Desconocidos en el salón (Fenixer) 10-3-2019

Había sido una noche agotadora, y divertida. Hacía tiempo que no tenía tiempo para poder salir de fiesta con sus amigas, como solían hacer siempre, buenos locales, buenas copas, y quizás conocer a algún hombre interesante. Aquella noche no había tenido suerte en el asunto de la compañía masculina, pero tampoco le importaba, se había bebido hasta el agua de los floreros y había conseguido... alcanzar el punto en el que iba tan sólo medio mareada. En fin, al menos ya no volvería a tener lagunas mentales después de una noche de fiesta, eso limitaba mucho la probabilidad de que hiciera alguna locura de la que después fuera a arrepentirse. El taxi la dejó frente a la puerta de casa, abrió el portal y entró en el antiguo ascensor mientras se quitaba los zapatos, después de tanto bailar tenía los pies doloridos y a aquellas horas sus tacones resonaban en el marmol del edificio mucho más de lo que a ella le gustaba. Entró en casa y después de quitarse la ropa, desmaquillarse concienzudamente y ponerse su pijamita de rayas y una especie de conejo gordo que hacía pasteles, se metió en la cama.

Mientras se acurrucaba debajo del edredón, pensó en las ganas que tenía de que llegara la primavera, todavía hacía bastante frío en las calles y con aquel vestido de fiesta, se había destemplado enseguida según volvía a casa en el taxi; poco a poco sus pies iban entrando en calor y ella se iba quedando dormida, al día siguiente no tenía que madrugar, era domingo y la mayoría de sus colegas estarían dedicando el día a sus familias o sus amantes, así que ella, también dedicaría el día a tumbarse en el sofá y ponerse al día con sus series favoritas. Sólo tenía que bajar al super a por palomitas, ya que recordó que no había comprado más desde que acabó el último paquete.

Se estaba quedando dormida cuando un ruido en su salón la despejó y todos sus sentidos entraron el alerta. Desde el incidente en sus oficinas y todo el mundo que de repente se había acostumbrado a entrar en su casa sin llamar al timbre, había aprendido a reaccionar al menor ruido, aunque eso hacía que a veces entrara en el salón enarbolando el bate cuando una paloma se posaba en el alféizar. Cuando entró en el salón, se encontró a un tipo vestido de manera extraña llorando de pie sobre su alfombra, no se lo pensó dos veces, por mucho que estuviera llorando. Técnicamente una se podía fiar de la gente que rezaba y mira, asesinaron a todos los trabajadores de su oficina de campaña, desde entonces Blair no se fiaba de nadie que no conociera directamente, y a él, no lo conocía.

- ¿Se puede saber quien es y que hace en mi salón? Lárguese y le perdonaré el haberse colado así en mi casa, antes de que llame a la policía o al servicio secreto. Soy congresista de los Estados Unidos, está cometiendo un grave delito.

Entrar en la casa de un congresista sin permiso era un delito más grave que un simple allanamiento en cualquier otra vivienda, era un miembro del gobierno y por lo tanto, su seguridad era algo importante, a este paso, acabaría por solicitar un escolta del servicio secreto, no tenía muy claro que realmente fueran útiles con el tipo de personas que se colaban en su casa, pero al menos tendría cierta sensación de seguridad y puede que actuara como elemento disuasorio.

Se quedó pasmada, de todas las personas que se habían colado en su apartamento, ninguna le había dicho algo remotamente parecido a lo que él le estaba diciendo. Parecía que por alguna casualidad, se conocían, aunque la verdad es que ella no era capaz de averiguar de que, o quien era. Si se conocían era de hacía mucho tiempo y no recordaba quien era, ni por asomo. Le sujetó por el brazo en un gesto amable, tampoco es que fuera un ogro que echara de patadas a la gente de su casa, sólo que... bueno, la gente que iba a su casa llamaba al timbre...

- Escucha, no pasa nada. Tranquilízate, no voy a llamar a la policía. ¿Quien eres? Lo siento, pero la verdad es que no te recuerdo, si te quitaras la máscara quizás ayudaría, soy buena con las caras.

Estaba siendo amable, la verdad es que parecía que lo necesitaba, y se preguntó cuanto haría que alguien no era amable con él para que hablara de aquel modo, la verdad es que no era muy agradable ver cuales eran los efectos de la evolución de la sociedad, las relaciones entre las personas cada vez eran más frías, más impersonales, y la amabilidad era algo que tan sólo se ofrecía cuando podías sacar algo a cambio. En ocasiones, le dolía ver en lo que se estaba convirtiendo el ser humano, y por ende, también ella.

- ¿Quieres tomar algo?