a salir, pero… si me permites un consejo…

April tomó las manos del muchacho entre las suyas, suplicándole con la mirada.

─ No te enfrentes a ella. Nunca está sola, siempre va con Nicómedes. No podrás hacerle daño mientras estén cerca el uno del otro. Destruye el laboratorio y ven con nosotros. Huye para luchar otro día.

Una sombra cruzó por su expresión cuando Savage se interesó por su “predecesor”.

─ Nunca he dicho que fuera un chico, para empezar -suspiró -La organización antes la llevaba el matrimonio Flamel. Acogían a todos los chicos que nacían con poderes así. Pero empezaron a haber episodios de corrupción, niños que adquirían poderes de forma artificial, a los que separaban de sus padres asesinando a sus familias para que no tuvieran más sitio al que ir que no fueran los centros como éste… -esbozó una amarga sonrisa -Anda. Justo en el punto en el que estamos ahora…
» Varios miembros de la organización se rebelaron. Hubo víctimas inocentes, bajas y traiciones en los dos bandos… Fueron muchos los que se unieron a la causa rebelde, pero solo el nombre de uno de ellos no se puede pronunciar bajo el mismo techo que Rawlings. Porque era su mano derecha. La conocía tan bien que por eso fue capaz de malherirla, sobrepasarla e ir a por Flamel. No hubo método, táctica ni plan. Simplemente tenía la capacidades adecuadas para vencerla. Era una invocadora, después de todo…
» Así que, en resumidas cuentas, no tenemos más guía que nuestro corazón. Y tú tienes dos. Seguro que lo conseguimos -dijo con confianza -Bueno, si quieres, haz la cuenta hacia atrás. Cómo Rawlings está hablando con Valentino, me llevaré a los niños en silencio con al excusa de que es una excursión. Seguramente estén en el piso de arriba. Al otro lado de la puerta no se oye nada.



En los brazos de Gaghiel, la pobre chica parecía estar hecha de cristal. Los moratones parecían más graves la primera vez que la vió cuando la bajaron del coche, y ahora desde su regazo, parecían tener días y estar en pleno proceso de desaparecer del todo. Su pecho subía y bajaba con normalidad al ritmo de su respiración acompasada, y mantenía un pulso igual de constante y normal. Cuando el ronroneo del motor quedó olvidado en la distancia, los párpados de la chica se fruncieron y acabó abriendo el telón a dos iris rojos de mirada desenfocada que trataban de hacerse una idea de dónde habían ido a parar.

─ ¿De verdad vais a seguir intentándolo? -la voz le sonaba rasposa y hueca, desganada. Pero conforme seguía hablando parecía ir recobrando las fuerzas. Hasta se atrevió a esbozar una media sonrisa cargada de prepotencia - Si os he contado la verdad en cuanto me habéis quitado la capucha. Esa remesa no es de Rawlings, es de Valentino…

El silencio se resquebrajó en dos y rozó contra sí mismo como una placa tectónica antes de provocar un terremoto de fuerza nueve. April se había convertido en una estatua de mármol, inmóvil, inexpresiva y pálida, cuando el nombre surgió de los labios del chico con naturalidad. Cuando esas dos palabras malditas allí se perdieron en el aire, April empezó a chistarle, enloquecida, mirando hacia la puerta, hacia las ventanas, hacia el piso superior… hasta que le puso un dedo en los labios, aunque ya fuera demasiado tarde.

─ ¡No! ¡No lo digas! ¡Como nos haya oído Rawlings…! -apartó el dedo y pidió disculpas entre susurros -Perdona, es que… creeme, no es agradable. La enloquece. Y le da igual que la persona que lo haya dicho sea amigo o enemigo para ella. Tu procura no… no repetirlo -tragó saliva y dejó escapar un suspiro -Si, era “ella”. Si salimos de aquí, te contaré todo lo que quieras, pero si nos alejamos, por lo menos… mil kilómetros… -se rió con apuro. Se sentía mal por haber actuado así. Después de todo, el chico solo sabía lo que ella le contaba. No parecía que Valentino le hubiera puesto al tanto de todo.

Asintió y se preparó para lo que había que hacer. Asintió, concentrándose. Contó hasta tres con la mano en el pomo, pero sintió que tenía que decirle algo más al muchacho que, sin conocerlos de nada, iba a hacer ese sacrificio. No se creyó la historia de que su otra Arcana no tenía corazón. En ese caso, ya les habría dejado tirados a todos.

─ Suerte para los dos. Y gracias. ¡Ójala nos hubiéramos conocido en otras circunstancias!

Se separaron en el vestíbulo. April miró una sola vez hacia atrás, hacia el chico, deseándole suerte una vez más antes de internarse en la planta baja en busca de los niños.

“Savage” no lo vio llegar desde el final del pasillo del primer piso. El chico que les había abierto la puerta a su llegada se acercaba a él con pasos agigantados, y con las manos entrelazadas en la espalda, se dirigió a él con tono autoritario:

─ Chico, está reunida. Espera abajo a que acabe, y enseguida te atenderá.



Los labios de la chica de pelo azulado formaron una “o” sorprendida cuando las formas de Gaghiel se dibujaron con toda claridad ante ella, y no la reconoció.

─ ¡Ups! Tu no trabajas para los de esa mafia… -se interrumpió cuando la mujer soltó a la carrera lo que ella misma estaba de acuerdo en que necesitaba, más que responder a preguntas - Tienes toda la razón. ¡Qué mal me encuentro!

Con un gesto dramático, se llevó la mano a la frente y echó la cabeza hacia atrás. Si realmente se encontraba mal, a esas alturas ya no lo parecía. En el poco tiempo que había durado el discurso de Gaghiel y sus respuestas evasivas, los moratones ya habían desaparecido del todo.

─   ¡Un poquito de delicadeza, señorita, por favor! -se quejó cuando la alzó en brazos - Los hombres malos me han dado una buena paliza… En realidad, he metido un poco la pata, ¿sabes? ¡Je!   -la sonrisa se le tornó amarga -Pero no se me ocurría qué otra cosa hacer para librar a ese pobre chico… ¡No te preocupes! ¡No hay prisa! ¡Si esa gente ahora va a plantarse en el cuartel general y van a coser a tiros a todos!

La idea de la futura matanza parecía hacerle gracia. Soltó una risa histérica y chirriante.

Su expresión pétrea no se inmutó, y tampoco dijo nada en un rato. Solo le miraba directamente a los ojos, a través de las gafas. Eso le permitió a Savage fijarse en que llevaba lentillas. Alrededor del borde de las lentes se intuía un color distinto: rojo. Sin cortar el contacto visual, llamó a la puerta con el puño. Tres veces rítmicas. Al otro lado, el golpeteo de unos tacones se apresuró a abrir la puerta, y Rawlings apareció con una sonrisa de oreja a oreja.

─ ¿Qué ocurre, Nicómedes? ¡Ah! -vio a “Lee”, esperando y con la mano en el bolsillo -¿Ya has terminado? Nosotros también, ¿verdad, Valentino?

El chico respondió a la llamada saliendo a la luz desde el fondo de la habitación. Rawlings ocupaba todo el espacio disponible en la puerta con su figura apoyada contra el marco y el brazo estirado, obstaculizando la salida y la entrada. Valentino surgió tras ella como si se tratase de una aparición. Había perdido el color de la piel, pálido como una sábana, y no era capaz de alzar la cabeza. Ya no temblaba. Todos sus músculos se movían con la rigidez de una máquina. Su voz siguió sin dar señales de vida en la mente de Savage.

─ Artemisa… -masculló Nicómedes - Viene alguien más.

La sonrisa de la chica de ojos rojos se evaporó de golpe y porrazo tras captar la indirecta de su compañero. Dejó pasar al muchacho haciéndose a un lado y Valentino comenzó a precipitarse contra el suelo sin hacer nada por evitarlo, ni siquiera estirar los brazos para evitar la caída. Lo único que podía salvarle era usar a Savage como almohada, y precisamente éste estaba en medio de su trayectoria. Rawlings pasó por su lado sin mirarles siquiera y comenzó a alejarse pasillo abajo intercambiando susurros con Nicómedes y a paso acelerado. Nicómedes había descubierto algo durante su vigilancia en el pasillo superior, mientras Savage estaba reunido con April.






Emi se sentía cada vez más violenta. Aquella mujer, su “salvadora” no tenía reparos a la hora de usar sus poderes en pleno día, a plena vista, y sobre mobiliario urbano. O la tienda de un particular que seguramente le costaría sudor y lágrimas llegar a fin de mes. De todas formas, se dejó hacer, más por temor a lo que le podría hacer a ella, que porque realmente se sintiese mal por las heridas.

Su proceso regenerativo le impediría defenderse. Estaba en desventaja. Emi le dio las gracias, pero dejó la comida y la bebida a un lado disimuladamente. Empezaba a tomar conciencia poco a poco de la situación, pero sobre todo, empezaba a sacar punta a las posibles consecuencias de sus actos. Se frotó las sienes. Ella estaba bien, sana, aunque aún le llevaría un tiempo estar en “plenas facultades”. El problema lo iba a tener con Rawlings.

Y entonces se dio cuenta de que la solución a sus problemas estaba ante sus narices. Su mente, ralentizada todavía, fue ideando un plan lentamente. Aún podía hacer algo. Mataría dos pájaros de un tiro… Meneó la cabeza con fuerza y esbozó una media sonrisa pícara:

─ Me da la sensación de que no tenemos tiempo para explicaciones. Te lo resumo: ahora mismo, un grupo de mafiosos armados hasta los dientes se dirigen hacia un centro de menores lleno de niños para matarlos porque una trabajadora de allí ha estado jugando en su territorio. ¿Sabes lo más divertido? Va a haber bajas en ambos bandos porque esos niños y esos trabajadores tienen poderes. Así que, ya que tu también los tienes y no me has rematado al verme, ¿por qué no vas a echar una mano? ¡Yo te apoyaré desde aquí mientras me recupero y me uniré a la refriega en cuanto esté mejor!

En mitad del pasillo, el cuerpo de Valentino comenzó a sufrir leves temblores. Intentaba moverse, boqueaba en el oído de Shawn y la voz le salía entrecortada:

─ … Vienen… April...

Los temblores cesaron igual que como comenzaron. De todas las veces que Shawn había tenido que cargar con él, aquella era en la que más pesaba el muchacho. Encima, estaba helado y pálido como un muerto.

La pareja, por su parte, no había ido muy lejos. Se habían detenido en el corredor contiguo, mirando por una ventana que daba a la parte trasera de la casa. Los dos tenían cara de circunstancia, e intercambiaron unos murmullos entre ellos. Fuera, el ruido de varios motores acercándose y portezuelas abriéndose y cerrándose de golpe se sucedían cerca, demasiado cerca. Se giraron al unísono hacia Shawn y su carga, y tras un segundo de silencio, fue Artemisa quien rompió el hielo:

─ Valentino ya me lo ha contado. ¿Jugando a los superhéroes? -enseñó todos los dientes en una sonrisa desprovista de alegría, cargada de salvajismo y con la mirada repentinamente enloquecida -Pues todo superhéroe tiene un dilema. La mafia acaba de llegar. Se ve que no termina de sentarle bien que usemos sus calles. Alguien debe de haberse chivado. Por la parte de atrás vienen… -se puso la mano como visera y se pegó al cristal de la ventana -dieciséis. Desde aquí no veo cuantos van a entrar por la puerta principal. ¡Y a plena luz del día! Veo automáticas, armas blancas… Menuda masacre van a organizar… -lo decía como si con ella no fuera la cosa. Y quizá era así -Seguramente entrarán y empezarán a disparar a lo primero que se mueva. Y eso significa…

Otra vez esa media sonrisa retorcida. Dejó unos instantes la frase en suspenso, esperando que fuera el propio Shawn quien atase cabos.
─ ¿Salvar a los niños, o atrapar a Artemisa Rawlings? ¿Hacia donde apunta tu brújula moral, chico?

Con total tranquilidad, Rawlings se llevó la mano a un bolsillito oculto en la falda y sacó un saquito de tela de él. Volcó su contenido, un polvo brillante como purpurina de destellos metálicos, en una mano. Estiró el brazo derecho hacia un lado, apretó el puño, y en lo que dura un parpadeo, una daga se materializó en su mano. Nicómedes le puso la mano en el hombro, pero no para detenerla. El luz que se filtraba por la ventana rebotó contra una superficie translúcida que envolvía a la chica y se adaptaba a su forma.

─ El tiempo corre.

Fue decirlo, y que el primer golpe rompiera la tensión del momento. Un grito subió las escaleras hasta ellos, y se le unieron más, chillidos de pánico infantiles, carreras, golpes y una primera salva de disparos.

Spoiler:

Emi chistó mientras le mostraba las palmas de las manos.

─ Eh, eh, eh, eh. ¿Tu me has visto? Me han dado una paliza, han estado a punto de darme por muerta y tirarme al río. ¿Y ahora quieres que me planté en medio de una carnicería por si suena la flauta y no me rematan allí? Creeme, este sitio es mucho más seguro que el centro en estos momentos. Además, te ralentizaría. No llegaríamos a tiempo.

Y para darle a entender que no pensaba bajar de sus trece, se acomodó en el sitio cruzándose de piernas y de brazos, con la cabeza alta. Entreabrió un ojo para poder ver la reacción de su “salvadora” para ver su reacción.

─ En todo caso, puedo unirme a la fiesta después, cuando esté mejor. Por si no te has dado cuenta, tengo cierto componente regenerativo. Pero mientras está activo, no tengo forma de usar mis otras habilidades. Necesito reposar un poco antes de lanzarme de cabeza y a ciegas en la acción. ¡Pero te prometo que te seguiré! Me has salvado la vida, al menos te debo eso.

Le dijo cuál era la dirección a la que tenía que ir. Relajó la postura, cruzando los dedos a la espalda disimuladamente.

Savage se alejó demasiado rápido para entrar en acción. Si se hubiera detenido un poco, apenas medio segundo, habría visto de primera mano la reacción de Artemisa Rawlings al oír aquel nombre maldito. Se le dilataron las aletas de la nariz y los tabiques de la casa temblaron, pero no por las balas que los atravesaban como si fueran de papel. En cuanto Savage piso la planta inferior, la superior se vino abajo. Una espesa polvareda cargada de cal y otros productos de construcción se liberaron en la atmósfera eclipsando la luz con sus partículas. Cada bocanada de aire se llevaba parte de aquella mezcla que quemaba la garganta y taponaba los pulmones.

Savage, sin pretenderlo, jugó con ese pequeño traspié a su favor. Los tiradores más cercanos a él separaron los dedos de los gatillos para cubrirse la cara con las mangas y las manos. Eso le permitió hacer su jugada sin mostrar demasiada resistencia.

Sin embargo, la mesa era un objeto demasiado grande para pasar desapercibido. El mueble pasó rozándoles por un pelo, haciéndose astillas contra el muro. La niebla empezó a clarear.



Emi se despidió de ella con un gesto de la mano bastante ambiguo, que podía decir que se marchase ya, que lo había entendido todo, o que le daba exactamente igual lo que le contase porque ella tenía sus propios planes. La vio alejarse, y se repantingó en el asiento cuando perdió de vista a Gaghiel.





Gaghiel entró por la puerta principal sin que nada ni nadie se lo impidiese. Su figura se recortó a contraluz, y la ventolera que provocó gracias a sus poderes no solo apartó de golpe a un buen número de enemigos, sino que también despejó de polvo el ambiente. Algunos de los mafiosos golpeados por las rágafas de aire chocaron contra las paredes, quedando inconscientes. Esos fueron los que habían entrado por la puerta principal. De un vistazo rápido, tanto Savage como Gaghiel podrían comprobar que de veinte que era el contingente de ataque, cuatro ya estaban fuera de combate. Precisamente, los cuatro que habían entrado por la entrada delantera, igual que ella.

Por otra parte, también se podían contar las primeras bajas entre los críos. Savage podría reconocer a un par de ellos, tirados en el suelo de cualquier manera, inmóviles sobre un charco de su propia sangre. Eran de los chicos mayores que había en la clase de April cuando entró. Una mancha oscura tiznaba el suelo en dirección a la puerta del aula donde Shawn conoció a la chica del pelo rosa.

Los mafiosos respondieron a las provocaciones de Gaghiel con plomo. Seis de ellos retrocedieron en una formación improvisada, parapetándose detrás del motor de los coches donde habían venido. Los otros diez estaban repartidos por la habitación, pero guardando el frente trasero en una línea deforme. Más de la mitad tumbaron muebles o usaron la estructura de la planta para cubrirse mientras sus semiautomáticas escupían una lluvia de balas que no entendían de aliados o enemigos. El tipo al que Savage había reducido con su cuchillo se convirtió en un colador cuando a sus amigos no les importó acertar a través de él al muchacho y a la recién llegada.