[Maxi-Evento] Castillo de Naipes: El Tarot Yoruba (Papa Legba)

Aquello había sido, sin lugar a dudas, una broma de mal gusto. Pero también, una total afrenta y violación. Quien quiera que fuese, había profanado su santuario privado, había jugueteado con sus objetos místicos, interfiriendo en su destino. Como una especie de sátira mal practicada, el Maestro Chamán africano Nesta Yabi había encontrado entre las cartas de su tarot un naipe de una baraja. Había maldecido, no sólo porque había tardado años en llegar a la confección de ese tarot y a la realización exacta de cada carta, si no porque implicaba que un agente externo las había tocado, y eso hacía peligrar todo el frágil equilibrio de su magia. había estado furioso, pero sabía que no había culpables, pues salvo él, la única persona con acceso al templo era Olayinka, su mujer. Su nombre, que significaba "La riqueza me rodea" precisamente en el idioma yoruba le iba como anillo al dedo. Era entregada, le trataba con suma devoción y respeto, jamás le había negado nada. Se había entregado a él por completo, y bajo ningún concepto habría tocado sus cartas. De eso podía estar seguro.

Entonces, mientras cenaban, su mujer puso la televisión.

Los cimientos del mundo del Chamán se tambalearon en ese mismo momento. No podía creer lo que estaba viendo. Trató de no darle importancia, pero aquello no le duró ni dos días. Comenzó a padecer falta de apetito, nerviosismo, y crisis de ansiedad. Aquel extraño naipe tenía una fuerza poderosa, no era una simple amenaza. Podía sentir como si la mera presencia de la carta, aislada en el interior del altar, alimentara su alma de energías dañinas. Mal de ojo.

Habló con Olayinka, y ella aceptó a ayudarle ahogada en lágrimas. Preparó todo lo necesario. En el círculo primigenio, mientras quemaba las hierbas secas, emitieron los cantos secretos en honor a los dioses mientras con los atillos ceremoniales hechos con plumas y hojas abanicaban los pilares, avivando los rescoldos haciendo ascender los pilares de humo. Vestido con sus mejores ropas ceremoniales, que le había cedido el chamán que le enseñara, y que había pertenecido a otro antes que él, y tras pintar todas las marcas, la calavera en su rostro, y adornar su cabello para darle una bienvenida a modo de ofrenda al dios, desplumó y decapitó a los pollos regando con su sangre la superficie del círculo formado con las plumas. Olayinka entonaba sus rezos, mientras tocaba la tripa del animal, marcando el ritmo de sus profundos rezos.

- Que el sacrificio y la muerte abra el camino para comunicar mi dolor y puedas oír mi súplica. Ollodumare, dame la fuerza para resistir el mal que me intoxica, que hasta mi ha llegado la ponzoña. Proporciona alivio a mi cuerpo terreno para que pueda servirte hasta mi muerte como portavoz de tu energía magnífica. De todo lo que puebla la tierra y nos has dado, déjame ofrecer cuanto tengo y así que nada triunfe sobre mi o aplaste mi espíritu que solo a tí pertenece. - rezaba en su dialecto materno, mientras su mujer mantenía el ritmo con suaves balanceos, adelante y atrás. - Orishas, oídme y acudid, para invocar protección en vuestro seno sagrado. Si soy fiel servidor vuestro, si mi alma es vuestra sola posesión, tomadla para proteger lo que os pertenece. Entrego todo cuanto tengo a mi culto, y a mis dioses. Oídme y acudid. Oídme. - hasta ese punto había llegado su desesperación.

Todo cuanto alguna vez había aprendido estaba aplicado allí. Le creían un echador de cartas cualquiera, ahora que habían venido al llamado "nuevo mundo". Pero nadie arrebataría de su interior lo que sus ancestros le habían enseñado. Preparado en torno a él, toda una serie de viandas estaban primorosamente preparadas. Comida, bebida, el asiento más cómodo de la casa. Cualquier cosa terrena que un Dios pudiera exigir a modo de agasajo. Su mujer, desnuda, cubierta de marcas ceremoniales, sin pensar se entregaría por su amante esposo a los apetitos de la carne, si con ello conseguía adular al dios. El destino de su marido, de su familia, estaba ahora en manos de un poder mayor. De una cosa así, solo sus Dioses podían salvarlo.

Cuando las espirales de humo comenzaron a tomar forma, ambos cerraron los ojos sin cesar en sus cánticos o rezos, ofreciendo privacidad al Dios para personarse. Haciéndole sentir de ese modo que no era él quien irrumpía en el interior de su casa, si no que eran ellos quienes se inmiscuían en el natural desarrollo de los elevados asuntos del Orisha. Había muchos de ellos, y a causa de su total entrega podría haberlos diferenciado entre ellos tan sólo con el olor que desprendían. Tal era su entrega a los Dioses que veneraba. Por áfrica se oían de el varios nombres, pero entregado al chamanismo desde sus tiernos dos años, no había para Yabi nadie que respondiera mejor a sus súplicas que aquel que se personó. Para él, su único y verdadero nombre era y sería siempre Papa Legba. Éste se dirigió a ellos como todo buen ídolo piadoso, con respeto y firmeza. Su figura se irguió cual alta era para ofrecer a ambos una impresión de majestad.

- Descansad, Orisha, y tomad de nosotros lo que deseéis por vuestra comodidad. - pidieron de forma honesta, mientras se mantenían con las cabezas gachas.

El Dios, tras comprobar que el círculo de invocación no ejercía ningún tipo de aprisionamiento en él, observó el sillón preparado y se aposentó en él. Sólo entonces abrieron los ojos. El Dios podía dar permiso de palabra para que lo miraran y hablaran por su nombre, o bien aceptar la hospitalidad. Yabi contempló el rostro hermanado con la calavera blanca, sus ojos teñidos de una muda desesperación que nadaba en el poso de unos iris contraídos por el miedo.

- El Mal. El mismísimo mal hecho carne humana. - musitó, mientras recitaba por lo bajo una formulación contra el mal de ojo. - Muchos dicen que ni siquiera es mortal. De él sólo se conoce demencia y muerte. - murmuró, con determinación.

Se había informado sobre él más incluso de lo que ya había llegado a su conocimiento. No era un asesino, ni un loco. Ni siquiera ambas cosas. Era algo que no podía describirse con palabras. Una aberración.

- Su mensaje vino en una carta. - sin duda, eso despertaría la curiosidad de Papa Legba. La mujer dejó la tripa, se levantó continuando con los cánticos, y sujetando el soporte de esterilla que habían creado, de hierba trenzada, donde estaba posada la carta, la extendieron a modo de ofrenda para que el Dios no tuviera que verse obligado a tocar sus perecederos cuerpos. - Nos obliga a matar o morir. - expuso el chamán, aguardando la reacción de Papa Legba, mientras la mujer retomaba su lugar en el ritual.

Con la máxima reverencia, el chamán observó al dios mientras se guardaba la carta en el bolsillo, y les pedía información acerca de las circunstancias en las que habían recibido ese naipe amenazador. Su expresión delataba la severidad del que se sabe conocedor, del único que encuentra solución a cualquier problema que se presente. Sus ojos tenían un color rojo antinatural que, para cualquiera que no lo venerara, podría resultar perturbador. Pero para sus fieles seguidores, ese era el color de la última esperanza. Nesta se sentó en la posición tradicional, dejando el círculo de invocación entre él y el Dios, como una frontera invisible que marcaba su territorio, en señal de respeto.

- No podría deciros con exactitud respecto a quién sabe de nosotros. Mi tienda se exhibe en las páginas del periódico a modo de reclamo. Podría haber accedido cualquiera. También aparecemos en folletos, y en el listing telefónico. - explicó dando a entender la facilidad con la que alguien había podido acceder a su ubicación. - La carta apareció en mi negocio de adivinación, mezclada entre el tarot yoruba. Sé que Olayinka no ha podido ser. - su tono de voz delató la fe ciega en su esposa, natural del amor verdadero. - Al cogerla y sacarla, manchó mi dedo pulgar con la tinta. Como si estuviera fresca. Manchó también las cartas. El día que la recibí yo llevaba una túnica ceremonial con acabados en piel de cebra, y Olayinka un Kaftán de colores vivos. Ella se había marchado pronto para hacer la cena así que no estaba presenta cuando lo encontré. Yo cerraba la tienda. Fue al guardar las cartas en el altar, después de haber acabado mi jornada, cuando la descubrí.- explicó el hombre, intentando recordar con todo lujo de detalles la situación.

Pero resultaba complicado, no sólo porque no era algo habitual, si no porque una cosa así parecía algo de poca importancia. No es algo relevante, al menos en apariencia, y no es hasta que ya es tarde que uno llega a percatarse de las implicaciones que una simple carta de la baraja puede tener en su vida. Había hecho grandes esfuerzos por darle al dios los detalles que le pedía, pero su memoria había borrado muchos otros, porque en su momento no le parecieron vitales. Pensar que ahora alguno de ellos podría ayudarle a librarse de eso mantenía al chamán angustiado.

- No soy mala persona. No quiero matar a nadie. - susurró con un tono de voz entristecido que hizo que su esposa le mirara compungida, sufriendo por la situación que estaba viviendo su marido.

La cara que se le quedó al chamán al escuchar al Dios, mientras cogía sus cartas y las analizaba, le quitó todo el color. Con los ojos como platos y el labio temblando a causa de la incredulidad, miró las cartas que había recopilado una a una de los Tarots que más le gustaban hasta que tuvo su mano completa, y volvió a mirar a Papa Legba. Su mirada decía que eso era imposible, pero ese pensamiento no llegó a traducirse a modo de palabras, porque estaba convencido de que el Dios no le mentiría. Además, aunque albergara esa duda, tampoco encontraría valor para manifestarla en voz alta. Al fin y al cabo no era mas que un simple humano, y Papa Legba era un Dios. Era estúpido pretender medir su infinita sabiduría con la suya, que era mortal y por tanto superficial.

- No comprendo. - fue todo lo que se encontró capaz de decir. - ¿Que queréis decir? ¿Que está contaminado o...- tampoco llegó a finalizar su pregunta, puesto que el Dios tendió la carta a su mujer, que la limpió con diligencia, y volvió a tendérsela sostenida por una tela para que no tuviera que entrar en contacto, ni siquiera indirecto, con ella.

Entonces Nesta Yabi comprendió por fin la implicación de lo que Papa Legba había insinuado. Se refería a que su mazo había sido intercambiado. Alguien se había tomado la molestia de conocerlo, hasta adivinar las cartas una por una. Luego, en un momento de descuido, habían cambiado su tarot por otro que ya incluía la carta de intenciones envenenadas. La impresión que le causó esa información apareció en forma de un sudor frío que le recorrió la espalda al Chamán, y un escalofrío que le heló los huesos. La templanza. Justo lo que ahora le faltaba, y que le había hecho llegar al límite de recurrir a la intervención de su propio Dios para encontrar alguna salida. La salvación no sería a cambio de nada, pero sería mejor que vivir con esa carga. Un tarot bendecido por el mismo Dios yoruba... no tenía precio.

Sujetando una tablilla a modo de altar, que Olayinka le tendió a su marido, Nesta colocó sus blancas palmas hacia arriba y extendió la madera de baobab tallada hacia el Dios, para que depositara en el su nuevo tarot. Se sentía dolido de haber perdido el anterior, pero este ahora era literal un regalo de los Dioses, y jamás recibiría nada mas elevado en toda su vida. Cuando Legba aceptó por fin responsabilizarse de la carga, un suspiro de sumo alivio llenó la habitación, tanto del chamán como de su esposa, que habían vivido angustiados los últimos días.

- Lo que queráis de nosotros, sin este gran favor que nos otorgáis, ya era vuestro. - respondió Nesta apretando el puño de lado contra su frente en una señal de sumo respeto, tan perdida hasta en las tribus africanas que sólo habría podido enseñársela un chamán de lo mas antiguo y sabio. - Pero os lo ruego, si es que puedo suplicar una sola cosa. Haced de mi lo que deseéis, pero no me obliguéis a matar. - dijo el chamán a modo de petición, mirando con sus ojos desesperados a los rojos encendidos del Dios que velaba por él, en pasado, presente y futuro.

Embelesados ambos por el saber hacer del dios, cuyos dedos se movían como serpientes en torno a la superficie brillante de las cartas, haciéndolas resbalar como si estuvieran hechas de mismísimo humo, un chasquido los sacó de su ensimismamiento en el momento en que un denso humo blanco se elevó en hilillos desde el interior de las cartas hasta desaparecer frente a su Dios con rostro de calavera y ojos rojos. El chamán se levantó como si una fuerza renovada le hubiera dado todo el ímpetu que demostró, se colocó en el punto exacto que su deidad le había señalado, y tras colocar la mano en posición de recibir, mientras la otra se mantenía hecha un puño sobre el corazón acarició el mazo. Una corriente le recorrió el brazo al recibir el peso de esas cartas, con la certeza de que sin duda era dueño de ellas, convirtiéndolas de manera automática en el mayor tesoro que poseería Nesta Yabi. La única persona capaz de tocar ese mazo sería el aprendiz que en su día heredara los conocimientos, y si no era capaz de encontrar a nadie digno de tal honor, entonces se lo llevaría con el en la muerte.

Tras finalizar el intercambio, el Chamán colocó una de sus manos sobre el mazo,sosteniendo la parte baja con la otra, como si su propia energía imbuyera las cartas, y de ellas manara hacia él con mas fuerza. Bajando de nuevo la cabeza a causa de la bendición que Papa Legba acababa de ofrecerles, se retiró cuando él le dio permiso, con pasos decididos de la punta hasta el talón, saliendo de nuevo del círculo. Habría temido entrar en él, tal como le habían enseñado. Pero la fe requería esfuerzos de confianza, y él había aprendido que respetando a los dioses estos podían ser igualmente equitativos y justos. Como Papa Legba lo era ahora.

Las consecuencias futuras, fueran cuales fueran, serían resultado de su bendición, y el las aceptaría como un modo de demostrar aún con mas fuerza su veneración.

- Gracias, Padre Legba, justo y venerado. Gracias. - agradecieron ambos, Nesta temblando a causa de su emoción, Olayinka vertiendo lágrimas silenciosas a causa de alivio. - Permaneced con nosotros el tiempo que deseéis. Tomad lo que preciséis y mejore vuestra estancia en este mundo terreno. Nuestro hogar y lo que en él mora es vuestro, ahora y siempre. - ofrendaron ambos sus manos vacías, en un gesto tradicional.

Ofertar cosas a los dioses con las manos cargadas suponía una ofrenda terrena, pero las manos desnudas suponían la totalidad, y en esa época pocos lo sabían. Las manos vacías suponían posesiones presentes y futuras, suponían alegrías, la propia carne, los huesos y hasta el alma. Así se retiraron tras una oración en el lenguaje tradicional, permitiendo intimidad al Dios, cediendo el espacio de su propia casa a su esparcimiento. Fuera, depositaron dos velas encendidas, que les servirían como señal. Cuando el Dios precisara algo, se lo haría saber haciéndolas brillar fuerte. Cuando el Dios abandonara su casa, la llama de las velas se extinguiría.