Atando cabos (Ente) [10 de marzo de 2018]

Esto es un cáos. Y nadie me coge el maldito teléfono. ¿A qué están jugando? Completé la misión y estoy aquí, ya deberían haberme pagado. No suelen retrasarse con los pagos. Tal vez todo este desastre los haya pillado desprevenidos. Tendré que ir personalmente a la oficina.

Me ajustaba la corbata mirándome en el fracturado espejo de mi cuarto de baño. El terremoto había hecho que se rompiese, pero seguía colgado de la pared milagrosamente. Ni siquiera las grietas del espejo conseguían ocultar las enormes ojeras que decoraban mis ojos. El vuelo había sido un infierno, no me sientan nada bien los viajes largos. Pero lo peor fue cuando llegué a la ciudad. No sólo el terremoto hizo estragos, cundió el pánico en las calles, la gente decía que se acaba el mundo. Yo fui directo a casa, necesitaba descansar. Sí, era una catástrofe. Sí, la ciudad había quedado en ruinas. No es la primera vez que ocurre. Nueva York volverá a alzarse, como siempre que intentan destruirla.

Entre sirenas, gritos y ruido de fondo no he pegado ojo. Tal vez debería haberme quedado en casa, durmiendo. No hace un buen día para salir. El sol brilla, pero el polvo se levanta en el aire, enturbiándolo, como el agua de un estanque con niños jugando dentro. Para más inri llevo un traje negro, voy a acabar lleno de manchas de polvo. En fin, tampoco puedo quejarme. Las sirenas y los gritos siguen sonando. Muchas fachadas se han caído, casas se han derruido. Juraría que hay edificion que antes no estaban ahí. Un hombre me detiene, gritando, lleno de polvo y sangre de sus propias manos.

Me dice que su mujer sigue dentro de casa, que lo ayude. Miro a donde señala, pero no hay ninguna casa, sólo escombros. Ese hombre podría pasarse el día arañando el hormigón con sus manos y no conseguiría encontrar más que polvo. Me acerco a los escombros, más particularmente a la parte con manchas de sangre, sangre del hombre que intentaba quitarlos. Demasiado pesados. Los ojos del pobre ciudadano se iluminaron al ver como los escombros se movían hasta lugares en los que no estorbaban. Como si yo fuera un salvador. Nada más lejos de la verdad. La luz de sus ojos no duró mucho. Encontramos una mano, cuyo brazo se enterraba en los escombros. Le di una palmadita en el hombro y me fui. No podía hacer nada más. Yo no sé revivir a los muertos. Ni siquiera podía decirle que fuera a casa.

Llegué a las oficinas un rato después. Mejor dicho, no llegué. No estaban ahí. El edificio no se había derruído, o explotado, o tragado por la tierra. No estaba. Había un parque. Un maldito parque. ¿Qué broma era esta? Di una vuelta a la manzana, para asegurarme que estaba en el sitio correcto. No había duda. Tenía sentido que no me cogieran el teléfono, lo que no tenía sentido es que el edificio hubiera dejado de existir. Me apreté las sienes con una mano. ¿Qué podía hacer? Tal vez tuvieran otra oficina, otro centro, otro veteasaberqué en el que refugiarse si todo se iba al infierno. Pero no sé dónde. Lo que sí sé es que tengo la boca seca.

Cuando salí del bar ya había anochecido. Perfecto. La sede del F.B.I. no era un objetivo fácil para entrar a plena luz del día. Si había alguna información relacionada con la empresa fantasma en la que trabajaba debía ser allí. Tendría que colarme y conseguir entrar en su base de datos. Sonaba más sencillo de lo que era. Así que allí estaba yo, en la azotea de uno de los edificios más protegidos de la ciudad, aunque la seguridad allí arriba era pésima. Con la cantidad de pirados que pueden volar, deberían tener algo más que unas cámaras. Sólo la puerta que tenía enfrente me separaba del interior del edificio, demasiado fácil. Podría entrar por la puerta principal, lo que tendría más emoción, pero se dice que el F.B.I. tiene agentes "especiales". No quiero tener ningún encuentro "especial", prefiero entrar al estilo de la vieja escuela.

La casa había sentido su dolor, su terror. Sintió afinidad por aquel ser que no sabía nada y bebiendo de su profunda desesperación le dejó salir. Así escapó, de forma tan violenta como lo haría una bala desde un arma. La bola de fuego morado apareció como un destello, irrumpiendo la oscuridad del cielo en aquella noche y cayendo a gran velocidad. Chocó entonces contra el muro de un edificio, peor no fue el impacto lo que lo destrozó, no… fue el contacto por más de tres segundos con la criatura ahora asustada. El ladrillo y cemento desapareció como si un agujero negro los hubiera absorbido y ahora alimentaran la flama nerviosa de la entidad. Su color vibraba entre el rojo intenso y el morado. Se alzó entre los escombros que había dejado mientras chillaba como un animal moribundo.

-¡¡¡NO QUIERO JUGAR!!!¡¡¡NO MÁS JUEGOS!!!


Había absorbido un establecimiento comercial. La suerte había querido que fuera uno de los que cierran por las noches y por tanto ninguna vida había sido afectada por el suceso. Pero la alarma estaba intacta y había detectado el destrozo, sonando como un berrido que retumbaba en los oídos cercanos. Las manitas volvieron a surgir de su cuerpo y fueron a cubrir allí donde se podía interpretas que tenía oído.

-¡¡¡Para!!! ¡¡¡PARAA!!!

Iracundo alargó la extremidad alcanzando la alarma y llevándola al fin de su existencia. Aunque gracias a ello ahora Ente tenía el conocimiento de para que servía, con que fue fabricada… incluso el nombre de la empresa a la que pertenecía y que seguramente en estos momentos estuviera dando la voz de alarma a la policía. Eso traería más ruido, más caos… más malas intenciones. Y precisamente no muy lejos de allí había una sede del F.B.I, aunque esto él no lo supiera, pero semejante estruendo y destrozo los alarmaría.

Miró a los lados, quería irse, quería que nadie más se acercara. Flotó rápidamente entre uno de los callejones que separaban las edificaciones, esperando que la oscuridad y las sombras le dieran cobijo, pero su flama parecía cada vez más brillante. ¿Era acaso signo de su incapacidad para calmarse?¿Era eso un sentimiento?¿Era miedo? Si… era miedo.

- ¿Qué he hecho mal?

Me preguntaba a mi mismo mirando la puerta que aún no había tocado. ¿Habría pasado por alto alguna alarma? No. No era la alarma de la sede, pero era una muy cercana. Tan cercana que los agentes que hacían el turno nocturno se pusieron en guardia y se escuchaba el jaleo desde mi posición. Adiós al sigilo. Tendré que intentarlo cuando se calmen los ánimos. La alarma no tardó en silenciarse, pero ya me había aguado la fiesta.

Salí de allí de la misma manera que llegué, con magia. Miré el reloj al llegar a zona segura, caminando hacia un no tan oscuro callejón. No era tan tarde, todavía podía organizar otra entrada más metida en la madrugada. Escuchaba alguna sirena de fondo, sin duda acudían a la llamada de socorro de la alarma. Estaban cerca, pero yo no pasaría demasiado tiempo en este callejón. Estaré lejos cuando quieran llegar. Además, tampoco soy sospechoso de nada.

Caminaba despacio, pero sin pausa, sin darme cuenta de que las sombras del callejón cada vez me cobijaban menos, hasta que fue evidente. Estaba iluminado por una luz extraña y cambiante que bailaba entre el rojo y el morado. La lámpara estaba al girar la esquina, pero el ladrillo gastado de las paredes reflejaba su fulgor, iluminando levemente todo el callejón. Me llamaba la atención, y una miradita para ver qué era tampoco me retrasaría mucho.

Gire la esquina algo cauteloso, no es la primera vez que me encuentro con una venta no demasiado legal que se tuerce por mi presencia en el callejón. En algunos casos he acabado huyendo de un pistolero en chandal, o peleando contra rusos que estaban "charlando amistosamente" con un cliente.

- ¿Qué clase de luciérnaga es ésta? - pregunté en voz alta, como si me fueran a contestar. Un fuego fatuo ardía ante mi, como si de una mala película japonesa de serie B se tratase.