Ricos, mansiones y champán francés (Dick Grayson, Barbara Gordon) [DC, Pre-Omega]

- Papá... ¿no te tengo dicho que no está bien que entres sin llamar? - bromeé, al tiempo que lanzaba un cojín en dirección a la puerta.

Mi padre hizo gala de sus reflejos policíacos y lo atrapó en el aire, a pocos centímetros de sus gafas.

- Estaba abierto - se defendió - Y sólo quería saber por qué tardabas tanto.

Arqueé las cejas, divertida.

- ¿Por qué tardo tanto? - repetí, fingiendo incredulidad - ¿Me llevas a una gala benéfica en casa del hombre más rico de Gotham y esperas que encuentre sin más qué ponerme?

- Vamos, Barbara. Estás bien así. Ese vestido es... uhm...

Contuve una sonrisa divertida mientras el Comisario Gordon buscaba la mejor manera de definir mi atuendo.

- ¿Azul? - ofrecí.

- Bonito - concluyó él, frunciendo ligeramente el ceño.

Me di la vuelta para verme mejor en el espejo y noté como él echaba un vistazo a los miles de modelitos desparramados sobre la cama.

- No sé, papá, diría que me hace mucha cadera, a lo mejor debería ponerme el verde.

Mi padre murmuró algo por debajo del bigote, algo que sonaba a "compadezco a todos los progenitores de chicas adolescentes".

- Está bien, está bien - dije, riéndome - Me dejaré éste... Total, tampoco creo que vaya a conocer al hombre de mi vida esta noche.

- Claro que no - saltó él, siempre a la defensiva - ¿Qué quieres tener tú que ver con la alta sociedad de Gotham?

"Papá, tengo catorce años. La mitad de chicas de mi edad ya están tonteando con chicos", pensé en decirle. Pero me dio un poco de lástima. Sólo un poco, porque seguía teniendo ganas de meterme con él.

- Bueno, dicen que Bruce Wayne sigue soltero - repliqué, mientras me hacía algo parecido a un recogido en el pelo.

Pude ver de reojo la expresión horrorizada de mi padre en el espejo.

- ¿Bruce Wayne? - repitió, incrédulo - Barbara, ese hombre tiene por lo menos...

Resistí la tentación de poner los ojos en blanco.

- ¿Nos vamos ya?

Recogí el cojín que aún sostenía entre sus manos y lo devolví a mi cama. Me dispuse a salir del dormitorio, y él me dirigió una mirada de sospecha mientras pasaba por su lado. Suspiré.

- Papá, lo decía en broma.

- Entiéndeme, Barbara. No es que Bruce me caiga mal. Es un buen hombre, sólo que pienso que es un poco mayor para ti, y además un poco... excéntrico...

- Papá... no lo decía en serio.

- ... y lo que tú necesitas es un hombre sencillo, con un trabajo honrado. Un policía, tal vez...

- Papá...

Empecé a bajar las escaleras mientras él me seguía. Una de las grandes virtudes de mi padre era su capacidad de seguir hablando de un mismo tema hasta que hubiera dicho cuanto tuviera que decir acerca de él.

- ... aunque realmente eres muy joven para tener novio, lo que tendrías que hacer es dedicarte a tus estudios.

"Por eso ningún chico me pide para salir. Te tienen miedo... Segurísimo."

- Ya tendrás tiempo cuando acabes el instituto para...

Me volví al pie de las escaleras, entre divertida y exasperada.

- Muy bien, muy bien, tú ganas, papá. Seré una niña buena esta noche, lo prometo.

Aquello pareció tranquilizarle un poco.

- Bien. Bueno. No es que dude de ti, sólo que los ricos... Ya sabes, son gente rara.

De pie en el vestíbulo, mi padre terminó de colocarse bien la americana. Tendí las manos para arreglarle la corbata.

- Muy, muy rara - le aseguré, sonriendo, mientras terminaba de subirle el nudo - De verdad... no sé por qué me llevas a estos sitios.

Alfred terminó de colocarme bien la corbata y luego se apartó para mirarme de arriba abajo. Esbozó una ligera sonrisa, estaba más que satisfecho con el resultado. Por fin había conseguido hacer un señorito de mí. Eso era algo que jamás hubiera imaginado.

Nunca en mi vida me había vestido de forma tan pija, quiero decir, de "gala" como lo llamaba el señor Pennyworth. Ya sabes, con traje de chaqueta, pantalones plisados, corbata negra y zapatos caros. Bueno, diría que todo en aquella casa era caro en general. Ni en sueños hubiera podido permitirme algo así. Pero todavía no estaba acostumbrado a aquel tipo de vida y tenía que acostumbrarme. Llevaba viviendo en casa del señor Wayne cerca de un año y era difícil apartar de mi mente aquellos dolorosos y recientes sucesos.

No había superado la muerte de mis padres. Sucedió todo tan rápido y tan brusco que seguía sin poder creerme que me había quedado solo en el mundo. Aunque tenía a mis compañeros del circo, les era difícil hacerse cargo de mí, y el único familiar que me quedaba era mi tío John, que estaba incapacitado en un hospital...

De no ser por el señor Wayne seguramente mi vida sería más desgraciada. Mi interior rugía cada vez que recordaba aquella cara dura y marcada. El hombre de la gabardina que abandonó el circo cuando los Grayson Voladores estaban a punto de salir al escenario... hubiera buscado a ese hombre sin descansar y hacerle pagar por lo que había hecho.

Pero Bruce fue un ángel para mí en aquel instante, me ayudó desinteresadamente y me acogió en su mansión. Nunca entendí porqué, pero creo que todavía no sabe lo agradecido que estoy por todo lo que me ha dado. Ahora he empezado el colegio y por fin tendré unos estudios básicos y un hogar fijo, vamos, la vida normal de un niño de doce años... o más bien la vida del niño más rico de todo Gotham.

Pero a pesar de todas las buenas cosas que me hacían feliz ahora, yo seguía necesitando a mis padres y para colmo Bruce Wayne casi nunca estaba en casa. La única persona con la que podía hablar era con Alfred, que hacía de mi vida menos solitaria.

- Señorito Dick- comenzó Alfred, interrumpiendo mis pensamientos - Ya está usted listo. Avisaré al señor Wayne de que puede salir a recibir a los invitados - El mayordomo inglés dejó mi habitación y se marchó en dirección al recibidor.

- Gracias Alfred- contesté. Me di la vuelta y observé mi figura en el espejo. Menudas pintas llevaba, parecía más mayor de lo que era, sobre todo con aquel peinado tan engominado. Me gustaba más llevarlo despeinado, pero estaba seguro de que si me lo tocaba, tendría a Alfred todo el día detrás mío para colocármelo bien. Nadie podía aganar a Alfred en cuestión de cabezonería.

El mayordomo no tardó en subir y explicarme que todos los invitados ya había llegado e iba siendo hora de empezar a bajar.

En el fondo estaba nervioso, era mi primera fiesta y Bruce iba a presentarme en sociedad. Quizás esa era una de las cosas que no me gustaban de vivir en la mansión Wayne. Que empezarías a ser boca de todos en los medios de comunicación. Me hubiera bastado simplemente con seguir siendo un Grayson Volador, aunque quizás la fama y las ganas de llamar la atención venían de familia...

Bajé los escalones y me quedé detrás de las cortinas rojas que dividían el pasillo del comedor. Escondido en la oscuridad, observé cómo Bruce estaba hablando con sus amigos y rompiendo a carcajadas con sus chistes de ricos. En el fondo envidiaba a esta gente, pasaban mucho más  tiempo con  él que yo.

Mi padrastro se acercó entonces a las cortinas rojas, y con unos golpecitos en la copa de champán, llamó la atención de todos los presentes.

-Señoras y señores, sed bienvenidos a mi humilde fiesta - empezó, siempre tan correcto.

-Estoy encantado de teneros aquí hoy, celebrando con vosotros la gran acogida que ha tenido el Orfanato de Gotham. Empresas Wayne agradece a todos aquellos que han participado también en las donaciones y esperamos que el futuro de los niños de Gotham sea más estable y seguro.

Entonces Bruce fue envuelto en halagos y aplausos.  Cuando parecía que había terminado el discurso de aquella noche, puntualizó en algo más.

- También aprovecho esta noche para anunciar... que acogeré a un miembro más en la familia Wayne...

La gente empezó entonces a murmurar y a especular, sorprendida con aquella declaración tan escandalosa.  Mi corazón empezó a latir con fuerza y me sentí muy nervioso. Las piernas me temblaban como cuando estaba a punto de salir al escenario del circo Haly. Tragué saliva y respiré hondo intentando relajarme. Noté entonces la cálida mano de Alfred que me reconfortó y me ayudó a salir con dignidad de aquellas cortinas oscuras.

- Les presento a mi hijo Dick Grayson que hoy cumple su doceabo aniversario. Sus padres murieron recientemente en un accidente y no tiene a nadie más de su familia que pueda hacerse cargo de él. por consecuente, Dick será también el heredero de empresas Wayne y de toda mi fortuna.

Avancé dos pasos y me coloqué al lado de Bruce, intentando no mirar a la gente que empezaba a escandalizarse, a aplaudir y a soltar exclamaciones de sorpresa. Algunos estaban muy contentos de ver que el playboy de Gotham parecía sentar la cabeza por fin, otros decepcionados de no poder hacerse con la fortuna de Bruce Wayne mediante los negocios y las mujeres... bueno, encandiladas por aquel gesto tan tierno.

- Encantado... - comenté con algo de timidez a la multitud que nos rodeaba. Estaba nervioso y a la par avergonzado. Bruce me miró con dulzura y sonrió amablemente mientras su mano se posó en mi hombro. Le devolví la mirada pero la aparté rápidamente sintiendo que mis mejillas estaban al rojo vivo.

Era feliz sabiendo que Bruce era ahora mi nuevo padre.

- Hay que ver cómo has crecido, Barbara. ¿Cuántos años tienes ya? - preguntó Bruce Wayne, dedicándome una de sus deslumbrantes sonrisas.

- Catorce - respondí, mientras rechazaba la copa de champán que me ofrecía uno de los camareros.

- ¡Catorce! - repitió el anfitrión, entre risas - ¡Cómo pasa el tiempo! Nos hacemos viejos, ¿eh, Jim?

Mi padre le dirigió una mirada burlona.

- No lo digas por ti, Bruce. Lo único que se te acerca es la edad de sentar la cabeza.

Bruce Wayne se rió como si lo que acababa de decirle fuera alguna especie de chiste.

- ¿Sentar la cabeza? ¿Yo? Jim, no sabes de lo que hablas- bromeó.

- Algún día tendrás que darnos una sorpresa, ¿no? - dijo mi padre, arqueando las cejas. - Como que estás comprometido, o que hay un heredero en camino...

A Bruce Wayne pareció divertirle aquel comentario.

- Acerca de lo último... - empezó, pero no pudo terminar su frase.

- Amo Bruce, los preparativos están listos -anunció el mayordomo, Alfred Pennyworth, que se había materializado a nuestro lado desde quién sabía dónde.

- Estupendo, Alfred. Mis disculpas, Jim, tengo que dejaros un momento.

- Claro, sin problema - dijo mi padre, mirando con curiosidad cómo se marchaba.

Casi me había olvidado de la presencia de Alfred cuando le oí dirigirse directamente a nosotros.

- Comisario Gordon, Señorita Gordon, si quieren ir pasando al otro salón... El señor Wayne tiene un anuncio que hacer.

- Creo que empiezo a entender por dónde va esto - dijo mi padre, con una sonrisa.

- ¿Sí? - pregunté yo, que no podía ni imaginármelo.

- Tengo una ligera idea - respondió él, con evasivas. Obviamente, no pensaba decírmelo. Le encantaba hacerse el interesante. Le seguí hacia el salón, mirándolo con reprobación. Muy bien, detective, iba a enterarme de todas formas.

Bruce Wayne ya estaba allí, luciendo una sonrisa de oreja a oreja. La gente se congregó a su alrededor, sin poder ocultar su curiosidad, y él terminó de atraer la atención de los rezagados dando un par de golpecitos a su copa. Dirigió una breve mirada hacia las cortinas rojas que había al fondo y, por un momento, me pregunté si iba a abrirlas para mostrarnos su nuevo Ferrari.

-Señoras y señores, sed bienvenidos a mi humilde fiesta - empezó.

La elección de palabras me desconcertó. ¿Humilde? ¿Qué tenía de humilde todo aquello? Mi incredulidad debía de mostrarse tan claramente en mi cara que recibí una mirada de advertencia por parte de mi padre.

-Estoy encantado de teneros aquí hoy, celebrando con vosotros la gran acogida que ha tenido el Orfanato de Gotham. Empresas Wayne agradece a todos aquellos que han participado también en las donaciones y esperamos que el futuro de los niños de Gotham sea más estable y seguro.

Bueno, Bruce Wayne era asquerosamente rico, pero una de las razones por las que le caía bien a mi padre era aquélla misma. Al parecer, aparte de concederse caprichos como la media docena de coches que tenía en su garaje, al líder de Industrias Wayne también le gustaba invertir su dinero en Gotham. La verdad, no sabía hasta qué punto todo era parte de su imagen pública, pero bueno, el dinero era de verdad, así que nadie iba a quejarse. Supongo que aquello debía de ser una publicidad muy beneficiosa para el playboy más cotizado de la ciudad. Podía imaginar los titulares: "Bruce Wayne, protector de los huérfanos de Gotham"... "Industrias Wayne, un rayo de esperanza para los niños"...

- También aprovecho esta noche para anunciar...  que acogeré a un miembro más en la familia Wayne...

Oh. Espera, ¿qué?

Al parecer, no fui la única sorprendida por el anuncio, porque la gente a mi alrededor empezó a murmurar, a intercambiar miradas y a preguntarse los unos a los otros. Mi padre se limitó a arquear una ceja y esperar, así que decidí imitarle. ¿Realmente iba a anunciar un compromiso, o algo así? Podía imaginarme a la mitad de la sala desmayándose de decepción ante la idea.

Y entonces, las cortinas dejaron paso no a un Ferrari recién adquirido, sino a un muchacho menudo, trajeado y repeinado que parecía sentirse un poco fuera de lugar en aquella habitación.

- Les presento a mi hijo, Dick Grayson, que hoy cumple su doceabo aniversario. Sus padres murieron recientemente en un accidente y no tiene a nadie más de su familia que pueda hacerse cargo de él. Por consecuente, Dick será también el heredero de empresas Wayne y de toda mi fortuna. ..

Woah... aquello sí que era un anuncio. ¡Toda su fortuna! La revelación impactó tanto a los invitados que no pasó ni medio segundo hasta que el salón se llenó de exclamaciones, aplausos y cuchicheos. Decenas de pares de ojos se clavaron en el pobre Dick, que se había quedado completamente quieto al lado de su padre adoptivo. Yo le miré con simpatía. Era un chico delgado, con el pelo tan oscuro como el de Bruce, y los ojos igual de azules. Podría haber sido perfectamente su hijo de verdad.

Me sonaba el apellido de Grayson, pero... ¿de qué era? Ah, ya recordaba. Los Grayson Voladores. El accidente del circo Haly, hacía más o menos un año. Había salido en los periódicos, y papá me había hablado de ello. Aquel pobre chico era el hijo de los acróbatas muertos... Por mucho que los invitados de la sala le envidiaran ahora mismo, ni todo el dinero de Industrias Wayne podría compensarle por lo ocurrido.

- Encantado... - dijo entonces Dick Grayson, con timidez, y terminó de caerme bien de inmediato. Bruce Wayne le puso la mano en el hombro para reconfortarlo, y el muchacho clavó la vista en el suelo, sonrojándose.

Era adorable.

- Ooooh, Bruce, ¡es una monada! - exclamó una de las mujeres que había cerca de mí, sobresaltándome. De acuerdo, yo también lo había pensado, pero tampoco hacía falta proclamarlo a voz en grito... Después de aquél se sucedieron varios comentarios en el mismo estilo y, en un instante, el pobre niño estaba rodeado de gente que lo acribillaba a halagos y preguntas.

- Así que al final has decidido acoger al chico... - le comentó mi padre a Bruce Wayne. El millonario se había apartado un poco para dejar espacio a las "acosadoras", pero mantenía los ojos fijos en el muchacho. Supuse que le preocupaba que alguno de sus invitados le hiciera sentir incómodo.

- Sí, Jim. - respondió, ausente - El chico no tiene a nadie más. Me sentía responsable de él. Al fin y al cabo, yo estaba allí cuando ocurrió.

No añadió lo que todo el mundo asumía. Al haber perdido a sus padres siendo sólo un niño, Bruce Wayne debía de verse reflejado en aquel huérfano. Aquello explicaría perfectamente su repentino interés por adoptar un niño.

- Oh, cariño, ¿y echas mucho de menos a tu familia? - la pregunta de una de las mujeres que rodeaban a Dick llegó a mis oídos. Los rasgos de Bruce Wayne se endurecieron al instante. La verdad es que yo también estaba sorprendida. Aquello estaba totalmente fuera de lugar.

- Dick - interrumpió el jefe de Industrias Wayne, alzando la voz - Ven, quiero que conozcas a alguien. ¿Recuerdas al comisario Gordon...?

- Ooooh, Bruce, ¡es una monada! -

Las mujeres de la sala se acercaron para verme mejor. Aquella situación me resultaba un poco incómoda, sintiendo los ojos de todos los presentes sobre mí. No paraban de cuchichear y de halagarme. ¿Realmente les parecía una monada? Me resultaba vergonzoso, ¡no quería ser mono!¡no era ningún peluche del que presumir!

Mis mejillas se tornaron ligeramente rojas, al ver como se acercaban aquellas mujeres maduras a hablarme y a felicitarme. Yo estaba un poco cortado y no sabía muy bien que decirles, no había tratado nunca con gente rica y menos pararme a buscar las palabras apropiadas para hablarles. No me acostumbraba a eso de ser un niño rico...

Entonces, una de ellas se agachó a mi lado para hablarme cariñosamente y me preguntó algo que no me lo esperaba.

- Oh, cariño, ¿y echas mucho de menos a tu familia? -

El rojo abandonó mis mejillas, sustituyéndose por un blanco muy pálido. ¿Qué clase de persona le pregunta eso a un niño que ha perdido a sus padres? ¿Qué cree usted? ¡Claro que los echo de menos! ¿Cómo no lo voy a hacer? ¡Son mis padres! ¡Llevan muertos un año y todavía no lo asimilo! Aún recuerdo sus caras, sus voces, como me miraban, como me hablaban y también recuerdo ese día perfectamente. Jamás lo olvidaría. Como sus cuerpos cayeron al suelo, aquel sonido sordo y contundente, las voces de los espectadores gritando y después el silencio... sus cuerpos inertes...sin vida...sus ojos...sus...

- Dick - interrumpió Bruce, alzando la ligeramente la voz - Ven, quiero que conozcas a alguien. ¿Recuerdas al comisario Gordon...?

Y llegó la salvación. Mis temblores se detuvieron al escuchar su voz grave y contundente. Ignoré la pregunta de aquella señora y casi corrí en dirección a mi padrastro, huyendo de esos recuerdos tenebrosos que empezaban a aflorar en mí. Se suponía que era una fiesta, no un recordatorio del funeral.

-Oh, si... - dije cuando me coloqué al lado de el señor Wayne. El comisario Gordon estuvo aquel día, se encargó de llevarse los cuerpos y de investigar el culpable que había manipulado los trapecios. Yo ya sabía quien había sido, pero no había pruebas que lo incriminaran, ni tampoco conocía su nombre. Imagino que todavía sigue paseándose por Gotham libremente...

-¿Cómo estás Dick? ¿Te lo estás pasando bien? - preguntó el comisario con una sonrisa detrás de su bigote blanco.

-Si, bueno, hay mucha gente y bueno, esto... - no sabía bien que decir, intenté esforzarme para no parecer tonto - no suelo llevar corbata -sonreí tímido.

-Es la primera fiesta del chico, James, todavía tiene que aprender muchas cosas - Bruce sonrió, como sonríe un padre a su hijo.

No estaba seguro si quería aprender según que cosas de la alta sociedad. Era una verdadera lata eso de la "etiqueta".

-Por algo se empieza- comentó el comisario. Entonces me fijé por primera vez que justo detrás suyo había una bonita niña observándonos. Llevaba un vestido azul, muy poco recargado, pero bonito. Combinaba muy bien con sus ojos azules, muy parecidos a los de el comisario. Pero a diferencia de él, sus cabellos eran rojos como el fuego, no había visto nunca un rojo tan intenso y tan cálido como el suyo. Me recordó ligeramente a Raya, una de mis compañeras del circo Haley, pero la chica del vestido azul era aún más guapa. Raya también era pelirroja, era un color de pelo que siempre me había fascinado, un color tan extravagante, tan raro pero a la vez tan guay... aunque el de aquella otra chica, era diferente al de otras pelirrojas que había conocido. Era más natural, más brillante, estaba como...¡vivo!

-Ah, Dick -empezó Bruce - te presento a Barbara, la hija del comisario Gordon.

Parpadeé al ver que Bruce se había dado cuenta que llevaba varios segundos mirándola y por poco vuelvo a ponerme colorado. ¿Era la hija del comisario? ¡Pero si parecían la día y la noche? Evidentemente la noche era el comisario, con ese rollo de poli y de que corren rumores de que no duerme por culpa del crimen en Gotham.

Barbara...nunca había escuchado ese nombre, era raro, como de otro idioma, seguro que no era inglés, ¿o sí?

-Encantado...- dije acercándome ligeramente a ella para verla más de cerca. ¿Me dejaría tocarle el pelo? - Me llamo Dick Grayson-

-Si, bueno, hay mucha gente y bueno, esto... no suelo llevar corbata - dijo Dick, respondiendo a la pregunta de mi padre.

Oh, papá, por favor, ¿podemos quedárnoslo?

-Es la primera fiesta del chico, James, todavía tiene que aprender muchas cosas

-Por algo se empieza- respondió mi padre.

Dick escogió ese momento para mirarme por primera vez y le sonreí abiertamente. Se le notaba menos nervioso, probablemente gracias a Bruce Wayne y el rescate de las garras de las arpías. El chico se había tocado en algún momento el pelo engominado, provocando que un par de mechones se salieran de su peinado perfecto. Podía imaginarme a Alfred Pennyworth apareciendo, peine en mano, en cualquier momento para corregir aquel terrible problema. La idea me hizo acentuar la sonrisa.

-Ah, Dick -Bruce Wayne tomó la palabra, atrayendo la atención de su protegido - te presento a Barbara, la hija del comisario Gordon.

-Encantado...-dijo, acercándose- Me llamo Dick Grayson.

- Es un placer, Dick. - respondí, tendiéndole la mano. - Puedes llamarme Babs.

- También es la primera fiesta de Barbara- intervino mi padre - ¿Por qué no le haces un poco de compañía a Dick, hija? Debe de estar agobiado, rodeado de tantos adultos.

La sugerencia me pareció estupenda. Incluso yo estaba agobiada rodeada de tantos adultos. Además, acababa de ver al Alcalde Hill acercándose a nosotros, y estaba segura de que aquello significaba una de aquellas interminables conversaciones políticas en las que le gustaba enzarzarse con Bruce y mi padre.

- Es una gran idea, Jim - intervino nuestro anfitrión, con una sonrisa - Dick, ¿por qué no le enseñas la mansión a Barbara? Seguro que eso es más interesante que nuestra cháchara.

-¡Claro! - contesté entusiasmado a Bruce. Aquello me pareció una genialísima idea.

Estar con los adultos era de los más aburrido. Había escuchado más de una vez las conversaciones que siempre se traían el comisario Gordon y mi padrastro y eran francamente aburridas. Cuando Bruce traía gente de su estatus a la mansión, no paraban de hablar de cosas superficiales que no me interesaban, y al final acababa yendo a molestar a Alfred o a jugar por los jardines. Incluso me gustaba mucho más pasar el tiempo en el gimnasio, practicando mis acrobacias.

Aquella era una buena ocasión para acercarme a esa chica tan mona, Barbara, e ir a divertirnos un rato.

¡Ven por aquí! - le dije divertido mientras empezaba a caminar fuera de la sala de reuniones. Todavía tenía algunas miradas clavadas en mi. Algunas de aprobación, otras de desagrado, pero ya no me importaba. Mis pensamientos ahora estaban en otro sitio.

Primero le enseñaría la cocina, después la biblioteca y el gimnasio. ¡Seguro que le gustan! Y por último mi habitación. ¡Hasta podríamos jugar a la consola! Si a ella le gusta, claro.

A Dick prácticamente se le iluminaron los ojos con la propuesta. Debía de odiar las conversaciones de política tanto como yo. Bueno, otro punto para él.

-¡Claro! - exclamó, echando a andar enseguida - ¡Ven por aquí!

Obedecí como una niña buena, dirigiendo una última mirada a mi padre. En ese momento, el Alcalde Hill llegaba junto a él y le estrechaba la mano efusivamente. Me pregunté si esta vez se pasarían la media hora siguiente hablando de Batman. ¿Existía, no existía? Era divertido ver a papá esquivando preguntas sobre el tipo con el que solía charlar en el tejado. ¡Si incluso había intentado negármelo a mí en una ocasión!

Dick me esperaba junto a la puerta, pasando su peso de un pie al otro. Me apresuré un poco para alcanzarle.

- Bueno, ¿adónde vamos? - le pregunté, cuando llegué a su altura. Si aquella mansión era tan grande por dentro como parecía por fuera, iba a necesitar que me guiara. No quería que mi padre terminara enviando a un escuadrón de búsqueda para encontrarme, totalmente perdida, en alguno de los veinte cuartos de baño...

Pasé por las cortinas que dividían la sala de estar de los ricachones y entramos en uno de los pasillos, que estaban más oscuros comparados con el resto de las habitaciones.

-Ya lo verás- comenté sonriendo divertido. Giré hacia la derecha, mirando si Barbara me seguía y abrí una de las puertas que teníamos en frente.

La habitación era bastante grande, llena de mesas, de fogones y de cocineros correteando estresados de un lado a otro. Parecían estar preparando ya la espectacular y exquisita cena. Tenía en frente una pequeña mesa donde Alfred iba dejando los platos preparados, después de recogérselos a los cocineros.

-¡Esta es la cocina! - dije entusiasmado mientras cogía un canapé de las bandejas que habían dejado en el mármol.

-¡Eso era para llevarlo ahora, señorito Dick - replicó Alfred entre molesto y divertido - Bienvenida señorita Gordon, espero que esté disfrutando de la fiesta.

-Estoy enseñándole la mansión a Barbara - comenté divertido y empecé a caminar hacia la otra punta de la cocina para abrir otra puerta - ¡Por aquí! Te enseñaré más cosas.

-Muy bien señorito Dick, pero recuerde que a las diez se cena - dijo Alfred reponiendo el canapé que me había comido y lo dejó en el mismo hueco de la bandeja.

-Si... - estiré la última letra y desaparecí de la cocina con Barbara.

-¡Ésta es la cocina! - anunció Dick, con orgullo, y supe enseguida que aquella debía de ser una de sus habitaciones favoritas de toda la mansión.

No podía culparle: olía deliciosamente bien ahí dentro. Sentí un vacío en el estómago; un recordatorio de que aún no había cenado. Mi guía parecía tener el mismo problema, pero decidió ponerle remedio rápidamente con un canapé.

-¡Eso era para llevarlo ahora, señorito Dick -protestó Alfred. La escena no pudo menos que hacerme reír - Bienvenida señorita Gordon, espero que esté disfrutando de la fiesta. - añadió entonces, dirigiéndose a mí.

- Oh, está siendo muy divertida - respondí, guiñándole un ojo con complicidad al pequeño Dick.

-Estoy enseñándole la mansión a Barbara - explicó él, mientras cruzaba la cocina - ¡Por aquí! Te enseñaré más cosas. - añadió.

-Muy bien señorito Dick, pero recuerde que a las diez se cena - Alfred reemplazó rápidamente la baja que había sufrido la bandeja.

-Sííí... - respondió el chico, haciéndome una seña para que lo siguiera.

- ¡Hasta luego, Alfred! - exclamé, acelerando el paso para alcanzarlo.

- Pásenlo bien, señoritos - fue la lacónica respuesta del mayordomo.

Mi guía ya llevaba medio pasillo de ventaja cuando llegué junto a él.

- ¿Nunca te pierdes aquí dentro? - pregunté, echando un vistazo a mi alrededor.

Había tantas puertas que debía de ser difícil incluso encontrar el baño. Aunque, claro, apostaba a que un cuarto de baño en casa de Bruce Wayne era tan grande como mi sala de estar. De hecho, estaba segura de que tenía que haber al menos un lavabo por planta. No sabía cuántas plantas había exactamente, pero tenían pinta de ser unas cuantas.

- ¿Quiénes son todos estos? - no pude evitar preguntar, mientras avanzábamos, al ver las largas hileras de cuadros que nos contemplaban desde la pared - Supongo que familia Wayne... Madre mía, ése es igualito a Bruce, pero en viejo...

-Al principio me perdía continuamente - expliqué - pero Alfred estaba siempre conmigo así que no tenía problemas. No tardé en aprendérmelo todo, soy demasiado curioso. -sonreí divertido. Aquella casa tan grande era perfecta para jugar al escondite, aunque era una lástima no poder invitar a mis compañeros de clase. Al parecer, a Bruce no le gustaban mucho las visitas, y si invitaba a alguien siempre eran los mismos estúpidos y hipócritas ricachones que estaban ahora en la planta baja.

Miré yo también los retratos, habían algunos bastante graciosos, sobretodo todo los más antiguos, que vestían con ropas muy pomposas. Había un cuadro que no estaba y el de al lado tenía un sombrero al estilo napoleón. Bruce tenía una gran familia, la verdad.

-Sí, tengo entendido que son sus familiares. Y este de aquí... - dije acercándome a dónde estaba Barbara - Este es Thomas Wayne, su padre. A su lado está su madre, Martha Wayne... - comenté distraído mientras recordaba aquella charla con mi padrastro acerca de la muerte de sus padres. Bruce estaba igual marcado por el dolor, como yo.

Recuperé de nuevo la sonrisa y le cogí de la muñeca a Barbara - ¡Ven! ¡Sigamos por aquí! - cruzamos un par de pasillos y llegamos a una habitación enorme, era tan grande como la sala de estar del piso de abajo. Encendí el interruptor que tenía al lado y rápidamente la luz reveló centenares o incluso miles de libros ordenados perfectamente en sus respectivas estanterías. La Biblioteca era inmensa, me recordaba mucho a una que salía en una película de dibujos animados. ¿La Bella y la Bestia? Puede ser.

-¡Y esta es la biblioteca! - -exclamé con entusiasmo- Aquí hay de todo, desde libros de fantasía a policíacos o incluso de terror. Bruce también tiene una sección de libros aburridos de economía o no se que rollo que siempre mira para documentarse.

-Sí, tengo entendido que son sus familiares. Y este de aquí... - explicó Dick - Este es Thomas Wayne, su padre. A su lado está su madre, Martha Wayne...

El chico bajó el tono de voz, y yo me quedé mirando fijamente los dos retratos, recordando la historia que los acompañaba. La noticia, en su día, había conmocionado a todo Gotham. Yo misma, que no había ni nacido cuando ocurrió, había escuchado el relato del homicidio de los Wayne una y otra vez. A pesar de sus excentricidades y de esa sonrisa boba que le gustaba poner, Bruce Wayne era un buen hombre, y no podía evitar sentir una gran lástima por él.

- ¡Ven! ¡Sigamos por aquí! - exclamó de pronto Dick, sacándome de mis pensamientos.

Dejé que me guiara hacia la siguiente habitación... para llegar a la que debía de ser la hermana pequeña de la Biblioteca Nacional de Gotham. ¿Bruce Wayne tenía tantos libros? Y yo que pensaba que sólo le gustaba dar fiestas, nada de leer... Aunque, claro, a lo mejor los había heredado de sus padres.

-¡Y esta es la biblioteca! - -dijo Dick- Aquí hay de todo, desde libros de fantasía a policíacos o incluso de terror. Bruce también tiene una sección de libros aburridos de economía o no se que rollo que siempre mira para documentarse.

- Es enorme - no pude evitar decir en voz alta, aunque fuera algo obvio, mientras paseábamos entre las estanterías - ¡Robin Hood! - exclamé, encantada, reconociendo el lomo de uno de mis libros favoritos.

Debía de ser una edición carísima, además de estar llena de ilustraciones preciosas. Empecé a pasar las páginas, fascinada.

- ¿Cuántos has leído? - le pregunté a Dick, haciendo un gesto en dirección a las estanterías.

-Pues unos pocos solo, Bruce casi nunca me deja tiempo libre, siempre está recordándome hacer todos los deberes.- dejé escapar un suspiro y miré la estaría dónde se encontraban los libros de fantasía juvenil.

-Me he leído algunos de estos, Harry Potter, Percy Jackson... aunque mis favoritos son los de aquí-

Me acerqué a una estantería algo más pequeña que las demás. Parecía más bien una cajonera y estaba alejada del resto, cerca a la mesa de la sala. Estiré los brazos para coger lo que parecía un libro grande y alto de tapa roja, con una portada llena de dibujos bastante característica. En la cubierta rezaba el título "El príncipe Valiente".

Sonreí divertido mientras le enseñaba los cómics que había leído a Barbara.

-Esto seguro que es de Bruce cuando era pequeño. Son cómics muy antiguos, ¡pero son muy divertidos!

Al parecer, la biblioteca de la Mansión Wayne tenía un estante secreto, y Dick acababa de descubrírmelo.

-Esto seguro que es de Bruce cuando era pequeño. Son cómics muy antiguos, ¡pero son muy divertidos!

Esbocé una sonrisa al imaginarme a Bruce Wayne leyendo "El Príncipe Valiente". Parecía tratar de aventuras medievales; nada de fiestas lujosas, flamantes coches o despampanantes supermodelos. Hay que ver cómo cambia la gente con los años. ¿Qué leería ahora nuestro anfitrión? ¿La revista Vogue?

Pasamos un rato más en la biblioteca, ojeando los cómics de Bruce. Dick me enseñó varias de sus escenas favoritas, yo le pregunté por los personajes que más le gustaban, y finalmente dejamos la cajonera como estaba, por miedo a las represalias de Alfred si algo quedaba desordenado.

- Listo - dije, dejando el último cómic en su lugar - Y ahora, ¿adónde me llevas?

El tour por la Mansión podía continuar.

-Ahora te llevo a mi sala favorita -

Cruzamos la biblioteca y bajamos por unas escaleras de caracol que parecían indicar un sótano. Después de unos pasillos más, encendí las luces de la penúltima sala que quería enseñarle a Barbara.

-Esto es el gimnasio- expliqué, y mi voz resonó por toda la habitación como un eco.

El lugar estaba lleno de máquinas y cachivaches para hacer ejercicio. Bicicletas estáticas, colchonetas, potros... una infinidad de aparatos electrónicos que trabajaban tu musculatura y controlaban el peso de tu cuerpo.

Corrí entonces en dirección a unos aros de acrobacia que estaban enganchados con cuerdas en el techo. En un intento de impresionar a la chica, salté en dirección a las anillas y me colgué de ellas, impulsándome hasta realizar una voltereta y aterrizar en el suelo sin perder el equilibrio.

Miré entonces a la pelirroja, deseando encontrarla entusiasmada con mi acrobacia. No quería fardar mucho todavía, así solo le dediqué un salto mortal en vez de realizar el cuádruple.

-¿A qué es genial?- sonreí de oreja a oreja.

-Esto es el gimnasio- dijo Dick, aclarándome en qué clase de sala me acababa de meter.

Bueno, nunca me había parado a pensar en el gimnasio de Bruce Wayne. Eso explicaría por qué el millonario estaba tan... uhm... cuadrado. Y lo cierto es que era un sitio enorme: cintas de correr, bicicleta, anillas... No conseguía imaginarme a Wayne usando todas esas cosas, ni a Alfred, ni a Dick, para ser sincera. Tendría que haber recordado que el chico creció en un circo.

Bueno, él me lo recordó.

Dick salió corriendo de repente y, cuando me di cuenta, ya estaba colgando de dos anillas y balanceándose para coger impulso.

- ¡Ten cuidado, vas a hacerte da...! - empecé, sin querer.

Pero no sólo no se hizo daño, sino que encima hizo una voltereta, y luego aterrizó limpiamente.

- Vaya.

- ¿A que es genial?- dijo el chico, divertido.

- ¿Que un niño de doce años sea mejor que yo en gimnástica? No, no es nada genial. - pregunté, ligeramente divertida. Yo estaba bastante orgullosa de mis notas en educación física, pero aquel chico acababa de hacer como si nada un salto mortal, allí mismo.

Me acerqué a las colchonetas. Tenía unas ganas increíbles de ponerme a dar saltos ahí mismo. Si no llevara vestido, claro...

Otra vez sería.

- Ahora no llevo la ropa adecuada pero, un día de estos, tienes que enseñarme como has hecho eso. - le dije a Dick, mirando con anhelo las anillas.

Me acerqué a él para ponerle bien la corbata. Le había quedado girada por la voltereta. Tenía un aspecto muy gracioso, pero a Alfred Pennyworth no le gustaría.

- Tu casa es genial. - le dije, sonriendo, mientras le rehacía también el peinado con los dedos, antes de añadir: -Tengo que venir más veces.

Sonreí con orgullo al ver que acababa de sorprender a la chica y apoyé mis puños en la cadera, como hacía Robin Hood en esa película.

Había conseguido llamar su atención y al parecer le había gustado ver mi voltereta. Quería caerle bien, ella me caía bien, así que... ¿por qué no ser amigos?

-¡Eso sería genial! ¡Cuando quieras! - le dije sonriendo de oreja a oreja, completamente entusiasmado. Aquello significaba que volvería a verla seguramente. ¡Sería muy divertido hacer acrobacias con ella!

La niña se acercó a mi y sus manos cogieron la corbata, que al parecer estaba torcida, y me colocó en su sitio. Después pasó sus dedos por mi pelo para ordenarlos al mismo tiempo que empezaba a notar mis mejillas ardiendo.

Barbara estaba muy cerca de mí, y por alguna razón que no me explicaba, empezaba a ponerme ligeramente nervioso.

-Ven cuando quieras - le comenté esta vez, algo más cortado.

- Ven cuando quieras - me dijo Dick, con vocecilla apagada.

Lo miré, mientras terminaba de ponerlo "presentable". El chico estaba rojo como un tomate, como cuando Bruce Wayne le había puesto la mano en el hombro, hacía un rato. A lo mejor no estaba del todo acostumbrado a las muestras de afecto. ¿Sería posible que un chico de circo fuera tan tímido? Bueno, a mí me parecía monísimo, así que no iba a quejarme.

- ¿Te he puesto nervioso? - pregunté, apartando la mano, con suavidad, de su pelo negro. - Lo siento - me disculpé, con una sonrisa - Es que siempre he querido un hermanito pequeño.

Tenía un hermano, sí, pero James era mayor que yo... y era horrible. Nunca nos habíamos llevado bien, y nunca le había perdonado que mintiera a papá acerca del llavero de Bess. Hacía mucho tiempo de la desaparición de mi amiga, y estaba más que segura de que James sabía algo... Pero, por suerte o por desgracia, mamá se lo había llevado con ella a Chicago después del divorcio, así que nunca me lo diría. En el fondo, era un alivio no tener que verle más.

- ¿Qué habitación toca ahora? - le pregunté a Dick, sonriendo de nuevo y apartando el recuerdo de James Gordon Jr. de mi mente.

-¿Nervioso? ¡no!- espeté, intentando mostrarme tranquilo. Pero era una niña muy bonita y agradable, y eso no ayudaba.

Espera. ¿un hermanito ha dicho?

Tragué saliva y después intenté sonreír, no sabía sin sentirme feliz o triste.

-Yo no tengo hermanos.-por no decir que ya no me quedaba familia alguna.- Me hubiera encantado tener una hermana como tu - le devolví la sonrisa, dejando la timidez atrás. Noté como mis mejillas dejaban de enrojecer y volvían a su color natural.

-¡Ahora toca la mejor habitación de tooooda la mansión!- sonreí entusiasmado y volví a correr por todo el gimnasio hasta llegar a la puerta.- ¡Es por aquí!

Cruzamos varios pasillos más y subimos las escaleras al tercer y último piso. La música del vestibulo había dejado de escuharse y ahora solo quedaba el silencio. Encendí un par de lámparas por el camino y pronto llegamos a la puerta de mi habitación. Giré el pomo e invité a Barbara a entrar.

-Este es mi cuarto, aquí guardo todas mis cosas. También tengo videojuegos- dije señalando al mueble de la televisión. Encima de este descansaba una PlayStation que acaba de salir al mercado hacia poco.

La habitación tenía posters por todos lados, de dibujos, del circo de Haley y juguetes y muñecos por todas partes. Habían un par de peluches en la cama. Uno era de un perro y el otro era de un conejo. Había podido conservar todas aquellas cosas de mi familia, el resto eran de Bruce Wayne, supongo que trataba de alguna manera devolverme mi infancia.

Y en la mesita de noche, estaba la foto de mis padres. John y Mary estaban sonriendo a la cámara, con sus trajes de trapecistas y abrazando al niño que estaba en medio. Había pasado una eternidad desde aquella foto.

-Podemos jugar a la consola después de comer, si quieres.- comenté divertido.

Dick me miró y su expresión se ensombreció un poco. Me sentí culpable al instante. Le estaba hablando de hermanos... de familia. Dios, Babs. Estuve a punto de darme una palmada en la frente. ¡Acababa de hacer lo mismo que aquellas locas del salón! ¡Sacar el tema que no debía!

-Yo no tengo hermanos.- dijo él, antes de que pudiera disculparme - Me hubiera encantado tener una hermana como tú.

Le devolví la sonrisa, no sólo porque me sintiera aliviada, sino porque la suya era contagiosa. La clase de sonrisa que se reflejaba también en sus ojos azules. Se me pasó por la cabeza que, cuando aquel niño creciera, sería tan popular entre las chicas como el mismo Bruce Wayne. Sólo esperaba que tuviera mejor gusto para escoger parejas que el millonario.

- ¡Ahora toca la mejor habitación de tooooda la mansión!- continuó Dick, echando a correr hacia la puerta del gimnasio - ¡Es por aquí!

Lo seguí escaleras arriba, hasta que abrió la puerta de su habitación. El chico me miró e hizo las presentaciones; "Barbara, la habitación de Dick. Habitación de Dick, ésta es Barbara".

La verdad es que tenía muchas cosas, pero la mayoría eran muy nuevas, demasiado como para no ser regalo de Bruce Wayne. Por un lado, era muy bonito ver que Wayne invertía dinero en algo distinto a sus descapotables. Por el otro, parecía que intentara compensar a Dick por su pérdida con todos aquellos juguetes. Esperaba que Bruce no fuera de aquel tipo de padres que intentaban ganarse el cariño de sus hijos con regalos, en lugar de pasar el tiempo con ellos.

Había dos peluches sobre la cama, un conejo y un perro, que me llamaron la atención, así como la foto que había sobre la mesita de noche.

- Podemos jugar a la consola después de comer, si quieres.- estaba diciendo Dick.

- ¿Estás seguro? Se me dan muy bien los videojuegos, a lo mejor te arrepientes de retarme... - bromeé, sin dejar de mirar la foto enmarcada - ¿Puedo verla?- añadí, al final, haciendo un gesto en dirección a la mesita. Parecían los tres tan felices, con sus coloridos uniformes y la carpa tras ellos... Sentí una punzada de pena, a pesar de no haberlos conocido.

En su momento, mi padre había prometido, después de mucho insistirle, que me llevaría un día al circo de Haley. Pero la tragedia había tenido lugar antes de que pudiéramos visitarlo. Nunca los había visto en acción, pero los que sí lo habían hecho decían que los Grayson Voladores eran una maravilla. Bruce Wayne le explicó a mi padre que surcaban el cielo como verdaderos pájaros...

Barbara parecía retarme con los videojuegos, no estaba seguro de que se le dieran tan bien como a mí, los chicos sabemos más de estas cosas. Claro que si no resultaba así, el que quedaría en ridículo sería yo...

-Eso ya lo veremos.- reí, y entonces mi sonrisa se apagó ligeramente cuando Barbara cogió el cuadro de la mesita de noche. 

-Claro - Le indiqué, intentando que mi voz sonara tranquila, pero cada vez que veía a mis padres, aunque fuera a través de las fotos, sentía pequeñas punzadas en mi corazón.

Ya no estaban, ya no les volvería a ver sonreír así, y cada vez que veía sus rostros felices me acordaba de lo enfadado que estaba yo aquel día, de lo injusto que había sido con ellos. Les replicaba por no haberme dejado actuar aquella noches. "La próxima vez, Dick" me dijo mi madre antes de lanzarse al vacío junto a mi padre "te prometo que será en la próxima actuación". Deseaba tanto hacer la última escena con ellos, el salto sin la red... que si no fuera porqué aquella noche me lo prohibieron quizás yo tampoco seguiría con vida.

Los rugidos de mi tripa despistaron mis pensamientos y entonces enrojecí sin darme cuenta.

-Creo que va siendo hora de bajar a cenar, ¿luego volvemos? - le sonreí a la pelirroja.

Tendí una mano hacia Dick. El chico tenía la mirada fija en la fotografía y expresión ausente, como si recordara...

Entonces, su estómago le recordó que era la hora de cenar, y volvió a la realidad, enrojeciendo visiblemente.

-Creo que va siendo hora de bajar a cenar, ¿luego volvemos? -me dijo, con una sonrisa.

Asentí. Lo cierto es que, durante el paseo, a mí también se me había abierto el apetito. Me preguntaba qué clase de comida deliciosa se serviría en el comedor de los Wayne. Si Alfred estaba detrás de todo, seguro que nadie tendría quejas sobre el menú.

Dick me guiaba de nuevo, por un largo pasillo con habitaciones a ambos lados y unas escaleras de mármol. El salón donde íbamos a comer no estaba muy lejos, y la música podía escucharse ya desde el lugar donde estábamos. Me pregunté si llegaríamos tarde, pero nadie pareció prestarnos mucha atención. El sonido de las conversaciones llenaba la enorme habitación, un pequeño conjunto de jazz tocaba en una de las esquinas y varios camareros avanzaban hábilmente entre la multitud, con las bandejas en las manos. Los ricachones empezaban a tomar asiento. Bruce hizo una seña a Dick para que se sentara a su lado. Mi padre no andaba muy lejos.

- ¿Cómo ha ido la excursión, chicos? - preguntó, divertido, mientras me sentaba junto a él - Menos mal que habéis vuelto. Si Bruce vuelve a empezar con sus planes para ampliar el estadio de Gotham, me estallará la cabeza. - bromeó.

- Dick me ha enseñado toda la mansión - expliqué yo, mientras me servían el primer plato; una sopa de pescado que tenía pinta de estar riquísima - Si algún día queréis ampliar el estadio de Gotham de verdad, bastará con ponerlo en la sala de estar. - dije, provocando una carcajada de Bruce Wayne.

El resto de la cena transcurrió entre conversaciones casuales, batallitas de Bruce y comentarios acerca de las obras de caridad o las próximas elecciones. Cada vez que salía el tema de la política, Dick y yo intercambiábamos muecas. El chico repitió solomillo a la pimienta, y yo le pedí a Alfred un poco más de sopa. Los adultos bebieron vino, y después trajeron champán para brindar. Bruce le dejó tomar un sorbo a su protegido, pero mi padre era más reacio a que yo lo probara.

- No mientras estoy de servicio, Barbara - me dijo, medio en broma medio en serio, y no me quitó el ojo de encima mientras me mojaba los labios.

Bruce pidió unos cuatro brindis seguidos; el primero por Dick, el segundo por Gotham, el tercero por todos los que estábamos allí, y el cuarto por una de las mujeres que se sentaban cerca de él. La aludida enrojeció rápidamente, y se pasó el resto de la noche poniéndole ojitos al millonario. Yo resistí bastante bien el impulso de resoplar.

Finalmente, los camareros retiraron los platos y Bruce nos condujo a todos al salón de baile adyacente para continuar con la fiesta. Los músicos habían llegado antes que nosotros y, a una seña del amo de la mansión, empezaron a tocar de nuevo. Bruce Wayne se volvió hacia mí.

- ¿Sabes bailar, Barbara? - me preguntó, con aquella sonrisa de anuncio de dentífrico que tan bien se le daba poner.

- Un poco... - empecé, temiéndome que quisiera que me pusiera a bailar allí, delante de todo el mundo.

No estaba del todo equivocada.

- ¿Qué me dices, Jim? ¿Puedo sacar a tu hija a bailar? - preguntó.

- Sólo si me la devuelves antes de las doce - sonrió mi padre.

- No hay problema - concedió el millonario.

Sentí que me moría de vergüenza cuando me cogió de la mano y me sacó al centro de la pista, delante de todos. Me encantaba bailar, pero me entró el pánico escénico al instante. Era mi primera gala, y lo último que necesitaba era tanta gente mirándome a la vez. Hubiera dado cualquier cosa por volver junto a Dick y escabullirnos de la fiesta.

Por suerte, Bruce era tan buen bailarín que no tuve que preocuparme por pisarle en ningún momento. Me dio un par de vueltas, me dijo que había sido un placer, y me dejó volver junto a mi padre, mientras él se iba a la caza de la chica a la que había dedicado el brindis. Para entonces, ya había varias parejas dando vueltas por la pista de baile, y muchas otras parecían a punto de unirse. Tuve que contener la risa cuando Catherine Bowyer, la anciana viuda de uno de los concejales de Gotham, se acercó a mi padre para preguntarle si se animaba a bailar.

Cuando lo arrastró a la pista, yo me dediqué a buscar a Dick entre la multitud. El chico hablaba animadamente con Alfred, que llevaba una bandeja de canapés notablemente vacía.

- ¡No me habéis dejado ninguno! - exclamé, acercándome a ellos.

- Puedo ir a buscar más si lo deseáis, señorita Gordon - dijo Alfred, con solemnidad.

- No hace falta - me reí - He tenido bastante con la cena - dirigí una mirada a la pista, donde mi padre se defendía lo mejor que podía con la señora Bowyer - ¿No vas a bailar, Dick? - pregunté, con curiosidad.

Bajamos al comedor y los adultos ya estaban sentándose en la gran mesa. Me coloqué al lado de mi padrastro y este me dedicó una sonrisa.

-¿Qué tal con Barbara? - me preguntó.

-Bien, le he enseñado la Biblioteca, el gimnasio, la habitación... ¡Nos lo hemos pasado genial!

-Me alegro, tendré que invitarla más a menudo entonces.

Estaba contento de que Bruce me hubiera presentado a la hija del comisario, era una chica encantadora y muy divertida. Acababa de hacer una nueva amiga aquí, en la ciudad de Gotham. Y gracias también a mis compañeros de clase, empezaba a sentirme como en casa. Nuevos amigos, nueva familia... quizás esto no estuviera tan mal después de todo. Podría haber sido mucho peor.

Me comí la verdura a regañadientes pero después le hinqué bien el diente al solomillo con patatas. Aquello si que era comida de verdad, así que repetí varias veces lo que más me gustaba. Era un chico con mucho apetito.

Bruce brindó varias veces a lo largo de la cena, y volví a enrojecer cuando me dedicó unas palabras amables. Aquel hombre había sido mi salvación, le debía todo cuanto tenía ahora.

Después de la cena, mi padrastro cogió a Barbara y la arrastró a la pista de baile. No paré de reír al ver que la chica estaba tan nerviosa y no sabía dónde poner los pies. Alfred pasó por delante de mi con una de esas bandejas llenas de cosas ricas y acto seguido empecé a perseguirle como un perrito faldero, a ver si conseguía pillar una tostada de anchoas y olivas.

-¿Cómo va la fiesta, señorito Grayson? 

-¡Guay, Alfred! ¡Lo mejor de la noche es la comida!

-¿Y qué me dice de las damitas? - bromeó el siempre inexpresivo mayordomo y miró detrás de mi.

Acto seguido me giré y vi como Barbara se acercaba acalorada hacia nosotros. Parecía haberse divertido con el baile de Bruce, pero también se le notaba muy nerviosa.

- ¡No me habéis dejado ninguno!

- ¡Menuda glotona!- bromeé a la vez que me comía el último bocadito de pizza.

-¿No vas a bailar, Dick?

-¿Eh? ¿Bailar? - le dije con la boca llena- No es lo mío... - tragué el último trozo de pizza.

-Señorito...no debería hablar con la boca llena - dijo Alfred con un tono más severo de lo normal.

- ¡No me habéis dejado ninguno!

- ¡Menuda glotona!- Dick, dispuesto a predicar con el ejemplo, hizo desaparecer el último canapé. Por supuesto, él era el más adecuado para llamar glotones a los demás. ¿Dónde metería él toda aquella comida? Lo mirara por donde lo mirara, el chico era bastante canijo.

Esbocé una sonrisa traviesa mientras lo veía engullir el último bocado. Tras el baile con Bruce me sentía azorada y aún tenía las mejillas algo coloradas, pero me encantaba bailar, y ahora que había dado las primeras vueltas me apetecía muchísimo volver a la pista. Sólo que no como acompañante de Bruce Wayne; sería todo lo atractivo que él quisiera, pero me daba demasiado corte que todo el salón nos mirara.

-¿No vas a bailar, Dick? - pregunté, sonriendo.

-¿Eh? ¿Bailar? - dijo él, aún masticando- No es lo mío... - terminó, tragando.

-Señorito...no debería hablar con la boca llena - le reprendió Alfred, casi automáticamente.

-Ésa no es ninguna excusa para un heredero de la alta sociedad. - le dije, cogiéndolo de la mano sin muchas ceremonias - Por hoy haremos una excepción y será una señorita la que te saque a bailar a ti. Pero la próxima vez tendrás que pedírmelo con una reverencia, como un caballero. - mi sonrisa se acentuó mientras lo llevaba cogido del brazo hacia el centro del salón.

Bruce Wayne bailaba ahora con una morena que llevaba el cabello recogido en un elegante moño. Mi padre había sido secuestrado por la señora Bowyer. Ya era la tercera canción que la anciana bailaba con él, y parecía dispuesta a seguir al pie del cañón durante al menos otras tres. Mi padre me lanzó una mirada de socorro cuando pasamos junto a él... y yo tuve que morderme el labio para no reírme por lo cómico de la escena.

Cuando encontramos un hueco libre entre los bailarines que se movían por la sala, me volví hacia Dick y tendí las manos, entrelazando los dedos de mi derecha con los de su izquierda. Era demasiado bajito para cogerle de la espalda, así que, en lugar de eso, tuve que pasarle mi otro brazo por encima de los hombros. La verdad, debíamos de hacer una pareja malísima, pero no me importaba demasiado.

-¿Por qué no les demostramos cómo se baila? - le pregunté al chico, divertida, mientras empezaba a moverme con la melodía.

-Ésa no es ninguna excusa para un heredero de la alta sociedad. - me dijo, cogiéndome de la mano sin que me lo esperara - Por hoy haremos una excepción y será una señorita la que te saque a bailar a ti. Pero la próxima vez tendrás que pedírmelo con una reverencia, como un caballero. 

La chica sonrió divertida mientras me estiraba del brazo hacia el centro del salón.

-No, no, espera, esperaaa - dije enrojeciendo a medida que me arrastraba. Cuando se detuvo a mirarme, ya estaba completamente rojo como un tomate, mientras sentía las miradas y escuchaba los susurros de todos los invitados de mi padre. 

Los suaves dedos de la chica se acomodaron en la palma de mi mano izquierda y su otro brazo se quedó descansando encima de mis hombros, por suerte mi cara ya no podía enrojecer mucho más después de eso. Estaba muy nervioso, no había puesto en práctica las clases de baile desde que Alfred decidió enseñarme, así que deseaba con todas mis fuerzas no hacer el ridículo y pisar a mi nueva amiga.

-¿Por qué no les demostramos cómo se baila? - me preguntó, con esa sonrisa pícara suya.

Barbara empezó a moverse y sin pensarlo dos veces yo seguía su ritmo. ¿No me dijo Pennyworth que tenía que ser al revés? ¿Qué el que llevaba el compás era siempre el hombre? Ya podía ver el rostro de desaprobación del mayordomo cuando me viera bailar... 

"Necesita más práctica, señorito Richard" "A partir de ahora tendremos clase los Martes y también los Jueves, señorito Richard". Podía escuchar la voz de Alfred perfectamente en mi cabeza, reprimiéndome.

No le hice mucho caso a mis pensamientos e intenté concentrarme. Agarré con fuerza la cintura de Barbara y a miré a los ojos con decisión. ¡No podía pisarla! ¡Tenía que impresionarla! ¡Ahora era el hijo de Bruce Wayne!

Dimos unas cuantas vueltas, pero como el ritmo lo llevaba ella no me esperé un movimiento suyo hacia la izquierda y nuestros pies chocaron sin querer. Cerré los ojos y realicé una pequeña mueca con la boca.

-Lo siento... - me disculpé, intentando volver a coger el ritmo de la canción y procurando no volver a pisarla.

-No, no, espera, esperaaa - protestó Dick, como si en vez de arrastrarlo hacia la pista de baile lo estuviera llevando a rastras al matadero.  

Ignoré sus protestas con una sonrisa; estaba segura de que cambiaría de idea cuando estuviéramos dando vueltas de un lado a otro.

La canción empezó y nosotros dimos los primeros pasos juntos. Si Dick no sabía bailar, lo cierto era que lo disimulaba muy bien. Tal vez formara parte de su educación como artista de circo, pero el chico se movía con naturalidad, pese a tener aquella expresión de concentración y seguir estando bastante colorado. Tuve que reconocer para mí misma que era un tanto difícil bailar con un chico más bajito que yo, pero me sentía infinitamente más cómoda que con Bruce Wayne, por alto y atractivo que éste fuera.

La presión del brazo de Dick alrededor de mi cintura se acentuó ligeramente, y alzó la cabeza para poder mirarme con sus ojos azules. Le sonreí, divertida. Había pensado que moriría de aburrimiento en aquella fiesta, pero estaba resultando de lo más entretenida. ¡Y lo mejor de todo era poder bailar con alguien distinto a mi padre, que siempre se cansaba a partir de la tercera canción!

Hablando de papá... el pobre seguía abducido por la viuda Bowyer, y tuve que moverme hacia la izquierda cuando ambos pasaron bailando animadamente por nuestro lado (bueno, tal vez el "animadamente" no describía bien a papá. Dejémoslo en que ella parecía animada, y él dispuesto a saltar a través de las cristaleras del salón). En ese momento, Dick tropezó con mi pie.

- ¡Au! - protesté.

-Lo siento... - se disculpó él, rápidamente.

- La próxima vez tampoco puedes hacer eso - me reí. Lo cierto era que apenas me había hecho daño - Recuerda: en nuestro próximo baile, nada de pisotones, y no olvides la reverencia - señalé, divertida - Y también estaría bien que hubieras dado el estirón para entonces - añadí, sonriendo, para meterme con él.

Bailamos un rato más y, finalmente, decidimos que teníamos el hambre suficiente para volver al ataque de una de las bandejas de Alfred. Entre Dickie y yo la dejamos prácticamente a la mitad, y luego nos dedicamos a reírnos disimuladamente de mi padre, a poner los ojos en blanco cuando las modelos hacían cola para bailar con Bruce Wayne, a imitarlas poniendo voz aguda y parpadeando exageradamente... y a escondernos cada vez que Alfred nos pillaba acechando la comida.

En definitiva, pasamos el resto de la noche haciendo cosas de críos, y el tiempo se me pasó volando.

Mi padre me pidió el último baile y, finalmente, todos los invitados empezaron a despedirse del anfitrión, nosotros incluidos. Bruce Wayne me dio dos besos en la mejilla, y yo le planté uno igual a Dick. Después le revolví el pelo, y rompí a reír cuando Alfred arqueó una ceja al verme hacerlo.

- Me lo he pasado genial, Dick - confesé, mientras mi padre y el señor Wayne se estrechaban la mano - ¡Espero que volvamos a vernos pronto! - me despedí.

En el coche, mi padre me dirigió una mirada de soslayo por el retrovisor mientras encendía el motor.

- Te he visto reírte de mí, jovencita - me advirtió, con expresión de absoluta seriedad, pero con aquel temblor en la punta del bigote que indicaba que estaba conteniendo la risa.

- ¡No sé de qué me hablas! - respondí, divertida.

- No demuestras nada de respeto por la autoridad, Barbara - protestó él.

- ¡No es verdad! Si hasta me tapaba la boca... -reí.

El coche siguió alejándose de la Mansión Wayne, hasta que los acantilados que la rodeaban terminaron por hacerla desaparecer de nuestra vista, y las calles nocturnas de Gotham nos dieron la bienvenida de vuelta a casa.

No me entusiasmaba mucho bailar, pero tenía que reconocer que había sido bastante divertido hacerlo con ella, aunque pasé mucha vergüenza ajena. ¿Qué diría Bruce o Alfred si me vieran bailar de forma tan patosa?
 
- ¿Próximo baile? - pregunté sorprendido. ¿Después de pisarla quería volver a bailar conmigo? Bien, no entendía la lógica de las chicas, pero estaba agradecido de que no se enfadara por el pisotón.
 
- Si, seño - le dije de forma burlona - pero cuando pegue el estirón quizás pasen años - me reí.
 
Por suerte, la canción terminó pronto y ya no tuve que sentirme incómodo el resto de la noche. Estuvimos jugando por el salón, imitando a las mujeres que querían bailar con mi padre y escondiéndonos debajo de las mesas al jugar al pilla pilla. Alfred no dejaba de perseguirnos para regañarnos (si, nos perseguía mientras llevaba bandejas, tenía un gran sentido del equilibrio), a este paso al pobre hombre le iba a dar un ataque al corazón.
 
Bruce Wayne dio el último discurso y entonces empezó a despedirse de sus amigos. Me indicó que me pusiera a su lado, y amos fuimos despidiendo educadamente a todos los miembros de la fiesta. Las mujeres adineradas no paraban de hacerme cumplidos y de darme besos cariñosos en la mejilla, resultaba repugnante y pegajoso. ¿Porqué tenía esa clase de amigos mi padrastro? ¿Qué no se daba cuenta de que eran todos unos hipócritas adinerados?
 
Entonces le tocó el turno a Barbara y al comisario. Cuando la chica se acercó a mí, se inclinó y me dio un suave beso en la mejilla. Ya estaba poniéndome rojo como un tomate otra vez.
 
-Yo también lo espero... -contesté algo tímido, y Barbara alzó una de sus manos para revolverme los cabellos y lanzó una carcajada en dirección a Alfred.
 
-¡Eh! ¡Con lo que ha costado peinarme! - bufé y entonces me lleve las manos a la cabeza para colocar de nuevo mis cabellos en su sitio. Alfred había insistido mucho durante la noche en que tenía que tener el pelo bien peinado para causar buena impresión a los invitados. No estaba dispuesto a  hacer el ridículo en el último momento.
 
Los ricachones cogieron sus coches de caros y se marcharon de la mansión Wayne. Cuando Bruce y yo nos quedamos solos eran casi las doce de la noche. A pesar de lo tarde que era, la fiesta me había parecido muy corta. Esta mañana estaba nervioso e intranquilo, Alfred me había explicado todo acerca de las presentaciones en sociedad y resultaban ser aburridas hasta la muerte. Pero Barbara hizo que todo aquello dejara de ser importante, tener a alguien como ella de amigo haría que mi nueva vida en Gotham  fuera más llevadera.
 
-¿Te lo has pasado bien, Richard? - preguntó Bruce, retomando su expresión de siempre. Parecía que cuando estaba rodeado de esa gente actuara de forma diferente.
 
-Sí, ha sido muy divertido...papá... - solté algo más cariñosamente. Bruce parpadeó dos veces, y me sonrió con dulzura. No estaría acostumbrado a que lo llamaran así y le había pillado por sorpresa.
 
Aquella noche terminó tranquilamente para mí. Pero lo que yo no sabía era que Bruce no iba a dormir en su habitación, no iba a descansar hasta que el crimen de Gotham desapareciera. El dueño de la mansión Wayne se enfundó en el traje del murciélago negro, y aquella salió a las calles oscuras en busca de un nuevo crimen.

FDI: Fin del tema