Dos cazadores y una sola presa (Raden) [fecha a convenir]

Acaba de caer la noche pero ya me encuentro muy lejos de mi guarida en el centro de Gotham.
He recorrido varios kilómetros bajo el suelo de esta ciudad olvidada de Dios.
Las alcantarillas son mi hogar pues no merezco nada mejor que ellas.
Los salmos me han acompañado todo el camino hasta llegar al territorio de mi próxima presa.
Un Duende.
Pero no os imaginéis una criatura pequeña y adorable.
Los duendes son seres taimados y dañinos.
Maestros del engaño y del dolor.
Se alimentan de desesperación y miedo.
Engañan a los incautos y les gastan bromas que suelen acabar con sus vidas.
Suelen actuar en grupo y normalmente se hacen pasar por otras criaturas.
Una vez encontré a una familia que se hacía pasar por un genio que concedía deseos que siempre acababan mal.
Cuanto más intentabas corregir la situación más la empeorabas.
Y los pobres infelices ni siquiera se planteaban la posibilidad de que la muerte de sus seres queridos pudiera no ser culpa suya.
Hay algo que no falla con los duendes.
Un palmo de acero directos al corazón.
Eso y mirarles directamente a los ojos.
Mientras les miras no pueden moverse.
Aunque por desgracia no puedes mirarlos a todos y siempre hay alguno que escapa o te ataca por la espalda.
Luego siempre es bueno quemar sus restos.
Por si acaso los malditos bichos han cambiado su propio corazón de sitio.
El rastro es claro.
Es un olor como el de un niño inocente.
Con un toque picante que siempre me provoca picor pero lo hace fácil de seguir.
No anda muy lejos.
Este viejo edificio abandonado debe ser su guarida pues su olor inunda cada rincón.
Pero hay algo más.
Algo antiguo.
Algo muerto.
Algo... animal.
No he hecho ningún ruido pero cuando entro en la habitación él me está mirando directamente.
Los restos de la que iba a ser mi presa alfombran el suelo frente al inmenso lobo.
Se ha dado un festín con la carne y la sangre de al menos una docena de duendes.
Seguramente eso también sea suficiente para acabar con ellos pero es algo que yo nunca probaré.
La palabra del señor afloró a mis labios como por voluntad propia.

Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.
La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja.
Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora.
No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.

Dime criatura.
¿Que haces tú aquí cuando tu tiempo se consumió ya?

Raden acababa de llegar a Gotham, justo a tiempo para la puesta de sol. Había notado que esa ciudad rebosaba energía, y entre todos aquellos rastros quizás pudiera encontrar el que le interesaba. Podía oler el Teseracto, sí, pero no distinguirlo en aquella maraña de auras en la que se había convertido Midgard. Gotham era una de las ciudades más grandes y pobladas, así que le costaría algún tiempo recorrerla en busca de la gema, y puede que quizás no estuviera ahí. Pero él tenía todo el tiempo del mundo.

En esos momentos, la gente respetable volvía a sus casas, dejando despejadas las calles para individuos menos recomendables. Lo que no muchos veían era que esos no eran los únicos que salían de sus guaridas al atardecer: Cada ciudad tiene su propia comunidad mágica, y la del murciélago no era la excepción. Raden caminaba por las calles, buscando. No le importaba demasiado llamar la atención de los humanos. Por que sí alguien llegaba a la comisaría diciendo que había visto un lobo enorme paseando por ahí, ¿Quién iba a creerle? Nadie, y menos si el sujeto en cuestión era un individuo de los de antes. Un borracho, un drogadicto, no tenían demasiada credibilidad. Quizás contaran lo que habían visto a sus amigos. Quizás ellos sí que le creyeran, y lo contaran a su vez. Pero, ¿Cómo si no surgen las leyendas?

Caminó hacia una de las zonas más antiguas, llena de edificios viejos y semiderruidos. Tenía hambre, y aquel era un buen sitio para cazar. Las únicas zonas arboladas de aquellas ciudades terrestres estaban vacías de fauna, y los seres mágicos que allí vivían no eran ni de lejos suficientes. No estaba dispuesto a comerse un centenar de pequeñas hadas para saciarse, por ejemplo. Esperaba encontrar algo más interesante allí. No pasó mucho tiempo hasta que captó un olor peculiar: Duendes. Eran bastantes, concentrados todos en la misma madriguera. Bueno, ya seguiría buscando después: Lo primero es lo primero, y lo primero en ese momento era tomar el aperitivo. Una vez hubo llegado allí, entró como si esa fuera su guarida y no la de esos bichos. Solo que sin hacer ni un solo ruido, claro. Estaba claro que él era mucho más grande que cualquier duende, pero tampoco era cuestión de que se le echaran encima una docena de ellos. Escuchó un murmullo y un golpeteo, escaleras arriba. Debían estar reunidos todos en el mismo cuarto, desperezándose de su descanso diurno. Ni los desvencijados escalones ni el suelo polvoriento crujieron a su paso cuando los pisó. No se apresuró demasiado, de todas formas su presa estaba cerca.

Cuando irrumpió en la habitación, no dio tiempo a sus distraídos habitantes a reaccionar. Debía haber once o doce, y en un primer momento Raden pido verlos a casi todos a la vez. Salvo uno, que estaba en un rincón, y se las apañó para distrerlo y que dejara de mirar a los demás. Algunos atacaron con manos rematadas en garras y colmillos puntiagudos, como de piraña, pero ya era muy tarde. Tras un rato de pelea, el viejo edificio volvió a quedar en el más absoluto de los silencios, sólo roto por el chasquido de los huesos al romperse. Raden se inclinó sobre su merecido premio, y empezó a comer. Por increíble que parezca, los duendes tienen una carne mucho más sabrosa que los humanos, a pesar de su aspecto repulsivo. Solo era cuestión de quitarles la piel, llena de mugre, y los harapos que solían vestir. A mitad de banquete, el fantasma notó que algo se acercaba. Más que algo, alguien. De carne y hueso, pero sin vida; su aura recordaba vagamente a la de un hombre. Paró, cauteloso, y esperó a que se mostrara. En efecto parecía un hombre, pero no sólo eso: Vestía de un modo que Raden interpretó como "peculiar", y lo iba a dejar en eso, hasta que el midgardiano abrió la boca y soltó algo muy parecido a una profecía. Salvo por el hecho de que las profecías acostumbraban a tener algo más de sentido a primera vista.

-De momento, cazar.-Esbozó una sonrisa sardónica, y se sentó en uno de los pocos espacios de suelo aún limpios de sangre. Vaya, se había manchado mucho. Qué contrariedad.

Ni corto ni perezoso, empezó a asearse, lamiéndose primero una pata. Si el líquido de secaba sobre su pelaje, lo dejaría rígido, y eso era francamente incómodo. -Aunque os podría preguntar lo mismo, señor desconocido. ¿Qué hace usted en un antro de duendes, cuando debería estar en un mausoleo?

Sospecho que los dos habíamos venido con la misma intención aunque con distintos motivos.
Me dedico a limpiar esta ciudad de las criaturas que sirven al mal.
Tengo curiosidad.
No pareces un espíritu natural ni un teriomorfo.
Tampoco hueles como un licántropo o cualquier otro cambiaformas.
Tienes tu propio olor.
Frio y muerto.
¿Que eres tu exactamente?

Efectivamente siento una gran curiosidad.
Que podría ser esta criatura.
¿Debería matarla?
La mayoría de espíritus naturales no se adentrarían en la ciudad al igual que los teriomorfos.
¿Que tipo de ser tendría forma animal y hablaría como los hombres?
Además su olor no inspiraba nada bueno a pesar de que no sentía el mal en su interior.
La norma general es que las cosas muertas era mejor que siguieran así.
Pero el caso de este lobo era desconcertante.
No bajaría la guardia en su presencia.
Esperaba su respuesta mientras mentalmente me preparaba para el combate.
Ese ser había acabado con un nido de duendes sin apenas alguna herida y eso no era una tarea fácil.
Ni siquiera para mí.
¿funcionaría el agua bendita sobre él?
¿debería usar las balas de plata?
No me quedaban demasiadas y no eran fáciles de conseguir.
Siempre podría recurrir a mi fiel espada pero entrar en combate cuerpo a cuerpo con un lobo de esa envergadura no sería lo más inteligente.
Definitivamente no sería una pelea fácil pero con la ayuda del Señor derrotaría a esa criatura si así Él lo deseaba.

Ummm... Aquel tipo sabía lo que hacía, la verdad. Era la primera vez en un par de siglos que alguien se planteaba seriamente la naturaleza de su existencia en vez de salir corriendo al verle o desmayarse. Su olor era claramente el de un vampiro, pero parecía bastante... Civilizado, por así decirlo. No nos engañemos, hasta ahora los vampiros con los que había tenido contacto Raden a lo largo de su vida eran seres incontrolables, apenas humanos, sólo movidos por la sed de sangre fresca. No lograban articular palabra, tan sólo siseaban y aullaban como demonios. Eso había sido durante el tiempo que los midgardianos conocían como Edad Media, y había sido una de las escasas veces que había permanecido en la Tierra. Fue realmente desagradable, y más aún cuando su portador por esos tiempos de transformó en uno de ellos y lo custodió en una caverna por más de una década.

-No soy tan diferente a ti, hombre extraño. Ambos somos muertos desterrados de los reinos de la muerte. Aunque tú al menos conservas tu cuerpo humano... ¿O me equivoco?-Se levantó pausadamente y comenzó a caminar en torno a él para observarlo bien desde todos los ángulos. Sus ropajes eran antiguos, le recordaban ligeramente a los que vestían lady Valery y sus sirvientes. ¿Procederían de la misma época? Quizás. Tenía entendido que los humanos afectados de vampirismo eran especialmente longevos. De todos modos, por experiencia sabía que a medida que pasaba el tiempo, ciertas criaturas aumentaban sus capacidades. Y ese extraño llevaba una espada, entre otras cosas. Bajo el hedor a no muerto, se distinguía un leve aroma a pólvora y a sangre seca. Peligroso. Estaba claro que se trataba de algún tipo de guerrero, pero ¿Al servicio de qué? Decía luchar contra el Mal, pero eso era muy relativo. Se estaba tensando, podía notarlo. Y Raden no estaba dispuesto a luchar si podía evitarlo, cansado de la lucha y ralentizado por la comida. Las pupilas del midgardiano lo examinaban, tal y como estaba haciendo él mismo. La tensión podía palparse con los dedos, o podría si Raden los tuviera.

-Os veo incómodo, señor... Bueno, no conozco vuestro nombre. Realmente, ni nos hemos presentado.-Raden adoptó una actitud relajada, aunque internamente calculaba cuánto tardaría en partirle las cervicales si se diera el caso.-Lamento mi falta de cortesía. Mi nombre es Raden de Jötunheim, ¿Y usted?

El lobo no parecía tener intención de atacar.
Aunque la confianza nunca había sido la característica principal que me había caracterizado desde que me transformaron en una criatura sedienta de sangre.
Más bien al contrario.
El cazador que encontré poco después de mi transformación y que me entrenó solía repetir una frase.
“En nuestro trabajo hay dos tipos de paranoia, total o insuficiente”.
Así que en su día esta cosa estuvo viva.
Seguramente en un cuerpo humano.
Difícil de creer pero no imposible con todo lo que había visto en los últimos tiempos desde la colisión de mundos.
Tenía cierto mérito por haber acabado con los duendes pero aún no sabía cuales eran sus verdaderas intenciones.
El enemigo de mi enemigo no tiene por que ser mi amigo.

No andas del todo errado Raden.
Hubo un tiempo en que fui humano pero ese tiempo y el nombre que me dieron murieron hace mucho.
Ahora se me conoce como el Apóstol.
Debo darle gracias por ese sobrenombre a algún periodista ávido de vender su basura.
Aunque jamás reivindicaría un título de tal magnitud debo reconocer que me ha sido útil en mi trabajo para amedrentar a ciertas criaturas.
No pareces un siervo del mal por lo que por ahora no creo necesario combatirte y has acabado con aquellos que venía a destruir.
Mi labor aquí ha concluido.

Tenía trabajo que hacer.
Debía buscar más presas.
Siempre había un demonio o un vampiro sueltos por Gotham.
Solo era cuestión de saber donde buscarlos.
Me doy la vuelta y atento a todos mis sentidos por si la criatura se decide finalmente a atacarme por la espalda me dirijo a la puerta.
Al llegar al umbral me giro para mirar a Raden de nuevo.
Que no me fie de él no quiere decir que no pueda ser un interesante aliado en alguna otra ocasión.

Hay cosas en esta ciudad dejada de la mano de Dios mucho mas jugosas que unos duendes.
En una ocasión encontré una joven hidra en las alcantarillas.
Aunque nunca averigüé como pudo llegar un ser así allí fue un combate digno de recordar.
Si vas a estar algún tiempo por aquí quizás podamos ayudarnos mutuamente.