Mi propio camino [22/10/2018] (Sam Alexander)

Por ella ya estaba bien de tanto «espalda recta, vista al frente, pega los brazos al cuerpo, vuela a equis distancia del suelo, vigila el radar aéreo, mantén la velocidad»… ¡Estaba harta!

- ¡Dusk! ¡Vuelve aquí ahora mismo!

Ersy, dentro de la armadura de Dusk, descendió hasta posarse en una cornisa. Caminó por el borde hasta pisar suelo firme, adentrándose en la azotea del rascacielo. El yelmo se retrajo y se descompuso. A sus espaldas, la valquiria tomó tierra también, siguiéndola muy de cerca.

- Ponte ese casco ahora mismo. Tu identidad es lo primero que tienes que proteger.

- ¿Quieres parar?

Sköguld se calló. Frente a ella, Dusk… No, Ersy la fulminaba con la mirada, con los ojos vidriosos, mordiéndose el labio. Con un suspiro cansado, la valquiria cedió y se quitó el casco, dejando que la melena rubia acariciase al viento como amantes en un reencuentro. Verla así, tan imponente, hizo que Ersy se sintiera aún peor.

- ¡Deja de hacer eso! ¡Lo estás haciendo otra vez, mamá!

- ¿El qué?

- ¡Eso que haces! Lo de… lo de… -lo tenía en la punta de la lengua -¡lo de parecer majestuosa y perfecta!

Ingrid frunció los labios en una fina línea de disgusto.

- Ersebeth, soy lo que soy porque trabajo duro. Tu también lo haces, pero necesitas más tiempo. No puedes tirar la toalla, ni ponerte así.

- ¿Entonces porque me sigues dando las mismas instrucciones que en las primeras clases? ¡Sigues corrigiendome las posturas! -Ersebeth apretó los puños. Estaba muy vivo en su mente el recuerdo de su primer vuelo, después de meses practicando las posturas en tierra, haciéndola sentir ridícula.

- Porque te confías demasiado -Ingrid dio un par de pasos hacia ella, pensando que su gesto sería conciliador -. Esto no es una de tus máquinas, cariño. Estamos volando cuando lo lógico es que no lo hagamos. Cuando las leyes no nos amparan. ¿Tienes idea del riesgo que corremos cruzando el espacio aéreo urbano?

- ¡Claro que lo sé! ¡Me lo dices cada vez que salimos una media de trece veces!

- Ersebeth, reduce ese tono ahora mismo.

La chica se quedó patidifusa. Llevaba unos días acarreando un estado de ánimo bastante pésimo. No le había pasado nada en especial, seguía dedicándose a trabajar en diferentes inventos en su taller del ático con Droidcat, llevaba una vida familiar ejemplar, los entrenamientos se sucedían con la misma asiduidad de siempre… Su madre repasó su rutina, buscando el punto de inflexión que provocó aquella respuesta propia de adolescente descontrolada. La valquiria no veía la presión a la que su hija hacía referencia. Era lo más normal corregirla. Lo hacía por su bien. La vió andar en círculos frente a ella, cruzándose de brazos. Parecía estar dándole vueltas a algo. Ingrid hizo otro intento:

- Ersy, ¿qué te pasa? Tu no eres así.

- ¿Y cómo quieres que sea? -Ersebeth paró en seco, volviéndose hacia ella -Porque a eso se reduce todo. ¿Es por eso por lo que me corriges tanto? ¿Por qué quieres que sea como tu?...

- Ersebeth… -el tono de Ingrid auguraba un serio peligro en ciernes. ¿Desde cuando era Ersy tan respondona?

- …¡Bueno, pues no puedo! ¡No soy una valquiria como tu y con esto -alzó el brazo, cuya pantalla alumbró la oscuridad un momento marcando la hora en dígitos -aún menos! ¡Tu no quieres que cumpla mis expectativas!¡Quieres que sea exactamente igual que tu! -los pensamientos de Ersebeth iban más rápidos que sus labios, así que en mitad del discurso, parte de sus argumentos cruzaban su mente a tal velocidad que no lograba expresarlos en voz alta -¿Pues sabes qué? ¡No quiero ser como tu!

- ¡Ersebeth!

La voz de Ingrid rasgó el aire como un trueno. Ersy, consciente de lo que había dicho, se cubrió la boca con las manos. El miedo se reflejó en sus ojos, pero no era el miedo a las represalias por desobedecer, sino a lo que veía en los ojos de su madre. Siempre serenos. Fríos como un glaciar. Esa frialdad se quebró, se derritió.

Le había hecho daño. A su madre. Ersebeth retrocedió. ¿Qué debía hacer? Nunca había visto a Ingrid con una sola duda en su mirada. Ni siquiera cuando pasó el incidente. Negó con la cabeza, a modo de disculpa. Pero esa expresión se grabó en ella a fuego. Decepción.

Hasta ella se dio cuenta de que no pensaba con claridad. De que cualquier cosa que dijera empeoraría las cosas. Negando con la cabeza, le dio la espalda a su madre. El casco cubrió su rostro. Oyó a Ingrid gritar su nombre, pero no se detuvo. Aceleró hasta llegar al borde y echó a volar a la velocidad máxima que disponía su armadura. Esquivo edificios, aves… fue en zigzag, arriba y abajo, asegurándose de que nadie la seguía, mucho menos la valquiria. El dispositivo del brazo emitió un pitido, avisándola de que debía descender o se quedaría sin energía. Tocó tierra en el mismo Central Park, en una zona despejada, salpicada de arbustos. Si hubiera estado más pendiente, sabría exactamente en qué punto se encontraba. A oscuras, no era capaz de distinguir un punto de referencia, y alzar el vuelo de nuevo quedaba descartado. Los árboles ocultarían su presencia en caso de que su madre le hubiera seguido el rastro. No tenía ganas de dar explicaciones. Ni siquiera a ella misma.

¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué, de pronto, los entrenamientos le parecían una pérdida de tiempo? ¿Qué había cambiado? Mientras le daba vueltas, comprobó el medidor de energía del brazo. La armadura se reintegró en la gargantilla, desvistiéndose despacio, hasta dejarla con unas mallas negras y una blusa gris. Un atuendo demasiado fresco para el tiempo que hacía a esas horas. Tenía el pelo alborotado por la presión del casco. Veía borroso por culpa de las lágrimas. Se las limpió con los puños, y echó a andar hacia la primera dirección que se le ocurrió. A algún lugar acabaría saliendo, y seguro que podría orientarse mejor.

En cualquier otra ocasión, con la mente más lúcida y no tan ofuscada, a Ersy ni se le habría pasado por la cabeza hacer semejante temeridad como pasearse por Central Park de noche, y descalza. Notar el césped en la planta de los pies la calmaba un poco, pero no lo suficiente. Su única guía eran las luces de las farolas que no debían de andar muy lejos.

Se sobresaltó cuando escuchó un ruido a sus espaldas. Se giró en redondo en busca del origen. Sus ojos se adaptaron lentamente a la penumbra, y sin embargo, no distinguieron nada fuera de lo normal. Lo oyó otra vez, más a su derecha. En un acto instintivo, apuntó con el brazo hacia ese punto, afianzando los pies.

- ¿Qui-quién anda ahí? -le tembló la voz.

Los arbustos a los que apuntaba se removieron. Sofocó el impulso de disparar, y aguardó una respuesta más clara, que no tardó en llegar. Unas manos apartaron los matorrales para pasar. Una figura atlética se incorporó al salir a su encuentro. Media figura quedaba en las sombras, y la otra mitad estaba alumbrada por las estrellas. Ersebeth retrocedió un par de pasos, sin dejar de apuntar. Se deslumbró cuando la armadura destelló. Parecía un espejo que se había amoldado a la figura de aquel hombre. La piel que quedaba al descubierto era azulada, y las venas violetas se le enmarcaban tanto como los músculos. Las manos eran enormes, acabadas en garras. De la muñeca le colgaban unos grilletes anchos, destrozados. En la otra mano llevaba un dispositivo similar a un arma de fuego, con el armazón más grande que Ersy había visto nunca. Deliberadamente despacio, el ser recubierto de espejos le apuntó. Instintivamente, Ersebeth encogió el brazo y se cubrió con él.

- ¡Absorber: cinéti…!

Se interrumpió al sentir el tirón de la cintura. Dejó de notar el tacto del césped a sus pies, y pasó a ser llevada en volandas, a gran velocidad. Ahogó un grito cuando alzó la cabeza y vio que era el ser de los espejos quien se la llevaba consigo. Los grilletes se le clavaban en el costado. Su secuestrador echaba la vista atrás constantemente, comprobando el terreno. Parecía que le perseguían.

“Mirrors” se detuvo un momento cuando le increparon. Fue solo un segundo, quizás dos, lo que se tarda en alzar el arma y disparar a quien le increpaba. No apuntó siquiera, solo le interesaba deshacerse de su perseguidor sin perder su ventaja. Ersebeth disponía de una vista privilegiada a sus pies y al suelo, cada vez más lejano. Su secuestrador volaba gracias a una especie de patinete hecho del mismo material que su traje, donde su reflejo le devolvió la mirada de terror. El sonido del arma, un golpe seco con reverberaciones en eco, la hizo desviar la vista hacia quién les había interpelado.

Una estrella roja había acudido en su ayuda. El disparo había errado por mucho, gracias a Dios. Su fórmula era muy similar a la de su tío Bruno cuando le contaba cómo detenía a los “malos”. Pero ella sabía que Estrella Roja no era policía. “Cuerpo Nova”, había dicho. Su mente hizo una recopilación a toda velocidad de su fichero de datos, que guardaba con gran celo en su taller. Cuerpo Nova. Le sonaba mucho… ¿dónde lo había…?

Una turbulencia le revolvió el estómago. Mirrors seguía ascendiendo, así que la obligaba a dejar la identificación de Estrella Roja para otro momento. ¿A cuántos pies estaba? Con un cálculo mental supo que le quedaba poco para empezar a notar los primeros síntomas de la hipoxia. Ya podía sentir la opresión en el pecho. Con la manga del jersey y el agarre de su secuestrador no podía comprobar la energía exacta del brazo, por lo que iba a ciegas. Tenía que elegir una acción e improvisar sobre la marcha. Barajó opciones.

Respiró hondo un par de veces, como si se preparase para bucear. Acto seguido, inflando los carrillos con una reserva de aire, disparó. Tal y como Mirrors la tenía agarrada, no podía apuntar a donde quisiera, pero le bastaba con darle en el pie, el único sitio que tenía a tiro. El haz láser cargado de energía apenas fue un destello, pero dejó una fea quemadura en el cristal de la armadura, que empezó a humear. La sorpresa desestabilizó a Mirrors, haciéndole trastabillar en el aire. Se detuvo otra vez, pensando que había sido Estrella Roja, buscándole con el cañón de su arma.

Ersy hizo un segundo disparo, aún más débil que el anterior. Sentía las junturas chisporrotear a la altura del hombro. Era lo más similar a que se te durmiera una extremidad. Energía bajo mínimos. Ya no podría disparar más. A no ser…

Con el segundo disparo ya había revelado la identidad del tirador. Mirrors decidió que su peso le ralentizaba y acabó por soltarla en pleno vuelo. Era una reacción que Ersy se habría esperado, pero que trastocaba un poco sus planes. Si la hubiera soltado antes, habría podido usar su sistema de absorción de daños con la caída. Pero a tantos pies… las figuras de perseguidor y perseguido se fueron haciendo más pequeñas con demasiada rapidez. El aire que cruzaba a su espalda convertía el pelo y la ropa en látigos que la azotaban de pies a cabeza. Estiró el brazo en dirección a Mirrors y Estrella Roja en una muda súplica. No tenía energía, no tenía energía, ¡no tenía energía! Si le disparasen una sola bala… Cerró los ojos para concentrarse mejor, apartando sus pensamientos del tiempo que le quedaba antes de estrellarse contra el suelo, de lo último que le había dicho a su madre, del recuento de sus años de vida hasta ese punto crucial...

Todo se detuvo en seco. ¿Ya está?, se preguntó Ersebeth. Pensaba que dolería más. Al abrir los ojos, sin embargo, descubrió que aún estaba en el aire. Ya no caía, sino que se mantenía a flote con pequeños altibajos. Con la piel de gallina, contempló a su salvador. Estrella Roja, como le había denominado por el detalle del casco.

- ¿Te encuentras bien?

No sabía cómo responder. Con los labios entreabiertos, busco una respuesta razonable, pero no podía. Su mente aún estaba luchando por deshacerse de la idea de que iba a estrellarse contra el suelo, mientras otra parte de su materia gris pretendía hacerla entrar en razón. Las mejillas le ardieron. ¡El peso! Ersebeth pesaba más de lo que aparentaba por culpa del implante, y quien lo iba a sufrir ahora sería su salvador, a quien ella se aferraba con los brazos alrededor de su cuello. Por su culpa, se había visto obligado a abandonar la persecución de aquel ser armado y peligroso…

Al tomar consciencia de la gravedad del asunto, la expresión de la chica cambió. Tenía que hacer algo, enmendar su error.

- Si -respondió por fin -¡Estoy bien! -añadió con más énfasis, cogiendo fuerzas -. ¡Deja que te ayude a atraparlo!

Era lo mínimo que podía hacer. Le miró fijamente a las ranuras del casco, buscando sus ojos. El reflejo del panorama nocturno de Nueva York, sobrevolando un poco por encima de la contaminación, se reflejó en los cristales del visor de Estrella Roja, impidiéndole ver quién estaba detrás. Aún así, Ersebeth se aferró a su determinación.

- Si tienes algún arma, dime que munición usa y dispárame -le dijo sin reparos.

Había perdido totalmente de vista a la silueta de Mirrors. Ersebeth se mordió el labio. No la creía. Claro, tampoco se había explicado bien. Y a Estrella Roja le urgía atrapar a ese tipo. Le estaba distrayendo, y Ersebeth lo sabía. Así que tenía que medir muy bien sus palabras si quería convencerle de que podía hacer algo. Detuvo su leve movimiento de cabeza rozándole la mejilla con la mano, sin ejercer presión. Le forzó a mirarla a los ojos de nuevo, donde no habría ni rastro de duda. El movimiento le costó porque el brazo estaba tirando del diminuto generador de energía de emergencia.

- Conozco la gravedad de la situación. Un tipo está huyendo de ti, y si me ha cogido de rehén y ha disparado en plena ciudad, no tiene pinta de ser de los “buenos”. Esto -desvió los ojos un momento hacia el brazo derecho. Necesitaba que la creyera, tenían que moverse antes de que lo perdieran -es un implante. Puedo absorber energía y usarla para otras funciones. Suena a locos, lo sé, pero si sigues entretenido conmigo, se va a escapar. ¡Por favor! -insistió.

Cómo sabía que con solo palabras sería insuficiente, decidió hacerle una demostración. Con la mano derecha, se bajó el cuello de la blusa lo justo para mostrar la gargantilla. La yema del dedo acarició el cristal azul, y desde la nuca, el yelmo se materializó cubriéndole la cabeza. E igual que se mostró, se desvaneció para mantener las escasas reservas. Apenas podía mantener el brazo en alto.

Quedaba en sus manos, más de lo que ya estaba. Estaba en su derecho a dejarla atrás. Después de todo, si ella no hubiera estado rondando a esas horas por allí, seguro que Estrella Roja habría capturado a Mirrors. Responsabilidad, era lo que se le venía a la mente cuando pensaba en su propia motivación para seguir así de terca. Aunque la espita de la duda la quemaba por dentro: ¿responsabilidad, o resentimiento por lo de su madre? Fuera una u otra, Ersebeth se agarró a ellas con todas sus fuerzas. Ideó alternativas si, al final, Estrella Roja decidía continuar solo en su persecución. Sacaría energía pegándole con el brazo a los árboles de Central Park, por ejemplo. Ahí había cinética también. O rompería una farola y le extraería toda la electricidad. ¡Lo que fuera, pero ya!

Una sonrisa cándida se dibujó en el rostro de la chica al sentir el familiar hormigueo de la energía recorriéndole el brazo de nuevo. Volvía a sentir los dedos, y no la molestia que antecede al dolor del “miembro fantasma”, que le daba de cuando en cuando si no cuidaba las cantidades de carga del implante. En menos de un minuto, tal y cómo empezó a reflejarse en la pantalla disimulada bajo los materiales adaptados, disponía de carga suficiente para volar de nuevo. Entusiasmada, y haciendo uso de ambos brazos por fin, le dio un fuerte abrazo a Estrella Roja; tan fuerte, que los hizo girar en el aire.

- ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Te prometo que no dejaré que se te escape!

Cuando se soltó, Ersebeth volvió a verse en caída libre. Sin embargo, en esta ocasión, apenas se hubo despegado de Estrella Roja, la armadura completa obedeció al contacto, envolviendola por completo. Los motores de las alas brillaron en azul cuando flotó a la misma altura que él.

La pantalla del implante, al descubierto, marcó un radar. Ersebeth tecleó sobre él, y enseguida aparecieron varios puntos. Se acercó a Estrella Roja para mostrárselo.

- Hace un rato que se ha alejado. Pero me he conectado a los radares de aviación de la zona. Estos puntos -los señaló con el dedo. En un tamaño de letra diminuto rezaba una leyenda junto a cada uno de ellos - son aviones comerciales. Así que, el que no está identificado en el radar tiene que ser nuestro “hombre”.

El fugitivo contaba con cierta ventaja, buscando una vía para salir de Nueva York por aire y sin importarle encontrarse en pleno dominio aéreo comercial. Según el radar de Ersy, su trayectoria le estaba llevando directamente hacia uno de los puntos marcados, un boeing que, en teoría, pasaría de largo por encima de la ciudad. Si ambos bólidos se encontraban, seguramente habría una catástrofe. Así se lo explicó ella.

- ¿Tenías algún plan para atraparle? -añadió al final.

A Ersebeth se le escapó una risita musical al oír su observación. Ya se le había contagiado el cosquilleo de la persecución. Echó a volar detrás de él sin perder más tiempo, alcanzando su velocidad, superando los obstáculos urbanitas de tejados y antenas. En una esquinita de su mente pudo escuchar a su madre recriminándole por volar tan rápido en ciudad, pero la dejó allí relegada. No estaba presente, se dijo después de mirar con cierto recelo los contornos borrosos del paisaje. De la armadura azul, ni rastro.

De cuando en cuando miraba el radar para corregir el rumbo. Tampoco era muy difícil, puesto que Mirrors había dejado un rastro de cascotes a su paso. ¿La herida del pie le pasaba factura? Era demasiado leve, no podía hacer eso. Había dejado un socavón en la esquina de un edificio y arrancando un par de farolas unas calles más allá.

Ersy aprovechó uno de estos vistazos al brazo. Tendría que haberlo hecho antes, se lamentó, cuando le pasó la energía. Tecleó sobre la pantalla del implante, deslizó el dedo y… ya estaba. Superpuesto al radar principal se superpuso la señal de todos los sistemas conectados a redes domésticas y privadas en un radio de un kilómetro a la redonda. No necesitaba más, porque estaban volando codo con codo. Además, su señal sería la única en movimiento. Un par de ajustes más y… listo.

- ¡Hola! -la voz de Ersy se abrió paso entre las ondas hasta el mismo oído de Estrella Roja - Con esto podremos comunicarnos sin tener que gritar. Suena mal, pero lo he pirateado. En cuanto atrapemos a ese tipo, te prometo que no volveré a hacerlo y te ayudaré a cerrar esa brecha en la seguridad.

Probó a decirlo en tono normal, y entre susurros. Alguna que otra interferencia se colaba, pero se la escuchaba bien. Con ese cabo hilado, podrían actuar juntos en consonancia. Ascendieron siguiendo las instrucciones del radar. En cuanto superaron la nube de contaminación que, cual estigma, coronaba Nueva York, pudieron ver a Mirrors perfectamente. Y al avión también. En determinados puntos del fuselaje, las luces de navegación advertían del rumbo. Gracias a ella, Ersebeth supo que aún podían salvar la distancia de la aeronave… si se daban bastante prisa. Los potentes focos no parecieron asustar a Mirrors, que siguió su trayectoria, aún por debajo del aparato.

- Oye… ¿es mi imaginación o quiere estrellarse?

Todo lo que sabía de aviación se lo debía a su madre. La había obligado a estudiar, en líneas generales, las leyes de vuelo estándares como precaución. Para ella no supuso ningún problema, pero nunca había sufrido el caso de estar tan cerca de uno. Era imponente, un tiburón en pleno aire, cuyo avance inexorable lo convertía más en una orca asesina. Con el morro levemente alzado y a esas horas, el personal de cabina no detectaría sus presencias.

Mirrors pareció leerles el pensamiento, descubriendo que volvían a pisarle los talones. Volvió la cabeza hacia ellos una sola vez. Su brazo se movió, el del arma, y Ersebeth se preparó para acelerar en el último momento y cubrir a Estrella Roja si era necesario de otro posible disparo.

Nada más lejos de su intención. En lugar de apuntar hacia ellos, el brazo siguió moviéndose hasta apuntar con él la panza del avión. Ahora, la máquina era su rehén. Y ésta no se había dado ni cuenta, y continuaba su avance.

- ¡No! ¿Qué hacemos ahora?

La suicida acción de Estrella Roja evitó dos cosas: la colisión de Mirrors, y el disparo que esté le atinó a él en lugar de al avión. El ruido de los motores se hizo ensordecedor mientras la nave sobrevolaba sus cabezas a escasísima distancia. Tan corta, que la estela afectó al sistema de vuelo de Ersy y de Mirrors, que sufrió una violenta sacudida que le propulsó en otra dirección. La información sobre la ráfaga de aire adornó el brazo de Ersy, usándola para corregir el desvío y que no le pasara lo mismo que al fugitivo, que volvía a estar fuera de su vista. La chica había visto perfectamente el tiro y no había podido llegar a tiempo. Buscó a su compañero con la mirada, desesperada, y le vió precipitarse contra el suelo. Tenía que devolverle el favor.

Con la propulsión al máximo, cortó el aire para ir a su encuentro. Llegó justa, y sin la clase que tuvo él cuando la salvó minutos antes, le embistió para aprovechar el empuje y volver a ascender, abrazándolo. Lo hacía con la fuerza extra que le daba el metal, la adrenalina y el miedo. Se quedó así un instante, con los ojos cerrados. Temía que, si los abría, se encontrase con el fracaso. Ersebeth ascendía poco a poco, aún en la planta setenta y tantas de los rascacielos entre los cuales había caído Estrella Roja. A la altura del noventa, se atrevió a entreabrir un ojo tras el casco.

- Oye, ¿estás bien?¿Dónde te ha herido? -no hubo respuesta.

Ersebeth encontró una cornisa un poco más arriba donde poder aposentarse. Dejó con sumo cuidado a Estrella Roja sobre tierra firme, donde podría comprobar mejor su estado. La quemadura estaba ahí. Sin perder el tiempo, Ersebeth se deshizo de la armadura, que recuperó su aspecto primigenio de gargantilla. Se hizo daño en la uña al intentar quitársela con las prisas. Si la herida era grave, no iba a servir de nada. Pero tenía que intentarlo. Debía intentarlo. Consiguió quitar el broche. Solo tenía que ponerle la joya alrededor del cuello de él.

En cualquier otra circunstancia, habría sentido la necesidad de quitarle el casco. Solo un poquito. Ver el rostro de quién le había salvado, de quién estaba enfrentándose a la adversidad en nombre de todos. Del héroe. Saber que estaba herido era lo que la echaba atrás. Con manos temblorosas y lágrimas incipientes, le subió la barbilla para dejar el cuello al descubierto. El frío contacto de la joya azul no pareció provocar ninguna reacción. La joya desoyó a la gravedad, acoplándose al propietario, buscando el contacto con la piel con desesperación. No era su legítima dueña.

- Lo sé, lo sé. Es una situación crítica -le habló a la gema azul, que cada vez estaba más gris -Ayúdadme, porfa...

El degradado de color se detuvo en seco a mitad en cuanto Ersebeth lo rozó con la yema del dedo.

- No tienes que aparecer, solo… ¿está herido, vale? Seguro que podéis hacer algo entre todas

Se forzó a sonreír. Estaba firmemente segura de que le habían oído. El subconsciente de Estrella Roja se llenó de minúsculas percepciones que le recorrían todo el cuerpo y se centraban en la herida del disparo. Las nanomáquinas estaban cumpliendo su parte. Ersebeth se sintió orgullosa de ellas, juntando las manos.

- ¡Sois las mejores, chicas! -las animó.

Si, lo conseguirían. Las nanomáquinas regenerarían la herida, como Ersebeth estaba comprobando de primera mano. No habría daños internos irreversibles, ni demasiado graves. Podían hacerlo, por supuesto que sí. En cualquier momento, la herida habría desaparecido, y repararían hasta la armadura. Entonces recuperaría el conocimiento, atraparían al malo, todo saldría bien...

A sus espaldas, Mirrors había conseguido estabilizarse. Había perdido la oportunidad de usar el avión de rehén, pero tenía toda una ciudad a sus pies para elegir a otro. O acabar con ellos del tirón, porque ya le habían demostrado que le irían a la zaga. Buscó el punto exacto donde les había perdido la pista a sus dos perseguidores...

Reprimió las ganas de estrecharle entre sus brazos cuando Estrella despertó. Primera buena noticia.

- ¿Cómo te encuentras? El malo te disparó, y caíste en picado. Te recogí antes del choque, y… bueno… esa es mi gargantilla. Si me permites…

Con delicadeza, ayudó a Estrella a incorporarse, y aprovechó para quitarle la joya. El broche volvía a hacer de las suyas, y sus dedos chocaban constantemente con el casco. Evitó mirarle a los ojos, y siguió explicando, con su rostro a escasos centímetros del yelmo del otro. Era más incómodo todavía porque el espacio de la cornisa era bastante estrecha, y no se le iba de la cabeza que un paso en falso les haría volver a caer.

- Digamos que es mi pequeño proyecto de ciencias. Esta gargantilla, entre otras propiedades, hace de refugio a mis nanomáquinas. Son la base de mi armadura, pero también pueden regenerar tejido. Pueden cicatrizar heridas y esas cosas, pero si el disparo es más grave… bueno, digamos que no deberías hacer muchas tonterías hasta que te viera un médico .

Se retiró la cascada de pelo blanco a un lado para poder ponerse el collar.

- No me des las gracias, no se merecen. Y… ehm… no creo que se te haya pasado por la cabeza, pero como sé que es algo importante en un superhéroe… Que sepas que no te he quitado el casco. Tu identidad sigue a salvo, Estrella -con una media sonrisa, le dio con el dedo en el emblema del casco.

En cuanto la gargantilla vuelve a convertirse en armadura, el sonido de la energía chisporroteante cruza el aire que les separaba de las nubes. Es un leve zumbido, un pitido en el casco de Estrella, un sonido no mecánico en los oídos de Ersy. Se gira a tiempo de ver venir el disparo, y a Mirrors, guarecido tras la bala de energía. Energía. Es un chisporroteo entre verde y azul, con vetas añiles, del tamaño del haz de la linterna de un teléfono móvil. Olvidándose de las ganas reprimidas, Ersebeth abrazó a Estrella, haciéndole tambalearse por el repentino movimiento en el borde:

- ¡Absorber: lumínica!

La luz del proyectil se deshizo antes de entrar en contacto con la espalda de Ersy. No sintió el golpe, así que había funcionado. Tampoco podía verlo con sus propios ojos… porque se habían quedado a oscuras en un radio de dos metros alrededor de ella. Se despegó del superhéroe y deshizo la orden de absorción, por lo que el pequeño paréntesis luminoso llegó a su fin. Y con ello, el aviso del brazo. Una marca roja en la parte superior de la pantalla, y un calor que nada tenía de agradable a la altura de la juntura del brazo. Bajo el yelmo, Ersebeth infló un moflete de aire y se volvió hacia Mirrors, que hizo el ademán de buscar una cobertura.

- Tiene suerte de que no tenga el rostro al descubierto… ¡Si no, láser en la cara! -farfulló la chica con tono de fastidio infantil.

Extendió el brazo con la palma abierta hacia el fugitivo, que vió su paso cortado por el repentino haz láser de color blanco que le acertó en el pie, ya malherido de antes. La inercia le hizo dar una vuelta de campana en el aire, totalmente descontrolado. Su arma salió volando de su mano por la impresión. Ersebeth comprobó el medidor de energía de su brazo. Le había faltado muy poco para el cortocircuito por sobreexposición.

El primer golpe del superhéroe arranca de cuajo parte de la máscara reflectora de Mirrors. Las esquirlas se mezclan con la sangre y acompañaron al villano en su caída hacia el suelo después del disparo. Su cuerpo acaba encajado en una acera, a plena vista. Unos pocos testigos, que después del último disparo de Mirrors ya echaban la vista a los cielos, concurrieron a su alrededor. Los primeros móviles se alzaron para grabarlo.

Ersebeth se había quedado muy quieta en la cornisa al principio, atónita. Detrás del casco, su color de piel había cambiado de la pálidez mezcla de su sangre, en parte nórdica, y las múltiples horas encerrada delante de un ordenador; al rojo intenso. No era la reacción típica que sufría cuando estaba en presencia de un “super”, por muy nerviosa que su fanatismo la pusiera. Era algo más. El corazón le latía a mil por hora. Su brazo, en una esquina, era la prueba viviente de ello con su monitorización de las constantes vitales de su usuaria. Salió poco a poco de su ensimismamiento, recobrando la compostura un tanto, cuando el pesado cuerpo de Mirrors rompió el acerado. La visión del grupo de gente, que cada vez era mayor y se acercaba con menos reticencia, la horrorizó. Testigos. Lo móviles, además, harían que la noticia estuviera ya en internet.

Se lanzó en picado como si se tirase de cabeza a una piscina, pulsando un par de órdenes en el brazo antes. Remontó el vuelo a escasos centímetros del suelo, desencajando el cuerpo de Mirrors y llevándoselo consigo de un tirón, aprovechando la velocidad. Despeinó a una pareja que estaba grabándolo todo cuando voló como una exhalación por encima de sus cabezas, y fue ascendiendo con un rumbo fijo, mientras el brazo emitía un pitido por cada móvil detectado en las cercanías. Su voz se abrió camino entre las ondas, convirtiéndose en un íntimo susurro en el oído de Estrella:

- Te… te espero en Central Park, donde nos encontramos.

No pretendía asustarle, ni quitarle a su villano, sino entregárselo en un lugar seguro, lejos de miradas indiscretas. No había visto a Estrella en ningún telediario, lo cual indicaba que se mantenía a una distancia prudencial de los medios, como todo superhéroe con identidad secreta debía hacer. Su madre le había echado la bronca al respecto las veces suficientes para que le entrase en la cabeza. Al descender ella para recoger a Mirrors, las grabaciones la recogerían a ella, y el secreto de la presencia de Estrella seguiría a buen recaudo. En esos momentos, la pareja sobre la que había volado ya estaba subiendo a las redes sociales la foto, pero le daba igual. El preso pesaba lo suyo, y notaba que se le distendían los músculos de los brazos, los hombros y la espalda a cada metro recorrido.

Se dejó caer poco a poco en el claro donde la secuestró, con un pesado golpe. Se le escapó un gemido de dolor y unas lagrimillas que se apresuró a ahogar, y se dejó caer sobre la hierba, a la espera de Estrella. El yelmo se deshizo. Su respiración se fue normalizando conforme sus dedos volaban por encima del implante, accediendo a los móviles interceptados uno a uno. Tenía que acceder a los datos de cada terminal subidos a la red, localizar las imágenes o vídeos, y eliminarlos. Luego, tenía que acceder al mismo móvil para hacer lo mismo con los datos guardados en el aparato, así que iba a ser una tarea ardua, más difícil porque estaba ya bastante lejos del sitio donde dejó a los testigos. Su imagen no delataría quién estaba tras la máscara, pero seguro que su madre si ataría cabos. A ver cómo minimizaba los daños…

De vez en cuando, echaba un vistazo de reojo a la criatura. La espera se le estaba haciendo eterna, y se distraía continuamente con el miedo de que Mirrors se incorporase para retomar la pelea. En uno de estos vistazos descubrió que su pecho subía y bajaba a ritmo regular. Respiraba.

Su voz le llegó cuando ya había puesto el primer algoritmo a funcionar. Había tenido tiempo de localizar las IPs de los móviles, y el mecanismo de borrado podía funcionar perfectamente sin su supervisión. La chica se levantó como un resorte, y el resto de la armadura se deshizo con el movimiento. Mientras Estrella comprobaba el estado del fugitivo, Ersy empezó a pensar en lo que iba a decir. ¿Estaría enfadado? En ningún momento quiso quitarle la gloria de atraparlo, por supuesto que no. Y lo que había hecho, y estaba haciendo, eran acciones en pos de proteger el anonimato. Pero las dudas la atormentaban. Los héroes de verdad tienen todos esos flancos cubiertos. Lo que había hecho bien podría interpretarse como una intromisión.

Con lo bien que se había sentido colaborando con él, en sus brazos cuando la atrapó al vuelo. O sosteniéndolo ella.

Volvió a sobresaltarse al escucharle hablar de nuevo. Tras un último vistazo al brazo, que seguía con la operación de borrado de información ajena, tonteó con la manga hasta ocultarlo. Con la cabeza gacha, apenas levantó la mirada para enfrentarla con la que devolvía el casco.

- ¿Agradecerme…? -la chica movió las manos, deshechando la idea -¡No! No tienes que agradecermelo de ninguna manera. ¡Es lo que haría cualquiera! Si solo te he entorpecido un poco… ¡En todo caso debería agradecértelo yo a ti!

Lo dijo pensando en el secuestro, cuyo recuerdo la hizo encogerse un poco.

- ¿Nova? -ahora entendía lo de la estrella. La relación de ideas la hizo sonreír -¡Me encanta! ¡Es un nombre superheróico muy chulo!

Iba a decir algo más, pero la repentina aparición de su mano delante de ella, dispuesta a estrecharla, apagó el resto de la observación. Se quedó mirándola unos segundos antes de reaccionar. Cuando sus tíos cerraban algún trato durante su trabajo, estrechaban las manos. Cuando su padre daba un caso por cerrado, estrechaba la mano de sus colaboradores. Cuando su tío Bruno atrapaba al malo, le daba un puñeta… no, eso no valía de ejemplo. El caso es que lo que habían vivido no fue un trabajo cualquiera. Se habían salvado la vida mutuamente. Habían capturado a un ser extraterrestre con malas intenciones. Eso no era un trabajo que se felicitase o se cerrase con un apretón de manos. Ersebeth aún sentía el cosquilleo de la adrenalina en la boca del estómago, el sabor del peligro y el miedo en el paladar.

Así que se acercó lentamente, apartándole la mano con delicadeza. Un cálido abrazo.

- Yo me llamo Ersebeth. Pero puedes llamarme Ersy -esa vez, el susurro no tuvo que atravesar las ondas inalámbricas, sino que llegó a él de forma analógica, natural.

Él no le había dado su auténtico nombre. Quizá ella debería haber hecho lo mismo, pero era una tontería. Ya le había visto la cara. El nombre no iba a cambiar eso. Esa era la cara de Ersy. Si se lo hubiera tenido que decir estando en la armadura, seguramente su respuesta habría sido otra.

Con un grito ahogado de sorpresa, Ersebeth contempló el auténtico rostro de Nova. Era un chico muy joven y bastante mono. La chica notó las mejillas arder. Después de todo lo que había hecho, dejando de lado quién salvó a quién cuántas veces, Nova había decidido revelarle su auténtica identidad. A ella. ¡Se sentía tan honrada y tan emocionada!

- Sam -repitió, esbozando una tierna sonrisa cada vez mayor. Luego añadió, en tono melodioso -Sam, Sam, Sam. ¡Me gusta tu nombre, Sam!

Le gustaba porque era su nombre. Un nombre humano, detrás de una máscara. ¿Qué historia tendría? ¿Cómo llegó a la conclusión de que quería dedicar su vida a salvar a los demás? ¿Qué obstáculos tuvo que superar para ser capaz de hacer las hazañas de la que ella había sido testigo esa noche? Su imaginación echó a volar, pensando en arduos entrenamientos, en místicos mentores… Cada imagen mental añadía un nuevo brillo a sus ojos.

Volvió a tierra cuando Sam le indicó que tenía que terminar el trabajo. Claro, era lógico. No se iba a quedar esperando a que se marchase por su propio pie. Ersy rió la gracia con una risita cantarina.

- Si quieres puedo acompañarte a casa antes de irme...O algo...

Ya tenía el “sí, por favor” aflorando en los labios cuando asoció ideas. Por una parte, era de noche en Nueva York. En Central Park. No iba a volver a casa volando con la armadura, porque eso equivalía a regañina. Los alrededores de la urbanización estaban fuertemente vigilados por el equipo de seguridad privado, los cuales ni sabían ni tenían porqué saber qué “Dusk” vivía por la zona. Volver sola le daba un poco de miedo. Pero, por otro lado, estaba el “malo”. ¡No podían dejarle ahí! ¿Y si recuperaba el conocimiento y volvía a intentar escapar?

Mordiéndose el labio, se quedó pensativa. Además, en casa la estaría esperando su madre. Enfadadísima por la discusión. Preocupada por su huida...

- Ya has hecho bastante por mi, Sam. Imagino que querrás entregar al “malo” antes de que recupere el conocimiento. ¡Me ha gustado mucho trabajar contigo! -jugueteó un poco haciendo dibujos con el pie en el césped, con las mejillas tímidamente arreboladas -Si algún día pasas por aquí… dejaré la línea que te piratee antes abierta. Se sincronizará si estoy por los alrededores. No dudes en llamarme. ¡Gracias!

Y antes de que dijera nada que hiciera que Ersy se arrepintiese de su decisión, le dio un beso en la mejilla y echó a correr en dirección a la salida del parque más cercana, volviéndose hacia atrás una vez, debajo de una de las farolas del camino que pensaba seguir para que, con la luz, pudiera verla, y despidiéndose de él con la mano.

- ¡Cuídate mucho, Sam!

Siguió adelante, aprovechando las zonas iluminadas y con renovadas fuerzas para volver a casa y mirar a los ojos a su madre. La discusión perdió importancia. Dejó la actividad de censura en la que estaba trabajando el implante en segundo plano, y recuperó las funciones normales, como las de teléfono móvil. Con todo lo que había vivido, se había olvidado por completo, ajustando la energía a cuentagotas para poder seguir el ritmo de la persecución. Por eso, de pronto y en mitad de la quietud del parque, aquello empezó a dar pitidos como si no hubiera un mañana. Cuarenta y ocho llamadas perdidas desde el número de su madre. Decidió mandarle un mensaje, porque el contador seguía aumentando. Algo escueto, un “Estoy bien, y vuelvo ya a casa. Lo siento”, que repetiría en persona y de todo corazón cuando la tuviera delante. Cuando salió a la calle, volvió a mirar hacia atrás, con la esperanza secreta de volver a ver a Sam por alguna parte.