Gotham. Si alguna ciudad reflejaba mejor la corrupción de la que era capaz el hombre, probablemente sería Sodoma, pero ya no estaba en el mapa, así que Alatariel todavía esperaba que su padre tuviera un gesto de lucidez y enviara a Miguel y Gabriel a dejar aquello hecho un solar de fuego y estatuas de sal. Definitivamente se estaban perdiendo las buenas costumbres, su padre se había vuelto un blando. ¿Que diferenciaba a los humanos de antes de los de ahora? No es que los de ahora fueran mejores o tuvieran más salvación que los de antes, pero la paternidad lo había ablandado, tener un hijo humano, lo había vuelto mucho más tierno. Era su padre, y lo quería, pero se estaba volviendo una nenaza en estos últimos dos mil años. Sin embargo no había ido hasta allí para empaparse del embriagador encanto de la ciudad, no, sino por trabajo; al parecer un demonio menor se estaba dedicando a hacer tratos a cambio de almas, y como era de esperar, se estaba poniendo las botas. Era ofrecer tratos fáciles y los humanos caían como moscas, era increíble, así que ahí estaba, eliminando aquel problema de la mejor manera que sabía.
¡Era sorprendente lo resistentes que podían ser los demonios! Esos bastardos hijos de su hermano parecían ser reacios a colaborar en lo que se refería a contar lo que sabían y luego morirse, sobre todo en el punto de contar lo que sabían, pero finalmente le había sonsacado donde guardaba todos los contratos que había conseguido. Invalidarlos sería casi imposible, pero ella no sabía de esas cosas, quizás ese cerebrín de Metatrón encontrara la manera de hacerlo. Estaba allí para encontrar esos contratos y matar al demonio, algo que fue un hecho en cuento le salieron por la espalda 20 centímetros de espada seráfica, cubierta por fuego celestial. El demonio se deshizo en humo y cenizas, y por fin, Alatariel podía volver a su casa, así que se dispuso a regresar a los callejones de la ciudad, ataviada con su túnica y su armadura completa, para buscar aquellos contratos y esperar a que algún enviado fuera a recogerlos. Después emprendería el vuelo de nuevo, regresaría a su casa y se daría un buen baño perfumado, intentando que aquel horrendo hedor a demonio y ciudad corrupta, se fueran de su piel.
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