[Epílogo "Algo apesta..."] El arma de un rey. (Autoconclusivo). 8 de junio de 2018. Marrakesh.

8 de junio de 2018.
17:30 de la tarde.
Aeródromo a las afueras de Marrakesh.
Marruecos, norte de África.

Los motores del enorme jet del B.P.R.D rugían con fuerza. El pequeño aeródromo no estaba acostumbrado a vehículos tan grandes como aquel, y muchos curiosos se habían acercado para echar un vistazo. Los agentes procuraban mantener a una distancia de seguridad a los mirones, y las autoridades recorrían de cabo a rabo aquel lugar. No hacía ni una hora que habían terminado con Victoria, y la ciudad estaba completamente patas arriba, especialmente la zona del templo. Rebecca permanecía en una camilla con sueros y demás utensilios médicos enchufados a ella, procurando mantenerla estable mientras intentaban analizar lo que le recorría el cuerpo. Sloan estaba a su lado, como fiel ayudante del sheriff. Hellboy observaba el horizonte con la mirada seria, intentando aguantar la ira que recorría cada centímetro de su cuerpo. Krauss y Kate estaban también en la zona médica que habían improvisado en el avión, pero ellos no se encontraban en un estado tan grave como la joven vaquera. Kate tenía el brazo entablillado, y a Krauss le habían enchufado una especie de respirador al traje con el objetivo de que se recuperase lentamente de los golpes y las imperfecciones que este había recibido. Había perdido parte de su composición humeante, y debía permanecer en reposo para recuperarse del todo. Abe por su parte llevaba una especie de escafandra en el cuello con agua fresca, que le permitió hidratarse después del devastador calor al que había sido expuesto. A diferencia del resto, era mucho más sensible a las temperaturas extremas calientes, y Marruecos era uno de los sitios más calurosos del planeta. A decir verdad había demostrado tener un aguante sobrehumano, pero todo el mundo tiene un límite. Se acercó a su compañero rojo, quedando a su altura, mirando también al horizonte.

- ¿Estás seguro de esto?- El demonio suspiró largamente, con el ceño fruncido y los labios apretados.

- Él es un dios. Sabe de estas cosas. Controla el mundo sobrenaturale mejor que nosotros. No me gusta la idea de ir a verle, ya que me pedirá algo a cambio de esa información... Pero no podemos permitirnos fallar. No de nuevo. Ya hemos tenido mucha suerte con los dos jinetes, pero algo me dice que Guerra y Muerte no se andarán con tonterías. Hemos acabado con sus dos hermanos pequeños, nos tendrán bastantes ganas.- Los ojos de Hellboy brillaron con fuerza mientras apretaba sus puños. Tenían un panorama de lo menos prometedor, y más aún teniendo en cuenta que estaba preparándose para ir a visitar al dios del voodoo. Ese era un ser con un poder enorme, constantemente en contacto con el más allá, y sólo había una forma de captar su atención y que estuviese dispuesto a aceptar un intercambio de favores: aparecer en su palacio, único lugar del mundo donde era prácticamente intocable, y mostrar que no tenías miedo. Solo un loco de atar haría algo así, y al dios le gustaban esa clase de restos. Y si encima el que se presentaba no era otro que Anung Un Rama la cosa pintaba aún mejor.- Pero iré solo. Si no he vuelto en dos semanas, ya sabes lo que debes hacer.-

- Está bien...- Abe tenía la mirada fija en su compañero, sabedor de lo que estaba a punto de hacer. Una apuesta peligrosísima, pero que si salía bien les daría una enorme ventaja sobre los dos jinetes restantes. Se frotó las manos y suspiró.

- La vida de Rebecca pende de un hilo ahora... Por favor, haced todo lo que esté en vuestra mano. Si le pasase algo... Jamás me lo perdonaría.-

- Estará bien. Yo me encargaré de ello... Por cierto Rojo... ¿Has visto lo mismo que yo cuando te has enfrentado a Victoria? Al final, cuando has abierto el suelo...- Hellboy se volvió entonces a su compañero sin entender a qué se refería.

- ¿Cómo?-

- Cuando has abierto el Tártaro, tu cuerpo se ha transformado, mostrando tu verdadera forma, la que tendrías en el infierno.- Rojo asintió, volviendo a clavar la vista en el horizonte, donde algunas densas nubes negras se concentraban anunciando una tormenta de arena. Abe no sabía si su compañero estaba ignorándole o no entendía a dónde quería ir a parar, así que tragó saliva, y decidió dar un paso más.- Ya has visto lo que ha pasado cuando Victoria te ha visto y...-

- No pienso hacer eso Abe. Es demasiado arriesgado y lo sabes tan bien como yo.-

- Es arriesgado, sí, pero tienes poder suficiente para controlarlo. Hace diez años puede que estuvieses a punto de morir, pero ahora todo ha cambiado. Tienes un mayor control sobre ti mismo, y no desatarías...- Hellboy se giró hacia su compañero, con la vista clavada en él con aquellos ojos amarillos como dos faros en la noche. Alargó la mano de piedra, levantando el dedo índice y colocándolo entre su rostro y el de su compañero.

- No. Es demasiado peligroso. Si me descontrolo ya sabes lo que sucedería.- Abe negó con la cabeza, suspirando y dejando caer ligeramente los hombros.

- Rojo, sólo sería usar el arma. No vas a abrir el infierno ni a desatar el fin de los tiempos. Pero si empuñas la espada, si aceptas tu poder, entonces podrás enfrentarte a Guerra y a Muerte sin problemas. O al menos tendremos una oportunidad mayor que si no lo haces... Además, ambos sabemos que es tu destino... Tarde o temprano tendrás que hacerlo...- Los agentes llamaron a Abe, quien se giró y pidió un momento. Era ya casi una súplica. Jamás le pediría nada a Hellboy que supiese que no sería capaz de aguantar, pero aquella era una opción que podría inclinar la balanza en favor de los héroes. El avión comenzó a sonar con más fuerza, indicando que los pilotos se preparaban para el despegue. Abe colocó su mano sobre el hombro del demonio.- En tus manos la espada tiene un poder sin igual. Recuerda quién era tu madre. Recuerda... Que eres el heredero de Arturo, y sólo tú puedes empuñar a Excalibur desplegando todo su poder.-

El hombre pez corrió hacia el avión, dejando a su compañero atrás. Una peregrinación de un par de días le esperaba hasta llegar al palacio de Legba, y después quién sabe el tiempo que estaría allí dentro a su merced. Le dolían las palabras de Abe, pero sabía que tenía razón. Él no sólo era un príncipe en el más allá, también lo era en el mundo de los humanos. Descendiente directo del mismísimo rey Arturo, y por tanto rey de Inglaterra por derecho. Y descendiente del caído, y por tanto heredero del trono del infierno. Una bendición o maldición, según cómo se mirase. Apretó los dientes y se volvió para ver cómo el jet del B.P.R.D abandonaba aquel lugar en dirección al otro lado del charco.

- Está bien Abe... Tú ganas.- Y ajustándose la gabardina, puso rumbo al hogar del dios.